1. Democracia y derecho a decidir
Javier Cercas13 SEP 2013 - www.el pais.com
Ilustración de Gabi Beltrán
Es posible que en los últimos tiempos estemos viviendo en Cataluña una suerte de
totalitarismo soft; o, por usar de nuevo el término de Pierre Vilar, una suerte de
“unanimismo”: la ilusión de unanimidad creada por el temor a expresar la disidencia. El
instrumento de esta concordia ficticia no es la violencia, sino el llamado derecho a
decidir: quien está en favor del derecho a decidir no es sólo un buen catalán, sino
también un auténtico demócrata; quien está en contra no es sólo un mal catalán, sino
también un antidemócrata. Así las cosas, es natural que, salvo quienes sacan un rédito
de ello, en Cataluña casi nadie se atreva a dudar en público de un derecho fantasmal que
no ha sido argumentado, hasta donde alcanzo, por ningún teórico, ni reconocido en
ningún ordenamiento jurídico; también es natural que nadie se resuelva a decir que,
aunque parezca lo contrario, no hay nada menos democrático que el derecho a decidir.
O, dicho de otro modo: ahora mismo, el verdadero problema en Cataluña no es una
hipotética independencia, sino el derecho a decidir.
Me explico. En democracia no existe el derecho a decidir sobre lo que uno quiere,
indiscriminadamente. Yo no tengo derecho a decidir si me paro ante un semáforo en
rojo o no: tengo que pararme. Yo no tengo derecho a decidir si pago impuestos o no:
tengo que pagarlos. ¿Significa esto que en democracia no es posible decidir? No:
significa que, aunque decidimos a menudo (en elecciones municipales, autonómicas y
estatales), la democracia consiste en decidir dentro de la ley, concepto este que, en
democracia, no es una broma, sino la única defensa de los débiles frente a los poderosos
y la única garantía de que una minoría no se impondrá a la mayoría. Ahora bien, es
evidente que, con la ley actual en la mano, los catalanes no podemos decidir por nuestra
cuenta si queremos la independencia, porque la Constitución dice que la soberanía
reside en el conjunto del pueblo español (cosa nada rara: salvo la de la extinta Unión
Soviética, que yo sepa, ninguna constitución ha reconocido jamás el derecho de que una
parte del Estado se separe por su cuenta del resto). ¿Significa esto que los catalanes no
tenemos derecho a decidir sobre nuestra independencia? A mi juicio, tampoco: si una
mayoría clara e inequívoca de catalanes quiere la independencia, parece más sensato
concedérsela que negársela, porque es muy peligroso, y a la larga imposible, obligar a
alguien a estar donde no quiere estar. La pregunta se impone: ¿existe esa mayoría? Los
partidarios del derecho a decidir sostienen que precisamente para eso, para saber si
existe, es indispensable un referéndum (en este asunto, las encuestas no sirven, como
comprobamos en las anteriores elecciones); pero, antes de usar ese recurso excepcional
2. e imprevisible, cualquier político honesto y prudente usaría el recurso previsto por la
ley: las elecciones. Quiero decir: unas elecciones en las que todos los partidos declaren,
clara e inequívocamente, su posición sobre la independencia. En las últimas, los
partidos inequívocamente independentistas (ERC más CUP) sumaron 24 diputados de
135: apenas un 17%. ¿Cuántos diputados sumarían los independentistas si en unas
futuras elecciones el resto de partidos dijera con claridad si quiere la independencia o
no? Eso es lo que deberíamos saber antes de tomar la vía azarosa del referéndum: si hay
una mayoría de partidarios de la independencia, habrá que celebrar un referéndum; si no
la hay, no.
“Lademocraciaconsisteendecidirdentrodelaley,quenoesuna
broma”
Es dudoso que vayamos a tener una respuesta a la anterior pregunta, porque CiU sabe
que si defiende la independencia en unas elecciones, las perderá (y antes se habrá roto
por dentro: aún no sabemos si Convergència es independentista, pero sí sabemos que
Unió no lo es), así que seguirá sin decir la verdad a sus electores; en cuanto a la
izquierda, todo indica que seguirá atrapada en la telaraña ideológica que le ha tejido
CiU –de ahí que acepte el derecho a decidir–, cavando su propia tumba y minando la
democracia. No veo otra forma de decirlo: se puede ser demócrata y estar a favor de la
independencia, pero no se puede ser demócrata y estar a favor del derecho a decidir,
porque el derecho a decidir no es más que una argucia conceptual, un engaño urdido por
una minoría para imponer su voluntad a la mayoría.