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1. OJOS DE DEVOCIÓN


He venido a ciegas, de la mano de la devoción con que supieron
educarme, con los ojos de una Fe que no necesita ver para creer,
ni sentidos para sentir. Vengo del Lunes Santo, pero no me
llamen forastera porque ése Lunes es éste mismo. Vengo ciega y,
sin embargo, qué bien se comprenden las cosas cuando forman
parte de uno; cuando se reconocen las miradas, cuando el paisaje
no es extraño, sino familiar; cuando la devoción sabe pintar un
mapa de cada rincón del Lunes, de cada sentir paralelo… no, no
necesito los ojos para ver ni comprender algo que yo también
siento.
Que si la Fe es una gracia divina, la devoción es un tesoro que ella
nos regala, a través de la mano humana, a través del dolor
humano, a través de una palabra tan ciega y tan grande como es la
de Hermandad. Pero ¿qué es esta devoción? ¿una amistad que
dura casi veinticinco años? ¿un capricho con que recrearse? ¿es
más profunda que la Fe? ¿no es acaso más pagana que divina? ¿ha
crecido, se ha propagado, se ha contagiado en este cuarto de
siglo? ¿qué es la devoción?


Cuando se escriben los años
Como tiras de recuerdos,
Cuando se cuentan los sueños
Que se cumplieron sufriendo,
Cuando valen más que las palabras
Que se musitan en rezos
Y plegarias, los silencios
Compartidos entre hermanos,
Que alguien me sepa explicar
Qué son veinticinco años;
Que algún hermano, valiente
Que guarde los calendarios
Sepa escribir con palabras
Qué es un aniversario,
Con qué momento se queda
Con qué relevo o calvario,
Con qué lágrima compartida,
Con qué fraternal abrazo.
Cuando se escribe una vida
Que está hecha de retazos
Y de unión sobre desencuentros
Y reproches olvidados,
Cuando se mira hacia atrás
Se recuerdan tantas manos
Unas que han ido creciendo,
Otras que fueron menguando
Otras que desde el cielo
Siguen, firmes, trabajando,
Cuando ya no existen los cofrades
Porque van creciendo los hermanos,
Que me digan, si es que pueden
Qué son veinticinco años.
Que alguien me pregunte ahora
Qué es la devoción de un barrio
Y yo les diré, señores,
Que vengan un Lunes Santo.




4. SALUDAS
Excelentísimo Ayuntamiento de Granada, en la persona de Don
Vicente Aguilera, Teniente de Alcalde y Concejal de
Mantenimiento; Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la
Venerable Hermandad de Caridad del Santísimo Cristo del
Trabajo y Nuestra Señora de la Luz; Hermanos mayores de las
Cofradías y Hermandades de Granada; Hermanos de las Cofradías
del barrio del Zaidín; queridos hermanos y hermanas:


3. HERMANDAD


No es este espacio para hablar de mí, pero es justo agradecer lo
que no se merece. A la Junta de Gobierno, por hacerme sentir en
familia. Gracias porque hacéis realidad manifiesta la palabra
Hermandad, con el día a día compartido, con una oración
heredada de antiguas plegarias, renovadas cada jornada, tras cada
caída, en unos labios modestos que la vida va secando y la Fe
moviendo, que no saben si gritar o callar; con los tiempos de
espera paciente, con los tiempos compartidos entre sonrisas, con
cada abrazo fraterno, con cada lágrima sincera. Porque, al fin y al
cabo, tanto lágrimas como sonrisas terminan siendo un idioma
universal que todos hemos hablado, callado y comprendido.
Gracias por la confianza y por el honor que yo recibo y guardo
como un tesoro más de los que Él y su Inmaculada Madre la
Virgen, van prendiendo en mi memoria.
Y gracias, cómo no, a Elena, compañera, amiga y –cuánto sano
orgullo pueden contener las palabras- veraz hermana. De tu mano,
como decías, descubrí que no somos pocos los locos cofrades
sinceros, los que están dispuestos a aprender y trabajar, los que
entienden el compromiso como una forma de vida, los que tienen
la valentía de pregonar –con más dignidad y eficacia que
cualquiera de los que nos pongamos ante un atril-, pregonar su Fe
y la Verdad de Cristo con hechos y con acciones. De tu mano,
sincera y siempre dispuesta, llegué a esa gran Cuaresma perpetua
que se vive tras la Cruz de Guía. Gracias, por tus palabras: las que
ahora has pronunciado con amistad en demasía y las que
pronuncias en el día a día con amistad verdadera. Gracias, Elena.


Vengo desde vuestro Lunes Santo, el mío y el de Granada entera,
a presentar un cartel que no es sino un instante entre tantos miles.
Y mis palabras pasarán, escritas en una Historia hecha de muchos
avatares, de muchas noches de trabajo compartidas, en lo bueno y
en lo malo. Pasarán porque llegarán otras, más acertadas, que sin
duda construirán el resto de Historia que tenéis, que tenemos, que
esta ingrata y bendita ciudad tiene por delante. Vengo desde
nuestro Lunes Santo, ése que conozco desde el anonimato
humilde de un capillo, que es el único anonimato que debe
ponérsele a la Fe: el de la humildad. Y vengo a presentar un cartel
en el que no aparecen, explícitamente, ninguno de los titulares.
Porque lo que anuncia es justo el fruto que deriva de Ellos, el
árbol recio y fuerte que ha crecido sobre la semilla sembrada,
regada con ilusiones y desengaños, pero siempre con Caridad, con
Fe, con Esperanza. El árbol recio de una Hermandad que es una
forma de devoción intensa, construida con cariño y paciencia,
contra los vientos y las sequías de una sociedad empeñada en
desarraigar cuanto de moral o humano crezca.
Una Hermandad que cuando hace estación de Penitencia, va
conquistando la calle, tomándola y haciéndola suya, contagiando
un barrio entero por su espina dorsal: la Avenida de Dílar.




Hará más de veinte años
un ángel vino a Granada,
envuelto en nube de incienso
y desplegadas las alas.
Bajo sus plantas puras,
ramos de claveles granas
y cuatro azucenas, cuatro,
como las rosas del alba.
Hará más de veinte años,
vino un ángel a Granada,
y, pisando tierra yerma,
la iba dejando preñada
de una Fe con sabor dulce
de penitencias amargas.
El ángel, como el profeta
Fue anunciando la Palabra
Y fue enamorándose de ella
La tierra entre las dos aguas:
Zaidín, bendito tú eres
Por los tesoros que guardas,
Que hace más de veinte años
Vino un ángel a Granada
Con llamaor en la mano
Para llamar a las almas
A esa chicotá de vida
Que es una vida cristiana
Un ángel que entre varales
Y bambalinas volaba
Entre un cuerpo de ciriales
De capillos y de albas
Y fue sembrando fervor
Entre el eco de las marchas
Con un solo de corneta
Sobre noches estrelladas.
Hace más de veinte años
al Zaidín, tierra profana,
llegó un ángel capillita
y ya no volvió a dejarla:
se quedó dando Caridad
con el alma atravesada
mientras Longinos hería
a Jesús de la Lanzada,
se quedó pregonando al mundo
la Resurrección anunciada
mientras María es Triunfo
sobre el dolor y las lágrimas,
se quedó el ángel llorando
bajo una Cruz salesiana
porque se hizo Dios Redención
para Salud de nuestras almas,
y se quedó el ángel dormido
en una cuna de malvas
que la devoción sincera
es la mejor de las nanas
que vino a enamorar a los hombres
y salió su alma enamorada
de un rostro nazareno,
de la serena mirada
con que va mirando al Cielo,
que siempre fue su morada,
Jesús del Trabajo, caído
Sobre la tierra empapada
Y de su Madre, la niña,
Virgen siempre Inmaculada
Luz de Luz, Reina de Reinas
Que lleva la Luz en las entrañas.
Hará más de veinte años
Un ángel vino a Granada
Para traer al Zaidín
el Evangelio hecho Palabra,
pero era un ángel capillita
y dejó esta tierra sembrada
de devoción y fervores
y de Cuaresmas cuajada.
Zaidín, capricho y vergel,
Tierra entre las dos aguas,
Capricho de los fervores,
Más valientes y cofrades,
Zaidín, capricho de Fe,
De luna, saeta y sangre,
De esta Semana Santa
Que es la semana más grande,
Que se está apagando el sol
Y la noche es una Salve,
Que fuiste capricho de Dios
Para alojar a su Madre.
Hará más de veinte años
Hasta el Zaidín llegó un ángel
Y además de hacerlo cristiano
Hizo al Zaidín cofrade.


4. LUNES SANTO: LUZ Y TRABAJO


Lunes Santo. La tarde es aún resaca de un Domingo de Palmas
que ha ido a sentenciar al Cordero de Dios por la salvación de
unos hombres que seguimos huyendo de la mesa de Cristo por
treinta monedas. Polinardo es una hoguera de devociones, de
gente que, en las miserias de este mundo, en la oscuridad aciaga
de las constantes humanidades, conoce a Dios y conoce la Fe a
través de las imágenes. Ramón Pérez se mueve entre el gentío con
la profesionalidad que le dan la experiencia y el buen hacer. El
obturador se queja en el aire devoto, cargado de incienso,
mientras él calcula encuadre, enfoque y distancias en instantes de
flor de cera y ecos de cornetas rompiendo la serenidad de la tarde.
La Avenida de Dílar está pintada de grana y verde, Granada está
pintada en capillos y cíngulos sobre el asfalto, hoy menos duro,
menos gris y más tierno. La Avenida se ha pintado de fervores,
hasta la inmensidad del horizonte claro, con vuelo de capas marfil
por cientos, y cientos de almas esperan, con mezcla de gozo y
congoja, la llegada del palio.
Sobre el trípode que es compañero y testigo de su hacer, la
cámara es menos inerte y menos fría. Ramón busca la imagen,
busca la nitidez de una estampa que contiene tantos matices y
murmullos. Busca y es la imagen quien lo encuentra. Busca y
entonces comprende, que esa imagen – la gran arteria de un barrio
entero, la columna sobre la que descansan y en la que duermen
tantas inocencias, tantas amarguras, tantas alegrías y tantos
calvarios callados-, la imagen de una Avenida de Dílar devota, de
la que no importa su arquitectura contemporánea, de la que no
importa el trazo cruel que la vida diaria va dejando como poso en
la esencia más profunda de las calles, porque hoy está más bella
de lo que nunca pudieran soñar los paisajistas, comprende Ramón
Pérez, con los ojos acostumbrados a mirar por la ventana de la
fotografía, que esa imagen es el resumen de un momento que
jamás, y perdónenme señoras y señores, jamás podría describirse
con palabras. Tramo de Virgen, en el que se puede escuchar la
corneta resonando aún, misterio de Cristo caído delante, y el
rachear de los pies bendiciendo el suelo al compás de un palio que
va encendiendo las almas. Comprende Ramón que esa imagen
puede contener la respuesta a la incógnita inmemorial sobre lo
divino y lo humano. Y que envidien las más sinuosas y señoriales
calles de cualquier ciudad, las más perfectas joyas arquitectónicas
del mundo, la majestad de palacios y balconadas de dulce, que
envidien hoy, esta tarde de Lunes Santo, la belleza de una
Avenida de Dílar, que parece la novia blanca esperando, más
radiante, más hermosa y más devota cada año. Comprende Ramón
que acaba de guardar en la memoria de su cámara y en la
memoria de su corazón, el secreto del mejor tesoro con que puede
contar el patrimonio de una Hermandad: su gente, la prueba
efectiva de que una Estación de Penitencia es siempre, por encima
del folclore, el arte y el ornato, Evangelio en la calle.
Porque esta Hermandad ha ido aprendiendo qué es la Semana
Santa, con sus reglas impuestas, sus cánones heredados, su
consuetudinaria estructura y sus pérdidas de identidad tristes, a
través de una devoción tan fuerte que ha sabido florecer en la
yerma tierra de las dificultades y el cansancio. Quien quiera
conocer la devoción, que venga aquí un Lunes Santo, que mire
alrededor y diga que no se le estremece el alma, que vea las
miradas llorosas, suplicantes, confiadas y sienta cómo se va
repartiendo sosiego entre el tumulto. Que este cortejo,
impresionante muestra de elegancia y compromiso, largo, bien
formado y cofrade por derecho y bandera, es fruto de años de
aprendizaje y labor constante. Que me diga, quien sea capaz de
hacerlo, mirando y escuchando la devoción como si fuera visible,
palpable y material, que no comprende qué es la devoción cofrade
ante esta imagen que supo recoger Ramón Pérez y que apareciera
como sinopsis de Lunes Santo en el periódico Ideal de Granada.
Quien mire esto y no comprenda, no se contagie, no sienta, no
sepa… no comprende qué es dignidad, ni humanidad ni Fe.
Lunes Santo. Haciendo suya la calle, una Hermandad de día a día,
una Hermandad con mayúscula, una Hermandad cofrade que sabe
que en el detalle está escondida la plegaria más pura. Una
Hermandad valiente que no teme pregonar a los cuatro vientos su
Fe, una hermandad de iguales, que sabe escuchar la voz de los
maestros que le enseñaron el camino, de la experiencia, de los
padrinos a los que el tiempo y la vida ordena los impulsos y los
recoloca y los nombra, metódica y cruel, a base de palos y
ausencias. Una Hermandad que no deja consumirse la llama viva
de la pasión por Él, de la pasión por Ella, del Amor, de la ilusión
que no se deja vencer, de la juventud y la insolencia, de la sonrisa
y la inocencia de los niños. Nunca olvidéis que ellos, siempre
ellos, son el futuro.
El niño no conoce el por qué su Cristo busca en el Cielo una
respuesta que casi se le ha escapado del pecho, abierto y expuesto.
No sabe por qué razón a su Virgen, su Madre, una daga le
atraviesa el pecho, y por qué llora si va tan guapa, si no necesita
candelería para iluminar la calle, si las flores no son flores junto a
su carita de azucena, si sus hijos no van a dejarla sola. El niño no
conoce estas cosas pero su amor es más fuerte que su inocencia.
El niño, que cuenta con seis años en sus piernecitas amoratadas
por las travesuras, supo quién era Cristo y su Madre, Reina de los
ángeles y de los cielos, antes que rezar el Avemaría y el
Padrenuestro. Que sólo alcanzaba a decir, “Padre Nuestro que
estás en los cielos” cuando su mente se preguntaba qué hacía el
Padre en los cielos si él sabía que estaba entre nosotros, en el
Sagrario al que su abuela aún no le dejaba acercarse, en esa figura
que miraba a la altura, quizá musitando también “Padre
Nuestro”… Aún no ha hecho su Primera Comunión y se le llena
la boca de orgullo diciendo “Soy cofrade, de Trabajo y Luz”
como quien dice su nombre y sus apellidos.
El niño sueña con costales y fajas y relevos en las noches de
Cuaresma, cuando consigue que lo lleven a los ensayos. Se
estremece su carita de ilusión al sonido del llamaor, ponerse que
voy a llamar, y él –sin saber muy bien dónde están los riñones-
tensa la espalda y se pone recto, bajo un palo imaginario cargado
de sueños y de vida, con una mirada transparente que yo querría
mantener inmóvil en esos ojos que un día se llenarán de
desesperación y rabia. Entre los cuerpos, bajo la parihuela, el niño
busca esa cara conocida que lo protegerá siempre aunque se le
gasten las fuerzas y las ganas. Se fija el niño en los pies, y
cerrando los ojitos opina que quizá no haya marcha, ni música, ni
sinfonía más devota y más perfecta que ese sonido acompasado y
valiente que es el andar costalero. Y desde dentro, mientras los
zancos descansan en tierra antes de irse al cielo o el cielo a ellos,
unos ojos buscan a su hijo y una sonrisa basta para decir tantas
cosas. Sacude al niño una sensación extraña, y sabe y conoce que
en su corazón crece, de forma particular y sólo suya, un
sentimiento heredado y cuidado por esos ojos que siempre
buscará. Porque sueña con chicotás, y admira desde lo más hondo
de su niñez a quien con la mirada siempre estará ahí, por mucho
que los años, la vida o la muerte quieran poner distancia. Porque
admira y sueña con los ojos de su madre, costalera, valiente,
mujer y cofrade que lleva, como espina del rosal clavado en la
cerviz, al Redentor del mundo. Ellos son nuestra esperanza, en
ellos Dios puso el mañana. Seamos responsables de su educación,
de sus valores, esos que se están diluyendo en esta sociedad que
prefiere mirar hacia otra parte. La infancia, la juventud insolente
que tanto tiene que aprender pero a la que debemos, y ése es
nuestro trabajo, enseñar y prender de la luz de Cristo.


Con la mirada en el cielo y la mano apoyada en firme, como
aferrando el leño donde están contenidas todas las plegarias de un
pueblo que gime a sus plantas, Jesús no está caído: se está
levantando bajo el peso de una Cruz. Una Cruz que está cargada
de nuestras soberbias, de nuestras injusticias, de nuestro egoísmo,
de nuestra indiferencia y falta de caridad. Una Cruz que lleva, en
abrazo dulce y caricia dolorosa, hacia un Calvario donde serán
nuestras negaciones los clavos, donde será nuestra hipocresía
quien lo traspase y nosotros, hermanos, quienes aceptemos
callados, su muerte por nosotros y nuestras culpas.
Y Él, Santísimo Cristo del Trabajo, mira al cielo suplicante, con
una queja tierna, levantándose y buscando en la altura, favores
que no son para Él. Porque en el leño que aferra su mano
izquierda, sabe de tantas plegarias, tantos sufrimientos, tantas
oraciones… que Él aprieta su mano, dirige la mirada al cielo
limpio del Zaidín, y suplica al Padre que vaya sembrando, a su
paso, algo de esa advocación que ostenta: Trabajo. Cuántas
familias desesperan en sus hogares, con las ganas y las
necesidades al filo de los ojos, luchando por una dignidad con la
que otros juegan, esperando pacientes que se cumplan las
promesas con que los mercaderes y fariseos compran el poder
dejando aparcada una vergüenza que, probablemente, nunca
conocieron. Cuántos ojos lloran, al mirarle, preguntándose por
qué, qué hizo, en qué faltó para que le falte el trabajo. Qué hizo
para ver cómo se le pasan los años y las fuerzas y la paciencia de
ver a su familia, su sangre, sus hijos, condenados por el paro.
Cuántos vuelven la cara, arrogancia de los poderosos,
apoltronados en los sillones de los poderes mundanos.
Cuántos sollozos se esconden, Cristo del Trabajo, bajo los
capillos que desgranan súplicas. Cuántas inocencias se
encomiendan a tu misericordia, a ese leño en el que te apoyas o,
más bien, que acaricias para elevarlas donde tus ojos no pueden
dejar de mirar. Cuánto de humano hay en tu torso, expuesto y
dispuesto a ir recogiendo dolores para devolver paz. Cuánto de
divino en tu figura maltratada, humilde majestad bajo corona de
espino, dejando un camino de sangre. Mirada al cielo que bien
dota de significado a través de la Pasión, muerte y Resurrección,
la nueva alianza en la Santísima Trinidad: hermanos, miradle,
contemplad cómo es Él quien escucha y quien comprende, quien
viene a nuestro encuentro, quien nos busca en la insondable
incomprensión de nuestras vidas: Por Cristo, con Él, en estación
de Penitencia y en Hermandad diaria, y en Él, en la Comunión, en
la Eucaristía, en la Iglesia, a Ti, Dios Padre Omnipotente a quien
el Salvador dirige los ojos, en la unidad del Espíritu Santo,
siempre Hermandad con los hermanos, todo honor y toda Gloria,
por los siglos de los siglos.


¿Dónde miras, nazareno,
Dónde prendes tu mirada
Hasta qué vivo lucero
Estás llevando a Granada?
¿Dónde miras, nazareno,
Santo Cristo del Trabajo
Que están tus ojos morenos
Nublados por el quebranto?
¿Dónde miras, nazareno?
¿Qué estás arriba buscando?
Que no hay mano que consuele
Tu desconsuelo y tu llanto.
¿Dónde miran, por ventura,
Tus ojos templados, serenos,
Que llevan hasta la altura
Tantos exvotos y ruegos?
Que van tus ojos cansados
Buscando descanso y sustento,
Buscando la mano que calme
Y alivie tus sufrimientos,
Y los de aquellos cofrades
Que te miran desde el suelo,
Y consuelo que te guarde,
Dime, Cristo, en esta tarde,
¿Dónde miras, nazareno?
¿por qué buscas en el cielo
Si detrás ya va tu madre
Dándote ése Consuelo?


La tarde avanza pero la noche no cae. La noche no cae el Lunes,
no anochece, hasta que la Luz vuelve a casa, al Corpus Christi.
Que no hay anochecer más largo, que éste que conoce que por
encima del sol, está la Luz de María, la Luz que disipa con su
carita de niña las más hondas oscuridades del alma. Contagiando
va la calle, con una aroma de flores y un cantar de palio, de Luz,
tierna, infinita, y en su manto, puntada a puntada, se van clavando
plegarias. Por cada una de tus lágrimas, Señora, se van lavando
las almas, por tus manos intercesoras, abiertas para Granada.
Quieren los priostes encenderte una candelería que te alumbre y
eres Tú quien va encendiendo la mecha que consume e ilumina
este valle de llanto y de tiniebla. Confieso, Madre mía, que me he
encontrado en la oscuridad muchas veces, porque te he cerrado
los ojos, porque no he querido ver la Luz que tú trajiste al mundo,
porque no he dicho “Sí, hágase tu voluntad, que no la mía”.
Porque me he rendido a la desesperación, a la oscuridad de esas
noches que quieren desconocerte. Porque he llorado egoísta, sin
querer ver que allí estabas, bajo la oscuridad en que te huía y te
reprochaba, sin comprender que lo que ilumina el camino del día
a día es encontrar personas que llevan la verdad como idioma, la
honradez por costumbre y la amistad sincera puesta en una
sonrisa generosa. Lo bueno de la Fe es que es demostrable,
experimentable y sencilla: yo la encuentro muy dentro de mí, bajo
la tierna mirada de mis titulares más queridos (que siguen siendo
los de cada Hermandad de Granada). Pero, sobre todo, la
encuentro hecha materia palpable en los amigos por los que
merece la pena reír y llorar, por los Hermanos que el Redentor y
su Madre me han regalado. Que Tú, Reina de la Luz, pusiste en
mi camino. Y te pido la valentía suficiente para no apartarme
jamás.
María, Tú que trajiste la Luz al mundo, que eres lámpara siempre
encendida, brilla hoy en medio de la penumbra en que hemos
sumido este mundo. Brilla, María, en los hogares donde no
existen las palabras ni el respeto, donde el miedo se propaga y
aplasta la libertad y la felicidad, donde se rompen las personas y
se desgastan a golpes. Brilla, Luz, y da valentía a quien calla y
aguanta, pon voz al silencio de quien en la complicidad de la
omisión, permite impune la violencia. Brilla, Virgen y Madre de
Dios, en la conciencia olvidada de quien habla con los puños,
quien desahoga su debilidad humillando, maltratando y matando
física y moralmente a quien no tiene fuerzas ni sentido para
oponer resistencia. Brilla y extiende la Luz, Madre mía, y hazme
a mí más cristiana para que pueda perdonar tanta cobardía.
Brilla, Madre, en esta tierra de caínes, donde contemplamos con
indiferencia cómo al diálogo se responde con armas, con una
pistola en la nuca, con una amenaza constante a la libertad y a la
vida. La vida… brilla, Madre, da tu Luz a tantas mujeres que, a
oscuras, les falta claridad para comprender que una vida es
sagrada. Que, al cabo, cuando pasan los años, las penurias y los
llantos se olvidan y lo que se conserva es el milagro más hermoso
y más grande que exista: la maternidad. Brilla e ilumina, Señora
de la Luz, a todos los que no sabemos rogar ni gritar bien alto por
la vida, por tantos inocentes condenados por el egoísmo y la
comodidad de una sociedad perezosa y caprichosa, por permitir el
asesinato impune sin buscar solución ni remedio. Brilla, Luz del
mundo, en esta sociedad desarraigada que deambula errante y sin
sentido hasta su propia destrucción, despojándose de toda la
humanidad que Dios nos diera, jactándose de desconocer cada vez
más su identidad y su Historia, una Historia con mayúsculas que
han construido tantos hombres y mujeres con tanto sudor y
lágrimas, con tanta sangre –justa e injusta- pero derramada por
motivos y razones que nos conforman como personas a través de
los siglos, por motivos y razones de los que deberíamos aprender
a ser mejores, que hemos heredado y desperdiciado. Motivos y
razones que hoy ni conocemos ni queremos conocer. Y hoy,
cuando nos arrancan los crucifijos de las paredes, y nos quitan la
educación y la dignidad, y callamos, en la oscuridad… hoy,
Madre, necesitamos tu Luz.


Madre, Luz de Granada,
Luz que arrastras y desbordas
y que deslumbras las albas,
que a tu lado nunca hay sombras
y si las hay, las espantas,
Madre, no hay piropo suficiente
Para endulzarte la cara
Ni flor que pueda adornarte
Sobre las coquetas jarras
Que con mano de cariño
Los priostes colocaran.
Luz que eres baluarte
Mecida entre las dos aguas
Del Monachil y el Genil,
Centinelas de tu guarda;
Que eres la Madre de tantos
Que en el silencio te aguardan
Y en tardes de Lunes Santo
Por la calles te acompañan;
Luz, que a ti se rindieron
Postrándose hasta tus plantas
El arrojo del torero
Que tiene hechuras y casta
Para regalarte las luces
De su traje, ya no hacen más falta
Porque la Luz viene al mundo
Entre varales de plata.


Luz que iluminas los caminos de estos pobres peregrinos que nos
buscamos las manos, los unos a los otros, para no caminar
solos… alumbra nuestro sendero hasta Él, hasta tu hijo, que con
su Trabajo lleva el peso de nuestros pecados hasta la Redención.


5. DE VUELTA A CASA
El ángel coge el martillo de la Fe y nos llama al relevo de la vida
cotidiana con tres golpes secos. Nos está llamando a los palos de
la vida, los que hay que levantar con fuerza y de los que uno no
puede huir. Nos llama al compromiso y a la responsabilidad, a la
humildad y al perdón, a la caridad y a la Hermandad sincera. Y
son los corazones los que se fajan para llevar a la Gloria
promesas, y sueños, para escribir la Historia con cada paso. Y así
se conoce, milagros de la Fe y de la devoción, un poco del
paraíso.
Bendita casta costalera, bendito arrojo y valentía, que van rezando
con los pies por las calles… que no hay recorrido que valga, que
esto pasa en un suspiro, que no hay chicotá larga, que hay dos
cuadrillas para Ellos, hombres y mujeres devotos, y una cuadrilla
de ángeles dispuestos a hacer el relevo. Prendidas en la medalla,
las oraciones de los cofrades que no están, de los cofrades que
están por venir y de los que se fueron a la cuadrilla celestial que
está fajándose atenta, que revisa hasta el último cirio, que canta
saetas de silencio y brisa, que se funde entre el incienso y la luz
de la candelería.
Dije que no estaban los titulares en el cartel, ¿cómo que no están?
Mirad el cielo, mirad la gente expectante… en cada uno de ellos
están ellos, en el Trabajo diario y en la Luz que en los corazones
nunca se apaga. Id vosotros ahora y pregonad, no calléis. Que
tenéis ahora el bendito Trabajo de contagiar sin mordazas la Luz
de la Buena Nueva que está encendida en el alma. Que son ya
veinticinco, los años cofrades que pasan, desde que el ángel
viniera con capillos, incienso y fajas, con el hosanna en los labios
que se ha transformado en marcha. Y aquel ángel capillita, se
quedó entre las dos aguas, y con cada uno de nosotros, el
Evangelio propaga… que hoy la Fe se ha hecho cofrade… y está
en las calles de Granada.


Queda presentado el cartel anunciador del Lunes Santo de 2010.
Que por el Amor del Santísimo Cristo del Trabajo y la intercesión
corredentora de Nuestra Señora de la Luz, seamos capaces de ser
humildes y fieles a su voluntad, y pregonar por las calles su
Verdad, y ser siempre más Hermandad y vivir unidos en la Fe.
Muchas gracias.

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  • 1. 1. OJOS DE DEVOCIÓN He venido a ciegas, de la mano de la devoción con que supieron educarme, con los ojos de una Fe que no necesita ver para creer, ni sentidos para sentir. Vengo del Lunes Santo, pero no me llamen forastera porque ése Lunes es éste mismo. Vengo ciega y, sin embargo, qué bien se comprenden las cosas cuando forman parte de uno; cuando se reconocen las miradas, cuando el paisaje no es extraño, sino familiar; cuando la devoción sabe pintar un mapa de cada rincón del Lunes, de cada sentir paralelo… no, no necesito los ojos para ver ni comprender algo que yo también siento. Que si la Fe es una gracia divina, la devoción es un tesoro que ella nos regala, a través de la mano humana, a través del dolor humano, a través de una palabra tan ciega y tan grande como es la de Hermandad. Pero ¿qué es esta devoción? ¿una amistad que dura casi veinticinco años? ¿un capricho con que recrearse? ¿es más profunda que la Fe? ¿no es acaso más pagana que divina? ¿ha crecido, se ha propagado, se ha contagiado en este cuarto de siglo? ¿qué es la devoción? Cuando se escriben los años Como tiras de recuerdos, Cuando se cuentan los sueños Que se cumplieron sufriendo,
  • 2. Cuando valen más que las palabras Que se musitan en rezos Y plegarias, los silencios Compartidos entre hermanos, Que alguien me sepa explicar Qué son veinticinco años; Que algún hermano, valiente Que guarde los calendarios Sepa escribir con palabras Qué es un aniversario, Con qué momento se queda Con qué relevo o calvario, Con qué lágrima compartida, Con qué fraternal abrazo. Cuando se escribe una vida Que está hecha de retazos Y de unión sobre desencuentros Y reproches olvidados, Cuando se mira hacia atrás Se recuerdan tantas manos Unas que han ido creciendo, Otras que fueron menguando Otras que desde el cielo Siguen, firmes, trabajando, Cuando ya no existen los cofrades
  • 3. Porque van creciendo los hermanos, Que me digan, si es que pueden Qué son veinticinco años. Que alguien me pregunte ahora Qué es la devoción de un barrio Y yo les diré, señores, Que vengan un Lunes Santo. 4. SALUDAS Excelentísimo Ayuntamiento de Granada, en la persona de Don Vicente Aguilera, Teniente de Alcalde y Concejal de Mantenimiento; Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Venerable Hermandad de Caridad del Santísimo Cristo del Trabajo y Nuestra Señora de la Luz; Hermanos mayores de las Cofradías y Hermandades de Granada; Hermanos de las Cofradías del barrio del Zaidín; queridos hermanos y hermanas: 3. HERMANDAD No es este espacio para hablar de mí, pero es justo agradecer lo que no se merece. A la Junta de Gobierno, por hacerme sentir en familia. Gracias porque hacéis realidad manifiesta la palabra Hermandad, con el día a día compartido, con una oración heredada de antiguas plegarias, renovadas cada jornada, tras cada
  • 4. caída, en unos labios modestos que la vida va secando y la Fe moviendo, que no saben si gritar o callar; con los tiempos de espera paciente, con los tiempos compartidos entre sonrisas, con cada abrazo fraterno, con cada lágrima sincera. Porque, al fin y al cabo, tanto lágrimas como sonrisas terminan siendo un idioma universal que todos hemos hablado, callado y comprendido. Gracias por la confianza y por el honor que yo recibo y guardo como un tesoro más de los que Él y su Inmaculada Madre la Virgen, van prendiendo en mi memoria. Y gracias, cómo no, a Elena, compañera, amiga y –cuánto sano orgullo pueden contener las palabras- veraz hermana. De tu mano, como decías, descubrí que no somos pocos los locos cofrades sinceros, los que están dispuestos a aprender y trabajar, los que entienden el compromiso como una forma de vida, los que tienen la valentía de pregonar –con más dignidad y eficacia que cualquiera de los que nos pongamos ante un atril-, pregonar su Fe y la Verdad de Cristo con hechos y con acciones. De tu mano, sincera y siempre dispuesta, llegué a esa gran Cuaresma perpetua que se vive tras la Cruz de Guía. Gracias, por tus palabras: las que ahora has pronunciado con amistad en demasía y las que pronuncias en el día a día con amistad verdadera. Gracias, Elena. Vengo desde vuestro Lunes Santo, el mío y el de Granada entera, a presentar un cartel que no es sino un instante entre tantos miles. Y mis palabras pasarán, escritas en una Historia hecha de muchos
  • 5. avatares, de muchas noches de trabajo compartidas, en lo bueno y en lo malo. Pasarán porque llegarán otras, más acertadas, que sin duda construirán el resto de Historia que tenéis, que tenemos, que esta ingrata y bendita ciudad tiene por delante. Vengo desde nuestro Lunes Santo, ése que conozco desde el anonimato humilde de un capillo, que es el único anonimato que debe ponérsele a la Fe: el de la humildad. Y vengo a presentar un cartel en el que no aparecen, explícitamente, ninguno de los titulares. Porque lo que anuncia es justo el fruto que deriva de Ellos, el árbol recio y fuerte que ha crecido sobre la semilla sembrada, regada con ilusiones y desengaños, pero siempre con Caridad, con Fe, con Esperanza. El árbol recio de una Hermandad que es una forma de devoción intensa, construida con cariño y paciencia, contra los vientos y las sequías de una sociedad empeñada en desarraigar cuanto de moral o humano crezca. Una Hermandad que cuando hace estación de Penitencia, va conquistando la calle, tomándola y haciéndola suya, contagiando un barrio entero por su espina dorsal: la Avenida de Dílar. Hará más de veinte años un ángel vino a Granada, envuelto en nube de incienso y desplegadas las alas. Bajo sus plantas puras,
  • 6. ramos de claveles granas y cuatro azucenas, cuatro, como las rosas del alba. Hará más de veinte años, vino un ángel a Granada, y, pisando tierra yerma, la iba dejando preñada de una Fe con sabor dulce de penitencias amargas. El ángel, como el profeta Fue anunciando la Palabra Y fue enamorándose de ella La tierra entre las dos aguas: Zaidín, bendito tú eres Por los tesoros que guardas, Que hace más de veinte años Vino un ángel a Granada Con llamaor en la mano Para llamar a las almas A esa chicotá de vida Que es una vida cristiana Un ángel que entre varales Y bambalinas volaba Entre un cuerpo de ciriales De capillos y de albas
  • 7. Y fue sembrando fervor Entre el eco de las marchas Con un solo de corneta Sobre noches estrelladas. Hace más de veinte años al Zaidín, tierra profana, llegó un ángel capillita y ya no volvió a dejarla: se quedó dando Caridad con el alma atravesada mientras Longinos hería a Jesús de la Lanzada, se quedó pregonando al mundo la Resurrección anunciada mientras María es Triunfo sobre el dolor y las lágrimas, se quedó el ángel llorando bajo una Cruz salesiana porque se hizo Dios Redención para Salud de nuestras almas, y se quedó el ángel dormido en una cuna de malvas que la devoción sincera es la mejor de las nanas que vino a enamorar a los hombres
  • 8. y salió su alma enamorada de un rostro nazareno, de la serena mirada con que va mirando al Cielo, que siempre fue su morada, Jesús del Trabajo, caído Sobre la tierra empapada Y de su Madre, la niña, Virgen siempre Inmaculada Luz de Luz, Reina de Reinas Que lleva la Luz en las entrañas. Hará más de veinte años Un ángel vino a Granada Para traer al Zaidín el Evangelio hecho Palabra, pero era un ángel capillita y dejó esta tierra sembrada de devoción y fervores y de Cuaresmas cuajada. Zaidín, capricho y vergel, Tierra entre las dos aguas, Capricho de los fervores, Más valientes y cofrades, Zaidín, capricho de Fe, De luna, saeta y sangre,
  • 9. De esta Semana Santa Que es la semana más grande, Que se está apagando el sol Y la noche es una Salve, Que fuiste capricho de Dios Para alojar a su Madre. Hará más de veinte años Hasta el Zaidín llegó un ángel Y además de hacerlo cristiano Hizo al Zaidín cofrade. 4. LUNES SANTO: LUZ Y TRABAJO Lunes Santo. La tarde es aún resaca de un Domingo de Palmas que ha ido a sentenciar al Cordero de Dios por la salvación de unos hombres que seguimos huyendo de la mesa de Cristo por treinta monedas. Polinardo es una hoguera de devociones, de gente que, en las miserias de este mundo, en la oscuridad aciaga de las constantes humanidades, conoce a Dios y conoce la Fe a través de las imágenes. Ramón Pérez se mueve entre el gentío con la profesionalidad que le dan la experiencia y el buen hacer. El obturador se queja en el aire devoto, cargado de incienso, mientras él calcula encuadre, enfoque y distancias en instantes de flor de cera y ecos de cornetas rompiendo la serenidad de la tarde.
  • 10. La Avenida de Dílar está pintada de grana y verde, Granada está pintada en capillos y cíngulos sobre el asfalto, hoy menos duro, menos gris y más tierno. La Avenida se ha pintado de fervores, hasta la inmensidad del horizonte claro, con vuelo de capas marfil por cientos, y cientos de almas esperan, con mezcla de gozo y congoja, la llegada del palio. Sobre el trípode que es compañero y testigo de su hacer, la cámara es menos inerte y menos fría. Ramón busca la imagen, busca la nitidez de una estampa que contiene tantos matices y murmullos. Busca y es la imagen quien lo encuentra. Busca y entonces comprende, que esa imagen – la gran arteria de un barrio entero, la columna sobre la que descansan y en la que duermen tantas inocencias, tantas amarguras, tantas alegrías y tantos calvarios callados-, la imagen de una Avenida de Dílar devota, de la que no importa su arquitectura contemporánea, de la que no importa el trazo cruel que la vida diaria va dejando como poso en la esencia más profunda de las calles, porque hoy está más bella de lo que nunca pudieran soñar los paisajistas, comprende Ramón Pérez, con los ojos acostumbrados a mirar por la ventana de la fotografía, que esa imagen es el resumen de un momento que jamás, y perdónenme señoras y señores, jamás podría describirse con palabras. Tramo de Virgen, en el que se puede escuchar la corneta resonando aún, misterio de Cristo caído delante, y el rachear de los pies bendiciendo el suelo al compás de un palio que va encendiendo las almas. Comprende Ramón que esa imagen
  • 11. puede contener la respuesta a la incógnita inmemorial sobre lo divino y lo humano. Y que envidien las más sinuosas y señoriales calles de cualquier ciudad, las más perfectas joyas arquitectónicas del mundo, la majestad de palacios y balconadas de dulce, que envidien hoy, esta tarde de Lunes Santo, la belleza de una Avenida de Dílar, que parece la novia blanca esperando, más radiante, más hermosa y más devota cada año. Comprende Ramón que acaba de guardar en la memoria de su cámara y en la memoria de su corazón, el secreto del mejor tesoro con que puede contar el patrimonio de una Hermandad: su gente, la prueba efectiva de que una Estación de Penitencia es siempre, por encima del folclore, el arte y el ornato, Evangelio en la calle. Porque esta Hermandad ha ido aprendiendo qué es la Semana Santa, con sus reglas impuestas, sus cánones heredados, su consuetudinaria estructura y sus pérdidas de identidad tristes, a través de una devoción tan fuerte que ha sabido florecer en la yerma tierra de las dificultades y el cansancio. Quien quiera conocer la devoción, que venga aquí un Lunes Santo, que mire alrededor y diga que no se le estremece el alma, que vea las miradas llorosas, suplicantes, confiadas y sienta cómo se va repartiendo sosiego entre el tumulto. Que este cortejo, impresionante muestra de elegancia y compromiso, largo, bien formado y cofrade por derecho y bandera, es fruto de años de aprendizaje y labor constante. Que me diga, quien sea capaz de hacerlo, mirando y escuchando la devoción como si fuera visible,
  • 12. palpable y material, que no comprende qué es la devoción cofrade ante esta imagen que supo recoger Ramón Pérez y que apareciera como sinopsis de Lunes Santo en el periódico Ideal de Granada. Quien mire esto y no comprenda, no se contagie, no sienta, no sepa… no comprende qué es dignidad, ni humanidad ni Fe. Lunes Santo. Haciendo suya la calle, una Hermandad de día a día, una Hermandad con mayúscula, una Hermandad cofrade que sabe que en el detalle está escondida la plegaria más pura. Una Hermandad valiente que no teme pregonar a los cuatro vientos su Fe, una hermandad de iguales, que sabe escuchar la voz de los maestros que le enseñaron el camino, de la experiencia, de los padrinos a los que el tiempo y la vida ordena los impulsos y los recoloca y los nombra, metódica y cruel, a base de palos y ausencias. Una Hermandad que no deja consumirse la llama viva de la pasión por Él, de la pasión por Ella, del Amor, de la ilusión que no se deja vencer, de la juventud y la insolencia, de la sonrisa y la inocencia de los niños. Nunca olvidéis que ellos, siempre ellos, son el futuro. El niño no conoce el por qué su Cristo busca en el Cielo una respuesta que casi se le ha escapado del pecho, abierto y expuesto. No sabe por qué razón a su Virgen, su Madre, una daga le atraviesa el pecho, y por qué llora si va tan guapa, si no necesita candelería para iluminar la calle, si las flores no son flores junto a su carita de azucena, si sus hijos no van a dejarla sola. El niño no conoce estas cosas pero su amor es más fuerte que su inocencia.
  • 13. El niño, que cuenta con seis años en sus piernecitas amoratadas por las travesuras, supo quién era Cristo y su Madre, Reina de los ángeles y de los cielos, antes que rezar el Avemaría y el Padrenuestro. Que sólo alcanzaba a decir, “Padre Nuestro que estás en los cielos” cuando su mente se preguntaba qué hacía el Padre en los cielos si él sabía que estaba entre nosotros, en el Sagrario al que su abuela aún no le dejaba acercarse, en esa figura que miraba a la altura, quizá musitando también “Padre Nuestro”… Aún no ha hecho su Primera Comunión y se le llena la boca de orgullo diciendo “Soy cofrade, de Trabajo y Luz” como quien dice su nombre y sus apellidos. El niño sueña con costales y fajas y relevos en las noches de Cuaresma, cuando consigue que lo lleven a los ensayos. Se estremece su carita de ilusión al sonido del llamaor, ponerse que voy a llamar, y él –sin saber muy bien dónde están los riñones- tensa la espalda y se pone recto, bajo un palo imaginario cargado de sueños y de vida, con una mirada transparente que yo querría mantener inmóvil en esos ojos que un día se llenarán de desesperación y rabia. Entre los cuerpos, bajo la parihuela, el niño busca esa cara conocida que lo protegerá siempre aunque se le gasten las fuerzas y las ganas. Se fija el niño en los pies, y cerrando los ojitos opina que quizá no haya marcha, ni música, ni sinfonía más devota y más perfecta que ese sonido acompasado y valiente que es el andar costalero. Y desde dentro, mientras los zancos descansan en tierra antes de irse al cielo o el cielo a ellos,
  • 14. unos ojos buscan a su hijo y una sonrisa basta para decir tantas cosas. Sacude al niño una sensación extraña, y sabe y conoce que en su corazón crece, de forma particular y sólo suya, un sentimiento heredado y cuidado por esos ojos que siempre buscará. Porque sueña con chicotás, y admira desde lo más hondo de su niñez a quien con la mirada siempre estará ahí, por mucho que los años, la vida o la muerte quieran poner distancia. Porque admira y sueña con los ojos de su madre, costalera, valiente, mujer y cofrade que lleva, como espina del rosal clavado en la cerviz, al Redentor del mundo. Ellos son nuestra esperanza, en ellos Dios puso el mañana. Seamos responsables de su educación, de sus valores, esos que se están diluyendo en esta sociedad que prefiere mirar hacia otra parte. La infancia, la juventud insolente que tanto tiene que aprender pero a la que debemos, y ése es nuestro trabajo, enseñar y prender de la luz de Cristo. Con la mirada en el cielo y la mano apoyada en firme, como aferrando el leño donde están contenidas todas las plegarias de un pueblo que gime a sus plantas, Jesús no está caído: se está levantando bajo el peso de una Cruz. Una Cruz que está cargada de nuestras soberbias, de nuestras injusticias, de nuestro egoísmo, de nuestra indiferencia y falta de caridad. Una Cruz que lleva, en abrazo dulce y caricia dolorosa, hacia un Calvario donde serán nuestras negaciones los clavos, donde será nuestra hipocresía
  • 15. quien lo traspase y nosotros, hermanos, quienes aceptemos callados, su muerte por nosotros y nuestras culpas. Y Él, Santísimo Cristo del Trabajo, mira al cielo suplicante, con una queja tierna, levantándose y buscando en la altura, favores que no son para Él. Porque en el leño que aferra su mano izquierda, sabe de tantas plegarias, tantos sufrimientos, tantas oraciones… que Él aprieta su mano, dirige la mirada al cielo limpio del Zaidín, y suplica al Padre que vaya sembrando, a su paso, algo de esa advocación que ostenta: Trabajo. Cuántas familias desesperan en sus hogares, con las ganas y las necesidades al filo de los ojos, luchando por una dignidad con la que otros juegan, esperando pacientes que se cumplan las promesas con que los mercaderes y fariseos compran el poder dejando aparcada una vergüenza que, probablemente, nunca conocieron. Cuántos ojos lloran, al mirarle, preguntándose por qué, qué hizo, en qué faltó para que le falte el trabajo. Qué hizo para ver cómo se le pasan los años y las fuerzas y la paciencia de ver a su familia, su sangre, sus hijos, condenados por el paro. Cuántos vuelven la cara, arrogancia de los poderosos, apoltronados en los sillones de los poderes mundanos. Cuántos sollozos se esconden, Cristo del Trabajo, bajo los capillos que desgranan súplicas. Cuántas inocencias se encomiendan a tu misericordia, a ese leño en el que te apoyas o, más bien, que acaricias para elevarlas donde tus ojos no pueden dejar de mirar. Cuánto de humano hay en tu torso, expuesto y
  • 16. dispuesto a ir recogiendo dolores para devolver paz. Cuánto de divino en tu figura maltratada, humilde majestad bajo corona de espino, dejando un camino de sangre. Mirada al cielo que bien dota de significado a través de la Pasión, muerte y Resurrección, la nueva alianza en la Santísima Trinidad: hermanos, miradle, contemplad cómo es Él quien escucha y quien comprende, quien viene a nuestro encuentro, quien nos busca en la insondable incomprensión de nuestras vidas: Por Cristo, con Él, en estación de Penitencia y en Hermandad diaria, y en Él, en la Comunión, en la Eucaristía, en la Iglesia, a Ti, Dios Padre Omnipotente a quien el Salvador dirige los ojos, en la unidad del Espíritu Santo, siempre Hermandad con los hermanos, todo honor y toda Gloria, por los siglos de los siglos. ¿Dónde miras, nazareno, Dónde prendes tu mirada Hasta qué vivo lucero Estás llevando a Granada? ¿Dónde miras, nazareno, Santo Cristo del Trabajo Que están tus ojos morenos Nublados por el quebranto? ¿Dónde miras, nazareno? ¿Qué estás arriba buscando? Que no hay mano que consuele
  • 17. Tu desconsuelo y tu llanto. ¿Dónde miran, por ventura, Tus ojos templados, serenos, Que llevan hasta la altura Tantos exvotos y ruegos? Que van tus ojos cansados Buscando descanso y sustento, Buscando la mano que calme Y alivie tus sufrimientos, Y los de aquellos cofrades Que te miran desde el suelo, Y consuelo que te guarde, Dime, Cristo, en esta tarde, ¿Dónde miras, nazareno? ¿por qué buscas en el cielo Si detrás ya va tu madre Dándote ése Consuelo? La tarde avanza pero la noche no cae. La noche no cae el Lunes, no anochece, hasta que la Luz vuelve a casa, al Corpus Christi. Que no hay anochecer más largo, que éste que conoce que por encima del sol, está la Luz de María, la Luz que disipa con su carita de niña las más hondas oscuridades del alma. Contagiando va la calle, con una aroma de flores y un cantar de palio, de Luz, tierna, infinita, y en su manto, puntada a puntada, se van clavando
  • 18. plegarias. Por cada una de tus lágrimas, Señora, se van lavando las almas, por tus manos intercesoras, abiertas para Granada. Quieren los priostes encenderte una candelería que te alumbre y eres Tú quien va encendiendo la mecha que consume e ilumina este valle de llanto y de tiniebla. Confieso, Madre mía, que me he encontrado en la oscuridad muchas veces, porque te he cerrado los ojos, porque no he querido ver la Luz que tú trajiste al mundo, porque no he dicho “Sí, hágase tu voluntad, que no la mía”. Porque me he rendido a la desesperación, a la oscuridad de esas noches que quieren desconocerte. Porque he llorado egoísta, sin querer ver que allí estabas, bajo la oscuridad en que te huía y te reprochaba, sin comprender que lo que ilumina el camino del día a día es encontrar personas que llevan la verdad como idioma, la honradez por costumbre y la amistad sincera puesta en una sonrisa generosa. Lo bueno de la Fe es que es demostrable, experimentable y sencilla: yo la encuentro muy dentro de mí, bajo la tierna mirada de mis titulares más queridos (que siguen siendo los de cada Hermandad de Granada). Pero, sobre todo, la encuentro hecha materia palpable en los amigos por los que merece la pena reír y llorar, por los Hermanos que el Redentor y su Madre me han regalado. Que Tú, Reina de la Luz, pusiste en mi camino. Y te pido la valentía suficiente para no apartarme jamás. María, Tú que trajiste la Luz al mundo, que eres lámpara siempre encendida, brilla hoy en medio de la penumbra en que hemos
  • 19. sumido este mundo. Brilla, María, en los hogares donde no existen las palabras ni el respeto, donde el miedo se propaga y aplasta la libertad y la felicidad, donde se rompen las personas y se desgastan a golpes. Brilla, Luz, y da valentía a quien calla y aguanta, pon voz al silencio de quien en la complicidad de la omisión, permite impune la violencia. Brilla, Virgen y Madre de Dios, en la conciencia olvidada de quien habla con los puños, quien desahoga su debilidad humillando, maltratando y matando física y moralmente a quien no tiene fuerzas ni sentido para oponer resistencia. Brilla y extiende la Luz, Madre mía, y hazme a mí más cristiana para que pueda perdonar tanta cobardía. Brilla, Madre, en esta tierra de caínes, donde contemplamos con indiferencia cómo al diálogo se responde con armas, con una pistola en la nuca, con una amenaza constante a la libertad y a la vida. La vida… brilla, Madre, da tu Luz a tantas mujeres que, a oscuras, les falta claridad para comprender que una vida es sagrada. Que, al cabo, cuando pasan los años, las penurias y los llantos se olvidan y lo que se conserva es el milagro más hermoso y más grande que exista: la maternidad. Brilla e ilumina, Señora de la Luz, a todos los que no sabemos rogar ni gritar bien alto por la vida, por tantos inocentes condenados por el egoísmo y la comodidad de una sociedad perezosa y caprichosa, por permitir el asesinato impune sin buscar solución ni remedio. Brilla, Luz del mundo, en esta sociedad desarraigada que deambula errante y sin sentido hasta su propia destrucción, despojándose de toda la
  • 20. humanidad que Dios nos diera, jactándose de desconocer cada vez más su identidad y su Historia, una Historia con mayúsculas que han construido tantos hombres y mujeres con tanto sudor y lágrimas, con tanta sangre –justa e injusta- pero derramada por motivos y razones que nos conforman como personas a través de los siglos, por motivos y razones de los que deberíamos aprender a ser mejores, que hemos heredado y desperdiciado. Motivos y razones que hoy ni conocemos ni queremos conocer. Y hoy, cuando nos arrancan los crucifijos de las paredes, y nos quitan la educación y la dignidad, y callamos, en la oscuridad… hoy, Madre, necesitamos tu Luz. Madre, Luz de Granada, Luz que arrastras y desbordas y que deslumbras las albas, que a tu lado nunca hay sombras y si las hay, las espantas, Madre, no hay piropo suficiente Para endulzarte la cara Ni flor que pueda adornarte Sobre las coquetas jarras Que con mano de cariño Los priostes colocaran. Luz que eres baluarte Mecida entre las dos aguas
  • 21. Del Monachil y el Genil, Centinelas de tu guarda; Que eres la Madre de tantos Que en el silencio te aguardan Y en tardes de Lunes Santo Por la calles te acompañan; Luz, que a ti se rindieron Postrándose hasta tus plantas El arrojo del torero Que tiene hechuras y casta Para regalarte las luces De su traje, ya no hacen más falta Porque la Luz viene al mundo Entre varales de plata. Luz que iluminas los caminos de estos pobres peregrinos que nos buscamos las manos, los unos a los otros, para no caminar solos… alumbra nuestro sendero hasta Él, hasta tu hijo, que con su Trabajo lleva el peso de nuestros pecados hasta la Redención. 5. DE VUELTA A CASA El ángel coge el martillo de la Fe y nos llama al relevo de la vida cotidiana con tres golpes secos. Nos está llamando a los palos de la vida, los que hay que levantar con fuerza y de los que uno no puede huir. Nos llama al compromiso y a la responsabilidad, a la
  • 22. humildad y al perdón, a la caridad y a la Hermandad sincera. Y son los corazones los que se fajan para llevar a la Gloria promesas, y sueños, para escribir la Historia con cada paso. Y así se conoce, milagros de la Fe y de la devoción, un poco del paraíso. Bendita casta costalera, bendito arrojo y valentía, que van rezando con los pies por las calles… que no hay recorrido que valga, que esto pasa en un suspiro, que no hay chicotá larga, que hay dos cuadrillas para Ellos, hombres y mujeres devotos, y una cuadrilla de ángeles dispuestos a hacer el relevo. Prendidas en la medalla, las oraciones de los cofrades que no están, de los cofrades que están por venir y de los que se fueron a la cuadrilla celestial que está fajándose atenta, que revisa hasta el último cirio, que canta saetas de silencio y brisa, que se funde entre el incienso y la luz de la candelería. Dije que no estaban los titulares en el cartel, ¿cómo que no están? Mirad el cielo, mirad la gente expectante… en cada uno de ellos están ellos, en el Trabajo diario y en la Luz que en los corazones nunca se apaga. Id vosotros ahora y pregonad, no calléis. Que tenéis ahora el bendito Trabajo de contagiar sin mordazas la Luz de la Buena Nueva que está encendida en el alma. Que son ya veinticinco, los años cofrades que pasan, desde que el ángel viniera con capillos, incienso y fajas, con el hosanna en los labios que se ha transformado en marcha. Y aquel ángel capillita, se quedó entre las dos aguas, y con cada uno de nosotros, el
  • 23. Evangelio propaga… que hoy la Fe se ha hecho cofrade… y está en las calles de Granada. Queda presentado el cartel anunciador del Lunes Santo de 2010. Que por el Amor del Santísimo Cristo del Trabajo y la intercesión corredentora de Nuestra Señora de la Luz, seamos capaces de ser humildes y fieles a su voluntad, y pregonar por las calles su Verdad, y ser siempre más Hermandad y vivir unidos en la Fe. Muchas gracias.