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NÓMADAS88
El trabajo articula distintas conclusiones teóricas de in-
vestigaciones interdisciplinarias y prácticas de intervención
en espacios educativos (consideradas como instancias de in-
vestigación-acción), entre ellos los escolares, realizados en
los últimos años por el equipo del Centro de Comunicación
y Educación de la Universidad de La Plata, Argentina. En
él se muestran algunos conflictos en la cultura escolar debi-
do al crecimiento de la cultura mediática, con el fin de re-
plantear el sentido de “lo educativo” en esta cultura, en
tanto juego de interpelaciones a los sujetos y de reconoci-
mientos subjetivos. Finalmente, se presentan algunas con-
sideraciones acerca del papel de las políticas culturales en
tiempos de revoltura cultural
DESBORDES
Y CONFLICTOS ENTRE
LA CULTURA ESCOLAR Y
LA CULTURA MEDIÁTICA
Jorge A. Huergo*
This work articulates certain theoretical conclusions from
interdisciplinary investigations and field interventions in
educational contexts (considered as instances of investigative
action) among those considered are those conducted by the
team from the Centro de Comunicación y Educación of the
Universidad de la Plata (Argentina). Certain conflicts are
presented of school culture due to the increasing influence of
media culture, with the aim of reconsidering the sense of
“educative” within media culture - interpreted as a game of
interpellations of subjects and subjective recognition. In the
final analysis, some reflections are presented about the role of
cultural politics in times of cultural disarray.
*
* Director del Cento de Comunicación y Educación y Director del Programa de Investigación
en Comunicación y Cultura de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universi-
dad Nacional de La Plata (Argentina). E-mail: jahuergo@perio.unlp.edu.ar
89NÓMADAS
1. Algunas señales
de la crisis de la
“escolarización”
La escolarización, como estatuto
moderno de la educación, se ha visto
desafiada en los últimos tiempos por
una completa situación de revoltura
cultural. En particular, los ejes de la
escolarización (como el disciplina-
miento de los sujetos y los saberes, la
racionalización de las prácticas cul-
turales, la identificación de un esta-
tuto de la infancia, el centramiento
en la lógica escritural y en el texto,
la misma educabilidad) se encuentran
en una profunda y
novedosa crisis.
En la actualidad el
disciplinamiento ha
sufrido un corrimiento
hacia novedosas for-
mas relacionadas con
unnuevorégimendela
visibilidad, por un
lado, y con la atomiza-
cióndeloscuerpos,por
otro (cfr. Piccini,
1999). Lo real se haya
convertidoenunlugar
de tránsito, un terri-
torio en el que el des-
plazamiento es un
imperativo. Vivimos bajo el imperio
de la inestabilidad social articulada
con la fluctuación y la fugacidad,
donde el mundo vivido es, en buena
medida, el mundo visible gracias a los
artificios de la técnica, que hacen del
mundo un objeto de visión. El mun-
do vivido se convierte gradualmente
en imagen que acontece afuera y, a
la vez, se integra como una secuen-
cia más dentro de las escenas de lo
privado. Incluso el otro, como exte-
rioridad irreductible, se desmate-
rializa, se deslocaliza y se ve sometido
a la estética de la desaparición, dilu-
yéndose su carácter concreto e his-
tórico1
.
Pese a los esfuerzos (a veces
paranoides) de la racionalización
escolarizadora, como obsesión por
la claridad y la distinción frente
a la oscuridad y confusión de los
procesos y las prácticas culturales,
con el desorden sociocultural
emergen algunos fenómenos a los
que tenemos que prestar atención.
En primer lugar, el ser alguien, ca-
racterizado como una libertad ro-
deada de objetos, se articula con
las nuevas modalidades de consu-
mo que redefinenelhorizontedelpro-
gresismo civilizatorio. En segundo lu-
gar, la creciente percepción de los
jóvenes como violentos, delincuen-
tes, desviados sociales o “incorre-
gibles” (en el sentido de Foucault),
lo que contribuye a tejer una
criminalización de la juventud. Fi-
nalmente, emerge la violencia
como desarregladora de los proce-
sos escolares en cuanto acción
destructora, invasora o depreda-
dora contra las escuelas o sus ma-
teriales; como una revancha de lo
bárbaro.
Por su parte, la educación del
niño entendida como preparación
para, ignora y acalla las revolturas
socioculturales contemporáneas:
una cultura de lo efímero, una ima-
gen del “joven” que deviene deseo
para los adultos, una desarticulación
entre “educación para el trabajo” y
el mundo del empleo, una desigual-
dad globalizada en el mercado. Ig-
nora y acalla, además, la emergencia
de una cultura pre-figurativa en la que
se produce un cambio en la natura-
leza del proceso cultural: los pares
reemplazan a los padres (cfr.
Gutiérrez, 1974; Martín-Barbero,
1996). Sobre todo, la
educación como prepa-
ración para ignora o aca-
lla una revoltura en el
“estatuto de la infan-
cia”. La revoltura, que
alcanza a los sujetos de
la educación, implica
una crisis, corrimiento
y redefinición de lo que
fue el “estatuto de la in-
fancia”, no sólo origina-
da por el consumo
cultural de los niños
(que no se corresponde
con las los productos/
ofertas del mercado
para niños) o por la apa-
rición (como expresan algunos eu-
ropeos azorados) de los “teleniños”,
sino como consecuencia de la to-
tal depredación y precariedad
sociocultural producida por los
modelos neoliberales (cfr. Barbe-
rena y Fernández, 2000). En efec-
to, asistimos al dramático carácter
socioeconómico de las culturas pre-
figurativas, donde la pobreza y el em-
pobrecimiento ha llevado al
reemplazo del adulto por el niño y
por el adolescente en el sostén eco-
nómico de la familia. Con lo que
cambia la naturaleza del proceso
“Alfabetización”. La Guajira, Colombia, 1973. Leo Matiz.
NÓMADAS90
socioeconómico: el futuro, las eda-
des y las etapas se alteran y provo-
can la configuración del desorden
cultural.
El tradicional centramiento en el
texto, en el libro como eje tecno-
pedagógico escolar y en el modo es-
calonado, secuencial, sucesivo y
lineal de leer (que responde a una
cierta linealidad del texto y a las se-
cuencias del aprendizaje por edades
o etapas), sumado al solipsismo de la
lecturaylaescritura,ha
desencadenado una pa-
vorosa desconfianza ha-
cia la imagen, hacia su
incontrolable polise-
mia, hacia la oscuridad
de los lazos sociales que
desencadena y hacia la
confusión de las sensi-
bilidades que genera
(Martín-Barbero,
1996). La crisis de la
lectura y la escritura,
atribuida defensiva-
mente por la escolariza-
ción a la cultura de la
imagen, debería com-
prenderse como trans-
formación de los modos
de leer y escribir el
mundo (no ya sólo el
texto), como des-loca-
lización de los saberes y
como desplazamiento de “lo culto”
por las culturas. A esto se suma el
conflicto entre la lógica escritural y
la hegemonía audiovisual. En gene-
ral las mayorías populares latino-
americanas han tenido acceso a la
modernidad sin haber atravesado un
proceso de modernización económi-
ca y sin haber dejado del todo la
cultura oral.
Lasrevolturasculturalesactuales,
permiten pensar en un nuevorégimen
de la educabilidad2
. Así como G.
Simmelpensólasocialidadcomotra-
ma de diferentes relaciones e
interacciones condensadas en la no-
ción de “sociedad” (Simmel, 1939),
no es posible mantener nuestra vieja
idea de educación, tan presente en
las persistentes concepciones “ban-
carias”. El aporte de Simmel al pen-
sar la socialidad ha de ser una huella
para pensar los nuevos modos de co-
municación (transmisión/formación)
de prácticas, saberes y representacio-
nes en la trama de la cultura, como
espacio de hegemonías. Un nuevo
régimen de educabilidad articulado
con la tecnicidad mediática como
dimensión estratégica de la cultura,
que va configurando un ecosistema
comunicativo en el cual se modifi-
can los campos de experiencia al rit-
mo de la configuración de nuevas
sensibilidades,demodosdiferentesde
percibir y de sentir, de relacionarse
con el tiempo y el espacio y de reco-
nocerse y producir lazos sociales.
2. Desbordes: más allá
de las estrategias y
las innovaciones
En este panorama, el abordaje
de la relación cultura escolar/cul-
tura mediática ha sido significati-
vamente reducido por algunas
perspectivas históricas que, gene-
ralmente, ponen atención al rol for-
mativo de sujetos que ha sido
asumido por la escuela y otras ins-
tituciones educativas. Pero el pro-
blema no es sólo un
problema de incorpora-
ción y uso de aparatos
técnicos (viejos o nue-
vos). Tampoco es sólo
un problema de estrate-
gias educativas y/o
comunicacionales.
Ambos caminos, entre
otras cosas, tienden al
repliegue de lo escolar
y al reforzamiento de las
viejas obsesiones peda-
gógicas por la claridad,
la distinción, la veloci-
dad y la eficiencia.
Hablamos de “re-
volturas” culturales
para designar la impo-
sibilidad de trazar un
mapa de un territorio
cultural revuelto. La
capacidad del trazado, en fin, se rela-
ciona genealógicamente con los in-
tereses de la guerra: un ejército resulta
ser la matriz de una organización y
de un saber basados en el estudio de
la campaña, el movimiento, la colo-
nia y el territorio, con el fin de forta-
lecerse frente al enemigo a través de
implantaciones y de distribuciones,
de divisiones y de controles espacia-
les, de ordenamientos de dominios y
de estrategias (cfr. Foucault, 1980).
Perounterritorioculturalrevueltono
Escuela rural sueca. c. 1943, Donald Mc. Leishi
91NÓMADAS
sólo imposibilita el trazado de un
mapa sino que, además, hace
espasmódicas y pone en suspenso a
cualquiera de las estrategias que se
plantearan.
El problema no es de incorpora-
ción de aparatos e innovaciones ni
de capacitación tecnológica, sino de
transformación cultural. El problema
es empezar por comprender que los
acontecimientos comunicativos me-
diados por dispositivos técnicos se
insertanenundinamismopermanen-
te que responde a exigencias y pro-
cesossociales,produciendomodosde
comunicación, rees-
tructuraciones en las
formas de percepción y
evoluciones de las ac-
ciones,lascreenciasyla
imaginacióncolectiva3
.
Por su parte, mu-
chas estrategias de lec-
tura “crítica” de medios
y de “educación para la
recepción” reavivan
una perspectiva fun-
cionalista o celebran un
sujeto autonomizado en
la lectura o recepción y,
en ciertos casos, repre-
sentanunaggiornamien-
to de las características de la
agonizante tradición escolarizadora.
En especial cuando las estrategias
educativas de recepción (en especial
televisiva) pretenden recuperar el
espacio perdido por la hegemonía es-
colar por la vía de la crítica al desor-
den cultural, entendiéndolo como
deformación, o por la vía del disci-
plinamiento de la entrada de una
cultura descentrada a una concien-
cia que se forme en el orden de “lo
culto”. En muchas experiencias,
“conciencia crítica” no es más que
rechazo a un nuevo sensorium, a la
polisemia y las discontinuidades pro-
pias de la imagen, a la multivocidad
de la cultura audiovisual, al drama del
reconocimiento conjugado por la ex-
presividad cultural y la interpelación
televisiva, entre otras cosas.
3. Revolturas
culturales: cultura
escolar y cultura
mediática
Los desencuentros, los conflictos
discursivos y las pugnas por el signi-
ficado de la experiencia y del mundo
en el espacio escolar tienen relación
con una novedosa situación de
revolturas culturales. Éstas no deben
percibirse, sin embargo, sólo como
sumatorias o agregamientos de frag-
mentos culturales superpuestos y en
caos, sino como emergentes de tres
tipos de procesos: el primero, es el de
crisis y deslegitimación de las insti-
tuciones (entre ellas, la institución
moderna destinada a la formación de
sujetos); el segundo, el de asecha-
miento por parte de sucesivas y di-
versasreformaspolíticasneoliberales
(entre ellas, las que tienden a articu-
larse en los sistemas educativos); el
tercero, es el proceso de explosión de
diversos modos de enlazarse social-
mente y actuar más allá de las esti-
pulaciones de los “contratos sociales”
(modos que irrumpen descontro-
ladamente en los espacios escolares).
En particular, nos interesa resaltar
que la institucionalidad (como serie
de anudamientos significativos) y la
docencia (como agencia de control
simbólico) se ven permanentemen-
te desafiados por lenguajes y discur-
sos provenientes de otros campos,
como el mediático (aunque, tam-
bién, el callejero, el comunal4
, el del
mercado, etc.).
Para abordar esos
desencuentros y con-
flictos, necesitamos ha-
cer, al menos, dos
grandesreconocimien-
tos. El primero es que
nos constituimos como
sujetos en y de esa cul-
tura en conflicto y re-
vuelta. De hecho,
nuestras prácticas y los
procesos culturales pue-
dencomprenderseenla
dualidad, expresada por
Bourdieu (1991) de la
investissement: como in-
mersión en la cultura y como inver-
sión en ella. La totalidad de las
prácticas y procesos (inmersos en las
revolturas culturales pero, a la vez,
momentos de inversión en esa cultu-
ra) conforman saberes y sujetos en
una época de crisis de los saberes y
sujetos preexistentes y prescriptos por
el “deber ser” (propio de equipa-
mientos institucionales más o menos
fijos, constantes y cerrados). En se-
gundo lugar, necesitamos reconocer
que los diferentes espacios sociales
emergentes (como resultante de la
crisis de las instituciones modernas)
Alumnos judíos yemenitas en Jerusalém, c. 1942
NÓMADAS92
resultan formadores de sujetos y pro-
ductores de sentidos y de saberes,
aunque de manera muchas veces
transitoria; lo que contribuye a per-
cibir esas instancias de formación de
sujetos y producción de sentidos y
saberes como abiertas y como refe-
rencias relativas.
Con lo que resulta imposible des-
cribir los conflictos entre cultura es-
colar y cultura mediática en la forma
de manipulaciones ni meramente de
procesos de reproducción. Tampoco
es posible sostener que exista auto-
nomía absoluta de ninguna de am-
bas respecto de la otra (no basta con
la percepción del paralelismo entre
la escuela y los medios o el desplaza-
miento de la escuela por los medios),
por más que produzcan, en distintas
medidas,discursosyrepresentaciones
excluyentes y absolutas. El problema
central para describir los conflictos
entre cultura mediática y cultura es-
colar es el de las pugnas culturales por
el sentido.
Paraavanzar,esprecisoaclararde
qué hablamos cuando nos referimos
a“culturaescolar”ya“culturamediá-
tica”.Lacultura escolarcomprende un
conjunto de prácticas, saberes y re-
presentaciones producidas y repro-
ducidas a partir de la institución
escolar. Pero también incluye las mo-
dalidades de comunicación y trans-
misión de saberes para poder actuar
socialmente (más allá de la escuela)
que operan de acuerdo con la “lógica”
escolar. En este sentido, la cultura
escolar es una forma de producción,
transmisión y reproducción que tien-
de a la organización racional de la
vida social cotidiana. La cultura
escolar, entonces, transforma desde
dentro la cotidianidad social, impri-
miendo en ella formas de distribu-
ción, disciplinamiento y control de
prácticas, saberes y representa-
ciones aún más allá de los ámbitos
identificados como la “institución
escolar”.
Con el concepto cultura
mediática, en cambio, hacemos re-
ferencia a una categoría trabajada
desde la semiótica, la sociología y
otras disciplinas. Este concepto (o
el de “sociedad mediatizada”) alu-
de a un diferencial de poder: a la
capacidad modeladora del conjun-
to de las prácticas, los saberes y las
representaciones sociales que tie-
nen en la actualidad los medios
masivos y las nuevas tecnologías.
Esta cultura indica el proceso de
transformación en la producción de
significados por la existencia de esas
tecnologías y medios. La cultura
mediática, en cuanto transfor-
madora de prácticas, saberes y re-
presentaciones sociales, opera
también desde dentro de la coti-
dianidad, más allá de las situacio-
nes específicas de “recepción”,
“audienciación” o del carácter de
“público”, “consumidores” o “usua-
rios” de los sujetos, extendiéndose
a todas las formas de la vida social.
Los ámbitos educativos son es-
cenarios de pugnas culturales que las
exceden; son los lugares donde di-
versas formas de luchas se ponen de
manifiesto (Huergo, 1998). Así, es
imprescindible poner atención a la
autonomía parcial (o “autonomía re-
lativa”) de las culturas que juegan en
el escenario escolar, y al papel del
conflicto y la contradicción existen-
te en el proceso de reproducción so-
cial. Por este camino es posible
comprender los modos en que tra-
baja la dominación política aun
cuando los estudiantes rechacen des-
de sus culturas la ideología que está
ayudando a oprimirlos. En esos ca-
sos, puede observarse en perspecti-
va cómo la oposición que impugna
activamente la hegemonía de la cul-
tura dominante pone en conflicto a
la reproducción, pero puede también
asegurar un destino de relegamien-
to a situaciones de desventaja
socioeconómica. Particularmente en
el escenario escolar, además, se
visualiza cómo el drama de la resis-
tencia (emparentado con el “drama
del reconocimiento”) está directa-
mente relacionado con el esfuerzo de
incorporar otras culturas (como la
mediática, la callejera, la comunal)
Tangañica, Africa Oriental, c. 1942
93NÓMADAS
al salón de clases. Las resistencias,
en ese caso, son formas de pelea en
contra de que la escuela borre las
identidades; son luchas contra la vi-
gilancia y el disciplinamiento de di-
versas formas de la pasión y del
deseo.
4. Carácter discursivo
del conflicto cultura
escolar/cultura
mediática
El problema de los encuentros y
los desencuentros entre la cultura
escolar y la cultura mediática debe
comprenderse más allá de las situa-
ciones particulares que emergen en
los microespacios educativos y de las
coyunturas actuales. Antes bien, di-
cho problema tiene que considerarse
según coordenadas sociales más am-
plias que han producido pavorosas
escenas de marginalidad, de injusti-
cia y de depredación social, según
tiempos históricos largos de domina-
ción en América Latina, que van de
la conquista (como protogloba-
lización) a la globalización (como
tardoconquista). Es cierto que las
confusiones, las distancias, los cho-
ques entre una y otra culturas pueda
explicarse por el clima de profundas
revolturasculturalesexperimentadas
en la vida cotidiana y por las
novedosas disposiciones subjetivas
producidas por diferentes equipa-
mientos culturales. Pero, también, es
evidente que el conflicto debe situar-
se en las articulaciones de la cultu-
ra, en cuanto campo de lucha por el
significado de la experiencia y del
mundo, con lo político, como pro-
ceso de configuración de distintas
manifestaciones de poder regidas
según una lógica de cooperación o
antagonismo entre voluntades
colectivas.
El desencuentro se produce,
precisamente, en las distancias y
fisuras entre los saberes, prácticas y
representaciones provenientes de
los discursos diferenciales (el esco-
lar, el mediático, el callejero, el
comunal, el del mercado). Por otra
parte, cada discurso refuerza su es-
pecificidad en la medida en que
ubica axiológicamente a cada uno
de los otros. Por ejemplo, para el
discurso escolar, el mediático está
atrapado por la cultura masiva que
deforma y degrada la cultura, mien-
tras que el callejero, en cuanto anó-
malo, contiene las marcas del
desorden, el descontrol y la peligro-
sidad social. Para el discurso
mediático, el discurso escolar se jue-
ga entre la conservación de lo ar-
caico y la cualificación por la vía
de incorporación tecnológica (en-
tre otras cosas)5
, y el discurso calle-
jero (como en el escolar) condensa
series de anomalías sociales y situa-
ciones de peligrosidad o de riesgo.
Para el discurso callejero, finalmen-
te, el discurso escolar contiene una
falsa epistemología, inservible para
enfrentar los problemas de la vida
cotidiana, mientras que el discurso
mediático se articula con las pro-
pias formas y lenguajes disponibles
para la “lectura y escritura” del
mundo. En todos los casos, las dis-
tancias y los límites, construidos
como fronteras discursivas, permi-
ten el refuerzo de los propios esta-
tutos y representaciones en pugna.
Cabe aclarar, sin embargo, que
todos los agentes que contribuyen al
reforzamiento, incluso consciente, de
sus propios discursos y de sus campos
de significación, se apropian de los
otros y los hibridan en sus prácticas,
aunque lo hagan pretendiendo dar
continuidad a sus propios intereses6
.
En este sentido, parece mucho más
difícil cualquier hibridación entre los
discursos escolar y callejero, lo que
implicaría cierto reconocimiento del
carácter ideológico de la cultura
escolar7
.
Con lo dicho, es preciso revisar
el carácter performativo8
de los dis-
cursos producidos por los campos es-
colar y mediático, entre otros. Tal
cuestión contribuye, por lo demás, a
hacer comprensibles las pugnas por
el significado de las experiencias y de
la vida que se dan, en este caso, en el
espacio escolar. Pero para reconocer
“Niños alemanes convalecientes, en un bosque cercano a Berlín”
NÓMADAS94
la performatividad de dichos
discursos, en cuanto puestas
en acción de sistemas
lingüísticos,necesitamosin-
troducir una noción: la de
sistemas de sentido. En ellos
los discursos se inscriben y, a
partir de ellos, los sujetos se
reconocen y se encuentran.
Los “sistemas de sentido” no
pueden comprenderse sola-
mente como configurados
desde posiciones de clase so-
cial, articuladas con organi-
zaciones políticas (de clase).
En América Latina, los “sis-
temas de sentido” están
constituidos por las articula-
ciones entre, al menos, tres
dimensionesqueseimbrican
y se definen mutuamente. (i) Una di-
mensión que está constituida por la
estructuración socioeconómica: las di-
ferencias de clase, las fracciones o
sectores sociales articulados en fun-
ción de la propiedad, la distribución
y el control de los recursos económi-
cos estratégicos, más las condiciones
de acceso a mejores condiciones de
vida. (ii) Otra dimensión que está
relacionada con las conformacionesde
las identidades culturales, que otorgan
los lineamientos u horizontes de sen-
tido de pertenencia al nosotros (que
implica el reconocimiento de las di-
ferencias), vinculado además con las
cuestiones nacionales o “regionales”.
(iii) Finalmente, una dimensión que
se configura en torno a las definiciones
del espacio público y sus “redefiniciones
posmodernas”, lo que comprende las
relaciones de nuestra sociedad con
otras y el entrecruzamiento de estas
con las micro, las meso y las
macroesferas públicas y, además, los
modos particulares de resolución de
los conflictos y las contradicciones
singulares.
5. El campo cultural
en cuanto educativo:
el juego de las
interpelaciones y los
reconocimientos
Pensar el campo cultural como
educativoimplicacomprenderlocomo
dialógico9
y, a la vez, conflictivo.
Pero, por sobre todo, implica enten-
derlo como campo de articulación
entre diferentes y sucesivas
interpelaciones y los reconocimien-
tos subjetivos que ellas provocan10
.
Para esto, necesitamos trabajar con
una noción de lo educativo que nos
permita interpretar los territorios cul-
turales revueltos, en cuanto
formadores de sujetos. Es posible sos-
tener que “lo educativo” consiste en
que, a partir de una práctica de in-
terpelación, un agente se constituye
en sujeto de educación activo incor-
porando de dicha interpelación algún
nuevo contenido valorativo, con-
ductual, conceptual, etc., que modi-
fique su práctica cotidiana en
términos de una transformación o en
términos de una reafirmación más
fundamentada (Buenfil
Burgos, 1993). A partir de los
modelos de identificación
propuestos desde algún discur-
so específico (sea escolar,
mediáticouotro),elsujetose
reconoce en dicho modelo, se
siente aludido o acepta ser lo
que se le propone ser.
Los medios (y en especial
la televisión) han contribuido
a una proliferación inusitada
de modelos de identificación
que alcanzan el orden cultu-
ral11
: formas de ver, de sentir
y de actuar, agendas temáti-
cas, modos de relacionarse y
de resolver los conflictos...
Pero, además, los sentidos
mediáticos proliferantes no están
“afuera” como un objeto. Se han he-
cho cultura, se han hecho hilos en la
trama cultural, se han mezclado, se
han resignificado, han adquirido nue-
vos alcances, no por la acción
resignificadora de los individuos (de
las audiencias) aisladamente, sino en
virtud de todo el proceso cultural en
el que esos individuos están inmersos
y por el que están configurados.
Por esta vía se hace posible com-
prender el carácter de la lectura y de
la recepción. La “recepción” de
interpelaciones, entonces, no tiene
tanto que ver con el orden del cono-
cimiento,deloscódigosodelosmen-
sajes; tiene más relación con el orden
del reconocimiento, de las matrices
y de los formatos culturales. De ma-
nera que las diferencias (constituidas
a través de historias de lucha mate-
rial y simbólica y constitutivas de
nuestra identidad) no se configuran
en o por la recepción de interpela-
ciones, sino que se “encuentran” y se
“reconocen” en ella (y no siempre de
manera armoniosa y feliz); y al reco-
1946. Robert Doisneau
95NÓMADAS
nocerse y encontrarse se refiguran. Y
se encuentran a partir de encuentros
y de reconocimientos previos,
multitemporales (de allí su carácter
dialógico); a partir de matrices de
sentido que anteceden esos encuen-
tros y reconocimientos; matrices ya
constituidasperoenpermanentepro-
ceso de constitución, precisamente
en esos acontecimientos de encuen-
tro y reconocimiento.
Todo producto cultural, en
cuanto interpelador, habla al pue-
blo del que habla12
. De este modo,
el reconocimiento trabaja en el mar
de la reconciliación entre la pro-
ducción cultural y las masas popu-
lares. Así, entre la fascinación, la
idealización y la seducción, en el re-
conocimiento (como drama) se jue-
ga la hegemonía. “Drama del
reconocimiento” ya que es (en el
producto y en la recepción) una
lucha por hacerse reconocer; por-
que sea reconocida la voz y la me-
moria, la socialidad y la
sensibilidad, la historia y la trayec-
toria de la que están hechas las di-
ferencias en cuanto identidades. De
allí que el reconocimiento tenga
más que ver con la telenovela, el
fútbol, el rock y la cumbia, que con
las instituciones políticas, la escue-
la o los partidos (que muchas veces
no hablan al pueblo del que hablan,
es decir, no trabajan para posibili-
tar el reconocimiento). De allí,
también, que las estrategias peda-
gógicas deberían tener más en cuen-
ta el contar/relatar de los sujetos (las
identidades preexistentes al acto de
formación), que el concientizar a los
sujetos; deberían tener más relación
con el reconocimiento que con el
conocimiento (que muchas veces es
la reproducción/imposición del re-
conocimiento de otras culturas, que
nos han hablado, que han hablado
por nosotros).
Tanto el abordaje de las matrices
y las tradiciones residuales en la vin-
culaciónentreloeducativo,locultural
y lo político, como la consideración
de los espacios escolares en su com-
plejidad, nos ha llevado a la necesi-
dad de reconocer “lo educativo” en
otros espacios sociales que han privi-
legiado los lazos antes que la institu-
cionalidadyloscontratossociales.En
estesentido,hemosinvestigadoyde-
sarrollado prácticas de aproximación
adiferentesespaciosurbanosconside-
rados como “polos de identidad” o,
mejor, de identificación14
. En esos
polos, los sujetos forjan sus identida-
des en la medida en que experimen-
tan un sentido del nosotros, una
representacióndedistinguibilidad(los
otros)yunanarrativahistóricacomún
(cfr. Giménez, 1997).
“El niño y la paloma”, c. 1960. Robert Doisneau
NÓMADAS96
6. De las revolturas a
la revolución
cultural: el desafío
de construir
políticas culturales
democratizadoras
A partir de las interpelaciones y
de los modelos de identificación pro-
puestos desde los distintos discursos
específicos (sea el escolar, el me-
diático, u otro) el sujeto se reconoce,
se siente aludido o acepta ser lo que
se le propone ser, e incorpora algún
saber, práctica o representación. Se
constituye como sujeto. Desde allí
produce modificaciones en su prác-
tica cotidiana en términos de una
transformación o en términos de una
reafirmación más fundamentada. Sin
embargo, una comprensión impreci-
sa de estas situaciones puede llevar-
nos a conclusiones falsas, desde el
puntodevistapolítico(cosaquesuele
ocurrir en corrientes de los cultural
studies celebratorias de las posibilida-
des de una autonomía absoluta en la
resemantización de los textos, en
cuanto interpelaciones). Para ser
precisos, debemos distinguir entre
los niveles lingüístico y experiencial
en la constitución subjetiva y en los
posicionamientos no crítico y críti-
co, una cuestión central, a mi juicio,
en toda pedagogía de la comunica-
ción. En el nivel del lenguaje, un
posicionamiento no crítico se carac-
teriza por una general aceptación de
discursos de orden y por una lectura
dominante de las interpelaciones
discursivastextuales.Entretanto,en
el nivel de la experiencia, este posi-
cionamiento se caracteriza por con-
ductas y prácticas conformistas con
el sistema hegemónico. Por su lado,
un pocisionamiento crítico sub-
jetivo, en el nivel del lenguaje,
desarrolla una oposición y desman-
telamiento (desnaturalización) tan-
to a los discursos de orden como en
las lecturas de los textos culturales
dominantes. En el nivel de la expe-
riencia, la culminación de la posición
crítica se da en distintos tipos de prác-
ticas de resistencia y de transfor-
mación de las situaciones de
dominación. Pero no es posible la
vinculación necesaria de lecturas y
prácticas oposicionales con experien-
cias resistenciales y transformadoras.
Es decir, no toda oposición significa
resistencia (cfr. Giroux, 1985); mu-
chas veces una oposición discursiva
(en el sentido de lingüística) suele
estar acompañada por conductas, ac-
titudes y experiencias conformistas
(como lo han demostrado las inves-
tigaciones, por ejemplo, de Paul
Willis, 1977). De ahí que el desafío
de una pedagogía crítica de la comu-
nicación no tiene tanto que ver con
la “crítica” de los medios y la cultura
mediática, sino con una desnatura-
lización de las representaciones
hegemónicas (por la vía de historiza-
ción de los anudamientos entre
significantes y significados y de la
conformacióndeestatutos).Pero,ade-
más, con una rearticulación del len-
guaje y la experiencia, con el fin de
posibilitar modos de subjetividad más
autónomos. Es decir, al reconocer
cómo somos leídos y escritos por los
lenguajes hegemónicos disponibles,
podemos ampliar (desde la expresión
de la voz y desde el combate herme-
néutico) los horizontes de nuestras
experiencias, haciéndolas transfor-
madoras o resistenciales; podemos,
también, leer y escribir la palabra y el
mundo de manera más autónoma.
Tal vez, si retomamos la matriz
de pensamiento freireano, necesi-
temos saltar de las revolturas hacia
una “revolución” cultural. Más allá
de las acciones culturales contra-
hegemónicas, lo que caracteriza a
la revolución cultural es su capaci-
dad en la construcción permanen-
te de una cultura liberadora (cfr.
Freire, 1975: 98). El territorio cul-
tural revuelto (en cuanto formación
social) ha sido subjetivado desorde-
nadamente: en él estamos inmersos,
por lo que no es fácil percibirlo
como un objeto separado. Sin
embargo, parecen radicalizarse
dos posiciones:
- bien nos replegamos en una
cultura escolar, de naturale-
za arcaica, que reconstruye
incesantemente la represen-
tación de separación entre
ella y el mundo de la vida y
de “las” culturas (mediática,
callejera, etc.), incluso al ela-
borar una sutura inestable
frente a la tecnocultura a tra-
vés de diversas estrategias
espasmódicas;
- bien desarrollamos diversas
formas de lucha democrática
que asuman un territorio cul-Leonardo Bezzola
97NÓMADAS
tural revuelto, sin trazados
prematuros ni estrategias de
frenaje, y que reconozcan y
subrayen la multiplicidad de
espacios políticos que, a la
vez, conforman cultural-
mente modalidades de forma-
ción de sujetos y producción
de sentidos.
Vivir en una cultura
mediática no significa re-
nunciar a la subjetivación y
a la subjetividad autónoma.
Cuando hablamos de cultu-
ra mediática nos estamos
planteando un entorno cul-
tural (y por tanto, comuni-
cativo/educativo) que no se
reduce a la interactividad
con los medios y las tecno-
logías. Queremos aludir a
una dimensión estratégica
para vivir la vida, donde -
aún- es posible una acumu-
lación narrativa (incluso a
partir de la escuela o de otros
escenarios micropúblicos
educativos) que aspire a la
autonomía, que aliente el
cuestionamiento y la resis-
tencia a los fundamentos de
una fascinación que ha ins-
tituido la tecnoutopía como
ilusión de un mundo mejor. Quere-
mos imaginar una pedagogía capaz
de quebrar políticamente las fron-
teras producidas por la hegemonía
y capaz, a la vez, de alentar la
heterotopía, construida desde las di-
ferencias y las hibridaciones, y des-
de una narrativa “poscolonial”
capaz de dar cuenta de las
asimetrías, las injusticias y las nue-
vas y viejas formas de dominación,
y de alentar una comunicación/edu-
cación transformadora.
7. A modo de
conclusión:
profundizar los
desplazamientos
Losdesbordesylosconflictospro-
ducidos por el enfrentamiento entre
la cultura escolar y la cultura
mediática deben comprenderse en y
desde las articulaciones entre lo cul-
tural y lo político. De lo que se trata,
en definitiva, es de profundizar los
desplazamientos con el fin de ampliar
los horizontes de la autonomía, en el
clima de la cultura como campo de
lucha por el significado. Profundizar
el desplazamiento de eje propuesto
por el “paradigma de las mediacio-
nes”, desplazamiento que va de estu-
diar la comunicación como proceso
de dominación, a investigar la domi-
nación como proceso de comunicación
(cfr. Martín-Barbero, 1998). Profun-
dizar el desplazamiento propuesto por
el “paradigma dialógico”, donde el
trabajo educativo, en todos sus sen-
tidos y ámbitos, es entendido como
proceso de liberación (transforma-
ción, resistencia, autonomía) con los
otros, y no para ellos. Sólo por estos
caminos será posible darle batalla a
las nuevas formas de producción de
hegemonía bajo las formas de
las revolturas culturales.
Citas
1
Para los argentinos, hay otra esté-
tica que posee un contenido trági-
co. El arquetipo de nuestra
posmodernidad es nada más ni nada
menos que la “desaparición de los
cuerpos”, pero no en una forma fi-
gurada o virtual, sino como entra-
mado del genocidio, que inauguró
una nueva forma de hacer política
desde la resistencia: las “Madres de
Plaza de Mayo”, encarnación de los
cuerpos desaparecidos (de sus hijos).
2
El concepto de educabilidad había
sido desarrollado por el pensamien-
to realista (especialmente neoto-
mista) y por el pensamiento espiri-
tualista, como la capacidad de ser
educado, que respondía a una de las
preguntas fundamentales de la pe-
dagogía: ¿es posible educar?, y que se
complementaba con la capacidad de
educar o educatividad. Sin embargo,
no es en esta línea en que necesita-
mos pensar un nuevo régimen de
educabilidad.
3
Comprender, entre otras cosas, el des-
plazamiento de la “memoria” hacia el
“archivo”; el creciente anudamiento
entre los “hipermedios” y los “miedos”
en la cultura urbana; las transformacio-
nes en las sensibilidades y la producción
de un “nuevo sensorium”, y el sentido
pedagógico posible de las “redes de co-
municación” (cfr. Huergo, 2000).
4
Aunque de manera prematura, estamos
en proceso de distinción conceptual
entre lo “callejero” y lo “comunal”. Ta-
les denominaciones designan dos tipos
de enlazamientos sociales, que se evi-
dencian como relativamente contrarios
en la medida en que el imaginario he-
gemónico los ubica en la formación so-
cial. Si bien ambos se articulan con re-
“Primera experiencia auditiva”, Alemania. Bruno Mooser
NÓMADAS98
siduos culturales no modernos (cfr.
Huergo, 1998), por “callejero” se en-
tiende cierta emergencia de lo bárbaro,
lo desordenado, lo anómalo, construi-
do como objeto de “pánico moral”
(como, por ejemplo, las bandas juveni-
les); mientras que lo “comunal” desig-
na modos comunitarios de agruparse y
de presentarse públicamente, por parte
de sectores perjudicados o invisibi-
lizados por los modos neoliberales del
contrato social (como, por ejemplo, los
desocupados). De cualquier modo, am-
bos son objetos de diferentes modos de
represión.
5
La investigadora Paula Morabes, a quien
dirijo su trabajo de Beca de Formación
en la Investigación (UNLP), ha reali-
zado un relevamiento general de los
equipamientos mediáticos disponibles
en las instituciones de Educación Ge-
neral Básica (EGB), en la ciudad de La
Plata. Esto le ha permitido comprender,
entre otras cosas, el carácter articu-
latorio de esos soportes o equipamientos
con determinadas disposiciones subje-
tivas; pero, además, la impregnación del
discurso escolar por parte de requeri-
mientos vinculados con la cultura
mediática.
6
Esta cuestión la hemos observado en
una investigación que dirijo, en la que
participan las profesoras Glenda
Morandi (pedagoga), Alejandra
Valentino, Gladys Lopreto, Susana
Felli, Claudia Fino (todas de lingüísti-
ca) y Sofía Calvente (de comunica-
ción), entre otros. En ella, hemos abor-
dado el problema de la recepción y el
consumo de publicaciones destinadas a
docentes de EGB en la ciudad de La
Plata, para luego describir cómo las in-
tegran en sus prácticas educativas. Lo
que hemos concluido, entre otras cosas,
es que los docentes resuelven sus prác-
ticas habituales (en tiempos de trans-
formaciones culturales) apelando a
saberes, representaciones y prácticas
mediáticas, aunque lo hagan para refor-
zar sus intereses propios de la cultura
escolar.
7
En investigaciones y prácticas coordi-
nadas por mi colega, la profesora Ma-
ría Belén Fernández, ha resultado no-
table la producción de reforzamientos
discursivos escolares sobre la peligro-
sidad, la violencia y la degradación de
las culturas callejeras infantiles y juve-
niles. Otra, sin embargo, es la repre-
sentación escolar de la “comunidad”
(la cultura comunal), como zona don-
de emergen lazos relativamente solida-
rios y de colaboración. Por lo cual, las
estrategias de relación con la comuni-
dad que despliegan las escuelas, apun-
tan a su integración con la “comuni-
dad”; pero lo hacen sólo con el fin de
reforzar (no siempre conscientemente)
el carácter hegemónico, en crisis, en
la formación de sujetos, saberes y re-
presentaciones.
8
El concepto de “performance” o
“performativo” debe ser reexaminado,
desanudándolo de su significado
tecnocrático y reconsiderándolo desde
un punto de partida teórico diferente.
Tal redefinición nos permite articular el
despliegue de rituales, gestos, lenguajes,
con la construcción y producción de la
realidad. De este modo, se hace posible
percibir cómo en los rituales, gestos y
lenguajes “trabajan” ideologías
societarias y culturales. Por otro lado,
el concepto de “performatividad” avala
la comprensión del vínculo entre la ac-
ción y su sentido.
9
La idea del diálogo (Bajtin, 1982) remi-
te a que una configuración textual es
básicamente interdiscursiva y, por con-
siguiente, un fragmento de la memoria
colectiva. Es, en este sentido, una sedi-
mentación posible de una determinada
acumulación narrativa. En el diálogo la
comunidad (histórica y geográficamente
situada) habla y, en un mismo movi-
miento, es hablada. En el diálogo se
expresa la cultura como campo de lu-
cha por el significado, en la que se re-
flejan una multiplicidad de valores, vo-
ces e intenciones, con distintos grados
de intensidad en sus contradicciones.
10
El interjuego entre interpelaciones y
reconocimientos (o no reconocimien-
México, 1943. Leo Matiz
99NÓMADAS
tos) en la producción de una formación
hegemónica y de la ideología, ha sido
trabajado por Ernesto Laclau (Laclau y
Mouffe, 1987) y por Slavoj Zizek
(1992).
11
Los modelos de identificación son tam-
bién presentados como “modelos men-
tales”. En este sentido, el italiano
Luciano Gallino afirma que los mode-
los mentales -en cuanto representacio-
nes que de vez en vez pueden asumir
forma de imágenes, proposiciones o es-
tructuras analógicas profundas- son
mayoritariamente producidos por la cul-
tura (Gallino, 1990). Por un lado, los
“modelos mentales” pueden compren-
derse como las únicas estructuras
cognitivas disponibles; por otro, los
medios difunden sin tregua modelos
mentales, en una medida y con una ca-
pilaridad nunca vista precedentemen-
te. De este modo contribuyen a estruc-
turar la identidad y el sentido de sí mis-
mo y la comunidad, y a reestructurar el
imaginario, las expectativas y las accio-
nes colectivas.
12
Como afirma E. Laclau, refiriéndose a
la práctica política, la interpelación no
reconoce en primer término intereses y,
luego, los representa; antes bien, ella
constituye los intereses que representa
(cfr. Laclau y Mouffe, 1987: 139). En
otras palabras, toda interpelación apun-
ta a la constitución de sujetos y al sos-
tenimiento de la ideología (cfr. Zizek,
1992). De todos modos, las interpe-
laciones (para ser performativas) no son
del todo arbitrarias, sino que se produ-
cen asumiendo determinadas matrices
culturales existentes y devolviéndolas
como formato.
13
Además de la investigación que mencio-
naremos en la nota siguiente, en el con-
texto de las prácticas de los estudiantes
que cursaron el último verano nuestra
cátedra de Comunicación y Educación,
y con la coordinación de los licenciados
Pedro Roldán y Florencia Cremona, he-
mos realizado aproximaciones a unos
quince espacios socioculturales urbanos
de La Plata, en un trabajo que aún no
hemos sistematizado.
Bibliografía
BAJTIN, Mijail , Estética de la creación ver-
bal, México, Siglo XXI, 1982
BARBERENA, Mariano y María Belén
Fernández , “Los nuevos sentidos de la
infancia”, en J. Huergo y M. B.
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mediática, Intersecciones, Bogotá, Uni-
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discurso y educación, México, DIE 26,
Instituto Politécnico Nacional, 1993
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Media)”, en G. Anceschi y otros,
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terrogaciones desde la trama entre cul-
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NÓMADAS100
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radicalización de la democracia, Madrid,
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Universidad Central, 1996
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D. C. Heath, 1977
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Desbordes y conflictos entre la cultura escolar y la cultura mediatica (1)

  • 1. NÓMADAS88 El trabajo articula distintas conclusiones teóricas de in- vestigaciones interdisciplinarias y prácticas de intervención en espacios educativos (consideradas como instancias de in- vestigación-acción), entre ellos los escolares, realizados en los últimos años por el equipo del Centro de Comunicación y Educación de la Universidad de La Plata, Argentina. En él se muestran algunos conflictos en la cultura escolar debi- do al crecimiento de la cultura mediática, con el fin de re- plantear el sentido de “lo educativo” en esta cultura, en tanto juego de interpelaciones a los sujetos y de reconoci- mientos subjetivos. Finalmente, se presentan algunas con- sideraciones acerca del papel de las políticas culturales en tiempos de revoltura cultural DESBORDES Y CONFLICTOS ENTRE LA CULTURA ESCOLAR Y LA CULTURA MEDIÁTICA Jorge A. Huergo* This work articulates certain theoretical conclusions from interdisciplinary investigations and field interventions in educational contexts (considered as instances of investigative action) among those considered are those conducted by the team from the Centro de Comunicación y Educación of the Universidad de la Plata (Argentina). Certain conflicts are presented of school culture due to the increasing influence of media culture, with the aim of reconsidering the sense of “educative” within media culture - interpreted as a game of interpellations of subjects and subjective recognition. In the final analysis, some reflections are presented about the role of cultural politics in times of cultural disarray. * * Director del Cento de Comunicación y Educación y Director del Programa de Investigación en Comunicación y Cultura de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universi- dad Nacional de La Plata (Argentina). E-mail: jahuergo@perio.unlp.edu.ar
  • 2. 89NÓMADAS 1. Algunas señales de la crisis de la “escolarización” La escolarización, como estatuto moderno de la educación, se ha visto desafiada en los últimos tiempos por una completa situación de revoltura cultural. En particular, los ejes de la escolarización (como el disciplina- miento de los sujetos y los saberes, la racionalización de las prácticas cul- turales, la identificación de un esta- tuto de la infancia, el centramiento en la lógica escritural y en el texto, la misma educabilidad) se encuentran en una profunda y novedosa crisis. En la actualidad el disciplinamiento ha sufrido un corrimiento hacia novedosas for- mas relacionadas con unnuevorégimendela visibilidad, por un lado, y con la atomiza- cióndeloscuerpos,por otro (cfr. Piccini, 1999). Lo real se haya convertidoenunlugar de tránsito, un terri- torio en el que el des- plazamiento es un imperativo. Vivimos bajo el imperio de la inestabilidad social articulada con la fluctuación y la fugacidad, donde el mundo vivido es, en buena medida, el mundo visible gracias a los artificios de la técnica, que hacen del mundo un objeto de visión. El mun- do vivido se convierte gradualmente en imagen que acontece afuera y, a la vez, se integra como una secuen- cia más dentro de las escenas de lo privado. Incluso el otro, como exte- rioridad irreductible, se desmate- rializa, se deslocaliza y se ve sometido a la estética de la desaparición, dilu- yéndose su carácter concreto e his- tórico1 . Pese a los esfuerzos (a veces paranoides) de la racionalización escolarizadora, como obsesión por la claridad y la distinción frente a la oscuridad y confusión de los procesos y las prácticas culturales, con el desorden sociocultural emergen algunos fenómenos a los que tenemos que prestar atención. En primer lugar, el ser alguien, ca- racterizado como una libertad ro- deada de objetos, se articula con las nuevas modalidades de consu- mo que redefinenelhorizontedelpro- gresismo civilizatorio. En segundo lu- gar, la creciente percepción de los jóvenes como violentos, delincuen- tes, desviados sociales o “incorre- gibles” (en el sentido de Foucault), lo que contribuye a tejer una criminalización de la juventud. Fi- nalmente, emerge la violencia como desarregladora de los proce- sos escolares en cuanto acción destructora, invasora o depreda- dora contra las escuelas o sus ma- teriales; como una revancha de lo bárbaro. Por su parte, la educación del niño entendida como preparación para, ignora y acalla las revolturas socioculturales contemporáneas: una cultura de lo efímero, una ima- gen del “joven” que deviene deseo para los adultos, una desarticulación entre “educación para el trabajo” y el mundo del empleo, una desigual- dad globalizada en el mercado. Ig- nora y acalla, además, la emergencia de una cultura pre-figurativa en la que se produce un cambio en la natura- leza del proceso cultural: los pares reemplazan a los padres (cfr. Gutiérrez, 1974; Martín-Barbero, 1996). Sobre todo, la educación como prepa- ración para ignora o aca- lla una revoltura en el “estatuto de la infan- cia”. La revoltura, que alcanza a los sujetos de la educación, implica una crisis, corrimiento y redefinición de lo que fue el “estatuto de la in- fancia”, no sólo origina- da por el consumo cultural de los niños (que no se corresponde con las los productos/ ofertas del mercado para niños) o por la apa- rición (como expresan algunos eu- ropeos azorados) de los “teleniños”, sino como consecuencia de la to- tal depredación y precariedad sociocultural producida por los modelos neoliberales (cfr. Barbe- rena y Fernández, 2000). En efec- to, asistimos al dramático carácter socioeconómico de las culturas pre- figurativas, donde la pobreza y el em- pobrecimiento ha llevado al reemplazo del adulto por el niño y por el adolescente en el sostén eco- nómico de la familia. Con lo que cambia la naturaleza del proceso “Alfabetización”. La Guajira, Colombia, 1973. Leo Matiz.
  • 3. NÓMADAS90 socioeconómico: el futuro, las eda- des y las etapas se alteran y provo- can la configuración del desorden cultural. El tradicional centramiento en el texto, en el libro como eje tecno- pedagógico escolar y en el modo es- calonado, secuencial, sucesivo y lineal de leer (que responde a una cierta linealidad del texto y a las se- cuencias del aprendizaje por edades o etapas), sumado al solipsismo de la lecturaylaescritura,ha desencadenado una pa- vorosa desconfianza ha- cia la imagen, hacia su incontrolable polise- mia, hacia la oscuridad de los lazos sociales que desencadena y hacia la confusión de las sensi- bilidades que genera (Martín-Barbero, 1996). La crisis de la lectura y la escritura, atribuida defensiva- mente por la escolariza- ción a la cultura de la imagen, debería com- prenderse como trans- formación de los modos de leer y escribir el mundo (no ya sólo el texto), como des-loca- lización de los saberes y como desplazamiento de “lo culto” por las culturas. A esto se suma el conflicto entre la lógica escritural y la hegemonía audiovisual. En gene- ral las mayorías populares latino- americanas han tenido acceso a la modernidad sin haber atravesado un proceso de modernización económi- ca y sin haber dejado del todo la cultura oral. Lasrevolturasculturalesactuales, permiten pensar en un nuevorégimen de la educabilidad2 . Así como G. Simmelpensólasocialidadcomotra- ma de diferentes relaciones e interacciones condensadas en la no- ción de “sociedad” (Simmel, 1939), no es posible mantener nuestra vieja idea de educación, tan presente en las persistentes concepciones “ban- carias”. El aporte de Simmel al pen- sar la socialidad ha de ser una huella para pensar los nuevos modos de co- municación (transmisión/formación) de prácticas, saberes y representacio- nes en la trama de la cultura, como espacio de hegemonías. Un nuevo régimen de educabilidad articulado con la tecnicidad mediática como dimensión estratégica de la cultura, que va configurando un ecosistema comunicativo en el cual se modifi- can los campos de experiencia al rit- mo de la configuración de nuevas sensibilidades,demodosdiferentesde percibir y de sentir, de relacionarse con el tiempo y el espacio y de reco- nocerse y producir lazos sociales. 2. Desbordes: más allá de las estrategias y las innovaciones En este panorama, el abordaje de la relación cultura escolar/cul- tura mediática ha sido significati- vamente reducido por algunas perspectivas históricas que, gene- ralmente, ponen atención al rol for- mativo de sujetos que ha sido asumido por la escuela y otras ins- tituciones educativas. Pero el pro- blema no es sólo un problema de incorpora- ción y uso de aparatos técnicos (viejos o nue- vos). Tampoco es sólo un problema de estrate- gias educativas y/o comunicacionales. Ambos caminos, entre otras cosas, tienden al repliegue de lo escolar y al reforzamiento de las viejas obsesiones peda- gógicas por la claridad, la distinción, la veloci- dad y la eficiencia. Hablamos de “re- volturas” culturales para designar la impo- sibilidad de trazar un mapa de un territorio cultural revuelto. La capacidad del trazado, en fin, se rela- ciona genealógicamente con los in- tereses de la guerra: un ejército resulta ser la matriz de una organización y de un saber basados en el estudio de la campaña, el movimiento, la colo- nia y el territorio, con el fin de forta- lecerse frente al enemigo a través de implantaciones y de distribuciones, de divisiones y de controles espacia- les, de ordenamientos de dominios y de estrategias (cfr. Foucault, 1980). Perounterritorioculturalrevueltono Escuela rural sueca. c. 1943, Donald Mc. Leishi
  • 4. 91NÓMADAS sólo imposibilita el trazado de un mapa sino que, además, hace espasmódicas y pone en suspenso a cualquiera de las estrategias que se plantearan. El problema no es de incorpora- ción de aparatos e innovaciones ni de capacitación tecnológica, sino de transformación cultural. El problema es empezar por comprender que los acontecimientos comunicativos me- diados por dispositivos técnicos se insertanenundinamismopermanen- te que responde a exigencias y pro- cesossociales,produciendomodosde comunicación, rees- tructuraciones en las formas de percepción y evoluciones de las ac- ciones,lascreenciasyla imaginacióncolectiva3 . Por su parte, mu- chas estrategias de lec- tura “crítica” de medios y de “educación para la recepción” reavivan una perspectiva fun- cionalista o celebran un sujeto autonomizado en la lectura o recepción y, en ciertos casos, repre- sentanunaggiornamien- to de las características de la agonizante tradición escolarizadora. En especial cuando las estrategias educativas de recepción (en especial televisiva) pretenden recuperar el espacio perdido por la hegemonía es- colar por la vía de la crítica al desor- den cultural, entendiéndolo como deformación, o por la vía del disci- plinamiento de la entrada de una cultura descentrada a una concien- cia que se forme en el orden de “lo culto”. En muchas experiencias, “conciencia crítica” no es más que rechazo a un nuevo sensorium, a la polisemia y las discontinuidades pro- pias de la imagen, a la multivocidad de la cultura audiovisual, al drama del reconocimiento conjugado por la ex- presividad cultural y la interpelación televisiva, entre otras cosas. 3. Revolturas culturales: cultura escolar y cultura mediática Los desencuentros, los conflictos discursivos y las pugnas por el signi- ficado de la experiencia y del mundo en el espacio escolar tienen relación con una novedosa situación de revolturas culturales. Éstas no deben percibirse, sin embargo, sólo como sumatorias o agregamientos de frag- mentos culturales superpuestos y en caos, sino como emergentes de tres tipos de procesos: el primero, es el de crisis y deslegitimación de las insti- tuciones (entre ellas, la institución moderna destinada a la formación de sujetos); el segundo, el de asecha- miento por parte de sucesivas y di- versasreformaspolíticasneoliberales (entre ellas, las que tienden a articu- larse en los sistemas educativos); el tercero, es el proceso de explosión de diversos modos de enlazarse social- mente y actuar más allá de las esti- pulaciones de los “contratos sociales” (modos que irrumpen descontro- ladamente en los espacios escolares). En particular, nos interesa resaltar que la institucionalidad (como serie de anudamientos significativos) y la docencia (como agencia de control simbólico) se ven permanentemen- te desafiados por lenguajes y discur- sos provenientes de otros campos, como el mediático (aunque, tam- bién, el callejero, el comunal4 , el del mercado, etc.). Para abordar esos desencuentros y con- flictos, necesitamos ha- cer, al menos, dos grandesreconocimien- tos. El primero es que nos constituimos como sujetos en y de esa cul- tura en conflicto y re- vuelta. De hecho, nuestras prácticas y los procesos culturales pue- dencomprenderseenla dualidad, expresada por Bourdieu (1991) de la investissement: como in- mersión en la cultura y como inver- sión en ella. La totalidad de las prácticas y procesos (inmersos en las revolturas culturales pero, a la vez, momentos de inversión en esa cultu- ra) conforman saberes y sujetos en una época de crisis de los saberes y sujetos preexistentes y prescriptos por el “deber ser” (propio de equipa- mientos institucionales más o menos fijos, constantes y cerrados). En se- gundo lugar, necesitamos reconocer que los diferentes espacios sociales emergentes (como resultante de la crisis de las instituciones modernas) Alumnos judíos yemenitas en Jerusalém, c. 1942
  • 5. NÓMADAS92 resultan formadores de sujetos y pro- ductores de sentidos y de saberes, aunque de manera muchas veces transitoria; lo que contribuye a per- cibir esas instancias de formación de sujetos y producción de sentidos y saberes como abiertas y como refe- rencias relativas. Con lo que resulta imposible des- cribir los conflictos entre cultura es- colar y cultura mediática en la forma de manipulaciones ni meramente de procesos de reproducción. Tampoco es posible sostener que exista auto- nomía absoluta de ninguna de am- bas respecto de la otra (no basta con la percepción del paralelismo entre la escuela y los medios o el desplaza- miento de la escuela por los medios), por más que produzcan, en distintas medidas,discursosyrepresentaciones excluyentes y absolutas. El problema central para describir los conflictos entre cultura mediática y cultura es- colar es el de las pugnas culturales por el sentido. Paraavanzar,esprecisoaclararde qué hablamos cuando nos referimos a“culturaescolar”ya“culturamediá- tica”.Lacultura escolarcomprende un conjunto de prácticas, saberes y re- presentaciones producidas y repro- ducidas a partir de la institución escolar. Pero también incluye las mo- dalidades de comunicación y trans- misión de saberes para poder actuar socialmente (más allá de la escuela) que operan de acuerdo con la “lógica” escolar. En este sentido, la cultura escolar es una forma de producción, transmisión y reproducción que tien- de a la organización racional de la vida social cotidiana. La cultura escolar, entonces, transforma desde dentro la cotidianidad social, impri- miendo en ella formas de distribu- ción, disciplinamiento y control de prácticas, saberes y representa- ciones aún más allá de los ámbitos identificados como la “institución escolar”. Con el concepto cultura mediática, en cambio, hacemos re- ferencia a una categoría trabajada desde la semiótica, la sociología y otras disciplinas. Este concepto (o el de “sociedad mediatizada”) alu- de a un diferencial de poder: a la capacidad modeladora del conjun- to de las prácticas, los saberes y las representaciones sociales que tie- nen en la actualidad los medios masivos y las nuevas tecnologías. Esta cultura indica el proceso de transformación en la producción de significados por la existencia de esas tecnologías y medios. La cultura mediática, en cuanto transfor- madora de prácticas, saberes y re- presentaciones sociales, opera también desde dentro de la coti- dianidad, más allá de las situacio- nes específicas de “recepción”, “audienciación” o del carácter de “público”, “consumidores” o “usua- rios” de los sujetos, extendiéndose a todas las formas de la vida social. Los ámbitos educativos son es- cenarios de pugnas culturales que las exceden; son los lugares donde di- versas formas de luchas se ponen de manifiesto (Huergo, 1998). Así, es imprescindible poner atención a la autonomía parcial (o “autonomía re- lativa”) de las culturas que juegan en el escenario escolar, y al papel del conflicto y la contradicción existen- te en el proceso de reproducción so- cial. Por este camino es posible comprender los modos en que tra- baja la dominación política aun cuando los estudiantes rechacen des- de sus culturas la ideología que está ayudando a oprimirlos. En esos ca- sos, puede observarse en perspecti- va cómo la oposición que impugna activamente la hegemonía de la cul- tura dominante pone en conflicto a la reproducción, pero puede también asegurar un destino de relegamien- to a situaciones de desventaja socioeconómica. Particularmente en el escenario escolar, además, se visualiza cómo el drama de la resis- tencia (emparentado con el “drama del reconocimiento”) está directa- mente relacionado con el esfuerzo de incorporar otras culturas (como la mediática, la callejera, la comunal) Tangañica, Africa Oriental, c. 1942
  • 6. 93NÓMADAS al salón de clases. Las resistencias, en ese caso, son formas de pelea en contra de que la escuela borre las identidades; son luchas contra la vi- gilancia y el disciplinamiento de di- versas formas de la pasión y del deseo. 4. Carácter discursivo del conflicto cultura escolar/cultura mediática El problema de los encuentros y los desencuentros entre la cultura escolar y la cultura mediática debe comprenderse más allá de las situa- ciones particulares que emergen en los microespacios educativos y de las coyunturas actuales. Antes bien, di- cho problema tiene que considerarse según coordenadas sociales más am- plias que han producido pavorosas escenas de marginalidad, de injusti- cia y de depredación social, según tiempos históricos largos de domina- ción en América Latina, que van de la conquista (como protogloba- lización) a la globalización (como tardoconquista). Es cierto que las confusiones, las distancias, los cho- ques entre una y otra culturas pueda explicarse por el clima de profundas revolturasculturalesexperimentadas en la vida cotidiana y por las novedosas disposiciones subjetivas producidas por diferentes equipa- mientos culturales. Pero, también, es evidente que el conflicto debe situar- se en las articulaciones de la cultu- ra, en cuanto campo de lucha por el significado de la experiencia y del mundo, con lo político, como pro- ceso de configuración de distintas manifestaciones de poder regidas según una lógica de cooperación o antagonismo entre voluntades colectivas. El desencuentro se produce, precisamente, en las distancias y fisuras entre los saberes, prácticas y representaciones provenientes de los discursos diferenciales (el esco- lar, el mediático, el callejero, el comunal, el del mercado). Por otra parte, cada discurso refuerza su es- pecificidad en la medida en que ubica axiológicamente a cada uno de los otros. Por ejemplo, para el discurso escolar, el mediático está atrapado por la cultura masiva que deforma y degrada la cultura, mien- tras que el callejero, en cuanto anó- malo, contiene las marcas del desorden, el descontrol y la peligro- sidad social. Para el discurso mediático, el discurso escolar se jue- ga entre la conservación de lo ar- caico y la cualificación por la vía de incorporación tecnológica (en- tre otras cosas)5 , y el discurso calle- jero (como en el escolar) condensa series de anomalías sociales y situa- ciones de peligrosidad o de riesgo. Para el discurso callejero, finalmen- te, el discurso escolar contiene una falsa epistemología, inservible para enfrentar los problemas de la vida cotidiana, mientras que el discurso mediático se articula con las pro- pias formas y lenguajes disponibles para la “lectura y escritura” del mundo. En todos los casos, las dis- tancias y los límites, construidos como fronteras discursivas, permi- ten el refuerzo de los propios esta- tutos y representaciones en pugna. Cabe aclarar, sin embargo, que todos los agentes que contribuyen al reforzamiento, incluso consciente, de sus propios discursos y de sus campos de significación, se apropian de los otros y los hibridan en sus prácticas, aunque lo hagan pretendiendo dar continuidad a sus propios intereses6 . En este sentido, parece mucho más difícil cualquier hibridación entre los discursos escolar y callejero, lo que implicaría cierto reconocimiento del carácter ideológico de la cultura escolar7 . Con lo dicho, es preciso revisar el carácter performativo8 de los dis- cursos producidos por los campos es- colar y mediático, entre otros. Tal cuestión contribuye, por lo demás, a hacer comprensibles las pugnas por el significado de las experiencias y de la vida que se dan, en este caso, en el espacio escolar. Pero para reconocer “Niños alemanes convalecientes, en un bosque cercano a Berlín”
  • 7. NÓMADAS94 la performatividad de dichos discursos, en cuanto puestas en acción de sistemas lingüísticos,necesitamosin- troducir una noción: la de sistemas de sentido. En ellos los discursos se inscriben y, a partir de ellos, los sujetos se reconocen y se encuentran. Los “sistemas de sentido” no pueden comprenderse sola- mente como configurados desde posiciones de clase so- cial, articuladas con organi- zaciones políticas (de clase). En América Latina, los “sis- temas de sentido” están constituidos por las articula- ciones entre, al menos, tres dimensionesqueseimbrican y se definen mutuamente. (i) Una di- mensión que está constituida por la estructuración socioeconómica: las di- ferencias de clase, las fracciones o sectores sociales articulados en fun- ción de la propiedad, la distribución y el control de los recursos económi- cos estratégicos, más las condiciones de acceso a mejores condiciones de vida. (ii) Otra dimensión que está relacionada con las conformacionesde las identidades culturales, que otorgan los lineamientos u horizontes de sen- tido de pertenencia al nosotros (que implica el reconocimiento de las di- ferencias), vinculado además con las cuestiones nacionales o “regionales”. (iii) Finalmente, una dimensión que se configura en torno a las definiciones del espacio público y sus “redefiniciones posmodernas”, lo que comprende las relaciones de nuestra sociedad con otras y el entrecruzamiento de estas con las micro, las meso y las macroesferas públicas y, además, los modos particulares de resolución de los conflictos y las contradicciones singulares. 5. El campo cultural en cuanto educativo: el juego de las interpelaciones y los reconocimientos Pensar el campo cultural como educativoimplicacomprenderlocomo dialógico9 y, a la vez, conflictivo. Pero, por sobre todo, implica enten- derlo como campo de articulación entre diferentes y sucesivas interpelaciones y los reconocimien- tos subjetivos que ellas provocan10 . Para esto, necesitamos trabajar con una noción de lo educativo que nos permita interpretar los territorios cul- turales revueltos, en cuanto formadores de sujetos. Es posible sos- tener que “lo educativo” consiste en que, a partir de una práctica de in- terpelación, un agente se constituye en sujeto de educación activo incor- porando de dicha interpelación algún nuevo contenido valorativo, con- ductual, conceptual, etc., que modi- fique su práctica cotidiana en términos de una transformación o en términos de una reafirmación más fundamentada (Buenfil Burgos, 1993). A partir de los modelos de identificación propuestos desde algún discur- so específico (sea escolar, mediáticouotro),elsujetose reconoce en dicho modelo, se siente aludido o acepta ser lo que se le propone ser. Los medios (y en especial la televisión) han contribuido a una proliferación inusitada de modelos de identificación que alcanzan el orden cultu- ral11 : formas de ver, de sentir y de actuar, agendas temáti- cas, modos de relacionarse y de resolver los conflictos... Pero, además, los sentidos mediáticos proliferantes no están “afuera” como un objeto. Se han he- cho cultura, se han hecho hilos en la trama cultural, se han mezclado, se han resignificado, han adquirido nue- vos alcances, no por la acción resignificadora de los individuos (de las audiencias) aisladamente, sino en virtud de todo el proceso cultural en el que esos individuos están inmersos y por el que están configurados. Por esta vía se hace posible com- prender el carácter de la lectura y de la recepción. La “recepción” de interpelaciones, entonces, no tiene tanto que ver con el orden del cono- cimiento,deloscódigosodelosmen- sajes; tiene más relación con el orden del reconocimiento, de las matrices y de los formatos culturales. De ma- nera que las diferencias (constituidas a través de historias de lucha mate- rial y simbólica y constitutivas de nuestra identidad) no se configuran en o por la recepción de interpela- ciones, sino que se “encuentran” y se “reconocen” en ella (y no siempre de manera armoniosa y feliz); y al reco- 1946. Robert Doisneau
  • 8. 95NÓMADAS nocerse y encontrarse se refiguran. Y se encuentran a partir de encuentros y de reconocimientos previos, multitemporales (de allí su carácter dialógico); a partir de matrices de sentido que anteceden esos encuen- tros y reconocimientos; matrices ya constituidasperoenpermanentepro- ceso de constitución, precisamente en esos acontecimientos de encuen- tro y reconocimiento. Todo producto cultural, en cuanto interpelador, habla al pue- blo del que habla12 . De este modo, el reconocimiento trabaja en el mar de la reconciliación entre la pro- ducción cultural y las masas popu- lares. Así, entre la fascinación, la idealización y la seducción, en el re- conocimiento (como drama) se jue- ga la hegemonía. “Drama del reconocimiento” ya que es (en el producto y en la recepción) una lucha por hacerse reconocer; por- que sea reconocida la voz y la me- moria, la socialidad y la sensibilidad, la historia y la trayec- toria de la que están hechas las di- ferencias en cuanto identidades. De allí que el reconocimiento tenga más que ver con la telenovela, el fútbol, el rock y la cumbia, que con las instituciones políticas, la escue- la o los partidos (que muchas veces no hablan al pueblo del que hablan, es decir, no trabajan para posibili- tar el reconocimiento). De allí, también, que las estrategias peda- gógicas deberían tener más en cuen- ta el contar/relatar de los sujetos (las identidades preexistentes al acto de formación), que el concientizar a los sujetos; deberían tener más relación con el reconocimiento que con el conocimiento (que muchas veces es la reproducción/imposición del re- conocimiento de otras culturas, que nos han hablado, que han hablado por nosotros). Tanto el abordaje de las matrices y las tradiciones residuales en la vin- culaciónentreloeducativo,locultural y lo político, como la consideración de los espacios escolares en su com- plejidad, nos ha llevado a la necesi- dad de reconocer “lo educativo” en otros espacios sociales que han privi- legiado los lazos antes que la institu- cionalidadyloscontratossociales.En estesentido,hemosinvestigadoyde- sarrollado prácticas de aproximación adiferentesespaciosurbanosconside- rados como “polos de identidad” o, mejor, de identificación14 . En esos polos, los sujetos forjan sus identida- des en la medida en que experimen- tan un sentido del nosotros, una representacióndedistinguibilidad(los otros)yunanarrativahistóricacomún (cfr. Giménez, 1997). “El niño y la paloma”, c. 1960. Robert Doisneau
  • 9. NÓMADAS96 6. De las revolturas a la revolución cultural: el desafío de construir políticas culturales democratizadoras A partir de las interpelaciones y de los modelos de identificación pro- puestos desde los distintos discursos específicos (sea el escolar, el me- diático, u otro) el sujeto se reconoce, se siente aludido o acepta ser lo que se le propone ser, e incorpora algún saber, práctica o representación. Se constituye como sujeto. Desde allí produce modificaciones en su prác- tica cotidiana en términos de una transformación o en términos de una reafirmación más fundamentada. Sin embargo, una comprensión impreci- sa de estas situaciones puede llevar- nos a conclusiones falsas, desde el puntodevistapolítico(cosaquesuele ocurrir en corrientes de los cultural studies celebratorias de las posibilida- des de una autonomía absoluta en la resemantización de los textos, en cuanto interpelaciones). Para ser precisos, debemos distinguir entre los niveles lingüístico y experiencial en la constitución subjetiva y en los posicionamientos no crítico y críti- co, una cuestión central, a mi juicio, en toda pedagogía de la comunica- ción. En el nivel del lenguaje, un posicionamiento no crítico se carac- teriza por una general aceptación de discursos de orden y por una lectura dominante de las interpelaciones discursivastextuales.Entretanto,en el nivel de la experiencia, este posi- cionamiento se caracteriza por con- ductas y prácticas conformistas con el sistema hegemónico. Por su lado, un pocisionamiento crítico sub- jetivo, en el nivel del lenguaje, desarrolla una oposición y desman- telamiento (desnaturalización) tan- to a los discursos de orden como en las lecturas de los textos culturales dominantes. En el nivel de la expe- riencia, la culminación de la posición crítica se da en distintos tipos de prác- ticas de resistencia y de transfor- mación de las situaciones de dominación. Pero no es posible la vinculación necesaria de lecturas y prácticas oposicionales con experien- cias resistenciales y transformadoras. Es decir, no toda oposición significa resistencia (cfr. Giroux, 1985); mu- chas veces una oposición discursiva (en el sentido de lingüística) suele estar acompañada por conductas, ac- titudes y experiencias conformistas (como lo han demostrado las inves- tigaciones, por ejemplo, de Paul Willis, 1977). De ahí que el desafío de una pedagogía crítica de la comu- nicación no tiene tanto que ver con la “crítica” de los medios y la cultura mediática, sino con una desnatura- lización de las representaciones hegemónicas (por la vía de historiza- ción de los anudamientos entre significantes y significados y de la conformacióndeestatutos).Pero,ade- más, con una rearticulación del len- guaje y la experiencia, con el fin de posibilitar modos de subjetividad más autónomos. Es decir, al reconocer cómo somos leídos y escritos por los lenguajes hegemónicos disponibles, podemos ampliar (desde la expresión de la voz y desde el combate herme- néutico) los horizontes de nuestras experiencias, haciéndolas transfor- madoras o resistenciales; podemos, también, leer y escribir la palabra y el mundo de manera más autónoma. Tal vez, si retomamos la matriz de pensamiento freireano, necesi- temos saltar de las revolturas hacia una “revolución” cultural. Más allá de las acciones culturales contra- hegemónicas, lo que caracteriza a la revolución cultural es su capaci- dad en la construcción permanen- te de una cultura liberadora (cfr. Freire, 1975: 98). El territorio cul- tural revuelto (en cuanto formación social) ha sido subjetivado desorde- nadamente: en él estamos inmersos, por lo que no es fácil percibirlo como un objeto separado. Sin embargo, parecen radicalizarse dos posiciones: - bien nos replegamos en una cultura escolar, de naturale- za arcaica, que reconstruye incesantemente la represen- tación de separación entre ella y el mundo de la vida y de “las” culturas (mediática, callejera, etc.), incluso al ela- borar una sutura inestable frente a la tecnocultura a tra- vés de diversas estrategias espasmódicas; - bien desarrollamos diversas formas de lucha democrática que asuman un territorio cul-Leonardo Bezzola
  • 10. 97NÓMADAS tural revuelto, sin trazados prematuros ni estrategias de frenaje, y que reconozcan y subrayen la multiplicidad de espacios políticos que, a la vez, conforman cultural- mente modalidades de forma- ción de sujetos y producción de sentidos. Vivir en una cultura mediática no significa re- nunciar a la subjetivación y a la subjetividad autónoma. Cuando hablamos de cultu- ra mediática nos estamos planteando un entorno cul- tural (y por tanto, comuni- cativo/educativo) que no se reduce a la interactividad con los medios y las tecno- logías. Queremos aludir a una dimensión estratégica para vivir la vida, donde - aún- es posible una acumu- lación narrativa (incluso a partir de la escuela o de otros escenarios micropúblicos educativos) que aspire a la autonomía, que aliente el cuestionamiento y la resis- tencia a los fundamentos de una fascinación que ha ins- tituido la tecnoutopía como ilusión de un mundo mejor. Quere- mos imaginar una pedagogía capaz de quebrar políticamente las fron- teras producidas por la hegemonía y capaz, a la vez, de alentar la heterotopía, construida desde las di- ferencias y las hibridaciones, y des- de una narrativa “poscolonial” capaz de dar cuenta de las asimetrías, las injusticias y las nue- vas y viejas formas de dominación, y de alentar una comunicación/edu- cación transformadora. 7. A modo de conclusión: profundizar los desplazamientos Losdesbordesylosconflictospro- ducidos por el enfrentamiento entre la cultura escolar y la cultura mediática deben comprenderse en y desde las articulaciones entre lo cul- tural y lo político. De lo que se trata, en definitiva, es de profundizar los desplazamientos con el fin de ampliar los horizontes de la autonomía, en el clima de la cultura como campo de lucha por el significado. Profundizar el desplazamiento de eje propuesto por el “paradigma de las mediacio- nes”, desplazamiento que va de estu- diar la comunicación como proceso de dominación, a investigar la domi- nación como proceso de comunicación (cfr. Martín-Barbero, 1998). Profun- dizar el desplazamiento propuesto por el “paradigma dialógico”, donde el trabajo educativo, en todos sus sen- tidos y ámbitos, es entendido como proceso de liberación (transforma- ción, resistencia, autonomía) con los otros, y no para ellos. Sólo por estos caminos será posible darle batalla a las nuevas formas de producción de hegemonía bajo las formas de las revolturas culturales. Citas 1 Para los argentinos, hay otra esté- tica que posee un contenido trági- co. El arquetipo de nuestra posmodernidad es nada más ni nada menos que la “desaparición de los cuerpos”, pero no en una forma fi- gurada o virtual, sino como entra- mado del genocidio, que inauguró una nueva forma de hacer política desde la resistencia: las “Madres de Plaza de Mayo”, encarnación de los cuerpos desaparecidos (de sus hijos). 2 El concepto de educabilidad había sido desarrollado por el pensamien- to realista (especialmente neoto- mista) y por el pensamiento espiri- tualista, como la capacidad de ser educado, que respondía a una de las preguntas fundamentales de la pe- dagogía: ¿es posible educar?, y que se complementaba con la capacidad de educar o educatividad. Sin embargo, no es en esta línea en que necesita- mos pensar un nuevo régimen de educabilidad. 3 Comprender, entre otras cosas, el des- plazamiento de la “memoria” hacia el “archivo”; el creciente anudamiento entre los “hipermedios” y los “miedos” en la cultura urbana; las transformacio- nes en las sensibilidades y la producción de un “nuevo sensorium”, y el sentido pedagógico posible de las “redes de co- municación” (cfr. Huergo, 2000). 4 Aunque de manera prematura, estamos en proceso de distinción conceptual entre lo “callejero” y lo “comunal”. Ta- les denominaciones designan dos tipos de enlazamientos sociales, que se evi- dencian como relativamente contrarios en la medida en que el imaginario he- gemónico los ubica en la formación so- cial. Si bien ambos se articulan con re- “Primera experiencia auditiva”, Alemania. Bruno Mooser
  • 11. NÓMADAS98 siduos culturales no modernos (cfr. Huergo, 1998), por “callejero” se en- tiende cierta emergencia de lo bárbaro, lo desordenado, lo anómalo, construi- do como objeto de “pánico moral” (como, por ejemplo, las bandas juveni- les); mientras que lo “comunal” desig- na modos comunitarios de agruparse y de presentarse públicamente, por parte de sectores perjudicados o invisibi- lizados por los modos neoliberales del contrato social (como, por ejemplo, los desocupados). De cualquier modo, am- bos son objetos de diferentes modos de represión. 5 La investigadora Paula Morabes, a quien dirijo su trabajo de Beca de Formación en la Investigación (UNLP), ha reali- zado un relevamiento general de los equipamientos mediáticos disponibles en las instituciones de Educación Ge- neral Básica (EGB), en la ciudad de La Plata. Esto le ha permitido comprender, entre otras cosas, el carácter articu- latorio de esos soportes o equipamientos con determinadas disposiciones subje- tivas; pero, además, la impregnación del discurso escolar por parte de requeri- mientos vinculados con la cultura mediática. 6 Esta cuestión la hemos observado en una investigación que dirijo, en la que participan las profesoras Glenda Morandi (pedagoga), Alejandra Valentino, Gladys Lopreto, Susana Felli, Claudia Fino (todas de lingüísti- ca) y Sofía Calvente (de comunica- ción), entre otros. En ella, hemos abor- dado el problema de la recepción y el consumo de publicaciones destinadas a docentes de EGB en la ciudad de La Plata, para luego describir cómo las in- tegran en sus prácticas educativas. Lo que hemos concluido, entre otras cosas, es que los docentes resuelven sus prác- ticas habituales (en tiempos de trans- formaciones culturales) apelando a saberes, representaciones y prácticas mediáticas, aunque lo hagan para refor- zar sus intereses propios de la cultura escolar. 7 En investigaciones y prácticas coordi- nadas por mi colega, la profesora Ma- ría Belén Fernández, ha resultado no- table la producción de reforzamientos discursivos escolares sobre la peligro- sidad, la violencia y la degradación de las culturas callejeras infantiles y juve- niles. Otra, sin embargo, es la repre- sentación escolar de la “comunidad” (la cultura comunal), como zona don- de emergen lazos relativamente solida- rios y de colaboración. Por lo cual, las estrategias de relación con la comuni- dad que despliegan las escuelas, apun- tan a su integración con la “comuni- dad”; pero lo hacen sólo con el fin de reforzar (no siempre conscientemente) el carácter hegemónico, en crisis, en la formación de sujetos, saberes y re- presentaciones. 8 El concepto de “performance” o “performativo” debe ser reexaminado, desanudándolo de su significado tecnocrático y reconsiderándolo desde un punto de partida teórico diferente. Tal redefinición nos permite articular el despliegue de rituales, gestos, lenguajes, con la construcción y producción de la realidad. De este modo, se hace posible percibir cómo en los rituales, gestos y lenguajes “trabajan” ideologías societarias y culturales. Por otro lado, el concepto de “performatividad” avala la comprensión del vínculo entre la ac- ción y su sentido. 9 La idea del diálogo (Bajtin, 1982) remi- te a que una configuración textual es básicamente interdiscursiva y, por con- siguiente, un fragmento de la memoria colectiva. Es, en este sentido, una sedi- mentación posible de una determinada acumulación narrativa. En el diálogo la comunidad (histórica y geográficamente situada) habla y, en un mismo movi- miento, es hablada. En el diálogo se expresa la cultura como campo de lu- cha por el significado, en la que se re- flejan una multiplicidad de valores, vo- ces e intenciones, con distintos grados de intensidad en sus contradicciones. 10 El interjuego entre interpelaciones y reconocimientos (o no reconocimien- México, 1943. Leo Matiz
  • 12. 99NÓMADAS tos) en la producción de una formación hegemónica y de la ideología, ha sido trabajado por Ernesto Laclau (Laclau y Mouffe, 1987) y por Slavoj Zizek (1992). 11 Los modelos de identificación son tam- bién presentados como “modelos men- tales”. En este sentido, el italiano Luciano Gallino afirma que los mode- los mentales -en cuanto representacio- nes que de vez en vez pueden asumir forma de imágenes, proposiciones o es- tructuras analógicas profundas- son mayoritariamente producidos por la cul- tura (Gallino, 1990). Por un lado, los “modelos mentales” pueden compren- derse como las únicas estructuras cognitivas disponibles; por otro, los medios difunden sin tregua modelos mentales, en una medida y con una ca- pilaridad nunca vista precedentemen- te. De este modo contribuyen a estruc- turar la identidad y el sentido de sí mis- mo y la comunidad, y a reestructurar el imaginario, las expectativas y las accio- nes colectivas. 12 Como afirma E. Laclau, refiriéndose a la práctica política, la interpelación no reconoce en primer término intereses y, luego, los representa; antes bien, ella constituye los intereses que representa (cfr. Laclau y Mouffe, 1987: 139). En otras palabras, toda interpelación apun- ta a la constitución de sujetos y al sos- tenimiento de la ideología (cfr. Zizek, 1992). De todos modos, las interpe- laciones (para ser performativas) no son del todo arbitrarias, sino que se produ- cen asumiendo determinadas matrices culturales existentes y devolviéndolas como formato. 13 Además de la investigación que mencio- naremos en la nota siguiente, en el con- texto de las prácticas de los estudiantes que cursaron el último verano nuestra cátedra de Comunicación y Educación, y con la coordinación de los licenciados Pedro Roldán y Florencia Cremona, he- mos realizado aproximaciones a unos quince espacios socioculturales urbanos de La Plata, en un trabajo que aún no hemos sistematizado. Bibliografía BAJTIN, Mijail , Estética de la creación ver- bal, México, Siglo XXI, 1982 BARBERENA, Mariano y María Belén Fernández , “Los nuevos sentidos de la infancia”, en J. Huergo y M. B. Fernández, Cultura escolar/Cultura mediática, Intersecciones, Bogotá, Uni- versidad Pedagógica Nacional, 2000 BOURDIEU, Pierre (1991), El sentido prác- tico, Madrid, Taurus. BUENFIL Burgos, Rosa Nidia, Análisis de discurso y educación, México, DIE 26, Instituto Politécnico Nacional, 1993 FOUCAULT, Michel, “Sobre la Geografía”, en Microfísica del poder, Madrid, La Pi- queta, 1980 FREIRE, Paulo, Acción cultural para la liber- tad, Buenos Aires, Tierra Nueva, 1975 GALLINO, Luciano, “El problema MMMM (Modelos Mentales Mediados por los Media)”, en G. Anceschi y otros, Videoculturas de fin de siglo, Madrid, Cá- tedra., 1990 GIMÉNEZ, Gilberto, “Materiales para una teoría de las identidades sociales”, en Rev. Frontera Norte, Vol. 9, Nº 18, México, 1997. GIROUX, Henry, “Educación: reproducción y resistencia”, en Ibarrola, M. (comp.), Las dimensiones sociales de la educación, México, El Caballito, 1985 GUTIÉRREZ, Francisco, Pedagogía de la co- municación, Buenos Aires, Hvmanitas, 1974 HUERGO, Jorge, “Las alfabetizaciones posmodernas, las pugnas culturales y los nuevos significados de la ciudadanía”, en Rev. Nómadas, Nº 9, Santafé de Bo- gotá (Colombia), DIUC, Universidad Central, 1998 ————— “Tecnologías y educación. In- terrogaciones desde la trama entre cul- Albergue. Londres. Erich Auerbach
  • 13. NÓMADAS100 tura y política”, en Rev. electrónica Razón y Palabra, Año 4, Nº 16, Tecno- lógico de Monterrey, 2000 LACLAU, Ernesto y Chantal Mouffe, He- gemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, Madrid, Siglo XXI, 1987 MARTÍN-BARBERO, Jesús, “Heredando el futuro. La educación desde la comuni- cación”, en Rev. Nómadas, Nº 5, Santafé de Bogotá (Colombia), DIUC, Universidad Central, 1996 ————— “De la comunicación a la filo- sofía y viceversa: nuevos mapas, nuevos retos”, en M. C. Laverde Toscano y R. Reguillo (eds.), Mapas nocturnos. Diá- logos con la obra de Jesús Martín-Barbe- ro, Bogotá, DIUC-Siglo del Hombre, 1998 PICCINI, Mabel, “Transversalidades: De las teorías de la recepción a una etnología de la cultura”, en M. Piccini, G. Scmilchuk y A. Rosas, Recepción artísti- ca y consumo cultural, México, Consejo Nacional para las Culturas y las Artes, 1999 SIMMEL, Georg, Sociología. Estudio sobre las formas de socialización, 2 Vol., Bs. As., Espasa Calpe, 1939 WILLIS, Paul, Learning to labor, Lexington, D. C. Heath, 1977 ZIZEK, Slavoj, El sublime objeto de la ideolo- gía, México, Siglo XXI, 1992.