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In Medio Or
Sanlúcar de Barrameda y la I Vuelta al M
be
undo
“Puerta de la Sirena”
Castillo de Santiago (siglo XV)
Foto: Óscar Franco
En la imagen aparece la Puerta de la Sirena, portada monumen-
tal del Castillo de Santiago; es de destacar el elemento mítico (la
sirena de doble cola) que pertenece al imaginario simbólico de la
Casa Ducal de Medina Sidonia, el hada Melusina, un ser mítico de
naturaleza acuática que presidía –amparando bajo sus brazos los
escudos de la Casa Ducal- el acceso al interior del castillo y cuya
mirada apuntaba hacia el exterior del mismo, hacia la ribera, hacia
la orilla del Guadalquivir en su desembocadura, precisamente ha-
cia esa misma ribera que vería hacerse a la mar a los barcos de la
Expedición Magallanes-Elcano. Es un elemento característico del
Patrimonio Histórico y Artístico de Sanlúcar de Barrameda, repre-
sentativo del contexto cultural y cronológico (la transición de los
siglos XV a XVI) al que pertenece el horizonte de los grandes via-
jes oceánicos en el que se inserta la I Vuelta al Mundo (1519-1522).
In Medio Orbe
Sanlúcar de Barrameda y la I Vuelta al Mundo
Actas del I Congreso Internacional sobre la I Vuelta al Mundo,
celebrado en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)
los días 26 y 27 de septiembre de 2016
In medio Orbe
Sanlúcar de Barrameda y la I Vuelta al Mundo
Actas del I Congreso Internacional sobre la I Vuelta al Mundo,
celebrado en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)
los días 26 y 27 de septiembre de 2016
CONSEJERA DE CULTURA
Rosa Aguilar Rivero
VICECONSEJERA DE CULTURA
Marta Alonso Lappí
SECRETARIO GENERAL DE CULTURA
Eduardo Tamarit Pradas
Edita:
JUNTA DE ANDALUCÍA. Consejería de Cultura
Colabora:
Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)
© DE LA EDICIÓN
JUNTA DE ANDALUCÍA
Consejería de Cultura
© DE LOS TEXTOS
Sus autores o los titulares de los mismos
© DE LAS OBRAS PLÁSTICAS
Los titulares de las mismas
FOTOGRAFÍAS
Los autores
DISEÑO GRÁFICO
Artefacto
Sevilla, 2016
ISBN: 978-84-9959-231-2
DEPÓSITO LEGAL: 1965-2016
IMPRIME: Escandón Impresores
ALCALDE DE SANLÚCAR DE BARRAMEDA (CÁDIZ)
Víctor Mora Escobar
DELEGADO MUNICIPAL DE CULTURA
Juan Oliveros Vega
COORDINADOR CIENTÍFICO DEL CONGRESO Y EL LIBRO
Manuel J. Parodi Álvarez
AGRADECIMIENTOS
A todas aquellas personas, entidades, instituciones y colectivos que han
hecho posible este volumen, y que colaboran activa y decididamente en
pro de la Conmemoración del V Centenario de la I Vuelta al Mundo.
M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //39
U
LA PERSONA DE JUAN
SEBASTIÁN DE ELCANO:
Su testamento
Manuel Romero Tallafigo1
n testamento como el de Juan Sebastián
Elcano fue instantes o días del invernal
julio, con la muerte más cercana, en me-
dio de aquel océano azul tan pacífico en los tró-
picos, tan gris y violento en la Antártida, “sin
oasis para el calor, con frío sin misericordia, con
la soledad en el desierto del agua, cercado por
la muerte en mil formas” (Zweig). Instantes y
días que han sobrevivido por la escritura sobre
otros que también pasaron incansables pero no
contaron con una pluma que lo plasmase. Un
testamento es una crónica de aconteceres desde
el nacimiento del testador hasta el instante de
la firma, un retrato de la persona, un reflejo del
alma. Nada sería Aquiles y Ulises sin la escri-
tura que recogió las crónicas recitadas de Ho-
mero, nada sería de Magallanes y Elcano, sin
sus crónicas y testamentos, porque como parte
de la humanidad total, todos somos sombras,
nuestros hechos se disuelven como un azuca-
rillo en el lago inmenso del tiempo y su hija la
antigüedad que a todos nos sobreviene. Sólo los
hace permanentes la crónica o cualquier relato
escrito, o las formas que las esculpen o pintan
dándoles nueva forma. Un testamento como el
que nos ocupa nos revela la actitud resignada
ante la muerte, las creencias religiosas en ge-
neral, las preferencias personales hacia advo-
caciones, órdenes y cofradías, las formas de
transmisión de la propiedad, los pormenores de
enseres domésticos y personales como libros,
alimentos, música, las relaciones familiares, los
amores…
El 26 de julio de 1526, en una nao, única que
se mantenía en ruta de las 7 que un año antes
salían de La Coruña, la Santa María de la Vito-
ria, la de mayor capacidad con 300 toneles, ca-
pitana de la expedición2
, en pleno mar Pacífico,
ya en el hemisferio norte de la esfera terrestre, a
un solo grado de la línea equinoccial, Juan Se-
bastián Elcano, en cama y enfermo en su per-
sona y sano de entendimiento y juicio, ordenó
con seso, puso en orden y concierto y declaró
su largo y prolijo testamento y última voluntad.
Todos los capitanes, comensales de una vistosa
pieza de pescado, como una corvina, fueron in-
toxicados por la ciguatera, comenzaron a sentir
problemas gastrointestinales, a los que seguían
afecciones al corazón, problemas de equilibrio,
1
Catedrático Emérito de la Universidad de Sevilla.
2
En la salida de la Coruña, Juan Sebastián Elcano capitaneaba la nao Sancti Spiritus, de 200 toneles, cargo al que añadía
ser el piloto Mayor. Esta nao fue la primera que naufragó poco antes de atravesar el estrecho, saliendo indemne su capitán.
Siguió el viaje en la capitana Vitoria.
40 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O
fatigas, sabor a metal en la boca, y por último la
muerte. La interpretación de la enfermedad de
mal de cámara, escorbuto y depresión como la
causa de la muerte de Elcano y otros capitanes
se pone hoy en duda3
.
Los dos actos y dos documentos del testamento
El orden que dio a la elaboración de su testa-
mento cerrado4
comprendió dos actos perfec-
tamente documentados y separados, ambos
firmados por Elcano y testificados por siete tes-
tigos que sabían perfectamente escribir y firmar:
El primero, el testamento propiamente dicho, o
la declaración y relato formal en ítems o párra-
fos de su voluntad en primera persona (ordeno e
fago my testamento e prostimera voluntad en la
forma siguiente) que no cuenta con suscripción
notarial, sólo la de los testigos. En este primer
acto nuestro marino se declara enfermo de mi
persona e sano de mi entendimiento e juicio na-
tural. No mienta estar en la cama cuando co-
mienza la redacción y escritura. Lo hará en el
segundo acto.
Tras su cierre y sellado en un envoltorio de
papel, el segundo acto y documento, con la mis-
ma fecha es un sobrescrito del anterior, el acta
de entrega, declaración de voluntad y mandato
de ejecución de ese testamento doblado y cerra-
do por parte de Elcano. Aquí nuestro personaje
ya está postrado y enfermo en la cama de su
cuerpo. Se muestra una crisis de salud más agu-
da de la que veíamos en el testamento propia-
mente dicho. Esta acta se escribió en un blanco
sobre la misma envoltura que había cerrado y
sellado el testamento, tal como decían las Parti-
das de Alfonso X para los testamentos cerrados
(Et debe dexar tanto pargamino blanco fuera
de la dobladura en que puedan los testigos so-
brescribir su nombre). A la vista el contador
Real de la nao capitana, Iñigo Ortes de Perea,
relata lo que ha visto y oído en Juan Sebastián
Elcano (En presencia de mí, Ynigo Ortes de
Perea, contador de la dicha nao capitana por
sus majestades… el capitán Juan Sebastián El-
cano… presentó esta escritura çerrada e sella-
da que dixo ser su testamento… e mandava e
mandó que se guardase e cumpliese e efetuase
todo lo en él contenido e cada una cosa y parte
de ella). Recibido el envoltorio el tal contador
producía testimonio y fe pública notarial (Pasó
ante mí) y se convertía así en el custodio del
mismo hasta su apertura tras la muerte del tes-
tador5
. El acta se carga de retórica jurídica para
que el testamento sea entregado a los albaceas
y cabezaleros para su cumplimiento. Llama la
atención el enfático y retórico poliptoton o uso
repetido de diferentes formas gramaticales de
una misma palabra en una sola frase (mandava
e mandó, se guardase e cumpliese e efetuase).
Así aparecía en las Leyes de Castilla del mo-
mento este tipo de carta de testamento cerrado
en pergamino, con los siete sellos, en nuestro
caso papel y siete firmas de los testigos junto a
la suscripción notarial:
despues que fuere escripto deue doblar la
carta & poner en ella siete cuerdas con que
se çierre de manera que finquen colgadas
para poner en ella siete sellos. & deue dexar
tanto pargamino blanco de fuera en que
puedan los testigos escreuir sus nonbres.&
despues desto deue llamar & rogar tales
siete testigos commo dize en la ley ante desta
& mostrarles la carta doblada & dezirles
assi. Este es mio testamento & ruegovos que
escriuays en el vuestros nonbres & que lo
sellés con vuestros sellos6
.
3
José Ramón de Miguel Bosch: “Urdaneta y su tiempo”. En Cuadernos Monográficos 58 (Ministerio de Defensa, Madrid,
2009) 13. Vid. Gonzalo Fernádez de Oviedo: Historia General y natural de las Indias. Valladolid, 1557, XX, cap. 5.
4
El testamento que hemos usado se encuentra en el Archivo General de Indias, Patronato 38, n. 1, ramo 1. Forma parte
de un expediente más amplio con todas las incidencias que su cumplimiento supuso para el Consejo Real de las Indias y para
los herederos, principalmente su madre.
5
La Partida III, t. XVIII, ley 103 ordena al escribano que da fe del testamento que mientras fuera vivo aquel que lo fizo
non lo debe mostrar a ome alguno sinon a él, el testador.
6
Hugo de Celso: Repertorio universal de todas las leyes de estos reinos de Castilla. Ed. de María Jesús Vidal Muñoz-Ma-
riano Quirós García. Salamanca: CILUS, 2000, p. 37. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea].
Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [21/09/2016].
M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //41
El protagonismo del entonces paje Andrés de
Urdaneta (1508-1568)
El orden y el dictado del testamento se atuvo a
formas preestablecidas, pero la escritura mate-
rial con el cañón de ave y la tinta, el orden en las
mandas y orden y recuento pormenorizado del
inventario de bienes, tenemos que atribuirla al
puño y letra del entonces paje y ayudante de Juan
Sebastián Elcano, de 18 años, Andrés de Urda-
neta, natural de Villafranca de Oria, hoy Ordi-
cia7
. Sólo unos renglones al final del testamento
pueden atribuirse a la mano de Martín García
de Carquizano, capitán y tesorero general de
la Armada. Ambos además de testigos cuentan
como escribanos amanuenses, aunque el encar-
gado de dar fe al acta de entrega del testamento
cerrado fuera el Contador Real de la Vitoria. El
testamento introducido en el envoltorio no cuen-
ta con suscripción notarial, sólo firman los tes-
tigos. Un cotejo pericial y atento de sus gestos
gráficos, en las firmas y en el texto, tanto en el
testamento como en otros autógrafos custodia-
dos en el Archivo General de Indias, nos lleva a
esta conclusión. Urdaneta tiene letras redondas,
con empastes contrastados de tintas en gruesos y
perfilados, con un buen apoyo de las piernecillas
de la pluma sobre el papel. Es muy evidente en el
gesto gráfico espontáneo, inimitable y personal
de Urdaneta en la línea y el nudo final, cuando
cierra las mandas e items, …para que non metan
entre medias otros fechos extraños8
. Al contra-
rio la escritura de Carquizano es más suelta y
angulosa, sin contrastes de gruesos y finos en los
cuatro renglones que cierran el testamento. En
las firmas con nombre y apellido como testigos
de ambos personajes hemos descubierto esta au-
toría y ha merecido por nuestra parte un informe
pericial caligráfico. La intervención de Urdaneta
también se manifiesta por fechar en el Mar Pací-
fico, y Carquizano en el Mar del Sur, y por la po-
sición de su firma en el lugar del escribano en el
testamento y en el acta como veremos más tarde.
No se ha escrito hasta ahora nada sobre la
habilidad de Urdaneta para intervenir como es-
cribano y amanuense y como organizador de los
items en un testamento tan señero en la historia
de la navegación. Conociendo su demostrada
increíble retentiva de cosas y casos de navega-
ción, y su cercanía y proximidad con Elcano en
su función de paje, durante los preparativos y la
navegación, comprendemos que era la persona
adecuada para inventariar con rigor y pormeno-
rizadamente libros, mercancías, vestidos, cami-
sas, platos, alimentos y cuerdas musicales, hasta
los últimos detalles. Sí se ha escrito que a Elcano
le “sorprendió la inteligencia del entonces joven
Urdaneta y su ansia por adquirir conocimien-
tos”, hijo de escribano, que había estudiado las
artes mayores y menores (gramática, dialéctica,
retórica, aritmética, música, astronomía y geo-
metría), e iniciado en filosofía y teología, que fue
un lector incansable en el día a día de la nave-
gación de los libros que llevaba consigo Elcano,
un libro redondo y dos cuadrados (una esphera
roma del mundo, un libro llamado Almanaque
en latín y otro libro de Astrología)9
, lectura que
compaginó y enriqueció con las observaciones
náuticas muy al lado de su capitán (la dirección
e intensidad de las corrientes marinas y de los
vientos, la composición de las algas, el compor-
tamiento y vuelo de las aves y el ritmo de las
olas) aprendidos en horas y horas de navegación
junto a un hombre tan experimentado como su
capitán Elcano10
. Esas dotes de observación, re-
tención y síntesis y esos estudios lo convierten
en el escribano de confianza para un documento
tan vital, para ordenarlo, precisarlo y detallarlo
con tanta variedad de informaciones.
7
Urdaneta es famoso por acompañar a Elcano en la II expedición a las Molucas, por militar, fraile agustino, marino y
explorador. Descubrió y documentó la ruta de navegación que permitió la conexión marítima entre Filipinas y México.
8
Partidas VI, I, III.
9
En la época del testamento el judío Abraham Zacuto, nacido en Salamanca en 1452 y fallecido en Damasco en 1515,
escribió en Salamanca el libro Hibbur Ha-Gadol (El Gran Tratado). Su discípulo José Vecino o Viciño, publicó en Portugal
en 1496 un resumen, el Almanach Perpetuum, que creemos que era El Almanach que Elcano llevaba consigo en la Nao. El
otro libro de astrología, que es referido también en el testamento, pudo ser las Tablas Astronómicas de Alfonso de Córdoba,
publicadas en 1503, donde se calculaban las millas de un grado de meridiano, obteniendo un valor de 62,5 millas.
10
José María Madueño Galán: Andrés de Urdaneta, un aventurero. En Cuadernos Monográficos 58 (Madrid, Ministerio
de Defensa, 2009), pp. 66-67.
42 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O
La apertura del testamento
¿Cuándo se abrió el testamento? Ese sería el ter-
cer acto. Podríamos suponer en plena mar, tras
la muerte de Juan Sebastián diez días después
del testamento, el 5 de agosto de 1526. El depo-
sitario del testamento, en el arca de las cartas,
era el contador del Rey y de la nao capitana,
Iñigo Ortes de Perea11
. Pero no fue así. Sabemos
por el expediente del testamento que en 5 de oc-
tubre de 1538 dos beneficiarias del testamento,
las dos mujeres que dieron hijo a Juan Sebastián
Elcano, María Hernández de Hernialde y María
de Vidaurreta, demandan al Real Consejo de las
Indias un testimonio de cómo el capitán Fernan-
do de la Torre entregó un arca con la documen-
tación de Juan Sebastián Elcano y de cómo fue
abierto el testamento de mandado del Presiden-
te del Consejo de Indias, junto con una copia
del testamento. La finalidad era cobrar de Ca-
talina del Puerto, madre del capitán, las mandas
en ducados de oro de las que eran beneficiarias.
Sabemos también por otro documento, que
el testamento sin abrir fue ejecutado en parte el
22 de septiembre de 1526: Esteban de Mutio,
por un servicio que hizo a Juan Sebastián Elcano
(por servicio que le hice) y en cumplimiento de
una manda testamentaria, recibió de Martín Pé-
rez Elcano, hermano y ejerciendo como piloto de
la nao Vitoria y como uno de los albaceas, tres
pares de calzas, un jubón de cotonina, una ja-
queta colorada, una almexía colorada y una cue-
ra verde oscura, forrada de paño amarillo. Estu-
vo presente en la entrega el contador y fedatario
de la Armada, Martín Iñiguez de Carquizano, y
un escribano real, Miguel de Montoya12
. A pesar
de este libramiento el testamento no se abrió, no
hizo falta, hasta que llegó de vuelta a España casi
diez años después. El que el testamento fuera ce-
rrado, no quiere decir que fuera secreto. Si lo hu-
biera sido los siete testigos no habrían firmado el
testamento, sólo lo habrían hecho en el envolto-
rio. Era necesaria la publicidad del testamento
porque su virtualidad dependía de unos trueques
de mercancías en las islas de las Molucas, telas,
abalorios, hachas, tijeras… por especias, drogas,
perlas y oro. Martín Pérez Elcano, como her-
mano y albacea, no pudo firmar como testigo,
pero sí estuvo presente en la elaboración de las
mandas y los ítems de mercancías registradas y
debía poseer una copia o memoria del testamen-
to. Por eso interviene y hubiera intervenido en
los trueques de las mercancías pertenecientes a
su hermano y herederos.
Las partes del testamento
Juan Sebastián se presenta sólo como el capi-
tán y como “vecino” de Guetaria. Es hombre,
no sólo práctico en la navegación por tierras
desconocidas, sino algo leído y entendido en
la práctica de Astronomía, como veremos des-
pués por sus libros y su relación amistosa con
el cosmógrafo y piloto Andrés de San Martín,
maestro de Carlos V, experto en medir la longi-
tud a través de la declinación de la aguja mag-
nética y calificado por Antonio Pigaffeta como
“latinista experto en materias concernientes al
mar y la geografía”13
. Aunque enfermo, no tuvo
pues un papel pasivo en muchas de las formas y
partes de su testamento. Cuidó su estilo y cuidó
todos los pormenores de mandas e inventario
de bienes, que encomendó a la habilidad de su
paje meticuloso y muy cercano, Urdaneta, y al
auxilio de su hermano y testigos presentes en la
redacción, que no sólo en la lectura. Este testa-
mento no difiere en su formalidad con otros que
se emitían por los mismos años. Había en la ex-
pedición escribanos14
y contadores que poseían
formularios notariales como los especificados en
las Partidas de Alfonso X o como las impresas y
difundidas Notas del Relator de Fernando Díaz
de Toledo, secretario que fue del rey de Castilla,
11
Uno de ellos, el Capitán General de la Armada, García Jofre de Loaisa, murió cuatro días después el 30 de julio de 1526,
un año después de la partida.
12
Patronato 38, R.1 - 17 - Imagen Núm: 31.
13
Laguarda Trías, Rolando: El cosmógrafo sevillano Andrés de San Martín: inventor de las cartas esféricas. Montevideo,
1991. MEDINA, José Toribio. 1890. El descubrimiento de Océano Pacifico: Vasco Nuñez Balboa, Hernando de Magallanes
y sus compañeros. Chile, 1920.
14
En el mencionado recibo de Esteban de Mutio aparece en plena navegación un escribano real que da fe del cumplimiento
de una manda del testamento.
M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //43
Juan II, en sus versiones ya prolíficamente edita-
das e impresas y por ello más asequibles en Va-
lladolid, Salamanca, Toledo, Burgos, Logroño y
Sevilla15
. En este último impreso se formulaba el
comienzo solemne y el orden del testamento, y
se definía muy bien la diferencia entre testamen-
to abierto y cerrado. Se seguían las pautas que
ya marcara Alfonso X el Sabio en la Partida III,
título XVIII, ley CIII.
Las partes que se hilaban en el testamento son
una breve invocación al nombre de Dios, una
notificación a todos los que lo pudieran leer,
una intitulación individual del autor, la declara-
ción de facultades mentales, la protestación de
fe católica, un amplio dispositivo de últimas vo-
luntades con sus parcelas bien ensambladas, la
fecha y las suscripciones del testador y testigos.
La suscripción de testigos en el testamento es se-
ñal inequívoca de que no se hizo en secreto, sino
que era conocido o pudo serlo por los mismos.
La ausencia de estas suscripciones, si se hubiera
dado en el testamento, era la manera de ...que
los testigos non sepan lo que yace en él16
. Aquí
como hemos visto sí lo sabían.
Una cruz, hasta el siglo XIX tan habitual en
todos los escritos, y un escueto In Dei nomine.
Amen forman el primer renglón que manuscri-
bió el entonces paje y buen calígrafo Andrés de
Urdaneta. Juan Sebastián invocaba a Dios, el
guía de los vientos y de las olas en aquel Mar del
Sur o Pacífico, y el que a última hora iba a deci-
dir si el testamento que se declaraba iba a tener o
no tener cumplimiento, como después los hechos
demostrarían. Hacer la cruz e invocar el nombre
de Dios era tan importante y necesario en la épo-
ca …que se ternía por sospechoso el testamento
que no la tuviesse17
. Estaba claro en aquella épo-
ca integrar en un solo y único bloque religión y
derecho, religión y economía, sobre todo en el
tema de las capellanías y mandas pías18
. Además
el testamento se consideraba como un paso clave
para poner ya el ánima en carrera de salvación19
.
Para el presente y para el futuro, a todos, los
que han visto antes y a los que hoy aquí vemos
su testamento se dirige Juan Sebastián Elcano,
con una fórmula que en Diplomática se denomi-
na Notificación Universal: (Sepan cuantos esta
carta de testamento vieren). Ahí incluye a su ma-
dre, a sus albaceas, al presidente del Consejo de
Indias, que lo abrió diez años después, a las ma-
dres de sus dos hijos, que solicitaron una copia
al dicho consejo, al archivero de Indias Aniceto
de la Higuera, que a tinta señaló el testamento
en los años 60 del XIX, a Fernández Navarrete
que también lo transcribió en el siglo XIX... y al
que esto escribe que lo ha releído muchas veces
para exprimirlo en todo su contenido.
En un testamento sólo interviene una volun-
tad, un solo testador que se identifica e intitula
como capitán y como vecino, que no natural de
la villa de Guetaria (como yo, el capitán Juan Se-
bastián Elcano, vecino de la villa de Guetaria).
Su declaración de facultades mentales para tes-
tar son concisas y poco nos aporta sobre si sus
males eran el escorbuto o la ciguatera (Estando
enfermo de mi persona e sano de mi entendi-
miento e juicio natural, tal cual Dios nuestro
señor me quiso dar) y el momento para declarar
tiene una fórmula paradigmática (sabiendo que
la vida del ombre es mortal, e la muerte muy
cierta e la hora muy incierta) y una protestación
de fe y sometimiento a la Providencia que con-
dicionará las primeras mandas del testamento
(e para ello cualquier católico cristiano ha de
estar aparejado como fiel cristiano para cuando
fuera voluntad de Dios, et por ende yo creyendo
firmemente todo lo que la santa madre Yglesia
cree fiel e verdaderamente).
15
Elisa Ruiz García: “Una aproximación a los impresos jurídicos castellanos (1480-1520) En IV Jornadas científicas sobre
documentación en el siglo XVI. Madrid: Universidad Complutense, 2005, 353-354.
16
Partidas VI, I, II.
17
Diego de Ribera: Primera parte de escrituras y orden de partición y cuenta… con una instrucción a los escribanos del
reyno al principio y su arancel. Madrid: Luis Sánchez, 1596, 7v.
18
Bartolomé Clavero: “Religión y derecho. Mentalidades y paradigmas”. En Historia, Instituciones, Documentos, 11
(Sevilla, Universidad, 1986), pp. 67-92.
19
Hernando Díaz de Valdepeñas: Summa de notas copiosas, muy sustanciales y compendiosas, según el uso y estilo que
agora se usa en estos reinos. Toledo, Juan de Medina, 1543, 24r.
44 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O
El dispositivo o fórmula principal que abarca
todas las mandas del testamento es hordeno e
fago my testamento e prostimera voluntad. Las
Partidas de Alfonso X eran relativamente más
prolijas: fago este mi testamento e esta manda,
en que muestro la mi postrimera voluntad. En
estas disposiciones habla el cristiano, el vecino
y paisano de Guetaria, el hijo, el soltero y el
amante de dos mujeres, el padre de dos hijos,
el hermano, el poseedor de unos bastimentos y
mercaderías en plena mar. Habla a través de una
serie de mandas, donaciones o legados, unos
forzosos y otros libres, a través de una meticu-
losa declaración de bienes, unos ciertos y tan-
gibles, otros meramente posibles. El destino o
providencia superior no se dejó luego mandar,
ordenar y atar con un testamento formal en alta
mar, ni con un juramento, ni a través de una
declaración de deudas, ni a través de un solo
anunciado rescate, trueque o cambio de mer-
caderías por especias y piedras preciosas, ni a
través de un legado inmediato de objetos perso-
nales, ropas de vestir y alimentos, ni a través de
una declaración de heredero universal y a través
de la institución de los albaceas o cabezaleros
que es lo mismo que testamentarios y albaceas.
La historia del cumplimiento de las mandas es
otra faceta que tocaremos aquí marginalmente.
Las disposiciones no cierran el testamento,
sino una serie de súplicas y encomiendas al co-
mendador Loaysa, a su hermano Martín Pérez,
a su madre Catalina del Puerto, y a los cabe-
zaleros. La primera al capitán General Loaysa
para que se encargue como tal de sus cosas y
trueques durante la navegación de la Armada y
tras el regreso, en la Corte del Rey. La segunda
a su hermano Martín para que venda, trueque y
tenga cargo de las mercaderías que transportaba
ya sólo la nao Vitoria. La tercera a su señora
y madre, la más destacada y respetada, y a los
albaceas para que acepten dicho encargo.
Antes de estampar la fecha el discurso que-
da cortado bruscamente, tanto en la escritura,
pues Andrés de Urdaneta deja de escribir y deja
la pluma Martín García de Carquizano, como
la estructura sintáctica del texto, que queda
bruscamente cortada con el adjetivo y epite-
to “buenos” sin sustantivo previo o posterior
(Asymismo ruego e pido a mi sennora e a los
otros cabeçaleros que tomen e açeten el cargo
deste dicho testamento e mis hijos, segund de
la manera e cada uno en la forma susodicha e
quiera usar e gozar como buenos). Me pregunto
¿buenos qué o quiénes? Una brusca prisa o una
primera crisis grave en la enfermedad invaden a
Urdaneta, que a mi entender comienza a escribir
el acta de entrega y cierre, mientras García de
Carquizano remata el testamento con la fecha y
la relación de los testigos. No obstante faltaban
once días para que se produjese la muerte que
certificó Urdaneta en su Diario: Lunes, a seis
días de Agosto, falleció el magnífico señor Juan
Sebastián de Elcano20
.
La fecha tópica, que manuscribe García de
Carquizano, es dentro de la nao Vitoria, en una
latitud norte a un grado de la línea equinoccial o
del ecuador en el “Mar del Sur”, denominación
que recibió de Vasco Núñez de Balboa, y la fe-
cha crónica un veintiséis de julio de 1526. Gra-
do que se midió mirando al cielo, con la estrella
polar en el horizonte, porque era el único modo
de andar por la mar inmensa. La Nao Vitoria
era la única que quedaba de la expedición. Era
la de más tonelaje de las siete que salieron de la
Coruña, y en pleno Mar del Sur, sin estrechos
ni arrecifes o bahías, pero con olas gigantescas
podía cumplirse el refrán popular “Barco gran-
de, ande o no ande”. Aspecto este que se tendría
muy en cuenta cuando Urdaneta aconseja bar-
cos grandes para el tornaviaje de las Filipinas
a Acapulco21
. En la fecha que escribe Urdaneta
en el acta que cierra el testamento el mar del
Sur pasa a denominarse en el “Mar Pacífico”,
denominación de la expedición de Magallanes
y más vital para Elcano y su paje, cosmógrafo
en ciernes. Podemos entender que no se indique
20
Arteche, ob. cit., 238.
21
Ello es asi verdad pero todas las vezes que esta nauegaçion se a yntentado a sido con nauios pequenos y muy ruines, lo
qual a sido muy gran ynconbeniente para no auerse hecho la nauegaçion de la buelta que en una mar tan ancha como ay de
la Espeçeria a la Nueua [E]spaña a donde no ay que pasar el estrecho ni que doblar puntas de tierra ni baxios ni corrientes
que estoruen, no ay razon porque pensar que una mar tan ancha sea en nauegar desde la Espeçeria y que tenda yda y no
buelta. AGI. Patronato 46, R. 10.
M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //45
la longitud o distancia a un meridiano hacia
Levante o este, por las dificultades técnicas de
entonces, problema clave de la obtención de las
longitudes) a pesar de que Elcano llevaba libros
como el latino Almanach perpetuum de Zacuto
y otro de Astrología.
Aparecen en un amplio blanco y al pie del tes-
tamento las suscripciones del testador y de los
siete testigos, el impar número siete consagrado
por las Partidas de Alfonso X, todos con apelli-
dos vascos que por orden de posición jerárquica
en el blanco papel son Andrés de Gorostiaga,
Juan de Zabala, Martín García de Carquizano,
Martín de Uriarte, único que por sí mismo seña-
la con abreviaturas que actúa por testigo, Andrés
de Aleche, Hernando de Guevara y por último
en posición de escribano, es decir en el ángulo
inferior a la derecha, el escribiente de práctica-
mente todo el testamento, Andrés de Urdaneta.
Respecto a los testigos he observado que todos
saben firmar con soltura y artificio, y escribir
su nombre con letras expertas, que en la enu-
meración previa de los testigos el primero que
se enuncia no es luego el primer firmante, An-
drés de Gorostiaga, sino el que manuscribe los
cuatro últimos renglones del testamento, Martín
García de Carquizano, que cuando realmente
firma lo hace en tercer lugar. Igualmente Urda-
neta que se enumeraba el cuarto en la relación,
firma el último en esa posición tan significativa,
normalmente reservada al que da fe, el escriba-
no público en tierra, o el contador y escribano
de nao, en la mar. El paje Urdaneta no daba fe,
pero era un testigo con la autoridad que daba
el conocer a la perfección una por una todas las
pertenencias del testador, que había oído el dic-
tado y rellenado con su letra y rúbrica renglón a
renglón prácticamente todo el testamento. Da su
juego, por tanto, el discernir entre el orden de la
enumeración y el orden de la estampación de las
firmas. José de Arteche interpretaba las posicio-
nes de estas firmas desde otro punto de vista, el
de paisanaje de Guetaria y de edad, distinto al
plano gráfico de autorías de escritura en la con-
fección del testamento que defiendo:
Un detalle, al parecer sin importancia,
que, sin embargo, dice sin duda mucho.
Por la colocación de las firmas se adivina
que el primero en suscribir el documento
después de Juan Sebastián fue su paisano
Gorostiaga. Ambas firmas están a la par,
la de Gorostiaga a la derecha de Elcano.
La firma de Urdaneta es en cambio, la
última, indudablemente por ser el más
mozo de todos. Se puede asegurar, sin temor
a equivocarse, que, aparte, naturalmente,
de su hermano Martín, la solicitud de
Gorostiaga se prodigó a la cabecera del
lecho de muerte de Juan Sebastián Elcano22
.
Las primeras mandas
En las primeras mandas se refleja al cristia-
no que busca ante todo el placer y tranquilidad,
que se resumían las Partidas como el “pro de
su alma” en la otra vida. Por ello lo primero
es entregar el alma a Dios con una fórmula tan
retórica y solemne, que con más o menos va-
riantes se repite en muchos testamentos desde la
Edad media hasta hoy en los manuales de nota-
rios: Primeramente mando mi ánima a Dios que
me la crió e me redimió por su preciosa sangre
en la santa Cruz e ruego e suplico a su bendita
Madre, señora Santa María, nuestra señora, que
ella sea mi abogada delante su precioso hijo,
que me quiera alcanzar perdón de mis pecados e
me lleve a su gloria santa.
Relacionada con la primera es la manda de
disposición sobre sepultura y funerales. Si su se-
pultura era el mar, sus aniversarios y exequias,
su capellanía, en la iglesia de San Salvador de
Guetaria en la huesa donde están enterrados mi
señor padre e mis antepassados. No cabe duda
que aunque Elcano se declare vecino, su natura-
leza y nacimiento era Guetaria.
Las siguientes son mandas, aunque obligadas
o acostumbradas, piadosas, dadivosas en du-
cados de oro23
, que no de plata, a las Órdenes
de Redención de cautivos, recuerdo lógico en
22
José de Arteche: Elcano. Madrid: Espasa-Calpe,1972, 234-235.
23
Su peso era de unos 3,6 gramos y era una unidad de cuenta tanto en esta versión, como en plata, y sus equivalencias
eran de 375 maravedíes en plata u oro.
46 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O
un marinero que navegó por el Mediterráneo,
a iglesia, hospitales y ermitas de Guetaria y su
entorno (San Salvador, San Martín, San Pro-
vencio, la Magdalena, San Antón, San Pedro,
San Gregorio, San Lázaro, Santa Cruz) a otras
iglesias y monasterios (Nuestra Señora de Iciar,
Santa María de Guadalupe, Nuestra Señora de
Aranzazu, de Iruniaunzu, Sasyola, Santa Engra-
cia de Ayzarra, San Pelayo de Zarauz etc. No se
sale de su entorno, salvo en dos casos, uno rela-
cionado con su navegación por el Mediterráneo
en campañas bélicas con el Gran Capitán y en
las expediciones de Orán, Bujía y Trípoli (Santa
Verónica de Alicante) y su segundo y último via-
je a las Molucas, que partió no de Sanlúcar de
Barrameda, sino de La Coruña (Monasterio de
San Francisco de La Coruña e Iglesia del señor
Santiago en Galicia. Por el dramatismo de misas
que no consiguieron su fin (Elcano no volvió,
Urdaneta sí lo hizo por Lisboa) o concesión de
gracia, y por el paralelismo que pudo tener con
los franciscanos de Sanlúcar en la primera expe-
dición, recojo aquí una que prometió al salir en
la segunda expedición: Item digo que yo con-
certé con el guardián e frailes del Monasterio
de San Francisco de la Coruña para que dixie-
sen una misa de conceción cada día e tuviesen a
cargo de rogar a dios por mi anima e de todos
cuantos en esta armada veníamos, e por la dicha
armada fasta tanto que yo volviese a España, e
para ello hizo una obligación de sesenta duca-
dos por ante Cristóbal de Polo, escribano del
número de la dicha cibdad para les pagar cuan-
do la dicha armada volviesa a la dicha cibdad de
La Coruña. Mando que sean pagados al dicho
guardián e monasterio e frailes.
Todas estas dádivas piadosas quedan acota-
das, en suspenso y condicionadas por la fuente
de procedencia del dinero, el que su majestad el
Rey le debía, y sólo de allí podían pagarse sin
poder obligar los otros bienes poseídos o por
poseer tras el rescate en las Molucas (Todas las
mandas susodichas que sean pagados de los di-
neros que su majestad me debe).
Tras hablar el cristiano que cuida de su alma
para aliviar el purgatorio de la otra vida, ha-
bla el hombre con la obligación de …facer bien
a algunos con quien han debdo de amor o pa-
rentesco24
. Así lo hace el amante, que no espo-
so de dos madres de sus hijos. La primera va a
Mari Hernández de Hernialde, madre de Do-
mingo Elcano, mi hijo. La justificación que da
a los 100 ducados de oro es por cuanto seyendo
moza, virgen hube. Nos consta por una minu-
ta de Real cédula de 18 de enero de 1538, que
lo cobró o por lo menos se mandó por el Rey
hacerlo. La segunda manda de sólo 40 ducados
es a María de Vidaurreta, de la que tuvo una
hija en Valladolid, en su estancia triunfante en
la corte entre 1522 y 1525, hija que al hacer el
testamento tenía cuatro años: Ytem mando a la
dicha María de Vida Urreta, madre de la dicha
mi hija, por la criança della e por descargo de
mi conciencia quarenta ducados que le sean pa-
gados dentro de un anno. En las informaciones
que se hacen en Guetaria 10 años después de la
muerte de Elcano, requeridas por Catalina del
Puerto, madre de Elcano, los testigos no cono-
cían ya la existencia de ambos hijos, uno que fue
nombrado heredero universal, y otra a la que
Elcano asignó una dote y arras de 400 ducados.
Esto ha hecho deducir que ambos niños murie-
ron en edad prematura.
También habla el hermano, el tío carnal y el
primo en las mandas a su prima Isabel de una
saya o bata de cuatro ducados, a sus sobrinos
Martín y Domingo, hijos de Sebastián Elcano,
su hermano homónimo, 20 ducados a cada uno.
También habla el astrónomo y navegante
cuando dona, si topaban con él25
, a Andrés de
San Martín, piloto y cosmógrafo de la Armada
de Magallanes, el Almanach perpetuum y otro
libro de astronomía junto a tres varas de paño
de lana colorada de Londres, con un valioso
estofado y calidad, para que se haga una cha-
marra: Ytem más otro libro de astrología e si si
toparen con Andrés de San Martín que se le den
24
Partidas VI, IX.
25
Hoy la historiografía da por hecho que este cosmógrafo murió en la primera expedición a las Molucas, en la isla de
Mactán, junto a Magallanes. Juan Sebastián Elcano unos años después vemos que no lo tenía claro.
M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //47
los dos libros al dicho Andrés de San Martín.
Ytem más mando que se le den al dicho Andrés
de San Martín tres varas de panno colorado de
Londres para una chamarra.
Declaración de bienes: los trueques fallecidos
de Elcano
No hay ninguna declaración de monedas o di-
nero contante y efectivo, no la hay tampoco de
bienes inmuebles. En una declaración que hizo
el factor de la Casa de la Contratación de la Es-
peciería, Cristóbal de Haro, posterior a la muer-
te de nuestro capitán afirmaba como Elcano y
su madre Catalina del Puerto arriesgaron por el
rédito de las especias y vendieron bienes mue-
bles e inmuebles para financiar la II expedición
a las Molucas26
. Se pleiteó por parte de la here-
dera sobre sueldos y mercedes concedidos por el
Rey a su hijo Sebastián, pero el valor posible de
los bienes o mercaderías declarados en el testa-
mento no se hizo efectivo en quintales de clavo
y especias, porque como afirmó certeramente el
dicho factor clara y contundentemente en dicho
pleito: Lo de las quintaladas no hay hablar, pues
la nao se perdió e no hubo efeto del viaje27
de la
II expedición, a diferencia de lo que sucedió en
la feliz y heroica primera expedición.
El mismo Elcano dice que todos sus bienes,
que va a referir son castrenses y ganados en ser-
vicios al Rey, y que por tanto son de libre dis-
posición28
.
Pero de bienes posibles también se pueden
hacer mandas, porque decían muy bien las Par-
tidas cómo de las cosas que no son aún nasci-
das o puedan nascer, puede ser fecha manda29
o legado, por eso el testamento para cumplirlas
y pagarlas hace una declaración de bienes, con
una cuidadosa anotación de los que son com-
partidos con otros navegantes, vivos o muertos,
de la expedición. Los primeros que declara son
por nacer, es decir que si no nacían podían con-
vertir a este testamento en hoja baldía, en cuan-
to es una deuda de 1750 ducados de la Casa de
la Contratación de la Especiería, en la Coruña,
dinero ya empleado y arriesgado en el armazón
de armas, instrumentos y aparatos que llevaban
las naos de la II expedición a las Molucas. Lo
segundo, otro dinero también por nacer o no
cobrado, el sueldo, acostamiento o estipendio
que día a día ganaba por su capitanía Elcano,
que a finales de ese mes de julio de 1526 ya su-
maban unos 1484 ducados. Pero además de esas
dos deudas ya Elcano tenía comprometida parte
a su socio financiero, el antedicho factor de la
Casa de la Especiería, Cristobal de Haro30
. En el
año 1534 Catalina del Puerto, madre y ya here-
dera universal de Juan Sebastián, pleitea con el
fiscal del Rey para que se le pague la pensión de
500 ducados anuales que el Rey le había conce-
dido cuando vino del primer viaje a las Molucas
y dio la vuelta al mundo.
En tercer lugar, como objetos de valor nonato
en parte y que no aparecen embalados en nin-
guna caja ni fardo aparece el hierro, utilísimo
y provechoso metal para cubrir muchas nece-
sidades de los hombres, como son 800 hachas,
79 cubos y dos barriles de clavazón para car-
pintería. Los cubos pesaban nueve quintales,
equivalentes a 36 arrobas, o unos 396 kilogra-
mos. Respecto a las hachas, cabe interpretarlas
como instrumento cortante de hierro asido a un
palo, que me parece por el contexto la explica-
ción más acorde por las necesidades de leña en
navegantes y moluqueños, aunque no podemos
pasar por alto el otro significado de hacha como
cuatro velas de cera juntas entre sí, no entrela-
zadas como sucede en la antorcha, sino que dan
una luz de cuatro pabilos, que también podía
ser un objeto valioso para el trueque. Eran bie-
26
AGI: Patronato 33, ramo 1, 45.
27
Ibidem.
28
Partidas IV, XVII, VII. Sancho de Llamas Molina: Comentario crítico-jurídico literal a las ochenta y tres leyes de Toro.
Madrid, 1852.409.
29
Partida VI, IV, XII.
30
Sobre este préstamo de Haro a Elcano, véanse los Autos del fiscal de Su Majestad con el factor Cristóbal de Haro, sobre
que se le abonase las cantidades de maravedíes que gastó en el aviamiento de las armadas de Magallanes, y al comendador
Loaysa, que fueron al descubrimiento del Maluco. Archivo General de Indias, Patronato 35, ramo 9.
48 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O
nes tangibles o nacidos en parte ese 26 de ju-
lio, pero perdida la nave, se perdió el creciente
valor exponencial y sobreañadido del trueque
por especias. Sin este trueque, como sucedió, la
herencia se convertía prácticamente en baldía,
salvo los sueldos y mercedes del rey que hemos
mencionado antes.
En cuarto lugar se declaran las mercaderías
embaladas, según el orden e inventario por dos
cajas y dos fardeles, saco o talegas grandes, con-
tinentes que con los barriles no son debidamente
resaltados en las transcripciones que se han he-
cho del documento y que además daban mayor
facilidad para salvarlas en caso de naufragio,
como el que en esta expedición sufrió el capitán
Juan Sebastián con la nao Sancti Spiritus que él
comandaba (Item declaro que yo traía dos ba-
rriles de clavazón en la nao Sancti Espiritus, e
cuando se perdió la dicha nao se escapó de la
clavazón dos millares...) En estas cajas se alma-
cenaron telas y generos de “pacotilla” para los
europeos, como lo eran el clavo, la canela y el
jengibre para los moluqueños. Ese era el secreto
del trueque. Un quintal de tallos de canela de Ti-
dore, de nueces moscadas de Banda, o de clavo
de Amboina, valían lo mismo que un gramo en
Amberes o Gante. La pimienta de Amboina en
aquel entonces se revaluaba en esas ciudades en
una proporción de uno a dos mil. Igual pasaba
con los refinados aromas de almizcle, ambar y
aceites de rosas y con las perlas naturales, te-
jidos de seda china y damascos de la India. El
viaje trazado por los portugueses primero, y por
Magallanes y Elcano, ya era directo, con menos
costes e intermediarios, sin la intervención de la
flota de Venecia, Egipto y su puerto Alejandría,
naos por el Índico, camellos por Bagdad, Da-
masco y Beirut.
Las telas para el trueque y rescate aparecen
medidas por número de piezas, por varas és-
tas señaladas por cuatro palmos, o por anas.
Esta medida, que podría ser llamada braza,
era instrumentada por el brazo y marcaba la
dimensión que hay entre el codo y la mano, un
poco menos de un metro en el sistema métrico
decimal. Las telas, sean lienzos o sean paños,
que se llevan para el beneficioso trueque son el
naval, tela tramada y útil para la vida de los na-
víos pues las tempestades rajan las velas y la sal
agrede a las tramas de hilo o lana; la Holanda o
lienzo de lino, muy fino, para las camisas y pa-
ñuelos (en las misas católicas se usaba para los
corporales); varios manteles de ocho cuarteles;
telas de angeo o lienzo de estopa o lino de An-
jou (Francia); el cordelate o tejido basto de una
trama con hilos o cordoncillos de lana; paños
de lana teñida de colores; frisas o bayetas de
lana de oveja de la Frisia, muy útil para forros
de vestidos y moderar los contrastes de tem-
peraturas y humedades. En un Oriente donde
destacaban las sedas y tafetanes, tanto la lana
como el lienzo sencillos eran muy apreciados
como pudo comprobar Juan Sebastián Elcano
en su primer viaje.
Junto a las telas en las mismas cajas venían
esos objetos más o menos encantadores y fan-
tásticos para la mentalidad ingenua de los molu-
queños, que en el trueque por especias o alimen-
tos multiplicaban exponencialmente su valor, el
que a la hora del testamento no había nacido
como tal. Son los cientos y cientos de mazos de
abalorios de cristal y matamundos31
de colores
atados en manojo, las bacinejas o vasos de me-
tal hondos y redondos para echar líquidos, los
cristalinos azules, parecidos al cristal y pesados
en libras, las manillas, brazaletes o ajorcas que
aprisionaban las muñecas y los brazos, los agua-
maniles o vasos de metal o cerámica de cuerpo
ancho y cuello estrecho con asa y un pico en la
boca para que el agua salga poco a poco, cu-
riosamente una resma de papel genovés o 250
pliegos como los que se emplearon en este testa-
mento que comentamos, muchas sartas y sarti-
cos de margaritas o perlas de bisutería, pedrería
falsa, grandes y pequeñas, engarzadas, docenas
y docenas de cascabeles, encanto eterno de las
almas infantiles32
, grandes y pequeños para so-
nar y dar regocijo a personas y animales, doce-
nas de cuchillos y tijeras y sombreros vedejudos
con pelos apretados, apañuscados y ensortija-
31
Palabra de la que no he encontrado su significado exacto, aunque siempre aparece junto a abalorios y en manojos.
32
Stefan Zweig: Magallanes, 88.
M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //49
dos. Junto a la ya citada resma de papel llama la
atención que no aparezcan los espejos, sino una
caja de anteojos o espejuelos que se pone delan-
te de la vista para hacerla más larga a los que la
tienen corta (anteojos que hacen grandes, cosas
pequeñas, escribió Cervantes sobre ellos), sobre
todo a los mayores de edad que con ellos no se
cansan mirando. Si se jugaba con la concavidad
o convexidad de las lentes.
Pero no faltaban, aunque no muchos, objetos
de oro y plata en los mismos fardeles que la tela.
Se trataba de jarros de dos marcos y medio de
plata, equivalente a más de medio kilo, tazones,
cucharas y anillos de oro con sus piedras.
Todas estas mercaderías debían ser rescatadas
por los albaceas, entre ellos su hermano Mar-
tín Pérez y convertidas en todas las partes que
llegaren a oro, perlas, piedras preciosas, seda,
droguería, especia, como de otros cualesquier
cosas que se rescatasen.
La música de Elcano
Destacamos en lo que puede ser una nueva fa-
ceta musical nunca dicha de la personalidad de
Juan Sebastián, dentro de la relación de cajas y
fardos, la presencia de doce madejas de hilo de
cuerda para un manicordio: doze madejas de ylo
de manicordio. Este instrumento, mencionado
ya por Boecio en la Alta Edad Media, es de unas
49 o 50 teclas, que tocadas con las manos, per-
cuten y golpean 70 cuerdas de tripa de cordero,
alambre o plata, que al estar recubiertas de tela
suenan melodías y dan tonos escalonados desde
la primera a la última, sin estridencias, suaves
y dulces. Para los que querían tocar el órgano
de las iglesias era el instrumento de ejercicio y
aprendizaje33
. Fray Luis de León admiraba esta
música de cuerda junto al río Darro en Sala-
manca, nunca la imaginó en los días calmosos
del mar Pacífico:
La cuerda en la música, debidamente tem-
plada en sí misma, hace música dulce con
todas las demás cuerdas, sin disonar con
ninguna34
.
Fray José de Sigüenza en sus vidas de frailes
jerónimos nos cuenta en el año 1600 una escena
de moribundo y músico que podemos imaginar
a bordo de la nao Vitoria, o la imaginación de
Santa Cecilia, patrona de los músicos:
El obediente sieruo de Dios sin hazer cuenta
del extremo de su mal, y teniendo bien hecha
la de su alma, respondio con mucho aliento,
aparejado estoy padre, para hazer vuestro
gusto en todo lo que mandáredes, assentose
en la cama y pidió el manicordio començó
a tañer y cantar con tanta suauidad que los
puso en admiracion. El cantaua y tañía, y
ellos derramauan lágrymas de deuoción35
.
El otro es de santa Cecilia, donzella hermo-
sissima que esta tañendo en vn manicor-
dio, y algunos ángeles que cantan al son del
instrumento, muy gracioso todo y de buen
orden y luzes36
.
La caja de las ropas de vestir
En otra caja aparte se guardaban las ropas de
vestir que Andrés de Urdanetacomo buen paje
de Elcano, describe y enumera con toda per-
fección. Un documento escrito que relacione
un ropero, como hace un testamento como el
de Elcano es muy importante para la historia y
el vocabulario del vestido. Los trajes y prendas
originales de aquella época ya han sido pasto
de la polilla, hongos y bacterias. Las miniaturas
o dibujos de hombres que encontramos dibuja-
das y coloreadas en los códices y libros no son
imagen de la realidad total. Incluso en la pin-
tura del vestido y de los encajes de hilo de los
cuadros flamencos y holandeses no se reflejan
33
Felipe Pedrell: Organigrafía musical antigua española. Barcelona: Juan Gili, 1901, 29-30. Realiza un estudio de los ins-
trumentos musicales a partir de miniaturas y dibujos de códices españoles en la Edad Media y cita el instrumento que utilizó
Juan Sebastián Elcano como monicordio.
34
De los nombres de Cristo, II, Príncipe de la paz.
35
Segunda parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo. Ed. de Juan Catalina García, Nueva Biblioteca de autores
españoles. Madrid, 1907, pg. 491.
36
Ibidem, Tercera parte…, 633.
50 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O
todas las clases sociales, porque a veces la pin-
tura de género falsea por exceso de realismo o
idealización el vestido del pobre y del rico. Un
testamento con sus descripciones puede ser más
perfecto en darnos la variedad y el modo del
vestido, que desde ahí se interpretan mejor los
mismos cuadros.
El vestido forma parte de la cultura de la apa-
riencia, del teatro que hacemos diariamente en
este mundo, es un instrumento escenográfico en
el desfile que día a día hacen los hombres por las
calles y plazas de las ciudades. La fastuosidad de
los poderosos maravilla y seduce a los más po-
bres. Desigualdad social era desigualdad de ro-
pero por la apariencia, la cantidad, la calidad, la
forma, los colores, el adorno. Entonces quien no
respetaba esa escisión en el vestido se exponía a
la censura social y a las penas que marcaban las
leyes suntuarias.
En el siglo XIV, Juan García de Castrojeriz en
pleno reinado de Pedro I de Castilla reafirma-
ba el vestido como elemento identificador y de
contraste de la mayor o menor jerarquía social:
Todas las personas no son iguales ni deben
ir vestidas de una manera; más los que son
iguales en un estado deven ser vestidos de
unos pannos e los del otro estado mayor
deven ser vestidos de mayor guisa...37
Según el testamento el vestuario de nuestro
capitán era abundante, conforme a su catego-
ría de capitán, que tenía que alternar con reye-
zuelos y reyes majestuosamente vestidos, y ade-
cuado en lanas, hilos y hechuras a un viaje con
hielo antártico, calor tropical, calmas chichas
y temporales huracanes: una capa aguadera,
4 chamarras, 4 sayos, 7 jubones, 1 cuera, una
jaqueta, 7 calzas, un calzón, 3 medias calzas,
tres bonetillos, unos zaragüelles, un sacote, un
papahígo, dos gorras, una escofia, un chapó o
chapeo, y en un aparte, una esclavina y 19 ca-
misas. Este vestuario aparece acompañado de
colchones, almohadas, fundas o cobertores de
almohadas, mantas, junto con menaje de coci-
na, y curiosamente, sus dos espadas, la esfera
del mundo, y el almanaque en latín. No es un
vestuario como el de Fernando Magallanes, en
la primera expedición, que encargó dos arneses
en Bilbao y que lo visten de acero de pies a cabe-
za. Así puede presentarse a los pueblos extraños
como un invulnerable ser sobrenatural38
. Es un
vestuario de lujo, como el que adornaba a los
reyezuelos de las islas.
Un vestuario de capas sayos y jubones, de
sombreros y calzas, de seda, terciopelo y lino,
de los más variados colores, acuchillados y no
acuchillados, que demuestra por sus calidades
un culto espontáneo u obligado a la apariencia,
al teatro ante sus pilotos y marineros y ante reye-
zuelos e indígenas, un instrumento escenográfico
en el desfile que día a día hacían los hombres por
las islas y naos de las Molucas. El proyecto de la
segunda expedición a las Molucas había elevado
enormemente la escala del marino de Guetaria.
Tenía que ascender también el nivel de sus ropa-
jes. Tras su final del primer viaje y vuelta al mun-
do pidió al emperador cuatro mercedes: el título
de Capitán Mayor para la próxima expedición a
las Molucas, gobernar una isla de las especias, el
hábito de la Orden de Santiago y una remunera-
ción económica. A aquel excelente marino, pero
hijo de pescadores no le dieron la cruz de Santia-
go en su vestimenta, pero sí la capitanía de una
de las naves y el ser sucesor del noble García Jo-
fre de Loaísa, Comendador de la Orden de San
Juan, General de la Armada y Capitán General y
Gobernador de las Islas Molucas.
En el vestuario se distingue la ropa traída, la
vieja, la nueva y la que se expresa sin ningún
adjetivo, que suponemos que era casi nueva.
Traído en la época significaba la ropa que se
ha usado un cierto tiempo39
, a medio gastar; 19
prendas estaban traídas, 14 había que no llevan
adjetivo de uso, 3 que son viejas, y 3 expresa-
mente dichas como nuevas.
La religiosidad, la política, la ciencia y hasta
los acontecimientos históricos se han sometido
37
Glosa castellana al Regimiento de Príncipes de Egidio Romano. Madrid, 1947, tomo lll, 1 parte, cap. XI, 55. Véase
Josefa Leva Cuevas: “El vestido y las leyes suntuarias como configuradores de la industria textil. La collación de Santa María
en la Córdoba Bajomedieval”.En Ámbitos. Revista de estudio de Ciencias Sociales y Humanidades 9 (2003), pp. 11-20.
38
Stefan Zweig: Magallanes. En Obras escogidas, ed. Alejo Carpentier. Chile: Andrés Bello, 1994, pg. 335.
39
Hibrosne Victor: Tesoro de las tres lenguas española, francesa e italiana. Ginebra, 1609.
M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //51
a colores muy estrictos. Los colores son espejos
de nuestros gustos, miedos y herencias, y por
tanto, de los de Juan Sebastián Elcano. En su
vestuario la abundancia y variedad de colores
resulta curiosa por la abundancia de colorados
y granas (8), negros (5). Plateados y argentinos
(6) y menos abundantes los inestables verdes
(3), y pocas muestras de azules o aniletos (azul
pastel), morados y leonados.
La prenda más significativa por abundante y
por lujo de tejido y color dentro del ropero de
Juan Sebastián era el jubón. Se recogen siete con
las telas más apreciadas y de mayor nivel: Uno
de tafetán doble, otro de terciopelo plateado,
otro de terciopelo negro, otro leonado y cubier-
to otro de raso colorado, cubierto de tafetán
acuchillado, otro cannamazo acochillado y otro
de cotilina o cotinín blanco).
Fue prenda principal de vestir ajustada que cu-
bre el tronco del cuerpo, generalmente con faldo-
nes, sin mangas o con mangas anchas, fijas o de
recambio; llaman la atención sus hombreras. Era
una prenda básicamente masculina, diseñada para
destacar los pectorales y hombros, mediante el
acolchado con plumas de ave, algodón o capas de
tejido. Era un modo de impresionar a los moluque-
ños. Se llevaba con calzas, por ello veremos luego
que también estas son abundantes en el inventario.
Cuando se acortaba por los faldones se usaba la
bragueta o abertura y división en las calzas y cal-
zones El oficio de jubetero requería una especiali-
zación, aunque muchas veces estas prendas fueron
confeccionadas por los simples sastres. Como ve-
mos en el testamento las guarniciones y adornos
de los jubones eran la cotilina que interpretamos
como el fustán de un algodón especial, el lienzo
de seda y sus variedades más importantes: tafetán,
damasco, aceituní, raso y carmesí, así como el ter-
ciopelo. Este se empleaba para adorno de mangas
y collares. Según el poder económico del cliente, el
jubón adquiría más importancia en sus materiales
y complementos de calidades superiores.
Veamos las tres telas de seda que daban mu-
cha fantasía al jubón, la prenda más vistosa del
inventario del ropero: El tafetán, el terciopelo y
la cotilina. El tafetán es y era un tejido de seda,
tupido y con visos o resplandores, usado en ropa-
jes de príncipes y ornamentos sagrados como ca-
sullas, estolas, sobrepellices y capas. En negro era
muy elegante en pleno siglo XVI, usado por reyes
y magnates. En Flandes se consiguieron magnífi-
cas versiones muy vendidas en toda Europa. El
raso es otra versión de la seda, un tejido muy liso,
pastoso y lustroso, cuya urdimbre es muy fina y
saliente, mientras que la trama es más gruesa, está
oculta. El terciopelo o tela de tacto velloso y sua-
ve, se hacía entonces, no con fibras artificiales de
acetato, y rayón, sino con las naturales de seda
y algodón. Su textura forma pequeños anillos de
hilo que sobresalen por una de sus caras y que
se cortan una vez tejida la tela para obtener una
superficie con pelo. La cotilina o cotonin, que en
estas dos versiones se menciona en el testamento,
nos atrevemos a compararla con una especie de
cotonin o fibra primaria, unicelular, obtenida del
lino o cáñamo mediante tecnología química o me-
cánica o la cotonia que es una tela fina de algodón
para ropas de cámara, de niños, colchas… Admi-
ten como el algodón los tintes y colores.
El jubón acuchillado era una prenda elegan-
tísima y de plena moda en el siglo del Renaci-
miento en Europa. Era llamado así por los cor-
tes, aberturas y cuchilladas para ver y contrastar
el forro (dotado con colores vivos). A la tela que
se veía entre las rajas se le llamaba bocados. Es-
tos eran de telas muy ricas, superiores en cali-
dad a la de la propia prenda, como las de oro,
de plata, damasco, raso, tafetán, etc. El acuchi-
llado responde solamente a la fantasía e ima-
gen que se crea alrededor y no a las necesidades
prácticas del vestido. Así lo expresaba Francisco
de Quevedo en su romance en la sexta musa de
sus Nueve musas castellanas:
Yo soy quien para vestirse
toda la Region mundana,
por estrecha la acuchillo
Y al cielo le pido ensanchas40
40
Quevedo. Musa, 6, romance 69.
52 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O
Los jubones, que recalcaban y agigantaban la
silueta de los hombres, eran las prendas más apre-
ciadas pues Elcano los destina a tres personas muy
cercanas en el testamento, uno nuevo de tafetán o
seda plateada a su paje y redactor del testamento,
Andrés de Urdaneta, y otro traido pero carmesí
cubierto de tafetán acuchillado, a un concuñado
y casi hermano, Hernando de Guevara, y a su her-
mano preferido, presente en la nao Vitoria, Mar-
tín Pérez. Un sobrino, Esteban Pérez, recibe otras
prendas y alimentos junto a su hermano Martín.
Todo el resto del vestuario lo manda a sus cuatro
hermanos para que lo repartan.
Las mandas de los bastimentos
Tras la experiencia de las hambrunas de la pri-
mera expedición de Magallanes, un año de via-
je, desde la salida en La Coruña el 24 de julio
de 1525 y la fecha del testamento un 26 de julio
de 1526, el capitán Elcano pudo todavía hacer
mandas de 1 fanega de harina, otra de trigo
y una arroba de aceite, pulpos y 33 quesos a
su paje Urdaneta y a su cuñado Hernando de
Guevara, ambos testigos del testamento y par-
ticipantes en su ordenación. Para el capitán
General, que moriría unos días después antes
de abrirse el testamento, deja un barril de 10
quesos y una barrica de vino blanco, más in-
corruptible por su remonte en los viajes que el
vino tinto. Otra del blanco fue para su hermano
Martín Cano. Para el maestre Hernando, el bo-
ticario y el barbero, a cada uno media arroba
de aceite. El capellán Torres recibió además de
dos camisas media fanega de trigo, de harina, y
media arroba de aceite. Debía de quedar harina,
trigo, pulpo, congrios, y aceite, pues tras esas
mandas concretas, pues lo manda a su hermano
Martín, para que los reparta entre sus hermanos
y los coma con sus compañeros.
No quedaban galletas, pero sí vino, tan im-
portante para mantener vivo el ánimo de los na-
vegantes, ni judías, ni lentejas, ni arroz, ni carne,
ni tocino ni cebollas, ni miel ni uvas, ni pasas,
ni almendras, ni azúcar, ni vinagre… Llevaban
desde julio del año anterior navegando por el
océano. No se había hecho mala previsión.
El heredero universal y los albaceas
Una vez cumplidas las mandas y deudas declara
que el resto es para su heredero universal, su hijo
Domingo Elcano, tenido con Mari Hernández
de Hernialde. Añade una importante condición
de que su madre y señora, doña Catalina del
Puerto sea de por vida señora y usufructuaria de
todos sus bienes inventariados en el testamento.
Sin embargo, si se producía la muerte de su hijo
Domingo, Catalina del Puerto se convertía en
heredera universal, como sucedió. La segunda
hija, cuyo nombre desconocemos, consta que
murió antes en el expediente del testamento de
Juan Sebastián Elcano.
Distingue el testamento los albaceas para
cumplir, mandar y pagar todas las mandas, y
los gobernadores y administradores de los dos
hijos hasta que los casen. Los albaceas nombra-
dos fueron siete: el comendador Loaysa, capi-
tán general de la Armada a las Molucas, doña
Catalina del Puerto, su madre, Martín Perez
Elcano, su hermano, Rodrigo de Gainza, su so-
brino, Santiago de Guevara, su cuñado, Martín
de Urquiola, maestre, y Domingo Martínez de
Gorostiaga. En cuanto a la albacea Catalina del
Puerto recibe una manda de cien ducados para
cosas que fuere de su voluntad de ella y no sea
obligada a dar cuenta de ellos a mi heredero o
herederos.
Los gobernadores y apoderados de los hijos
son Catalina del Puerto, su madre, su hermano
don Domingo, sacerdote de Guetaria, Domingo
Martínez de Gorostiaga y Rodrigo de Gainza,
su sobrino.
M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //53
Conclusiones
Estamos empeñados en la tarea de hacer una
transcripción actualizada a las últimas normas
paleográficas de esta pieza documental tan im-
portante, en aspectos como puntuación, correc-
ción de algunas palabras raras y mal transcritas,
sistema de puntuación y de sangrados o már-
genes, y que distinga los dos actos documenta-
les, el testamento propiamente dicho y el acta
de entrega del testamento cerrado. No cabe tal
transcripción en los límites de esta ponencia
congresual.
El estudio paleográfico de la escritura nos ha
llevado a la conclusión del protagonismo gráfi-
co de Andrés de Urdaneta en la confección de
este testamento. Será un aspecto a añadir en la
biografía de tan afamado cosmógrafo y conoce-
dor del Pacífico.
El testamento da y ha dado muchas pistas hu-
manas sobre la personalidad de Juan Sebastián
Elcano, sus aficiones a la lectura de libros muy
concretos, sus amoríos, el respeto y aprecio por
su madre, la música, las mercaderías escogidas
por él para los rescates y trueques, los vestidos
lujosos junto a los prácticos y la alimentación,
las dudas sobre el nombre de Pacífico y del
Sur… En fin, la lectura y relectura continua del
testamento se convierte en una crónica equipa-
rable a los conocidos y valiosos diarios de na-
vegación.
06. In Medio Orbe. Ponencia. Manuel Romero Tallafigo

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06. In Medio Orbe. Ponencia. Manuel Romero Tallafigo

  • 1. In Medio Or Sanlúcar de Barrameda y la I Vuelta al M be undo
  • 2. “Puerta de la Sirena” Castillo de Santiago (siglo XV) Foto: Óscar Franco En la imagen aparece la Puerta de la Sirena, portada monumen- tal del Castillo de Santiago; es de destacar el elemento mítico (la sirena de doble cola) que pertenece al imaginario simbólico de la Casa Ducal de Medina Sidonia, el hada Melusina, un ser mítico de naturaleza acuática que presidía –amparando bajo sus brazos los escudos de la Casa Ducal- el acceso al interior del castillo y cuya mirada apuntaba hacia el exterior del mismo, hacia la ribera, hacia la orilla del Guadalquivir en su desembocadura, precisamente ha- cia esa misma ribera que vería hacerse a la mar a los barcos de la Expedición Magallanes-Elcano. Es un elemento característico del Patrimonio Histórico y Artístico de Sanlúcar de Barrameda, repre- sentativo del contexto cultural y cronológico (la transición de los siglos XV a XVI) al que pertenece el horizonte de los grandes via- jes oceánicos en el que se inserta la I Vuelta al Mundo (1519-1522).
  • 3. In Medio Orbe Sanlúcar de Barrameda y la I Vuelta al Mundo Actas del I Congreso Internacional sobre la I Vuelta al Mundo, celebrado en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) los días 26 y 27 de septiembre de 2016
  • 4. In medio Orbe Sanlúcar de Barrameda y la I Vuelta al Mundo Actas del I Congreso Internacional sobre la I Vuelta al Mundo, celebrado en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) los días 26 y 27 de septiembre de 2016 CONSEJERA DE CULTURA Rosa Aguilar Rivero VICECONSEJERA DE CULTURA Marta Alonso Lappí SECRETARIO GENERAL DE CULTURA Eduardo Tamarit Pradas Edita: JUNTA DE ANDALUCÍA. Consejería de Cultura Colabora: Ayuntamiento de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) © DE LA EDICIÓN JUNTA DE ANDALUCÍA Consejería de Cultura © DE LOS TEXTOS Sus autores o los titulares de los mismos © DE LAS OBRAS PLÁSTICAS Los titulares de las mismas FOTOGRAFÍAS Los autores DISEÑO GRÁFICO Artefacto Sevilla, 2016 ISBN: 978-84-9959-231-2 DEPÓSITO LEGAL: 1965-2016 IMPRIME: Escandón Impresores ALCALDE DE SANLÚCAR DE BARRAMEDA (CÁDIZ) Víctor Mora Escobar DELEGADO MUNICIPAL DE CULTURA Juan Oliveros Vega COORDINADOR CIENTÍFICO DEL CONGRESO Y EL LIBRO Manuel J. Parodi Álvarez AGRADECIMIENTOS A todas aquellas personas, entidades, instituciones y colectivos que han hecho posible este volumen, y que colaboran activa y decididamente en pro de la Conmemoración del V Centenario de la I Vuelta al Mundo.
  • 5. M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //39 U LA PERSONA DE JUAN SEBASTIÁN DE ELCANO: Su testamento Manuel Romero Tallafigo1 n testamento como el de Juan Sebastián Elcano fue instantes o días del invernal julio, con la muerte más cercana, en me- dio de aquel océano azul tan pacífico en los tró- picos, tan gris y violento en la Antártida, “sin oasis para el calor, con frío sin misericordia, con la soledad en el desierto del agua, cercado por la muerte en mil formas” (Zweig). Instantes y días que han sobrevivido por la escritura sobre otros que también pasaron incansables pero no contaron con una pluma que lo plasmase. Un testamento es una crónica de aconteceres desde el nacimiento del testador hasta el instante de la firma, un retrato de la persona, un reflejo del alma. Nada sería Aquiles y Ulises sin la escri- tura que recogió las crónicas recitadas de Ho- mero, nada sería de Magallanes y Elcano, sin sus crónicas y testamentos, porque como parte de la humanidad total, todos somos sombras, nuestros hechos se disuelven como un azuca- rillo en el lago inmenso del tiempo y su hija la antigüedad que a todos nos sobreviene. Sólo los hace permanentes la crónica o cualquier relato escrito, o las formas que las esculpen o pintan dándoles nueva forma. Un testamento como el que nos ocupa nos revela la actitud resignada ante la muerte, las creencias religiosas en ge- neral, las preferencias personales hacia advo- caciones, órdenes y cofradías, las formas de transmisión de la propiedad, los pormenores de enseres domésticos y personales como libros, alimentos, música, las relaciones familiares, los amores… El 26 de julio de 1526, en una nao, única que se mantenía en ruta de las 7 que un año antes salían de La Coruña, la Santa María de la Vito- ria, la de mayor capacidad con 300 toneles, ca- pitana de la expedición2 , en pleno mar Pacífico, ya en el hemisferio norte de la esfera terrestre, a un solo grado de la línea equinoccial, Juan Se- bastián Elcano, en cama y enfermo en su per- sona y sano de entendimiento y juicio, ordenó con seso, puso en orden y concierto y declaró su largo y prolijo testamento y última voluntad. Todos los capitanes, comensales de una vistosa pieza de pescado, como una corvina, fueron in- toxicados por la ciguatera, comenzaron a sentir problemas gastrointestinales, a los que seguían afecciones al corazón, problemas de equilibrio, 1 Catedrático Emérito de la Universidad de Sevilla. 2 En la salida de la Coruña, Juan Sebastián Elcano capitaneaba la nao Sancti Spiritus, de 200 toneles, cargo al que añadía ser el piloto Mayor. Esta nao fue la primera que naufragó poco antes de atravesar el estrecho, saliendo indemne su capitán. Siguió el viaje en la capitana Vitoria.
  • 6. 40 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O fatigas, sabor a metal en la boca, y por último la muerte. La interpretación de la enfermedad de mal de cámara, escorbuto y depresión como la causa de la muerte de Elcano y otros capitanes se pone hoy en duda3 . Los dos actos y dos documentos del testamento El orden que dio a la elaboración de su testa- mento cerrado4 comprendió dos actos perfec- tamente documentados y separados, ambos firmados por Elcano y testificados por siete tes- tigos que sabían perfectamente escribir y firmar: El primero, el testamento propiamente dicho, o la declaración y relato formal en ítems o párra- fos de su voluntad en primera persona (ordeno e fago my testamento e prostimera voluntad en la forma siguiente) que no cuenta con suscripción notarial, sólo la de los testigos. En este primer acto nuestro marino se declara enfermo de mi persona e sano de mi entendimiento e juicio na- tural. No mienta estar en la cama cuando co- mienza la redacción y escritura. Lo hará en el segundo acto. Tras su cierre y sellado en un envoltorio de papel, el segundo acto y documento, con la mis- ma fecha es un sobrescrito del anterior, el acta de entrega, declaración de voluntad y mandato de ejecución de ese testamento doblado y cerra- do por parte de Elcano. Aquí nuestro personaje ya está postrado y enfermo en la cama de su cuerpo. Se muestra una crisis de salud más agu- da de la que veíamos en el testamento propia- mente dicho. Esta acta se escribió en un blanco sobre la misma envoltura que había cerrado y sellado el testamento, tal como decían las Parti- das de Alfonso X para los testamentos cerrados (Et debe dexar tanto pargamino blanco fuera de la dobladura en que puedan los testigos so- brescribir su nombre). A la vista el contador Real de la nao capitana, Iñigo Ortes de Perea, relata lo que ha visto y oído en Juan Sebastián Elcano (En presencia de mí, Ynigo Ortes de Perea, contador de la dicha nao capitana por sus majestades… el capitán Juan Sebastián El- cano… presentó esta escritura çerrada e sella- da que dixo ser su testamento… e mandava e mandó que se guardase e cumpliese e efetuase todo lo en él contenido e cada una cosa y parte de ella). Recibido el envoltorio el tal contador producía testimonio y fe pública notarial (Pasó ante mí) y se convertía así en el custodio del mismo hasta su apertura tras la muerte del tes- tador5 . El acta se carga de retórica jurídica para que el testamento sea entregado a los albaceas y cabezaleros para su cumplimiento. Llama la atención el enfático y retórico poliptoton o uso repetido de diferentes formas gramaticales de una misma palabra en una sola frase (mandava e mandó, se guardase e cumpliese e efetuase). Así aparecía en las Leyes de Castilla del mo- mento este tipo de carta de testamento cerrado en pergamino, con los siete sellos, en nuestro caso papel y siete firmas de los testigos junto a la suscripción notarial: despues que fuere escripto deue doblar la carta & poner en ella siete cuerdas con que se çierre de manera que finquen colgadas para poner en ella siete sellos. & deue dexar tanto pargamino blanco de fuera en que puedan los testigos escreuir sus nonbres.& despues desto deue llamar & rogar tales siete testigos commo dize en la ley ante desta & mostrarles la carta doblada & dezirles assi. Este es mio testamento & ruegovos que escriuays en el vuestros nonbres & que lo sellés con vuestros sellos6 . 3 José Ramón de Miguel Bosch: “Urdaneta y su tiempo”. En Cuadernos Monográficos 58 (Ministerio de Defensa, Madrid, 2009) 13. Vid. Gonzalo Fernádez de Oviedo: Historia General y natural de las Indias. Valladolid, 1557, XX, cap. 5. 4 El testamento que hemos usado se encuentra en el Archivo General de Indias, Patronato 38, n. 1, ramo 1. Forma parte de un expediente más amplio con todas las incidencias que su cumplimiento supuso para el Consejo Real de las Indias y para los herederos, principalmente su madre. 5 La Partida III, t. XVIII, ley 103 ordena al escribano que da fe del testamento que mientras fuera vivo aquel que lo fizo non lo debe mostrar a ome alguno sinon a él, el testador. 6 Hugo de Celso: Repertorio universal de todas las leyes de estos reinos de Castilla. Ed. de María Jesús Vidal Muñoz-Ma- riano Quirós García. Salamanca: CILUS, 2000, p. 37. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. <http://www.rae.es> [21/09/2016].
  • 7. M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //41 El protagonismo del entonces paje Andrés de Urdaneta (1508-1568) El orden y el dictado del testamento se atuvo a formas preestablecidas, pero la escritura mate- rial con el cañón de ave y la tinta, el orden en las mandas y orden y recuento pormenorizado del inventario de bienes, tenemos que atribuirla al puño y letra del entonces paje y ayudante de Juan Sebastián Elcano, de 18 años, Andrés de Urda- neta, natural de Villafranca de Oria, hoy Ordi- cia7 . Sólo unos renglones al final del testamento pueden atribuirse a la mano de Martín García de Carquizano, capitán y tesorero general de la Armada. Ambos además de testigos cuentan como escribanos amanuenses, aunque el encar- gado de dar fe al acta de entrega del testamento cerrado fuera el Contador Real de la Vitoria. El testamento introducido en el envoltorio no cuen- ta con suscripción notarial, sólo firman los tes- tigos. Un cotejo pericial y atento de sus gestos gráficos, en las firmas y en el texto, tanto en el testamento como en otros autógrafos custodia- dos en el Archivo General de Indias, nos lleva a esta conclusión. Urdaneta tiene letras redondas, con empastes contrastados de tintas en gruesos y perfilados, con un buen apoyo de las piernecillas de la pluma sobre el papel. Es muy evidente en el gesto gráfico espontáneo, inimitable y personal de Urdaneta en la línea y el nudo final, cuando cierra las mandas e items, …para que non metan entre medias otros fechos extraños8 . Al contra- rio la escritura de Carquizano es más suelta y angulosa, sin contrastes de gruesos y finos en los cuatro renglones que cierran el testamento. En las firmas con nombre y apellido como testigos de ambos personajes hemos descubierto esta au- toría y ha merecido por nuestra parte un informe pericial caligráfico. La intervención de Urdaneta también se manifiesta por fechar en el Mar Pací- fico, y Carquizano en el Mar del Sur, y por la po- sición de su firma en el lugar del escribano en el testamento y en el acta como veremos más tarde. No se ha escrito hasta ahora nada sobre la habilidad de Urdaneta para intervenir como es- cribano y amanuense y como organizador de los items en un testamento tan señero en la historia de la navegación. Conociendo su demostrada increíble retentiva de cosas y casos de navega- ción, y su cercanía y proximidad con Elcano en su función de paje, durante los preparativos y la navegación, comprendemos que era la persona adecuada para inventariar con rigor y pormeno- rizadamente libros, mercancías, vestidos, cami- sas, platos, alimentos y cuerdas musicales, hasta los últimos detalles. Sí se ha escrito que a Elcano le “sorprendió la inteligencia del entonces joven Urdaneta y su ansia por adquirir conocimien- tos”, hijo de escribano, que había estudiado las artes mayores y menores (gramática, dialéctica, retórica, aritmética, música, astronomía y geo- metría), e iniciado en filosofía y teología, que fue un lector incansable en el día a día de la nave- gación de los libros que llevaba consigo Elcano, un libro redondo y dos cuadrados (una esphera roma del mundo, un libro llamado Almanaque en latín y otro libro de Astrología)9 , lectura que compaginó y enriqueció con las observaciones náuticas muy al lado de su capitán (la dirección e intensidad de las corrientes marinas y de los vientos, la composición de las algas, el compor- tamiento y vuelo de las aves y el ritmo de las olas) aprendidos en horas y horas de navegación junto a un hombre tan experimentado como su capitán Elcano10 . Esas dotes de observación, re- tención y síntesis y esos estudios lo convierten en el escribano de confianza para un documento tan vital, para ordenarlo, precisarlo y detallarlo con tanta variedad de informaciones. 7 Urdaneta es famoso por acompañar a Elcano en la II expedición a las Molucas, por militar, fraile agustino, marino y explorador. Descubrió y documentó la ruta de navegación que permitió la conexión marítima entre Filipinas y México. 8 Partidas VI, I, III. 9 En la época del testamento el judío Abraham Zacuto, nacido en Salamanca en 1452 y fallecido en Damasco en 1515, escribió en Salamanca el libro Hibbur Ha-Gadol (El Gran Tratado). Su discípulo José Vecino o Viciño, publicó en Portugal en 1496 un resumen, el Almanach Perpetuum, que creemos que era El Almanach que Elcano llevaba consigo en la Nao. El otro libro de astrología, que es referido también en el testamento, pudo ser las Tablas Astronómicas de Alfonso de Córdoba, publicadas en 1503, donde se calculaban las millas de un grado de meridiano, obteniendo un valor de 62,5 millas. 10 José María Madueño Galán: Andrés de Urdaneta, un aventurero. En Cuadernos Monográficos 58 (Madrid, Ministerio de Defensa, 2009), pp. 66-67.
  • 8. 42 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O La apertura del testamento ¿Cuándo se abrió el testamento? Ese sería el ter- cer acto. Podríamos suponer en plena mar, tras la muerte de Juan Sebastián diez días después del testamento, el 5 de agosto de 1526. El depo- sitario del testamento, en el arca de las cartas, era el contador del Rey y de la nao capitana, Iñigo Ortes de Perea11 . Pero no fue así. Sabemos por el expediente del testamento que en 5 de oc- tubre de 1538 dos beneficiarias del testamento, las dos mujeres que dieron hijo a Juan Sebastián Elcano, María Hernández de Hernialde y María de Vidaurreta, demandan al Real Consejo de las Indias un testimonio de cómo el capitán Fernan- do de la Torre entregó un arca con la documen- tación de Juan Sebastián Elcano y de cómo fue abierto el testamento de mandado del Presiden- te del Consejo de Indias, junto con una copia del testamento. La finalidad era cobrar de Ca- talina del Puerto, madre del capitán, las mandas en ducados de oro de las que eran beneficiarias. Sabemos también por otro documento, que el testamento sin abrir fue ejecutado en parte el 22 de septiembre de 1526: Esteban de Mutio, por un servicio que hizo a Juan Sebastián Elcano (por servicio que le hice) y en cumplimiento de una manda testamentaria, recibió de Martín Pé- rez Elcano, hermano y ejerciendo como piloto de la nao Vitoria y como uno de los albaceas, tres pares de calzas, un jubón de cotonina, una ja- queta colorada, una almexía colorada y una cue- ra verde oscura, forrada de paño amarillo. Estu- vo presente en la entrega el contador y fedatario de la Armada, Martín Iñiguez de Carquizano, y un escribano real, Miguel de Montoya12 . A pesar de este libramiento el testamento no se abrió, no hizo falta, hasta que llegó de vuelta a España casi diez años después. El que el testamento fuera ce- rrado, no quiere decir que fuera secreto. Si lo hu- biera sido los siete testigos no habrían firmado el testamento, sólo lo habrían hecho en el envolto- rio. Era necesaria la publicidad del testamento porque su virtualidad dependía de unos trueques de mercancías en las islas de las Molucas, telas, abalorios, hachas, tijeras… por especias, drogas, perlas y oro. Martín Pérez Elcano, como her- mano y albacea, no pudo firmar como testigo, pero sí estuvo presente en la elaboración de las mandas y los ítems de mercancías registradas y debía poseer una copia o memoria del testamen- to. Por eso interviene y hubiera intervenido en los trueques de las mercancías pertenecientes a su hermano y herederos. Las partes del testamento Juan Sebastián se presenta sólo como el capi- tán y como “vecino” de Guetaria. Es hombre, no sólo práctico en la navegación por tierras desconocidas, sino algo leído y entendido en la práctica de Astronomía, como veremos des- pués por sus libros y su relación amistosa con el cosmógrafo y piloto Andrés de San Martín, maestro de Carlos V, experto en medir la longi- tud a través de la declinación de la aguja mag- nética y calificado por Antonio Pigaffeta como “latinista experto en materias concernientes al mar y la geografía”13 . Aunque enfermo, no tuvo pues un papel pasivo en muchas de las formas y partes de su testamento. Cuidó su estilo y cuidó todos los pormenores de mandas e inventario de bienes, que encomendó a la habilidad de su paje meticuloso y muy cercano, Urdaneta, y al auxilio de su hermano y testigos presentes en la redacción, que no sólo en la lectura. Este testa- mento no difiere en su formalidad con otros que se emitían por los mismos años. Había en la ex- pedición escribanos14 y contadores que poseían formularios notariales como los especificados en las Partidas de Alfonso X o como las impresas y difundidas Notas del Relator de Fernando Díaz de Toledo, secretario que fue del rey de Castilla, 11 Uno de ellos, el Capitán General de la Armada, García Jofre de Loaisa, murió cuatro días después el 30 de julio de 1526, un año después de la partida. 12 Patronato 38, R.1 - 17 - Imagen Núm: 31. 13 Laguarda Trías, Rolando: El cosmógrafo sevillano Andrés de San Martín: inventor de las cartas esféricas. Montevideo, 1991. MEDINA, José Toribio. 1890. El descubrimiento de Océano Pacifico: Vasco Nuñez Balboa, Hernando de Magallanes y sus compañeros. Chile, 1920. 14 En el mencionado recibo de Esteban de Mutio aparece en plena navegación un escribano real que da fe del cumplimiento de una manda del testamento.
  • 9. M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //43 Juan II, en sus versiones ya prolíficamente edita- das e impresas y por ello más asequibles en Va- lladolid, Salamanca, Toledo, Burgos, Logroño y Sevilla15 . En este último impreso se formulaba el comienzo solemne y el orden del testamento, y se definía muy bien la diferencia entre testamen- to abierto y cerrado. Se seguían las pautas que ya marcara Alfonso X el Sabio en la Partida III, título XVIII, ley CIII. Las partes que se hilaban en el testamento son una breve invocación al nombre de Dios, una notificación a todos los que lo pudieran leer, una intitulación individual del autor, la declara- ción de facultades mentales, la protestación de fe católica, un amplio dispositivo de últimas vo- luntades con sus parcelas bien ensambladas, la fecha y las suscripciones del testador y testigos. La suscripción de testigos en el testamento es se- ñal inequívoca de que no se hizo en secreto, sino que era conocido o pudo serlo por los mismos. La ausencia de estas suscripciones, si se hubiera dado en el testamento, era la manera de ...que los testigos non sepan lo que yace en él16 . Aquí como hemos visto sí lo sabían. Una cruz, hasta el siglo XIX tan habitual en todos los escritos, y un escueto In Dei nomine. Amen forman el primer renglón que manuscri- bió el entonces paje y buen calígrafo Andrés de Urdaneta. Juan Sebastián invocaba a Dios, el guía de los vientos y de las olas en aquel Mar del Sur o Pacífico, y el que a última hora iba a deci- dir si el testamento que se declaraba iba a tener o no tener cumplimiento, como después los hechos demostrarían. Hacer la cruz e invocar el nombre de Dios era tan importante y necesario en la épo- ca …que se ternía por sospechoso el testamento que no la tuviesse17 . Estaba claro en aquella épo- ca integrar en un solo y único bloque religión y derecho, religión y economía, sobre todo en el tema de las capellanías y mandas pías18 . Además el testamento se consideraba como un paso clave para poner ya el ánima en carrera de salvación19 . Para el presente y para el futuro, a todos, los que han visto antes y a los que hoy aquí vemos su testamento se dirige Juan Sebastián Elcano, con una fórmula que en Diplomática se denomi- na Notificación Universal: (Sepan cuantos esta carta de testamento vieren). Ahí incluye a su ma- dre, a sus albaceas, al presidente del Consejo de Indias, que lo abrió diez años después, a las ma- dres de sus dos hijos, que solicitaron una copia al dicho consejo, al archivero de Indias Aniceto de la Higuera, que a tinta señaló el testamento en los años 60 del XIX, a Fernández Navarrete que también lo transcribió en el siglo XIX... y al que esto escribe que lo ha releído muchas veces para exprimirlo en todo su contenido. En un testamento sólo interviene una volun- tad, un solo testador que se identifica e intitula como capitán y como vecino, que no natural de la villa de Guetaria (como yo, el capitán Juan Se- bastián Elcano, vecino de la villa de Guetaria). Su declaración de facultades mentales para tes- tar son concisas y poco nos aporta sobre si sus males eran el escorbuto o la ciguatera (Estando enfermo de mi persona e sano de mi entendi- miento e juicio natural, tal cual Dios nuestro señor me quiso dar) y el momento para declarar tiene una fórmula paradigmática (sabiendo que la vida del ombre es mortal, e la muerte muy cierta e la hora muy incierta) y una protestación de fe y sometimiento a la Providencia que con- dicionará las primeras mandas del testamento (e para ello cualquier católico cristiano ha de estar aparejado como fiel cristiano para cuando fuera voluntad de Dios, et por ende yo creyendo firmemente todo lo que la santa madre Yglesia cree fiel e verdaderamente). 15 Elisa Ruiz García: “Una aproximación a los impresos jurídicos castellanos (1480-1520) En IV Jornadas científicas sobre documentación en el siglo XVI. Madrid: Universidad Complutense, 2005, 353-354. 16 Partidas VI, I, II. 17 Diego de Ribera: Primera parte de escrituras y orden de partición y cuenta… con una instrucción a los escribanos del reyno al principio y su arancel. Madrid: Luis Sánchez, 1596, 7v. 18 Bartolomé Clavero: “Religión y derecho. Mentalidades y paradigmas”. En Historia, Instituciones, Documentos, 11 (Sevilla, Universidad, 1986), pp. 67-92. 19 Hernando Díaz de Valdepeñas: Summa de notas copiosas, muy sustanciales y compendiosas, según el uso y estilo que agora se usa en estos reinos. Toledo, Juan de Medina, 1543, 24r.
  • 10. 44 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O El dispositivo o fórmula principal que abarca todas las mandas del testamento es hordeno e fago my testamento e prostimera voluntad. Las Partidas de Alfonso X eran relativamente más prolijas: fago este mi testamento e esta manda, en que muestro la mi postrimera voluntad. En estas disposiciones habla el cristiano, el vecino y paisano de Guetaria, el hijo, el soltero y el amante de dos mujeres, el padre de dos hijos, el hermano, el poseedor de unos bastimentos y mercaderías en plena mar. Habla a través de una serie de mandas, donaciones o legados, unos forzosos y otros libres, a través de una meticu- losa declaración de bienes, unos ciertos y tan- gibles, otros meramente posibles. El destino o providencia superior no se dejó luego mandar, ordenar y atar con un testamento formal en alta mar, ni con un juramento, ni a través de una declaración de deudas, ni a través de un solo anunciado rescate, trueque o cambio de mer- caderías por especias y piedras preciosas, ni a través de un legado inmediato de objetos perso- nales, ropas de vestir y alimentos, ni a través de una declaración de heredero universal y a través de la institución de los albaceas o cabezaleros que es lo mismo que testamentarios y albaceas. La historia del cumplimiento de las mandas es otra faceta que tocaremos aquí marginalmente. Las disposiciones no cierran el testamento, sino una serie de súplicas y encomiendas al co- mendador Loaysa, a su hermano Martín Pérez, a su madre Catalina del Puerto, y a los cabe- zaleros. La primera al capitán General Loaysa para que se encargue como tal de sus cosas y trueques durante la navegación de la Armada y tras el regreso, en la Corte del Rey. La segunda a su hermano Martín para que venda, trueque y tenga cargo de las mercaderías que transportaba ya sólo la nao Vitoria. La tercera a su señora y madre, la más destacada y respetada, y a los albaceas para que acepten dicho encargo. Antes de estampar la fecha el discurso que- da cortado bruscamente, tanto en la escritura, pues Andrés de Urdaneta deja de escribir y deja la pluma Martín García de Carquizano, como la estructura sintáctica del texto, que queda bruscamente cortada con el adjetivo y epite- to “buenos” sin sustantivo previo o posterior (Asymismo ruego e pido a mi sennora e a los otros cabeçaleros que tomen e açeten el cargo deste dicho testamento e mis hijos, segund de la manera e cada uno en la forma susodicha e quiera usar e gozar como buenos). Me pregunto ¿buenos qué o quiénes? Una brusca prisa o una primera crisis grave en la enfermedad invaden a Urdaneta, que a mi entender comienza a escribir el acta de entrega y cierre, mientras García de Carquizano remata el testamento con la fecha y la relación de los testigos. No obstante faltaban once días para que se produjese la muerte que certificó Urdaneta en su Diario: Lunes, a seis días de Agosto, falleció el magnífico señor Juan Sebastián de Elcano20 . La fecha tópica, que manuscribe García de Carquizano, es dentro de la nao Vitoria, en una latitud norte a un grado de la línea equinoccial o del ecuador en el “Mar del Sur”, denominación que recibió de Vasco Núñez de Balboa, y la fe- cha crónica un veintiséis de julio de 1526. Gra- do que se midió mirando al cielo, con la estrella polar en el horizonte, porque era el único modo de andar por la mar inmensa. La Nao Vitoria era la única que quedaba de la expedición. Era la de más tonelaje de las siete que salieron de la Coruña, y en pleno Mar del Sur, sin estrechos ni arrecifes o bahías, pero con olas gigantescas podía cumplirse el refrán popular “Barco gran- de, ande o no ande”. Aspecto este que se tendría muy en cuenta cuando Urdaneta aconseja bar- cos grandes para el tornaviaje de las Filipinas a Acapulco21 . En la fecha que escribe Urdaneta en el acta que cierra el testamento el mar del Sur pasa a denominarse en el “Mar Pacífico”, denominación de la expedición de Magallanes y más vital para Elcano y su paje, cosmógrafo en ciernes. Podemos entender que no se indique 20 Arteche, ob. cit., 238. 21 Ello es asi verdad pero todas las vezes que esta nauegaçion se a yntentado a sido con nauios pequenos y muy ruines, lo qual a sido muy gran ynconbeniente para no auerse hecho la nauegaçion de la buelta que en una mar tan ancha como ay de la Espeçeria a la Nueua [E]spaña a donde no ay que pasar el estrecho ni que doblar puntas de tierra ni baxios ni corrientes que estoruen, no ay razon porque pensar que una mar tan ancha sea en nauegar desde la Espeçeria y que tenda yda y no buelta. AGI. Patronato 46, R. 10.
  • 11. M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //45 la longitud o distancia a un meridiano hacia Levante o este, por las dificultades técnicas de entonces, problema clave de la obtención de las longitudes) a pesar de que Elcano llevaba libros como el latino Almanach perpetuum de Zacuto y otro de Astrología. Aparecen en un amplio blanco y al pie del tes- tamento las suscripciones del testador y de los siete testigos, el impar número siete consagrado por las Partidas de Alfonso X, todos con apelli- dos vascos que por orden de posición jerárquica en el blanco papel son Andrés de Gorostiaga, Juan de Zabala, Martín García de Carquizano, Martín de Uriarte, único que por sí mismo seña- la con abreviaturas que actúa por testigo, Andrés de Aleche, Hernando de Guevara y por último en posición de escribano, es decir en el ángulo inferior a la derecha, el escribiente de práctica- mente todo el testamento, Andrés de Urdaneta. Respecto a los testigos he observado que todos saben firmar con soltura y artificio, y escribir su nombre con letras expertas, que en la enu- meración previa de los testigos el primero que se enuncia no es luego el primer firmante, An- drés de Gorostiaga, sino el que manuscribe los cuatro últimos renglones del testamento, Martín García de Carquizano, que cuando realmente firma lo hace en tercer lugar. Igualmente Urda- neta que se enumeraba el cuarto en la relación, firma el último en esa posición tan significativa, normalmente reservada al que da fe, el escriba- no público en tierra, o el contador y escribano de nao, en la mar. El paje Urdaneta no daba fe, pero era un testigo con la autoridad que daba el conocer a la perfección una por una todas las pertenencias del testador, que había oído el dic- tado y rellenado con su letra y rúbrica renglón a renglón prácticamente todo el testamento. Da su juego, por tanto, el discernir entre el orden de la enumeración y el orden de la estampación de las firmas. José de Arteche interpretaba las posicio- nes de estas firmas desde otro punto de vista, el de paisanaje de Guetaria y de edad, distinto al plano gráfico de autorías de escritura en la con- fección del testamento que defiendo: Un detalle, al parecer sin importancia, que, sin embargo, dice sin duda mucho. Por la colocación de las firmas se adivina que el primero en suscribir el documento después de Juan Sebastián fue su paisano Gorostiaga. Ambas firmas están a la par, la de Gorostiaga a la derecha de Elcano. La firma de Urdaneta es en cambio, la última, indudablemente por ser el más mozo de todos. Se puede asegurar, sin temor a equivocarse, que, aparte, naturalmente, de su hermano Martín, la solicitud de Gorostiaga se prodigó a la cabecera del lecho de muerte de Juan Sebastián Elcano22 . Las primeras mandas En las primeras mandas se refleja al cristia- no que busca ante todo el placer y tranquilidad, que se resumían las Partidas como el “pro de su alma” en la otra vida. Por ello lo primero es entregar el alma a Dios con una fórmula tan retórica y solemne, que con más o menos va- riantes se repite en muchos testamentos desde la Edad media hasta hoy en los manuales de nota- rios: Primeramente mando mi ánima a Dios que me la crió e me redimió por su preciosa sangre en la santa Cruz e ruego e suplico a su bendita Madre, señora Santa María, nuestra señora, que ella sea mi abogada delante su precioso hijo, que me quiera alcanzar perdón de mis pecados e me lleve a su gloria santa. Relacionada con la primera es la manda de disposición sobre sepultura y funerales. Si su se- pultura era el mar, sus aniversarios y exequias, su capellanía, en la iglesia de San Salvador de Guetaria en la huesa donde están enterrados mi señor padre e mis antepassados. No cabe duda que aunque Elcano se declare vecino, su natura- leza y nacimiento era Guetaria. Las siguientes son mandas, aunque obligadas o acostumbradas, piadosas, dadivosas en du- cados de oro23 , que no de plata, a las Órdenes de Redención de cautivos, recuerdo lógico en 22 José de Arteche: Elcano. Madrid: Espasa-Calpe,1972, 234-235. 23 Su peso era de unos 3,6 gramos y era una unidad de cuenta tanto en esta versión, como en plata, y sus equivalencias eran de 375 maravedíes en plata u oro.
  • 12. 46 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O un marinero que navegó por el Mediterráneo, a iglesia, hospitales y ermitas de Guetaria y su entorno (San Salvador, San Martín, San Pro- vencio, la Magdalena, San Antón, San Pedro, San Gregorio, San Lázaro, Santa Cruz) a otras iglesias y monasterios (Nuestra Señora de Iciar, Santa María de Guadalupe, Nuestra Señora de Aranzazu, de Iruniaunzu, Sasyola, Santa Engra- cia de Ayzarra, San Pelayo de Zarauz etc. No se sale de su entorno, salvo en dos casos, uno rela- cionado con su navegación por el Mediterráneo en campañas bélicas con el Gran Capitán y en las expediciones de Orán, Bujía y Trípoli (Santa Verónica de Alicante) y su segundo y último via- je a las Molucas, que partió no de Sanlúcar de Barrameda, sino de La Coruña (Monasterio de San Francisco de La Coruña e Iglesia del señor Santiago en Galicia. Por el dramatismo de misas que no consiguieron su fin (Elcano no volvió, Urdaneta sí lo hizo por Lisboa) o concesión de gracia, y por el paralelismo que pudo tener con los franciscanos de Sanlúcar en la primera expe- dición, recojo aquí una que prometió al salir en la segunda expedición: Item digo que yo con- certé con el guardián e frailes del Monasterio de San Francisco de la Coruña para que dixie- sen una misa de conceción cada día e tuviesen a cargo de rogar a dios por mi anima e de todos cuantos en esta armada veníamos, e por la dicha armada fasta tanto que yo volviese a España, e para ello hizo una obligación de sesenta duca- dos por ante Cristóbal de Polo, escribano del número de la dicha cibdad para les pagar cuan- do la dicha armada volviesa a la dicha cibdad de La Coruña. Mando que sean pagados al dicho guardián e monasterio e frailes. Todas estas dádivas piadosas quedan acota- das, en suspenso y condicionadas por la fuente de procedencia del dinero, el que su majestad el Rey le debía, y sólo de allí podían pagarse sin poder obligar los otros bienes poseídos o por poseer tras el rescate en las Molucas (Todas las mandas susodichas que sean pagados de los di- neros que su majestad me debe). Tras hablar el cristiano que cuida de su alma para aliviar el purgatorio de la otra vida, ha- bla el hombre con la obligación de …facer bien a algunos con quien han debdo de amor o pa- rentesco24 . Así lo hace el amante, que no espo- so de dos madres de sus hijos. La primera va a Mari Hernández de Hernialde, madre de Do- mingo Elcano, mi hijo. La justificación que da a los 100 ducados de oro es por cuanto seyendo moza, virgen hube. Nos consta por una minu- ta de Real cédula de 18 de enero de 1538, que lo cobró o por lo menos se mandó por el Rey hacerlo. La segunda manda de sólo 40 ducados es a María de Vidaurreta, de la que tuvo una hija en Valladolid, en su estancia triunfante en la corte entre 1522 y 1525, hija que al hacer el testamento tenía cuatro años: Ytem mando a la dicha María de Vida Urreta, madre de la dicha mi hija, por la criança della e por descargo de mi conciencia quarenta ducados que le sean pa- gados dentro de un anno. En las informaciones que se hacen en Guetaria 10 años después de la muerte de Elcano, requeridas por Catalina del Puerto, madre de Elcano, los testigos no cono- cían ya la existencia de ambos hijos, uno que fue nombrado heredero universal, y otra a la que Elcano asignó una dote y arras de 400 ducados. Esto ha hecho deducir que ambos niños murie- ron en edad prematura. También habla el hermano, el tío carnal y el primo en las mandas a su prima Isabel de una saya o bata de cuatro ducados, a sus sobrinos Martín y Domingo, hijos de Sebastián Elcano, su hermano homónimo, 20 ducados a cada uno. También habla el astrónomo y navegante cuando dona, si topaban con él25 , a Andrés de San Martín, piloto y cosmógrafo de la Armada de Magallanes, el Almanach perpetuum y otro libro de astronomía junto a tres varas de paño de lana colorada de Londres, con un valioso estofado y calidad, para que se haga una cha- marra: Ytem más otro libro de astrología e si si toparen con Andrés de San Martín que se le den 24 Partidas VI, IX. 25 Hoy la historiografía da por hecho que este cosmógrafo murió en la primera expedición a las Molucas, en la isla de Mactán, junto a Magallanes. Juan Sebastián Elcano unos años después vemos que no lo tenía claro.
  • 13. M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //47 los dos libros al dicho Andrés de San Martín. Ytem más mando que se le den al dicho Andrés de San Martín tres varas de panno colorado de Londres para una chamarra. Declaración de bienes: los trueques fallecidos de Elcano No hay ninguna declaración de monedas o di- nero contante y efectivo, no la hay tampoco de bienes inmuebles. En una declaración que hizo el factor de la Casa de la Contratación de la Es- peciería, Cristóbal de Haro, posterior a la muer- te de nuestro capitán afirmaba como Elcano y su madre Catalina del Puerto arriesgaron por el rédito de las especias y vendieron bienes mue- bles e inmuebles para financiar la II expedición a las Molucas26 . Se pleiteó por parte de la here- dera sobre sueldos y mercedes concedidos por el Rey a su hijo Sebastián, pero el valor posible de los bienes o mercaderías declarados en el testa- mento no se hizo efectivo en quintales de clavo y especias, porque como afirmó certeramente el dicho factor clara y contundentemente en dicho pleito: Lo de las quintaladas no hay hablar, pues la nao se perdió e no hubo efeto del viaje27 de la II expedición, a diferencia de lo que sucedió en la feliz y heroica primera expedición. El mismo Elcano dice que todos sus bienes, que va a referir son castrenses y ganados en ser- vicios al Rey, y que por tanto son de libre dis- posición28 . Pero de bienes posibles también se pueden hacer mandas, porque decían muy bien las Par- tidas cómo de las cosas que no son aún nasci- das o puedan nascer, puede ser fecha manda29 o legado, por eso el testamento para cumplirlas y pagarlas hace una declaración de bienes, con una cuidadosa anotación de los que son com- partidos con otros navegantes, vivos o muertos, de la expedición. Los primeros que declara son por nacer, es decir que si no nacían podían con- vertir a este testamento en hoja baldía, en cuan- to es una deuda de 1750 ducados de la Casa de la Contratación de la Especiería, en la Coruña, dinero ya empleado y arriesgado en el armazón de armas, instrumentos y aparatos que llevaban las naos de la II expedición a las Molucas. Lo segundo, otro dinero también por nacer o no cobrado, el sueldo, acostamiento o estipendio que día a día ganaba por su capitanía Elcano, que a finales de ese mes de julio de 1526 ya su- maban unos 1484 ducados. Pero además de esas dos deudas ya Elcano tenía comprometida parte a su socio financiero, el antedicho factor de la Casa de la Especiería, Cristobal de Haro30 . En el año 1534 Catalina del Puerto, madre y ya here- dera universal de Juan Sebastián, pleitea con el fiscal del Rey para que se le pague la pensión de 500 ducados anuales que el Rey le había conce- dido cuando vino del primer viaje a las Molucas y dio la vuelta al mundo. En tercer lugar, como objetos de valor nonato en parte y que no aparecen embalados en nin- guna caja ni fardo aparece el hierro, utilísimo y provechoso metal para cubrir muchas nece- sidades de los hombres, como son 800 hachas, 79 cubos y dos barriles de clavazón para car- pintería. Los cubos pesaban nueve quintales, equivalentes a 36 arrobas, o unos 396 kilogra- mos. Respecto a las hachas, cabe interpretarlas como instrumento cortante de hierro asido a un palo, que me parece por el contexto la explica- ción más acorde por las necesidades de leña en navegantes y moluqueños, aunque no podemos pasar por alto el otro significado de hacha como cuatro velas de cera juntas entre sí, no entrela- zadas como sucede en la antorcha, sino que dan una luz de cuatro pabilos, que también podía ser un objeto valioso para el trueque. Eran bie- 26 AGI: Patronato 33, ramo 1, 45. 27 Ibidem. 28 Partidas IV, XVII, VII. Sancho de Llamas Molina: Comentario crítico-jurídico literal a las ochenta y tres leyes de Toro. Madrid, 1852.409. 29 Partida VI, IV, XII. 30 Sobre este préstamo de Haro a Elcano, véanse los Autos del fiscal de Su Majestad con el factor Cristóbal de Haro, sobre que se le abonase las cantidades de maravedíes que gastó en el aviamiento de las armadas de Magallanes, y al comendador Loaysa, que fueron al descubrimiento del Maluco. Archivo General de Indias, Patronato 35, ramo 9.
  • 14. 48 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O nes tangibles o nacidos en parte ese 26 de ju- lio, pero perdida la nave, se perdió el creciente valor exponencial y sobreañadido del trueque por especias. Sin este trueque, como sucedió, la herencia se convertía prácticamente en baldía, salvo los sueldos y mercedes del rey que hemos mencionado antes. En cuarto lugar se declaran las mercaderías embaladas, según el orden e inventario por dos cajas y dos fardeles, saco o talegas grandes, con- tinentes que con los barriles no son debidamente resaltados en las transcripciones que se han he- cho del documento y que además daban mayor facilidad para salvarlas en caso de naufragio, como el que en esta expedición sufrió el capitán Juan Sebastián con la nao Sancti Spiritus que él comandaba (Item declaro que yo traía dos ba- rriles de clavazón en la nao Sancti Espiritus, e cuando se perdió la dicha nao se escapó de la clavazón dos millares...) En estas cajas se alma- cenaron telas y generos de “pacotilla” para los europeos, como lo eran el clavo, la canela y el jengibre para los moluqueños. Ese era el secreto del trueque. Un quintal de tallos de canela de Ti- dore, de nueces moscadas de Banda, o de clavo de Amboina, valían lo mismo que un gramo en Amberes o Gante. La pimienta de Amboina en aquel entonces se revaluaba en esas ciudades en una proporción de uno a dos mil. Igual pasaba con los refinados aromas de almizcle, ambar y aceites de rosas y con las perlas naturales, te- jidos de seda china y damascos de la India. El viaje trazado por los portugueses primero, y por Magallanes y Elcano, ya era directo, con menos costes e intermediarios, sin la intervención de la flota de Venecia, Egipto y su puerto Alejandría, naos por el Índico, camellos por Bagdad, Da- masco y Beirut. Las telas para el trueque y rescate aparecen medidas por número de piezas, por varas és- tas señaladas por cuatro palmos, o por anas. Esta medida, que podría ser llamada braza, era instrumentada por el brazo y marcaba la dimensión que hay entre el codo y la mano, un poco menos de un metro en el sistema métrico decimal. Las telas, sean lienzos o sean paños, que se llevan para el beneficioso trueque son el naval, tela tramada y útil para la vida de los na- víos pues las tempestades rajan las velas y la sal agrede a las tramas de hilo o lana; la Holanda o lienzo de lino, muy fino, para las camisas y pa- ñuelos (en las misas católicas se usaba para los corporales); varios manteles de ocho cuarteles; telas de angeo o lienzo de estopa o lino de An- jou (Francia); el cordelate o tejido basto de una trama con hilos o cordoncillos de lana; paños de lana teñida de colores; frisas o bayetas de lana de oveja de la Frisia, muy útil para forros de vestidos y moderar los contrastes de tem- peraturas y humedades. En un Oriente donde destacaban las sedas y tafetanes, tanto la lana como el lienzo sencillos eran muy apreciados como pudo comprobar Juan Sebastián Elcano en su primer viaje. Junto a las telas en las mismas cajas venían esos objetos más o menos encantadores y fan- tásticos para la mentalidad ingenua de los molu- queños, que en el trueque por especias o alimen- tos multiplicaban exponencialmente su valor, el que a la hora del testamento no había nacido como tal. Son los cientos y cientos de mazos de abalorios de cristal y matamundos31 de colores atados en manojo, las bacinejas o vasos de me- tal hondos y redondos para echar líquidos, los cristalinos azules, parecidos al cristal y pesados en libras, las manillas, brazaletes o ajorcas que aprisionaban las muñecas y los brazos, los agua- maniles o vasos de metal o cerámica de cuerpo ancho y cuello estrecho con asa y un pico en la boca para que el agua salga poco a poco, cu- riosamente una resma de papel genovés o 250 pliegos como los que se emplearon en este testa- mento que comentamos, muchas sartas y sarti- cos de margaritas o perlas de bisutería, pedrería falsa, grandes y pequeñas, engarzadas, docenas y docenas de cascabeles, encanto eterno de las almas infantiles32 , grandes y pequeños para so- nar y dar regocijo a personas y animales, doce- nas de cuchillos y tijeras y sombreros vedejudos con pelos apretados, apañuscados y ensortija- 31 Palabra de la que no he encontrado su significado exacto, aunque siempre aparece junto a abalorios y en manojos. 32 Stefan Zweig: Magallanes, 88.
  • 15. M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //49 dos. Junto a la ya citada resma de papel llama la atención que no aparezcan los espejos, sino una caja de anteojos o espejuelos que se pone delan- te de la vista para hacerla más larga a los que la tienen corta (anteojos que hacen grandes, cosas pequeñas, escribió Cervantes sobre ellos), sobre todo a los mayores de edad que con ellos no se cansan mirando. Si se jugaba con la concavidad o convexidad de las lentes. Pero no faltaban, aunque no muchos, objetos de oro y plata en los mismos fardeles que la tela. Se trataba de jarros de dos marcos y medio de plata, equivalente a más de medio kilo, tazones, cucharas y anillos de oro con sus piedras. Todas estas mercaderías debían ser rescatadas por los albaceas, entre ellos su hermano Mar- tín Pérez y convertidas en todas las partes que llegaren a oro, perlas, piedras preciosas, seda, droguería, especia, como de otros cualesquier cosas que se rescatasen. La música de Elcano Destacamos en lo que puede ser una nueva fa- ceta musical nunca dicha de la personalidad de Juan Sebastián, dentro de la relación de cajas y fardos, la presencia de doce madejas de hilo de cuerda para un manicordio: doze madejas de ylo de manicordio. Este instrumento, mencionado ya por Boecio en la Alta Edad Media, es de unas 49 o 50 teclas, que tocadas con las manos, per- cuten y golpean 70 cuerdas de tripa de cordero, alambre o plata, que al estar recubiertas de tela suenan melodías y dan tonos escalonados desde la primera a la última, sin estridencias, suaves y dulces. Para los que querían tocar el órgano de las iglesias era el instrumento de ejercicio y aprendizaje33 . Fray Luis de León admiraba esta música de cuerda junto al río Darro en Sala- manca, nunca la imaginó en los días calmosos del mar Pacífico: La cuerda en la música, debidamente tem- plada en sí misma, hace música dulce con todas las demás cuerdas, sin disonar con ninguna34 . Fray José de Sigüenza en sus vidas de frailes jerónimos nos cuenta en el año 1600 una escena de moribundo y músico que podemos imaginar a bordo de la nao Vitoria, o la imaginación de Santa Cecilia, patrona de los músicos: El obediente sieruo de Dios sin hazer cuenta del extremo de su mal, y teniendo bien hecha la de su alma, respondio con mucho aliento, aparejado estoy padre, para hazer vuestro gusto en todo lo que mandáredes, assentose en la cama y pidió el manicordio començó a tañer y cantar con tanta suauidad que los puso en admiracion. El cantaua y tañía, y ellos derramauan lágrymas de deuoción35 . El otro es de santa Cecilia, donzella hermo- sissima que esta tañendo en vn manicor- dio, y algunos ángeles que cantan al son del instrumento, muy gracioso todo y de buen orden y luzes36 . La caja de las ropas de vestir En otra caja aparte se guardaban las ropas de vestir que Andrés de Urdanetacomo buen paje de Elcano, describe y enumera con toda per- fección. Un documento escrito que relacione un ropero, como hace un testamento como el de Elcano es muy importante para la historia y el vocabulario del vestido. Los trajes y prendas originales de aquella época ya han sido pasto de la polilla, hongos y bacterias. Las miniaturas o dibujos de hombres que encontramos dibuja- das y coloreadas en los códices y libros no son imagen de la realidad total. Incluso en la pin- tura del vestido y de los encajes de hilo de los cuadros flamencos y holandeses no se reflejan 33 Felipe Pedrell: Organigrafía musical antigua española. Barcelona: Juan Gili, 1901, 29-30. Realiza un estudio de los ins- trumentos musicales a partir de miniaturas y dibujos de códices españoles en la Edad Media y cita el instrumento que utilizó Juan Sebastián Elcano como monicordio. 34 De los nombres de Cristo, II, Príncipe de la paz. 35 Segunda parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo. Ed. de Juan Catalina García, Nueva Biblioteca de autores españoles. Madrid, 1907, pg. 491. 36 Ibidem, Tercera parte…, 633.
  • 16. 50 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O todas las clases sociales, porque a veces la pin- tura de género falsea por exceso de realismo o idealización el vestido del pobre y del rico. Un testamento con sus descripciones puede ser más perfecto en darnos la variedad y el modo del vestido, que desde ahí se interpretan mejor los mismos cuadros. El vestido forma parte de la cultura de la apa- riencia, del teatro que hacemos diariamente en este mundo, es un instrumento escenográfico en el desfile que día a día hacen los hombres por las calles y plazas de las ciudades. La fastuosidad de los poderosos maravilla y seduce a los más po- bres. Desigualdad social era desigualdad de ro- pero por la apariencia, la cantidad, la calidad, la forma, los colores, el adorno. Entonces quien no respetaba esa escisión en el vestido se exponía a la censura social y a las penas que marcaban las leyes suntuarias. En el siglo XIV, Juan García de Castrojeriz en pleno reinado de Pedro I de Castilla reafirma- ba el vestido como elemento identificador y de contraste de la mayor o menor jerarquía social: Todas las personas no son iguales ni deben ir vestidas de una manera; más los que son iguales en un estado deven ser vestidos de unos pannos e los del otro estado mayor deven ser vestidos de mayor guisa...37 Según el testamento el vestuario de nuestro capitán era abundante, conforme a su catego- ría de capitán, que tenía que alternar con reye- zuelos y reyes majestuosamente vestidos, y ade- cuado en lanas, hilos y hechuras a un viaje con hielo antártico, calor tropical, calmas chichas y temporales huracanes: una capa aguadera, 4 chamarras, 4 sayos, 7 jubones, 1 cuera, una jaqueta, 7 calzas, un calzón, 3 medias calzas, tres bonetillos, unos zaragüelles, un sacote, un papahígo, dos gorras, una escofia, un chapó o chapeo, y en un aparte, una esclavina y 19 ca- misas. Este vestuario aparece acompañado de colchones, almohadas, fundas o cobertores de almohadas, mantas, junto con menaje de coci- na, y curiosamente, sus dos espadas, la esfera del mundo, y el almanaque en latín. No es un vestuario como el de Fernando Magallanes, en la primera expedición, que encargó dos arneses en Bilbao y que lo visten de acero de pies a cabe- za. Así puede presentarse a los pueblos extraños como un invulnerable ser sobrenatural38 . Es un vestuario de lujo, como el que adornaba a los reyezuelos de las islas. Un vestuario de capas sayos y jubones, de sombreros y calzas, de seda, terciopelo y lino, de los más variados colores, acuchillados y no acuchillados, que demuestra por sus calidades un culto espontáneo u obligado a la apariencia, al teatro ante sus pilotos y marineros y ante reye- zuelos e indígenas, un instrumento escenográfico en el desfile que día a día hacían los hombres por las islas y naos de las Molucas. El proyecto de la segunda expedición a las Molucas había elevado enormemente la escala del marino de Guetaria. Tenía que ascender también el nivel de sus ropa- jes. Tras su final del primer viaje y vuelta al mun- do pidió al emperador cuatro mercedes: el título de Capitán Mayor para la próxima expedición a las Molucas, gobernar una isla de las especias, el hábito de la Orden de Santiago y una remunera- ción económica. A aquel excelente marino, pero hijo de pescadores no le dieron la cruz de Santia- go en su vestimenta, pero sí la capitanía de una de las naves y el ser sucesor del noble García Jo- fre de Loaísa, Comendador de la Orden de San Juan, General de la Armada y Capitán General y Gobernador de las Islas Molucas. En el vestuario se distingue la ropa traída, la vieja, la nueva y la que se expresa sin ningún adjetivo, que suponemos que era casi nueva. Traído en la época significaba la ropa que se ha usado un cierto tiempo39 , a medio gastar; 19 prendas estaban traídas, 14 había que no llevan adjetivo de uso, 3 que son viejas, y 3 expresa- mente dichas como nuevas. La religiosidad, la política, la ciencia y hasta los acontecimientos históricos se han sometido 37 Glosa castellana al Regimiento de Príncipes de Egidio Romano. Madrid, 1947, tomo lll, 1 parte, cap. XI, 55. Véase Josefa Leva Cuevas: “El vestido y las leyes suntuarias como configuradores de la industria textil. La collación de Santa María en la Córdoba Bajomedieval”.En Ámbitos. Revista de estudio de Ciencias Sociales y Humanidades 9 (2003), pp. 11-20. 38 Stefan Zweig: Magallanes. En Obras escogidas, ed. Alejo Carpentier. Chile: Andrés Bello, 1994, pg. 335. 39 Hibrosne Victor: Tesoro de las tres lenguas española, francesa e italiana. Ginebra, 1609.
  • 17. M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //51 a colores muy estrictos. Los colores son espejos de nuestros gustos, miedos y herencias, y por tanto, de los de Juan Sebastián Elcano. En su vestuario la abundancia y variedad de colores resulta curiosa por la abundancia de colorados y granas (8), negros (5). Plateados y argentinos (6) y menos abundantes los inestables verdes (3), y pocas muestras de azules o aniletos (azul pastel), morados y leonados. La prenda más significativa por abundante y por lujo de tejido y color dentro del ropero de Juan Sebastián era el jubón. Se recogen siete con las telas más apreciadas y de mayor nivel: Uno de tafetán doble, otro de terciopelo plateado, otro de terciopelo negro, otro leonado y cubier- to otro de raso colorado, cubierto de tafetán acuchillado, otro cannamazo acochillado y otro de cotilina o cotinín blanco). Fue prenda principal de vestir ajustada que cu- bre el tronco del cuerpo, generalmente con faldo- nes, sin mangas o con mangas anchas, fijas o de recambio; llaman la atención sus hombreras. Era una prenda básicamente masculina, diseñada para destacar los pectorales y hombros, mediante el acolchado con plumas de ave, algodón o capas de tejido. Era un modo de impresionar a los moluque- ños. Se llevaba con calzas, por ello veremos luego que también estas son abundantes en el inventario. Cuando se acortaba por los faldones se usaba la bragueta o abertura y división en las calzas y cal- zones El oficio de jubetero requería una especiali- zación, aunque muchas veces estas prendas fueron confeccionadas por los simples sastres. Como ve- mos en el testamento las guarniciones y adornos de los jubones eran la cotilina que interpretamos como el fustán de un algodón especial, el lienzo de seda y sus variedades más importantes: tafetán, damasco, aceituní, raso y carmesí, así como el ter- ciopelo. Este se empleaba para adorno de mangas y collares. Según el poder económico del cliente, el jubón adquiría más importancia en sus materiales y complementos de calidades superiores. Veamos las tres telas de seda que daban mu- cha fantasía al jubón, la prenda más vistosa del inventario del ropero: El tafetán, el terciopelo y la cotilina. El tafetán es y era un tejido de seda, tupido y con visos o resplandores, usado en ropa- jes de príncipes y ornamentos sagrados como ca- sullas, estolas, sobrepellices y capas. En negro era muy elegante en pleno siglo XVI, usado por reyes y magnates. En Flandes se consiguieron magnífi- cas versiones muy vendidas en toda Europa. El raso es otra versión de la seda, un tejido muy liso, pastoso y lustroso, cuya urdimbre es muy fina y saliente, mientras que la trama es más gruesa, está oculta. El terciopelo o tela de tacto velloso y sua- ve, se hacía entonces, no con fibras artificiales de acetato, y rayón, sino con las naturales de seda y algodón. Su textura forma pequeños anillos de hilo que sobresalen por una de sus caras y que se cortan una vez tejida la tela para obtener una superficie con pelo. La cotilina o cotonin, que en estas dos versiones se menciona en el testamento, nos atrevemos a compararla con una especie de cotonin o fibra primaria, unicelular, obtenida del lino o cáñamo mediante tecnología química o me- cánica o la cotonia que es una tela fina de algodón para ropas de cámara, de niños, colchas… Admi- ten como el algodón los tintes y colores. El jubón acuchillado era una prenda elegan- tísima y de plena moda en el siglo del Renaci- miento en Europa. Era llamado así por los cor- tes, aberturas y cuchilladas para ver y contrastar el forro (dotado con colores vivos). A la tela que se veía entre las rajas se le llamaba bocados. Es- tos eran de telas muy ricas, superiores en cali- dad a la de la propia prenda, como las de oro, de plata, damasco, raso, tafetán, etc. El acuchi- llado responde solamente a la fantasía e ima- gen que se crea alrededor y no a las necesidades prácticas del vestido. Así lo expresaba Francisco de Quevedo en su romance en la sexta musa de sus Nueve musas castellanas: Yo soy quien para vestirse toda la Region mundana, por estrecha la acuchillo Y al cielo le pido ensanchas40 40 Quevedo. Musa, 6, romance 69.
  • 18. 52 // L A P E R S O N A D E J U A N S E B A S T I Á N D E E L C A N O : S U T E S T A M E N T O Los jubones, que recalcaban y agigantaban la silueta de los hombres, eran las prendas más apre- ciadas pues Elcano los destina a tres personas muy cercanas en el testamento, uno nuevo de tafetán o seda plateada a su paje y redactor del testamento, Andrés de Urdaneta, y otro traido pero carmesí cubierto de tafetán acuchillado, a un concuñado y casi hermano, Hernando de Guevara, y a su her- mano preferido, presente en la nao Vitoria, Mar- tín Pérez. Un sobrino, Esteban Pérez, recibe otras prendas y alimentos junto a su hermano Martín. Todo el resto del vestuario lo manda a sus cuatro hermanos para que lo repartan. Las mandas de los bastimentos Tras la experiencia de las hambrunas de la pri- mera expedición de Magallanes, un año de via- je, desde la salida en La Coruña el 24 de julio de 1525 y la fecha del testamento un 26 de julio de 1526, el capitán Elcano pudo todavía hacer mandas de 1 fanega de harina, otra de trigo y una arroba de aceite, pulpos y 33 quesos a su paje Urdaneta y a su cuñado Hernando de Guevara, ambos testigos del testamento y par- ticipantes en su ordenación. Para el capitán General, que moriría unos días después antes de abrirse el testamento, deja un barril de 10 quesos y una barrica de vino blanco, más in- corruptible por su remonte en los viajes que el vino tinto. Otra del blanco fue para su hermano Martín Cano. Para el maestre Hernando, el bo- ticario y el barbero, a cada uno media arroba de aceite. El capellán Torres recibió además de dos camisas media fanega de trigo, de harina, y media arroba de aceite. Debía de quedar harina, trigo, pulpo, congrios, y aceite, pues tras esas mandas concretas, pues lo manda a su hermano Martín, para que los reparta entre sus hermanos y los coma con sus compañeros. No quedaban galletas, pero sí vino, tan im- portante para mantener vivo el ánimo de los na- vegantes, ni judías, ni lentejas, ni arroz, ni carne, ni tocino ni cebollas, ni miel ni uvas, ni pasas, ni almendras, ni azúcar, ni vinagre… Llevaban desde julio del año anterior navegando por el océano. No se había hecho mala previsión. El heredero universal y los albaceas Una vez cumplidas las mandas y deudas declara que el resto es para su heredero universal, su hijo Domingo Elcano, tenido con Mari Hernández de Hernialde. Añade una importante condición de que su madre y señora, doña Catalina del Puerto sea de por vida señora y usufructuaria de todos sus bienes inventariados en el testamento. Sin embargo, si se producía la muerte de su hijo Domingo, Catalina del Puerto se convertía en heredera universal, como sucedió. La segunda hija, cuyo nombre desconocemos, consta que murió antes en el expediente del testamento de Juan Sebastián Elcano. Distingue el testamento los albaceas para cumplir, mandar y pagar todas las mandas, y los gobernadores y administradores de los dos hijos hasta que los casen. Los albaceas nombra- dos fueron siete: el comendador Loaysa, capi- tán general de la Armada a las Molucas, doña Catalina del Puerto, su madre, Martín Perez Elcano, su hermano, Rodrigo de Gainza, su so- brino, Santiago de Guevara, su cuñado, Martín de Urquiola, maestre, y Domingo Martínez de Gorostiaga. En cuanto a la albacea Catalina del Puerto recibe una manda de cien ducados para cosas que fuere de su voluntad de ella y no sea obligada a dar cuenta de ellos a mi heredero o herederos. Los gobernadores y apoderados de los hijos son Catalina del Puerto, su madre, su hermano don Domingo, sacerdote de Guetaria, Domingo Martínez de Gorostiaga y Rodrigo de Gainza, su sobrino.
  • 19. M A N U E L R O M E R O TA L L A F I G O //53 Conclusiones Estamos empeñados en la tarea de hacer una transcripción actualizada a las últimas normas paleográficas de esta pieza documental tan im- portante, en aspectos como puntuación, correc- ción de algunas palabras raras y mal transcritas, sistema de puntuación y de sangrados o már- genes, y que distinga los dos actos documenta- les, el testamento propiamente dicho y el acta de entrega del testamento cerrado. No cabe tal transcripción en los límites de esta ponencia congresual. El estudio paleográfico de la escritura nos ha llevado a la conclusión del protagonismo gráfi- co de Andrés de Urdaneta en la confección de este testamento. Será un aspecto a añadir en la biografía de tan afamado cosmógrafo y conoce- dor del Pacífico. El testamento da y ha dado muchas pistas hu- manas sobre la personalidad de Juan Sebastián Elcano, sus aficiones a la lectura de libros muy concretos, sus amoríos, el respeto y aprecio por su madre, la música, las mercaderías escogidas por él para los rescates y trueques, los vestidos lujosos junto a los prácticos y la alimentación, las dudas sobre el nombre de Pacífico y del Sur… En fin, la lectura y relectura continua del testamento se convierte en una crónica equipa- rable a los conocidos y valiosos diarios de na- vegación.