Este documento describe a María como discípula y misionera de Cristo. Explica que María es el ejemplo perfecto de seguir a Jesús a través de su fe, obediencia y meditación de la palabra de Dios. También destaca que María oró e intercedió por los demás como la primera miembro de la Iglesia y colaboró en la renovación espiritual de los discípulos. El documento concluye que María continuó la misión de Jesús y formó a muchos en ser misioneros al evangelizar a América Latina a través del event
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MARÍA, DISCÍPULA DE CRISTO Y MISIONERA
“La evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria”, afirma el
Documento de Puebla, en el nº 218.
“Imagen espléndida de configuración al proyecto trinitario, que se cumple en Cristo, es
la Virgen María.”, nos lo recuerda el Doc. de Aparecida en el nº 141. En efecto, desde
su Concepción Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda que la belleza y alta
dignidad del ser humano está toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que la
plenitud de nuestra libertad está en la respuesta positiva que le damos.
Constatamos con claridad y gozo que en América Latina y El Caribe muchos cristianos
desean vivamente, esperan fuertemente configurarse con el Señor al encontrarlo en
las comunidades orantes de la Palabra, recibir su perdón en el Sacramento de la
Reconciliación, y su vida en la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos,
en el culto tan espontáneo y generalizado, como sentido y filial a la Sma. Virgen,
madre de Dios y madre nuestra, en la entrega solidaria a los hermanos más
necesitados y en la vida de muchas comunidades que reconocen con gozo al Señor y a
María en medio de ellos.
María, discípula y misionera.
El Documento de Aparecida en el nº 266, nos dice con acierto teológico que “la
máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de “hijos en el
Hijo” nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (Lc. 1,45) y obediencia a la
voluntad de Dios (Lc. 1,38), así como por su constante meditación de la palabra y de las
acciones de Jesús (Lc. 2,19‐51), es la discípula más perfecta del Señor” (Lam, Gen, 53),
Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación
humana. María, con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los
creyentes en Cristo y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de
los discípulos.
María es santa porque fue permanentemente discípula que vivió una vida de fidelidad
al Señor Jesús. Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la
familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir. “El que cumple la
voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mt 12,49).
La oración de fe no consiste solamente en decir “Señor señor”, sino en disponer al
corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt. 7,21). Jesús invita a sus discípulos a
llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (Mt. 9,38).
“La oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de
la Encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración
coopera de manera única con el designio amoroso del Padre: en la anunciación, para la
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concepción de Cristo (Lc. 1,38); en Pentecostés para la formación de la Iglesia, Cuerpo
de Cristo (Hech.1, 14). En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la
acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha
hecho “llena de gracia“ responde con la ofrenda de todo su ser: “he aquí la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra”. Fiat, ésta es la oración cristiana: ser toda de El,
ya que Él es todo nuestro” Cat.Igle.Cat. nº 2617
El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (Jn. 2,1‐12), la
Madre de Jesús ruega a su Hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de
otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a petición de
la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la Nueva Alianza, al pie de la Cruz, María es
escuchada como la Mujer, La nueva Eva, la verdadera “Madre de los que viven”.
La oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magníficat, se caracteriza por la
ofrenda generosa de todo su ser en la fe. Cat. (2622)
“El discípulo de Cristo acepta llevar la cruz cada día cargar con ella en la actividad que
está llamado a realizar, nos dice el Cat.Igle.Cat. en el mismo 2427.
María tuvo una misión única en la historia de la salvación, concibiendo, educando y
acompañando a su hijo hasta su sacrificio definitivo. Desde la cruz, Jesucristo confió a
sus discípulos el don de la maternidad de María, que brota directamente; de la Hora
Pascual de Cristo. Perseverando junto a los apóstoles a la espera del Espíritu Santo,
como asimismo con los hermanos. D.A, 267.
Este mismo documento nos hace notar que: “Como en la familia humana, La Iglesia‐
familia se genera en torno a una madre, quien confiere “alma” y ternura a la
convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de
humanidad, es artífice de comunión”.
María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo, y, además formadora
de misioneros. Los señores obispos, en Aparecida, nos dicen que “Ella (María) así como
nos dio a luz al Señor del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el
acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés
que nos abrió a los dones del espíritu. Desde entonces, son incontables las
comunidades que han encontrado en ella inspiración más cercana para aprender cómo
ser discípulos y misioneros de Jesús nº 269.
Vale recordar, a propósito del “acontecimiento guadalupano” al que hacen alusión
nuestros obispos, que durante los primeros 90 años después de la llegada de la imagen
histórica a la doctrina de los indígenas chayalamas (hoy parroquia de El Cisne) se la
invocaba tiernamente y se le rendía culto alborozadamente bajo la advocación de
Ntra. Sra. de Guadalupe de El Cisne. A solicitud de los obispos mejicanos, la Santa Sede
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pidió al obispo de Quito, hacia 1684, que se la honrara, en adelante, bajo el título de
“Ntra. Sra. de El Cisne”.
Las numerosas advocaciones marianas en nuestra América Latina junto con tantos
santuarios levantados a lo largo y ancho del continente nos demuestran la presencia
cercana de María a nuestra gente. Y nuestro pueblo es muy consciente de esta
cercanía y le agradece emocionada y devotamente rindiéndole un culto como Madre,
Reina, Hermana y Compañera de camino; y esta piedad mariana, tan nítidamente
expresada por nuestro pueblo, y en el caso de nuestra gente sencilla y pobre, tan
delirante y espontánea, constituye un precioso tesoro de la Iglesia de América Latina.
En esa devoción a la Madre de Dios aparece el alma de los pueblos latinoamericanos.
No nos extrañemos que en Loja y Ecuador haya ciertas expresiones de amor a María,
quizás sorprendentes para gente de otros países, de otras culturas, cuando quieren ver
a la histórica imagen vestida sea de peregrina o sea de Reina; sea de shuar o de
saragura, sea de militar o de policía, de mujer de la frontera o de emigrante, de obrera
o de compañera de los choferes. Y es que esta tiernísima y cercanísima “Mamita
Virgen”, como la llaman los más sencillos devotos suyos, al decir de los obispos de
Aparecida, “se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando
profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y
significativos de su gente” nº 269.”
Ahora, cuando la iglesia en América Latina enfatiza el discipulado y la misión y en la
Iglesia particular de la Inmaculada Concepción vamos a conmemorar, el próximo mes
de septiembre, los 80 años de la coronación de la imagen de Ntra. Sra. del El Cisne,
volvamos confiadamente la mirada, la mente y el corazón a María y reconozcamos que
ella es “imagen acabada y fidelísima de discipulado misionero.
Acojamos con docilidad y emoción piadosa el llamado del Papa Benedicto XVI en
Aparecida: “Permanezcan en la escuela de María e Inspírense en sus enseñanzas.
Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino,
les envía desde lo alto”.
María Santísima es la presencia materna indispensable y decisiva en la gestación de un
pueblo de hijos y hermanos, de discípulos y misioneros de su Hijo.