Este documento resume la historia de un pueblo llamado Sestao desde los años 1950 hasta los 1980 contada desde la perspectiva de un niño. Describe las costumbres y tradiciones de la época como las celebraciones de San Juan, la llegada de las vacaciones de verano y la visita del dictador Francisco Franco al pueblo. Además, menciona otros eventos históricos como el desembarco del hombre en la luna y la transición a la democracia en España.
Vicente Sorprendente es la revista escolar del CEIP Vicente Aleixandre de Torre del Mar.
Este número consta de dos partes. En la primera parte podéis mirar con ojos de niño la figura y la obra de Miguel de Cervantes. La segunda parte hace un recorrido por la diversidad de actividades que realizamos cuya finalidad es el enriquecimiento personal del alumnado, el desarrollo profesional de los docentes y la implicación excepcional de las familias.
Charles Rivera, nos vuelve a regalar uno de sus libros. Esta vez, nos traslada al s. XV, Una historia repleta de luchas, aventuras y supervivencia a través de las andanzas de nuestro vecino Tricio Egia.
Vicente Sorprendente es la revista escolar del CEIP Vicente Aleixandre de Torre del Mar.
Este número consta de dos partes. En la primera parte podéis mirar con ojos de niño la figura y la obra de Miguel de Cervantes. La segunda parte hace un recorrido por la diversidad de actividades que realizamos cuya finalidad es el enriquecimiento personal del alumnado, el desarrollo profesional de los docentes y la implicación excepcional de las familias.
Charles Rivera, nos vuelve a regalar uno de sus libros. Esta vez, nos traslada al s. XV, Una historia repleta de luchas, aventuras y supervivencia a través de las andanzas de nuestro vecino Tricio Egia.
ROMPECABEZAS DE ECUACIONES DE PRIMER GRADO OLIMPIADA DE PARÍS 2024. Por JAVIE...JAVIER SOLIS NOYOLA
El Mtro. JAVIER SOLIS NOYOLA crea y desarrolla el “ROMPECABEZAS DE ECUACIONES DE 1ER. GRADO OLIMPIADA DE PARÍS 2024”. Esta actividad de aprendizaje propone retos de cálculo algebraico mediante ecuaciones de 1er. grado, y viso-espacialidad, lo cual dará la oportunidad de formar un rompecabezas. La intención didáctica de esta actividad de aprendizaje es, promover los pensamientos lógicos (convergente) y creativo (divergente o lateral), mediante modelos mentales de: atención, memoria, imaginación, percepción (Geométrica y conceptual), perspicacia, inferencia, viso-espacialidad. Esta actividad de aprendizaje es de enfoques lúdico y transversal, ya que integra diversas áreas del conocimiento, entre ellas: matemático, artístico, lenguaje, historia, y las neurociencias.
2. 2
NOTA DEL AUTOR
“AQUELLA ESCUELA, ESTE PUEBLO, SESTAO” es un libro
que trata de entretener y mantener vivos unos hechos
que sucedieron en una época de convulsión social y
política, hechos que acaecieron desde los años
cincuenta hasta los ochenta, y que deben recogerse en
la Memoria Histórica de este pueblo. El autor, por lo
tanto, a lo largo del libro explica algunos de los
acontecimientos padecidos por los personajes que
aparecen en él; personajes con los que cualquiera puede identificarse ya que
es una historia de compañerismo, penurias, generosidad, privaciones y
orgullo. Una época en la que las mujeres criaban a sus hijos mientras los
hombres estaban trabajando de sol a sol, huidos y/o exiliados.
Algunos de los nombres, personajes e incidentes que se
citan en este libro son producto de la imaginación del
autor, intentando ser respetuoso con todas las
sensibilidades. Además, cualquier similitud con
personas reales, que estén vivas o muertas, son mera
coincidencia, y por supuesto, que los lectores saquen
sus propias conclusiones.
Mis agradecimientos a Luis Casas por su
encomiable labor de recogida y clasificación de fotos
antiguas de Sestao.
¡Mi más sincera admiración por Don Anastasio!
3. 3
Índice
Capítulo Página
I. Las Ansiadas Cajitas de Pastas 05
II. Visita del Caudillo a Sestao 10
III. El Casco, la Fiesta de San Pedro 20
IV. Alquitranado de las calles de Cueto 25
V. La Sierra, el Sordo, la Cueva del Moro y
La Fábrica de las Canteras 30
VI. Nuestras excursiones de verano y los gitanos 40
VII. El desarrollo Urbanístico, el Boom Inmobiliario y FEN 52
VIII. Las Navidades en Familia, la Tele de Vicen y Víctor 61
IX. Mi “Tía” Margaret. 68
X. Mi Primer Verano en Londres y la Ley Orgánica del Estado 77
XI. El primer autobús directo Bilbao- Sestao y el Patronato 87
XII. Recogida de la Basura, Instalaciones Deportivas y
la Disputa de Gibraltar 96
XIII. Masiel, Urtain, el Mayo Francés y el Boom Inmobiliario 103
XIV. La Disciplina en El Patronato 112
XV. Urtain y el Primer Asesinato de ETA
XVI. Llegada del Hombre a la Luna y
Los Poderes Fácticos en los Institutos 120
XVII.El Principio, el exilio 128
XVIII. La Travesía del Atlántico
XIX. La Isla de Ellis, Nueva York 136
XX. La Inspección Médica 146
XXI. Mí Nacimiento y La Diáspora Vasca 154
4. 4
XXII. La Otra Escuela 159
XXIII. El Sestao Convulso de los 70 y El Chicharrillo 163
XXIV. La Central Nuclear de Lemoniz y Los Curas 169
XXV.El Problemático Kiosco de la Música y
La Manifa Contra Franco 174
XXVI. La Llamada a Filas 179
XXVII. La Marcha Verde y Manuel Fraga Iribarne 182
XXVIII. El Servicio Militar 186
XXIX. Hospital Militar “Gómez Ulla” 190
XXX. La Llegada de la Democracia 197
XXXI. La Constitución, El Garrote Vil y La Asamblea de Parados 202
XXXII. La Huelga del Metal y El Nuevo Ayuntamiento 208
XXXIII. La Crisis de 1980, La Llegada de la Droga y
La Insumisión 211
XXXIV. Tejero, El Divorcio, La Colza,
Roquetas de Mar y Quini 215
XXXV. De Las Empresas Familiares a Las Multinacionales
y La Primera Promoción de la Ertzaintza 225
XXXVI. El Sestao Moderno, La Reconversión Industrial y
Las Inundaciones 230
XXXVII. El Otro Exilio, El GAL 236
XXXVIII. La Lucha en el Astillero de Euskalduna 242
XXXIX. El Cierre del Astillero de Euskalduna 244
5. 5
Capítulo I
LAS ANSIADAS CAJITAS DE PASTAS
Esta alegoría comienza en un pueblo de cuyo nombre si quiero
acordarme, Sestao, aunque seguramente estas historias padecidas por los
protagonistas de esta historia las haya sufrido cualquier hijo de vecino de
cualquier anteiglesia de España.
Vagamente recuerdo 1964 fue un año bisiesto y que tenía unos nueve
años, porque había hecho la comunión y porque faltaba muy poco para que
acabara el curso escolar. Para ser exacto era el veinte de junio, y las
autoridades locales nos iban a dar las anheladas vacaciones de verano, y con
6. 6
la llegada de las vacaciones todas las escuelas del pueblo se concentraban en
el centro del campo de fútbol del pueblo, Las Llanas, sito en la Alameda de
las Llanas, y que los mayores no paraban de hablar del robo al tren de
Glasgow, que nadie o casi nadie había oído aquel nombre antes, ni tan
siquiera sabían dónde estaba Glasgow, pero que estaba en boca de todo el
mundo. Así que, ese día nos vestíamos con la ropa de los domingos, nos
alineaban como tropas militares, con el brazo derecho extendido y la mano
encima del hombro del compañero de delante, entonábamos un Cara Al Sol
frente a las fuerzas vivas del pueblo, (los poderes fácticos de hoy en día) es
decir, el clero, el gobierno municipal, encabezado por el alcalde Sr. Jesús, y
por supuesto, los representantes franquistas locales de la O.J.E y de la
Guardia Civil quienes nos daban la charla pertinente, ¡ah!, eso sí, al acabar la
susodicha charla nos obsequiaban
con aquellas exquisitas y tan
apreciadas cajitas de pastas que
nosotros tan apresuradamente
llevábamos a casa aquel
sabrosísimo manjar como si
fuera un gran tesoro. Y por
supuesto que lo era, porque
debíamos esperar otro curso para poder saborear tan anheladas pastas.
Así que haciendo memoria, sería el siete de junio, porque todos los chavales
de Sestao estábamos absortos y centrados en la recogida de madera,
muebles viejos y cualquier material que pudiera arder en la Sanjuanada del
día 23, con el fin de competir contra los otros barrios del pueblo. El Sol, Albiz
y Rebonza eran los barrios a batir, ya que siempre hacían las Sanjuanadas
más grandes, aunque las madres de Cueto siempre hacían el mejor
chocolate y la gente de los demás barrios siempre acababan haciéndonos
una visita para degustar tan sabroso chocolate. Aquellas Sanjuanadas eran
tan grandes que tardaban hasta tres días en apagarse.
7. 7
Por otro lado todo el mundo estaba enganchado a las canciones pegadizas
de los Beatles, que eran la atracción mundial del momento y salían mucho
por aquella tele en blanco y negro. Sus canciones eran tan pegadizas que
hasta mi abuela, mi madre y mis hermanas las tatareaban. Y aquel día siete
de junio de 1.964 no iba a ser menos y la tele sacó a los Beatles dando un
paseo en barca por los canales de Ámsterdam, Holanda. Ni que decir tiene
que la noticia no la vimos por la tele, sino que la oímos por la radio, ya que
en aquel entonces muy pocos tenían televisor. Para nosotros Holanda era un
lugar muy lejano, maravilloso y muy democrático donde todo el mundo era
alto, guapo y rubio.
Por la mañana, sobre las nueve, como siempre, bajamos a la escuela, sita en
la parte baja del pueblo, que se llamaba como un general de esos, que
habían luchado con Franco en la Guerra Civil Española y que murió al
estrellarse la avioneta en la que viajaba hacia Pamplona en Alcocero de
Mola, Burgos, y que mis padres mencionaban tanto, pero que yo no sabía de
qué iba la movida, y que todo el mundo, incluso los maestros la llamaban
como el barrio donde está situada “Rebonza”. Y yo, pobre de mí, de camino
a la escuela siempre me preguntaba, “si todos llamamos a General Mola
“Rebonza, ¿por qué han puesto a nuestra escuela el nombre de ese General
tan odiado?.
Aquel día hacía bastante calor y el sol pegaba con fuerza en el patio de
Rebonza. A las nueve menos cinco de la mañana, antes de subir a nuestras
respectivas clases, nos alineaban por clases, en filas militares, como en el
campo de fútbol de Las Llanas, para cantar el “Cara al Sol” y vitorear varias
veces “Viva Franco, Viva España y Viva Cristo Rey”, y una vez concluido el
“show” subíamos en fila india, en absoluto silencio, los quince peldaños que
había hasta la puerta de los niños, ya que las niñas estaban separadas en el
ala sur, y de allí continuábamos de uno en uno, sin chistar palabra, bajo
castigo severo, hasta el aula correspondiente.
8. 8
Aquella mañana transcurrió como siempre, sin sobresaltos,
bueno cuando alguien no se sabía la lección el profesor y
director Don Luis sacaba unas varas de avellano, escogidas
a posta para su cometido, y nos asestaba unos varazos en
las manos que ni el ajo que nos untábamos en las manos
para mitigar el dolor funcionaba, mejor no recordar
aquellos “inolvidables” momentos.
A las once en punto salíamos al recreo, pero antes de salir a aquel patio en
rampa, un patio que no tenía nada, ni porterías de fútbol, y mucho menos
los aros para jugar al baloncesto, que era un deporte relativamente seguido
por muy pocas personas y que nosotros pensábamos que era un deporte de
chicas, nos daban un vaso de leche en polvo caliente para que nos
fortaleciera los huesos y nos
ayudara a crecer. A casi nadie le
gustaba aquella leche, a mí en
cambio me gustaba muchísimo y
siempre pedía otro vaso. Creo que
conmigo si funcionó aquella leche
milagrosa porque llegué al metro
ochenta y tres. Cuando llovía no
nos dejaban salir al patio y nos
dejaban jugar en los largos pasillos.
Algunos nos metíamos en el baño
para llenar de agua aquellas enormes pilas y retarnos a ver quien aguantaba
más con la cabeza debajo del agua.
Salíamos a comer a casa sobre la una de la tarde, ya que tampoco existían
los comedores escolares, para volver a la escuela a las tres de la tarde,
pasando por todo el protocolo patriótico del Cara al Sol y la referencia
militarista, y así hasta las seis de la tarde que nos íbamos a casa con los
temidos y odiados deberes, aunque antes teníamos tiempo para ir al Eusko
9. 9
Lorak a entrenar para salir bailando en la Primera Bajada a Simondrogas, que
se celebró en 1.967.
10. 10
Capítulo II
VISITA DEL CAUDILLO A SESTAO
Aquella tarde de junio, al entrar en clase, vimos unas banderas
españolas a todo color, en DIN A4, encima de la mesa de Don
Luis. Todo el mundo se preguntaba si íbamos a tener un
“guateque” o una fiesta de fin de curso. Se hacían apuestas de todo tipo,
incluso alguien dijo que las banderolas eran para la fiesta de San Pedro,
patrón del pueblo, que se celebra el veintinueve de junio.
¡Nada más lejos de la realidad!
Cuando Don Luís abrió la puerta y entró todo el mundo se
levantó respetuosamente, como era habitual y obligatorio, y
esperamos a que Don Luís
se sentara para posteriormente
sentarnos nosotros. Entonces, Don Luís
cogió las banderolas y preguntó a
Alfonso, “¿para qué crees que son estas
banderolas, Alfonso?”. Alfonso, mi
compañero de pupitre, corpulento,
fuerte, y un tanto bruto, respondió,
“para ponerlas en las tapas de los libros,
creo, Don Luís”. Don Luís se levantó y se
dirigió al encerado. Escribió en el
encerado la palabra “Caudillo” y tras
una breve pausa nos preguntó si
sabíamos quién era el “Caudillo”. Todo
el mundo, en ese instante, se rió. Javier,
cuyo padre había luchado en la Guerra
11. 11
Civil, con el bando franquista dijo, “el Caudillo es el General Franco que ganó
la Guerra Civil contra los Rojos y que ha traído tanta prosperidad y paz a
España y a Sestao”.
Nadie dijo nada en contra de tal
afirmación. Yo había oído a mis padres otra
versión muy diferente y no estaba de
acuerdo, pero, quién decía algo en Aquella
Escuela, máxime cuando nuestros padres
nos habían instruido a no decir ni pio fuera
de casa sobre temas políticos.
Don Luís siguió con su charla y entonces
nos dijo que el “Caudillo” nos iba a visitar.
Hubo un estruendoso murmullo en el aula.
Nosotros equivocadamente pensábamos
que el mismísimo “Caudillo” iba a estar
con nosotros en nuestra escuela, pero Don
Luís fue más explícito y conciso y nos
comentó, “el Caudillo viene a visitar los Altos Hornos de Vizcaya el día 10 de
junio y pasará por la carretera de Santurce a Bilbao camino de las oficinas
generales de *Altos Hornos de Vizcaya sitas en Baracaldo. Así que os voy a
dar una de estas banderolas para que vuestros padres las pongan un mango
y el día diez las ondearemos cuando el Generalísimo pase por la carretera de
camino a las Oficinas de Altos Hornos. Pasado mañana (el 9 de junio) todos
debéis traer las banderas con un palo encolado”.
Todos, chicos y chicas, salíamos de clase contentísimos con aquella
banderola a todo color, sin saber lo que iba a suceder a posteriori en la casa
de algunos de nosotros. ¡Eso era harina de otro costal!
12. 12
Después de la escuela, como era habitual en esos días, me quedé a jugar a
las canicas con mis compañeros de calle. Ganando y perdiendo los cromos
de los futbolistas de aquella temporada. ¡Ahora que echo la vista atrás y
recuerdo la de horas que pasábamos jugando a las canicas y a otros juegos
en la calle y veo como han cambiado los tiempos y los gustos de los niños!
Llegué a casa sobre las siete menos cuarto, mi padre no había llegado aún,
ya que estaba trabajando en la fábrica, como la mayoría de los hombres de
aquella época.
Al llegar a casa saqué aquella
banderola roja y gualda y se la
enseñé a mí “Ama”. Mi madre me
preguntó mirando a la bandera
con una mirada de rabia, espanto
y resignación que yo nunca antes
había visto en su semblante, “¿de
dónde has sacado eso?”. Yo la
expliqué lo que Don Luís nos
había comentado esa tarde en clase. Ella no dijo nada y siguió con sus
labores domésticas, pero yo intuía, conociendo a mi madre, que aquella
bandera de España no le había gustado nada, nada, nada en absoluto, era
muy visceral en temas políticos.
Mis hermanas aún no habían llegado a casa. Al cabo de un rato mi hermana
“Chus” llegó con otra banderola y dio la misma explicación. Mi hermana
“Loli”, la mayor, solía llegar a casa tarde porque trabajaba para un
reconocido sastre de la localidad que posteriormente supimos que estaba
muy apegado al Régimen Franquista. Viendo que a mi madre no le había
hecho mucha gracia lo de la banderola, salí de casa con la bandera a esperar
a mi padre sentado sobre un peldaño de la antigua Cruz de Cueto.
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Mi padre llegaba a casa sobre las siete y cuarto de la tarde de trabajar. No
era un hombre chiquitero y siempre tomaba un par de vasos de vino en la
cocina de casa antes de cenar. (El padre era la figura más respetada en casa,
y una bronca de tu padre era peor que diez zapatillazos de tu madre en el
culo).
Y allí sentado sobre el peldaño de
la Cruz de Cueto, uno de los
iconos de Sestao, esperé a mi
padre como otras tantas tardes,
recordando todo lo que mi padre
me había contado de la primera
Cruz de Cueto, que se colocó, allí
en lo alto del pueblo, en el año 1.850, para recordar a todos aquellos que se
había llevado el cólera, y para que los que se habían curado no se olvidasen
14. 14
de que aquella enfermedad infecto-contagiosa
intestinal aguda azotó Vizcaya en los años
1.850, 1.860 y en 1.870.
Citando las explicaciones de mi padre, esta
emblemática cruz, tan querida por el pueblo,
fue derribada varias veces por distintas
razones políticas. Una de ellas fue que las
fuerzas vivas del pueblo estaban divididas
entre Carlistas, Republicanos y Anarquistas, y unos defendían la cruz como
símbolo divino y otros querían otra clase de símbolo más apropiado a sus
creencias políticas. Así que en 1.873 se colocó
una nueva de hierro forjado que fue
derribada en 1.933 por Crispiño, uno de
Simondrogas, quién la hizo pedazos y se la
llevó a la chatarrería de Simondrogas a lomos
de su burro. Posteriormente se levantó una
nueva en 1.944, que también fue retirada.
¡Pobre Cruz de Cueto! La que actualmente
campea en lo alto del barrio de Cueto es la última que se colocó hace ya
unas décadas.
Sentado en aquel escalón de la
Cruz de Cueto, mirando fijamente
hacia Rebonza, un poco más
abajo, donde hoy está sita la
escuela de Cueto, estaba el
Barracón, una especie de hospital
utilizado, según se decía, para
leprosos y/o tuberculosos. En
aquel entonces desde la Cruz de
15. 15
Cueto hasta la escuela de Rebonza
solo había huertas, aparte del
Barracón. A mi derecha tenía el
túnel de herradura, utilizado
durante la guerra civil como
refugio contra los bombardeos,
que alguien utilizaba para sembrar
champiñones, a mi espalda estaba
el grupo de casas de la
Humanitaria y la Protectora, y el inolvidable puesto verde de “chuches” de
la “Abuela Paula” al que todos los niños de la zona íbamos a comprar, y allí,
a lo lejos, detrás de mí, estaba el Ayuntamiento de Sestao; y a mi izquierda
estaba el Gran Lavadero que en verano utilizábamos como “piscina”. A esa
hora de la tarde había varias mujeres lavando y otras se dirigían hacia él con
aquellos enormes baldes de ropa sobre sus cabezas.
Al poco rato, vi a mi padre asomar por el asilo. Mi padre era más paciente en
temas políticos, quizás porque había estado exiliado en Inglaterra durante la
Guerra Civil cuando era un niño y no había sufrido como mi madre, en sus
propias carnes, los avatares, penurias, odios, escaseces, la entrada de los
Nacionales y todas aquellas tropelías que ambos bandos llevaron a cabo
durante la contienda. Puedo
asegurar que la gente que paso
aquella atrocidad quedó
señalada de por vida.
Así que antes de que subiera a
casa le expliqué a mi padre lo de
la banderola intentando
conseguir un aliado.
“¿Qué pasa con una bandera de
16. 16
España que el “chiquillo” tiene que llevar
pasado mañana a la escuela?”, preguntó
mi padre.
Mi madre le explicó lo que mi hermana
“Chus” y yo le habíamos contado y
categóricamente dijo, “mis hijos no van a
llevar esa bandera por nada del mundo”.
A mí, en cambio, me hacía ilusión ondear
la banderola, y de vez en cuando intervenía diciendo, “pues la gente tiene
banderas para animar a la Selección
Española en el Campeonato de Europa”.
Mi madre hacía caso omiso y seguía
diciendo tozudamente, “estos dos
(refiriéndose a mi hermana y a mí) esta
semana van a estar malos; les llevo al
médico y se quedan en la cama.”
Yo empecé a llorar y mi padre dijo, “mejor
voy a la Sierra a por unas ramas para hacer dos mangos”, convenciendo a mi
madre de lo arriesgado que era hacer lo que ella pretendía. Mi madre al oír
a mi padre decir que iba a ir a la “Sierra” a coger una rama para las
banderolas dijo, “los chiquillos no van a llevar ninguna bandera franquista a
la escuela. Tíralas a la chapa”. Mi hermana y yo cogimos las banderas y nos
fuimos a la sala. Conociendo a nuestra madre sabíamos que podían acabar
en el fuego.
Aquel día presencié la primera discusión entre mis padres por un papel
pintado de rojo y amarillo. Al final mi padre y yo bajamos a la Sierra, cogimos
unas ramas y las pegamos a las banderolas. Y como mi madre no estaba muy
convencida, por si las moscas, las pusimos a buen recaudo.
17. 17
El día nueve de junio de 1.964, a las nueves menos cuarto, todos los niños y
niñas de Sestao llevaban una bandera española en sus manos. Era
impresionante ver a todos los niños de Sestao portando y ondeando aquellas
banderas de España en sus manos.
En la escuela los profesores nos preguntaron si nuestros padres habían
puesto alguna objeción. Todos dijimos que no. (Una mentirijilla para salir del
trance, y de la malvada pregunta).
El 10 de junio de 1.964 llegó, y desde Rebonza salimos, clase por clase, y en
fila india, con nuestros respectivos maestros hacia la calle Chávarri, llamada
así en memoria de los socios fundadores de lo que posteriormente sería
A.H.V.
Nos colocaron un poco más allá del antiguo cuartel de la Guardia Civil y de la
Escuela de Aprendices de A.H.V., frente a la Casa de Socorro, hoy un tanto
abandonada. Esperamos estoicamente un larguísimo rato a que llegara
aquel impuntual Caudillo. Casi todos los que estábamos en la acera éramos
niños, niñas (debido al “boom” de natalidad que gratamente campeaba por
la zona), maestros, maestras, alguna que otra curiosa mujer y jubilados. En la
carretera, a un par de metros de distancia entre sí, había guardias civiles
colocados con sus metralletas que nos decían lo que teníamos que decir y
hacer. Solamente he vuelto a ver tanto guardia civil junto en Cataluña.
Después de casi una hora de espera oímos un griterío, por lo que supusimos
que se trataba del mismísimo Caudillo. Y allí, por la curva del antiguo Cuartel
de la Guardia Civil, apareció un gran cochazo negro escoltado por unos
moros a caballo, más tarde supe que se trataba de un Rolls Royce. Del
Caudillo no vi nada, bueno, si, miento, una mano que salía por la ventanilla
de aquel lujoso coche saludándonos. Y pasó por delante de mis narices sin
más. ¡Todos regresamos a nuestras escuelas muy decepcionados porque el
Caudillo no se había parado a saludarnos!
18. 18
Y aquel sábado, veinte de junio,
al que todo el mundo esperaba
tan ansiosamente, llegó. Era un
sábado muy especial porque al
día siguiente la Selección
Española jugaba la final de la
Copa de Europa contra Rusia.
Todo el país vio aquella final de
la Eurocopa en blanco y negro.
La final se disputó en el Estadio Santiago Bernabéu de Madrid entre las
selecciones de España y de la Unión Soviética. La selección rusa se había
negado a disputar la final correspondiente a la Eurocopa de 1964 en aquel
escenario alegando motivos políticos. Al final, después del tira y afloja
diplomático, los rusos accedieron a jugar la final en Madrid, lo que
significaba, sin lugar a dudas, que aquel encuentro iba a ser algo más que un
partido de fútbol, debido a las grandes diferencias políticas entre los
regímenes de ambos países. A pesar de aquel incidente, la final se disputó y
el General Franco presidió el encuentro desde el palco de autoridades del
estadio. El partido, que convocó a 79.000 asistentes (lleno total), acabó con
la victoria española gracias a un tardío gol de Marcelino que consiguió
desempatar el encuentro (2-1) en el minuto 84. España ganaba la Eurocopa
de España de 1964, consiguiendo su primera victoria en una gran
competición deportiva de selecciones. Curiosamente, durante más de 43
años mucha gente tuvo la convicción de que Amancio realizó el pase del gol,
cuando en realidad fue Pereda. Esta creencia se debió a que la imagen del
centro no fue grabada por Televisión Española porque en ese instante el
cámara estaba recreándose con la imagen de Franco. Esa fue la razón por la
que se montaron unas imágenes sobre un centro de Amancio.
19. 19
Altos Hornos de Vizcaya era la industria protagonista y líder de la época al tener a
más de doce mil trabajadores en nómina, y otros tantos empleados por las empresas
auxiliares.
20. 20
Capítulo III
EL CASCO y LA FIESTA DE SAN PEDRO
Por ende, la fiesta más arraigada de Sestao era y sigue siendo la del Patrón
del pueblo “San Pedro”, que llega tras las vacaciones escolares de verano, y
por lo que suponía para nosotros aquella ansiada libertad, ya que podíamos
olvidarnos del yugo de los deberes, de las clases y de todo tipo de castigos,
tanto académicos como corporales, y por supuestísimo, lo que significaba la
llegada del buen tiempo para la chavalería de Sestao, porque con la llegada
del buen tiempo meteorológico también llegaban las aventuras por las zonas
verdes y prohibidas del pueblo (La Sierra, las canteras, las Camporras) y
aquellos intensos y competidos partidos que jugábamos en la Campa del
21. 21
Sordo o en el campo de los Hermanos, sin olvidarnos del cine al aire libre,
que patrocinado por el Ayuntamiento, se montaba en la Gran Vía, a la altura
del Colegio de los Hermanos, y al que todos asistíamos, jóvenes y mayores,
en familia.
Maravillados por aquella pantalla supergigante y por aquel sonido
envolvente, familias enteras se arremolinaban sentadas en las sillas y bancos
de madera, que en la mayoría de los casos habían sido hechos por nuestros
abuelos y que nosotros llevábamos desde casa por la tarde, antes de que
empezara la peli, para reservar el sitio, y allí en plena calle, bajo el cielo
estrellado de las noches de junio, nos sentábamos a las diez de la noche a
ver aquellas pelis protagonizadas por los actores y actrices de moda de
aquella época, Clark Gable, Marilyn Monroe, Marlon Brandon, Tony Curtis,
Yul Brynner…, tapados con mantas y gabardinas que nuestras abuelas y
22. 22
madres habían llevado para refugiarnos del
rocío que caía sobre nuestras cabezas hasta
que acabase la película de turno.
Y así, entre muchos juegos y pelis todos
queríamos que acabara el mes de junio para
que llegaran las fiestas de San Pedro, que en
aquel entonces se alargaban durante un par de días, o como mucho tres.
Durante el día se organizaban muchos
juegos para la chavalería. Durante una de
esas fiestas se organizó un campeonato de
comer pipas, para ver quién comía más
pipas en un tiempo dado. No recuerdo
quién quedó campeón de Sestao aquel año,
pero seguro que fue alguno “comepipas” de
la calle del Sol o de la Galana. El broche final de las Fiestas de San Pedro era,
sin lugar a dudas, la comida en familia en las campas que rodean la iglesia de
Santa María antes del partido de fútbol entre Gordos y Delgados donde las
charangas y las banda de cartón no dejaban de tocar, en esta comida no
faltaban el plato típico de caracoles, y la música matinal que nos obsequiaba
la Banda Municipal. Después, ya por la tarde, salían los Gigantes y
Cabezudos para hacer correr un poco a la chavalería, y por la noche, quién
se perdía el toro de fuego y la Gran Verbena que se celebraba en la Plaza del
Casco, de estilo Victoriano, con algún grupo “Ye-Ye” de la época que la
amenizaba desde lo alto del quiosco de la música, de estilo neo-clásico, que
se encontraba en el centro de la que fue una hermosa plaza apodada el
“Tontodromo” porque todos los jóvenes del pueblo hacían “futin” dando
vueltas como tontos para ver a las chicas. Los chicos dábamos vueltas en el
sentido opuesto a las agujas del reloj para poder ver, dos veces por vuelta, y
hacer ojitos a las chicas que nos gustaban. Esta bonita plaza estaba
23. 23
flanqueada por árboles plátano, todavía
sobrevive alguno de los de antaño, que
daban mucha sombra y nos protegían
contra los aguaceros y el interminable
sirimiri. ¡Ah! No quisiera olvidarme de
aquellos bancos de madera donde nos
sentábamos para descansar y charlar de
vez en cuando. Alguien calculó los
kilómetros que podíamos hacer dando
vueltas en una tarde, y creo que el
resultado fue unos ocho kilómetros por
tarde. Y casi siempre al pasar por enfrente
del ayuntamiento hablábamos de la casa-
torre de Sestao, que yo no vi, pero de la
que mi padre hablaba tanto.
Mi padre decía que estaba situada en la parte norte de la plaza del Casco y
que se construyó para que los Señores Feudales de Sestao se defendieran de
sus enemigos durante las Guerras Feudales o de Bandos que tuvieron lugar
en la Vizcaya feudal. Era de piedra de sillería, tenía diecisiete metros de
altura y cuatro almenas góticas. Esta casa-torre la compró el Conde de
Valmaseda, y en ella se podía ver su escudo de armas, tallado en piedra. La
casa-torre fue derribada en 1931, con el fin de ensanchar y embellecer la
plaza del Casco, según la versión oficial. Mi padre me contó otra versión muy
distinta. Él aseguraba que el ayuntamiento republicano de la época la
derribó porque representaba a la nobleza y a la oligarquía. Antes de ser
derribada la casa-torre, que era uno de los tesoros arquitectónicos de
Vizcaya, el ayuntamiento de la época discutió tal derribo y alguien que no
estaba de acuerdo con su derribo sugirió, sin ningún éxito, que se trasladase
a ella la Biblioteca Municipal.
24. 24
Esta casa-torre estuvo habitada por una
familia que la tenía arrendada, los
Gutiérrez, que, por supuesto, no querían
que se derribase, ya que era su hogar y
tenían una especie de taller de carpintería.
Esta familia llevó a cabo una parodia
diciendo que la casa estaba encantada ya
que en ella habitaban brujas y fantasmas que no encontraban el descanso
eterno. Así que ni cortos ni perezosos pusieron en práctica su plan para que
no fuese derribada, haciendo ruidos de cadenas, aullando y gritando cuando
la gente pasaba por allí. Su estratagema no les sirvió de mucho ya que la
torre se derribó igualmente. La piedra de sillería fue reciclada por las
mujeres del pueblo para arenar los suelos de las casas y caseríos del lugar,
incluso mujeres de los pueblos cercanos se acercaban para comprar las
preciadas bolsas de arena que alguien vendía.
25. 25
Capítulo IV
ASFALTADO DE ALGUNAS CALLES DE CUETO
El Caudillo durante su paso fugaz por
Sestao se debió dar cuenta de que Sestao
era un pueblo un tanto rural. Muy pocas
calles estaban asfaltadas, bueno a decir
verdad, había pocas calles en Sestao ya que
el pueblo estaba plagado de huertas y
campas en las que la chavalería disfrutaba
como niños, nunca mejor dicho.
Estas zonas vírgenes y verdes iban desde las Camporras hasta la Sierra;
desde Simondrogas hasta las Campas de
Miramar en Azeta (que siempre,
nostálgicamente hablando, han
pertenecido a Sestao), sin olvidarnos de
Markonzaga y de las laderas de las
canteras, que tanta atracción despertaban
en los chavales de aquel entonces.
Creo que el alcalde de aquella época, el Sr. Jesús, decidió, no se sabe si por
mandato del Régimen o porque una mañana tuvo una brillante idea, asfaltar
algunas de las calles de Sestao, porque
cuando llovía, y mira que llovía, nuestras
“calles” se convertían en auténticos
barrizales, como en el Lejano Oeste.
26. 26
La empresa concesionaria del asfaltado
de estas calles se presentó a primeros de
julio con unos cuantos camiones Pegaso,
que transportaron hasta el barrio unos
cien enormes bidones de brea. Esta
empresa decidió almacenar los bidones
de galipó en la zona alta de la Sierra,
donde había un gran hoyo, entre el número 6 y el ocho de lo que hoy en día
es la calle Pablo Sarasate, en aquellos tiempos parte de la inolvidable Sierra
y de las campas del Sordo.
Una calurosa tarde de julio, como de costumbre, salí de casa de mis abuelos,
Dolores y Manuel, que vivían en el Grupo La Protectora, que fue edificado en
1.930, y llamé a mi amigo de correrías, Abelín, para subir a investigar
aquellos extraños bidones que aquellos camionazos habían depositado en la
Sierra.
Los bidones de galipó (así es como llamábamos a la brea o alquitrán) estaban
colocados al borde del hoyo. Había un muro, parecido al que existe hoy en
día, como protección para que nadie pudiera caerse por la cantera. Al cabo
de unos años en este mismo hoyo se instaló un gran tubo que era utilizado
para tirar y quemar toda la basura producida por la población de Sestao que
aumentaba día a día. La quema de estos “residuos sociales” producía un
humo pestilente. Por la noche salían a pasear las ratas, y cuando hacía calor
la zona se llenaba de insectos, principalmente mosquitos, y la contaminación
de la zona casi se podía mascar. Todo esto mezclado con el polvo blanco que
emitía la fábrica de cementos Zuirrena que dejaba los tejados de las casas de
Sestao “nevados”.
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Centrándonos en el tema que
nos ocupa, mi amigo Abelín bajó
al hoyo y me dijo, “Charlie, tira
un bidón al hoyo”. Yo
obedientemente hice rodar un
bidón hasta el borde del
terraplén y lo dejé caer. Abelín,
entonces se subió al bidón
fingiendo ser un avión, y me
gritó, “Tira otro”. Yo
obedientemente empuje otro y
lo dejé rodar. Abelín estaba
entusiasmado con aquellos
vaivenes y movimientos, y cada
vez que un bidón chocaba contra
los otros moviendo así el bidón
sobre el que él estaba, él se reía
sin parar colocándose como un avión, y me pedía que tirara otro, y otro, y
otro. Repetí la hazaña como unas doce veces. Yo, ya cansado del esfuerzo, le
dije, “Bueno, tú, el último, y luego me toca a mí”. Él consintió y dijo, “Vale, el
último. Bajas, te subes encima de un bidón y te tiro unos cuantos. Ya verás
que cojonudo es esto”. De tal manera que hice rodar el que estaba cerca de
mí y lo solté terraplén abajo. Bajó como una bala, dando saltos y llevándose
por delante piedras y arbustos, tan desafortunadamente que cuando chocó
contra el bidón en el que Abelín estaba subido, el bidón literalmente
“estalló”. Nos podemos imaginar cómo de “negro” quedó mi amigo. Brea
por todos lados, cara, piernas, pantalones, camiseta, cabeza, pelo. Bueno
creo que no se salvaron ni los dientes. Abelín al verse tan manchado de brea
empezó a llorar. Bueno a decir verdad desde entonces no he visto a nadie
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llorar tanto. Yo no estaba seguro si
lloraba por la brea o por los
zapatillazos que le iba a dar su
madre Juli cuando lo viera.
Abelín, despavorido, negro como
el azabache, parecía un músico
negro de Jazz, echó a correr
cuesta abajo llorando hacía su
casa. Yo, por si las moscas,
desaparecí, creyendo que todas las culpas iban a recaer sobre mí. Al poco
rato decidí ir a ver que le estaban haciendo a mí amigo, y trepando por los
muros de los patios de la Protectora, llegué hasta el muro de la casa de
enfrente donde vivía Abelín. Su madre había mandado a uno de sus
hermanos a comprar cuatro o cinco botellas de aguarrás para quitarle todo
el alquitrán que tenía pegado al cuerpo. Y allí, en medio de la cocina, estaba
Abelín, desnudo como Dios le trajo al mundo, y su madre frotando y
maldiciéndome, y de vez en cuando diciendo, “Hijo, eres tonto. No sé por
qué te dejas embaucar por el nieto de la Dolores que ha llegado hace cuatro
días”. Y para que espabilara, de vez en cuando, le daba una coñeja.
Al día siguiente, sobre las diez de la
mañana, estando jugando en el
patio de la casa de mi abuela vi
entrar al Grupo de La Protectora al
“aguacil” del pueblo. Intuí que
venía a investigar el destrozo del
bidón y la misteriosa caída de
tantos bidones al hoyo. Nadie dijo ni una palabra, y el alguacil se fue como
vino. O quizás no quiso investigar en profundidad el “negro” asunto.
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El caso es que aquel pueblo rural, campesino y granjero estaba cambiando.
Cada vez más gente venía de diferentes zonas de España a trabajar en la
Industria Pesada y hacían falta más casas de pisos, calles asfaltadas,
escuelas, en una palabra servicios, y así comenzó el “Boom” Inmobiliario, y la
feroz especulación de los terrenos.
Así que afortunadamente para unos, y desafortunadamente para otros,
muchas zonas verdes vírgenes iban desapareciendo ante nuestros propios
ojos. Otras cosas iban a aparecer, unas buenas como la minifalda, el bikini, y
otras malas como la droga.
La minifalda apareció en Londres
en este año de 1964. Recuerdo
que estaba viendo la tele con mis
hermanas y apareció la primera
minifalda en Kings Road, Chelsea,
Londres. La moda o la tradición en
España decía que las niñas y
adolescentes llevaran las faldas por debajo de la rodilla, y por supuesto las
mujeres casadas también, y los chavales debíamos llevar pantalones cortos
hasta los quince o dieciséis años, y sin rechistar. Y recuerdo que viendo a
aquellas inglesas con minifalda en alguna revista mi hermana mayor, Loli, le
dijo a mí otra hermana, Chus, “¡oh! ¡Qué horror!, yo no me pongo eso ni
aunque me paguen dinero”. Al cabo de unos meses mis hermanas y todas las
chicas jóvenes de Sestao llevaban minifaldas para el horror de nuestros
padres y de las autoridades y para el gozo de los chavales. Estaba claro que
aquella sociedad, la de mi generación, empezaba a cambiar.
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Capítulo V
LA SIERRA, EL SORDO, LA CUEVA DEL MORO y LA FÁBRICA DE LAS CANTERAS
Transcurría el verano de 1.964 sin sobresaltos, y sin nada importante o
significativo que reseñar. Aquel julio de 1.964 no era una excepción. La
Beatlemania había llegado a Sestao y la gente joven se había enganchado a
las pegadizas canciones de aquel grupo inglés de Liverpool. Sus canciones se
oían por todos lados.
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Paul, George, John y Ringo
vendían LPs de vinilo como
rosquillas de Santa Águeda. Y
entonces llegó la noticia a Sestao
de que Mandela había sido
condenado a cadena perpetua
en Sudáfrica por sabotaje, y que
en los EE.UU. se había televisado,
por primera vez, el veredicto de
un jurado popular, que casi nadie sabía que era eso, pero que aquel jurado
popular había condenado a Jack Ruby a morir en la *silla eléctrica por el
asesinato de Harvey Oswald, quien presuntamente había asesinado al
presidente de los EE.UU. John F. Kennedy el 22 de noviembre de 1963. El
asesinato de aquel atractivo presidente, según las mujeres de la época, fue
televisado por Televisión Española, cuando este presidente de los EE.UU.
circulaba en el coche presidencial descapotable con su mujer Jackie por la
Plaza Dealey de Dallas, Texas.
En 1.964 entramos en la era de la informática, al lanzar IBM al mercado la
primera computadora personal, si bien es cierto que la primera
computadora nació en 1946, se llamaba ENIAC (Electronic Numerical
Integrator and Computer), era tan grande como una camioneta de reparto, y
aunque solo podía hacer operaciones de cálculo sencillas el gobierno de los
EE.UU. gastó millones de dólares en su desarrollo y fabricación. Y todo esto
sucedía mientras los EE.UU. estaban inmersos en la cruel Guerra de
Vietnam.
Ajenos a aquellos vaivenes y avatares que azotaban al mundo, la chavalería
de este pueblo, y de aquella escuela, dura, tenaz, estricta, sin concesiones y
temida, necesitaba pasar el resto del verano divirtiéndose y buscando
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nuevos lugares y horizontes donde desarrollar nuestras correrías, aventuras
y a veces fechorías.
Los chavales de aquella
generación éramos unos
auténticos exploradores y nos
gustaba explorar aquellos
lugares prohibidos por nuestras
madres y padres, aunque a
decir verdad, poco caso
hacíamos a aquellas
prohibiciones, y a la menor oportunidad nos “perdíamos” por esos lugares
tan atractivos y maravillosos que Sestao escondía y que tanta curiosidad
despertaban entre nosotros. Sestao, aunque pequeño, poco más de 3 Km2,
pero…… tenía, y sigue teniendo, lugares encantadores que nos atraían
muchísimo. Yo, pobre de mí, no era una excepción, y sin duda, era la
excepción que confirmaba la regla, era en labios de mi madre “un culo
inquieto”.
Algunos de nuestros lugares favoritos eran la Sierra y las canteras, que
utilizábamos como parques naturales de esparcimiento, exploración, caza y
escapismo, con sus “bichos”, lagartijas, lagartos, culebras, halcones,
mariposas, mantis religiosas, enánagos, etc., y sin olvidarnos de las chabolas,
y de las innumerables huertas, con sus árboles frutales, campos de borona,
tomates, etc. En una palabra la Sierra nos era tan atractiva, tan tentadora,
que nos “invitaba” a que la exploráramos una y otra vez, desde la mañana
hasta el anochecer.
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Como mi padre sabía que me gustaba jugar
por la Sierra solía llevarme a pasear por las
laderas de las *canteras, cosa que me
encantaba, y entre campa y huerta, mi “viejo”
me contaba lo que hacían los niños de su
generación.
Una tarde, mirando desde lo alto de las
canteras hacia la vega de la Babcock & Wilcox,
con la espectacular vista de las marismas del
rio Galindo a nuestros pies (en la zona del
actual Carrefour) veíamos a los afanados
pescadores tirar los redeños (quisquilleros) al agua para coger quisquilla con
el fin de ir a pescar de noche, y allí, ante aquel grandioso paisaje, me dijo,
“Mis hermanos, algunos amigos y yo solíamos venir aquí a ver los combates
que los aviones de la República (cazas rusos Polikarpov) mantuvieron contra
los aviones alemanes (Cazas alemanes Messerschmitt de la legión Cóndor).
Nos solíamos meter en la Cueva del Moro, o nos tumbábamos boca arriba
entre los cultivos de borona del “Sordo” o entre la hierba alta de las campas
para presenciar aquellos dramáticos combates aéreos”. Y siguió relatándome
aquellas luchas aéreas, “Aunque los cazas alemanes estaban mejor
equipados los cazas de la República les plantaban cara una y otra vez”. Él
siguió explicándome los combates trazando líneas en el cielo con las manos
como si realmente estuvieran los aviones de ambos bandos volando por el
cielo de Sestao. Cuando mi “viejo” hablaba de su niñez se le iluminaban los
ojos. Yo entendía que aquellos combates, de los cuales facilitaba tantísimos
pormenores, ya que los tenía grabados en la retina, ocurrieron a los pocos
meses de comenzar la contienda porque muchos “Niños y Niñas de la
Guerra” fueron expatriados del País Vasco a diferentes países tales como
Rusia, Francia, Bélgica, etc. Mi padre con su hermano Pascual fueron
34. 34
llevados desde Santurce a Southampton, Inglaterra, en el mítico barco a
vapor “Habana” el 23 de mayo de 1937.
Posiblemente nuestras aventuras no eran tan arriesgadas como las vividas
por nuestros padres o abuelos, pero por la tarde, después de comer, nos
reuníamos para ir a la Sierra a “asaltar” y comernos los sabrosísimos tomates
que cultivaba el “Sordo”.
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El “Sordo”, que era una entidad
en el pueblo, no oía ni papa, era
un hombre de unos 68 años,
corpulento y con muy mala
leche….. Tenía cultivos de
diferente índole en todas las
campas que había desde el
Grupo de la Humanitaria hasta
lo que hoy en día es el Instituto
de Sestao “Ángela Figuera”. Allí el hombre cultivaba toda clase de verduras;
legumbres y hortalizas, tenía hasta un campo de borona, y por supuesto
unos tomates que nos los rifábamos. Cuando nos aburríamos, y no sabíamos
que hacer, cruzábamos la Gran Vía para ver al “Sordo” dormitando, sentado
en un banco del patio de su casa de la Humanitaria. Siempre tenía unos
cuantos enánagos (luciones) muertos colgados de los barrotes del muro del
patio de la Gran Vía, otros en cambio los mantenía vivos en una jaula. Y los
grandes los llevaba colgando del cuello para asustarnos y para que
echáramos a correr. Y de verdad que corríamos, muertos de miedo,
creyendo que eran víboras. Cuando el “Sordo” estaba echando la siesta era
inofensivo, y era entonces cuando “visitábamos” su gran huerto donde
guardaba aquellos apetecibles y sabrosísimos tomates. Con la navaja los
troceábamos y les echábamos la sal que llevábamos de casa, y allí sentados,
entre la borona, para que el “Sordo” no nos viera, nos dábamos el atracón
padre. Pero después de la merienda de tomates teníamos que salir de
nuestro escondrijo, y por arte de magia, casi siempre aparecía él tirándonos
terrones de tierra como si fuera un avión de caza dejando caer sus bombas.
Salíamos por patas, corriendo entre las boronas, como almas que lleva el
diablo, hasta que llegábamos al borde de las canteras donde nos
escondíamos entre las rocas o en las chabolas que aún quedaban en pie, las
36. 36
cuales eran el lugar de reunión de la chavalería de Cueto, y que utilizábamos
como campamento para planear las aventuras, juegos, etc. que después
llevábamos a cabo.
Por aquel entonces se encontraron alguna que otra bomba o granada por la
Sierra que no habían explotado, o quizás que habían sido abandonadas por
los soldados que lucharon en la Guerra Civil, y motivados por aquel afán de
encontrar algo de la Guerra Civil nos adentrábamos en aquella “Zona
Prohibida” para convertirnos en exploradores, cazadores, pescadores,
espeleólogos, arqueólogos, paleontólogos, ornitólogos, y en cualquier
profesión que acabase en “ogo”. Otras veces descendíamos por aquellas
laderas rocosas de las canteras con el fin de ver la fauna que vivía en
aquellos lares. Y así en fila india, empezamos a bajar por aquellos tortuosos
riscos, por el borde de la cantera, justo por la parte de atrás del actual
37. 37
Instituto. Al otro lado de la cantera, en la parte del Asilo de Rebonza, nos
contemplaba la “Cueva del Moro”. Tenía la entrada por Pablo Sarasate y era
como un balcón natural que daba a la Gran Cantera. Y saltando de peñasco
en peñasco, y aferrándonos a ellos, llegábamos a mitad de cantera; hasta lo
que entonces llamábamos el “Puente del Diablo”. Un gran peñasco que
conectaba la Gran Cantera con la Pequeña Cantera, y que tanto nos gustaba
cruzar. Desde allí gritábamos y gritábamos para oír el eco de nuestras voces
y asustar un tanto a los aguiluchos y halcones que habitaban y habitan estas
canteras. Sobre aquel siniestro puente contábamos historias que habíamos
oído a nuestros padres o
abuelos relatar en casa, y que
nos ponían los pelos de punta. Y
si alguien decía que había
huesos humanos entre aquellas
rocas, porque nos inventábamos
alguna historia relacionada con
la Guerra Civil, dicho y hecho,
todo el mundo bajaba por los
riscos a explorar el terreno, a ver quién era el primero que encontraba algún
hueso humano. Los únicos huesos que encontramos eran los de algún
animal muerto, o de los perros que los dueños no querían y los tiraban por la
cantera. Desde allí siempre nos dirigíamos hasta la Gran Cantera. Nos
parábamos a contemplarla, desde lo que hoy en día es la rotonda, y
ensimismados nos quedábamos mirando a esa gran cicatriz que tiene Sestao
en su cara sur. Y allí arribotas, en la “Cueva del Moro”, siempre había algún
chaval que nos lanzaba piedras.
Más allá, cruzando las vías del tren, estaban los restos de la fábrica de
cemento de la “Ziurrena” o “Zurrena” como nosotros la llamábamos. Ahora
estos terrenos están ocupados por las instalaciones de la Depuradora de
38. 38
Aguas Residuales del Gran Bilbao. En el mismo centro de los esqueletos de
esta fábrica, de lo que fue una prospera fábrica, yacía una altísima
chimenea, que para nosotros era como la Aguja de Cleopatra, y en medio de
todo esto se encontraban los “Lagos del Mapamundi”, llamados así porque
se trataba de dos estanques circulares unidos, y que a falta de piscinas
municipales los chavales de Sestao utilizábamos como piscinas naturales, por
supuesto sin el consentimiento de nuestros padres. Era un espacio del que la
naturaleza se había apropiado y en el que habitaba diversa flora y fauna.
Estos lagos recibían el agua filtrada del rio Galindo o Ballonti, que bordeaba
toda esta zona y donde incluso había hasta un embarcadero para que las
gabarras atracasen. Muchos de nosotros aprendimos a nadar en el rio
Galindo, en la zona del embarcadero, otros en la Punta o en la playa de Las
Arenas. En estos “Lagos del Mapamundi” no solo aprendimos a nadar sino a
pescar con latas de conservas los coloridos peces que pululaban por sus
cálidas aguas.
Para los más atrevidos, y yo estaba entre ellos, esto era la “Gran Evasión”.
Perderte por los muchos recovecos que había en Sestao tenía su encanto y
también su castigo, ya que nuestras madres, en un abrir y cerrar de ojos, se
daban cuenta de que sus hijos, y alguna que otra chica, como mi hermana
“Chus”, no estaban jugando en el barrio y enseguida mandaban a
buscarnos, dirigiéndose, conociéndonos como nos conocían, a la Sierra o a
las canteras. Entonces, empezaba una búsqueda “policial”. Todas las madres
y chavalas a la búsqueda del prófugo.
Lo primero que hacían era encaramarse al borde de la cantera y otear el
horizonte, y una vez cogidos infraganti nos llamaban a “grito pelao”.
Subíamos de peñasco en peñasco, rápidamente, y al llegar arriba te caían los
primeros zapatillazos, que no servían de mucho porque aquella cantera,
39. 39
nuestra cantera, era como un gran imán y en cuanto teníamos la
oportunidad nos “escapábamos” de nuevo.
Y ahora al recordar el Sestao de mí infancia, aquel polvillo blanco que se
apoderaba de los tejados, de las calles, y que entraba en nuestras casas
proveniente de las canteras de Ellacuría y la fábrica de cementos Portland,
me pregunto, “¿Hubiera sido Sestao mejor sin esta industrialización?”
Ni que decir que se trata de una respuesta un tanto complicada porque
nuestro presente se basa en nuestro pasado.
Durante el apogeo industrial y social en estas canteras se llevaban a cabo, casi a
diario, voladuras que hacían un estruendoso ruido, y a veces, llovían piedras sobre los
tejados y calles de La Humanitaria y La Protectora.
La Silla Eléctrica la inventó el dentista Sr. Alfred P. Southwick que vio a un borracho
electrocutarse en una calle de Nueva York. Esto le inspiró a desarrollar un método rápido
para ejecutar a los reos que estaban en el corredor de la muerte. La primera silla eléctrica
la diseño la compañía de Thomas Edison utilizando un generador de la compañía
Westinghouse, que era la competencia. La palabra electrocutar nació del vocablo eléctrico
+ ejecutar. La primera vez que se utilizó la silla eléctrica fue en 1891. En vez de ser rápida,
limpia y sin causar dolor fue todo lo contrario. A los reos se les debía dar hasta dos
descargas, sus cuerpos se incendiaban y comenzaban a sangrar.
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Capítulo VI
NUESTRAS EXCURSIONES DE VERANO y LOS GITANOS
En el mes de agosto llegaban las tan anheladas vacaciones de nuestros
padres, pero que nos entristecían porque con ellas algunos de los amigos del
barrio se iban a los pueblos de origen de sus padres a pasar el verano, y este
pueblo se quedaba sin gente.
Unos pasaban las vacaciones en Burgos, otros en Galicia, Extremadura,
Valladolid o León y algunas de las familias más pudientes las disfrutaban en
41. 41
la Rioja, lugares muy lejanos para los que no salíamos de Sestao, o íbamos a
pasar unos días al Regato o a Alonsotegui, como mucho.
En agosto “perdía” a la mayoría de mis amigos de correrías, que no
retornarían hasta el comienzo del nuevo curso, allá por el mes de
septiembre. Los que nos quedábamos disfrutábamos del entorno que nos
brindaba Sestao.
Algunas veces nuestros padres nos
llevaban a las fiestas de los
pueblos limítrofes. Portugalete era
una constante, con las alegres y
espectaculares fiestas patronales
de San Roque, con sus “barracas”,
donde siempre “caía” algún que
otro viaje en los “tiovivos”, y
algunas veces, después de insistir
mucho, nos compraban aquel algodón de azúcar que era mágico y que tanto
nos gustaba.
Para que no nos aburriéramos demasiado durante el verano casi todos los
padres organizaban alguna que otra “excursión”. El día de excursión, para
comer, siempre llevábamos las tortillas de patatas con pimientos verdes que
nuestras madres, con tanto esmero, habían cocinado la víspera, y aquellos
melones tan sabrosísimos que nuestros “viejos” compraban en algún
tinglado de la plaza de San Pedro que los fruteros, que venían de provincias
tan lejanas como Madrid, solían montar para pasar el verano vendiendo
melones y sandías.
Casi todos los agostos hacíamos las mismas excursiones. De pesca a Zierbena
o a hacer alguna travesía por el monte Argalario o a bañarnos en las playas
de los pueblos vecinos.
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Las excursiones más atractivas y especiales eran los “viajes” a las playas de
Ereaga o de las Arenas o un largo paseo por el monte Argalario,
descendiendo las canteras de Arnabal hasta llegar al caserío de mis tíos,
Begoña y Miguel, sito en el Regato, donde casi siempre veníamos cargados
de frutas, hortalizas, y si era a últimos de junio o principio de julio de
cerezas. Estas excursiones siempre se hacían andando, con nuestras
zapatillas de lona azul y la puntera de goma blanca, que mi madre nos
compraba a principios de primavera.
Las que más nos gustaban eran las de las playas de Ereaga o de La Arena.
Nos encantaban porque desde Sestao cruzábamos las campas de Miramar,
casi siempre llenas de vacas pastando hierba. En esta campa solíamos hacer
un alto en el camino para tomar un respiro antes de continuar hacia nuestro
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destino, y sentados en la hierba,
rodeados de chiribitas, y mirando
hacia la desembocadura del
Nervión, nos quedábamos
perplejos disfrutando de la
sensacional vista del Puente
Colgante, con sus largas piernas
apoyadas a ambos lados de las
riberas del rio Nervión. Después
del descanso bordeábamos la dársena de la Benedicta por un caminito que
nos llevaba hasta las vías del tren. Por encima de nosotros pasaban, colgadas
de unos cables, las vagonetas que transportaban el mineral de hierro, “all
iron” que decían aquellos ingleses que explotaban las minas de Gallarta y
Triano. (El “alirón” que cantamos cuando gana el Athletic). Aquellas
vagonetas colgadas de aquellos
cables nos parecían OVNIS que
venían de otro planeta y que
descargaban su preciado botín en
las bodegas de los barcos anclados
en la dársena de la Benedicta y que
regresaban de nuevo vacías hacia
los montes de Triano.
Aquellos barcos fondeados en la dársena de la Benedicta, con sus panzas
llenas del fruto de estas minas, viajaban hacia las fábricas de Sheffield,
Inglaterra, donde se transformaba en chapas de acero para los astilleros de
Liverpool, Belfast, y para las fábricas de Birmingham, Sheffield, Manchester,
etc. En esta dársena de la Benedicta siempre había barcos viejos que se
desguazaban y se convertían en el alimento que saciaba el hambre de los
hornos altos de la fábrica de A.H.V.
44. 44
Al llegar a la Canilla, ya en la Villa Jarrillera, cogíamos el gasolino hasta
Algorta. Al pasar por debajo del Puente Colgante todo el mundo se quedaba
mirando ensimismado a la barquilla que solo estaba a unos metros por
encima de nuestras cabezas, llena de gente y camiones. Poco después nos
adentrábamos en el impresionante estuario del Abra; siempre atareado, y
lleno de barcos de bajura pescando las famosas sardinas del Abra, y sin
olvidarnos de aquellos gigantescos barcos entrando y saliendo sin parar por
la barra del puerto, o de las gabarras transportando carbón y otras
muchísimas mercancías, ría arriba, ría abajo, sin cesar, como las hormigas. Al
acercarnos al muelle de hierro de Portugalete divisábamos la línea del
horizonte y el grisáceo mar Cantábrico que se teñía con el azul plomizo del
cielo.
Otras veces bajábamos por la campa de *Tumbaperros, siempre llena de
chiribitas, por un sendero que rodeaba el bosque de la Benedicta. En medio
de aquel bosque surgía una gran mansión propiedad de la Babcock Wilcox y
45. 45
en la que se organizaban fiestas para la clase dirigente del momento. Desde
allí cruzábamos las vías del tren de Santurce a Bilbao, hasta llegar a la
estación de trenes de la Canilla de Portugalete (actualmente la Oficina de
Información y Turismo), que nos llevaba al Puente Colgante, que al
acercarnos nos parecía más impresionante que la Torre Eiffel que veíamos
plasmada en los libros de texto del momento.
Cruzar el puente colgante era, para los críos de antaño, una gran proeza. En
los aledaños del Puente Colgante casi siempre coincidíamos con el mercado
de verduras y frutas, donde escuchábamos hablar en vascuence a las
aldeanas que venían de pueblos con nombres
como Mundaka, Berango, Bakio, Munguía,
Sopelana, Urduliz, etc. que nos parecían lugares
remotos.
La sensación que se tenía al entrar al Puente
Colgante era indescriptible. Solamente el hecho
de estar suspendidos sobre la ría del Nervión nos
parecía fascinante. ¡Y sin olvidarnos de aquellas
entrañables vistas! A la derecha teníamos los
Altos Hornos. Un poco más allá, los innumerables
astilleros que poblaban las riberas de esta mítica
ría, con sus muelles repletos de barcos en
construcción. A la izquierda teníamos el estuario del Abra. Y allí, en lo más
alto del Puente Colgante, estaba el maquinista del Puente Colgante
encerrado en su cabina pilotando la barquilla de un lado a otro de la ría.
Al llegar tanto a la playa de Las Arenas como a la de Ereaga siempre nos
embriagaba aquel inolvidable olor a mar. La playa siempre estaba llena de
gente, mayor y pequeña. ¡Como le gustaba a la gente ir a estas playas! Sus
aguas cristalinas y calmadas y aquella arena fina y dorada, que nunca se
46. 46
borrarán de las retinas de los que tuvimos el privilegio de conocerlas en
aquella época.
A últimos de aquel agosto de 1.964 la gente de Sestao estaba un tanto
sobresaltada porque una caravana de gitanos había acampado en la parte
baja de Sestao, concretamente en la Campa de San Francisco.
Inmediatamente se nos prohibió salir del barrio bajo pena de unos cuantos
zapatillazos en el culo, y decirnos que los gitanos “robaban” niños y los
vendían. Pero nuestra curiosidad era más perspicaz que otra cosa. Así que
unos pocos colegas, los más “valientes” y yo acordamos ir a echar un vistazo
a la caravana de gitanos, que tanto temor despertaba en nuestros vecinos y
madres.
47. 47
—Por aquel entonces se ataba una cuerda al
tirador de las cerraduras de las puertas de las
casas que se pasaba por un agujero hecho en la
puerta para que al tirar de la cuerda desde la calle
se pudiera abrir esta y entrar sin necesidad de
llamar a la aldaba. Los días que los gitanos
estuvieron acampados en Sestao las cuerdas
desaparecieron de las puertas—
Sobre las cuatro de la tarde me reuní con mis
amigos, Felixín, Abelín, Javi, Eme y otros en la
Cueva del Moro para bajar hasta la los antiguos juzgados, y desde allí hasta
iglesia del Carmen. Aquel día hacia un calor de muerte. El sol pegándole
fuerte, pero como la curiosidad puede más que el miedo, sudorosos bajamos
hasta aquella campa en nuestras maltrechas bicis por las innumerables
huertas que había desde Cueto hasta Rebonza. Desde estas huertas, de
riquísimas manzanas, nos contemplaban los altos hornos echando humo,
como los dragones que veíamos en el cine de los Hermanos (que valía una
pela (Peseta) los domingos a las tres de la
tarde, la matinal era algo más barata).
Más allá, a lo lejos, se movían las grúas
de La Naval sin descanso, parecían
mantis religiosas gigantes devorando
aquellas enormes piezas de hierro que
servían para hacer los formidables barcos
que salían y siguen saliendo de estos
astilleros. Al llegar a Chavarri cruzamos la
carretera. No había semáforos o pasos de
cebra, pasaban poquísimos coches, y la
carretera normalmente se utilizaba para
48. 48
jugar al fútbol poniendo dos piedras o las carteras de la escuela a modo de
porterías. Desde allí nos dirigimos hacia la calle Rivas. Pasamos por delante
del Cuarto de Socorro. A nuestra izquierda surgía la inolvidable fábrica de la
Aurrera, donde se forjaron las cruces de Cueto. Al cabo de un rato llegamos
a las escuelas y al juzgado de Urbínaga. Pasamos por debajo del Arco de San
Francisco, que nos anunciaba la entrada al barrio del Carmen,
adentrándonos hasta la Iglesia del Carmen (Bonita iglesia aquella de estilo
neogótico). Y justo allí, detrás de la iglesia del Carmen, a unos metros de
distancia, vimos tres carruajes, a ambos lados de los mismos los gitanos
tenían colgados muchos chismes y cachivaches, como cacerolas, sartenes,
cuchillos, vasos, etc., todo hecho de chapa de hojalata o latón. Ante aquella
estampa tan inusual para nosotros decidimos acercarnos aún más.
Temerosos de ser vistos por aquellos “malvados” *quinquis reptamos por la
hierba y nos situamos detrás de unos arbustos para no ser vistos y poder
vigilar mejor el campamento de los gitanos. Vi un arbusto y le dije a Felixín,
“Vamos todos hasta allí y así vemos lo que están haciendo”. Felixín dijo,
“Vale, pero tu primero.” Eché a correr y me oculté detrás del arbusto. Le hice
una señal a Felixín y él me siguió. Los dos sudando como cerdos, más por el
miedo que por el calor, nos quedamos en silencio, sin hacer el mínimo ruido.
Les hicimos la señal a los otros, pero no vinieron. Pensaron que era más
seguro quedarse donde se encontraban, lejos de los gitanos, por si las
moscas. Uno de los gitanos debió ver u oír algo. Se levantó y desapareció de
nuestra vista. Echamos un vistazo para saber que hacían nuestros amigos
pero habían desaparecido los muy “cobardes”. Les vimos dar pedales como
almas que lleva el diablo. Felixín dijo, “¡Que cabrones son!” En ese momento
oímos unos pasos en la hierba seca, miramos hacia atrás y allí, ante
nosotros, estaba un gitano grandísimo, o eso me pareció a mí, con bigote,
unas patillas larguísimas, moreno, o más bien me parecía negro, que me
agarró del hombro y me dijo, “¿Qué hacéis por aquí chavales?”
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Ni que decir que Felixín, que era unos años mayor que yo, puso pies en
polvorosa y se largó.
Yo, pobre de mí, cagadito de miedo, le dije, “Estaba comprobando si es
verdad lo que dicen en el pueblo, eso de que robáis niños”.
El gitano se echó a reír y me llevó hasta la hoguera en la que estaban
cocinando algo, que resultó ser unas gallinas con patatas. Entonces me
contó que eran *quincalleros nómadas, y que fabricaban utensilios de cocina
y que los vendían de pueblo en pueblo y que la Guardia Civil solo les dejaba
estar allí acampados durante veinticuatro horas aplicando la ley de “Vagos y
Maleantes” que databa de la república y que en la etapa franquista se aplicó
muy severamente para obligarles a fijar un domicilio fijo, y favorecer su
calidad de vida e integración. En aquellos años se oía en la tele y en la radio
lo conflictivos que eran estos quinquis y mercheros. De esta etnia se sabe
muy poco. Todo lo que sabemos de ellos se lo debemos a las andanzas de “El
Lute”.
Viendo que no me hacían nada me envalentoné y le pregunté a aquel gitano
alto, de tez oscura y patillas largas, “¿De dónde sois? El muy pensativo y
contrariado por la pregunta, así como toda su familia, los niños me miraban
sorprendidos por mi aspecto, y contestó, “Mis ancestros viajaron desde la
India, porque fueron expulsados, y llegaron a Europa por Turquía y se
asentaron en países como Rumania y Hungría, otras familias atravesaron
oriente medio, y muchos se quedaron en Egipto, otros siguieron por el norte
de África, cruzaron el estrecho de Gibraltar y se afincaron en el sur de
España, donde nos comenzaron a llamar los egipcios, de ahí el nombre de
“gitanos”.
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El gitano realmente me impresionó por como relataba todo aquello, yo para
impresionarles también, a cada nombre de país que el gitano mencionaba,
yo recitaba las capitales, las cuales había aprendido con Don Luis en la
escuela de Rebonza a base de varazos de avellano en las manos.
Mi siguiente pregunta, viendo la jerga que usaban, y que yo no entendía,
fue, “Hay algunas palabras que no os entiendo, ¿qué idioma es ese?” A lo
que él respondió, “hablamos español pero utilizamos muchas palabras del
Romaní, que es nuestra verdadera lengua”.
Después de tantas preguntas y
respuestas el gitano cansado me
presentó a su numerosa familia,
e incluso me invitó a cenar con
ellos. Yo decliné la oferta y le dije
que tenía que irme por motivos
más que obvios. Entonces el
gitano cogió un vaso de hojalata
y me lo dio, diciendo, “este vaso
es para ti chaval por haber estado un rato con nosotros sin tener miedo, y
para que tu madre desde ahora en adelante no piense que nos comemos a
los niños payos”. Cogí el vaso entre contento y asustado. Subí la cuesta de la
Gran Vía en bici como una centella. Arriba, en la Fuente del Suspiro, que hay
más abajo del asilo de Rebonza, estaban mis amigos esperándome para
saber que me habían hecho aquellos “malvados” gitanos. Al llegar a la
fuente bebí agua en la taza de hojalata, porque el Jariguai de Gorbea ya se
me había acabado, respiré profundamente, para recuperarme del susto, y
comencé a relatar el incidente, exagerando todo un poco, y así me convertí
en el héroe del verano entre los chavales y chavalas de Cueto. Al llegar a la
Cruz de Cueto hicimos la parada de rigor en el puesto de la “Abuela Paula”
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para comprar algunas chuches con las “perras gordas” que teníamos y para
recobrarnos de aquel susto antes de ir a casa y explicar el suceso.
Ni que decir que aquel vaso de hojalata vivió conmigo muchos años hasta
que se desgastó por el culo y lo tuve que tirar, muy a mi pesar, a la basura en
mi querida Inglaterra.
Tumbaperros: Se dice que un palangrero de San Pedro, muy bruto él, un día
de mucho calor bajo con su perro a pescar algo de marisco hasta la Benedicta. Él,
afanado en sus tareas de pesca, se dio cuenta que era la hora de la comida al oír el
cuerno de Altos Hornos y echó a correr campa arriba sin parar. Cuando estaba a la
altura del ayuntamiento, se percató que su perro no le seguía, retrocedió y vio a su
perro muerto por un golpe de calor, por lo que la gente comenzó a llamar a dicha
campa "la Campa de Tumbaperros".
Quinqui: Persona que pertenece a cierto grupo social marginado por
su forma de vida. Gente que fabrica y/o vende quincalla.
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Capítulo VII
EL DESARROLLO URBANÍSTICO y LA FORMACIÓN DEL ESPÍRITU NACIONAL
Aquel agosto de 1.964 acabó
adentrándonos en el temible mes de
septiembre, lo que significaba, muy a
nuestro pesar, que con el final del
verano y la entrada del otoño
comenzábamos aquella escuela que
tantos dolores de cabeza y de manos
nos ocasionaba. Nuestros padres nos
animaban diciéndonos que las
navidades estaban a la vuelta de la
esquina, que nos lo sabíamos todo, que
patatín, que patatán, pero nosotros ya
éramos perros viejos y sabíamos lo que
nos esperaba, y quién estaba
esperándonos en aquella vieja escuela. Pero las vacaciones de verano no
habían acabado todavía y aún nos quedaban seis días para disfrutar y
aprovechar a tope.
La construcción de bloques de viviendas de baja calidad ya había
comenzado, pero a partir de 1.964 se disparó, apareciendo como setas en el
monte, excavadoras, camiones, grúas y material de construcción por todo
Sestao en aras a solventar el desarrollo demográfico que este pueblo estaba
experimentando, llegando inevitablemente otro tipo de especulación, el
pelotazo y la tan odiada o querida burbuja inmobiliaria. Las huertas y las
campas desaparecían de un día para otro. Las casas viejas se derribaban y en
su lugar se edificaban otras. La actividad inmobiliaria era frenética, aunque
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el negocio estaba acotado para unos pocos. Ya se sabe, “Muchos serán los
llamados, pero pocos los elegidos”.
Sin pensar en el follón urbanístico en que se estaba convirtiendo Sestao o en
lo que estaba sucediendo alrededor nuestro nosotros seguíamos
persiguiendo a aquellos antiguos camiones de la gaseosa Gorbea, que se
arrancaban a palanca, y que venían cargados de bloques de carburo.
Siempre que pasaba el camión de la gaseosa todos corríamos tras él para
birlarle algún trozo de carburo con el fin de fabricar aquellos cohetes caseros
que lanzábamos en la Sierra.
¡Pobre de aquellos camioneros que al llegar a su destino se daban cuenta de
que la mitad del cargamento de carburo había desaparecido por arte de
magia!
Al no disponer de videojuegos, “playstations”, ipods, tablets y/o teléfonos
móviles cargados de juegos y otros chismes que los niños de hoy en día
disfrutan, ya se sabe, “a falta de pan, buenas son las tortas”. Por supuesto
que echábamos mano del ingenio y de nuestros propios recursos para no
aburrirnos, y uno de ellos indudablemente era el carburo para hacer la
pócima mágica que hacía saltar por los aires aquellos cohetes caseros.
El carburo lo mezclábamos con un poco de agua y otras sustancias que
nuestros abuelos guardaban en los sótanos. Después cogíamos una lata de la
basura, las mejores eran las latas de tomate, esta la colocábamos sobre
aquella mezcla química secreta, que se pasaba de una generación a otra.
Luego colocábamos una mecha de papel, tapábamos bien los bordes de la
lata con barro para que quedara herméticamente cerrada y finalmente
encendíamos la mecha que al entrar en contacto con el compuesto químico
producía una pequeña explosión, haciendo que la lata saliera disparada por
encima de los tejados de las casas.
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Muy a nuestro pesar el día siete de septiembre de 1.964 llegó. Tuvimos que
desempolvar de nuevo la cartera, las plumas, los tinteros y las “pinturillas”
de colores, así como aquel libro-enciclopedia “Álvarez”, de primer grado,
segundo y tercer grado, que era “intuitiva, sintética y práctica”, y que servía
para todas las asignaturas, desde las mates, geografía, lengua, etc. pasando
por la historia hasta llegar a la Formación del Espíritu
Nacional, y volver a nuestro aula, con aquel olor
inolvidable a lápiz recién afilado y a cuadernos y libros.
Aquel lunes bajamos a la escuela de Rebonza. A las
nueve en punto ya estaban todas las clases formadas
en el patio. Como era costumbre cantamos el Cara al
Sol, unos vivas a Franco y subíamos a nuestras
respectivas clases. Y así empezaba nuestro calvario particular.
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Al entrar en el aula nos quedamos ensimismados al ver que las mesas habían
sido barnizadas. Entonces entendimos la razón por la que nos hacían lijar los
pupitres antes de coger las vacaciones de verano. Los pupitres se
manchaban mucho con las plumillas de tinta china que utilizábamos para
escribir. La tinta se nos caía continuamente. La peor parada siempre era la
encimera del pupitre. Otras veces caía encima del ejercicio que casi estaba
terminado, lo cual era una gran faena, por no decir otra cosa, porque lo
teníamos que hacer de nuevo. ¡Mira que era difícil escribir con aquellas
plumillas! Hasta que cogías el tranquillo de escribir medianamente bien a
plumilla pasabas un tiempo completando aquellos cuadernos de caligrafía de
Rubio.
En clase nos sentaban por apellidos, posteriormente íbamos cambiando de
pupitre, dependiendo de las notas que sacaras en los controles o exámenes.
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Los más listos se sentaban en las primeras filas y los más torpes en las
últimas. Yo fluctuaba entre las primeras filas y las del medio.
Así que un día el profesor nos decía abrir el libro por la página tal, la cual
correspondía a las matemáticas, y durante una hora tocábamos esa materia.
La cosa cambiaba cuando debíamos estudiar la asignatura de “Formación
del Espíritu Nacional” que en los años setenta tantos disgustos dio a mis
padres y a mí.
“La Letra Con Sangre Entra” era el lema de aquella escuela, y dicho lema se
llevaba a rajatabla. Cuando D. Luis, “el dire”, nos decía, “mañana preguntaré
las capitales del mundo y el que falle una capital se llevará diez varazos de
avellano en cada mano”. Al día siguiente casi todos nos habíamos aprendido
las capitales del mundo, aunque por si las moscas, siempre teníamos en
nuestros bolsillos algunos dientes de ajo porque creíamos que si nos
untábamos las manos de ajo los varazos dolían menos. ¡Como olíamos a ajo!
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Y cuando jugábamos a pelota mano después de la escuela en el frontón de
los Hermanos contra el “Belga” siempre creíamos que las manos no nos
dolían tanto por el ajo que nos habíamos dado en clase. ¡Y como le dábamos
a la pelota! Creíamos que la rompíamos.
Las tablas de multiplicar las aprendíamos en un plis-plas porque nadie quería
que le castigaran, ni que le dieran unos varazos o le pusieran de rodillas
contra la pared para ser el hazmerreir de toda la escuela y de todo el pueblo.
Pero éramos humanos y fallábamos muchas veces. El maestro con el que
aprendíamos rápidamente las tablas de multiplicar era Don Pedro. Alto,
delgado, espigado, siempre con corbata y chaqueta, tenia tanto pelo en el
pecho que se le salía por el cuello de la camisa. Daba miedo cuando nos
hablaba y nos miraba. Inquieto él, siempre paseando de un lado a otro entre
los pupitres, soltando su frase preferida con aquel vozarrón, “a ver tú dime
la tabla del seis”. En ese momento todo el cuerpo se te paralizaba, y aunque
la supieras no te salía ni el seis por uno y recibías los varazos
correspondientes. Bueno, este maestro era más de reglazos en las puntas de
los dedos. ¡Como impresionaba el tío! Incluso cuando le veíamos por la calle
tratábamos de escondernos para que no nos viera creyendo que iba a sacar
una regla de la chaqueta.
Lo más habitual, aparte de los varazos y reglazos, era ponerte de cara a la
pared, de pie o de rodillas, con los brazos estirados para ponerte en las
manos unos libros, sin menospreciar los coscorrones y tirones de las patillas
que dolían un montón, además de las collejas. El campeón de las collejas era
Don Matías. Don Matías, el profesor de lengua, era ya mayor, a punto de
retirarse cuando topó con mi generación. Pequeño, enjuto, con un bigotillo y
aquellas gafas redondas. Tenía tanta mala leche que no la podía aguantar en
su cuerpo. ¡Qué collejas arreaba!
Un día Don Matías escribió un párrafo en la pizarra y en vez de escribir
“cajón” escribió “cojón”. Todos nos mirábamos y nos reíamos pero nadie se
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atrevía a decírselo por si las moscas. Salva, que era muy echado para
adelante, se levantó y se lo comentó. ¡Qué colleja recibió el chaval!
Don Luis tenía sus propias tácticas de enseñanza y aprendizaje y para
demostrarnos que eran viables no siempre nos daba varazos sino que nos
incentivaba económicamente, prometiendo darle a uno de nosotros un duro
(cinco pesetas), que en aquel entonces era dinero, si nos sabíamos la lección
de pe a pa, y en verdad que aquella estrategia docente funcionaba.
La clase la presidía la gran mesa del maestro colocada encima de un podio
de madera. Justo detrás del maestro, la pared estaba adornada con el
retrato del Generalísimo a la derecha, en el centro el Crucifijo y a la izquierda
el retrato de José Antonio Primo de Rivera y el Papa de turno.
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Ahora de adulto, el recuerdo que me queda de aquella escuela es que igual
no fue tan mala. Creo que hoy en día se podrían adaptar y adoptar algunas
de aquellas técnicas: la tenacidad, perseverancia y vocación que tenían
aquellos maestros que intentaban enseñarnos mucho con tan escasos
medios. Por supuesto que erradicaría castigos corporales o ridiculizar a los
alumnos. Cada individuo es diferente y reacciona de diferente modo. La
enseñanza no es una carrera de velocidad, más bien de fondo o de
obstáculos, que hay que ir salvando día a día, lección a lección, el profesor y
el alumno de la mano. Reconozco que aquella generación aprendió
muchísimo con aquellos métodos, no siempre los más idóneos, pero que de
algún modo funcionaron.
Las semanas pasaban rápidamente y los meses también. En un abrir y cerrar
de ojos el “skyline” de Sestao cambió drásticamente. Cada vez que
mirábamos alrededor nuestro solo veíamos grúas y trabajadores de la
construcción levantando bloques de pisos para que los ocuparan aquellas
personas que venían de todas partes de España, los más numerosos de
Castilla y Galicia, con su Caldo Gallego, su pulpo a la gallega, y su peculiar
acento, sin olvidarnos de los andaluces, con su gracia al hablar, y no menos
importantes, asturianos, extremeños, etc. Así, poco a poco, Sestao se
convirtió en el crisol de culturas que actualmente es. Con aquella
inmigración también llegó la prosperidad, se abrían bares, tiendas,
carbonerías, Spars, restaurantes, zapaterías, etc. que hicieron de Sestao un
pueblo pujante y atractivo para echar raíces en él.
Como no había sitio para albergar a tantísima gente en Sestao, y los pisos
eran carísimos, era muy habitual que varias familias estuvieran de alquiler
en el mismo piso con derecho a cocina. Los pisos patera no es algo del
presente sino del pasado. La gente con posibles compraba pisos y casas para
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alquilárselos a las familias de “maquetos” (inmigrantes de otras regiones de
España) que venían en busca de un porvenir mejor.
La vorágine que desató aquel desarrolló industrial y urbanístico trajo
consecuencias nefastas para Sestao. Se permitió construir sin orden ni
concierto. Se derribaron casas o lugares emblemáticos de la localidad. Sin
miramientos ni contemplaciones. Sin pensar que podía tratarse de arte
arquitectónico, del patrimonio urbanístico de Sestao.
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Capítulo VIII
LAS NAVIDADES EN FAMILIA
El verano finalizó con más sirimiri que sol
y los meses precedentes a la Navidad
pasaron rápidos y nos encontramos en un
Sestao con ambiente navideño…..los
típicos villancicos que salían de la
megafonía del ayuntamiento, el belén
que se montaba en la entrada del
ayuntamiento y algunas luces navideñas
que adornaban parte de la Gran Vía, pero
para nosotros aquello era como la Quinta
Avenida engalanada en Navidad.
Estábamos en Navidad y la Navidad era
harina de otro costal. Todo el mundo
sacaba provecho de las fiestas navideñas,
y los poderes fácticos de la época no eran
una excepción.
La Falange Española (OJE) encontraba
su mejor aliado en la Navidad para
hacer alarde de su poder, y
organizaban, desde su sede en la calle
La Iberia, lo que ahora es el Centro de
Información Juvenil, todos los actos y
eventos de la Navidad.
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Este local estaba equipado con billares,
ping-pong, juegos de mesa y otros
entretenimientos para atraer a la
juventud de Sestao a formar parte de su
organización. Otro reclamo de la OJE
era el campamento de verano que
organizaba en Espinosa de los
Monteros, Burgos, donde se realizaban
diferentes actividades al aíre libre, así
como marchas por los montes de la
zona. La competencia se la hacía el
Patronato (Colegio Diocesano de
Berriocochoa) que organizaba sus
“colonias” de verano en Puentearenas,
Burgos.
Y como era costumbre la OJE se dedicaba a organizar los actos y actividades
de la localidad. Uno de ellos era el desfile de Navidad, con la Virgen María,
San José y el Niño Jesús, acompañados por el desfile de soldados romanos,
pastores, los Reyes Magos y demás séquito. Siempre abriendo el desfile iban
los Cornetas y Tambores de la OJE, bien repeinados y con el pelo
abrillantado y con el uniforme oficial de la OJE.
La víspera de los Reyes Magos repetían el mismo
desfile, estos desfiles eran habituales durante el año,
dependiendo de la fiesta u onomástica que se
celebrase. En estos desfiles y actos sacaban sus
estandartes y banderas. El emblema de la OJE era un
“León rampante amarillo sobre cruz potenzada roja”. Su lema “Vale quién
sirve”. Su patrón es el rey Fernando III de León y Castilla, “el Santo”.
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La OJE se fundó en 1960, formó parte de
la Delegación Nacional de Juventud,
absorbiendo la antigua organización
obligatoria “Frente de Juventudes”, que
era como nosotros la conocíamos en el
pueblo, y la voluntaria “Falanges
Juveniles de Franco”. El espíritu de esta
organización era la hermandad y el entretenimiento de los jóvenes que
quisieran servir a la patria y a la justicia, dentro de un espíritu cristiano.
La OJE estaba estructura entre niños de 6
a 10, que les llamaban “Flechas”, de 11 a
14, “Arqueros”, de 14 a 17, “Cadetes”,
de 18 a 21, “Guías”, y a partir de los 22
años, “Guías Mayores”.
Actualmente, La OJE trabaja en un
programa ayudando a los campos de
refugiados del Sahara que se llama
“Ladrillo a Ladrillo” y tienen algún que otro albergue en el Camino de
Santiago para ayudar a los Peregrinos que se dirigen a Santiago.
Durante las navidades todas las familias de la localidad se reunían en el
hogar de los abuelos, que eran
los anfitriones. Mis abuelos
paternos anhelaban la Navidad y
disfrutaban compartiéndola con
su familia. Tuvieron cuatro hijos,
el mayor, Daniel, que murió
combatiendo en el lado
republicano durante la Guerra
Civil en Santander, y los otros tres hijos les habían dado siete nietos.
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Mi infancia transcurrió
influenciado por los cuentos e
historias que me contaba mi
abuelo paterno, analfabeto él,
que había cogido un tren desde
su aldea natal en Doncos, Lugo,
Galicia, y que se vino a trabajar a
las minas de la Arboleda a la
temprana edad de nueve años,
porque un tío suyo trabajaba allí. Según nos relataba él se subió a un tren y
con la ayuda de una paisana llegó hasta la Arboleda donde encontró a su tío
que le procuró un trabajo de botijero. Allí, tiempo después, se enamoró de
mi abuela, Dolores.
Ser analfabeto en aquel entonces en España no era algo inusual o de que
avergonzarse, sino más bien normal, y mis abuelos paternos eran
analfabetos. Y siempre que les llegaba alguna carta de sus parientes en
Argentina o en Cuba nos pedían que se las leyéramos. Pero su afán por tener
a la familia unida era desmesurado. Criaban conejos, gallos y gallinas en el
sótano de la casa. Aquellos
animales eran criados con gran
esmero y a la antigua usanza,
como lo habían visto hacer toda
la vida en sus casas de pueblo.
Compraban los pollitos y conejos
en el mercadillo y desde
entonces eran alimentados con
borona, trigo y comida especial
que mi abuelo traía de la huerta
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que trabaja en las Camporras.
Las Camporras era la huerta de Sestao, de allí se sacaban las mejores berzas,
patatas, zanahorias, cualquier clase de hortalizas con las que nos
alimentábamos la mayoría de las familias de este pueblo. Con lo que salía de
aquellas huertas, esparcidas a lo largo y ancho del pueblo, y con el carbón
que las mujeres birlaban de los vagones que venían de León para alimentar a
las máquinas a vapor, la mayoría de las familias obreras de Sestao llegaban a
fin de mes.
El día de Noche Buena mis abuelos mataban unos cuantos animales para
satisfacer el apetito de todos aquellos nietos que corrían por la casa, piso
arriba, piso abajo, y por el patio de la casa de la Protectora. Los animales que
comíamos eran manjares, con aquel exquisito sabor inconfundible de haber
sido criados con mimo y cocinados en la chapa de carbón a fuego lento.
Aquellos días de Noche Buena,
Día de Navidad, Noche Vieja y
Año Nuevo siempre acababan
con mi padre, madre, tíos y tías
cantando Rancheras y canciones
de la tierra a las cuales todos
nosotros nos uníamos. Estas
noches acababan con las típicas
partidas de cartas.
De los padres de mi madre no puedo decir mucho ya que mi abuela
materna, María, ya había fallecido cuando yo nací, solo sé que era originaria
del Valle de Arratia, Ceberio. De mi abuelo paterno, Aniceto, también
oriundo del Valle de Arratía, Zeanuri, más conocido en Baracaldo como el
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“Aserrador” tampoco puedo decir mucho ya que le vi pocas veces porque no
se llevaba bien con mi madre a raíz de que no quería que mi madre, Petra,
se casara con un “Maketu”, (aunque mi padre hubiera nacido en Sestao) que
así llamaban los Vascos a los españoles venidos a trabajar a las minas y a las
fábricas del entorno “con la casa a cuestas”. Ni que decir que el amor impera
por encima de todo y mis padres se casaron sin su consentimiento.
Mi abuelo materno “el Aserrador” era una persona de bien, con poder,
dinero y posibles, que poseía muchas tierras en Baracaldo, además de ser
dueño de una fábrica de gaseosa y tener la franquicia de una patente de
lejía.
Con el cambio de año y con los Reyes Magos venía la culminación de las
fiestas navideñas. El seis de junio salíamos todos a la calle, chicos y chicas,
sin importarnos el frio que pudiera hacer, con nuestros nuevos juguetes,
aunque al día siguiente comenzara de nuevo la escuela, Aquella Escuela.
El día 1 de enero de 1.965 Franco
aprobó y permitió que el Evangelio y
las epístolas se leyesen en las
lenguas vernáculas. Lo cual era un
signo del aperturismo político que
se empezaba a vivir en el País Vasco,
muy a pesar de algunas fuerzas
reacias a dicho aperturismo.
Aquella Escuela no había cambiado en lo más mínimo a pesar del
aperturismo del régimen franquista. Si que notamos que en la misa
dominical, Don Anastasio, el párroco de la iglesia del Patronato, que unos
años después sería mi director y amigo, hablaba, a veces, un tanto raro,
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cambiando de idioma, porque parte de la misa la decía en vascuence. ¡Pero
solo era cuestión de acostumbrarse a los cambios!
Y mientras esperábamos a que las vacaciones de Semana Santa llegaran, que
aquel año cayó en abril, nos íbamos enterando por la tele que aquel año de
1965 Winston Churchill, premio Nobel de Literatura, muere el 24 de enero a
los 90 años de edad y que su funeral se celebró el 27 de enero con los
honores que le correspondía como Primer Ministro del gobierno de la reina
Isabel II; que el 30 de enero de ese mismo año nace la Organización Para La
Liberación De Palestina; que a un tal Martin Luther King, del movimiento
negro anti-apartheid, había sido arrestado y soltado; que la Guerra de
Vietnam seguía su curso; que en Bilbao se inaugura la primera Feria de la
Industria Eléctrica y Maquinaria de Elevación y Transporte; que EE.UU.
comienza a utilizar el gas Nepalm (gas mostaza) en Vietnam; y que se
produce el “Domingo Sangriento” y que el presidente Lyndon Johnson
prepara la Ley de Derecho a Voto de los Negros para que la aprobara el
Congreso y que Nicolae Ceausescu es nombrado jefe del estado de Rumanía.
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Capítulo IX
LA SEMANA SANTA, LA TELE DE VICEN y MÍ TÍA MARGARET
¡Y cómo no! La Semana Santa llegó.
Ya se notaba que habíamos dejado los
fríos y las heladas del invierno. Los
charcos que se formaban en las calles
sin asfaltar ya no se helaban, y la
temperatura era más agradable.
En abril estudiábamos bastante más la
Historia Sagrada que otros meses, y
TVE, la única que había, solo televisaba
películas religiosas. En la radio, la
mayor parte del tiempo, solo se
escuchaba el “Ángelus” y música sacra.
Las procesiones de Semana Santa eran
interminables. Procesiones por doquier, y las discotecas y cines cerrados a
cal y canto.
La Semana Santa, cuando caía en abril, enlazaba con el mes de mayo, el mes
de la Virgen, lo que significaba que había que hacer una ofrenda floral a la
Virgen de la escuela todos los días. Todos, chicos y chicas, recogíamos flores
de las muchas campas que había en Sestao para colocarlas debajo de la
Virgen. Esto de los ramos de flores nos lo tomábamos muy en serio, primero
por el sentido religioso que el acto suponía, y segundo porque todos
queríamos agradar a los maestros y al cura de la escuela.
Por una parte las vacaciones eran divertidas, porque no había escuela, pero
por otro lado eran aburridas, y aquella teleserie de mi infancia, “El Fugitivo”,
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que tanto nos gustaba, y que nos hacía
soñar con mil y una aventuras, dejaba
de emitirse hasta que pasara la Semana
Santa.
Si la memoria no me falla, Vicen, y su
marido Víctor, entrañables personajes
de mi infancia, compraron la primera o
segunda televisión de la Protectora, y
como buenos samaritanos la compartían
con los críos de su amada Protectora
todas las noches que el “Doctor
Kimble”, protagonizado por David
Janssen, y perseguido por aquel
implacable policía, aparecía en aquella televisión Phillips, en blanco y negro,
de 21 pulgadas. Para las nueve y media todos habíamos cenado e íbamos
invadiendo el salón de la casa de Vicen y Víctor, sentándonos en el suelo,
para ver el correspondiente capítulo semanal que comenzaba después del
“parte” (Telediario). El evento era un ritual, ya que los chavales y chavalas de
la Protectora nos reuníamos en aquel improvisado cine de barrio con Vicen y
su marido, Víctor, además de sus tres hijos, Vitorchin, Araceli y Maite.
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No solamente Vicen y su marido, Víctor, compartían su televisor con los más
jóvenes del barrio, sino que en verano la compartían con los mayores, para
que los aficionados a los toros no se perdieran aquellas vistosas corridas de
toros protagonizadas por los toreros de moda, el “Cordobés” y el “Viti”.
Vicen, amante de las tertulias, extraordinaria relaciones públicas, siempre
dispuesta a debatir temas, mandaba a sus hijos, casa por casa, con el fin de
avisar a todos los vecinos amantes de la tauromaquia de la hora de
comienzo de la corrida de toros. Su marido Víctor, hombre infatigable,
siempre estaba reparando algo, pintando alguna puerta u ordenando el
sótano de la casa, y siempre dispuesto a echar una mano.
Pasado un tiempo habría una televisión, Phillips, Grunding o Zenith en casi
todos los hogares de Sestao. Con ellas aprendimos que España no era el
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ombligo del mundo y que había algo más tras los Pirineos y el Estrecho de
Gibraltar.
Al acabar la Semana Santa
mi padre recibió una carta
por “correo aéreo” de
una tal “Margaret”. La
carta escrita en inglés
decía, “Querido hermano
Luciano, te visitaré en
agosto aprovechando las
vacaciones de verano y así
conocer a tu mujer, Petra,
y a tus hijas e hijo. Estoy muy entusiasmada por el viaje ya que será la
primera vez que viaje a España y al País Vasco, y verte a ti después de tantos
años. Os quiere, Margaret”.
Mi padre fue un Niño de la Guerra Civil Española, y durante la contienda, en
1937 sus padres, Manuel y Dolores, tuvieron que meterle a él y a su
hermano mayor, Pascual, en un barco, el Habana, de la Compañía
Trasatlánticas Española, que estaba fondeado en Santurce, y los dos
hermanos, junto con otros muchos chicos y chicas de la Margen Izquierda,
marcharon rumbo a un campamento de niños situado en Southampton.
Posteriormente mi padre y su hermano fueron trasladados al Campamento
de Niños Vascos sito en el municipio de Margate, Inglaterra, donde fue
“adoptado” por la madre de Margaret, viuda, quién había perdido a su
marido en la Primera Guerra Mundial. Mi padre y mi tío Pascual, que tenían
11 (Número de Identificación 3657) y 14 años (Número de Identificación
3656) respectivamente cuando salieron de Santurce hacía Southampton in
1937, regresaron a Santurce de nuevo el 18.07.39.
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Aquel día fue muy
traumático porque
tenía que separarse
de su hermano
mayor e irse con
una señora mayor y
su hija a Anerley,
Londres.
Todos los Niños y
Niñas de la Guerra
eran muy versátiles y se adaptaban bien a las nuevas circunstancias, y mi
padre no era una excepción. Al cabo de un tiempo se adaptó a la vida
familiar inglesa. Le mimaron todo lo que pudieron, y de vez en cuando le
llevaban a ver a su hermano Pascual, y muchos fines de semana la madre se
Margaret se traía a Pascual a casa para que los dos hermanos pudieran estar
juntos.
A mí particularmente me encantaba que mi padre me contara todo lo
relacionado con aquel “fantástico” viaje. Le hacía preguntas sobre las
condiciones en las que había viajado, que actividades hacían en aquel
campamento, si les trataron bien, cómo se entendían con la gente, donde
estaba situado dicho pueblo, si echaba de menos a mis abuelos y a su
hermano menor, Arturo, si estaba preocupado por su hermano mayor
Daniel, que estaba combatiendo en el frente, y quién murió en Santander
protegiendo al Lehendakari Aguirre, que había escapado de Bilbao hacía
Villaverde de Trucios, donde pasó la noche, y fue atacado por las tropas
franquistas cuando se dirigía a Santander a coger un barco para que le
llevara a Francia. Le hacía miles de preguntas que él siempre me contestaba
dándome muchísimos detalles y pormenores.
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Yo, particularmente estaba entusiasmado de conocer a aquella “tía”, que
solo conocía de oídas, y por algunas fotos que de vez en cuando recibíamos
en aquellos sobres, bordeados de azul y rojo, que ponía en inglés “AIR MAIL”
(POR AVIÓN) y con el retrato de la reina Isabel en el sello, y en las cuales nos
contaba cosas de su rutina diaria, de su trabajo, de la zona donde vivía, que
hacía, etc., y que mi padre tanto ansiaba recibir.
Agosto parecía lejos, pero los meses pasaban rápidamente, y un buen día, el
1 de agosto, nos enteramos de que el Reino Unido prohíbe la publicidad de
cigarrillos en televisión, y que aquel domingo 1 de agosto de 1965 llegaba al
aeropuerto de Sondika, Bilbao, nuestra “tía” inglesa, Margaret.
Se habían hecho preparativos para alojar a tía Margaret en un piso de 50
m2. Mis padres pasaron a dormir de su habitación al sofá-cama de la sala, y
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a mí me pasaron a dormir con mis hermanas. Yo flipaba porque Margaret
vivía en una casa con jardín. ¡Qué pensaría de aquel apaño!
Aquel acontecimiento social y familiar, que iba a reunir a dos seres que no se
habían visto durante mucho tiempo, y que uno de ellos venía de un país tan
democrático, donde votaban hasta las mujeres, era digno de presenciar y de
saber lo que pensaba del nuestro. Y por supuesto, yo no me lo quería
perder.
Llegó a casa la tan ansiada y querida tía con mi padre en el taxi de Emilio
padre, que luego heredó su hijo, también llamado Emilio, y tras la muerte de
Emilio hijo, Conchi, la esposa de este que siguió con el negocio. Creo que el
taxi era un Seat Mil Quinientos negro con una raya transversal roja. Quizás el
único taxi de Sestao.
La llegada de mí tía Margaret fue un evento en el barrio porque ninguno de
mis vecinos había visto a una inglesa antes. Bueno, había un alguacil de
tráfico en Baracaldo, que por aquel entonces era la atracción popular
porque era negro, pero una inglesa, una súbdita del Imperio Británico, que
nos había robado Gibraltar, nunca.
La visita de tía Margaret suponía salirse de la horma del zapato y hacer cosas
diferentes como viajar a Santander, San Sebastián, Burgos y algún que otro
lugar de interés como Gernika, comer cosas que normalmente no comíamos,
pastas, pastelitos, gambas, etc., llevar todos los días la ropa de los domingos,
y por supuesto, practicar mi inglés con ella. Y cierto es que le sacaba
bastante partido a mi inglés con uno de los maestros de Rebonza que tenía
una “medio novia” malasia con quién se carteaba en inglés y a quien le tenía
que traducir las cartas que recibía cada dos o tres semanas.
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Una mañana, para ser más exacto el viernes 13 de agosto, me levanté, fui a
la sala de estar y allí estaba Margaret hablando con mis padres de mí.
Margaret y su marido, Mr. Cecil, no tenían hijos, y Margaret estaba
proponiendo a mis padres llevarme con ellos a Londres todos los veranos. En
cuanto lo oí, dije que si inmediatamente a esa excelente proposición.
Al finalizar agosto Margaret, que había llegado blanca como la leche, y
durante su estancia se había puesto roja como lo que era, una “guiri”,
regresó a Londres con un bronceado que le resaltaba, aún más, el pelo rubio
y aquellos bonitos ojos azules, no muy comunes por aquí, que ocultaba
detrás de las gafas. ¡Que contaría a sus amigos y conocidos de la España que
había visto!
Yo, sabiendo que aquel iba a ser mi último verano en Sestao, disfruté como
un “enano” del resto de las vacaciones con mis amigos de travesuras. Unas
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de aquellas travesuras, que casi siempre
hacíamos por las noches, era atar un hilo
a alguna aldaba, escondiéndonos detrás
de algún muro, y tocar la aldaba, una y
otra vez, para que salieran a abrir la
puerta. Al salir la vecina no veía a nadie y
cerraba la puerta acordándose de todos
nosotros. Otros días, al anochecer,
después de la cena, jugábamos al
“escondite”, o a “ladrones y policías”, o
al “bote”, sin olvidarnos del “Txorro-
Morro-Pico-Tallo-Qué”, que tanto nos
gustaba a los chicos, poniendo a prueba
nuestra brutalidad. Durante la mañana o
la tarde el campo de fútbol de los
Hermanos atraía a todos los chicos de Sestao, de todas las edades, y de
todos los barrios. Se jugaba un partido tras otro. Cuando no jugábamos al
fútbol matábamos el tiempo haciendo “iturris” (tapones de chapa de las
botellas de Coca-Cola, Fanta, etc).
En aquellos “iturris” metíamos un cromo de algún futbolista o ciclista, luego
redondeábamos un trozo de cristal y se lo colocábamos encima del cromo y
lo sellábamos con un poco de jabón Chimbo para jugar en la calle a la Vuelta
Ciclista a España. Otras veces nos entreteníamos jugando al hinque o
haciendo silbatos con los güitos de los albérchigos.
Y así acabó aquel verano de 1.965 adentrándonos en la rutina escolar, con
el objetivo de preparar el examen de ingreso de bachiller con el infalible,
incansable, estricto, meticuloso y temido Don. Luis, director de la escuela de
Rebonza.
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Capítulo X
MÍ PRIMER VERANO EN LONDRES y LA LEY ORGÁNICA DEL ESTADO
Enero de 1.966 comenzó con
varias noticias, algunas buenas y
otras malas. Una de las buenas
fue que dos jóvenes
estadounidenses, Simon y
Garfunkel, editaban su segundo
álbum “Los Sonidos del Silencio”,
que resultó ser un gran hit (éxito
musical) y una de las malas que
dos aviones estadounidenses
chocan y cinco bombas atómicas cayeron en Palomares, Almería, con el
consiguiente baño del Ministro de Información y Turismo, Don. Manuel
Fraga Iribarne, en las aguas de Palomares para tranquilizar la ciudadanía de
que el entorno no estaba contaminado por la radiación. Francia, con el
general De Gaulle, como presidente, y al frente del gobierno, abandonaba la
OTAN. El grupo británico “The Beatles” da una conferencia de prensa en
Chicago, EE.UU. en la que John Lennon se disculpa por su frase “Somos más
populares que Jesús”.
Al comienzo de aquel curso, mis
padres decidieron que debía
estudiar bachiller, y hablaron con
Don Luís, que aparte de ser el
director de Rebonza, preparaba a
los alumnos que querían hacer el
examen de Ingreso. Así que, previo pago de los respectivos honorarios, un
puñado de compañeros y yo nos quedábamos todas las tardes de seis a ocho
para reforzar la geografía, las matemáticas, la historia, las ciencias naturales
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y el lenguaje, con el consabido y
estricto Don Luís, lo que suponía
unos reglazos extra si no nos
aprendíamos la lección. Pero todos
nos sorprendimos porque aquel
era otro Don Luís, aquel Don Luis
no era el que nosotros conocíamos
en las clases normales de la
escuela, aunque de vez en cuando
se le iba la mano o nos daba algún
que otro reglazo.
Poco antes de acabar el curso hice el examen de Ingreso en el colegio
Diocesano de Berriochoa (El Patronato de toda la vida), aprobándolo con
una nota excelente. Se notó la “mano” de Don Luís.
Mis padres habían escogido El Patronato porque querían que estudiara en
un ambiente más vasco, más nacionalista, y que tuviera una enseñanza de
mayor calidad, y supongo que porque no había muchas más opciones en
Sestao.
El cambio iba a ser un poco traumático, como lo es hoy en día, cuando los
niños cambian de un colegio a otro, pero la vida es así y había que seguir
hacia delante, diciendo adiós a mi escuela de siempre, que por otro lado
estaba a corta distancia del nuevo colegio y pasaría por delante de ella de
camino a El Patronato.
En el patio, durante el recreo, comentábamos lo que algunos chavales
mayores, que estudiaban en el Patronato, nos decían de la disciplina que se
impartía allí. Nos decían que aún era más dura que la de Rebonza, que