Los olmecas creaban grandes cabezas de piedra. Una noche, una de las cabezas llamada Cabeza se encontró con una pelota de juego y le ofreció convertirla en una cabeza como ella para evitar ser golpeada. Esperaron al dios Sapo para que los ayudara, pero el sol amenazaba con salir. Cabeza aceptó llevar a la pelota consigo fundiéndola en su nariz en la figura de un gran jugador de pelota. Un niño olmeca descubrió luego que la cabeza de su padre