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DESPERTAR
Y REALIZAR
(John A. Mackay y el Poder)
SERAPIO MUCHA YAROS
CENTRO TRANSDISCIPLINARIO PARA EL HUMANISMO ECONÓMICO, A. C.
DESPERTAR
Y REALIZAR
(John A. Mackay y el Poder)
SERAPIO MUCHA YAROS
Primera edición
México, 2020.
© Derechos reservados por el autor.
muchayaros@gmail.com
civilizacionsolidaria@yahoo.com
CONTENIDO
Introducción 7
Capítulo I
El balcón y el camino 13
Capítulo II
Las dos fuerzas contendientes 27
Capítulo III
Ser agentes transformados de la transformación 37
Capítulo IV
La nueva sociedad 45
Introducción
John A. Mackay es un alma que camina de Norte a Sur, donde adquiere la
pulsación andina. Con el vibrar de los Andes, rodeado por las dolorosas carencias
de las poblaciones que buscan una dicha en el vivir, considera que la vocación de
ser hombre es la más compleja, difícil y permanente tarea. Desde su arribo a
América del Sur, impresionado por los cerros enlazados y altos, contempla la
grandeza de la creación y las maravillas que confieren las geografías.
Confrontando su tierra natal con la orografía que recibe amigablemente, al
reconocer que existen convergencias y diferencias sustanciales, aclama que el
sentido de la vida no es monótono, sino dinámico, variado y tiene un rumbo
claramente fijado.
En su recorrido estampa una J que expresa a ELOHIM que siempre guía,
bendice y protege. Sus percepciones y auscultaciones de la realidad histórica,
con toda certeza, muestran que el mundo está dividido en dos partes
completamente opuestos. Al salir de la tierra que sigue las orientaciones de Juan
Calvino con su regla: la fe es civilización y cultura, encontrando a las poblaciones
formalmente cristianizadas, llega a decir que el Cristo español no solo se
encuentra crucificado, sino que también crucifica con la aleación europea de la
cruz, la espada y el fusil. El HOMBRE DE GALILEA, a quienes sus seguidores
llaman el Cristo, en el Nuevo Mundo se halla nuevamente perseguido, anatemado,
maldecido y triturado. Descubre que en la tierra del comunitarismo inkaiko, Jesús
de Nazaret, es presentado en figuras variadas. Se trata de cristos y jesucitos
hechos a la medida romana.
Frente a los intelectuales suramericanos que siempre adulan las ideas
exógenas, se maravillan por lo ajeno y se enorgullecen por las doctrinas que
cauterizan las conciencias, en una conferencia dada en Cajamarca, el lugar del
suplicio de los conductores del comunitarismo primigenio, anuncia la condición
y la calidad de los nuevos científicos en la era de la revolución proletaria. Al
establecer dos instituciones milenarias, la iglesia presbiteriana y el colegio Anglo
Peruano (San Andrés), se coloca entre los personajes de mayor relevancia en el
Perú. Al entrar en diálogo controversiante con los intelectuales y los conductores
de las vanguardias, en vez de defender a las doctrinas adocenadas y al formalismo
cristiano prevaleciente, se coloca en la dimensión profética de Jesús.
Mackay es un indagador incansable de la personalidad y la misión de Jesús
de Nazaret. En ÉL encontró tres fórmulas fundamentales para combatir al culto
adulterado y a la idolatría: el orden de Dios quedó alterado, obstaculizado y
trastornado con el desorden del ser social que debe y tiene que ser barrido para
7
que el designio y los mandatos de ELOHIM se realicen plenamente; la maldad, la
degeneración y la descomposición social tienen que ser combatidas, eliminadas
y superadas con la ascensión universal; seguir a Jesús implica y conlleva ser los
agentes transformados de la transformación. Bajo estas bases ontológicas,
gnoseológicas y epistemológicas despliega su labor docente, misionero,
conductor y científico. Son las tareas y las vocaciones inseparables de quienes se
hallan insertados en la doctrina de la emancipación. La salvación, la liberación, la
transmutación y la transformación de lo viejo y lo caduco es una labor constante
con la aplicación de la doctrina de la emancipación. El cristiano si es fiel a su
convicción y consecuente con su fe tiene que concurrir en la construcción de la
civilización solidaria universal.
Es importante reconocer que en el Planeta recorren y chocan dos fuerzas
vivas organizadas: (a) las fuerzas de la destrucción, la contaminación y de la
descomposición; (b) las fuerzas de la emancipación, la construcción, el desarrollo
y de la ascensión. Cada bando está conformado por una diversidad de grupos,
movimientos y poblaciones. Se trata de la lucha de clases. En esta lucha concurren
y participan creyentes y no creyentes, religiosos e irreligiosos, sabios e
ignorantes o los defensores del orden histórico clasista y los constructores de un
nuevo orden social sin injusticias, opresiones, violencias y derramamientos de la
sangre. Entre estas dos fuerzas no existen los campos de convergencias y no
pueden darse los consensos. Son fuerzas completamente antagónicas.
La teología en esta gesta multitudinaria no es una especulación, sino una
sapiencia enrumbante de la marcha al porvenir. El sentido presbiteriano de la
vida, en la postura de Mackay, es el camino democrático que defenestra
plenamente al camino burocrático, corporativo y episcopal. Es el camino por el
que transitan y tienen que caminar los pueblos. Precisa y exactamente, en este
camino del pueblo, tiene que demostrarse lo que es ser el hombre pensante y
actuante. La teología, inseparable de las demás sapiencias disciplinarias, por unir
los dos polos lejanos existenciales: el origen y el destino de la humanidad, no es
una doctrina codificada y canonizada, sino un pensar y saber sobre el rol del
espíritu en la ascensión de la materia.
Desenvolviendo la crítica y la apología, el debate y el esclarecimiento, John
A. Mackay, entra a una profunda discusión con las tres corrientes del pensamiento
latinoamericano: (a) con el rancio conservadurismo que defiende la herencia
colonial; (b) con los exponentes del radicalismo liberal burgués; (c) con las
posiciones del proletariado. Con cada corriente deslinda su posición, pero sin
llegar a comprometer los elementos esenciales del protestantismo histórico.
Como protestante ortodoxo, calvinista de primera línea, cual caminante a Emaús
con el corazón ardiente, vuelve al mundo anglosajón para explicar y convencer
8
que los países oprimidos se hallan postrados y que solamente serán levantados
cuando reconozcan a Jesús en la partición del pan. Enamorado de la ruta
ascensional que lleva a la nueva creación, colocándose en la exigencia de Pablo
de no amoldarse a este mundo ni conformarse con sus deleites, se lanza al
combate porque el poder supremo y absoluto de ELOHIM quede entronizado en
la nueva realidad objetiva subjetiva.
No es el evangelio social que vino a predicar y anunciar Mackay. No es la
sana doctrina que vino a defender y esparcir. Es la doctrina de la emancipación
plena, total y definitiva del se social. No es la salvación de las almas que predicó
Mackay, sino la cristificación y la ascensión. Vino a mostrar el sentido de la vida
siguiendo las huellas, el ejemplo y la vocación de Jesús. Tampoco es el sectarismo
eclesial y el dogmatismo confesional que llegó a diseminar en América, sino la
libertad de creer, pensar y expresarse. Para eso plantea la ciencia universal del
cristianismo: el ecumenismo. Esta ciencia no es una convocatoria a la unidad de
las iglesias solamente, sino la actualización del universalismo religioso del pueblo
de Israel. Es el llamamiento a marchar a la conformación de una sola economía,
política y cultural universal. Para Mackay, la meta de la humanidad, es la única
realidad objetiva subjetiva: la sociedad de gran armonía o la nueva creación.
Quienes no entienden el rumbo de la marcha del ser social, por ceguera doctrinal,
jamás podrán entender el ecumenismo defendido, operado y postulado por John
A. Mackay.
Por su caminar en los dos tipos de países, opresores y oprimidos, en vez de
acontecer una simbiosis de las mentalidades cristianas, se coloca en el
intercambiador y el intermediario entre la cultura anglosajona y la cultura latina.
Con esa apertura de Jesús a todas las posiciones políticas de su tiempo, la
radicalidad de Calvino y la voluntad de los pioneros, John A. Mackay, combate al
romanismo cristianizado y al cristianismo romanizado. Como protestante
calvinista, considerando que la religión y la política, no son ni pueden ser ámbitos
existenciales alejados, asume la defensa de la democracia liberal burguesa
protestante. Su participación en las revistas Hispania y La Nueva Democracia
obedecen a una inquietud y búsqueda especial: la compenetración, la interacción
y la interlocución espiritual entre el Norte y el Sur, las potencias y las
superpotencias y los países oprimidos, y, la cultura anglosajona y la cultura latina.
Su anticomunismo no es rabioso ni furibundo, sino pausado y meditado. A
los recalcitrantes anticomunistas, en especial al mccartismo, por su proceder
policiaco, urticaria, labor de soplonaje, patriotero y acusatorio indiscriminado,
combate sin piedad. Llama a los cristianos, particularmente a los presbiterianos,
a comprender la dinámica del mundo contemporáneo. Porque sin la
interpretación de las fuerzas que combaten en la sociedad actual, sin conocer sus
9
orígenes y sus alcances, no puede cumplirse la misión. El deber y la tarea de los
cristianos no es combatir al comunismo, sino a las diversas formas del culto
adulterado y la idolatría que pululan dentro del cristianismo. Esa fue el problema
histórico del pueblo de Israel y también es el problema acuciante de la actualidad.
La única certeza para el creyente se impone no en términos de disyuntiva, sino de
imperativo procesual: marchar al destino meta que es la nueva creación
eliminando a la maldad.
Todas las creaciones científicas de John A. Mackay, teniendo como foco
incólume a la teología, sostiene una sola tarea: concurrir, participar y realizar la
construcción de la civilización solidaria universal. Sin dicha operación no suceden
ni se concretan las categorías teologales. Las virtudes, los valores y la moral que
acompañan en esta construcción son los mandatos primigenios de ELOHIM
claramente detallados en los dos primeros capítulos de Génesis. Estas órdenes
quedaron condensadas por Jesús en la doble dimensión del amor: al Creador y a
los semejantes. Mackay es preciso en sus comentarios a Efesios que, la
construcción de la civilización solidaria universal, por ser un proceso de
cristificación y ascensión, no separa las dimensiones existenciales. Todos los
ámbitos de la vida confluyen en esta construcción. El desarrollo, la expansión y la
ascensión del ser social es plena, integral y global. La emancipación es total.
Para Mackay, el poder, ocupa un lugar especial dentro del orden, la
disciplina y la jerarquía universal. La política es un ámbito necesario e
imprescindible de la existencia. La organización y la conducción de las
instituciones, de manera especial de la iglesia, suceden con el poder. Es el poder,
la fuerza, la energía y la autoridad de ELOHIM, su espíritu y de su enviado que es
Jesús. El cumplimiento de la misión es el ejercicio del poder. Como tal choca y
destruye los poderes establecidos. Es el poder supremo y absoluto universal que
no admite la soberbia, el autoritarismo, el militarismo y el armamentismo.
DESPERTAR Y REALIZAR (John A. Mackay y el Poder), una reflexión sobre
el camino democrático, convoca a quienes asumen al protestantismo como la
levadura y el fermento espiritual del capitalismo, a valorar la actualidad y la
pertinencia de la revolución burguesa. La regla de Calvino: la iglesia
transformada debe avanzar transformándose, en las actuales condiciones del
capitalismo imperialista planetarizado, tiene que ser novado. Cuando el
neoliberalismo niega el origen protestante de la ideología liberal democrática
burguesa, con la imposición del proceder romano recodificado, se impone como
tarea perentoria la reconversión de la revolución que aposentó a la burguesía en
el poder. Es fundamental asumir que la llamada REFORMA PROTESTANTE, por su
contenido y logros, es una revolución social. El movimiento transformador
conducido por Lutero y Calvino, aunado al esfuerzo de una élite compactada, no
10
es una simple reforma que reacomoda al cristianismo romanizado. Es una
revolución por derrocar a un régimen político, el monopolio religioso, la clase
social gobernante y por establecer un nuevo orden social. La revolución
protestante no fue únicamente una renovación religiosa, sino una transformación
de la sociedad feudal. El protestantismo fue el organizador, el conductor y el
propulsor de la revolución burguesa.
Las iglesias protestantes primigenias no son simples alejamientos del
catolicismo romano, sino la configuración de un orden social diferente. Con
grandes batallas en el ámbito ideológico, político y económico, el protestantismo,
dio forma y rumbo al capitalismo. No son simples influencias que dio y dotó
Calvino a la burguesía, sino una inmediata y directa concurrencia en la
organización de la sociedad burguesa y la civilización capitalista. No son grandes
los aportes del protestantismo al capitalismo, sino únicos y determinantes. En el
mismo cimiento del capitalismo se halla colocado el protestantismo en sus cuatro
modalidades: el luteranismo, el calvinismo, el anabaptismo y el anglicanismo.
Esta es una verdad incuestionable. Para el protestantismo histórico, las iglesias,
no son instituciones únicamente de salvación, sino de la construcción de la
civilización impulsando la producción con la mística puritana. A esta tarea invita
Mackay.
A John A. Mackay, quienes rinden un homenaje, juzgan como un apóstol de
la justicia social y un teólogo del camino. Tal apreciación es incompleta. Mackay
es la voz de ELOHIM en el siglo XX, es el enviado de Jesús, un combatiente por la
democracia, el varón de Dios y el siervo del Señor. Es aquél que respondió al
quien llama tal cual sucedió con los profetas: estoy aquí y envíame a mí. Con
determinación firme, confiando en el Todopoderoso, se adentra en los espacios
de control e influencia del romanismo católico. Entablando un diálogo con uno de
los católicos romanos abiertos, Miguel de Unamuno, comprende que existen
intelectuales no protestantes que interpretan acertadamente los nuevos tiempos.
Reconociendo el rol de la ciencia, la filosofía y de la teología en el proceso de la
transformación abre un derrotero completamente nuevo en el pensamiento
cristiano. Confluyendo con el nuevo proceder teológico en Europa, Karl Barth,
Abraham Kuyper, Charles Spurgeon, Emil Brunner, Jürgen Moltmann, Paul Tillich,
Albert Schweitzer, entre otros, cultiva lo que puede llamarse la teología global.
En Prefacio a la teología cristiana y en El sentido presbiteriano de la vida
condensa todos los logros realizados por la sapiencia teológica dentro del
cristianismo. El pensar y el saber teológicos que despliega, por cierto lleva un
sello especial de su personalidad, expresa una racionalidad bíblica. Combina la
razón y la fe, la ciencia y la creencia, la pasión y la acción, la proyección y la
realización. La teología que genera Mackay no es una fenomenología de las
11
religiones, una sociología de las iglesias, un catálogo de credos, una
sistematización de las normas morales, sino la INTERPRETACIÓN SITUACIONAL
del vivir los mandatos de ELOHIM en diferentes territorios, momentos, contextos
y circunstancias. No es la ortodoxia y la ortopraxis de quienes siguen los
paradigmas y los axiomas establecidos. Tampoco es una razón metafísica que
surge desde las aulas o de los espacios cerrados, sino de la lucha constante por
la vida y la subsistencia bajo la guía, la protección y la bendición del Creador.
La teología de Mackay es la aplicación del principio protestante,
evangélico, apostólico y profético: la emancipación del ser social es total con la
justificación por la fe y la gracia para que el amor y el servir sean las
manifestaciones de ser transformados. Este principio sostiene y envuelve al
pensar y el saber teológicos que emergen en la gran marcha de un origen a un
destino. Mackay es el continuador de Calvino. Para convocar a un nuevo
movimiento revolucionario guiado por la teología, sedimenta en sus escritos, tres
criterios básicos. La teonomía por correlacionar el vivir, el creer, el avanzar y el
perfeccionarse con la construcción de lo nuevo en la historia. Lo demoníaco como
la pretensión de ocupar el lugar del Creador y acontecer la opresión, la violencia,
la degeneración y la maldad atando al ser social a la destrucción, la ruina, la
perdición y a la muerte. La correspondencia de lo espacial y lo temporal en el fluir
de la vida.
Cumplir y obedecer los mandatos de ELOHIM en las condiciones actuales
se entiende como un salto a la nueva creación. Este acontecer significa que la vida
cristiana es una constante pneumática, donde el orden histórico cimentado en las
virtudes bíblicas es un sistema de existencia sujeta a la expectación del kairós.
Ésta se identifica con la realización del reino de Dios. Para Mackay, el principio
protestante, es el juicio profético sobre la situación histórica prevaleciente, pero
acontecimiento la transformación, la emancipación y la construcción. De esta
manera, el protestantismo, un movimiento con un proceder auténticamente
profético y revolucionario, queda juzgado por su propio principio. En esta
paradoja existencial, el vivir la fe, significa la transformación total del orden social
depravado y la construcción de la nueva civilización en donde no existe la
opresión y el despojo. La teología en este sentido opera como un principio crítico,
creativo, constructivo y dispositivo.
12
Capítulo I
El balcón y el camino
Se afirma que John A. Mackay es un teólogo del camino. Esta es una consideración
ambivalente. Una diversidad de posturas sobre el camino pululan dentro del
cristianismo en sus tres vertientes. Unos afirman que la teología se hace desde el
camino, otros dicen que es del camino, algunos postulan que es en el camino y no
faltan quienes sostienen que es por el camino. Esta variedad de planteamientos
sobre el devenir debe dilucidarse con dos pautaciones bíblicas: (a) la ruta de
avance es de un origen a un destino (Éxodo 18; Deuteronomio 8); (b) Jesús es la
vida, el camino y la verdad (Juan 4 al 14). La teología por estas dos pautas, surge
y opera, en la marcha hacia la nueva creación.
La Biblia presenta cuatro situaciones sobre el camino, la ruta, el sendero y
el recorrido: (a) ‘ÔRAJ y NÂTHÎB que indican un rumbo a seguir; (b) MESILLÂH
SÂLAL que denotan la trocha, el trazo y la construcción de la ruta a seguir; (c) los
cruces, las redes y las ramificaciones del camino: el camino en la tierra de los
filisteos (Éxodo 13), el camino al mar (Isaías 9), el camino real (libros históricos),
las rutas prohibidas (Números 20 y 21), las rutas de las conquistas y las invasiones
(Génesis 14), los caminos asfaltados (Génesis 16), las conexiones (Proverbios 9 y
Ezequiel 39), el camino de los mercaderes (Génesis 37); (d) la ruta de las
relaciones mercantiles (libros proféticos). Esta diversidad de caminos solamente
tienen dos calzadas: andar en el camino de ELOHIM o vagar en la ruta de la
opresión.
En la marcha al porvenir, ante el ser social, se presenta como disyuntiva
dos caminos: el de la vida y el de la muerte (Génesis 18; Deuteronomio 5 al 31;
Éxodo 32 y 33; Salmo 25 a 143; Proverbios 4 y 12; Mateo 3 y 7; Job 16). Seguir el
camino de ELOHIM es transitar conforme a los designios del Creador. El camino,
en la Biblia, no es una alusión a la manera de vivir de las personas y de las
instituciones, sino un proceso-sistema de transformación y construcción siempre
dando el salto de una condición inferior a otra dimensión nueva superior. Se trata
de seguir el fluir de la vida universal.
Jesús al mencionar su condición de guía-ruta, ODOS, indica que en el
mundo existen únicamente dos rutas de viaje hacia el futuro: el camino de la
emancipación establecido y conducido por ÉL y el camino de la opresión, la
destrucción y de la descomposición. El camino de la emancipación, el marchar
cumpliendo las órdenes de ELOHIM, se ramifica en tres: (a) las rutas de las
13
misiones; (b) las rutas de las interacciones comunitarias; (c) las rutas de
confluencia en la marcha a la nueva creación. Las rutas de las misiones son un
constante ir y venir. Jesús al recorrer las ciudades, los poblados, los desiertos, los
valles y los diversos territorios señala cómo el proceso de la transformación exige
los desplazamientos, los movimientos y las migraciones con fines, destinos y
acciones precisas. El proceso de la emancipación, siempre ejerciendo la atención
a las necesidades básicas y restaurando la materia dañada, sucede con el
movimiento ascensional. Es viajar y marchar por cuatro tipos de espacios: (a) los
territorios controlados por los enemigos; (b) los sitios despoblados y los
desiertos; (c) los lugares jurisdiccionados donde coexisten una diversidad de
doctrinas, instituciones y poblaciones; (d) las localidades ubicadas en las entrañas
de las potencias y las superpotencias hegemónicas.
La sociedad erigida en el modo de producir clasista siempre presenta la
VÍA APIA o el camino real. Es la extensa red de caminos que llegan confluyendo
a la ciudad meca, el lugar sagrado, la cosmópolis y la metrópolis. Todas las
naciones, los pueblos y los países sometidos quieren llegar a la gran ciudad.
También los que operan la transformación y la emancipación, movidos por las
circunstancias que son las oportunidades generadas por los defensores del
camino de la muerte, transitan por esta ruta. En la ruta real, los viajeros, van
acumulándose hasta conformar una caravana multitudinaria. En la actualidad, la
marcha hacia el Norte, es de las poblaciones expulsadas por las necesidades
básicas insatisfechas. Cruzando fronteras y chocando con muros de contención se
adentran en las jurisdicciones a su paso.
Es sorprendente ver cómo esa caravana que marcha para acceder a los
medios de subsistencia, en distintos países, queda retenida, dispersada y hasta
perseguida. En su paso, en todas las poblaciones, a cada lado del camino
observan la marcha: algunas personas se identifican y brindan el apoyo, otras
maldicen y expulsan, unas se carcajean de la belicosidad con que tratan de
romper los cercos, ciertas personalidades recomiendan volver a su tierra, los
conductores de las jurisdicciones plantean solicitar el permiso y las vanguardias
de las distintas clases sociales animan la marcha, pero sin conceder y dar los
salvoconductos. Quienes marchan, empapados del sudor y sedientos por el largo
recorrido, procuran acontecer la misericordia, la compasión y la solidaridad entre
los que miran y observan. Es aquí donde se logra percibir lo que realmente
sucedió en la gran marcha por el desierto.
Salir de un lugar para llegar a un destino al que muchos llaman el paraíso
de los hambrientos y el centro laboral de los agachados, por la existencia de una
diversidad de países que hay que cruzar, se convierte en un tormento azotante y
agotador. Días, semanas, meses y hasta años se tarda para arribar al destino. En
14
el recorrido se llega a experimentar las cuatro calamidades históricas: (a) el
desprecio, el insulto y la defenestración de las poblaciones; (b) el trato indigno
tanto de las autoridades gubernamentales como de las instituciones que
pretenden brindar el apoyo; (c) la exclusión y el confinamiento generalizado en
todas las jurisdicciones; (d) la detención, el aseguramiento, la residenciación
forzada, el destierro, la devolución y la repatriación. En la ruta acontecen tres
fenómenos duraderos: (a) el cruzamiento poblacional; (b) la pernoctación
temporal o definitiva sin llegar a la meta final; (c) las diversas formas de obtener
los medios de subsistencia. La marcha larga implica resistencia y persistencia,
porque sin ellas es imposible tramontar los peligros, vencer los obstáculos y
romper los muros de contención.
John A. Mackay, por su constante desplazamiento, pudo constatar los estilos
de vida contrastados, las sensaciones desesperantes, los peligros diversos, los
tratos disímiles, los cansancios y todas las formas del proceder del ser social. Al
penetrar en el mundo saturado por las doctrinas, los territorios divididos, las
ciudades desordenadas, los mercados saturados, las instituciones repletas de
formalismos, las acciones parametradas, las aspiraciones confrontadas, los
ideales enfrentados y las personas enemistadas pudo comprender el sentido, el
contenido y el significado de las palabras de Jesús: YO SOY LA VIDA, EL CAMINO
Y LA VERDAD. Si Jesús vio a las poblaciones cual ovejas sin pastor, Mackay,
constató que las personas de los países oprimidos son aplastadas por las figuras,
las fabricaciones y las seraficaciones. Esta visión plasmó en El Otro Cristo Español.
En este texto, a manera de purificar al cristianismo, presenta a la conquista
misionera europea como la represión cultural, la intoxicación cultural y la
destrucción cultural.
Coincidiendo con José Carlos Mariátegui en diversos aspectos, en especial
sobre el rol de la cristianización forzada y formal, afirma que el Cristo presentado,
anunciado y paseado por los colonialistas es demasiado manchado con la sangre
y lleno de tragedias. Al presentar el panorama espiritual generado por el
catolicismo romano, siempre exigiendo la emancipación de este lastre global,
indica que el cristianismo impuesto es totalmente distorsionado. No se trata solo
del culto patético, suntuoso y superficial, sino de una esclavización cultural,
espiritual y doctrinal combinando la cruz, la espada, el fusil, el casco, la coraza y
la tizona. En un diálogo con Mariátegui, reconociendo la persistencia de la
cosmogonía ancestral comunitaria, plantea asir a Jesús de Nazaret en su
verdadera dimensión: HE AQUÍ EL HOMBRE.
Jesús se deja ver, asimilar y seguir únicamente en el andar, el viaje y en el
movimiento. La pernoctación es temporal, la localización es pasajera, la ubicación
es breve, la estancia es efímera, la presencia es situacional, la acción es constante,
15
el proceder es circunstancial y el avanzar es indetenible. Por este motivo, el
camino y el balcón, no son metáforas. En términos ontológicos, el movimiento y
el marchar por una ruta, implica el ser en el estar en el fluir. En términos
gnoseológicos, el camino y el andar, son procesos dinámicos que se impulsan
según la combinación de los fines y los medios. El fluir de la vida muestra la ruta
del avance. La lucha por la vida y la subsistencia no suceden con las metáforas,
sino con los desplazamientos que son las caminatas, los viajes, las marchas y los
movimientos multimodales y polidireccionales. Jesús al decir que es el camino no
habló en parábola, alegoría y en analogía. Indicó su vida como un peregrino que
se halla en constante ir y venir. Solo así es el conductor hacia el Padre y al
porvenir. Sin los recorridos no se puede cumplir con los mandatos de ELOHIM. El
proceder del ser social instalado en el Jardín de Edén muestra que, los
desplazamientos y las caminatas, conducen al descubrimiento, la invención, la
selección y la nominación (Génesis 2).
Caminar señala que el vivir es siempre un movimiento. El fluir de la vida se
manifiesta en el movimiento, el desplazamiento y en el andar. Quienes no andan
y caminan no solamente son discapacitados, sino vegetativos que en su mayoría
son dependientes totales. El pulso, el ritmo, la candencia y la utilidad de la vida
se conocen con el andar y en el moverse. Génesis 1 es preciso en comunicar que
EL ESPÍRITU DE ELOHIM se mueve eterna e infinitamente. La creación surge con
el movimiento y en el movimiento. La realización de los mandatos primigenios
de ELOHIM: ser fecundos, replicarse, multiplicarse, poblar, laborar, cuidar,
comunicarse y vivir en comunidad es estar en constante movimiento. Vivir en
la localización y estar en interlocución con ELOHIM es hallarse en alta movilidad.
Hallar la ayuda idónea, conformar la colectividad y disfrutar la gracia del Creador
es dinámica y dialéctica.
En la Biblia, el caminar y el movimiento, aparecen como las condiciones
irrefutables de estar vivos. Inclusive el castigo impuesto a Caín es desplazarse en
forma continua, pero llevando el sello de ELOHIM para que no sea eliminado
(Génesis 4). Todas las actividades, las acciones y las operaciones que ejecuta el
ser social son movimientos, desplazamientos, procesos y sucesos. La estática, la
fijeza y la inmovilidad en la Biblia son señales de la decadencia, la inutilidad y de
la muerte. El establecerse, el ubicarse y el localizarse en un determinado
territorio es consecuencia del caminar, pero a la vez el acontecedor de los
movimientos, los desplazamientos, las relaciones y de las acciones.
Sin el caminar, sin el moverse y sin el ir y venir no se puede vivir. Todas las
conquistas, los logros y los avances de la humanidad son parte, consecuencia y la
dimensión del fluir. No hay algo que la humanidad haya alcanzado en la
inmovilidad y la parálisis. Los postulantes de la estabilidad, el punto fijo, el
16
equilibrio, la invariabilidad y la estacionalidad son divulgantes no del descanso,
la permanencia ni de la localización, sino de la quietud, la rigidez, la frialdad y de
la muerte. La inmovilidad no existe en la creación. Todo se mueve interna y
externamente. El movimiento, los desplazamientos y los recorridos son visibles e
imperceptibles. El desarrollo, la expansión y las ascensión de todo cuanto es, está
y existe es un fluir, un avanzar y un trascender. El estar parado en algún lugar
significa hallarse dentro, encima y envuelto por el movimiento. El ser social se
encuentra delimitado por cuatro tipos de movimientos: de ELOHIM, de la
creación, de los semejantes y de sí mismo.
El caminar y el moverse señalan que el avance no es lineal, sino en forma
del curso de los ríos. Dependen de la meta a la que se marcha y los espacios por
donde se recorren. Los que afirman la ciclicidad y la linealidad en el fluir de la
vida son quienes buscan atrapar el avance en el círculo vicioso o en la contigüidad
o la secuencialidad sin ver que el relieve señala las subidas, las bajadas, los
barrancos y las zanjas. El caminar no acontece solamente en el llano, en la pampa
y en forma lineal. La orografía, la topografía, la geografía y el territorio
condicionan el ritmo y la forma del caminar. Precisa y exactamente por esta razón
se afirma que el movimiento, el caminar y la marcha al porvenir son en zigzag,
serpenteadas y en espiral.
Para entender lo que es el camino hay que colocarse dentro de la gran
marcha del Pueblo de Israel. El camino siempre señala la ruta que enlaza entre el
origen y el destino. Sin la espacialidad mancomunada con la temporalidad no hay
camino. La salida de la opresión en Egipto para llegar a la tierra prometida, la
herencia ancestral abandonada en tiempos de la hambruna y ya en posesión de
otros pueblos, es un suceso de importancia única. Dejar la localización permitida
por la potencia opresora, pero llevando todo cuanto es necesario para subsistir,
es exponerse a cuatro ataques: (a) los intensos y los múltiples sucesos naturales,
meteorológicos y cósmicos; (b) los poderes establecidos, los reinos agresivos y
los enemigos desconocidos; (c) las necesidades crecientes, las carencias, las
penurias y la escasez; (d) las peleas internas, las sublevaciones, las revueltas y las
luchas por el poder y con la finalidad de desviar la marcha. Estos ataques pueden
generar dos efectos completamente opuestos: (a) afianzar, templar y fortalecer la
marcha; (b) apaciguar, detener y desviar el rumbo.
El segundo caso sucedió con el pueblo de Israel. Los ataques de los
enemigos de ambos lados, del lugar de salida con las persecuciones y del avance
con las oposiciones complementadas por las rebeldías y las desobediencias
internas, llevaron a vagar durante cuatro décadas en el desierto. No se perdió el
rumbo, Lo que sucedió es demorar la llegada a la meta. En este acontecimiento,
la dirección primigenia y las generaciones que se sacudieron del yugo opresor,
17
quedaron sepultadas. El problema central en la marcha siempre es la
alimentación y la bebida. Mientras las multitudes no tienen calmadas, atendidas y
satisfechas sus necesidades básicas, el avance y el caminar hacia adelante,
quedan remecidas por las convulsiones. Las insatisfacciones de las necesidades
básicas, y no necesariamente la opresión y la exclusión, son las generantes de los
descontentos, los levantamientos y de las exigencias. En el acceso y en la
disposición de los medios de subsistencia suceden tres eventos: (a) recoger lo
indispensable y lo necesario para vivir; (b) recolectar abundante, resguardar,
acumular y dejar que se malogren; (c) compartir con los que no puede recolectar
ni acceder directamente. Acontecer el segundo evento es desobedecer los
mandatos de ELOHIM. La descomposición, la inutilización y el malograr los
alimentos es atentar contra la vida.
Durante la marcha por el desierto, una diversidad de colectividades sin
tierra, se plegaron a la marcha. El caminar queda aclimatado por la
multinacionalidad, la multiculturalidad y la multiformidad conformando la
unicidad orgánica. La complejidad existencial se ensancha y la conducción tiene
que generar las cuatro condiciones para seguir el viaje: (a) las regulaciones
políticas, económicas, religiosas, médicas y laborales; (b) la construcción de la
comunidad litúrgica inseparable de la comunidad de bienes; (c) la continuidad
permanente de las dos instituciones originales: la familia y la comunidad; (d) el
proceso de producción que aplica la ciencia, la técnica, los oficios, las
profesiones, las vocaciones, las virtudes y los valores. Sin estas condiciones, la
marcha y el avance, serían desorganizadas, dispersas y esparcidas. La
confederación de las multitudes en el pueblo de Israel, una conglomeración de
las colectividades bajo un solo objetivo, llegó a operar con dos condicionalidades
perennes: (a) obedecer a ELOHIM y mantenerse fieles a ÉL cumpliendo sus
mandatos; (b) no mezclarse, no emparentarse, no compartir su creencia ni aliarse
con las colectividades que son ajenas al pacto de la alianza.
La prontitud o la demorada llegada a la meta quedan delimitadas por estas
exigencias permanentes. No son los enemigos existentes a lo largo del camino
quienes desvían del camino, sino los procederes y las acciones de las
colectividades confederadas. La peor tragedia de las colectividades en marcha a
la meta, aparte de no eliminar las viejas costumbres y las tradiciones asimiladas
en Egipto, es la traición: apoderarse de las mejores tierras sin cumplir con los
requisitos establecidos para la repartición. Dejar a las mayorías de las
colectividades sin tierra, no solamente significa la negación del pacto de la
alianza, sino la transgresión total de las dos condicionalidades perennes (Éxodo,
Levítico, Número, Deuteronomio, Josué y Jueces). La gran marcha por el desierto
culminó con la nueva organización social opresora. La replicación de las
monarquías, el establecimiento de los dos centros de atracción: el palacio y el
18
templo, el militarismo, la coligación con las potencias y la imposición de las
cargas pesadas sobre el pueblo movilizaron a los profetas con sus querellas,
denuncias y reclamaciones. La emancipación sin las transformaciones, las
purificaciones y las renovaciones constantes reproducen, replican y restauran la
vieja civilización y la cultura de la opresión.
Desoír y desobedecer a la comunicación de ELOHIM a través de los
profetas, al pueblo de Israel dividido y fragmentado, condujo al confinamiento y
a la dispersión en las entrañas de las nuevas potencias. Caminar en tierras lejanas
y ajenas, añorando la grandeza de las gestas ancestrales y la libertad en la tierra
herencia de los patriarcas, significa experimentar las calamidades, las tragedias
y las violencias ocasionadas por los invasores (Salmo 137). Volver de lejos y
encontrar al país desolado, destruido y quemado en sentirse enterrado vivo
(Esdras; Nehemías). Con el caminar y en el caminar se llegan a enfrentarse una
diversidad de estilos de vida, los modos de aglomerarse y las formas de acceder
y disponer los medios de subsistencia. La diversidad orográfica, los tipos de
suelo, las extensiones de las jurisdicciones, las diferentes existencias y la
multiplicidad de las ocupaciones económicas se conocen, se aprenden y se
utilizan en el y con el caminar.
El camino, el movimiento y el desplazamiento implican tener los pies firmes
en la tierra, en la realidad y en el progreso. Caminar significa estar en contacto
inmediato, directo y constante con las tres realidades concatenadas: la Naturaleza
y el Universo (la realidad total), la sociedad (la realidad sujeta a la transitoriedad)
y las otras personas (las relaciones múltiples). Marchar, recorrer y viajar por ser
esenciales en la existencia, al indicar que la vida fluye, muestran la manera en que
el ser social se identifica, aprecia, dispone y se beneficia con todas las existencias
y los contenidos y los componentes de la Naturaleza y el Universo. Tiene toda la
razón el autor de Camino: consideraciones espirituales (Josemaría Escrivá de
Balaguer) que, únicamente en el caminar y en el andar, se logra configurar un
estilo de vida abierto a la totalidad.
John A. Mackay, interpretando los recorridos de Jesús, pudo advertir que
el andar, el marchar y el caminar son eventos ecuménicos. La universalidad, la
irrevocabilidad y la imprescindibilidad del camino señalan que el fluir de la vida,
el vivir en comunidad y el luchar por la subsistencia son sucesos globales,
transespaciales y transgeneracionales. El espacio y el tiempo se abrazan
permitiendo el situarse geográfica e históricamente. Esta situación se constata en
el pueblo de Israel y su continuidad: la salida de los ancestros de Ur de Caldea, la
pernoctación en la tierra de Canaán, la esclavitud en Egipto, la gran marcha por
el desierto, la lucha por la posesión de la tierra, el sojuzgamiento monárquico, la
dispersión en diferentes territorios de las potencias, la reconstrucción nacional,
19
la lucha de los macabeos, la opresión romana, la misión de Jesús, la conformación
de la primera comunidad cristiana y la expansión del cristianismo. La realización
de la misión ecuménica, teniendo como eje a Jerusalén y llegando hasta Roma y
España, es la señal irrefutable del caminar. Sembrar y germinar la semilla de la
emancipación, cuidar la planta y obtener sus frutos, son asuntos del caminar,
actuar y estar en movimiento.
El camino, el espacio que va de un inicio a una meta, guiado por el arco
direccional que es el ESPÍRITU DE ELOHIM, es el lugar donde convergen y se
envuelven lo divino, lo natural y lo humano. A la vez en este sitio se encuentran
lo conocido y lo desconocido, lo realizado y lo que está por efectuarse, lo vivido
y lo que se espera, lo que existe y lo que tiene que existir, lo antiguo y lo nuevo,
lo complejo y la megacomplejidad, la maravilla y el misterio, la experiencia y el
descubrimiento, lo puro y lo sagrado, la disposición y la ampliación, y, lo
ordinario y lo extraordinario. Quienes no andan ni caminan, aparte de vivir una
vida rutinaria y opaca, son incapaces de encender el fuego purificador que
recorre por el Planeta prendiendo la luz en las mentes, dando el calor en los
corazones y asentado la efervescencia en las conciencias.
La vida, la existencia y el desarrollo tienen su materialidad, su realización
y su trascendencia en el camino. El proceso histórico es un marchar del pasado al
porvenir. La personalidad, la identidad, la autenticidad y el realismo se logran
con el caminar. Bernard Logan (Método en teología; Insight) afirma que el conocer,
un resultado del vivir laborando en la conjunción de los deberes y los derechos,
es un descubrimiento, una autentificación, una afirmación y una respuesta de lo
real mediante un permanente saltar, brincar y recorrer hacia la madurez, la
perfección y la aprehensión del sentido pleno. Para tal suceso hay que partir de
la confluencia del espacio y el tiempo, donde se vive y se concreta la revelación.
Sin recorrer y sin caminar, las Escrituras, se reducen a bellos juegos de ideas o
de afectos que no tienen raigambre ni correspondencia con la vida. Sin
comprender el realismo transformador de Jesús, un auténtico caminante que
atiende a las necesidades del ser social según su interés candente, es imposible
asir al ser intencional y al ser operante compactado. El flujo, el movimiento y el
marchar permiten conocer y aprehender el cambio, la transformación, el
desarrollo y el avance. El decurso es diversificado por la presencia de
perspectivas distintas y manejos diferentes de la realidad objetiva subjetiva
natural e histórica. El camino, en esta sentido y modo, es constitutivo de la
comunidad, el avance y de la trascendencia.
El camino adquiere relevancia cuando se halla totalmente compactada con
la vida y la verdad. Existen dos problemas gnoseológicos sobre Jesús el camino:
(a) por el camino y la verdad se llega a la vida; (b) por el camino y la verdad se
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alcanza la vida. Tales propuestas son totalmente negantes de la teología de la
creación. Génesis 1 y 2 muestra al SER EN EL ESTAR como fuente primaria y origen
de todo cuanto es, está y existe. Del ser absoluto universal procede la vida. Ser,
estar y vida son anteriores, envolventes y posteriores al espacio. ELOHIM es la
fuente, la causa y el origen de todo lo que condensa la Naturaleza y el Universo.
Precisamente en este contexto global, medio general y entorno total surgen y se
establecen los caminos. Tal acontecimiento indica que el camino existe
únicamente cuando la vida fluye. Con el camino y por el camino no se llega ni se
alcanza la vida, pero sí la verdad. En el camino, siempre estando en movimiento
y avance, se muestra que la vida se replica, se diversifica, se multiplica y
prosigue. La continuidad de la especie sucede con el caminar, el movimiento y la
replicación. La creación de la historia, la organización de la sociedad y la
construcción de la civilización suceden con el caminar.
La pregunta filosófica pertinente no es de dónde venimos, sino ¿a dónde
vas? (Juan 13). El rumbo al destino, el recorrido a la meta y la marcha al porvenir
denotan el IR y el seguir. El ahora no pueden ir significa que, para llegar a la casa
del Padre, hay que transitar un trecho extenso, vivir en constante transformación
y saber ascender con la cristificación. Para alcanzar el fin (el lugar de llegada) hay
que caminar y transitar. Jesús no es el camino, la ruta y el rumbo a la verdad, sino
es el fluir de la vida que se dirige a la fuente original de la existencia. Jesús es el
sendero a la mancomunación del origen y del destino: viene del Padre y vuelve a
ÉL abriendo el paso para que sus seguidores lleguen en el momento oportuno. En
este sentido, el camino, tiene una dimensión emancipatoria y una perspectiva
expansiva (Salmo 85 y 118; II Pedro 2; Mateo 7). El camino en términos bíblicos es
la marcha a la nueva creación generando tres sucesos: (a) la continuidad histórica
de laborar y cuidar para que la fecundidad, la replicación, la multiplicación, el
poblar y el vivir en comunidad sigan persistiendo; (b) la construcción de la
civilización jalonados por hitos; (c) la lucha constante contra las fuerzas visibles e
invisibles que oprimen, alienan y descomponen al ser social.
El camino presenta un gozne: lo antiguo opera en el presente, el presente
llega a bifurcarse entre el pasado y el futuro, pero el futuro queda anticipado. El
camino es una realidad siempre actual, pero orientado y en avance al futuro. IR
AL PADRE es un marchar de a, pero solamente teniendo la vida y asimilando la
revelación en persona (la verdad). El itinerario es fundamental para avanzar y
arribar a la meta. Es importante asumir que, EL LOGOS, estaba en la fuente origen,
opera en la actualidad y está dirigido a. La intercomunicación de Jesús con el
Padre, de Jesús con sus discípulos y de los discípulos con las comunidades de fe
señala que el logos tiene un rol transaccional precisamente en el camino. Así, el
ir al Padre, es un movimiento ascensional. Solamente para Jesús el movimiento
primero es descendente y luego ascendente. Tal es el fundamento para afirmar
21
que Jesús es el camino: el trayecto central, ordenado y coherente que conduce
del pasado al porvenir. Jesús es la vía de la luz y el fluir de la vida. Jesús siempre
exige moverse y andar. LEVÁNTATE Y ANDA es el imperativo para dirigirse a una
nueva dimensión del vivir. Tal es la condición para quedar transformados,
emancipados y restituidos en la organicidad vital.
John A. Mackay, comprendió plenamente la condición y la calidad de ser el
camino de Jesús, para asentar que andar y marchar significa relacionarse con
todas las dimensiones de la vida, donde las muchedumbres agitadas viven
inmersas en la diaria lucha por la vida y la subsistencia. Prefacio a la teología
cristiana es una invitación a pelear la buena batalla en un contexto violento,
malvado y descompuesto. Cuatro procesos-sistemas plantea Mackay con relación
al camino: (a) “Con el camino se busca un fin, se corre el riesgo, se derrama a
cada paso la vida”; (b) “el camino a Emaús es el camino de nuestros tiempos”; (c)
“el camino es el símbolo de una experiencia inmediata de la realidad, en que el
pensamiento, engendrado por un serio y vivo interés, genera a su vez la decisión
y la acción”; (d) “Y por eso la teología tiene una tarea, la de devolver el sentido a
la vida, la de restaurar los cimientos sobre los cuales se pueden construir toda
vida verdadera y pensamientos verdaderos”.
That Other America, una descripción de la geografía americana, señala a
Mackay como un andante espacial y temporal. Sus viajes de Norte a Sur y de éste
a aquélla muestran su admiración por los Andes. Al cruzar Aconcagua, el cerro de
mayor altura en América, no solamente logra divisar la accidentada geografía,
sino también sentir las vibraciones en las alturas. Mackay pudo experimentar los
cambios drásticos que se presentan entre un espacio y otro. Observando desde
el valle la cima de los cerros y mirando desde las nubes a los valles, arriba entre
los picos y abajo entre las cavernas, con el Salmo 8 llega a percibir la
universalidad y la particularidad. A la vez en el caminar encuentra dos sucesos
permanentes en la vida: (a) el compañerismo, la cordialidad y el colectivismo en
la marcha al futuro; (b) la obtención de los medios de subsistencia en todos los
espacios y tiempos.
Vivir es caminar. Caminar en penetrar en la Escena Contemporánea narrada
y caracterizada por José Carlos Mariátegui. En este caminar no se defienden las
doctrinas adocenadas, las instituciones eclesiásticas carcomidas, las creencias
rellenadas con supercherías ni la moral vergonzante: “Lo que más necesitamos en
este momento no es una defensa de la religión, del cristianismo o de la iglesia
cristiana”. Mackay es preciso en declarar que la sociedad actual requiere y exige
personas capaces de ser varones y mujeres que perciben el ROSTRO y oyen la
VOZ de ELOHIM en la construcción de un orden nuevo y superior al que existe.
Donde el ideal, la pasión y la esperanza que mueve al ser social es la nueva
22
creación. Para tal suceso y acontecer es preciso que se reconozca la soberanía
total de ELOHIM. Sin este reconocimiento y operatividad toda empresa humana
es superficial, insignificante y destinada al fracaso. Todas las obras que buscan
imponer la soberbia, la ostentación y la vanagloria siempre quedan derrumbadas,
tumbadas y destruidas.
El caminante, según la postura de Mackay, tiene que conocer y comprender
el mundo, los espacios que recorre y los procesos que acontece. En esta labor, la
contemplación, es secundaria y derivada. El caminante no puede quedarse
varado y estacionado en alguna parte, sino que debe y tiene que avanzar hacia la
plenitud y la comunión. El caminante da los pasos, recorre los espacios, cruza las
poblaciones y transita los territorios bajo la observación, la vigilancia, las críticas
y los calificativos de los curiosos, los advenedizos, los enviados y una diversidad
de miradores. Quienes miran y vigilan son los espectadores estacionados,
parados, sentados o inmovilizados: “El balcón –esa pequeña plataforma de
madera o piedra, que sobresale de la fachada, en las ventanas altas de las casas
españolas o iberoamericanas- es el lugar en que la familia puede reunirse al
atardecer o por la noche, para contemplar, a guisa de espectadores, todo lo que
pasa allí abajo en la calle, o para ver la puesta del sol, o para extasiarse ante las
estrellas de lo alto. Concebido así, el balcón es el punto de vista clásico, y, por
tanto, el símbolo, del espectador perfecto, para quien la vida y el universo son
objetos permanentes de estudio y contemplación”. Quienes ocupan un lugar en
el balcón, el estrado, los palcos y en los tabladillos llevan una vida cómoda,
apacible, monótona e inactiva mirando de lejos a otros que cumplen un rol.
Para los que llevan una vida balconizada, el mundo y la sociedad, son los
circos, los cinemas, los teatros, las plataformas, las ventanas y las nubes. Algunos
con binoculares, otros con telescopios, unos con cámaras ocultas, ciertos
personajes con miras telescópicas, un selecto grupo con aparatos de control
distante y los demás fijando sus ojos en cierto espacio procuran entender todo
cuanto ejecutan, realizan, comunican y mueven los actores, las protagonistas y los
directores. Por ratos sueltan carcajadas, la mayor parte del tiempo quedan
subsumidas en el silencio, de vez en cuando intercambian las palabras con el
vecino, se irritan al ver los sucesos que incomodan su estilo de vida, maldicen al
no escuchar algo que eleva su moral, critican las indumentarias que usan quienes
se hallan en movimiento, pero todos en cualquier forma quedan evidenciados en
su triste e inútil vida.
Antes y después de contemplar lo que sucede en el escenario, en un gesto
de captar el movimiento y las acciones, emiten juicios y apreciaciones. No son
críticas ni apologías, sino las justipreciaciones desde la moral que profesan, la
costumbre que tienen y la tradición que siguen. No son las interpretaciones con
23
el saber disciplinario, sino las externaciones de los prejuicios, las modas y las
predisposiciones. Con grandes y extensas habladurías describen y comentan los
acontecimientos y las ejercitaciones que observan. Desde su condición de
autoinhabilitación laboral, siempre viviendo del trabajo ajeno, infravaloran las
acciones, los resultados y los beneficios que generan quienes crean y producen.
Siempre muestran sus pretensiones y sus ostentaciones con adornos, lujos y
vestimentas extravagantes. Entre sus amistades, sus allegados y sus adulantes
lucen impecables y aparentan ser humanitarios. La soberbia, el autoritarismo y el
absolutismo permean tanto su pensar como su actuar. En sus escasos movimientos
y pasos, para dar una apariencia de vitalidad, despliegan los convencionalismos,
los protocolos, las solemnidades y las formalidades de la vieja aristocracia y la
plutocracia.
Por vivir siempre en el goce de los placeres, las banalidades y las
complacencias de la vida, al sentir los olores del sudor y mirar bañados con las
exudaciones a los caminantes y los laborantes, lanzan improperios por no usar los
perfumes de alto costo y purificarse con los sahumerios. Al entrar a los templos,
no solamente ocupan los mejores y los primeros lugares, sino también muestran
su gran contribución lanzando en las bolsas de los óvulos los billetes de mayor
denominación. En las fiestas familiares, los santos patrones, las convenciones, los
encuentros y las ceremonias multitudinarias andan acompañados por sus
mesnadas y sus sirvientes. Su caminar lento y de poca distancia siempre es una
procesión. Donde quiera que se hallan, sentados en alguna parte visible, se
dedican a vigilar, contar y valorar a quienes se hallan en acciones múltiples que
implican grandes desgastes de energía. Su vida, a pesar de no ser vegetativa por
la inactividad, pero sí saturada por el consumismo, el sensualismo y el hedonismo,
es improductiva. Colocarse en el balcón y no en el camino es el interés y el deseo
envidiable. Los varones y las mujeres que laboran, caminan, marchan y avanzan
son los hazmerreír de los balconizados.
El camino y el balcón son dos espacios que señalan quiénes son los
productores, los laborantes y los trabajadores y cuáles son los vagabundos, los
improductivos, los haraganes, los perezosos y los holgazanes. Son los lugares que
indican los dos modos y los estilos de vida: quienes derraman el sudor a raudales
para comer y aquellos que extienden su mano únicamente para levantar la
cuchara llena de alimentos para degustar. La escena contemporánea no está
dividida en actores y espectadores, sino en cuatro maneras: (a) los opresores y
los oprimidos; (b) los despojantes y los excluidos; (c) los gobernantes y los
gobernados; (d) los independientes y los dependientes. Así, el orden histórico,
se halla saturado por la polarización, la expulsión, el confinamiento y la
dispersión. No es la desigualdad social el problema, sino la opresión y el despojo
violento de las posesiones y las tenencias ajenas. Los que siempre están en el
24
balcón, por su condición de mantenidos y sostenidos, no conocen lo que es el arte
de combatir por un pedazo de pan. Los espectadores, los miradores, los fisgones,
los atisbadores y los avistadores son simples opinantes de las acciones, los
pensamientos y de las labores de otros; pero son versados y doctos en las leyes,
las concepciones del mundo y en las críticas de las expresiones artísticas. Sin
embargo, son imposibilitados e incapacitados en el arte de vivir laborando, por
ser especialistas en la técnica de catar y disfrutar.
Los oprimidos, los excluidos, los discriminados, los expulsados, los
gobernados y los dependientes siempre se hallan en camino, en movimiento y en
recorrido por diferentes territorios buscando los medios de subsistencia. El
camino y el balcón en la sociedad actual muestran los dos polos antagónicos: el
bienestar, la opulencia, la abundancia, el desarrollo y el buen vivir únicamente
para una minoría ínfima poblacional tanto en las jurisdicciones como en el Planeta;
la pobreza, la miseria, la pauperización, la humillación, la discriminación, la
opresión y el sojuzgamiento para las grandes mayorías. En este contexto y
circunstancia, la postura de Mackay, tiene que ser aplicada: combatir la actitud
del balcón hacia ELOHIM y a la vida. La teología tiene que movilizar a la
comunidad de espíritus que operan la comunidad de bienes. El pensar y el saber
teológico que emerge de la lucha, el caminar y el marchar al porvenir tienen que
desencadenar el despertar, el levantarse, el mejorar, el avanzar y el ascender.
Tiene que abandonar el ámbito de las abstracciones y las especulaciones para
adentrarse en el encender la lámpara del ser en el estar. El camino es la ruta del
desarrollo y no de los conceptos y las categorías.
Mackay considera que el movimiento, el caminar y el marchar tienen que
ser asumidos y reconocidos como la empresa significativa y trascendental en la
realización de la misión ecuménica. Con el caminar tiene que romperse el
conformismo, el pesimismo y la comodidad que permean tanto a la iglesia como
a la sociedad. Con la marcha a la nueva creación, el elemento dinámico del vivir
en santidad, acontece la afirmación clara del establecimiento de una sociedad
libre del pecado. Para tal suceso se entiende al cristianismo como una comunidad
de espíritus y a la iglesia como la familia de la santidad. Los cristianos así aparecen
en calidad militantes de un nuevo orden histórico. La comunidad que confiesa que
Jesús es el Señor tiene y debe irradiar la gloria, la voluntad y la gracia del
Creador.
Caminar para Mackay no es la búsqueda ni el conocimiento de la verdad y
el bien, sino el vivir en santidad. La teología en este ámbito no es ni representa la
cumbre de la sabiduría. Es la historia de encuentros y desencuentros del ser
social en la lucha por la vida y la subsistencia. La teología no es la forma de
acceder al conocimiento de Dios ni la manera de obtener el saber. Es la reflexión
25
sobre las formas de realización de los mandatos de ELOHIM en los espacios y los
tiempos diversos, diferentes y complejos. Puede decirse que se trata de un
estado del alma en la confluencia, el encuentro, el choque y en el
discernimiento de la interpenetración entre lo conocido y lo desconocido, lo
visible y los invisible, lo exterior y lo interior, lo alto y lo profundo, lo divino y
lo universal o entre lo maravilloso y lo misterioso. La teología así es la
penetración en la creación para asir la fuente origen del ser en el estar, la vida y
de la expansión. La teología es el vivir y el celebrar la armonía entre lo divino, lo
natural y lo humano. Es la posibilidad, la efectividad y la realización de la
espiritualidad de la acción.
En la postura de John A. Mackay, la teología, no es un dilucidar perlocutivo
de la revelación para convertir en acción. Las teorizaciones bíblicas para aplicar
a la vida y sus circunstancias quedan en cuestión secundaria. La teología es la
MOSTRACIÓN incondicional de la presencia constante, permanente y operante
de ELOHIM en la creación, en la vida y en el ser social. Con este proceder, las
experiencias cotidianas interpretadas y las Escrituras interpretadas aseguran la
consistencia y el sentido de la marcha de un origen a un destino. La experiencia,
el vivir y la acción del ser social no son las aplicaciones de las doctrinas, sino la
manifestación y el proceso causativo de la presencia, la revelación y la
objetivación de ELOHIM. Este suceso acontece en la objetividad de la creación y
en la subjetividad histórica.
La teología no es un tratado solamente de Dios, las cosas espirituales, sino
de la realización de sus mandatos. No es que la teología tenga un carácter
práctico, sino que es una expresión del vivir concreto en las dinámicas
transformantes de la realidad objetiva subjetiva tanto natural como histórica. Es la
aprehensión, la asimilación y la interpretación de la CREACIÓN como el supremo
acto productor generante y revelador de la magnificencia de ELOHIM. El lugar
teologal y el proceso teológico no es la historia, sino la creación que contiene,
envuelve y delimita a la historia. Afirmar que la teología es un ir del decir al hacer,
aparte de ser incoherente, es antibíblica. La teología es el vivir, el sentir y el
comunicar la presencia operante de ELOHIM: Yo te conocía de oídas y
habladurías solamente, pero ahora te veo directamente y me deleito (Job 42).
26
Capítulo II
Las dos fuerzas contendientes
El siglo XX, las circunstancias que vivió Mackay, se particulariza por siete
fenómenos: (a) la existencia de dos sistemas económicos: el capitalismo y el
comunismo; (b) la trituración, la destrucción, la explosión y la modificación de la
materia, pero sin llegar a desaparecer; (c) las conquistas espaciales en las
profundidades oceánicas y las lejanías externas del Planeta; (d) las dos guerras
mundiales con los mismos protagonistas; (e) la intensificación de la división de la
sociedad en las clases sociales antagónicas y la partición del Planeta en dos; (f)
las crisis económicas teniendo como eje a las bancarrotas financieras; (g) las
rebatiñas de las potencias y las superpotencias hegemónicas.
Todos estos grandes avances y transformaciones no significan la
eliminación del problema humano: el pecado. Al contrario, por la descomposición
y la depravación generalizada de la sociedad, el pecado adquiere nuevos
perfiles, nuevas formas y nuevos alcances. Tal situación condujo a Mackay a
plantear que en el Planeta prevalece el desorden del hombre y no el orden del
Creador. Al interpretar la carta a los Efesios, en una condensación especial,
presenta el panorama de la lucha por la vida y la subsistencia dentro de las dos
fuerzas confrontadas a nivel mundial. En reiteradas ocasiones, como una cuestión
clave en el cumplimiento de la misión y en la realización de la vocación, exigió la
auscultación de la realidad objetiva subjetiva global.
En la interpretación de la realidad histórica señala un método: “hemos
invocado el pasado, pasemos a contemplar el presente y dar un saludo al
porvenir” (Los intelectuales y los nuevos tiempos). El método de Mackay es
importante asumir, porque a diferencia de ver, juzgar y actuar del catolicismo
romano, induce a recorrer el tiempo y el espacio: la retrospección, la
introspección y la prognosis. Con este proceder epistemológico, todos los
ámbitos existenciales, se llegan a aprehender tanto “por su topografía como por
su historia”. La situacionalidad geográfica e histórica es imprescindible para
comprender “la época en que vivimos”.
“Permitidme precisar las características más sobresalientes de la época
actual. El mundo de hoy se caracteriza por la presencia de una doble serie de
fuerzas contrarias, o sean, fuerzas destructoras, y fuerzas constructoras. La historia
contemporánea es el resultante de la acción recíproca de estas fuerzas”. John A.
Mackay logra captar las tres contradicciones centrales de la sociedad burguesa y
27
la civilización capitalista: (a) el nacionalismo y el planetarismo; (b) el racismo y el
clasismo; (c) el capitalismo y el comunismo. En estas contradicciones se
manifiesta y opera la lucha de clases: “el problema magno que hay que afrontar
en el mundo contemporáneo es el de la lucha de clases”. Como buen defensor de
la ideología liberal burguesa, al comunismo y en especial al partido bolchevique,
coloca dentro de las fuerzas destructoras arguyendo un problema moral: “el
peligro máximo que amenaza la civilización en estos momentos es que llegue al
poder un proletariado inculto e inescrupuloso (….) lo más temible del
bolchevismo como fuerza destructora, no está tanto en su credo ni aún en su
programa revolucionario, sino en la desorientación moral de la inmensa mayoría
de los que hoy día marchan en sus filas”.
Mackay al colocar la cuestión moral en vez de la partición del pan, caso de
los caminantes a Emaús, desconoce cuatro eventos que son esenciales en la
teología de la creación: (a) laborar y cuidar no es un asunto moral, sino un
proceder económico; (b) disponer, controlar y utilizar las existencias para vivir
no es una cuestión moral, sino un acontecer económico; (c) ser fecundos,
multiplicarse y poblar no es un tópico moral, sino demográfico e histórico; (d)
hallar la ayuda idónea, acoplarse, replicarse y conformar la colectividad no es un
tema moral, sino organizacional, relacional e institucional. Descalificar a la clase
obrera por la cuestión de la instrucción y la formación como inculto e
inescrupuloso, no solamente es grotesca, sino ofensiva. La historia demuestra que
la conducción del orden histórico por los sabios, los inteligentes y los preparados
ha terminado en desastres y mayores descomposiciones.
Diversos movimientos anteriores y durante la revolución protestante han
combatido a la sociedad gobernada y dirigida por la casta de eruditos, reyes y
poderosos malvados (W. R. Estep, Revolucionarios del siglo XVI; John Howard
Yoder, Textos escogidos de la reforma radical; Rufus M. Jones, Studies in mystical
religion; William Keeney, La estrategia social de Jesús; G. H. Williams, The radical
reformation; Russel Norris, God, Marx, and the future; William Hordern,
Christianity, comunism and history). La preparación no siempre es garantía de la
adecuada y la correcta dirección de la sociedad. Un orden histórico traspasado y
carcomido por el pecado no puede operar en dignidad y con bienestar.
La transformación y la construcción, las creaciones y las producciones, y,
los desarrollos y las expansiones por ser procesos económicos aceptan la
concurrencia de la estética, la axiología y la moral combinadas. La moral sola, por
ser tradiciones y costumbres codificadas, no sustenta la realización plena del ser
social. La Biblia es precisa: para vivir en la bendición y la protección de ELOHIM
hay que cumplir sus mandamientos. Esta no es moral. Es la regla, la directriz y la
pautación del progreso social y de la ascensión civilizatoria. Los mandatos de
28
ELOHIM no son normas de conducta y comportamiento, sino los procesos de
penetración, extracción y utilización de los contenidos y los componentes de la
Naturaleza y el Universo. Las sapiencias, el desgate de las energías, la capacidad
y las destrezas que configuran la vocación son anteriores a la moral.
Reducir el problema del pecado a un asunto y una cuestión moral es
antibíblico y antinatural. La creación no aparece ni es presentada dentro de la
binaridad conflictuada del bien y el mal. Génesis 1 y 2 son claros al precisar que
la creación es plena, bella, buena, pura y en expansión. Génesis 3 señala que la
alteración de los mandatos de ELOHIM son asuntos económicos. Todas las
acciones, los procederes y las operaciones del ser social narradas desde Génesis
3 hasta Apocalipsis 19 son sucesos económicos. Negar esta certeza es carecer de
la materialidad existencial. La moral no es dada por ELOHIM, sino la constitución
y el establecimiento del ser social dentro de la lucha de clases. Por tal razón, todas
las normas de comportamiento en el orden histórico, son elaboraciones clasistas
y a la vez son expresiones del poder. Los castigos impuestos por ELOHIM no son
procederes morales, sino actos económicos. Es en el sistema de producción, en
las creaciones y las producciones, donde el pecado acontece.
El derramamiento de la sangre, la eliminación física del hermano y los
desplazamientos por diversos lugares son en esencia y contenido procesos, actos
y realizaciones económicas. El posesionamiento seccionado, dividido y
fraccionado de la tierra, cuando en términos formales se afirma que es la
propiedad total y exclusiva de ELOHIM, es un problema económico. Es la
mutación de la no existencia de la propiedad en la propiedad comunal, estatal y
privada. Tal suceso es la mayor subversión en la creación y es el pecado mayor
de la humanidad. Si los cristianos siguen empecinados en considerar al pecado
un asunto moral e individual, a todas luces, son los preclaros defensores del modo
de producir clasista. La creación de la historia, la organización de la sociedad y la
construcción de la civilización por una parte, y por la otra, el acontecer
económico, el sistema de producción y el desarrollo no son asuntos privados,
individuales, sino colectivos, comunitarios y guiados.
Mackay, por su procedencia y su filiación confesional, tuvo que asumir la
posición generalizada dentro del cristianismo: la disyuntiva en el mundo es la cruz
o la hoz y el martillo. Con esa determinación, en todos los países, desplegaron
una cruzada anticomunista. En las iglesias dieron la orden de combatir a cualquier
viso de marxismo. A fin de que los estudiantes a nivel profesional no admitan al
marxismo como método de investigación o en calidad de ideología liberadora, en
un esfuerzo por detener, efectuaron la comparación entre el marxismo y el
cristianismo. Algunos intelectuales comienzan a testificar su tránsito de Marx a
Cristo como son el caso de Jacques Ellul, Ignace Lepp, Diane Drufenbrock,
29
Alfonso Comín y Conrado Eggers. Quienes mutan de marxistas a cristianos, en el
interior de las iglesias, divulgan una posición que trata de succionar al marismo
con la teología. Mientras los cristianos que adoptan al marxismo como método
científico, con la finalidad de quitar la base organizacional de los partidos
comunistas, insertan al pesar crítico una dosis de pasión anticapitalista. De esta
manera, las iglesias cristianas, quedaron atrapas por dos tendencias: las que
fomentan el uso del materialismo dialéctico como método en el pensar y el saber
teológicos; las que consideran demoníaca a la ideología del proletariado.
Al reconocer en la sociedad contemporánea los cuatro problemas centrales
y continuos de la humanidad: (a) la absolutización de las fuerzas ocultas que
pugnan por ocupar el lugar del Creador; (b) la acumulación de la riqueza, el
patrimonio, el dinero, las posesiones y los valores declarando venerables; (c) el
poder controlante en sus dos formas: el absolutismo monárquico y el absolutismo
presidencialista; (d) la confianza en las armas, las tecnologías, las edificaciones y
en las doctrinas, en un brusco reaccionar, comienzan a ejercer algunas críticas
hacia los excesos del capitalismo. Pero sin abandonar la rancia identificación con
las razas y las clases sociales opresoras. Con la finalidad de calmar algunas
inquietudes en las organizaciones eclesiásticas, mostrando las deficiencias de los
dos sistemas históricos: el capitalismo y el comunismo, convocan a concurrir en
la tercera vía. Ni comunismo ni capitalismo es la voz de orden para seguir
defendiendo la propiedad privada como la más conforme con la naturaleza
humana y la práctica justa del vivir pacíficos dispuestos por Dios. En clara
negación del vivir del pueblo de Israel y de la primera comunidad cristiana, la
comunidad litúrgica que opera la comunidad de bienes, so pretexto de la
libertad y la moral, participan en el combate al comunismo. Este combate en
algunas jurisdicciones es directa, frontal y física en combinación con las fuerzas
de la seguridad nacional y global.
La interpretación de la escena contemporánea de Mackay es correcta: se
hace evidente a todos los hombres una nueva época ya sea por el gran número
de nuevos descubrimientos, nuevas ideologías y nuevos fenómenos sociales. En
esta visión del mundo global, a la intelectualidad que busca comprender la
situación general, separa según su forma de apreciación de la realidad objetiva
subjetiva histórica. “Tal es la situación actual en el mundo: por un lado, todo es
peligro; por otro, se hallan elementos que dan esperanza (….) Rara vez se ha
presentado a los intelectuales del mundo una oportunidad como la que se les
presenta en los momentos actuales. Las masas del pueblo están hambrientas de
ideas, de orientaciones, y a nadie escucharán con tanta avidez como a los
hombres cuyo único interés es la verdad y que no están vinculados a ningún
sistema de explotación (….) Ellos tienen el deber sagrado de orientar al pueblo
en todo lo referente a su vida espiritual y política. Deben hacer humanamente
30
imposible que los destinos de su país estén a merced de políticos desalmados e
inescrupulosos; deben velar por que no cundan ideas nocivas para la moral
pública; deben ser los campeones de la justicia social. De ellos deben brotar
todas las buenas iniciativas. El que tiene ideas constructivas debe sentirse
llamado al ejercicio de un apostolado. Sin embargo, ¡cuan contados son los
intelectuales en nuestro medio nacional, que se identifican con ideas
arquitectónicas por cuya aplicación a la vida luchan, prontos al sacrificio por la
verdad que encierra!”.
Mackay identifica tres tipos de intelectuales: los intelectuales de panteón,
los intelectuales de campaña y los caballeros andantes. Los primeros son
conservadores, pasadistas, apegados a la comodidad, amantes de la
artificialidad, identificados con la urbanidad, librescos, reacios al cambio,
exponentes de la erudición, defensores de la moralidad prevaleciente,
participantes del formalismo, ocupados en encontrar los tesoros antiguos
escondidos, participantes en los grandes banquetes, atrapantes de lo exótico y lo
exógeno, rodeados de lujo, pero incapaces de fraguar el futuro por su pereza
mental y su incapacidad racional: “de todo lo que me atrevo a llamar
intelectualismo de panteón, es que produce al fin y al cabo un temperamento
mórbido, un cinismo repugnante, un indiferentismo, un ensimismamiento, un
análisis enfermizo de defectos nacionales, un pesimismo irremediable”. Los
intelectuales de campaña son los que despiertan la conciencia adormecida y
enrumban a arrostrar los problemas actuales de la sociedad. Su visión es renovar
el mundo: “Ante todo y sobre todo, van a vivir y trabajar para hacer de la vieja
casa de la civilización un digno hogar para la vida real y cotidiana”. Se trata de
personas de talento, voluntad férrea y vocación constructora. Su labor es
convencer. Mientras los caballeros andantes son los exploradores, los pioneros y
los caminantes que llegan a confluir los logros y los legados del pasado con los
destellos y las anticipaciones del futuro. Los tres tipos de intelectuales, cada quien
tratando de avanzar evolutiva o dialécticamente, coexisten en el mismo espacio y
tiempo. Ejercen una influencia en los diversos sectores y capas de la sociedad.
En la posición y la misión de Mackay no existen las oposiciones a la
revolución social: “En una palabra, temo que llegue la revolución social, que ya
se vislumbra, antes de que se haya hecho la revolución en los espíritus, antes que
el hombre esté capacitado moralmente para llevar a cabo el experimento
peligroso de un estado en que todos darán según su capacidad y tomará cada uno
según su necesidad”. Este asunto tiene que ver con la revolución cultural. La
transformación del orden histórico clasista no puede efectuarse sin los
acondicionamientos, la preparación y la disposición subjetiva. Las viejas
costumbres, las viejas tradiciones, las viejas ideas, las razones utópicas, las
razones negativas y las viejas doctrinas inoperantes, inconducentes y
31
anquilosantes tienen que ser eliminadas y barridas. La ofuscación de la mente, la
saturación de los sesos con las irracionalidades, las fechorías, las dopaciones, los
adormecimientos, las enajenaciones, las alienaciones, los fetichismos y la
cauterización de la conciencia tienen que limpiarse.
La revolución en la concepción de Mackay adquiere relevancia por dos
motivos: (a) es un instrumento de la política y el cambio social; (b) es un suceso
constante de la historia, pero de manera particular en América Latina (That Other
America). Las revoluciones sociales, por no efectuar el cambio en la mentalidad y
el despertar espiritual, se tornan en simples incidentes que no llegan a avanzar
hacia adelante. Mackay admite que el objetivo de la revolución social es la
prosecución de la colectividad. Tal acontecer implica la redención de las
colectividades indígenas y la educación de las masas. La emancipación del alma
y el cuerpo del ser social es la parte fundamental.
John A. Mackay, de modo categórico, reconoce la imperiosa necesidad de
la revolución cultural. Sin esta revolución, toda revolución social, llega a ser una
experiencia fallida. El cambio social, la construcción de una nueva sociedad,
sucede en el camino correcto y en el rumbo emancipador solamente si antecede,
acompaña y envuelve la revolución cultural. La revolucionarización de la
superestructura es la condición elemental para que la revolución social no
culmine en la tiranía, el autoritarismo y en la nueva civilización opresora. La
REVOLUCIÓN PROTESTANTE, un acontecimiento violento, tuvo que romper las
cadenas de la opresión espiritual del romanismo cristianizado para que surgiera
y se estableciera la sociedad burguesa y la civilización capitalista. Sin eliminar la
opresión, la esclavitud y el sojuzgamiento espiritual no existen los cambios, los
avances y los saltos en el devenir. Para Mackay, la dualidad en la postura
ambivalente: primero hay que cambiar al ser social o cambiar al orden histórico
primero para que surja el nuevo hombre, es anacrónico. De entrada, sin
dubitación, plantea el cambio, la transformación y la metamorfosis del ser social
en su espíritu, mente, conciencia y voluntad.
Con esta consideración, Mackay, coincide plenamente con Mariátegui en
que existe en el ser social dos alamas en constante lucha: (a) las fuerzas que la
atan a la opresión, la excusión y a la muerte; (b) las fuerzas que impulsan a su
emancipación, desarrollo y ascensión (El artista y la época; El alma matinal y otras
estaciones del hombre de hoy). Ambos en este sentido son paulinos: Sabemos que
la ley es espiritual, pero en mi naturaleza humana estoy vendido como esclavo
al pecado. No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, pero hago
precisamente aquello que lo odio. Si hago lo que no quiero, de esta manera,
reconozco que la ley es buena. Así que yo no soy quien lo hace, sino el pecado
que existe en mí. Sé que en mí no hay algo bueno, pero tengo el deseo de hacer
32
lo bueno aunque sea incapaz de realizarlo. No hago lo bueno que quiero hacer,
sino lo malo que no deseo ni quiero. Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer
el bien, encuentro solamente el mal a mi alcance. En mi interior me gusta la
ley del Creador, pero hay en mí algo que se opone e impide razonar
correctamente: es la ley del pecado que está en mí y me tiene preso.
¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi
cuerpo? Solamente el Todopoderoso a quien doy las gracias por medio de Jesús
(Romanos 7).
Las dos fuerzas contrarias en antagonismo existen dentro y fuera del ser
social. La lucha del ser social por una parte es consigo mismo por hallarse
atrapado, prisionero y oprimido por el pecado; pero por la otra, es contra las
fuerzas aglomeradas que despojan, oprimen, ejercen la violencia y acontecen el
derramamiento de la sangre. El ser social vive envuelto y rodeado por estas dos
fuerzas destructoras. Estas dos fuerzas operan de manera cruzada en ciertas
condiciones, pero en términos históricos suceden enroscadas. El pecado al
manifestarse en los sucesos y los eventos económicos, en todos los espacios y
tiempos, es colectivo. Su máxima expresión se halla en tres eventos claramente
anunciados por Jesús: (a) No pueden servir a la vez al Creador y a las riquezas
(Mateo 6; Lucas 16); (b) ustedes saben que entre los paganos quienes gobiernan
hacen sentir su autoridad, maltratan y despojan a sus súbditos. Entre ustedes no
debe suceder eso (Mateo 20; Marcos 10); (c) Finalmente el diablo llevó a un cerro
muy alto y mostrando todos los países del mundo y la grandeza de ellos le dijo:
yo te daré todo esto si te arrodillas y me adoras (Mateo 4; Marcos 1; Lucas 4).
Estas situaciones con que opera el pecado, en el modo de producir clasista,
se condensa en un solo proceder: La raíz de todos los males es el amor al dinero.
Hay quienes por codicia se han desviado de la fe y su cuerpo quedó rellenado
por los dolores indecibles (I Timoteo 6; Hebreo 13; Eclesiastés 5; I Juan 2;
Deuteronomio 8; I Crónicas 29; I Pedro 5). La sociedad burguesa y la civilización
capitalista son operantes de este pecado. Al colocar en el centro de la vida al
kapital financiero, al operar la producción guiada por la ganancia, al desplegar al
mercantilismo que altera los pesos y las medidas, al buscar el tener más y al
denigrar a la Naturaleza y el Universo son profundamente depravantes y
descomponentes.
Las dos fuerzas conglomeradas que se enfrentan en el mundo global, las
destructoras y las constructoras, no son individuos, sino las colectividades y las
multitudes guiadas. Se trata de dos ejércitos desigualmente preparados, armados
y organizados. Cada bando busca imponer su voluntad, interés y doctrina
planetariamente. Pero ambas fuerzas acontecen las transformaciones, los
cambios, los avances y las destrucciones. Las fuerzas destructoras, tal como su
33
nombre la define y la señala, colocan en su prioridad a las demoliciones, los
arrasamientos, los aniquilamientos, las trituraciones, las explosiones, las
invasiones, las explotaciones, las ocupaciones, los sojuzgamientos, las
opresiones, las rencillas, los deslizamientos patrimoniales, las discriminaciones,
las exclusiones, las expulsiones, la denigraciones, los despojos, la violencia y al
derramamiento de la sangre. Mientras las fuerzas constructoras, por su modelaje
arquitectónico, centran su labor en las transformaciones, los desplazamientos, las
purificaciones, las construcciones, los desarrollos, los mejoramientos, las
expansiones y las edificaciones.
Mackay señala a cinco fuerzas conglomeradas de la construcción: (a) la
sociedad de las naciones, la agrupación de los países y la unidad de los Estados
Nacionales (liga de las Naciones hoy la Organización de las Naciones Unidas); (b)
las coligaciones interraciales e interclasistas por la paz global y contra el
militarismo y el armamentismo; (c) el ecumenismo, el diálogo interreligioso, el
acercamiento interconfesional y la colaboración intereclesiástica; (d) las
agrupaciones profesionales, los movimientos feministas, las federaciones
estudiantiles y todas las agrupaciones de la asistencia humanitaria y la
cooperación al desarrollo; (e) todos los movimientos, las instituciones y las
confederaciones que buscan cimentar la civilización sobre nuevas bases. Todas
estas fuerzas constructoras operan ejercitando cuatro razones: (a) generar una
nueva opinión pública; (b) tener un nuevo criterio para juzgar la realidad; (c)
servir a los verdaderos intereses de la humanidad; (d) crear un ambiente de
solidaridad global eliminando todo rozamiento político y comprobando la
capacidad de purificar el ambiente histórico. Las fuerzas constructoras, por su
condición supracional, todas sus acciones, procederes y programas dentro de las
jurisdicciones, planifican y realizan en la perspectiva planetaria.
Las fuerzas constructoras se preocupan y se ocupan de la suerte, el rumbo
y la meta de la civilización. Desde una postura iconológica, Mackay, presenta todo
el ambiente social carcomido y envejecido que exige no solamente un
remozamiento, sino una REMODELACIÓN que barre los escombros, aleja los
restos cadavéricos, limpia los polvos, remueve los mohos, extirpa las suciedades
y tira todo cuanto es inutilizado. Mackay, al colocarse en el sentido de la historia
e integrándose en las fuerzas constructoras, señala que la construcción se efectúa
con seres vivientes y no con doctrinas patéticas (The meaning of life: Christian truth
and social change in Latin American, editado por John A. Metzger). La sociedad
actual no solo debe ser criticado, denunciado y considerado como generador de
las injusticias, la falta de la libertad y la complejización de los problemas. Hay que
ejercer una institucionalidad que opera dentro de la lógica del bien común y
según las pautas bíblicas. El avance histórico tiene que ser interpretado,
conducido y elevado a un nuevo nivel superior ejerciendo siete acciones: (a)
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observar con minuciosidad la trama de la historia para eliminar lo que existe
contaminado por el pecado y construir lo que debe existir; (b) pensar y saber con
la razón positiva, constructiva y sinérgica; (c) comunicar, divulgar, transmitir y
aplicar la sabiduría y las sapiencias disciplinarias combinando con el poder y la
tecnología; (d) romper con el formalismo, el legalismo, la suntuosidad y el
artificialismo; (e) combatir los cultos patéticos, las ceremonias vacías y los ritos
adulterados; (f) imponer la moral de productores y no las hipocresías fariseas; (g)
lanzarse en las gestas multitudinarias por concretar la civilización solidaria
universal.
No hay que confundir a las fuerzas antagónicas con las fuerzas competitivas.
La lucha frontal entre las fuerzas destructoras y las fuerzas constructoras no
despliegan ni desenvuelven las competencias. No se trata únicamente de las
guerras económicas, sino de un combate en todos los niveles y ámbitos
existenciales. La guerra entre las dos fuerzas contiendes en el mundo global son
DISPOSITIVOS DE PODER. No es un combate para mostrar quién es el mejor y el
mayor, sino QUIÉN controla, dirige y enrumba plenamente al orden social. Se
trata de la operación, la aplicación y de la confirmación de las dos doctrinas: la
legitimidad, la estabilidad y la defensa del modo de producir clasista por una
parte, y por el otro lado, la transitoriedad histórica del clasismo económico y la
emancipación plena del ser social de la opresión y la exclusión. Ambas fuerzas
son multiplicadoras de las ideas y diseminadoras de las manifestaciones
culturales. Los dos bandos cuentan con una base poblacional heterogénea. En las
dos fuerzas se cruzan, se combinan y se plataforman no solamente los intereses y
las aspiraciones, sino también las razas y las clases sociales. La heterogeneidad y
no la uniformidad singularizan a las dos fuerzas en contienda. A pesar de su
nacionalismo, las dos fuerzas, pugnan por imponer el mundialismo, la globalidad
y la universalidad bajo su égida.
Ambas fuerzas reconocen el predominio de la miseria y la pobreza en el
mundo. En medio del progreso, la extensión vigorosa de la industria, el
florecimiento de las grandes ciudades y la acumulación multiplicante centradas
en los países opresores, en los espacios extendidos de los países oprimidos se
ven la pauperización creciente y la inseguridad subsistencial. Esta situación no se
puede resolver con la simple compasión y los actos caritativos periódicos.
Requiere una movilización de las energías usando la coexistencia, la
codependencia, la coparticipación y la corresponsabilidad. La movilización de las
energías para eliminar la opresión y la discriminación generan temores en las
clases sociales opresoras. Piensan ser dañados al perder los privilegios, el
control, el poder, la opulencia y la riqueza. Por eso, reconociendo la fragilidad de
sus haberes y viendo los desastres, tratan de armar una defensa de largo alcance.
Cada día fortifican sus ubicaciones. Pero los colapsos financieros, las bancarrotas
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económicas, las desapariciones de las empresas, el aumento de la delincuencia,
el crecimiento de las poblaciones dependientes totales, las producciones
tecnológicas, las especializaciones en los sistemas de comunicación, el
perfeccionamiento de los transportes y el crecimiento desordenado de las
ciudades muestran que el orden histórico prevaleciente ya no puede conceder la
seguridad y la tranquilidad.
Las dos fuerzas antagónicas en el mundo actual, las destructoras y las
constructoras, son impulsoras, defensoras y fomentantes del progreso. El devenir
se asume como una línea sucesiva de eventos y acontecimientos escalonados
hacia el bienestar. Las dos fuerzas son exponentes de la libertad. Por impulsar el
productivismo, dar el énfasis decisivo al poseer y al tener, causan grandes
destrucciones, impactos y desfiguraciones en la Naturaleza y el Universo. A la
ciencia y a las tecnologías convierten en las dinámicas, los factores, los
mecanismos y los procedimientos destructivos de consecuencias incalculables.
Al conceder la importancia al desarrollo y el uso de las tecnologías, actualmente
a las automatizadas y digitalizadas, fomentan y acontecen la aniquilación de la
diversidad biológica. La destrucción del medio ambiente natural es atroz. Las dos
fuerzas siembran el terror, la violencia y la muerte siempre en la visión de que el
mañana y el porvenir serán mejores.
A lo largo de la historia del modo de producir clasista, el ser social, en la
exploración y la disposición de los contenidos y los componentes de la Naturaleza
y el Universo viene causando una denigración y la degradación de la base
económica. Las fuerzas destructoras, por fabricar y disponer las armas de
destrucción masiva y de largo alcance, mantienen a la humanidad en zozobra
permanente. Las fuerzas de la construcción, por fundar la nueva sociedad en la
misma dinámica del acontecer económico clasista, generan las destrucciones y
las contaminaciones con el mismo ritmo, densidad y amplitud que la vieja
sociedad clasista que se pretende revolucionar. Ambas fuerzas operantes en el
mundo, por construir y conducir la sociedad sin los valores y las virtudes bíblicas,
son total y completamente infravalorantes de la vida. La desvaloración de la vida
acontece de tres maneras: (a) la pérdida de las posibilidades de generar el valor;
(b) el cambio en el metabolismo global; (c) el impulso del desarrollo de los
instrumentos de producción sustituyendo y desplazando al ser social. Ambas
fuerzas son incapaces de atender y satisfacer plenamente las necesidades
crecientes.
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Capítulo III
Ser agentes transformados de la
transformación
Quienes tuvieron la oportunidad de disfrutar con el contenido de El Sentido de la
Vida, Mas Yo os digo, El orden de Dios y el desorden del hombre, Ecumenics: the
science of the church universal, El sentido presbiteriano de la vida, Los intelectuales
y los nuevos tiempos y, de manera especial, Prefacio a la teología cristiana, con
toda certeza, hallaron en Mackay a un apóstol que inspira a penetrar en los
secretos de la revelación y anclarse en la dinámica ascensional. Su forma de
pensar y saber irradian las luces necesarias para el desarrollo integral
accediendo a ser más y mejor. Todas sus creaciones científicas y teológicas,
impregnadas de una unción persuasiva, abren a las preciosas gracias que
cimientan todo avance al porvenir.
El apostolado que ejerció, al tener por foco y fuente la personalidad y la
misión de Jesús, armado con la ciencia universal que es el ecumenismo o el
universalismo, llegó a perfilar un sentimiento renovador en el cristianismo
protestante. Sus diversas apreciaciones de la sociedad contemporánea, el
capitalismo imperialista, llevan incluso a algunos a afirmar que Mackay es el
precursor de la teología de la liberación (Paul Lehman, Also among the prophets;
Varios Autores, Juan A. Mackay: un teólogo del camino; John Sinclair, Juan A.
Mackay, un escocés con alma latina). Quienes afirman de esa manera, al confundir
la lucha por la justicia social con el liberacionismo, desconocen un suceso: la
teología de la liberación admite abiertamente utilizar el método dialéctico,
mientras Mackay combate al marxismo. La diferencia entre el saber teológico de
Mackay y de Gustavo Gutiérrez es profunda y radical. Únicamente llegan a
acercarse en el uso de la Biblia.
Son cuatro las situaciones que colocan a John A. Mackay en un estrado
especial en el movimiento ecuménico: (a) ser cristiano y ser discípulo de Jesús
significan y conllevan ser agentes transformados de la transformación; (b) la
democracia como poder, forma de gobierno y sistema político tiene su asiento en
el cristianismo; (c) el cristianismo quedó contaminado, saturado y atrapado por
las descomposiciones y los males históricos del mundo y que debe ser purificado
en un volver a las fuentes primigenias; (d) el devenir es un avanzar y trascender
siempre hacia la nueva creación (Prefacio a la teología cristiana; Realidad e
idolatría en el cristianismo contemporáneo; Christianity on the frontier; Christian
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reality & appearace; Carta a los presbiterianos). A pesar de vivir varias décadas en
Suramérica, una geografía de grandes tensiones, siguió pensando desde la óptica
anglosajona. Los diversos cristianos que plantean la localización de la teología,
pero sin comprender la cosmogonía ancestral, simplemente extienden e
implantan el pensar y el saber teológicos formulados en los países opresores. La
razón es simple: asumen la misma mentalidad colonialista de que las poblaciones
latinoamericanas son gentiles, paganas e idólatras a las que se deben evangelizar,
cristianizar y convertir. Con diversos giros lingüísticos, el pensar sobre Dios de
los opresores, afirman que es la teología indígena, pero sí usando tardíamente los
diversos componentes de la cultura nativa.
La parte central de la misión y la teología de Mackay es la exigencia de
Jesús para dirigirse a la meta: la total transformación del ser social. El nuevo
nacimiento, la emancipación, es la clave del vivir los mandatos de ELOHIM. A
partir de la transformación elabora el pensar y el saber teológicos como un vivir
la presencia de ELOHIM en las condiciones actuales. Para Mackay, la
transformación, no es una simple categoría filosófica, política y económica, sino
un proceso continuo y nivelado de mejoramiento, purificación, santificación y de
perfeccionamiento en el desarrollo, la ascensión y la expansión. Una
interpretación de Prefacio a la teología cristina, pero enlazada con el Orden
de Dios y el desorden del hombre, muestra de manera fehaciente que la vida
de santidad ascendente es una emancipación con la transformación, en la
transformación y para la transformación.
Al señalar sobre el lugar y el rol de la historia en el fluir de la vida, el
espacio de búsqueda y encuentro o como desafíos y respuestas, en donde la
iglesia y el cristiano concurre en la construcción de la sociedad y la civilización,
declara la diferencia sustancial entre ser seguidor de Jesús y vivir la vida sin ÉL:
somos agentes transformados de la transformación. No es la doctrina, la moral
y la buena conciencia que señalan la diferencia con los llamados no cristianos, no
creyentes y los que no forman parte del pueblo de ELOHIM. La diferencia entre el
vivir en santidad y el estar en depravación está en la emancipación, la
transformación y en la ascensión. Santiago y Pedro son precisos al expresar que
esta santidad, el vivir conforme a la voluntad y los mandatos de ELOHIM, acontece
las buenas obras.
La teología de Jesús, el logos presente y el camino al Padre, implica una
cuaternaria transformación: la encarnación, la transfiguración, la resurrección
y la ascensión. Los cristianos que no perciben, asimilan y viven estas cuatro
transformaciones no son ni pueden ser los portavoces de ELOHIM. Mackay, un
pensador ecuménico, llega a postular esta transformación en respuesta a la era
de la revolución proletaria mundial iniciada por los bolcheviques. Efectuando una
38
crítica a la revolución rusa, en vez de polemizar sobre la doctrina marxista,
observa el problema que no llegan a considerar los conductores del comunismo:
la revolución cultural, la revolución espiritual o la revolución superestructural. Al
planteamiento marxista, cambiada la base económica se cambia la conciencia y
la superestructura, responde con un asunto teológico: el problema de la
humanidad no se encuentra en la base económica, sino en la superestructura. La
Biblia es contundente al respecto: ADONAI VIO LA DEMASIADA MALDAD EN LA
TIERRA PORQUE EL SER HUMANO SIEMPRE PIENSA EN HACER LO MALO
(Génesis 6). Con la razón antiedénica, la razón negativa y la razón utópica el ser
social denigra, contamina y destruye su contexto general, su ambiente natural y
su hogar primigenio. Mackay tuvo que mostrar a los revolucionarios que se lanzan
a la construcción de la nueva sociedad sin las clases sociales una condición
esencial: la purificación mental, la liberación del fetichismo, la eliminación de la
cauterización de la conciencia y la emancipación de la esclavitud espiritual.
Para Mackay, las fuerzas de la construcción, tienen que cumplir con la
condicionalidad determinante: ser agentes transformados de la transformación.
La preparación espiritual, la conciencia clara y la mente abierta son los rasgos de
los integrantes de la comunidad litúrgica que opera la comunidad de bienes. Esta
exigencia no es por los nuevos tiempos, sino ES LA SITUACIONALIDAD por la
expulsión del Jardín de Edén para seguir recibiendo la bendición del Creador. La
transformación total tiene un triple proceso: (a) la continuidad de la realización de
los mandatos primigenios de ELOHIM de laborar y cuidar, ser fecundos,
multiplicarse y poblar; (b) la comunicación entre el Creador y la creación
constante con ciertas interferencias que deben ser restituidas a su plenitud,
diafanidad y directa; (c) la alteración en el acceso, la apropiación, la disposición
y el disfrute de los contenidos y los componentes de la Naturaleza y el Universo
que deben ser transformados para que prevalezca planetariamente la soberanía
absoluta de ELOHIM. Estos procesos son los elementos centrales de la
transformación, la emancipación y de la construcción.
La transformación no es con la finalidad de mejorar, embellecer y adornar
al orden histórico clasista en fatalidad. Tampoco es para convalecer, estabilizar y
refuncionalizar a la sociedad criminógena y degenerada. La transformación en la
postura y la misión de Jesús es completa, definitiva y universal: el viejo ser tiene
que morir y quedar eliminado; la generación de víboras y asesinas tienen que
desaparecer; los que denigran y se enseñorean sobre los demás deben quedar
arrasados; la legalidad y el formalismo tienen que ser barridos; el comercio carnal
y el negocio religioso deben quedar quemados; los ricos y los poderos dejan de
existir; los desahuciados, los excluidos, los menesterosos, los pobres, los
miserables y los despreciados son elevados a la dignidad y el vivir en plena
satisfacción de sus necesidades; la moralidad farisea debe ser desechada; las
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banalidades, las complacencias, las ostentaciones y los despilfarros tienen que
desaparecer; la expulsiones, las migraciones, los confinamientos y las
dispersiones por causa del hambre tienen que dejar de acontecer. Solamente así
se arriba a la comunidad de bienes dentro de la comunidad litúrgica. Solamente
en esta medida y en este sentido, los transformados, llegan a cumplir su rol de
SER LA LUZ, LA SAL Y LA MIEL en este mundo. Solamente cuando hayan
desaparecido todas las maldades de la mente y el corazón de los transformados
se llega a ser LA VOZ Y EL ENVIADO de Jesús. Una vez recibida y se vive la
transformación, desplegando el amor en su doble ritmo, se conforma la
comunidad de espíritus. Una vez emancipado de la opresión y del sojuzgamiento
se participa en la misión ecuménica.
Mackay presenta al proceso de la trasformación con triple carácter. El
carácter protogénico conforme a Colosenses 1. El carácter condensador de la
continuidad histórica y la marcha a la plenitud conforme a Gálatas 4, I Timoteo 2 y
Efesios 1. El carácter ecuménico que eleva la universidad del pueblo de Israel a
la globalidad y la totalidad existencial conforme a I Timoteo 2, Génesis 12, Gálatas
3, Romanos 10, I Corintios 15, Hebreos 2, II Corintios 5, Isaías 43-44 y Apocalipsis
21. Precisamente aquí reside la UNIDAD INSEPARABLE y la DIVERSIDAD
INFRANQUEABLE de la complejidad orgánica que es el cuerpo de Jesús. La
transformación que acontece la emancipación y el desarrollo pleno se guía por
dos pautas: No conformarse ni adaptarse a este orden social, sino transformarse por
medio de la renovación (Romanos 12); Tener la mente de Jesús y alcanzar su estatura
(Colosenses 3; I Corintios 2; Filipenses 2; Gálatas 2; Romanos 15; Efesios 4).
Para John A. Mackay, la transformación, es un avanzar al porvenir en un
continuo perfeccionamiento (Filipenses 1.3; Mateo 5; Levítico 11; Hebreos 12;
Colosenses 1; I Juan 3; I Pedro 1; Santiago 1). La emancipación es un acto único,
pero la trasformación es un proceso, porque concurren cuatro sucesos
concatenados: el desarrollo desigual, la santificación, la ascensión y la
cristificación. En este proceso, el ser social emancipado, tiene que purificarse en
forma permanente, despojarse de todas las viejas formas de vivir y desplegar una
vida sin contaminaciones. No se trata únicamente del crecimiento espiritual, sino
de la globalidad del ser. Ser más y mejor es la pauta bíblica hasta alcanzar la
plenitud y la comunión.
La transformación sucede con cuatro acontecimientos inseparables. La
construcción de lo que debe existir, prevalecer y progresar. Para esta labor es
preciso e imprescindible la realización de las demoliciones, las destrucciones y
las remociones de lo viejo y lo caduco. La construcción en términos bíblicos no se
efectúa con los retazos, los fragmentos y las ruinas de lo viejo, sino con agentes
sujetos transformados utilizando los recursos, los medios y los instrumentos
40
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  • 1. DESPERTAR Y REALIZAR (John A. Mackay y el Poder) SERAPIO MUCHA YAROS CENTRO TRANSDISCIPLINARIO PARA EL HUMANISMO ECONÓMICO, A. C.
  • 2.
  • 3. DESPERTAR Y REALIZAR (John A. Mackay y el Poder) SERAPIO MUCHA YAROS
  • 4. Primera edición México, 2020. © Derechos reservados por el autor. muchayaros@gmail.com civilizacionsolidaria@yahoo.com
  • 5. CONTENIDO Introducción 7 Capítulo I El balcón y el camino 13 Capítulo II Las dos fuerzas contendientes 27 Capítulo III Ser agentes transformados de la transformación 37 Capítulo IV La nueva sociedad 45
  • 6.
  • 7. Introducción John A. Mackay es un alma que camina de Norte a Sur, donde adquiere la pulsación andina. Con el vibrar de los Andes, rodeado por las dolorosas carencias de las poblaciones que buscan una dicha en el vivir, considera que la vocación de ser hombre es la más compleja, difícil y permanente tarea. Desde su arribo a América del Sur, impresionado por los cerros enlazados y altos, contempla la grandeza de la creación y las maravillas que confieren las geografías. Confrontando su tierra natal con la orografía que recibe amigablemente, al reconocer que existen convergencias y diferencias sustanciales, aclama que el sentido de la vida no es monótono, sino dinámico, variado y tiene un rumbo claramente fijado. En su recorrido estampa una J que expresa a ELOHIM que siempre guía, bendice y protege. Sus percepciones y auscultaciones de la realidad histórica, con toda certeza, muestran que el mundo está dividido en dos partes completamente opuestos. Al salir de la tierra que sigue las orientaciones de Juan Calvino con su regla: la fe es civilización y cultura, encontrando a las poblaciones formalmente cristianizadas, llega a decir que el Cristo español no solo se encuentra crucificado, sino que también crucifica con la aleación europea de la cruz, la espada y el fusil. El HOMBRE DE GALILEA, a quienes sus seguidores llaman el Cristo, en el Nuevo Mundo se halla nuevamente perseguido, anatemado, maldecido y triturado. Descubre que en la tierra del comunitarismo inkaiko, Jesús de Nazaret, es presentado en figuras variadas. Se trata de cristos y jesucitos hechos a la medida romana. Frente a los intelectuales suramericanos que siempre adulan las ideas exógenas, se maravillan por lo ajeno y se enorgullecen por las doctrinas que cauterizan las conciencias, en una conferencia dada en Cajamarca, el lugar del suplicio de los conductores del comunitarismo primigenio, anuncia la condición y la calidad de los nuevos científicos en la era de la revolución proletaria. Al establecer dos instituciones milenarias, la iglesia presbiteriana y el colegio Anglo Peruano (San Andrés), se coloca entre los personajes de mayor relevancia en el Perú. Al entrar en diálogo controversiante con los intelectuales y los conductores de las vanguardias, en vez de defender a las doctrinas adocenadas y al formalismo cristiano prevaleciente, se coloca en la dimensión profética de Jesús. Mackay es un indagador incansable de la personalidad y la misión de Jesús de Nazaret. En ÉL encontró tres fórmulas fundamentales para combatir al culto adulterado y a la idolatría: el orden de Dios quedó alterado, obstaculizado y trastornado con el desorden del ser social que debe y tiene que ser barrido para 7
  • 8. que el designio y los mandatos de ELOHIM se realicen plenamente; la maldad, la degeneración y la descomposición social tienen que ser combatidas, eliminadas y superadas con la ascensión universal; seguir a Jesús implica y conlleva ser los agentes transformados de la transformación. Bajo estas bases ontológicas, gnoseológicas y epistemológicas despliega su labor docente, misionero, conductor y científico. Son las tareas y las vocaciones inseparables de quienes se hallan insertados en la doctrina de la emancipación. La salvación, la liberación, la transmutación y la transformación de lo viejo y lo caduco es una labor constante con la aplicación de la doctrina de la emancipación. El cristiano si es fiel a su convicción y consecuente con su fe tiene que concurrir en la construcción de la civilización solidaria universal. Es importante reconocer que en el Planeta recorren y chocan dos fuerzas vivas organizadas: (a) las fuerzas de la destrucción, la contaminación y de la descomposición; (b) las fuerzas de la emancipación, la construcción, el desarrollo y de la ascensión. Cada bando está conformado por una diversidad de grupos, movimientos y poblaciones. Se trata de la lucha de clases. En esta lucha concurren y participan creyentes y no creyentes, religiosos e irreligiosos, sabios e ignorantes o los defensores del orden histórico clasista y los constructores de un nuevo orden social sin injusticias, opresiones, violencias y derramamientos de la sangre. Entre estas dos fuerzas no existen los campos de convergencias y no pueden darse los consensos. Son fuerzas completamente antagónicas. La teología en esta gesta multitudinaria no es una especulación, sino una sapiencia enrumbante de la marcha al porvenir. El sentido presbiteriano de la vida, en la postura de Mackay, es el camino democrático que defenestra plenamente al camino burocrático, corporativo y episcopal. Es el camino por el que transitan y tienen que caminar los pueblos. Precisa y exactamente, en este camino del pueblo, tiene que demostrarse lo que es ser el hombre pensante y actuante. La teología, inseparable de las demás sapiencias disciplinarias, por unir los dos polos lejanos existenciales: el origen y el destino de la humanidad, no es una doctrina codificada y canonizada, sino un pensar y saber sobre el rol del espíritu en la ascensión de la materia. Desenvolviendo la crítica y la apología, el debate y el esclarecimiento, John A. Mackay, entra a una profunda discusión con las tres corrientes del pensamiento latinoamericano: (a) con el rancio conservadurismo que defiende la herencia colonial; (b) con los exponentes del radicalismo liberal burgués; (c) con las posiciones del proletariado. Con cada corriente deslinda su posición, pero sin llegar a comprometer los elementos esenciales del protestantismo histórico. Como protestante ortodoxo, calvinista de primera línea, cual caminante a Emaús con el corazón ardiente, vuelve al mundo anglosajón para explicar y convencer 8
  • 9. que los países oprimidos se hallan postrados y que solamente serán levantados cuando reconozcan a Jesús en la partición del pan. Enamorado de la ruta ascensional que lleva a la nueva creación, colocándose en la exigencia de Pablo de no amoldarse a este mundo ni conformarse con sus deleites, se lanza al combate porque el poder supremo y absoluto de ELOHIM quede entronizado en la nueva realidad objetiva subjetiva. No es el evangelio social que vino a predicar y anunciar Mackay. No es la sana doctrina que vino a defender y esparcir. Es la doctrina de la emancipación plena, total y definitiva del se social. No es la salvación de las almas que predicó Mackay, sino la cristificación y la ascensión. Vino a mostrar el sentido de la vida siguiendo las huellas, el ejemplo y la vocación de Jesús. Tampoco es el sectarismo eclesial y el dogmatismo confesional que llegó a diseminar en América, sino la libertad de creer, pensar y expresarse. Para eso plantea la ciencia universal del cristianismo: el ecumenismo. Esta ciencia no es una convocatoria a la unidad de las iglesias solamente, sino la actualización del universalismo religioso del pueblo de Israel. Es el llamamiento a marchar a la conformación de una sola economía, política y cultural universal. Para Mackay, la meta de la humanidad, es la única realidad objetiva subjetiva: la sociedad de gran armonía o la nueva creación. Quienes no entienden el rumbo de la marcha del ser social, por ceguera doctrinal, jamás podrán entender el ecumenismo defendido, operado y postulado por John A. Mackay. Por su caminar en los dos tipos de países, opresores y oprimidos, en vez de acontecer una simbiosis de las mentalidades cristianas, se coloca en el intercambiador y el intermediario entre la cultura anglosajona y la cultura latina. Con esa apertura de Jesús a todas las posiciones políticas de su tiempo, la radicalidad de Calvino y la voluntad de los pioneros, John A. Mackay, combate al romanismo cristianizado y al cristianismo romanizado. Como protestante calvinista, considerando que la religión y la política, no son ni pueden ser ámbitos existenciales alejados, asume la defensa de la democracia liberal burguesa protestante. Su participación en las revistas Hispania y La Nueva Democracia obedecen a una inquietud y búsqueda especial: la compenetración, la interacción y la interlocución espiritual entre el Norte y el Sur, las potencias y las superpotencias y los países oprimidos, y, la cultura anglosajona y la cultura latina. Su anticomunismo no es rabioso ni furibundo, sino pausado y meditado. A los recalcitrantes anticomunistas, en especial al mccartismo, por su proceder policiaco, urticaria, labor de soplonaje, patriotero y acusatorio indiscriminado, combate sin piedad. Llama a los cristianos, particularmente a los presbiterianos, a comprender la dinámica del mundo contemporáneo. Porque sin la interpretación de las fuerzas que combaten en la sociedad actual, sin conocer sus 9
  • 10. orígenes y sus alcances, no puede cumplirse la misión. El deber y la tarea de los cristianos no es combatir al comunismo, sino a las diversas formas del culto adulterado y la idolatría que pululan dentro del cristianismo. Esa fue el problema histórico del pueblo de Israel y también es el problema acuciante de la actualidad. La única certeza para el creyente se impone no en términos de disyuntiva, sino de imperativo procesual: marchar al destino meta que es la nueva creación eliminando a la maldad. Todas las creaciones científicas de John A. Mackay, teniendo como foco incólume a la teología, sostiene una sola tarea: concurrir, participar y realizar la construcción de la civilización solidaria universal. Sin dicha operación no suceden ni se concretan las categorías teologales. Las virtudes, los valores y la moral que acompañan en esta construcción son los mandatos primigenios de ELOHIM claramente detallados en los dos primeros capítulos de Génesis. Estas órdenes quedaron condensadas por Jesús en la doble dimensión del amor: al Creador y a los semejantes. Mackay es preciso en sus comentarios a Efesios que, la construcción de la civilización solidaria universal, por ser un proceso de cristificación y ascensión, no separa las dimensiones existenciales. Todos los ámbitos de la vida confluyen en esta construcción. El desarrollo, la expansión y la ascensión del ser social es plena, integral y global. La emancipación es total. Para Mackay, el poder, ocupa un lugar especial dentro del orden, la disciplina y la jerarquía universal. La política es un ámbito necesario e imprescindible de la existencia. La organización y la conducción de las instituciones, de manera especial de la iglesia, suceden con el poder. Es el poder, la fuerza, la energía y la autoridad de ELOHIM, su espíritu y de su enviado que es Jesús. El cumplimiento de la misión es el ejercicio del poder. Como tal choca y destruye los poderes establecidos. Es el poder supremo y absoluto universal que no admite la soberbia, el autoritarismo, el militarismo y el armamentismo. DESPERTAR Y REALIZAR (John A. Mackay y el Poder), una reflexión sobre el camino democrático, convoca a quienes asumen al protestantismo como la levadura y el fermento espiritual del capitalismo, a valorar la actualidad y la pertinencia de la revolución burguesa. La regla de Calvino: la iglesia transformada debe avanzar transformándose, en las actuales condiciones del capitalismo imperialista planetarizado, tiene que ser novado. Cuando el neoliberalismo niega el origen protestante de la ideología liberal democrática burguesa, con la imposición del proceder romano recodificado, se impone como tarea perentoria la reconversión de la revolución que aposentó a la burguesía en el poder. Es fundamental asumir que la llamada REFORMA PROTESTANTE, por su contenido y logros, es una revolución social. El movimiento transformador conducido por Lutero y Calvino, aunado al esfuerzo de una élite compactada, no 10
  • 11. es una simple reforma que reacomoda al cristianismo romanizado. Es una revolución por derrocar a un régimen político, el monopolio religioso, la clase social gobernante y por establecer un nuevo orden social. La revolución protestante no fue únicamente una renovación religiosa, sino una transformación de la sociedad feudal. El protestantismo fue el organizador, el conductor y el propulsor de la revolución burguesa. Las iglesias protestantes primigenias no son simples alejamientos del catolicismo romano, sino la configuración de un orden social diferente. Con grandes batallas en el ámbito ideológico, político y económico, el protestantismo, dio forma y rumbo al capitalismo. No son simples influencias que dio y dotó Calvino a la burguesía, sino una inmediata y directa concurrencia en la organización de la sociedad burguesa y la civilización capitalista. No son grandes los aportes del protestantismo al capitalismo, sino únicos y determinantes. En el mismo cimiento del capitalismo se halla colocado el protestantismo en sus cuatro modalidades: el luteranismo, el calvinismo, el anabaptismo y el anglicanismo. Esta es una verdad incuestionable. Para el protestantismo histórico, las iglesias, no son instituciones únicamente de salvación, sino de la construcción de la civilización impulsando la producción con la mística puritana. A esta tarea invita Mackay. A John A. Mackay, quienes rinden un homenaje, juzgan como un apóstol de la justicia social y un teólogo del camino. Tal apreciación es incompleta. Mackay es la voz de ELOHIM en el siglo XX, es el enviado de Jesús, un combatiente por la democracia, el varón de Dios y el siervo del Señor. Es aquél que respondió al quien llama tal cual sucedió con los profetas: estoy aquí y envíame a mí. Con determinación firme, confiando en el Todopoderoso, se adentra en los espacios de control e influencia del romanismo católico. Entablando un diálogo con uno de los católicos romanos abiertos, Miguel de Unamuno, comprende que existen intelectuales no protestantes que interpretan acertadamente los nuevos tiempos. Reconociendo el rol de la ciencia, la filosofía y de la teología en el proceso de la transformación abre un derrotero completamente nuevo en el pensamiento cristiano. Confluyendo con el nuevo proceder teológico en Europa, Karl Barth, Abraham Kuyper, Charles Spurgeon, Emil Brunner, Jürgen Moltmann, Paul Tillich, Albert Schweitzer, entre otros, cultiva lo que puede llamarse la teología global. En Prefacio a la teología cristiana y en El sentido presbiteriano de la vida condensa todos los logros realizados por la sapiencia teológica dentro del cristianismo. El pensar y el saber teológicos que despliega, por cierto lleva un sello especial de su personalidad, expresa una racionalidad bíblica. Combina la razón y la fe, la ciencia y la creencia, la pasión y la acción, la proyección y la realización. La teología que genera Mackay no es una fenomenología de las 11
  • 12. religiones, una sociología de las iglesias, un catálogo de credos, una sistematización de las normas morales, sino la INTERPRETACIÓN SITUACIONAL del vivir los mandatos de ELOHIM en diferentes territorios, momentos, contextos y circunstancias. No es la ortodoxia y la ortopraxis de quienes siguen los paradigmas y los axiomas establecidos. Tampoco es una razón metafísica que surge desde las aulas o de los espacios cerrados, sino de la lucha constante por la vida y la subsistencia bajo la guía, la protección y la bendición del Creador. La teología de Mackay es la aplicación del principio protestante, evangélico, apostólico y profético: la emancipación del ser social es total con la justificación por la fe y la gracia para que el amor y el servir sean las manifestaciones de ser transformados. Este principio sostiene y envuelve al pensar y el saber teológicos que emergen en la gran marcha de un origen a un destino. Mackay es el continuador de Calvino. Para convocar a un nuevo movimiento revolucionario guiado por la teología, sedimenta en sus escritos, tres criterios básicos. La teonomía por correlacionar el vivir, el creer, el avanzar y el perfeccionarse con la construcción de lo nuevo en la historia. Lo demoníaco como la pretensión de ocupar el lugar del Creador y acontecer la opresión, la violencia, la degeneración y la maldad atando al ser social a la destrucción, la ruina, la perdición y a la muerte. La correspondencia de lo espacial y lo temporal en el fluir de la vida. Cumplir y obedecer los mandatos de ELOHIM en las condiciones actuales se entiende como un salto a la nueva creación. Este acontecer significa que la vida cristiana es una constante pneumática, donde el orden histórico cimentado en las virtudes bíblicas es un sistema de existencia sujeta a la expectación del kairós. Ésta se identifica con la realización del reino de Dios. Para Mackay, el principio protestante, es el juicio profético sobre la situación histórica prevaleciente, pero acontecimiento la transformación, la emancipación y la construcción. De esta manera, el protestantismo, un movimiento con un proceder auténticamente profético y revolucionario, queda juzgado por su propio principio. En esta paradoja existencial, el vivir la fe, significa la transformación total del orden social depravado y la construcción de la nueva civilización en donde no existe la opresión y el despojo. La teología en este sentido opera como un principio crítico, creativo, constructivo y dispositivo. 12
  • 13. Capítulo I El balcón y el camino Se afirma que John A. Mackay es un teólogo del camino. Esta es una consideración ambivalente. Una diversidad de posturas sobre el camino pululan dentro del cristianismo en sus tres vertientes. Unos afirman que la teología se hace desde el camino, otros dicen que es del camino, algunos postulan que es en el camino y no faltan quienes sostienen que es por el camino. Esta variedad de planteamientos sobre el devenir debe dilucidarse con dos pautaciones bíblicas: (a) la ruta de avance es de un origen a un destino (Éxodo 18; Deuteronomio 8); (b) Jesús es la vida, el camino y la verdad (Juan 4 al 14). La teología por estas dos pautas, surge y opera, en la marcha hacia la nueva creación. La Biblia presenta cuatro situaciones sobre el camino, la ruta, el sendero y el recorrido: (a) ‘ÔRAJ y NÂTHÎB que indican un rumbo a seguir; (b) MESILLÂH SÂLAL que denotan la trocha, el trazo y la construcción de la ruta a seguir; (c) los cruces, las redes y las ramificaciones del camino: el camino en la tierra de los filisteos (Éxodo 13), el camino al mar (Isaías 9), el camino real (libros históricos), las rutas prohibidas (Números 20 y 21), las rutas de las conquistas y las invasiones (Génesis 14), los caminos asfaltados (Génesis 16), las conexiones (Proverbios 9 y Ezequiel 39), el camino de los mercaderes (Génesis 37); (d) la ruta de las relaciones mercantiles (libros proféticos). Esta diversidad de caminos solamente tienen dos calzadas: andar en el camino de ELOHIM o vagar en la ruta de la opresión. En la marcha al porvenir, ante el ser social, se presenta como disyuntiva dos caminos: el de la vida y el de la muerte (Génesis 18; Deuteronomio 5 al 31; Éxodo 32 y 33; Salmo 25 a 143; Proverbios 4 y 12; Mateo 3 y 7; Job 16). Seguir el camino de ELOHIM es transitar conforme a los designios del Creador. El camino, en la Biblia, no es una alusión a la manera de vivir de las personas y de las instituciones, sino un proceso-sistema de transformación y construcción siempre dando el salto de una condición inferior a otra dimensión nueva superior. Se trata de seguir el fluir de la vida universal. Jesús al mencionar su condición de guía-ruta, ODOS, indica que en el mundo existen únicamente dos rutas de viaje hacia el futuro: el camino de la emancipación establecido y conducido por ÉL y el camino de la opresión, la destrucción y de la descomposición. El camino de la emancipación, el marchar cumpliendo las órdenes de ELOHIM, se ramifica en tres: (a) las rutas de las 13
  • 14. misiones; (b) las rutas de las interacciones comunitarias; (c) las rutas de confluencia en la marcha a la nueva creación. Las rutas de las misiones son un constante ir y venir. Jesús al recorrer las ciudades, los poblados, los desiertos, los valles y los diversos territorios señala cómo el proceso de la transformación exige los desplazamientos, los movimientos y las migraciones con fines, destinos y acciones precisas. El proceso de la emancipación, siempre ejerciendo la atención a las necesidades básicas y restaurando la materia dañada, sucede con el movimiento ascensional. Es viajar y marchar por cuatro tipos de espacios: (a) los territorios controlados por los enemigos; (b) los sitios despoblados y los desiertos; (c) los lugares jurisdiccionados donde coexisten una diversidad de doctrinas, instituciones y poblaciones; (d) las localidades ubicadas en las entrañas de las potencias y las superpotencias hegemónicas. La sociedad erigida en el modo de producir clasista siempre presenta la VÍA APIA o el camino real. Es la extensa red de caminos que llegan confluyendo a la ciudad meca, el lugar sagrado, la cosmópolis y la metrópolis. Todas las naciones, los pueblos y los países sometidos quieren llegar a la gran ciudad. También los que operan la transformación y la emancipación, movidos por las circunstancias que son las oportunidades generadas por los defensores del camino de la muerte, transitan por esta ruta. En la ruta real, los viajeros, van acumulándose hasta conformar una caravana multitudinaria. En la actualidad, la marcha hacia el Norte, es de las poblaciones expulsadas por las necesidades básicas insatisfechas. Cruzando fronteras y chocando con muros de contención se adentran en las jurisdicciones a su paso. Es sorprendente ver cómo esa caravana que marcha para acceder a los medios de subsistencia, en distintos países, queda retenida, dispersada y hasta perseguida. En su paso, en todas las poblaciones, a cada lado del camino observan la marcha: algunas personas se identifican y brindan el apoyo, otras maldicen y expulsan, unas se carcajean de la belicosidad con que tratan de romper los cercos, ciertas personalidades recomiendan volver a su tierra, los conductores de las jurisdicciones plantean solicitar el permiso y las vanguardias de las distintas clases sociales animan la marcha, pero sin conceder y dar los salvoconductos. Quienes marchan, empapados del sudor y sedientos por el largo recorrido, procuran acontecer la misericordia, la compasión y la solidaridad entre los que miran y observan. Es aquí donde se logra percibir lo que realmente sucedió en la gran marcha por el desierto. Salir de un lugar para llegar a un destino al que muchos llaman el paraíso de los hambrientos y el centro laboral de los agachados, por la existencia de una diversidad de países que hay que cruzar, se convierte en un tormento azotante y agotador. Días, semanas, meses y hasta años se tarda para arribar al destino. En 14
  • 15. el recorrido se llega a experimentar las cuatro calamidades históricas: (a) el desprecio, el insulto y la defenestración de las poblaciones; (b) el trato indigno tanto de las autoridades gubernamentales como de las instituciones que pretenden brindar el apoyo; (c) la exclusión y el confinamiento generalizado en todas las jurisdicciones; (d) la detención, el aseguramiento, la residenciación forzada, el destierro, la devolución y la repatriación. En la ruta acontecen tres fenómenos duraderos: (a) el cruzamiento poblacional; (b) la pernoctación temporal o definitiva sin llegar a la meta final; (c) las diversas formas de obtener los medios de subsistencia. La marcha larga implica resistencia y persistencia, porque sin ellas es imposible tramontar los peligros, vencer los obstáculos y romper los muros de contención. John A. Mackay, por su constante desplazamiento, pudo constatar los estilos de vida contrastados, las sensaciones desesperantes, los peligros diversos, los tratos disímiles, los cansancios y todas las formas del proceder del ser social. Al penetrar en el mundo saturado por las doctrinas, los territorios divididos, las ciudades desordenadas, los mercados saturados, las instituciones repletas de formalismos, las acciones parametradas, las aspiraciones confrontadas, los ideales enfrentados y las personas enemistadas pudo comprender el sentido, el contenido y el significado de las palabras de Jesús: YO SOY LA VIDA, EL CAMINO Y LA VERDAD. Si Jesús vio a las poblaciones cual ovejas sin pastor, Mackay, constató que las personas de los países oprimidos son aplastadas por las figuras, las fabricaciones y las seraficaciones. Esta visión plasmó en El Otro Cristo Español. En este texto, a manera de purificar al cristianismo, presenta a la conquista misionera europea como la represión cultural, la intoxicación cultural y la destrucción cultural. Coincidiendo con José Carlos Mariátegui en diversos aspectos, en especial sobre el rol de la cristianización forzada y formal, afirma que el Cristo presentado, anunciado y paseado por los colonialistas es demasiado manchado con la sangre y lleno de tragedias. Al presentar el panorama espiritual generado por el catolicismo romano, siempre exigiendo la emancipación de este lastre global, indica que el cristianismo impuesto es totalmente distorsionado. No se trata solo del culto patético, suntuoso y superficial, sino de una esclavización cultural, espiritual y doctrinal combinando la cruz, la espada, el fusil, el casco, la coraza y la tizona. En un diálogo con Mariátegui, reconociendo la persistencia de la cosmogonía ancestral comunitaria, plantea asir a Jesús de Nazaret en su verdadera dimensión: HE AQUÍ EL HOMBRE. Jesús se deja ver, asimilar y seguir únicamente en el andar, el viaje y en el movimiento. La pernoctación es temporal, la localización es pasajera, la ubicación es breve, la estancia es efímera, la presencia es situacional, la acción es constante, 15
  • 16. el proceder es circunstancial y el avanzar es indetenible. Por este motivo, el camino y el balcón, no son metáforas. En términos ontológicos, el movimiento y el marchar por una ruta, implica el ser en el estar en el fluir. En términos gnoseológicos, el camino y el andar, son procesos dinámicos que se impulsan según la combinación de los fines y los medios. El fluir de la vida muestra la ruta del avance. La lucha por la vida y la subsistencia no suceden con las metáforas, sino con los desplazamientos que son las caminatas, los viajes, las marchas y los movimientos multimodales y polidireccionales. Jesús al decir que es el camino no habló en parábola, alegoría y en analogía. Indicó su vida como un peregrino que se halla en constante ir y venir. Solo así es el conductor hacia el Padre y al porvenir. Sin los recorridos no se puede cumplir con los mandatos de ELOHIM. El proceder del ser social instalado en el Jardín de Edén muestra que, los desplazamientos y las caminatas, conducen al descubrimiento, la invención, la selección y la nominación (Génesis 2). Caminar señala que el vivir es siempre un movimiento. El fluir de la vida se manifiesta en el movimiento, el desplazamiento y en el andar. Quienes no andan y caminan no solamente son discapacitados, sino vegetativos que en su mayoría son dependientes totales. El pulso, el ritmo, la candencia y la utilidad de la vida se conocen con el andar y en el moverse. Génesis 1 es preciso en comunicar que EL ESPÍRITU DE ELOHIM se mueve eterna e infinitamente. La creación surge con el movimiento y en el movimiento. La realización de los mandatos primigenios de ELOHIM: ser fecundos, replicarse, multiplicarse, poblar, laborar, cuidar, comunicarse y vivir en comunidad es estar en constante movimiento. Vivir en la localización y estar en interlocución con ELOHIM es hallarse en alta movilidad. Hallar la ayuda idónea, conformar la colectividad y disfrutar la gracia del Creador es dinámica y dialéctica. En la Biblia, el caminar y el movimiento, aparecen como las condiciones irrefutables de estar vivos. Inclusive el castigo impuesto a Caín es desplazarse en forma continua, pero llevando el sello de ELOHIM para que no sea eliminado (Génesis 4). Todas las actividades, las acciones y las operaciones que ejecuta el ser social son movimientos, desplazamientos, procesos y sucesos. La estática, la fijeza y la inmovilidad en la Biblia son señales de la decadencia, la inutilidad y de la muerte. El establecerse, el ubicarse y el localizarse en un determinado territorio es consecuencia del caminar, pero a la vez el acontecedor de los movimientos, los desplazamientos, las relaciones y de las acciones. Sin el caminar, sin el moverse y sin el ir y venir no se puede vivir. Todas las conquistas, los logros y los avances de la humanidad son parte, consecuencia y la dimensión del fluir. No hay algo que la humanidad haya alcanzado en la inmovilidad y la parálisis. Los postulantes de la estabilidad, el punto fijo, el 16
  • 17. equilibrio, la invariabilidad y la estacionalidad son divulgantes no del descanso, la permanencia ni de la localización, sino de la quietud, la rigidez, la frialdad y de la muerte. La inmovilidad no existe en la creación. Todo se mueve interna y externamente. El movimiento, los desplazamientos y los recorridos son visibles e imperceptibles. El desarrollo, la expansión y las ascensión de todo cuanto es, está y existe es un fluir, un avanzar y un trascender. El estar parado en algún lugar significa hallarse dentro, encima y envuelto por el movimiento. El ser social se encuentra delimitado por cuatro tipos de movimientos: de ELOHIM, de la creación, de los semejantes y de sí mismo. El caminar y el moverse señalan que el avance no es lineal, sino en forma del curso de los ríos. Dependen de la meta a la que se marcha y los espacios por donde se recorren. Los que afirman la ciclicidad y la linealidad en el fluir de la vida son quienes buscan atrapar el avance en el círculo vicioso o en la contigüidad o la secuencialidad sin ver que el relieve señala las subidas, las bajadas, los barrancos y las zanjas. El caminar no acontece solamente en el llano, en la pampa y en forma lineal. La orografía, la topografía, la geografía y el territorio condicionan el ritmo y la forma del caminar. Precisa y exactamente por esta razón se afirma que el movimiento, el caminar y la marcha al porvenir son en zigzag, serpenteadas y en espiral. Para entender lo que es el camino hay que colocarse dentro de la gran marcha del Pueblo de Israel. El camino siempre señala la ruta que enlaza entre el origen y el destino. Sin la espacialidad mancomunada con la temporalidad no hay camino. La salida de la opresión en Egipto para llegar a la tierra prometida, la herencia ancestral abandonada en tiempos de la hambruna y ya en posesión de otros pueblos, es un suceso de importancia única. Dejar la localización permitida por la potencia opresora, pero llevando todo cuanto es necesario para subsistir, es exponerse a cuatro ataques: (a) los intensos y los múltiples sucesos naturales, meteorológicos y cósmicos; (b) los poderes establecidos, los reinos agresivos y los enemigos desconocidos; (c) las necesidades crecientes, las carencias, las penurias y la escasez; (d) las peleas internas, las sublevaciones, las revueltas y las luchas por el poder y con la finalidad de desviar la marcha. Estos ataques pueden generar dos efectos completamente opuestos: (a) afianzar, templar y fortalecer la marcha; (b) apaciguar, detener y desviar el rumbo. El segundo caso sucedió con el pueblo de Israel. Los ataques de los enemigos de ambos lados, del lugar de salida con las persecuciones y del avance con las oposiciones complementadas por las rebeldías y las desobediencias internas, llevaron a vagar durante cuatro décadas en el desierto. No se perdió el rumbo, Lo que sucedió es demorar la llegada a la meta. En este acontecimiento, la dirección primigenia y las generaciones que se sacudieron del yugo opresor, 17
  • 18. quedaron sepultadas. El problema central en la marcha siempre es la alimentación y la bebida. Mientras las multitudes no tienen calmadas, atendidas y satisfechas sus necesidades básicas, el avance y el caminar hacia adelante, quedan remecidas por las convulsiones. Las insatisfacciones de las necesidades básicas, y no necesariamente la opresión y la exclusión, son las generantes de los descontentos, los levantamientos y de las exigencias. En el acceso y en la disposición de los medios de subsistencia suceden tres eventos: (a) recoger lo indispensable y lo necesario para vivir; (b) recolectar abundante, resguardar, acumular y dejar que se malogren; (c) compartir con los que no puede recolectar ni acceder directamente. Acontecer el segundo evento es desobedecer los mandatos de ELOHIM. La descomposición, la inutilización y el malograr los alimentos es atentar contra la vida. Durante la marcha por el desierto, una diversidad de colectividades sin tierra, se plegaron a la marcha. El caminar queda aclimatado por la multinacionalidad, la multiculturalidad y la multiformidad conformando la unicidad orgánica. La complejidad existencial se ensancha y la conducción tiene que generar las cuatro condiciones para seguir el viaje: (a) las regulaciones políticas, económicas, religiosas, médicas y laborales; (b) la construcción de la comunidad litúrgica inseparable de la comunidad de bienes; (c) la continuidad permanente de las dos instituciones originales: la familia y la comunidad; (d) el proceso de producción que aplica la ciencia, la técnica, los oficios, las profesiones, las vocaciones, las virtudes y los valores. Sin estas condiciones, la marcha y el avance, serían desorganizadas, dispersas y esparcidas. La confederación de las multitudes en el pueblo de Israel, una conglomeración de las colectividades bajo un solo objetivo, llegó a operar con dos condicionalidades perennes: (a) obedecer a ELOHIM y mantenerse fieles a ÉL cumpliendo sus mandatos; (b) no mezclarse, no emparentarse, no compartir su creencia ni aliarse con las colectividades que son ajenas al pacto de la alianza. La prontitud o la demorada llegada a la meta quedan delimitadas por estas exigencias permanentes. No son los enemigos existentes a lo largo del camino quienes desvían del camino, sino los procederes y las acciones de las colectividades confederadas. La peor tragedia de las colectividades en marcha a la meta, aparte de no eliminar las viejas costumbres y las tradiciones asimiladas en Egipto, es la traición: apoderarse de las mejores tierras sin cumplir con los requisitos establecidos para la repartición. Dejar a las mayorías de las colectividades sin tierra, no solamente significa la negación del pacto de la alianza, sino la transgresión total de las dos condicionalidades perennes (Éxodo, Levítico, Número, Deuteronomio, Josué y Jueces). La gran marcha por el desierto culminó con la nueva organización social opresora. La replicación de las monarquías, el establecimiento de los dos centros de atracción: el palacio y el 18
  • 19. templo, el militarismo, la coligación con las potencias y la imposición de las cargas pesadas sobre el pueblo movilizaron a los profetas con sus querellas, denuncias y reclamaciones. La emancipación sin las transformaciones, las purificaciones y las renovaciones constantes reproducen, replican y restauran la vieja civilización y la cultura de la opresión. Desoír y desobedecer a la comunicación de ELOHIM a través de los profetas, al pueblo de Israel dividido y fragmentado, condujo al confinamiento y a la dispersión en las entrañas de las nuevas potencias. Caminar en tierras lejanas y ajenas, añorando la grandeza de las gestas ancestrales y la libertad en la tierra herencia de los patriarcas, significa experimentar las calamidades, las tragedias y las violencias ocasionadas por los invasores (Salmo 137). Volver de lejos y encontrar al país desolado, destruido y quemado en sentirse enterrado vivo (Esdras; Nehemías). Con el caminar y en el caminar se llegan a enfrentarse una diversidad de estilos de vida, los modos de aglomerarse y las formas de acceder y disponer los medios de subsistencia. La diversidad orográfica, los tipos de suelo, las extensiones de las jurisdicciones, las diferentes existencias y la multiplicidad de las ocupaciones económicas se conocen, se aprenden y se utilizan en el y con el caminar. El camino, el movimiento y el desplazamiento implican tener los pies firmes en la tierra, en la realidad y en el progreso. Caminar significa estar en contacto inmediato, directo y constante con las tres realidades concatenadas: la Naturaleza y el Universo (la realidad total), la sociedad (la realidad sujeta a la transitoriedad) y las otras personas (las relaciones múltiples). Marchar, recorrer y viajar por ser esenciales en la existencia, al indicar que la vida fluye, muestran la manera en que el ser social se identifica, aprecia, dispone y se beneficia con todas las existencias y los contenidos y los componentes de la Naturaleza y el Universo. Tiene toda la razón el autor de Camino: consideraciones espirituales (Josemaría Escrivá de Balaguer) que, únicamente en el caminar y en el andar, se logra configurar un estilo de vida abierto a la totalidad. John A. Mackay, interpretando los recorridos de Jesús, pudo advertir que el andar, el marchar y el caminar son eventos ecuménicos. La universalidad, la irrevocabilidad y la imprescindibilidad del camino señalan que el fluir de la vida, el vivir en comunidad y el luchar por la subsistencia son sucesos globales, transespaciales y transgeneracionales. El espacio y el tiempo se abrazan permitiendo el situarse geográfica e históricamente. Esta situación se constata en el pueblo de Israel y su continuidad: la salida de los ancestros de Ur de Caldea, la pernoctación en la tierra de Canaán, la esclavitud en Egipto, la gran marcha por el desierto, la lucha por la posesión de la tierra, el sojuzgamiento monárquico, la dispersión en diferentes territorios de las potencias, la reconstrucción nacional, 19
  • 20. la lucha de los macabeos, la opresión romana, la misión de Jesús, la conformación de la primera comunidad cristiana y la expansión del cristianismo. La realización de la misión ecuménica, teniendo como eje a Jerusalén y llegando hasta Roma y España, es la señal irrefutable del caminar. Sembrar y germinar la semilla de la emancipación, cuidar la planta y obtener sus frutos, son asuntos del caminar, actuar y estar en movimiento. El camino, el espacio que va de un inicio a una meta, guiado por el arco direccional que es el ESPÍRITU DE ELOHIM, es el lugar donde convergen y se envuelven lo divino, lo natural y lo humano. A la vez en este sitio se encuentran lo conocido y lo desconocido, lo realizado y lo que está por efectuarse, lo vivido y lo que se espera, lo que existe y lo que tiene que existir, lo antiguo y lo nuevo, lo complejo y la megacomplejidad, la maravilla y el misterio, la experiencia y el descubrimiento, lo puro y lo sagrado, la disposición y la ampliación, y, lo ordinario y lo extraordinario. Quienes no andan ni caminan, aparte de vivir una vida rutinaria y opaca, son incapaces de encender el fuego purificador que recorre por el Planeta prendiendo la luz en las mentes, dando el calor en los corazones y asentado la efervescencia en las conciencias. La vida, la existencia y el desarrollo tienen su materialidad, su realización y su trascendencia en el camino. El proceso histórico es un marchar del pasado al porvenir. La personalidad, la identidad, la autenticidad y el realismo se logran con el caminar. Bernard Logan (Método en teología; Insight) afirma que el conocer, un resultado del vivir laborando en la conjunción de los deberes y los derechos, es un descubrimiento, una autentificación, una afirmación y una respuesta de lo real mediante un permanente saltar, brincar y recorrer hacia la madurez, la perfección y la aprehensión del sentido pleno. Para tal suceso hay que partir de la confluencia del espacio y el tiempo, donde se vive y se concreta la revelación. Sin recorrer y sin caminar, las Escrituras, se reducen a bellos juegos de ideas o de afectos que no tienen raigambre ni correspondencia con la vida. Sin comprender el realismo transformador de Jesús, un auténtico caminante que atiende a las necesidades del ser social según su interés candente, es imposible asir al ser intencional y al ser operante compactado. El flujo, el movimiento y el marchar permiten conocer y aprehender el cambio, la transformación, el desarrollo y el avance. El decurso es diversificado por la presencia de perspectivas distintas y manejos diferentes de la realidad objetiva subjetiva natural e histórica. El camino, en esta sentido y modo, es constitutivo de la comunidad, el avance y de la trascendencia. El camino adquiere relevancia cuando se halla totalmente compactada con la vida y la verdad. Existen dos problemas gnoseológicos sobre Jesús el camino: (a) por el camino y la verdad se llega a la vida; (b) por el camino y la verdad se 20
  • 21. alcanza la vida. Tales propuestas son totalmente negantes de la teología de la creación. Génesis 1 y 2 muestra al SER EN EL ESTAR como fuente primaria y origen de todo cuanto es, está y existe. Del ser absoluto universal procede la vida. Ser, estar y vida son anteriores, envolventes y posteriores al espacio. ELOHIM es la fuente, la causa y el origen de todo lo que condensa la Naturaleza y el Universo. Precisamente en este contexto global, medio general y entorno total surgen y se establecen los caminos. Tal acontecimiento indica que el camino existe únicamente cuando la vida fluye. Con el camino y por el camino no se llega ni se alcanza la vida, pero sí la verdad. En el camino, siempre estando en movimiento y avance, se muestra que la vida se replica, se diversifica, se multiplica y prosigue. La continuidad de la especie sucede con el caminar, el movimiento y la replicación. La creación de la historia, la organización de la sociedad y la construcción de la civilización suceden con el caminar. La pregunta filosófica pertinente no es de dónde venimos, sino ¿a dónde vas? (Juan 13). El rumbo al destino, el recorrido a la meta y la marcha al porvenir denotan el IR y el seguir. El ahora no pueden ir significa que, para llegar a la casa del Padre, hay que transitar un trecho extenso, vivir en constante transformación y saber ascender con la cristificación. Para alcanzar el fin (el lugar de llegada) hay que caminar y transitar. Jesús no es el camino, la ruta y el rumbo a la verdad, sino es el fluir de la vida que se dirige a la fuente original de la existencia. Jesús es el sendero a la mancomunación del origen y del destino: viene del Padre y vuelve a ÉL abriendo el paso para que sus seguidores lleguen en el momento oportuno. En este sentido, el camino, tiene una dimensión emancipatoria y una perspectiva expansiva (Salmo 85 y 118; II Pedro 2; Mateo 7). El camino en términos bíblicos es la marcha a la nueva creación generando tres sucesos: (a) la continuidad histórica de laborar y cuidar para que la fecundidad, la replicación, la multiplicación, el poblar y el vivir en comunidad sigan persistiendo; (b) la construcción de la civilización jalonados por hitos; (c) la lucha constante contra las fuerzas visibles e invisibles que oprimen, alienan y descomponen al ser social. El camino presenta un gozne: lo antiguo opera en el presente, el presente llega a bifurcarse entre el pasado y el futuro, pero el futuro queda anticipado. El camino es una realidad siempre actual, pero orientado y en avance al futuro. IR AL PADRE es un marchar de a, pero solamente teniendo la vida y asimilando la revelación en persona (la verdad). El itinerario es fundamental para avanzar y arribar a la meta. Es importante asumir que, EL LOGOS, estaba en la fuente origen, opera en la actualidad y está dirigido a. La intercomunicación de Jesús con el Padre, de Jesús con sus discípulos y de los discípulos con las comunidades de fe señala que el logos tiene un rol transaccional precisamente en el camino. Así, el ir al Padre, es un movimiento ascensional. Solamente para Jesús el movimiento primero es descendente y luego ascendente. Tal es el fundamento para afirmar 21
  • 22. que Jesús es el camino: el trayecto central, ordenado y coherente que conduce del pasado al porvenir. Jesús es la vía de la luz y el fluir de la vida. Jesús siempre exige moverse y andar. LEVÁNTATE Y ANDA es el imperativo para dirigirse a una nueva dimensión del vivir. Tal es la condición para quedar transformados, emancipados y restituidos en la organicidad vital. John A. Mackay, comprendió plenamente la condición y la calidad de ser el camino de Jesús, para asentar que andar y marchar significa relacionarse con todas las dimensiones de la vida, donde las muchedumbres agitadas viven inmersas en la diaria lucha por la vida y la subsistencia. Prefacio a la teología cristiana es una invitación a pelear la buena batalla en un contexto violento, malvado y descompuesto. Cuatro procesos-sistemas plantea Mackay con relación al camino: (a) “Con el camino se busca un fin, se corre el riesgo, se derrama a cada paso la vida”; (b) “el camino a Emaús es el camino de nuestros tiempos”; (c) “el camino es el símbolo de una experiencia inmediata de la realidad, en que el pensamiento, engendrado por un serio y vivo interés, genera a su vez la decisión y la acción”; (d) “Y por eso la teología tiene una tarea, la de devolver el sentido a la vida, la de restaurar los cimientos sobre los cuales se pueden construir toda vida verdadera y pensamientos verdaderos”. That Other America, una descripción de la geografía americana, señala a Mackay como un andante espacial y temporal. Sus viajes de Norte a Sur y de éste a aquélla muestran su admiración por los Andes. Al cruzar Aconcagua, el cerro de mayor altura en América, no solamente logra divisar la accidentada geografía, sino también sentir las vibraciones en las alturas. Mackay pudo experimentar los cambios drásticos que se presentan entre un espacio y otro. Observando desde el valle la cima de los cerros y mirando desde las nubes a los valles, arriba entre los picos y abajo entre las cavernas, con el Salmo 8 llega a percibir la universalidad y la particularidad. A la vez en el caminar encuentra dos sucesos permanentes en la vida: (a) el compañerismo, la cordialidad y el colectivismo en la marcha al futuro; (b) la obtención de los medios de subsistencia en todos los espacios y tiempos. Vivir es caminar. Caminar en penetrar en la Escena Contemporánea narrada y caracterizada por José Carlos Mariátegui. En este caminar no se defienden las doctrinas adocenadas, las instituciones eclesiásticas carcomidas, las creencias rellenadas con supercherías ni la moral vergonzante: “Lo que más necesitamos en este momento no es una defensa de la religión, del cristianismo o de la iglesia cristiana”. Mackay es preciso en declarar que la sociedad actual requiere y exige personas capaces de ser varones y mujeres que perciben el ROSTRO y oyen la VOZ de ELOHIM en la construcción de un orden nuevo y superior al que existe. Donde el ideal, la pasión y la esperanza que mueve al ser social es la nueva 22
  • 23. creación. Para tal suceso y acontecer es preciso que se reconozca la soberanía total de ELOHIM. Sin este reconocimiento y operatividad toda empresa humana es superficial, insignificante y destinada al fracaso. Todas las obras que buscan imponer la soberbia, la ostentación y la vanagloria siempre quedan derrumbadas, tumbadas y destruidas. El caminante, según la postura de Mackay, tiene que conocer y comprender el mundo, los espacios que recorre y los procesos que acontece. En esta labor, la contemplación, es secundaria y derivada. El caminante no puede quedarse varado y estacionado en alguna parte, sino que debe y tiene que avanzar hacia la plenitud y la comunión. El caminante da los pasos, recorre los espacios, cruza las poblaciones y transita los territorios bajo la observación, la vigilancia, las críticas y los calificativos de los curiosos, los advenedizos, los enviados y una diversidad de miradores. Quienes miran y vigilan son los espectadores estacionados, parados, sentados o inmovilizados: “El balcón –esa pequeña plataforma de madera o piedra, que sobresale de la fachada, en las ventanas altas de las casas españolas o iberoamericanas- es el lugar en que la familia puede reunirse al atardecer o por la noche, para contemplar, a guisa de espectadores, todo lo que pasa allí abajo en la calle, o para ver la puesta del sol, o para extasiarse ante las estrellas de lo alto. Concebido así, el balcón es el punto de vista clásico, y, por tanto, el símbolo, del espectador perfecto, para quien la vida y el universo son objetos permanentes de estudio y contemplación”. Quienes ocupan un lugar en el balcón, el estrado, los palcos y en los tabladillos llevan una vida cómoda, apacible, monótona e inactiva mirando de lejos a otros que cumplen un rol. Para los que llevan una vida balconizada, el mundo y la sociedad, son los circos, los cinemas, los teatros, las plataformas, las ventanas y las nubes. Algunos con binoculares, otros con telescopios, unos con cámaras ocultas, ciertos personajes con miras telescópicas, un selecto grupo con aparatos de control distante y los demás fijando sus ojos en cierto espacio procuran entender todo cuanto ejecutan, realizan, comunican y mueven los actores, las protagonistas y los directores. Por ratos sueltan carcajadas, la mayor parte del tiempo quedan subsumidas en el silencio, de vez en cuando intercambian las palabras con el vecino, se irritan al ver los sucesos que incomodan su estilo de vida, maldicen al no escuchar algo que eleva su moral, critican las indumentarias que usan quienes se hallan en movimiento, pero todos en cualquier forma quedan evidenciados en su triste e inútil vida. Antes y después de contemplar lo que sucede en el escenario, en un gesto de captar el movimiento y las acciones, emiten juicios y apreciaciones. No son críticas ni apologías, sino las justipreciaciones desde la moral que profesan, la costumbre que tienen y la tradición que siguen. No son las interpretaciones con 23
  • 24. el saber disciplinario, sino las externaciones de los prejuicios, las modas y las predisposiciones. Con grandes y extensas habladurías describen y comentan los acontecimientos y las ejercitaciones que observan. Desde su condición de autoinhabilitación laboral, siempre viviendo del trabajo ajeno, infravaloran las acciones, los resultados y los beneficios que generan quienes crean y producen. Siempre muestran sus pretensiones y sus ostentaciones con adornos, lujos y vestimentas extravagantes. Entre sus amistades, sus allegados y sus adulantes lucen impecables y aparentan ser humanitarios. La soberbia, el autoritarismo y el absolutismo permean tanto su pensar como su actuar. En sus escasos movimientos y pasos, para dar una apariencia de vitalidad, despliegan los convencionalismos, los protocolos, las solemnidades y las formalidades de la vieja aristocracia y la plutocracia. Por vivir siempre en el goce de los placeres, las banalidades y las complacencias de la vida, al sentir los olores del sudor y mirar bañados con las exudaciones a los caminantes y los laborantes, lanzan improperios por no usar los perfumes de alto costo y purificarse con los sahumerios. Al entrar a los templos, no solamente ocupan los mejores y los primeros lugares, sino también muestran su gran contribución lanzando en las bolsas de los óvulos los billetes de mayor denominación. En las fiestas familiares, los santos patrones, las convenciones, los encuentros y las ceremonias multitudinarias andan acompañados por sus mesnadas y sus sirvientes. Su caminar lento y de poca distancia siempre es una procesión. Donde quiera que se hallan, sentados en alguna parte visible, se dedican a vigilar, contar y valorar a quienes se hallan en acciones múltiples que implican grandes desgastes de energía. Su vida, a pesar de no ser vegetativa por la inactividad, pero sí saturada por el consumismo, el sensualismo y el hedonismo, es improductiva. Colocarse en el balcón y no en el camino es el interés y el deseo envidiable. Los varones y las mujeres que laboran, caminan, marchan y avanzan son los hazmerreír de los balconizados. El camino y el balcón son dos espacios que señalan quiénes son los productores, los laborantes y los trabajadores y cuáles son los vagabundos, los improductivos, los haraganes, los perezosos y los holgazanes. Son los lugares que indican los dos modos y los estilos de vida: quienes derraman el sudor a raudales para comer y aquellos que extienden su mano únicamente para levantar la cuchara llena de alimentos para degustar. La escena contemporánea no está dividida en actores y espectadores, sino en cuatro maneras: (a) los opresores y los oprimidos; (b) los despojantes y los excluidos; (c) los gobernantes y los gobernados; (d) los independientes y los dependientes. Así, el orden histórico, se halla saturado por la polarización, la expulsión, el confinamiento y la dispersión. No es la desigualdad social el problema, sino la opresión y el despojo violento de las posesiones y las tenencias ajenas. Los que siempre están en el 24
  • 25. balcón, por su condición de mantenidos y sostenidos, no conocen lo que es el arte de combatir por un pedazo de pan. Los espectadores, los miradores, los fisgones, los atisbadores y los avistadores son simples opinantes de las acciones, los pensamientos y de las labores de otros; pero son versados y doctos en las leyes, las concepciones del mundo y en las críticas de las expresiones artísticas. Sin embargo, son imposibilitados e incapacitados en el arte de vivir laborando, por ser especialistas en la técnica de catar y disfrutar. Los oprimidos, los excluidos, los discriminados, los expulsados, los gobernados y los dependientes siempre se hallan en camino, en movimiento y en recorrido por diferentes territorios buscando los medios de subsistencia. El camino y el balcón en la sociedad actual muestran los dos polos antagónicos: el bienestar, la opulencia, la abundancia, el desarrollo y el buen vivir únicamente para una minoría ínfima poblacional tanto en las jurisdicciones como en el Planeta; la pobreza, la miseria, la pauperización, la humillación, la discriminación, la opresión y el sojuzgamiento para las grandes mayorías. En este contexto y circunstancia, la postura de Mackay, tiene que ser aplicada: combatir la actitud del balcón hacia ELOHIM y a la vida. La teología tiene que movilizar a la comunidad de espíritus que operan la comunidad de bienes. El pensar y el saber teológico que emerge de la lucha, el caminar y el marchar al porvenir tienen que desencadenar el despertar, el levantarse, el mejorar, el avanzar y el ascender. Tiene que abandonar el ámbito de las abstracciones y las especulaciones para adentrarse en el encender la lámpara del ser en el estar. El camino es la ruta del desarrollo y no de los conceptos y las categorías. Mackay considera que el movimiento, el caminar y el marchar tienen que ser asumidos y reconocidos como la empresa significativa y trascendental en la realización de la misión ecuménica. Con el caminar tiene que romperse el conformismo, el pesimismo y la comodidad que permean tanto a la iglesia como a la sociedad. Con la marcha a la nueva creación, el elemento dinámico del vivir en santidad, acontece la afirmación clara del establecimiento de una sociedad libre del pecado. Para tal suceso se entiende al cristianismo como una comunidad de espíritus y a la iglesia como la familia de la santidad. Los cristianos así aparecen en calidad militantes de un nuevo orden histórico. La comunidad que confiesa que Jesús es el Señor tiene y debe irradiar la gloria, la voluntad y la gracia del Creador. Caminar para Mackay no es la búsqueda ni el conocimiento de la verdad y el bien, sino el vivir en santidad. La teología en este ámbito no es ni representa la cumbre de la sabiduría. Es la historia de encuentros y desencuentros del ser social en la lucha por la vida y la subsistencia. La teología no es la forma de acceder al conocimiento de Dios ni la manera de obtener el saber. Es la reflexión 25
  • 26. sobre las formas de realización de los mandatos de ELOHIM en los espacios y los tiempos diversos, diferentes y complejos. Puede decirse que se trata de un estado del alma en la confluencia, el encuentro, el choque y en el discernimiento de la interpenetración entre lo conocido y lo desconocido, lo visible y los invisible, lo exterior y lo interior, lo alto y lo profundo, lo divino y lo universal o entre lo maravilloso y lo misterioso. La teología así es la penetración en la creación para asir la fuente origen del ser en el estar, la vida y de la expansión. La teología es el vivir y el celebrar la armonía entre lo divino, lo natural y lo humano. Es la posibilidad, la efectividad y la realización de la espiritualidad de la acción. En la postura de John A. Mackay, la teología, no es un dilucidar perlocutivo de la revelación para convertir en acción. Las teorizaciones bíblicas para aplicar a la vida y sus circunstancias quedan en cuestión secundaria. La teología es la MOSTRACIÓN incondicional de la presencia constante, permanente y operante de ELOHIM en la creación, en la vida y en el ser social. Con este proceder, las experiencias cotidianas interpretadas y las Escrituras interpretadas aseguran la consistencia y el sentido de la marcha de un origen a un destino. La experiencia, el vivir y la acción del ser social no son las aplicaciones de las doctrinas, sino la manifestación y el proceso causativo de la presencia, la revelación y la objetivación de ELOHIM. Este suceso acontece en la objetividad de la creación y en la subjetividad histórica. La teología no es un tratado solamente de Dios, las cosas espirituales, sino de la realización de sus mandatos. No es que la teología tenga un carácter práctico, sino que es una expresión del vivir concreto en las dinámicas transformantes de la realidad objetiva subjetiva tanto natural como histórica. Es la aprehensión, la asimilación y la interpretación de la CREACIÓN como el supremo acto productor generante y revelador de la magnificencia de ELOHIM. El lugar teologal y el proceso teológico no es la historia, sino la creación que contiene, envuelve y delimita a la historia. Afirmar que la teología es un ir del decir al hacer, aparte de ser incoherente, es antibíblica. La teología es el vivir, el sentir y el comunicar la presencia operante de ELOHIM: Yo te conocía de oídas y habladurías solamente, pero ahora te veo directamente y me deleito (Job 42). 26
  • 27. Capítulo II Las dos fuerzas contendientes El siglo XX, las circunstancias que vivió Mackay, se particulariza por siete fenómenos: (a) la existencia de dos sistemas económicos: el capitalismo y el comunismo; (b) la trituración, la destrucción, la explosión y la modificación de la materia, pero sin llegar a desaparecer; (c) las conquistas espaciales en las profundidades oceánicas y las lejanías externas del Planeta; (d) las dos guerras mundiales con los mismos protagonistas; (e) la intensificación de la división de la sociedad en las clases sociales antagónicas y la partición del Planeta en dos; (f) las crisis económicas teniendo como eje a las bancarrotas financieras; (g) las rebatiñas de las potencias y las superpotencias hegemónicas. Todos estos grandes avances y transformaciones no significan la eliminación del problema humano: el pecado. Al contrario, por la descomposición y la depravación generalizada de la sociedad, el pecado adquiere nuevos perfiles, nuevas formas y nuevos alcances. Tal situación condujo a Mackay a plantear que en el Planeta prevalece el desorden del hombre y no el orden del Creador. Al interpretar la carta a los Efesios, en una condensación especial, presenta el panorama de la lucha por la vida y la subsistencia dentro de las dos fuerzas confrontadas a nivel mundial. En reiteradas ocasiones, como una cuestión clave en el cumplimiento de la misión y en la realización de la vocación, exigió la auscultación de la realidad objetiva subjetiva global. En la interpretación de la realidad histórica señala un método: “hemos invocado el pasado, pasemos a contemplar el presente y dar un saludo al porvenir” (Los intelectuales y los nuevos tiempos). El método de Mackay es importante asumir, porque a diferencia de ver, juzgar y actuar del catolicismo romano, induce a recorrer el tiempo y el espacio: la retrospección, la introspección y la prognosis. Con este proceder epistemológico, todos los ámbitos existenciales, se llegan a aprehender tanto “por su topografía como por su historia”. La situacionalidad geográfica e histórica es imprescindible para comprender “la época en que vivimos”. “Permitidme precisar las características más sobresalientes de la época actual. El mundo de hoy se caracteriza por la presencia de una doble serie de fuerzas contrarias, o sean, fuerzas destructoras, y fuerzas constructoras. La historia contemporánea es el resultante de la acción recíproca de estas fuerzas”. John A. Mackay logra captar las tres contradicciones centrales de la sociedad burguesa y 27
  • 28. la civilización capitalista: (a) el nacionalismo y el planetarismo; (b) el racismo y el clasismo; (c) el capitalismo y el comunismo. En estas contradicciones se manifiesta y opera la lucha de clases: “el problema magno que hay que afrontar en el mundo contemporáneo es el de la lucha de clases”. Como buen defensor de la ideología liberal burguesa, al comunismo y en especial al partido bolchevique, coloca dentro de las fuerzas destructoras arguyendo un problema moral: “el peligro máximo que amenaza la civilización en estos momentos es que llegue al poder un proletariado inculto e inescrupuloso (….) lo más temible del bolchevismo como fuerza destructora, no está tanto en su credo ni aún en su programa revolucionario, sino en la desorientación moral de la inmensa mayoría de los que hoy día marchan en sus filas”. Mackay al colocar la cuestión moral en vez de la partición del pan, caso de los caminantes a Emaús, desconoce cuatro eventos que son esenciales en la teología de la creación: (a) laborar y cuidar no es un asunto moral, sino un proceder económico; (b) disponer, controlar y utilizar las existencias para vivir no es una cuestión moral, sino un acontecer económico; (c) ser fecundos, multiplicarse y poblar no es un tópico moral, sino demográfico e histórico; (d) hallar la ayuda idónea, acoplarse, replicarse y conformar la colectividad no es un tema moral, sino organizacional, relacional e institucional. Descalificar a la clase obrera por la cuestión de la instrucción y la formación como inculto e inescrupuloso, no solamente es grotesca, sino ofensiva. La historia demuestra que la conducción del orden histórico por los sabios, los inteligentes y los preparados ha terminado en desastres y mayores descomposiciones. Diversos movimientos anteriores y durante la revolución protestante han combatido a la sociedad gobernada y dirigida por la casta de eruditos, reyes y poderosos malvados (W. R. Estep, Revolucionarios del siglo XVI; John Howard Yoder, Textos escogidos de la reforma radical; Rufus M. Jones, Studies in mystical religion; William Keeney, La estrategia social de Jesús; G. H. Williams, The radical reformation; Russel Norris, God, Marx, and the future; William Hordern, Christianity, comunism and history). La preparación no siempre es garantía de la adecuada y la correcta dirección de la sociedad. Un orden histórico traspasado y carcomido por el pecado no puede operar en dignidad y con bienestar. La transformación y la construcción, las creaciones y las producciones, y, los desarrollos y las expansiones por ser procesos económicos aceptan la concurrencia de la estética, la axiología y la moral combinadas. La moral sola, por ser tradiciones y costumbres codificadas, no sustenta la realización plena del ser social. La Biblia es precisa: para vivir en la bendición y la protección de ELOHIM hay que cumplir sus mandamientos. Esta no es moral. Es la regla, la directriz y la pautación del progreso social y de la ascensión civilizatoria. Los mandatos de 28
  • 29. ELOHIM no son normas de conducta y comportamiento, sino los procesos de penetración, extracción y utilización de los contenidos y los componentes de la Naturaleza y el Universo. Las sapiencias, el desgate de las energías, la capacidad y las destrezas que configuran la vocación son anteriores a la moral. Reducir el problema del pecado a un asunto y una cuestión moral es antibíblico y antinatural. La creación no aparece ni es presentada dentro de la binaridad conflictuada del bien y el mal. Génesis 1 y 2 son claros al precisar que la creación es plena, bella, buena, pura y en expansión. Génesis 3 señala que la alteración de los mandatos de ELOHIM son asuntos económicos. Todas las acciones, los procederes y las operaciones del ser social narradas desde Génesis 3 hasta Apocalipsis 19 son sucesos económicos. Negar esta certeza es carecer de la materialidad existencial. La moral no es dada por ELOHIM, sino la constitución y el establecimiento del ser social dentro de la lucha de clases. Por tal razón, todas las normas de comportamiento en el orden histórico, son elaboraciones clasistas y a la vez son expresiones del poder. Los castigos impuestos por ELOHIM no son procederes morales, sino actos económicos. Es en el sistema de producción, en las creaciones y las producciones, donde el pecado acontece. El derramamiento de la sangre, la eliminación física del hermano y los desplazamientos por diversos lugares son en esencia y contenido procesos, actos y realizaciones económicas. El posesionamiento seccionado, dividido y fraccionado de la tierra, cuando en términos formales se afirma que es la propiedad total y exclusiva de ELOHIM, es un problema económico. Es la mutación de la no existencia de la propiedad en la propiedad comunal, estatal y privada. Tal suceso es la mayor subversión en la creación y es el pecado mayor de la humanidad. Si los cristianos siguen empecinados en considerar al pecado un asunto moral e individual, a todas luces, son los preclaros defensores del modo de producir clasista. La creación de la historia, la organización de la sociedad y la construcción de la civilización por una parte, y por la otra, el acontecer económico, el sistema de producción y el desarrollo no son asuntos privados, individuales, sino colectivos, comunitarios y guiados. Mackay, por su procedencia y su filiación confesional, tuvo que asumir la posición generalizada dentro del cristianismo: la disyuntiva en el mundo es la cruz o la hoz y el martillo. Con esa determinación, en todos los países, desplegaron una cruzada anticomunista. En las iglesias dieron la orden de combatir a cualquier viso de marxismo. A fin de que los estudiantes a nivel profesional no admitan al marxismo como método de investigación o en calidad de ideología liberadora, en un esfuerzo por detener, efectuaron la comparación entre el marxismo y el cristianismo. Algunos intelectuales comienzan a testificar su tránsito de Marx a Cristo como son el caso de Jacques Ellul, Ignace Lepp, Diane Drufenbrock, 29
  • 30. Alfonso Comín y Conrado Eggers. Quienes mutan de marxistas a cristianos, en el interior de las iglesias, divulgan una posición que trata de succionar al marismo con la teología. Mientras los cristianos que adoptan al marxismo como método científico, con la finalidad de quitar la base organizacional de los partidos comunistas, insertan al pesar crítico una dosis de pasión anticapitalista. De esta manera, las iglesias cristianas, quedaron atrapas por dos tendencias: las que fomentan el uso del materialismo dialéctico como método en el pensar y el saber teológicos; las que consideran demoníaca a la ideología del proletariado. Al reconocer en la sociedad contemporánea los cuatro problemas centrales y continuos de la humanidad: (a) la absolutización de las fuerzas ocultas que pugnan por ocupar el lugar del Creador; (b) la acumulación de la riqueza, el patrimonio, el dinero, las posesiones y los valores declarando venerables; (c) el poder controlante en sus dos formas: el absolutismo monárquico y el absolutismo presidencialista; (d) la confianza en las armas, las tecnologías, las edificaciones y en las doctrinas, en un brusco reaccionar, comienzan a ejercer algunas críticas hacia los excesos del capitalismo. Pero sin abandonar la rancia identificación con las razas y las clases sociales opresoras. Con la finalidad de calmar algunas inquietudes en las organizaciones eclesiásticas, mostrando las deficiencias de los dos sistemas históricos: el capitalismo y el comunismo, convocan a concurrir en la tercera vía. Ni comunismo ni capitalismo es la voz de orden para seguir defendiendo la propiedad privada como la más conforme con la naturaleza humana y la práctica justa del vivir pacíficos dispuestos por Dios. En clara negación del vivir del pueblo de Israel y de la primera comunidad cristiana, la comunidad litúrgica que opera la comunidad de bienes, so pretexto de la libertad y la moral, participan en el combate al comunismo. Este combate en algunas jurisdicciones es directa, frontal y física en combinación con las fuerzas de la seguridad nacional y global. La interpretación de la escena contemporánea de Mackay es correcta: se hace evidente a todos los hombres una nueva época ya sea por el gran número de nuevos descubrimientos, nuevas ideologías y nuevos fenómenos sociales. En esta visión del mundo global, a la intelectualidad que busca comprender la situación general, separa según su forma de apreciación de la realidad objetiva subjetiva histórica. “Tal es la situación actual en el mundo: por un lado, todo es peligro; por otro, se hallan elementos que dan esperanza (….) Rara vez se ha presentado a los intelectuales del mundo una oportunidad como la que se les presenta en los momentos actuales. Las masas del pueblo están hambrientas de ideas, de orientaciones, y a nadie escucharán con tanta avidez como a los hombres cuyo único interés es la verdad y que no están vinculados a ningún sistema de explotación (….) Ellos tienen el deber sagrado de orientar al pueblo en todo lo referente a su vida espiritual y política. Deben hacer humanamente 30
  • 31. imposible que los destinos de su país estén a merced de políticos desalmados e inescrupulosos; deben velar por que no cundan ideas nocivas para la moral pública; deben ser los campeones de la justicia social. De ellos deben brotar todas las buenas iniciativas. El que tiene ideas constructivas debe sentirse llamado al ejercicio de un apostolado. Sin embargo, ¡cuan contados son los intelectuales en nuestro medio nacional, que se identifican con ideas arquitectónicas por cuya aplicación a la vida luchan, prontos al sacrificio por la verdad que encierra!”. Mackay identifica tres tipos de intelectuales: los intelectuales de panteón, los intelectuales de campaña y los caballeros andantes. Los primeros son conservadores, pasadistas, apegados a la comodidad, amantes de la artificialidad, identificados con la urbanidad, librescos, reacios al cambio, exponentes de la erudición, defensores de la moralidad prevaleciente, participantes del formalismo, ocupados en encontrar los tesoros antiguos escondidos, participantes en los grandes banquetes, atrapantes de lo exótico y lo exógeno, rodeados de lujo, pero incapaces de fraguar el futuro por su pereza mental y su incapacidad racional: “de todo lo que me atrevo a llamar intelectualismo de panteón, es que produce al fin y al cabo un temperamento mórbido, un cinismo repugnante, un indiferentismo, un ensimismamiento, un análisis enfermizo de defectos nacionales, un pesimismo irremediable”. Los intelectuales de campaña son los que despiertan la conciencia adormecida y enrumban a arrostrar los problemas actuales de la sociedad. Su visión es renovar el mundo: “Ante todo y sobre todo, van a vivir y trabajar para hacer de la vieja casa de la civilización un digno hogar para la vida real y cotidiana”. Se trata de personas de talento, voluntad férrea y vocación constructora. Su labor es convencer. Mientras los caballeros andantes son los exploradores, los pioneros y los caminantes que llegan a confluir los logros y los legados del pasado con los destellos y las anticipaciones del futuro. Los tres tipos de intelectuales, cada quien tratando de avanzar evolutiva o dialécticamente, coexisten en el mismo espacio y tiempo. Ejercen una influencia en los diversos sectores y capas de la sociedad. En la posición y la misión de Mackay no existen las oposiciones a la revolución social: “En una palabra, temo que llegue la revolución social, que ya se vislumbra, antes de que se haya hecho la revolución en los espíritus, antes que el hombre esté capacitado moralmente para llevar a cabo el experimento peligroso de un estado en que todos darán según su capacidad y tomará cada uno según su necesidad”. Este asunto tiene que ver con la revolución cultural. La transformación del orden histórico clasista no puede efectuarse sin los acondicionamientos, la preparación y la disposición subjetiva. Las viejas costumbres, las viejas tradiciones, las viejas ideas, las razones utópicas, las razones negativas y las viejas doctrinas inoperantes, inconducentes y 31
  • 32. anquilosantes tienen que ser eliminadas y barridas. La ofuscación de la mente, la saturación de los sesos con las irracionalidades, las fechorías, las dopaciones, los adormecimientos, las enajenaciones, las alienaciones, los fetichismos y la cauterización de la conciencia tienen que limpiarse. La revolución en la concepción de Mackay adquiere relevancia por dos motivos: (a) es un instrumento de la política y el cambio social; (b) es un suceso constante de la historia, pero de manera particular en América Latina (That Other America). Las revoluciones sociales, por no efectuar el cambio en la mentalidad y el despertar espiritual, se tornan en simples incidentes que no llegan a avanzar hacia adelante. Mackay admite que el objetivo de la revolución social es la prosecución de la colectividad. Tal acontecer implica la redención de las colectividades indígenas y la educación de las masas. La emancipación del alma y el cuerpo del ser social es la parte fundamental. John A. Mackay, de modo categórico, reconoce la imperiosa necesidad de la revolución cultural. Sin esta revolución, toda revolución social, llega a ser una experiencia fallida. El cambio social, la construcción de una nueva sociedad, sucede en el camino correcto y en el rumbo emancipador solamente si antecede, acompaña y envuelve la revolución cultural. La revolucionarización de la superestructura es la condición elemental para que la revolución social no culmine en la tiranía, el autoritarismo y en la nueva civilización opresora. La REVOLUCIÓN PROTESTANTE, un acontecimiento violento, tuvo que romper las cadenas de la opresión espiritual del romanismo cristianizado para que surgiera y se estableciera la sociedad burguesa y la civilización capitalista. Sin eliminar la opresión, la esclavitud y el sojuzgamiento espiritual no existen los cambios, los avances y los saltos en el devenir. Para Mackay, la dualidad en la postura ambivalente: primero hay que cambiar al ser social o cambiar al orden histórico primero para que surja el nuevo hombre, es anacrónico. De entrada, sin dubitación, plantea el cambio, la transformación y la metamorfosis del ser social en su espíritu, mente, conciencia y voluntad. Con esta consideración, Mackay, coincide plenamente con Mariátegui en que existe en el ser social dos alamas en constante lucha: (a) las fuerzas que la atan a la opresión, la excusión y a la muerte; (b) las fuerzas que impulsan a su emancipación, desarrollo y ascensión (El artista y la época; El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy). Ambos en este sentido son paulinos: Sabemos que la ley es espiritual, pero en mi naturaleza humana estoy vendido como esclavo al pecado. No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, pero hago precisamente aquello que lo odio. Si hago lo que no quiero, de esta manera, reconozco que la ley es buena. Así que yo no soy quien lo hace, sino el pecado que existe en mí. Sé que en mí no hay algo bueno, pero tengo el deseo de hacer 32
  • 33. lo bueno aunque sea incapaz de realizarlo. No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no deseo ni quiero. Me doy cuenta de que, aun queriendo hacer el bien, encuentro solamente el mal a mi alcance. En mi interior me gusta la ley del Creador, pero hay en mí algo que se opone e impide razonar correctamente: es la ley del pecado que está en mí y me tiene preso. ¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará del poder de la muerte que está en mi cuerpo? Solamente el Todopoderoso a quien doy las gracias por medio de Jesús (Romanos 7). Las dos fuerzas contrarias en antagonismo existen dentro y fuera del ser social. La lucha del ser social por una parte es consigo mismo por hallarse atrapado, prisionero y oprimido por el pecado; pero por la otra, es contra las fuerzas aglomeradas que despojan, oprimen, ejercen la violencia y acontecen el derramamiento de la sangre. El ser social vive envuelto y rodeado por estas dos fuerzas destructoras. Estas dos fuerzas operan de manera cruzada en ciertas condiciones, pero en términos históricos suceden enroscadas. El pecado al manifestarse en los sucesos y los eventos económicos, en todos los espacios y tiempos, es colectivo. Su máxima expresión se halla en tres eventos claramente anunciados por Jesús: (a) No pueden servir a la vez al Creador y a las riquezas (Mateo 6; Lucas 16); (b) ustedes saben que entre los paganos quienes gobiernan hacen sentir su autoridad, maltratan y despojan a sus súbditos. Entre ustedes no debe suceder eso (Mateo 20; Marcos 10); (c) Finalmente el diablo llevó a un cerro muy alto y mostrando todos los países del mundo y la grandeza de ellos le dijo: yo te daré todo esto si te arrodillas y me adoras (Mateo 4; Marcos 1; Lucas 4). Estas situaciones con que opera el pecado, en el modo de producir clasista, se condensa en un solo proceder: La raíz de todos los males es el amor al dinero. Hay quienes por codicia se han desviado de la fe y su cuerpo quedó rellenado por los dolores indecibles (I Timoteo 6; Hebreo 13; Eclesiastés 5; I Juan 2; Deuteronomio 8; I Crónicas 29; I Pedro 5). La sociedad burguesa y la civilización capitalista son operantes de este pecado. Al colocar en el centro de la vida al kapital financiero, al operar la producción guiada por la ganancia, al desplegar al mercantilismo que altera los pesos y las medidas, al buscar el tener más y al denigrar a la Naturaleza y el Universo son profundamente depravantes y descomponentes. Las dos fuerzas conglomeradas que se enfrentan en el mundo global, las destructoras y las constructoras, no son individuos, sino las colectividades y las multitudes guiadas. Se trata de dos ejércitos desigualmente preparados, armados y organizados. Cada bando busca imponer su voluntad, interés y doctrina planetariamente. Pero ambas fuerzas acontecen las transformaciones, los cambios, los avances y las destrucciones. Las fuerzas destructoras, tal como su 33
  • 34. nombre la define y la señala, colocan en su prioridad a las demoliciones, los arrasamientos, los aniquilamientos, las trituraciones, las explosiones, las invasiones, las explotaciones, las ocupaciones, los sojuzgamientos, las opresiones, las rencillas, los deslizamientos patrimoniales, las discriminaciones, las exclusiones, las expulsiones, la denigraciones, los despojos, la violencia y al derramamiento de la sangre. Mientras las fuerzas constructoras, por su modelaje arquitectónico, centran su labor en las transformaciones, los desplazamientos, las purificaciones, las construcciones, los desarrollos, los mejoramientos, las expansiones y las edificaciones. Mackay señala a cinco fuerzas conglomeradas de la construcción: (a) la sociedad de las naciones, la agrupación de los países y la unidad de los Estados Nacionales (liga de las Naciones hoy la Organización de las Naciones Unidas); (b) las coligaciones interraciales e interclasistas por la paz global y contra el militarismo y el armamentismo; (c) el ecumenismo, el diálogo interreligioso, el acercamiento interconfesional y la colaboración intereclesiástica; (d) las agrupaciones profesionales, los movimientos feministas, las federaciones estudiantiles y todas las agrupaciones de la asistencia humanitaria y la cooperación al desarrollo; (e) todos los movimientos, las instituciones y las confederaciones que buscan cimentar la civilización sobre nuevas bases. Todas estas fuerzas constructoras operan ejercitando cuatro razones: (a) generar una nueva opinión pública; (b) tener un nuevo criterio para juzgar la realidad; (c) servir a los verdaderos intereses de la humanidad; (d) crear un ambiente de solidaridad global eliminando todo rozamiento político y comprobando la capacidad de purificar el ambiente histórico. Las fuerzas constructoras, por su condición supracional, todas sus acciones, procederes y programas dentro de las jurisdicciones, planifican y realizan en la perspectiva planetaria. Las fuerzas constructoras se preocupan y se ocupan de la suerte, el rumbo y la meta de la civilización. Desde una postura iconológica, Mackay, presenta todo el ambiente social carcomido y envejecido que exige no solamente un remozamiento, sino una REMODELACIÓN que barre los escombros, aleja los restos cadavéricos, limpia los polvos, remueve los mohos, extirpa las suciedades y tira todo cuanto es inutilizado. Mackay, al colocarse en el sentido de la historia e integrándose en las fuerzas constructoras, señala que la construcción se efectúa con seres vivientes y no con doctrinas patéticas (The meaning of life: Christian truth and social change in Latin American, editado por John A. Metzger). La sociedad actual no solo debe ser criticado, denunciado y considerado como generador de las injusticias, la falta de la libertad y la complejización de los problemas. Hay que ejercer una institucionalidad que opera dentro de la lógica del bien común y según las pautas bíblicas. El avance histórico tiene que ser interpretado, conducido y elevado a un nuevo nivel superior ejerciendo siete acciones: (a) 34
  • 35. observar con minuciosidad la trama de la historia para eliminar lo que existe contaminado por el pecado y construir lo que debe existir; (b) pensar y saber con la razón positiva, constructiva y sinérgica; (c) comunicar, divulgar, transmitir y aplicar la sabiduría y las sapiencias disciplinarias combinando con el poder y la tecnología; (d) romper con el formalismo, el legalismo, la suntuosidad y el artificialismo; (e) combatir los cultos patéticos, las ceremonias vacías y los ritos adulterados; (f) imponer la moral de productores y no las hipocresías fariseas; (g) lanzarse en las gestas multitudinarias por concretar la civilización solidaria universal. No hay que confundir a las fuerzas antagónicas con las fuerzas competitivas. La lucha frontal entre las fuerzas destructoras y las fuerzas constructoras no despliegan ni desenvuelven las competencias. No se trata únicamente de las guerras económicas, sino de un combate en todos los niveles y ámbitos existenciales. La guerra entre las dos fuerzas contiendes en el mundo global son DISPOSITIVOS DE PODER. No es un combate para mostrar quién es el mejor y el mayor, sino QUIÉN controla, dirige y enrumba plenamente al orden social. Se trata de la operación, la aplicación y de la confirmación de las dos doctrinas: la legitimidad, la estabilidad y la defensa del modo de producir clasista por una parte, y por el otro lado, la transitoriedad histórica del clasismo económico y la emancipación plena del ser social de la opresión y la exclusión. Ambas fuerzas son multiplicadoras de las ideas y diseminadoras de las manifestaciones culturales. Los dos bandos cuentan con una base poblacional heterogénea. En las dos fuerzas se cruzan, se combinan y se plataforman no solamente los intereses y las aspiraciones, sino también las razas y las clases sociales. La heterogeneidad y no la uniformidad singularizan a las dos fuerzas en contienda. A pesar de su nacionalismo, las dos fuerzas, pugnan por imponer el mundialismo, la globalidad y la universalidad bajo su égida. Ambas fuerzas reconocen el predominio de la miseria y la pobreza en el mundo. En medio del progreso, la extensión vigorosa de la industria, el florecimiento de las grandes ciudades y la acumulación multiplicante centradas en los países opresores, en los espacios extendidos de los países oprimidos se ven la pauperización creciente y la inseguridad subsistencial. Esta situación no se puede resolver con la simple compasión y los actos caritativos periódicos. Requiere una movilización de las energías usando la coexistencia, la codependencia, la coparticipación y la corresponsabilidad. La movilización de las energías para eliminar la opresión y la discriminación generan temores en las clases sociales opresoras. Piensan ser dañados al perder los privilegios, el control, el poder, la opulencia y la riqueza. Por eso, reconociendo la fragilidad de sus haberes y viendo los desastres, tratan de armar una defensa de largo alcance. Cada día fortifican sus ubicaciones. Pero los colapsos financieros, las bancarrotas 35
  • 36. económicas, las desapariciones de las empresas, el aumento de la delincuencia, el crecimiento de las poblaciones dependientes totales, las producciones tecnológicas, las especializaciones en los sistemas de comunicación, el perfeccionamiento de los transportes y el crecimiento desordenado de las ciudades muestran que el orden histórico prevaleciente ya no puede conceder la seguridad y la tranquilidad. Las dos fuerzas antagónicas en el mundo actual, las destructoras y las constructoras, son impulsoras, defensoras y fomentantes del progreso. El devenir se asume como una línea sucesiva de eventos y acontecimientos escalonados hacia el bienestar. Las dos fuerzas son exponentes de la libertad. Por impulsar el productivismo, dar el énfasis decisivo al poseer y al tener, causan grandes destrucciones, impactos y desfiguraciones en la Naturaleza y el Universo. A la ciencia y a las tecnologías convierten en las dinámicas, los factores, los mecanismos y los procedimientos destructivos de consecuencias incalculables. Al conceder la importancia al desarrollo y el uso de las tecnologías, actualmente a las automatizadas y digitalizadas, fomentan y acontecen la aniquilación de la diversidad biológica. La destrucción del medio ambiente natural es atroz. Las dos fuerzas siembran el terror, la violencia y la muerte siempre en la visión de que el mañana y el porvenir serán mejores. A lo largo de la historia del modo de producir clasista, el ser social, en la exploración y la disposición de los contenidos y los componentes de la Naturaleza y el Universo viene causando una denigración y la degradación de la base económica. Las fuerzas destructoras, por fabricar y disponer las armas de destrucción masiva y de largo alcance, mantienen a la humanidad en zozobra permanente. Las fuerzas de la construcción, por fundar la nueva sociedad en la misma dinámica del acontecer económico clasista, generan las destrucciones y las contaminaciones con el mismo ritmo, densidad y amplitud que la vieja sociedad clasista que se pretende revolucionar. Ambas fuerzas operantes en el mundo, por construir y conducir la sociedad sin los valores y las virtudes bíblicas, son total y completamente infravalorantes de la vida. La desvaloración de la vida acontece de tres maneras: (a) la pérdida de las posibilidades de generar el valor; (b) el cambio en el metabolismo global; (c) el impulso del desarrollo de los instrumentos de producción sustituyendo y desplazando al ser social. Ambas fuerzas son incapaces de atender y satisfacer plenamente las necesidades crecientes. 36
  • 37. Capítulo III Ser agentes transformados de la transformación Quienes tuvieron la oportunidad de disfrutar con el contenido de El Sentido de la Vida, Mas Yo os digo, El orden de Dios y el desorden del hombre, Ecumenics: the science of the church universal, El sentido presbiteriano de la vida, Los intelectuales y los nuevos tiempos y, de manera especial, Prefacio a la teología cristiana, con toda certeza, hallaron en Mackay a un apóstol que inspira a penetrar en los secretos de la revelación y anclarse en la dinámica ascensional. Su forma de pensar y saber irradian las luces necesarias para el desarrollo integral accediendo a ser más y mejor. Todas sus creaciones científicas y teológicas, impregnadas de una unción persuasiva, abren a las preciosas gracias que cimientan todo avance al porvenir. El apostolado que ejerció, al tener por foco y fuente la personalidad y la misión de Jesús, armado con la ciencia universal que es el ecumenismo o el universalismo, llegó a perfilar un sentimiento renovador en el cristianismo protestante. Sus diversas apreciaciones de la sociedad contemporánea, el capitalismo imperialista, llevan incluso a algunos a afirmar que Mackay es el precursor de la teología de la liberación (Paul Lehman, Also among the prophets; Varios Autores, Juan A. Mackay: un teólogo del camino; John Sinclair, Juan A. Mackay, un escocés con alma latina). Quienes afirman de esa manera, al confundir la lucha por la justicia social con el liberacionismo, desconocen un suceso: la teología de la liberación admite abiertamente utilizar el método dialéctico, mientras Mackay combate al marxismo. La diferencia entre el saber teológico de Mackay y de Gustavo Gutiérrez es profunda y radical. Únicamente llegan a acercarse en el uso de la Biblia. Son cuatro las situaciones que colocan a John A. Mackay en un estrado especial en el movimiento ecuménico: (a) ser cristiano y ser discípulo de Jesús significan y conllevan ser agentes transformados de la transformación; (b) la democracia como poder, forma de gobierno y sistema político tiene su asiento en el cristianismo; (c) el cristianismo quedó contaminado, saturado y atrapado por las descomposiciones y los males históricos del mundo y que debe ser purificado en un volver a las fuentes primigenias; (d) el devenir es un avanzar y trascender siempre hacia la nueva creación (Prefacio a la teología cristiana; Realidad e idolatría en el cristianismo contemporáneo; Christianity on the frontier; Christian 37
  • 38. reality & appearace; Carta a los presbiterianos). A pesar de vivir varias décadas en Suramérica, una geografía de grandes tensiones, siguió pensando desde la óptica anglosajona. Los diversos cristianos que plantean la localización de la teología, pero sin comprender la cosmogonía ancestral, simplemente extienden e implantan el pensar y el saber teológicos formulados en los países opresores. La razón es simple: asumen la misma mentalidad colonialista de que las poblaciones latinoamericanas son gentiles, paganas e idólatras a las que se deben evangelizar, cristianizar y convertir. Con diversos giros lingüísticos, el pensar sobre Dios de los opresores, afirman que es la teología indígena, pero sí usando tardíamente los diversos componentes de la cultura nativa. La parte central de la misión y la teología de Mackay es la exigencia de Jesús para dirigirse a la meta: la total transformación del ser social. El nuevo nacimiento, la emancipación, es la clave del vivir los mandatos de ELOHIM. A partir de la transformación elabora el pensar y el saber teológicos como un vivir la presencia de ELOHIM en las condiciones actuales. Para Mackay, la transformación, no es una simple categoría filosófica, política y económica, sino un proceso continuo y nivelado de mejoramiento, purificación, santificación y de perfeccionamiento en el desarrollo, la ascensión y la expansión. Una interpretación de Prefacio a la teología cristina, pero enlazada con el Orden de Dios y el desorden del hombre, muestra de manera fehaciente que la vida de santidad ascendente es una emancipación con la transformación, en la transformación y para la transformación. Al señalar sobre el lugar y el rol de la historia en el fluir de la vida, el espacio de búsqueda y encuentro o como desafíos y respuestas, en donde la iglesia y el cristiano concurre en la construcción de la sociedad y la civilización, declara la diferencia sustancial entre ser seguidor de Jesús y vivir la vida sin ÉL: somos agentes transformados de la transformación. No es la doctrina, la moral y la buena conciencia que señalan la diferencia con los llamados no cristianos, no creyentes y los que no forman parte del pueblo de ELOHIM. La diferencia entre el vivir en santidad y el estar en depravación está en la emancipación, la transformación y en la ascensión. Santiago y Pedro son precisos al expresar que esta santidad, el vivir conforme a la voluntad y los mandatos de ELOHIM, acontece las buenas obras. La teología de Jesús, el logos presente y el camino al Padre, implica una cuaternaria transformación: la encarnación, la transfiguración, la resurrección y la ascensión. Los cristianos que no perciben, asimilan y viven estas cuatro transformaciones no son ni pueden ser los portavoces de ELOHIM. Mackay, un pensador ecuménico, llega a postular esta transformación en respuesta a la era de la revolución proletaria mundial iniciada por los bolcheviques. Efectuando una 38
  • 39. crítica a la revolución rusa, en vez de polemizar sobre la doctrina marxista, observa el problema que no llegan a considerar los conductores del comunismo: la revolución cultural, la revolución espiritual o la revolución superestructural. Al planteamiento marxista, cambiada la base económica se cambia la conciencia y la superestructura, responde con un asunto teológico: el problema de la humanidad no se encuentra en la base económica, sino en la superestructura. La Biblia es contundente al respecto: ADONAI VIO LA DEMASIADA MALDAD EN LA TIERRA PORQUE EL SER HUMANO SIEMPRE PIENSA EN HACER LO MALO (Génesis 6). Con la razón antiedénica, la razón negativa y la razón utópica el ser social denigra, contamina y destruye su contexto general, su ambiente natural y su hogar primigenio. Mackay tuvo que mostrar a los revolucionarios que se lanzan a la construcción de la nueva sociedad sin las clases sociales una condición esencial: la purificación mental, la liberación del fetichismo, la eliminación de la cauterización de la conciencia y la emancipación de la esclavitud espiritual. Para Mackay, las fuerzas de la construcción, tienen que cumplir con la condicionalidad determinante: ser agentes transformados de la transformación. La preparación espiritual, la conciencia clara y la mente abierta son los rasgos de los integrantes de la comunidad litúrgica que opera la comunidad de bienes. Esta exigencia no es por los nuevos tiempos, sino ES LA SITUACIONALIDAD por la expulsión del Jardín de Edén para seguir recibiendo la bendición del Creador. La transformación total tiene un triple proceso: (a) la continuidad de la realización de los mandatos primigenios de ELOHIM de laborar y cuidar, ser fecundos, multiplicarse y poblar; (b) la comunicación entre el Creador y la creación constante con ciertas interferencias que deben ser restituidas a su plenitud, diafanidad y directa; (c) la alteración en el acceso, la apropiación, la disposición y el disfrute de los contenidos y los componentes de la Naturaleza y el Universo que deben ser transformados para que prevalezca planetariamente la soberanía absoluta de ELOHIM. Estos procesos son los elementos centrales de la transformación, la emancipación y de la construcción. La transformación no es con la finalidad de mejorar, embellecer y adornar al orden histórico clasista en fatalidad. Tampoco es para convalecer, estabilizar y refuncionalizar a la sociedad criminógena y degenerada. La transformación en la postura y la misión de Jesús es completa, definitiva y universal: el viejo ser tiene que morir y quedar eliminado; la generación de víboras y asesinas tienen que desaparecer; los que denigran y se enseñorean sobre los demás deben quedar arrasados; la legalidad y el formalismo tienen que ser barridos; el comercio carnal y el negocio religioso deben quedar quemados; los ricos y los poderos dejan de existir; los desahuciados, los excluidos, los menesterosos, los pobres, los miserables y los despreciados son elevados a la dignidad y el vivir en plena satisfacción de sus necesidades; la moralidad farisea debe ser desechada; las 39
  • 40. banalidades, las complacencias, las ostentaciones y los despilfarros tienen que desaparecer; la expulsiones, las migraciones, los confinamientos y las dispersiones por causa del hambre tienen que dejar de acontecer. Solamente así se arriba a la comunidad de bienes dentro de la comunidad litúrgica. Solamente en esta medida y en este sentido, los transformados, llegan a cumplir su rol de SER LA LUZ, LA SAL Y LA MIEL en este mundo. Solamente cuando hayan desaparecido todas las maldades de la mente y el corazón de los transformados se llega a ser LA VOZ Y EL ENVIADO de Jesús. Una vez recibida y se vive la transformación, desplegando el amor en su doble ritmo, se conforma la comunidad de espíritus. Una vez emancipado de la opresión y del sojuzgamiento se participa en la misión ecuménica. Mackay presenta al proceso de la trasformación con triple carácter. El carácter protogénico conforme a Colosenses 1. El carácter condensador de la continuidad histórica y la marcha a la plenitud conforme a Gálatas 4, I Timoteo 2 y Efesios 1. El carácter ecuménico que eleva la universidad del pueblo de Israel a la globalidad y la totalidad existencial conforme a I Timoteo 2, Génesis 12, Gálatas 3, Romanos 10, I Corintios 15, Hebreos 2, II Corintios 5, Isaías 43-44 y Apocalipsis 21. Precisamente aquí reside la UNIDAD INSEPARABLE y la DIVERSIDAD INFRANQUEABLE de la complejidad orgánica que es el cuerpo de Jesús. La transformación que acontece la emancipación y el desarrollo pleno se guía por dos pautas: No conformarse ni adaptarse a este orden social, sino transformarse por medio de la renovación (Romanos 12); Tener la mente de Jesús y alcanzar su estatura (Colosenses 3; I Corintios 2; Filipenses 2; Gálatas 2; Romanos 15; Efesios 4). Para John A. Mackay, la transformación, es un avanzar al porvenir en un continuo perfeccionamiento (Filipenses 1.3; Mateo 5; Levítico 11; Hebreos 12; Colosenses 1; I Juan 3; I Pedro 1; Santiago 1). La emancipación es un acto único, pero la trasformación es un proceso, porque concurren cuatro sucesos concatenados: el desarrollo desigual, la santificación, la ascensión y la cristificación. En este proceso, el ser social emancipado, tiene que purificarse en forma permanente, despojarse de todas las viejas formas de vivir y desplegar una vida sin contaminaciones. No se trata únicamente del crecimiento espiritual, sino de la globalidad del ser. Ser más y mejor es la pauta bíblica hasta alcanzar la plenitud y la comunión. La transformación sucede con cuatro acontecimientos inseparables. La construcción de lo que debe existir, prevalecer y progresar. Para esta labor es preciso e imprescindible la realización de las demoliciones, las destrucciones y las remociones de lo viejo y lo caduco. La construcción en términos bíblicos no se efectúa con los retazos, los fragmentos y las ruinas de lo viejo, sino con agentes sujetos transformados utilizando los recursos, los medios y los instrumentos 40