El documento discute el origen de la Biblia y la afirmación católica de que la Iglesia Católica determinó el canon bíblico. Explica que el Antiguo Testamento fue escrito por profetas inspirados por Dios a lo largo de 1500 años, mientras que el Nuevo Testamento fue escrito por los apóstoles en un período de 60 años bajo la guía del Espíritu Santo. La iglesia primitiva aceptó estos escritos como la Palabra de Dios, no al revés, y los concili
1. De dónde nos vino la Biblia?
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¿Cómo llegó a existir la Biblia que descansa en su librero?
La Iglesia Católica sostiene que ella nos dio la Biblia, que determinó el número de libros que
habían de componer el canon de las Escrituras, en particular, las Escrituras del Nuevo
Testamento. El argumento es el siguiente: la iglesia [Católica] existía antes de que se escribiese
la primera palabra de las Escrituras del Nuevo Testamento; después que se escribieron, la iglesia
determinó el canon; por lo tanto, la iglesia [Católica] es una voz autorizada que debe ser
obedecida, ya que sin la iglesia, no tendríamos la Biblia.
La Afirmación Católica
¿Quién puede decidir cuáles libros forman la Biblia?
"De la misma forma en que la iglesia infalible de Cristo puede por sí sola asegurarnos que la
Biblia está divinamente inspirada, así, sólo la iglesia posee la autoridad para señalar cuáles libros
se han de incluir en él." (John Walsh, S. J., This Is Catholicism (Garden City, NY. Image Books,
1959), p. 177.)
"La iglesia se formó antes de que se formase el Nuevo Testamento, y es como resultado de ello
que afirma ser el árbitro final en asuntos de interpretación. Fue la iglesia la que reunió los libros
y las cartas de que se compone el Nuevo Testamento. Ella decidió qué había de incluirse y qué
había de eliminarse. Por tanto, como autora de esta colección, la iglesia está en una posición más
ventajosa que el lector para decir qué significa un pasaje en particular." (We Live: An
Introduction to the Belief of Catholics Today (Londres.- The Catholic Enquiry Centre, 1980), p.
10.)
Este argumento suena bien y razonable, pero, ¿es correcto? ¿Es la Biblia un producto de la
Iglesia Católica? ¿O acaso se formó de alguna otra manera? Uno podría excusarse descartando el
asunto como algo improcedente, y afirmando que lo importante es que tenemos la Biblia. Pero
no es tan sencillo como parece. La Iglesia Católica afirma que es debido a su autoridad que
tenemos la Biblia, y por lo tanto, ella sola es la intérprete oficial de las Escrituras; si queremos
saber el verdadero significado de las Escrituras, debemos escuchar a la iglesia que nos dio la
Biblia.
¿Apoya la evidencia la afirmación católica, o nos lleva en cambio en otra dirección? Daremos el
primer paso para contestar esta pregunta examinando cómo llegó a existir el Antiguo Testamento
así como los criterios que determinaron su canon.
El Canon del Antiguo Testamento
Jesús sancionó los treinta y nueve libros que componen el Antiguo Testamento como auténtica
Palabra de Dios. Estas eran las Escrituras que Él había venido a cumplir. Sobre ellas se había
colocado el imprimátur del Señor. Después de su resurrección, Jesús se reunió con sus discípulos
para informarles de todo lo que se había escrito de Él en las Escrituras: «Y comenzando desde
Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él
decían» (Lucas 24:27).
¿Qué conclusiones podemos sacar de las palabras de Jesús? Puesto que el Señor había venido a
cumplir todo lo que de Él se había escrito en las Escrituras, tiene que haber existido un canon
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2. autorizado de dichas Escrituras. ¿Cómo llegaron a existir estos treinta y nueve libros que
componen el Antiguo Testamento?
El Antiguo Testamento se formó de una forma muy sencilla. El criterio principal que
determinaba si un libro debía o no incluirse en el canon concernía a su autor: era esencial que el
autor fuese profeta. Si el autor era considerado un profeta de Dios, se preservaban sus obras.
Esto, evidentemente, se hacía bajo la dirección de Dios.
Moisés fue un profeta de Dios usado por Él poderosamente. Para cerciorarse de conservar para
nosotros un registro permanente de la revelación de Dios, Moisés escribió todo lo que el Señor le
dijo. Además, él colocaba sus escritos en un sitio de honor: al lado del arca del pacto, donde Dios
estaba presente de manera especial entre su pueblo. «Y cuando acabó Moisés de escribir las
palabras de esta ley en un libro hasta concluirse, dio órdenes Moisés a los levitas que llevaban el
arca del pacto de Jehová, diciendo: Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del
pacto de Jehová vuestro Dios ... » (Deuteronomio 31:24-26).
Josué reemplazó a Moisés como líder de Israel y fue un hombre «lleno del espíritu de sabiduría,
porque Moisés había puesto sus manos sobre él» (Deuteronomio 34:9). En el ocaso de su vida,
Josué añadió otro eslabón a la cadena con sus escritos, por cuanto «escribió Josué estas palabras
en el libro de la ley de Dios» (Josué 24:26). El Antiguo Testamento comenzaba a tomar forma.
Samuel es uno de los profetas sobresalientes de la historia de Israel, y también él tornó una
pluma para escribir: «Samuel recitó luego al pueblo las leyes del reino, y las escribió en un libro,
el cual guardó delante de Jehová» (1 Samuel 10:25). Nótese el lugar especial de honor que se
concede a las Escrituras: « delante de Jehová». Más aún, «los hechos del rey David, primeros y
postreros, están escritos en el libro de las crónicas de Samuel vidente... » (1 Crónicas 29:29). El
profeta Natán también contribuyó con la formación del Antiguo Testamento: «Los demás hechos
de Salomón, primeros y postreros, ¿no están todos escritos en los libros del profeta Natán ... »
(2 Crónicas 9:29).
Cuando Israel tuvo que enfrentar setenta años de cautividad en Babilonia, Daniel pudo recurrir a
los escritos del profeta Jeremías y ver que Dios había profetizado esta época. «... yo Daniel miré
atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta jeremías, que
habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años» (Daniel 9:2; jeremías
29:10).
Los profetas escribieron acerca de una gran variedad de acontecimientos en la historia del pueblo
escogido de Dios, pero siempre había un tema central en sus escritos: la venida al mundo de
Jesucristo el Salvador. Jesús también sostuvo que Él era la figura central de la que hablaban las
Escrituras. Por lo tanto, «comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les
declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían» (Lucas 24.27).
Pedro, en su epístola, dice que las profecías del Antiguo Testamento cumplidas por Jesús
suministran amplias pruebas de que Él es el Hijo de Dios y de que las Escrituras nos dan toda la
guía y la seguridad que necesitamos (2 Pedro 1.12-21). Pedro dice que no tenemos que irnos
fuera de lo que dicen las Escrituras.
¿Qué hemos dicho hasta ahora? El Antiguo Testamento fue aceptado por el pueblo de Dios
porque fue escrito por los profetas de Dios. Los escritos de los profetas fueron preservados
debido a su origen divino. Aunque el pueblo de Dios participó en la colección de estos escritos
sagrados, eso nunca les dio una posición de autoridad sobre (ni siquiera al mismo nivel de) las
Escrituras. Para el tiempo en que Jesús vino a la tierra, ya se había establecido el canon (la
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3. colección de libros reconocidos) del Antiguo Testamento, el cual recibió la aprobación de Cristo
mismo. Estas fueron las Escrituras a las que Cristo apeló durante su ministerio, afirmando que el
mensaje central del Antiguo Testamento hablaba de su venida para salvarnos de nuestros
pecados y reconciliarnos con el Padre. En contraste con este mensaje, el Nuevo Testamento
registra el cumplimiento de todo lo que Jesús realizó. El Antiguo Testamento se escribió durante
un período de 1.500 años, y el Nuevo Testamento en un período de 60 años.
El Canon del Nuevo Testamento
Hacia el final del primer siglo, los veintisiete libros que componen el Nuevo Testamento habían
sido aceptados por la iglesia primitiva como libros canónicos. La historia de la iglesia primitiva
verifica la evidencia de este hecho.
La Iglesia Católica afirma que en el Concilio de Cartago, celebrado en el año 397 d.C., fue donde
se decidió cuáles libros debían componer el canon del Nuevo Testamento. Esto es incorrecto. El
propósito de este Concilio no fue seleccionar viejos rollos polvorientos que habían sido
almacenados en un ático de algún monasterio y luego anunciar al mundo cristiano cuáles eran
canónicos y cuáles no. El Concilio sencillamente ratificó lo que la iglesia primitiva había
aceptado desde hacía mucho tiempo: los veintisiete libros particulares que componen el Nuevo
Testamento.
No podemos cometer el error de pensar que las Escrituras recibieron su autoridad debido a que
un Concilio hizo una declaración pública de su aceptación. La verdad del asunto es que la iglesia
primitiva aceptó las Escrituras porque creyó que estas procedían de Dios y se vio sujeta a su
autoridad, y no al revés. Aunque la Iglesia [o sea, el conjunto de creyentes en Cristo] existía
antes que se escribiese el Nuevo Testamento, este no le da autoridad sobre las Escrituras, ni
siquiera una autoridad equivalente a la de las Escrituras. La Iglesia debe estar siempre sujeta a la
autoridad de la Palabra escrita de Dios.
Lo que permitió a la Iglesia aceptar el canon del Nuevo Testamento tan fácilmente fue la
posición singular de los apóstoles. Ellos fueron los compañeros del Señor durante la mayor parte
de su ministerio, y Él los entrenó para una misión especial: la evangelización del mundo. No sólo
fueron ellos testigos oculares de la resurrección de Jesús, sino que también fueron investidos con
las credenciales necesarias para autoproclamarse como portavoces de Dios. Los milagros que
hicieron son testimonio de este papel. Leemos que «por la mano de los apóstoles se hacían
muchas señales y prodigios en el pueblo» (Hechos 5:12), como resucitar muertos y restaurar
completamente la salud a los enfermos. El ministerio apostólico recibió una posterior
reconfirmación, puesto que «hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo» (Hechos
19:11). Pablo no vacilaba en señalar que los milagros realizados por los apóstoles eran una
prueba de su llamamiento divino (2 Corintios 12:12).
Durante muchos años, los apóstoles enseñaron a la Iglesia todo lo que Dios les estaba revelando,
y la Iglesia aceptó su enseñanza. La Iglesia tenía la plena confianza de que lo que los apóstoles le
enseñaba era en realidad la voluntad de Dios. Los milagros apostólicos aportaban una mayor
evidencia a su misión. Al igual que los profetas que los precedieron, ellos también morirían, pero
Dios había dado los pasos necesarios para asegurarse de que su mensaje estuviese siempre
disponible. El Espíritu Santo inspiró a los apóstoles para que registrasen la voluntad de Dios en
las Escrituras, y la Iglesia no tuvo dificultad alguna en aceptar los escritos de Pedro, Pablo o
Juan. Después de todo, estos hombres simplemente habían puesto por escrito las grandes
doctrinas y enseñanzas morales que habían estado enseñando a la Iglesia desde el principio.
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4. Hemos de recordar que Jesús habló a los apóstoles las mismas palabras que el Padre le había
hablado a Él (Juan 17:8), y les prometió enviarles al Espíritu Santo para que les enseñase, les
guiase y les recordase todo lo que Él les dijo durante su ministerio terrenal (Juan 14-26; 16:13).
Parte de la guía del Espíritu concernía a la redacción del Nuevo Testamento. Esto no debería
sorprender a nadie, puesto que la iglesia primitiva creció a partir de una herencia judía, la cual
había acumulado los escritos de los antiguos portavoces de Dios. Bajo la guía del Espíritu, la
iglesia primitiva continuó la misma práctica.
Los Escritos fueron preservados
Era ineludible que se preservasen los escritos de los apóstoles, puesto que éstos contenían el
cumplimiento de todo lo que los profetas habían profetizado sobre Jesús. El mismo apóstol Pedro
proporcionó en su epístola una muy buena pista de que este proceso estaba teniendo lugar
incluso mientras él vivía; Pedro se ocupó de que sus escritos se conservasen permanentemente:
«También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo
momento tener memoria de estas cosas» (2 Pedro 1:15). La lectura pública de los escritos de los
apóstoles, junto con los del Antiguo Testamento, también indica que Dios estaba reuniendo (y
que la Iglesia estaba aceptando) las Escrituras del Nuevo Testamento como la Palabra de Dios.
Hacia el final del primer siglo, ya se había revelado la voluntad de Dios en su totalidad y se
había registrado en las Escrituras.
Por lo tanto, podemos descartar la idea de que la iglesia primitiva no conoció el canon completo
del Nuevo Testamento hasta finales del siglo IV, época durante la cual la Iglesia Católica fue la
voz autorizada del pueblo de Dios. Este razonamiento otorga a la Iglesia Católica una autoridad
que está reservada exclusivamente para las Escrituras.
Las Escrituras son suficientes
Para justificar su posición, la Iglesia Católica a menudo presenta el argumento de que las
Escrituras nunca afirmaron ser adecuadas para satisfacer todas nuestras necesidades, tomando
como base las palabras del apóstol Juan cuando dijo: «Y hay también otras muchas cosas que
hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los
libros que se habrían de escribir. Amén.» (Juan 21:25).
Lea esas palabras otra vez y fíjese si usted cree que la intención de Juan fue afirmar que la
Palabra escrita de Dios, las Escrituras inspiradas, nunca fueron escritas para que fuesen la única
fuente de autoridad para nuestras creencias y prácticas. ¿Realmente dijo eso Juan? Juan ni
siquiera insinuó eso. En realidad, dijo exactamente lo contrario.
En el capítulo anterior, Juan afirma que lo que él nos cuenta acerca de Jesús es suficiente para
que obtengamos la vida eterna. Cuando uno tiene vida eterna, no le hace falta nada mas. Es en
las Escrituras donde encontramos cómo se obtiene la vida eterna. Esto fue lo que dijo Juan:
«Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están
escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Juan 20:30, 31). Por lo que a Juan
respecta, la Palabra escrita de Dios es adecuada para satisfacer nuestras necesidades. Todo lo que
hemos de saber acerca de cómo vivir, y cómo morir en el Señor, está contenido en las Escrituras.
Hay que recordar que todas las Escrituras del Antiguo Testamento, las cuales Jesús vino a
cumplir, fueron canonizadas siglos antes de que Jesús viniese al mundo y de que la Iglesia
Católica existiese. El procedimiento que Dios utilizó para reunir esos libros no le concedió a la
agencia recolectora una autoridad pareja a la de las Escrituras. Cuando Dios usó a la iglesia
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5. primitiva como su agencia recolectora para reunir los libros que conocemos como el Nuevo
Testamento, no le estaba confiriendo [a la Iglesia] una autoridad igual a la de las Escrituras. Dios
nos legó las Escrituras para que fuesen nuestra máxima autoridad en todos los asuntos de fe y
moralidad.
Extracto del libro "Una vez fui Católico" de Tony Coffey - Editorial Portavoz - Título original
"Once a Catholic - 1993 Harvest House Publishers
Daniel Sapia - "Conoceréis la Verdad"
Apologética Cristiana - ® desde Junio 2000
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6. primitiva como su agencia recolectora para reunir los libros que conocemos como el Nuevo
Testamento, no le estaba confiriendo [a la Iglesia] una autoridad igual a la de las Escrituras. Dios
nos legó las Escrituras para que fuesen nuestra máxima autoridad en todos los asuntos de fe y
moralidad.
Extracto del libro "Una vez fui Católico" de Tony Coffey - Editorial Portavoz - Título original
"Once a Catholic - 1993 Harvest House Publishers
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