1. Las religiones orientales le negaban a la mujer su naturaleza racional.
El judaísmo se manifestó siempre como una religión de varones.
Más aún, en el idioma del Antiguo Testamento, las palabras
piadoso, justo y santo no tienen femenino.
Puesto que todos somos hijos del mismo Padre,
Jesús coloca a los hombres y a las mujeres en el mismo nivel.
Y se preocupa continuamente de ellas durante su vida pública.
Un grupo femenino seguía al Maestro por pueblos y ciudades.
Algo inconcebible para los rabinos de entonces,
que prohibían hablar con una mujer fuera de casa.
Además, numerosos milagros de Jesús tienen como destinatarias a las mujeres.
Marcos nos narra dos de esos milagros, intercalados el uno en el otro,
y los dos realizados a beneficio de dos mujeres.
Texto: Marcos 5, 21-43 // Tiempo Ordinario 13 –B-
Comentarios y presentación Asun Gutiérrez. Música: Mahler. Sinfonía 5ª. Adagietto.
2. 21
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a
su alrededor, y él se quedó junto al mar. 22 Entonces llegó uno de los jefes de la
sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, 23 rogándole con
insistencia: “Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se
cure y viva”.
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Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Los caminos de la fe, los grados de adhesión y relación con Jesús, son distintos en
cada persona. Pero la fe siempre supone el encuentro y diálogo personal con Él.
3. 25
Se encontraba allí una mujer que
desde hacía doce años padecía de
hemorragias. 26 Había sufrido
mucho en manos de numerosos
médicos y gastado todos sus bienes
sin resultado; al contrario, cada vez
estaba peor.
Resulta difícil hoy comprender la magnitud de la tragedia de la mujer que narra
el texto. Cualquier emanación de sangre dejaba en estado de impureza por un
tiempo. En este caso, doce años.
Doce años en los que esta mujer no había recibido ni un beso, ni un abrazo,
ni un apretón de manos de ningún ser humano. No podía tocar ni ser tocada.
No podía ni cocinar, coser, lavar para otras personas.
No podía hacer nada para nadie. La sociedad entera la rechazaba.
El peor rechazo era el religioso, que consideraba la enfermedad como castigo de
Dios y la consideraba excomulgada.
4. 27
Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás,
entre la multitud, y tocó su manto,
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porque pensaba:
“Con sólo tocar su manto quedaré curada”.
La mujer se atrevió aunque no fue fácil.
Le impedían acercarse a Jesús las personas que, de haber conocido su situación,
le hubieran dejado el campo libre, pues hubieran evitado su contacto.
Actuación con la que podemos identificarnos si tampoco queremos ser tocados por
las personas “indeseables” de nuestra sociedad. ¿A qué personas rechazo?
La mujer cree en Jesús. Se desembaraza de los prejuicios religiosos que le impiden
ponerse en contacto con él. Se atreve a tocar a aquel hombre que emana bondad y
comprensión, que tiene unos ojos profundos que no rehuyen su mirada, que invitan a
la confianza, a la fe. Se atrevió. Tocó para ser curada.
5. 29
Inmediatamente cesó la hemorragia,
y ella sintió en su cuerpo que estaba
curada de su mal.
El contacto con Jesús la había curado, la había hecho libre para volver a besar,
a abrazar, a acariciar a los suyos y a todos los que lo necesitaran.
Su corazón, tan necesitado de contactos humanos, sentía la plenitud que le
impulsaba a amar al mundo entero, en especial a quienes, como ella, eran
personas rechazadas y excluidas por la sociedad.
Podemos comprender los sentimientos que le trasmitió Jesús: recuperación de
la dignidad, ligereza de alma, plenitud de espíritu, alegría desbordada,
necesidad de compartir... Lo mismo que sentimos cuando sabemos que Jesús
está junto a nosotros, cuando necesitamos tocarlo y, sobre todo, cuando nos
sabemos tocados por Él.
6. 30
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se
dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó:
“¿Quién tocó mi manto?”
Jesús quiere conocer a quien pone su fe en él. No ha terminado el milagro.
Quiere devolver la confianza en sí misma a aquella mujer.
Ayudarla a salir del anonimato.
No era fácil confesar en público lo que había hecho.
Su actuación había convertido en impuro a Jesús (Lv 11, 44-45 – 15, 25-27).
De nuevo ¡se atrevió! y fue capaz de sobreponerse a todos los miedos
y a los “qué dirán”.
Dar testimonio de la fe implica salir del anonimato y dar la cara.
7. 31
Sus discípulos le dijeron:
“¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y
preguntas quién te ha tocado?
32
Pero él seguía mirando a su alrededor, para
ver quién había sido. 33 Entonces la mujer, muy
asustada y temblando, porque sabía bien lo
que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies
y le confesó toda la verdad. 34 Jesús le dijo:
“Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz,
y queda curada de tu enfermedad”.
Muchas personas tocan a Jesús, pero pocas con la fe de esa mujer.
No son iguales todas las formas de acercarse a Jesús.
Jesús no se atribuye a sí mismo las curaciones. Recuerda algo realmente
sorprendente: Tu fe te ha salvado.Tu fe te ha curado.
Jesús le dice a la mujer que su fe es la causa de su salud.
En la persona que cree hay siempre algo que la puede salvar
y liberar de todo lo que la deshumaniza y le impide vivir con dignidad.
La fe obra el milagro, no al revés. La fe es una postura de total confianza en una
Persona, de entrega, de esperanza. La fe cura integralmente, la fe salva.
8. 35
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la
sinagoga y le dijeron: “Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al
Maestro?”. 36 Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga:
“No temas, basta que creas”. 37 Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro,
Santiago y Juan, el hermano de Santiago, 38 fue a casa del jefe de la sinagoga.
Ya no se trata de curar una enfermedad. Ahora el problema es mayor.
Jesús pide que se mantenga la fe, aunque las circunstancias se agraven.
También en esas ocasiones Jesús sigue repitiendo:
No temas, basta con que tengas fe.
9. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. 39 Al entrar, les dijo:
“¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme”.
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Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a
la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.
Jesús impide la entrada en la casa a quienes forman el coro de los lamentos,
a quienes se burlan de sus palabras e impiden que el corazón mantenga la
esperanza.
No ha muerto. Está dormida. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción
interna, que suenan a música celestial al padre y a la madre de la niña. ¡Ahora sí
que crece la esperanza! Y confiaron.
¿Confío yo en Jesús y en su Palabra?
10. 41
La tomó de la mano y le dijo:
“Talitá kum, que significa: ¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!”
42
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y
comenzó a caminar.
Jesús actúa sin conjuros ni complicaciones. Todo fue sencillo. Tomó a la niña
de la mano y le pidió que se levantara.
Al tocar un cadáver, Jesús vuelve a hacerse impuro (Núm 19,11), lo que parece que
no le importa ni le preocupa en absoluto.
Jesús me dice esas mismas palabras: a ti te lo digo, levántate.
Levántate de la pereza, de la rutina, del desánimo, de la prepotencia, del miedo,
de la incoherencia, de la tristeza, del egoísmo...
Jesús desea curarme, tocarme, darme la mano, venir a mi casa. Me dice: ten fe y
basta. Tu fe te está curando....
11. Ellos, entonces, se llenaron de asombro. 43 y él les mandó
insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo
que dieran de comer a la niña.
Esta revelación es todavía imperfecta. Hay que esperar a otra victoria más sublime
y reveladora: la victoria sobre su propia muerte. Entonces podrán divulgarlo todo.
Para levantarse y seguir viviendo la niña necesita comer. Todas las personas
necesitan tener alimento para una vida justa y digna.
Nuestra misión es dar de comer, repartir pan, alegría, consuelo, ilusión...
a quienes se cruzan en nuestro camino.
12. Nuestro recuerdo se va a posar ahora sobre las manos de Jesús,
unas manos capaces de transmitir confianza, de expresar afecto,
de ofrecer seguridad, de dar amor...
Manos abiertas para acariciar y bendecir a los niños,
manos tendidas para socorrer a quienes se echan al borde del camino
incapaces de seguir su andadura,
manos sanadoras para curar los cuerpos lacerados y los espíritus maltrechos,
manos trabajadoras que tiran de las redes o moldean la madera,
manos que marcan el camino y estimulan a seguir adelante,
manos que llevan a la plenitud.
Te pedimos que tiendas tu mano a todos y a todas para que tu tacto revitalice,
tu beso vivifique y tu abrazo consiga que seamos conscientes de tu cercanía.
Acompañados por ti también seremos capaces de hacernos cercanos
a nuestros hermanos y hermanas.
Ayúdanos a tender nuestras manos a quienes las necesiten.
Contamos con tu apoyo.
Ayúdanos a no perder la fe y a sentir el contacto de tus manos
contra las nuestras. AMÉN
Isabel Gómez Acebo