Messaggio della Consigliera per le Missioni_14 agosto 2021 por
20° Domingo T. O. ciclo 'a'
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LECTIO DIVINA, DOM XX, CICLO ‘A’
(Mt 15, 21-28), Juan José Bartolomé, sdb
Durante el tiempo de su ministerio público, Jesús rara vez se aventuró
fuera de los confines de Israel. El evangelio nos recuerda una de sus
escasas salidas y da la razón: ‘Buscando el anonimato y la soledad,
pasó un tiempo entre paganos’.
Jesús quería reponerse de la fatiga de la predicación y librarse del
acoso de la muchedumbre. Nos puede parecer lógica, y hasta
simpática la reacción inusitada de Jesús: ‘sintió necesidad de reposo’.
Esta actitud lo acerca más a nosotros, porque se portó como un
hombre más de los de su tiempo.
Nos maravilla la respuesta que da a la mujer que le pide ayude a su
hijo… Era una madre desesperada. ¿Por qué no quería atender su necesidad? Ella no era
judía; pero se atrevió a pedirle interviniera a su favor. Como su intención era suscitar la fe en
ella y en sus compañeros de viaje, pareció insensible ante su dolor.
Jesús necesitaba ser creído y puso sus exigencias. La mujer cananea ‘consiguió’ la curación
que pedía; la pedagogía de Dios tuvo éxito en ella y en la comundiad que presenció este
hecho.
SEGUIMIENTO
21. Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
22. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
23. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle
«Atiéndela, que viene detrás gritando».
24. Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
25. Ella los alcanzó y se postró ante Él, y le pidió: «Señor, socórreme».
26. Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». Pero ella repuso:
27. «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de
la mesa de los amos».
28. Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija.
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LEER: entender lo que dice el texto fijándonos cómo lo dice
Raramente Jesús se alejó de los confines
de Israel, pues se sentía llamado “a las
ovejas perdidas de Israel” (Mt 10,6).
El recuerdo de este milagro ayudaría
después a la comunidad de Mateo a
fundamentar su apertura hacia los
gentiles…
Alcanzada la universalidad tras el éxito de
la misión de Jesús, la comunidad cristiana
se apoyará en los pocos episodios, como
éste, en los que Jesús trató y curó a
paganos (cf. Mt 8,5-13).
Si la salvación depende de la fe, no es
preciso estar gravemente enfermo o
pertenecer al pueblo de Dios.
El episodio relata el poder de la fe. ¡La fe
de una mujer pagana! No es indiferente
que se presente como la crónica de un
diálogo, que abre la necesidad de una
madre desesperada y se cierra afirmando
la deseada curación.
A través del peregrinar de la mujer que
‘camina’, creciendo en confianza, hasta
desembocar a su osadía, pidiéndole al
Maestro que le conceda la curación de su
hija, aguantando la humillante y el rechazo.
Su fe pasó sabiendo que por no ser judía
la considerarían no merecedora del don
que pedía… En esa actitud, la pagana se
hizo una verdadera creyente, dando su
razón a Jesús… no obstante que Él
pareció negarse a escucharla…
La confianza que esta madre tuvo en
Jesús nació del sufrimiento que ella vivía al
ver enferma a su hija… Los discípulos –
siempre más ‘listos’ – querían que la mujer
se fuera; les incomodaban sus gritos;
querían caminar con tranquilidad.
Jesús parecía también no prestar atención
a su súplica; porque no era judía. Su
petición parecería inútil; pero ella creyó en
Jesús y eso fue suficiente para alcanzar la
gracia que pedía.
Ella aceptó no ser reconocida como hija
del pueblo elegido…, pero suplica alcanzar
el beneficio de la salud para su hija,
sabiendo que Jesús se la puede conceder.
La resistencia de Jesús, que la mujer
comprendió bien, no ahogó su confianza,
más bien, la renovó y la reforzó. Terminó
recibiendo ‘el pan de los hijos’, y su hija fue
curada.
MEDITAR: Aplico lo que dice el texto a mi vida
Apartándose de lo que era su misión, al conceder a la mujer pagana lo que era don para los
hijos de Israel, Jesús se alejó de sus destinatarios: La fe de esta extranjera logró lo que
pedía. En este acontecimiento, Dios fue retado como Dios, por quien, acuciado por su
necesidad, se atrevió a pedirle lo que sabía no merecía a los ojos de los que le
acompañaban.
¿Creemos merecer lo que pedimos a Dios con tanta urgencia?
¿Encontrará Dios tanta fe entre los suyos como la que tienen algunos extraños?
La mujer pagana insistió y venció la resistencia de Jesús. La fuerza de su obstinada
confianza pudo más que la fuerte negativa del Señor, que terminó por acceder a su petición.
El pedir una y otra vez hizo que Jesús la aceptara.
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Por desgracia, también hoy los ‘creyentes’ no tenemos una fe semejante a la de esa
mujer. Decimos que hay alejados, pero cuántas veces ellos se acercan a Jesús con más
confianza que los que nos sentimos cercanos porque hemos sido bautizados, porque
tenemos una fe de tradición…
En el fondo, es hasta lógico que Jesús no pensara en hacer milagros en tierra de no
creyentes. Había acudido allí precisamente para que nadie le siguiera importunando;
deseando descanso y anonimato, no le convenía hacer milagros; más aún, lo que menos se
esperaría Jesús era ser reconocido en tierra de paganos y que una gentil le pidiera algo…
Pero la enfermedad de la hija, que parecía imposible de ser vencida, llenó de valor a esa
madre. De no haber sido por la urgencia de un milagro, la mujer no hubiera acudido a Jesús,
ni habría importunado a sus discípulos con sus gritos.
Pero, ¿quién se atreverá a criticar a una madre que no pensó qué dirían de ella, con tal
de que su hija recuperara su salud?
Ésta es la primera lección que deberíamos aprender de la fe de la madre pagana. La
mujer acudió a Jesús porque no soportaba perder a su hija. No se dejó amilanar ante la
primera negativa de Jesús, porque lo necesitaba: no se sintió humillada y tampoco se
retiró; confiaba en Él e insistió, porque sabía a quién recurría. No le importó que Jesús
respondiera a su petición con el silencio; fue gritándole con una voz cada vez más
insistente… que molestaba a sus acompañantes…
Los discípulos, ajenos al drama de la madre afligida, y seguros de ser los acompañantes del
Maestro le pidieron que la atendiera, no por compasión, sino para librarse de las súplicas,
que parecían incomodarlos…
La nueva respuesta de Jesús es aún más dura que su silencio: pareciera que no quería
atenderla, porque no es hija de Israel, el Pueblo al que había sido enviado.
La madre no cesa ante su rechazo… y sigue apostando por los sentimientos de misericordia
del Señor. Reconoce que la comida de los cachorros no se les da a los hijos, pero con una
gran sensibilidad, arguye que las migajas que caen de la mesa si se las pueden comer los
perros; que las sobras no se desperdician si llegan ellos a recogerlas…
Aceptó el puesto, no muy honroso, que Jesús le dio. Pero insistió hasta ser ayudada: ‘Sabía
que no merecía las atenciones que Jesús concedía a los que son de su pueblo, pero su
sufrimiento la llenó de valor y pidió su compasión; no se dio por vencida ante la negación que
parecía darle el Maestro al seguir adelante, sin voltear a verla… por el contrario, en vez de
perder la paciencia, aumentó su confianza porque necesitaba que su hija sanara.
Ante semejante fe, y tamaña insistencia, Jesús no pudo menos que ceder; la mujer pagana
lo conmovió.
Dios claudica también si encuentra en nosotros fe y confianza; no nos imaginamos lo
que podemos lograr si insistimos ante Él, presentándole nuestras necesidades. ¿Le
presentamos lo que tenemos muy dentro, aquello que nos hace sufrir y que sólo Él
puede darnos?
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¿Somos capaces de resistir al silencio de Dios una y otra vez? ¿Insistimos a pesar de
que pereciera que Él no escucha la súplica que le presentamos? Solo así obtendremos lo
que le pedimos, como la mujer pagana. Siempre que insistamos y no perdamos la
confianza, Dios no se negara a ayudarnos. El actuará con nosotros en la medida que nos
vea creyentes…
Dios escucha a quien no se deja vencer por una aparente ‘indiferencia’ de su parte… Dios
no permanece sordo a la súplica de quien no se desanima por su silencio.
¿Por qué conseguimos tan poco?
¿Cómo es nuestra fe en el Señor?
¿Nos parecemos a la mujer pagana?
¿Pedimos la salvación que estamos necesitando?:
¿Cómo somos con los que catalogamos como menos creyentes que nosotros?
Para ser creyentes como la mujer pagana, tenemos que aprender a resistir el aparente
silencio de Dios. Él es un gran pedagogo… Espera que aprendamos de sus palabras y
sobre todo de sus actitudes…
ORAMOS nuestra vida desde este texto
Señor, enséñanos a entender tu aparente silencio y a crecer en
fe. Tú nos quieres mejores creyentes y nos pones a prueba.
Que sepamos esperar el momento en el que Tú quieras actuar;
que perseveremos en la oración, seguros de tu amor
providente… Que tomemos conciencia de la necesidad que
tenemos de dejarnos salvar por Ti.
Gracias porque siempre actúas, concediéndonos lo que más
conviene. Aquí nos tienes y Tú sabes cuánto necesitamos tu
ayuda… Te pedimos también por todas las personas que tienen
problemas muy serios y no saben que Tú quieres y puedes
ayudarlas. ¡Aumenta nuestra fe!. ¡Así sea!