SlideShare una empresa de Scribd logo
DIARIO
(1971-1972)
Carmen Laforet
Edición:
Julio Tamayo
cinelacion@yahoo.es
2
3
ÍNDICE
DIARIO
(56 artículos de 60)……………………………………………………………….5
APÉNDICE
Elena Fortún, en el Retiro……………………………………………….……..117
Veraneantes………………………………………………………………...…..119
Un día de este mes………………………………………………………...…...121
El aguinaldo (cuento)…………………………………………………………..137
Barcelona, fantasma juvenil………………………………………………...….147
Un diálogo genial entre José Hernández y Sanz de Soto……………………....151
Instantánea de un encuentro………………………………………………..…..155
Otoño y duendes……………………………………………………………….159
Juventud antirreglamentaria………………………………………………..…..163
4
5
MADRID, NOVIEMBRE 1971
Comprendo que he llegado a una vida distinta que no conozco. Comprendo
que la experiencia antigua que recuerdo no me sirve. Comprendo que,
sencillamente, una serie de catástrofes íntimas me han renovado y me han hecho
creer en un destino que empuja el libre albedrío; ese destino que mi abuela me
acostumbró a llamar Providencia y que era, en el más alto de sus significados, la
Estrella nacida para Nuestro Señor, y que llevó a los Magos a adorarle como Dios
en su casa humilde y en apariencia igual a todas las de la aldea.
El resultado de todas esas comprensiones me hace reír ante el espejo. Me voy
a una excursión de dos días a un lugar del campo, bien protegido por la amistad y
el confort de una casa, y me veo en ese espejo como un esquimal preparado
dentro de su viejo equipo para todas las tormentas y todas las nieves.
Difícilmente encontrarían ustedes botas menos elegantes y más cómodas, anorak
tan cálido y tan usado, guantes, jerseys. ¿Adónde voy así? Mis amigos se van a
asustar al verme. Creerán que espero de su hospitalidad cosas difíciles. Por
ejemplo, que me proporcionen cuerdas y clavos y guías para una escalada a las
montañas más abruptas de los alrededores de su campo. Y no, no quiero nada de
eso. No creo que una excursión al campo tenga que consistir en escaladas. Sólo
me diferencio de aquellos que no saben nada de vivir en soledades campestres e
invernales (y que se envuelven como para figurar en el anuncio de una tienda de
equipos deportivos al menor presagio de excursión invernal), en que lo que llevo
está usado, remendado, y lo mismo que para escalar montañas nevadas o dar
paseos bajo lluvias torrenciales, puede servir para sentarme en la esquina de una
calle y tender el viejo guante recosido para recoger una limosna.
Se me ocurrido hacer este autorretrato aquí en mi intimidad partiendo de la
vestimenta, como se le ocurre a algunos pintores cuando se sienten a gusto o a
disgusto, cuando se renuevan, cuando tienen curiosidad de conocer al
desconocido que asoma en el espejo y que son ellos mismos. ¿Quién es este
chino sin coleta, este esquimal sin edad, esta mujer marcada y angulosa y
siempre risueña, metida en un atuendo semejante?
Ustedes me van a perdonar que les diga algo increíble: yo sé que lo que veo
en el espejo y que estéticamente deja mucho que desear es una persona que ha
comenzado hace muy poco a vivir. Claro que ha comenzado a vivir otra vez y no
sólo ha comenzado: ha tenido antes una larga vida y se ha sentido muy segura en
esa larga vida rodeada de objetos y alegrías a las que tenía un derecho de usuaria,
y también tuvo éxitos y penas que se entendían, y que la ataban, aunque
valientemente las olvidase. Sí; ese general chino, ese esquimal, esa mujer
6
menuda y de cara angulosa que puede surgir cuando se despoje de la mochila y
las pieles y las botas, es una mujer desconocida casi para mí, excepto en su edad
nueva. Aparte de este atuendo contra el frío del equinoccio de invierno que se
acerca, esta mujer que veo en el espejo no tiene nada; comienza una vida sin
juventud y sin belleza, y sin posesiones terrenales, y está contenta de ello. No se
siente en posesión de ninguna verdad ni de ningún amor determinado, aunque
siente amor casi por todo. Ni siquiera tiene ese olvido que producen a veces las
catástrofes, esa página en blanco del cerebro donde puede escribirse sin darse
cuenta el interesado y otra vez la misma historia. No. Ella tiene una historia
escrita y no la olvida. Ha comenzado otra, no la misma. Esta mujer de la que me
ocupo como un pintor se ocupa de sí mismo al retratarse es vieja y sabe cosas. Lo
que ocurre es que no posee nada y hasta las botas de andar por la nieve o de pedir
limosna son cosas prestadas por el destino. Por eso digo que siendo vieja es
joven, después de su catástrofe particular. No se sienta a llorar sobre las ruinas.
Sabe que no es a eso a lo que la empuja el Destino. Se calza las botas de siete
leguas y va a casa de unos amigos con alegría, pero ahora comprende que si las
puertas hospitalarias estuvieran cerradas no se tendría que sorprender por eso: las
botas que ha escogido sirven para todas las sorpresas y todos los caminos. Porque
ocurre que si esa mujer no es joven, su segunda vida sí es reciente, y sólo ha
alcanzado en ella la edad en que se aprende a andar. Y eso sólo ha aprendido.
21 de noviembre de 1971
7
MADRID, NOVIEMBRE 1971
Domingo otoñal, neblinoso y oscuro en Madrid. En la triste carretera que es
ahora la antigua calle de Velázquez, mi hija más joven, al volante de su
automóvil nuevo, pero lleno ya de gloriosas abolladuras, tiene un parecido
grande (el perfil marcado, una dulzura que yo perdí para siempre, el color de la
melena) con alguna fotografía de mis dieciocho años. Así es como si mi juventud
fuese quien decide hoy que vayamos, autopista adelante, hacia Torrelaguna,
donde, según consta en una lápida de la iglesia, el poeta Juan de Mena “halló
escondrijo para la muerte”.
Nos olvidamos de la neblina, y del hollín, y de cuando Velázquez no era
carretera, sino una calle llena de luz dorada en otoño, de árboles como llamas
doradas, de niños jugando entre ese resplandor del paseo. Nos olvidamos. El
cochecillo salta alegremente en un frenazo cuando ya tenemos en el horizonte las
montañas grises y azulosas espolvoreadas de nieve. Nos metemos ahora por
carreteras secundarias, cruzamos un puente y esperamos el paso de un pequeño
mar de ovejas que balan en el aire punzante y limpio. Nos metemos por
caminillos de cardos entre surcos rojos de tierra bien oliente, y al fin, en
magnífica soledad de llano y colinas, vemos la casa de Manolo y de Sofía; una
casa blanca y sólida y acogedora. Detrás de ella, los olivos. Muy cerca, la ermita
ruinosa donde estuvo enterrada Santa María de la Cabeza; más lejos, las ruinas
también de los pabellones de caza de Godoy y Cabarrús, y muy lejos, el humo
tranquilo de la otra casa grande de los únicos vecinos en muchas leguas a la
redonda; allá, junto a la larga fila amarilla de los árboles del río.
Manolo de Olivar, para saludarnos, deja el azadón con el que ayuda al mozo de
labranza. Sofía Morales deja los pinceles con los que mancha los cuadros de su
próxima exposición y se alegra de vernos y grita algo muy vital y aparecen otros
miembros de la familia y los niños con la jaca blanca para que la monte mi hija; y
el perrito enano, que me conoce de la ciudad, viene a enseñarme todo y me guía
lleno de entusiasmo, olfateos y ladridos emocionados. Qué casa más tranquila y
alegre y cálida, con su gran fuego en la chimenea y sus vigas al aire y sus
recuerdos en cada piedra, en cada detalle, del amor con que proyectada y
levantada y hecha acogedora por sus dueños. Sofía querría poder quedarse aquí
temporada para pintar, pero no podría pintar si se quedase aquí sin los niños que
entran y salen, y sin Manolo, y hasta sin las discusiones de Manolo contra las
aficiones de la cocinera —aficiones que se le antojan al dueño de la casa un tanto
extrañas; pues la cocinera presume (con mirada triunfal dirigida al señor en
cuanto puede) de saber más que nadie en ciencias económicas, de devaluaciones
e inversiones y otras zarandajas de estas. Y da la casualidad de que Manolo es
economista. Sofía, sin eso que es la vida alrededor de ella, no puede pintar y en
Madrid la vida, aunque esté a su alrededor, está ordenada de tal manera que es
difícil pintar. “¿Y por qué —pregunta Manolo mientras tanto— esa María
nuestra, puesta a imitarnos no coge la brocha y se convierte en pintora abstracta?
Parece más fácil que ser economista, no?”
8
Pero en domingo lo bueno es olvidar que la vida es complicada en general y
especialmente complicada en su parte familiar. Y como estamos en noviembre
hablamos de fantasmas oyendo el viento romper contra el tejado y crepitar el
fuego en la gran chimenea. Y después del paseo, María (cara vivaz, cuerpecito de
alambre, gorro blanco almidonado, delantal blanco de campana almidonada) nos
sirve una comida suculenta y en el momento del café pregunto a Manolo algo
sobre ciertas consecuencias de la devaluación del dólar, y Manolo hace esa pausa
que todos hacemos cuando queremos explicar con claridad y sencillez lo que
sabemos bien; pero María, con rapidez de ardilla, se mete en la conversación
aprovechando esa pausa y me dice: “¿Lo del dólar quiere saber, señora? Yo se lo
explico a usted.” Manolo gruñe a Sofía porque Sofía no riña a la cocinera y
porque él tampoco la riñe. Sofía rasguea la guitarra y María, que tiene múltiples
facetas según veo, canta en la cercana cocina lo que Sofía iba a cantar a mi
petición: unos aires murcianos. Mientras Manolo está aún murmurando contra su
rival economista y sus fantásticos y exasperantes discursos en que le copia todo
el vocabulario sin lograr una sola idea inteligible, ella aparece de nuevo en
nuestra presencia, sus ojos llenos de lágrimas.
—¿A que no sabe, señora, a quién recuerdo cuando usted toca esas canciones?
Se me parte el corazón.
—Recuerdas a mi madre, que te enseñó a cantarlas —dice Sofía con dulzura.
Manolo, vencido, golpea suavemente con la pipa en el cenicero para vaciarla.
Por la ventana veo los frutales jóvenes zarandeados por el viento y la silueta
blanca del caballo que corre los campos llevando encima mi juventud, es decir, a
mi hija, con la melena al viento. Y Sofía corta el silencio y otra vez nos
encontramos hablando de fantasmas y se me ocurren cosas que tengo que
explicar en este diario sobre fantasmas íntimos, porque estamos en noviembre
que, como todo el mundo sabe, es la época apropiada para hablar de ello.
24 de noviembre de 1971
9
MADRID, NOVIEMBRE 1971
Acabo de recibir una carta de mi editor, o como diría más justamente el
periodista Alfonso Sánchez, de mi editor y sin embargo amigo, Manuel Lara
Hernández. “Pide un millón”, me dice Lara en ella contestando optimista y
seguro a una pregunta mía. Me siento tonificada inmediatamente. Mi editor y
amigo Lara habla siempre de millones, y hasta personas que, como yo, no tienen
más ambición que la de no tener nada, sentimos una extraña seguridad. Y más si
sabemos que los millones de Lara no son millones de soñador, sino de hombre de
negocios. Lara habla de lo que no hablan nunca en público otros negociantes: de
sus ganancias. Habla de lo que antes se dejarían cortar la mano izquierda o la
mano derecha —según sus ideas— otros editores, es decir, de las ganancias
justas y lógicas que deben percibir los escritores, y nos anima a los autores de
libros, folletos y publicaciones a que nos unamos y luchemos en el terreno del
trabajo reclamando lo que nos es debido y no dejándonos robar. Demuestra Lara
que ningún editor se ha arruinado nunca por pagar lo que debe al autor, pues
entre los gastos de un libro los derechos de autor son el gasto más pequeño. Y
dice que si alguna vez se arruinaron editores honrados, también se arruinaron en
mayor proporción editores que no pagaron nunca a sus autores. Pero, además de
robarle con la sisa de sus derechos, el editor puede robar a un autor bueno
distribuyendo mal su libro, vendiéndolo mal. Un buen editor hace ricos a los
buenos autores. Todas estas declaraciones son piedra de escándalo cada año en el
estanque enrarecido de las relaciones entre editores y escritores. Y no hay duda
de que algo ha logrado éste gran piedra de escándalo de casi dos metros de
estatura, que es el editor Lara, cayendo cada año, por la época del premio
“Planeta” de novela, entre ruedas de Prensa y fotografías que nos lo presentan
con sus gestos tranquilos y sus traes sobrios, su cabeza cuadrada y pelirroja y sus
ojos inevitablemente vivos, zumbones, y que se escapan de toda su obra
contención, hasta de la contención de sus palabras. Porque, no se engañe nadie,
esas palabras del clamoreo anual que lanza Lara son como perros en apariencia
libres y salvajes, pero bien amaestrados en verdad y que obedecen a su dueño.
Cuánta gente se engaña en esto y se vuelve a engañar y quiere inútilmente a su
vez engañar a Lara, de quien oigo decir cada año, desde hace veinte, que está
arruinado y que la enorme máquina de su enorme negocio editorial en Barcelona
es pura bambalina y se tambalea; y que no puede dar tantos millones para
premios ni para nada, y que es la vanidad la que la que le impulsa a hablar.
“Cuidado —diría yo con Alberti—, usted viene equivocado. Es cosa de mucho
cuidado. Qué andaluz tan cerrado.”
10
Este andaluz cumple sus promesas económicas año tras año y dicen a los que
esperan verle caer de la cuerda floja que su editorial está bien y goza de salud,
gracias a Dios, y sus millones también. Y a veces dice “no”, y cierra la puerta en
las narices y pilla más de una nariz que no se lo espera. Y ésta es la mitad o
apenas un esbozo de la mitad de la mitad del caso Lara. Para contar lo que desde
lejos atisbo de ese caso tendría que escribir un libro. El otro esbozo de la mitad
de la otra mitad del caso Lara es el del clamoreo y la rabia, o lo contrario de
rabia, que la personalidad de este hombre provoca entre nosotros los novelistas.
Azuza, nos azuza a los escritores, y una parte de mis colegas cree que este
hombre no entiende o se burla de lo que es la verdadera vocación, la verdadera
meta del escribir, cuando habla de la recompensa de millones como los que gana
Menganito o Zutanito trabajando en las letras. Los escritores soltamos nuestra
tinta negra y peligrosa contra quien quiere reír a costa de lo más hondo de
nosotros. Pero… ¿quiere Lara reírse de nosotros? Ante el caso Lara escuchamos
el clamoreo de las acusaciones: es un editor que confiesa no ser intelectual, y sí,
escoge escritores a veces mediocres y otras veces buenos, pero sobre todo los
escoge porque le parecen capaces de obtener éxito de público, y sucede que
rechazó obras interesantes más de una vez. Pero en esto no se equivoca más que
otros editores con reputación de finísimos e intransigentes intelectuales como el
que, según nos consta, rechazó por flojo el original de “Cien años de soledad”, de
García Márquez. Y sí, es verdad que Lara mezcla en sus colecciones de novelas
nombres de muy distintas categorías intelectuales; pero otros editores que no
provocan escándalo alguno hacen lo mismo. El sueño de Lara, me parece a mí,
sería descubrir y lanzar autores tan geniales y tan populares como fueron en su
época Dostoyevski o Cervantes, y este sueño, que es común a casi todos los
editores, en Lara lleva implícita la promesa de que el trabajo de estos genios les
va a producir millones. ¿Es por eso un mal sueño? ¿Un sueño que nos puede
molestar a los novelistas? No lo sé. Yo creo que no. Y lo que creo, además, es que
Lara, el editor, está consiguiendo enriquecer a autores de mucha valía, porque
dejando a un lado la palabra genio, que sirve para muy pocos seres humanos a lo
largo de siglos, Lara, que siguiendo su gusto literario se ha equivocada tantas
veces, no se equivoca en razón del éxito cuando le da la gran corazonada. Y ha
tenido corazonadas formidables con autores que no parecían autores de gran
éxito, o al menos no se lo parecían a aquellos que no creen que el gran éxito
puede ir unido con un gran talento intelectual. Y también ha tenido la corazonada
y la ha seguido hasta lograrla con otros autores que se consideraban agotados y
hundidos y han renacido. Estas anécdotas de corazonadas a cuyo éxito contribuye
Lara con paciente bondad hacia el autor por quien la siente aumentan el
escándalo y la confusión del caso Lara en bien y en mal. Hay quien por eso cree
que este hombre tiene la obligación de ser filántropo a troche y moche y le llama
farsante, cuando Lara dice que ni es filántropo ni es bobo y que solamente es
supersticioso. Y hay quien, desconfiando de sí mismo en la hora mala, vuelve al
trabajo sólo por superstición: porque ese andaluz de las corazonadas certeras
sigue creyendo en él.
28 de noviembre de 1971
11
DICIEMBRE 1971
Este invierno tengo amigos nuevos que me invitan a sus casas de campo, pero
en esta casa de campo donde escribo ahora ocurre que se junta una amistad nueva
con la seguridad de que todo lo que veo me es conocido y lo he vivido desde
hace tiempo. Conozco desde las veinticuatro ventanas con persianas blancas,
hasta la gran chimenea donde se queman los gruesos troncos. Reconozco este
paseo que doy por primera vez en este soto, pisando el más antiguo tapiz
coloreado del mundo: el de las hojas secas, y recibiendo esa lluvia de oro claro y
rojizo y color tabaco de esas mismas hojas cuando caen de los grandes álamos y
chopos y olmos, traspasados por el resplandor del sol envejecido y perezoso de
noviembre. Y sobre todo reconozco estas conversaciones al caer la tarde cuando
se enciende la chimenea: conversaciones que sé que en estos años no tuvimos
nunca mis amigos y yo por falta de ocasión, porque la hora no había llegado. Y
sin embargo, no me ocurre a mí sola, repasamos los tres recuerdos comunes que
no existieron. Nos quitamos las palabras de la boca. Él dice, ella dice, yo digo. Y
todo a la vez. Nos reímos. Las experiencias tan distintas nos traen a conclusiones
muy iguales. Los caracteres, muy distintos, coinciden en aprendizajes que nos
hacen encajar suavemente y sin trabajo. Los otros invitados dan fe de lo que
digo, nos rodean y escuchan estas confidencias.
Es ésta una visita singular. La frase tópica “tome usted posesión de su casa”,
aquí tiene su verdad. Yo tomo posesión de esta amistad. Pero hay que explicarlo
bien: las amistades, sigo pensando que se cuecen lentamente como un licor de
alquimista; se transforman con la edad, se prueban con los encuentros. Las
amistades electivas, coincidentes, son raras, son preciosas, sufren muchos
avatares, se van haciendo oro y desechando la escoria. Cuando se llega a cierto
punto de la vida no sólo es necesario sentir afecto o admiración, sino también
haber pasado muchas aventuras y desfallecimientos espirituales y gozos y
compasiones mutuas, para tener una amistad así, como la que me esperaba en
esta casa entre estos campos junto al Jarama.
Este misterio tiene su explicación: antes de venir ya supe de un fantasma mío
que vagaba por estas orillas del río Jarama, que visitaba el gran estanque de los
gansos y daba vueltas alrededor de la prensa para el vino, y se asomaba al establo
donde duermen las vacas y escuchaba la historia sencilla y lenta y estremecedora
del pastor de las ovejas. Por saber de este fantasma tuve tantas ganas de venir. En
otros tiempos yo me reía de los fantasmas, pero ahora no. Una colega escritora de
mucha más sabiduría y experiencia y edad (si vive habrá cumplido ochenta y tres
años), la señora Alexandra David Neel, exploradora del Tíbet, estudiosa de
experiencias psíquicas, me enseñó en sus libros cómo se forma un fantasma:
12
siempre a base de la fuerza espiritual y creadora de una o varias personas. Para
formarlo conscientemente hay que estudiar mucho —dice la señora Neel—, y a
lo mejor vivir catorce años en el Tíbet como esta escritora. Pero a veces el
fantasma toma cuerpo sin que sus creadores se den cuenta, sólo por la fuerza
inconsciente del deseo de una presencia amiga, aunque ésta es la fuerza más
difícil de poseer. Vulgarmente los fantasmas se forman por miedo y también por
odio. Pero en este caso ha sido la amistad la que ha creado mi fantasma y así, en
este lugar tan lleno de fuertes cargas de personalidad generosa y amor
franciscano por todo lo que vive (la liebre Lili, y los gatos y perros que duermen
con ella en ovillo cerca del fuego confirman esto), mi fantasma ha estado años y
años y se ha sentado a hablar con Él y con Ella y con los animales; ha acariciado
a los niños y ha saludado a los amigos de la casa.
Mi fantasma a lo largo de tantos años sólo ha tenido que modificar su aspecto
físico, algo anticuado, al encontrarse con mi realidad: el fantasma conservaba
todavía el cabello largo y la ingenuidad temerosa o arriesgada de mi juventud.
Pero ya se ha cortado el pelo gris y hasta ha dejado de ser fantasma para fundirse
en la realidad amistosa que fue madurando con Él y con Ella. Amistad que ha
tirado la escoria y ha conservado el oro. Amistad que acabo de encontrar, tan
vieja y tan sabia, junto a este fuego hogareño, hoy cuando por primera vez me
senté junto a él y recordé que, aunque era la primera vez, me había sentado allí
muchas veces con anterioridad.
1 de diciembre de 1971
13
DICIEMBRE 1971
Hoy, hablando con mis hijos de mis visitas a diversas casas de campo, uno de
estos hijos míos me ha leído un párrafo de la “Autobiografía de Alice Toklas”. El
párrafo es el siguiente: “A Mabel Dodge se le ocurrió la idea de que Gertrude
Stein debía ser invitada a pasar una temporada en todas las casas de campo; a ir
de una casa de campo a otra, para que hiciera retratos literarios de sus
habitantes.”
Como he leído muchas veces a Gertrude Stein y especialmente la
“Autobiografía de Alice Toklas”, expliqué a mi hijo que conocía la continuación
de esa idea de Mabel Dodge que tanto hizo reír a la escritora. Estos retratos
literarios que sugería deberían dar tanta fama a Miss Stein que los millonarios de
su país (y ese país era Estados Unidos, y en una época en que los grandes
millonarios de Estados Unidos estaban en su apogeo), la invitarían después para
que hiciese retratos literarios de encargo y le pagarían magníficamente; como se
paga a un gran pintor a quien se invita para que haga ese trabajo.
—¿Y no sería una buena idea? —dice alguno de mis hijos.
Yo no sé si es una buena idea o no, pero en mi caso, como en el de Gertrude
Stein, es una idea totalmente irrealizable: ningún millonario querría pagarme el
trabajo después de ver su retrato literario hecho por mí, y eso que soy escritora
realista, al parecer. Pero no importa. El realismo tiene una serie de facetas y
enfoques, y yo, si no siento que puedo manejar todas esas facetas y todos esos
enfoques a mi capricho no puedo escribir. Nada más realista que una fotografía,
¿verdad? Pero acercad el objetivo de una máquina a una cara y veréis lo que
pasa: un poro invisible, por fortuna, en la simple realidad, en la fotografía se
convierte en un volcán, y no puede creer nadie que ese sea el retrato de don
Fulano o don Zutano, aunque en realidad sí que lo es; más bien parecerá una foto
del volcán de Teneguía. Y hasta yo misma, si he hecho una fotografía así, puedo
imaginarme que he intentado retratar el volcán al ver el resultado.
Describir en pocas líneas a unos seres humanos no es difícil para un novelista,
pero sí arriesgado si se trata de un retrato. Yo no he llegado a ese punto del genio
en que me atreva a decir que en un relato he retratado a alguien. No; yo no he
retratado a nadie jamás. Cuando pienso en un trabajo de más envergadura que
una cita al paso en un artículo, cuando pienso en una novela, tengo que inventar
los personajes más visibles, los que llaman protagonistas, a fuerza de esos
ejercicios psíquicos que, como anoté en este diario hace poco, son los que
Alexandra David Neel dice que sirven para crear esos fantasmas que no sólo el
creador, sino las demás gentes, pueden ver. Claro que es necesario sumergir a
estos fantasmas en la vida plena, y la vida viene dada por apuntes directos,
14
por rápidas fotografías de personajes secundarios. Estos personajes secundarios
son el consuelo del novelista: en ellos se puede poner la fantasía, la verdad cruel
o balsámica captada en diversos enfoques y momentos. Lo que da vida a una
novela es esta verdad de muchas verdades desenfocadas, claro está, por algo que
se llama creación; creación de humor o de tragedia o de minuciosa descripción
particular o de disección por partes; pero ni siquiera cuando se trata de retratar a
esos hermanos menores, como llama Colette a los animales, tan fácilmente
observables, tan agradecidamente retratables; esos animales que nunca creerán
que nos hemos equivocado en la semblanza que hacemos ellos porque, por
fortuna, nunca la conocerán; ni aun en ese caso tiene esto nada que ver con los
retratos que, según han sugerido zumbonamente mis hijos, también a mí, como a
Gertrude Stein, podrían pagarnos espléndidamente los hipotéticos millonarios
que nos invitasen, con ese fin, a sus casas de campo.
Les expliqué a mis hijos, esta tarde, que precisamente porque nada tienen que
ver con retratos cotizables, es por lo que iban a encontrar en mi diario tantos
esbozos de paisajes y de animales y aun de personas, que, aunque algunas veces,
cuando lleven en la mano las herramientas de un oficio por el que públicamente
sean conocidas, figuren aquí con sus nombres y apellidos al pie, no estarán
retratadas convencionalmente, sino como personajes secundarios a los que tiene
un novelista derecho a enfocar y desenfocar para crear la vida. En este caso, la
vida fantasmal de la protagonista que firma este diario.
3 de diciembre de 1971
15
DICIEMBRE 1971
Unos amigos, en Estados Unidos, me explicaron las ventajas que tenía para
ellos pertenecer a las asociaciones dedicadas a acompañar a los turistas. Nada
hay que enseñe tanto de la propia ciudad como descubrírsela a un forastero. Los
recién llegados descubren, a veces, que existe tal o cual curiosidad o persona que
el indígena, que vive una rutina de trabajo y diversiones en un círculo pequeño de
la gran ciudad no conoce, y así, al descubrirlas, es como si también ellos
viajasen.
Cuando mi amiga Magda, recién llegada a Barcelona, me telefoneó
pidiéndome que le dedicase la mañana, yo no recordé estas cosas. Magda, desde
los lejanos tiempos universitarios en Barcelona hasta ahora, ha cambiado muy
poco. Cuando nos vemos, siempre, nuestro tema es el mismo: Barcelona y un
repaso de nuestros años juveniles en Barcelona. Pero esta vez Magda me
asombró: “A ti que te gusta tanto pasear por los llamados barrios típicos y que
debes conocer todo Madrid como la palma de la mano, no te importará llevarme
a la calle de la Ruda, que me han dicho que es como el corazón de lo castizo
madrileño o algo por el estilo.” Por primera vez Magda me resultó una forastera
como aquellas a las que se referían mis amigos norteamericanos. Sentí una gran
curiosidad por este cambio de actitud, ya que, en tantos años, ella no ha querido
conocer de Madrid más que algunos teatros y los restaurantes caros a donde la
llevan a comer sus sobrinos. Lugares que ella puede comprar con otros de
Barcelona porque, aunque ha viajado bastante, a Magda sólo le gusta Cataluña en
general y Barcelona en particular, y creo que su ilusión sería viajar por todo el
mundo como aquellos personajes de Anita Loos, que de nación en nación
europea, se sentían siempre felices porque sólo veían los bares americanos, se
divertían con americanos y se sentían en todas partes como en el propio Nueva
York. Hasta el momento, y cambiando Nueva York por Barcelona, yo había
creído que este era el ideal de Magda.
Pero hoy, mientras paseábamos, recordé para ella una Ribera de Curtidores
llena de mugre, de polvo, de yeso y de vida. Recordaba raterillos escurriéndose
por el gentío, y un olor a churros calientes, y voces extranjeras de turistas entre
los acentos recortados de los indígenas; empujones y apreturas en las casas de
compra-venta de muebles. Búsquedas y asombros al encontrar mescolanzas de
objetos tan dispares como cepillos de dientes de segunda mano junto a joyas de
poco valor y aspecto funerario, y, también, aquellos cuadros oscuros y llenos de
polvo entre los que, de pronto, tenía uno la impresión de que podría descubrir un
Goya o un Greco. ¡Qué se yo! En ese mundo sorprendente y milagrero todo era
posible. Pero esta mañana se me ocurrió que era un sueño solamente ese Rastro
con ciegos recitadores de romances y mendigos tullidos; alborotos en cientos de
jaulas de pájaros y músicas de organillo. Nada de esto encontramos hoy en la
Ribera de Curtidores. Seguramente en mi recuerdo había un aderezo de lecturas
complementarias a mis impresiones sobre tipos y lugares: lecturas de Ramón
Gómez de la Serna, Baroja, Juan Antonio Cabezas, Solana, Camilo José Cela.
16
Magda me acusó de tremendista cuando llegamos a unas calles limpias y
soñolientas bajo el sol. Un Rastro que esperaba la feria próxima agazapado en
sus tenderetes con ropas de confección, con las chilabas morunas y los uniformes
de soldados extranjeros que hacen furor entre los jóvenes “in”. La estatua de
Cascorro destacaba en un aire cristalino y cuatro veces azul. Un hombre con
gorra de plato negra, cazadora marrón, gestos provocadoramente lentos y larga
bufanda amarilla, y dos mujeres que se hablaban con deje desgarrado
arrebujándose en sus batas de nylón como lo hubieran hecho en los antiguos
mantoncillos, hacían pensar en a verbena de la Paloma y que habían nacido en la
madrileñísima calle de la Ruda, donde se habla castizo y se venden comestibles y
especies para condimentar platos típicos de taberna madrileña. Al fin estábamos
en la calle de la Ruda, y aún no sabía por qué Magda, tan impermeable a esos
ambientes, la había buscado con tal tenacidad. Y se lo pregunté. Y me lo dijo:
Magda iba buscando en el centro del tipismo madrileño nada menos que butifarra
catalana, pero butifarra fresca —especificó—, de la que no se suele encontrar en
Madrid y que ella tenía la costumbre de traer, para sus sobrinos, desde Barcelona,
en avión; hasta que últimamente le aseguraron que no era necesaria esa molestia;
que en la calle de la Ruda la elaboraban con toda garantía unos catalanes con
elementos auténticamente catalanes. “Cuando supe eso (me concedió Magda)
comprendí que es cierto que Madrid, gracias a la colonia catalana, puede
convertirse de un momento a otro en una gran capital que ofrece todo lo
deseable.”
5 de diciembre de 1971
17
DICIEMBRE 1971
Hoy es el día de la limpieza de los cajones que hago a fin de año: rotura de
toda clase de papeles y cartas viejas. Es el momento de barrer, de quemar y
olvidar. No debe quedar nada de nada, como en la vieja canción. Pero algo queda
siempre: unas fotografías de montañas de distintos países y algunos dibujos. Son
cosas que tienen para mí una clave, un misterio de permanencia que cada año
trato de descubrir. Y de pronto, hoy, ha sucedido con un dibujo. Sentada en el
suelo, rodeada de cajones a medio vaciar, hoy, y ahora, he sabido que en el dibujo
que tengo en la mano, y que es el primero que hice en mi vida, está el recuerdo
del canto de un gallo. De pronto lo he entendido. El cuadrito, cuidadosamente
protegido con cristal y enmarcado por mi abuelo, es un dibujo a lápiz de un gallo
subrealista con una larga espiral que sube, en vez del pico. La espiral es el
kikirikí del gallo desconocido que vivía en algún lugar del inmenso patio de
manzana a donde daba la galería de mi casa. Sé que llegaba el grito desde un
lugar de sol: ese esplendor agudo del canto del gallo a mediodía, rompiendo el
azul: el aire de fuera.
Puedo entender mi primer dibujo barajando recuerdos de sol y sombra:
sombra de los barrotes de la barandilla en el suelo de la galería. Sombra rayada
de las persianas. Rayos de sol refulgentes que calentaban aquella cosa gris y
blanca, cálida y viva, que era la gata “Martita”, la preferida de mi abuela. La gata
quedó en una gran fotografía del primer año de mi vida, que al rodar del tiempo
se perdió entre saltos de un lugar a otro lugar, y abandonos, y traslados de
objetos. Pero el recuerdo de la fotografía de esta gata, y, lo que yo pienso como si
fuera un recuerdo mío, su lomo caliente y sedoso y las manchas de sol y la aguda
alegría del gallo del patio se mezclan en la materia que forma los primeros posos
de sensibilidad en mi vida.
“A mi abuelillo: un gallo.” Esta leyenda, seguida del aviso “primer dibujo
de...” y la fecha anterior a mi segundo cumpleaños fueron cosas escritas por mi
abuelo al pie del dibujo.
Cumplí dos años en Canarias, pero el gallo de mi dibujo cantaba en Barcelona
en el verano anterior a ese cumpleaños de otoño. Sus plumas, de un marrón
rojizo con toques de verde, con toques de carmín vivo, son facilísimas de evocar
en la invención retrospectiva, y también su magnífica cresta y ojo dorado; así lo
veo de perfil, o bien allá abajo en un cuadrado del patio, muy pequeño en la luz y
en la distancia: un juguete, una figura de “pesebre” navideño. Así lo invento.
Pero su canto agudo no lo invento ahora. Ese canto fue dibujado, apresado,
balbucido en un primer intento de expresión plástica. Y quedó en mí como un
clarín de alegría por todo lo que es viviente.
18
Los primeros juguetes que recuerdo son el papel y el lápiz en la galería de sol
y hombre: los otros juguetes de trapo o de goma que debí poseer no los recuerdo.
Y las horas de recogimiento y de protección en la casa, quizá porque eran horas
de un verano y el calor se filtraba con la luz, son horas oscuras. Horas negras,
horas de la sombra.
Los animales, que fueron mis primeros juguetes vivos, pertenecían a la zona
de sol y libertad. Mi alegría llegaba del sol. Y sé que visitaba el Zoo de Barcelona
en compañía de los gigantes familiares que tanto me querían; y sé que uno de
estos gigantes era el abuelo que enmarcó mi dibujo. Sé que mi mano apresaba su
bastón de ébano y resbalaba luego por la superficie suave, amable.
De la amistad mía con una cabra blanca del Zoo me hablaron tanto mis padres
que quise visitarla cuando, siendo ya una chicuela de seis o siete años, hice un
viaje a Barcelona. Pero no me llevaron a hacer tal visita; quizá porque no sabían
si tal cabra vivía aún ni si existiría alguna parecida, ni si, en caso de existir,
podría angustiarme que no me reconociese, que no entablase el mudo diálogo que
yo imaginaba y exigía de aquel animal ya mítico.
La vida de estos seres humildes, de los animales, se une a todos mis recuerdos
de infancia: lagartijas y aves, y caballos, y perros, y gatos. Salen sus recuerdos en
espiral como el canto del pico del gallo de mi primer dibujo. Recuerdos menores:
comienzan con las primeras sensaciones, las que fundamentan el filme ese que es
la vida, al volver la cabeza atrás. Y en el principio están ellos: el gallo que lanzó
su canto desde el gran charco de luz entre el gran cielo de luz; la gata
almacenadora de electricidad y calor soleado, y la cabra mítica del Zoo saltando
entre peñascos artificiales, mirándome pensativa y blanca dentro del sol, dentro
del primer olor a jardines y flores de verano y ciudad de brisa mediterránea.
Es una fotografía rota la gata gris; la cabra salvaje del Zoo está quizá
inventada por un anhelo mío: puedo dudar de estos recuerdos. Pero aquí, en el
dibujo, en el primer dibujo de una criatura de año y medio, recogido y fechado
con amor por un abuelo, está la realidad de la punzante inspiración de aquel gallo
cuyo canto existió para mí. Está apresado aquí en esta interpretación, auténtico
recuerdo, clave auténtica, de aquella impresionante alegría primera.
8 de diciembre de 1971
19
DICIEMBRE 1971
El equinoccio de invierno está cerca. La época de niebla sucia impregna la
ciudad. Las noticias de estos días, para no distinguirse de los otros días del
mundo, son también sangrientas y oscuras: en todas partes los seres humanos nos
matamos entre nosotros mismos o morimos aplastados por nuestras máquinas.
Las multitudes gritan alrededor de cabezas cortadas clavadas en picas. Bob
Dylan canta: “Me he perdido frente a una docena de océanos muertos. He estado
a diez mil millas de altura, en la cumbre de un camposanto.” En la noche, las
gentes corren apresuradas, envueltas en sus impermeables y sus bufandas. De
pronto se apagan los faroles callejeros y entonces nos damos cuenta de que un
alba grisácea se extiende sobre las calles húmedas, sobre los árboles del Retiro, y
para delante de nosotros el autobús iluminado, y los que los esperamos en la fila
entramos en su interior empujándonos. “Y va a llover, va a llover a cántaros”,
canta Bob Dylan. ¡Qué día-noche, qué nubes grises, qué equinoccio más malo se
acerca!
Llego al departamento de mis hijos cuando ellos están ya preparados para
salir, y dejo la bufanda y el frío sobre el arcón de la entrada. Me ofrecen el pan y
la sal; es un decir, el café humeante, por si quiero reconfortarme, y luego mi
yerno, joven y barbudo, y mi hija, joven, frágil y sonriente, se van y me dejan
esta aventura para mí sola: este descanso en el departamento cálido e iluminado
donde todo, desde el café y el tocadiscos, la mesa de trabajo y el bebé que me
mira curiosamente desde su cuna, todo queda para mí y a mi cuidado. “Y va a
llorar —grita Bob Dylan—, va a llover. Va a llover a cántaros.”
Va a llover, y por eso lo natural, lo cotidiano, lo vulgar sería que nos
mojásemos como todos bajo esas lluvias que ahora caen a veces teñidas de hollín
negro o de yeso blanco o de sangre roja, o incoloras pero burbujeantes, que nos
calan hasta el frío de los huesos. Por eso la aventura es hoy ver al resguardo del
ventanal grande; cómo lucha el día con la oscuridad; cómo se van perfilando
azoteas y tejados y hasta las montañas nevadas de la Sierra allá, a mano derecha;
cómo salen los humos de las chimeneas, los poderosos humos negros y blancos y
los pequeños y aplastados hilillos de humo que ni siquiera pueden llegar a las
nubes. Y ver cómo este paisaje lucha por hacerse notar a mis ojos entre los
reflejos de las lámparas encendidas a mi espalda en este interior, este refugio
cálido donde mi verdadera aventura está en una cuna y un bebé. Es, por cierto,
hora de bañarle y le preparo el baño, y la vieja maravilla de un recién nacido
desnudo entre mis manos oyendo sus gorjeos cuando le alegra el agua tibia, me
quitan la opresión de la lluvia que, como en la canción que me persigue, va a caer
de veras en la más simple realidad, sobre los humos poderosos y los pobres,
sobre las azoteas y los tejados. El bebé se duerme poco después entre mis brazos.
20
Es un bebé prestado, claro está. Todos los bebés que las mujeres vemos dormidos
y confiados en nuestros brazos son préstamos preciosos que nos hace la vida, aun
aquellos a los que dimos a luz. Todos. Pero aún sin engaños, aun viviendo como
aventura al paso este sueño del niño en mi regazo abierto para él, yo me siento en
estos momentos más eterna y más segura que los picos de las montañas de la
Sierra. Una mujer con un niño en brazos es una potencia de tanta energía como
una bomba atómica. Me siento durante unos instantes esa potencia, ese
contrapeso en la balanza que al otro lado lleva los océanos muertos y los gritos. Y
después de sentirme tan poderosa dejo al bebé en la cuna. Tengo que trabajar y
mordisqueo el bolígrafo como hacemos todos cuando no sabemos de qué
podemos escribir. Pienso que se acercan las fiestas de Navidad y que los
periódicos se van a llenar de tópicos y anti-tópicos sobre estas fiestas. Qué difícil
escribir sobre algo tan profundo, tan sencillo, como es la celebración cristiana de
la llegada de un Dios que tomó la forma de la Esperanza entre la angustia y la
injusticia humana: la forma de un niño recién nacido sin más riqueza ni más
armas de amparo que los brazos de una mujer.
Yo no sabría escribirlo, pero por fortuna tampoco tengo que escribir sobre
estas cosas. No soy articulista, ni teóloga, ni ensayista, ni tampoco periodista.
Soy una mujer que cuenta en su diario lo que le ocurre. Miro a la ventana y veo
que, al fin, llueve a cántaros. Pongo mi mano abierta sobre la mejilla del bebé
dormido, y siente la criatura mi caricia y me sonríe en sueños.
Hoy no sé contar nada más.
12 de diciembre de 1971
21
DICIEMBRE 1971
Llevo varios días pensando en el relato de la vida de un hombre. Esta historia
trabaja en mí de tal manera que cuando me levanto en la noche oscura del
despertar de diciembre, la historia de un hombre que perdió la facultad de ser
feliz está conmigo; y la recuerdo bajo el agua de la ducha y a veces con el primer
sorbo amargo del café del desayuno. Pretendo resumir hoy en una o dos páginas
de mi diario esta historia y me encuentro con que no sé hacerlo. La verdad es que
he comprendido ahora que este trabajo mío de narrar lo que me rodea y lo que
inesperadamente encuentro en mi camino es difícil; una profesión endiablada una
vez que se acepta como tal profesión. A veces parece que ante las dificultades de
comprimir un relato auténtico todas las palabras que conozco han perdido vida y
virtud de evocación. No sabe una qué hacer para revivir a esas palabras
desmayadas. Un poco de agua fría, un poco de esfuerzo, un masaje sobre el
corazón de las palabras, y quizá vuelvan a servir. Pero a pesar de eso, para la
historia del pastor de ovejas no me sirven las palabras resucitadas. Su historia
necesitaría exactamente las palabras del propio pastor tal como quedaron en la
cinta magnetofónica: necesita la voz del pastor y su y su simplicidad y sus
recelos. Y, sin embargo, en vez de olvidar la historia y renunciar a contarla, ya
que no es mía ni la he inventado, siento desde hace más de un mes que esa
historia es una obsesión que trabaja mi alma y que tendré que contarla de una u
otra manera para liberarme de ella.
Un amigo mío a quien puedo llamar don Salvador —y le puedo llamar así
porque no es este su nombre— pasó muchos ratos, hace uno o dos años,
hablando con el pastor de sus ovejas; aquel pastor contrahecho que un día llegó
pedaleando su bicicleta hasta la finca, porque le habían indicado que hacía falta
su trabajo. El pastor era un hombre más joven y a la vez más viejo que don
Salvador y que yo; y don Salvador, mi amigo, que es médico y psicólogo,
comprendió enseguida que el pastor era un hombre que había cerrado el círculo
de tiza de su vida y ya no dejaba que nada entrara dentro de ese círculo. Un
hombre acabado al que sin embargo intentó revivir, como yo a mis palabras.
Comprendió mi amigo que a preguntas determinadas, el pastor contaba
determinadas historias, y que bien conducidas estas historias componían el
mosaico de una vida llena de fatalidades, de un hombre de nuestro tiempo y
nuestro país: un hermano nuestro. Y así, una tarde de charla, el pastor —sin
saberlo— dijo grabada su historia en una cinta magnetofónica; historia que nunca
adorna con comentarios sobre sufrimientos o alegrías; historia en la que el único
comentario convencido y orgulloso es sobre
22
la santidad de su pobre madre que iba a lavar por las casas de Madrid y a pedir
limosna para aquel hervidero de hijos que tenía. Y para uno de ellos —el futuro
pastor—, que era un niño enfermo, logró plaza, durante siete años, en el Hospital
de los Hermanos de San Juan de Dios. Regresó a casa el niño al comienzo de la
guerra civil, pero aún caminaba casi arrastrándose, y como la madre había
muerto era, además, un ser que había perdido todo amparo. Su hermano mayor, el
muy admirado miliciano, se decide a sacrificar a esta criatura para evitarle penas,
y así lo comprende el niño cuando lo saca el hermano al patio y le apunta con su
fusil.
—¿Y tú que sabías que te iba a matar, tú no le dijiste nada?
—Yo ¿qué le iba a decir, don Salvador? Yo era una criatura. Yo estaba callado.
¿Qué quiere que diga una criatura? Yo estaba callado. Yo era una criatura. ¿Qué
quiere que diga una criatura?
Pero el hermano no puede matarlo. Tira el fusil al suelo y estalla en palabrotas
con los ojos llenos de lágrimas. “Y entonces —dice el pastor— echamos una
instancia para que me llevaran con una de las colonias de niños que salían de
Madrid, y me llevaron.” En la última afirmación flota un orgullo modesto y
hermoso. Se oye en la cinta magnetofónica la voz dulce de la mujer de don
Salvador: “¿Por eso canta usted esas canciones tan bonitas de los niños que se
van de España, cuando está en el campo?” El pastor se ríe. A ruegos, canta la
canción de las colonias de niños que salen de Madrid, donde dejan el corazón y
donde los parientes les esperan para hacerles el recibimiento triunfal a su regreso.
El niño tullido que era entonces el futuro pastor de ovejas, lleva grabadas para
siempre en su sensibilidad estas canciones que son tópicos de ternuras familiares
y de amor a los niños. Para él son —lo adivino en su relato— como el eje de
todas las verdades y la seguridad de aquello a lo que tiene derecho: sagrado
cariño de la sangre y puesto seguro en una familia, en un país, entre sus
hermanos y entre otros seres humanos iguales en dolor, gozos e ignorancias.
Estas seguridades forman en la historia del pastor una larga aspiración que
trataré de seguir resumiendo mañana. Una larga aspiración que jamás se cumple.
19 de diciembre de 1971
23
SEGUNDA PARTE
Continuando lo escrito ayer, pienso ahora en la discutida historia de “Los
hijos de Sánchez”, de la que el sociólogo Lewis hizo una obra de arte con relatos
tomados en magnetófono. Como se comprende, ni mi amigo don Salvador trató
de hacer obra de arte al tomar en cinta magnetofónica la historia del pastor, que
comencé a relatar ayer, ni mucho menos yo al escribir ahora. Sólo intento
recordar lo esencial de esa historia. Pero lo que don Salvador y quien esto escribe
para ustedes intentamos —él al grabar las palabras escuetas encauzando con sus
preguntas las vacilaciones y los torturados anhelos, y yo al resumir lo escuchado
en la grabación— es un encuentro con ese hombre de nuestra generación que era
un niño tullido durante la guerra civil y fue un hombre contrahecho, aunque
según don Salvador tenía un rostro inesperadamente bello dentro de su
rusticidad.
Por primera vez conoció el campo cuando le llevaron a los alrededores de
Barcelona, con la colonia de niños sacados en guerra de las hambres y
bombardeos de Madrid. Tan poco conocía las cosas del campo, y tanta hambre
tenían todos los niños que esperaban la salida a Rusia (aquí hay un comentario:
“natural, don Salvador: los maestros tenían cinco hijas y les daban poca comida
para todos nosotros. La comida era para sus hijas: natural”), que cuando los
maestros le gastaron una “broma” al niño tullido, él cayó en la trampa. Le dijeron
que si abría una caja que estaba en el descampado, dentro encontraría miel para
comer, pero que tenía que hacerlo sin camisa, con el pecho desnudo. Lo hizo así
y no se asustó del enjambre de abejas, porque como nada sabía de las cosas del
campo le parecieron moscas inofensivas. Estuvo a punto de morir de las
picaduras. Hospitalizado, sufrió pensando que no podría ser como todos, que la
colonia se iría sin él. Pero el viaje se retrasó y el tullido pudo incorporarse, a
pesar de las previsiones en contra. Sus recuerdos de Rusia son confusos: al
parecer fue a un campo de recuperación, ya que todo el día hacía gimnasia sobre
la nieve, sudaba sobre la nieve o nadaba en una piscina. Se fortaleció mucho y
recuerda que comía muy bien —“cosas de chuparse los dedos, don Salvador”—.
Ya no se acuerda del idioma ruso y tampoco recuerda el nombre de los manjares,
pero acuciado por las preguntas el magnetófono recoge su respuesta de
escapatoria triunfal: “¿Pues qué iba a ser eso tan bueno? ¡Paella! Eso.”
Al terminar la guerra los rusos devuelven al muchacho tullido —“Sólo
vivimos tres de todos los que íbamos. Después volvieron muchos, pero entonces
sólo tres. Y ya ve, si me llego a quedar me “echan” para ingeniero, ya ve.”
“Bueno, yo me vine porque me tiraba la familia y porque era una criatura. Me
hablaban de mi casa y mi familia, y me vine”—. La familia no quiso saber nada
del muchacho, que habían dado por muerto. Al fin un tío suyo, propietario de
ovejas, se lo lleva y le convierte en pastor. “Gracias a eso puedo ganarme la vida
hoy, don Salvador.”
24
Pero el destino persigue al pastor como al héroe de la tragedia griega. Tiene
miedo en las noches solitarias cuidando a la majada. Los “maquis” le roban
ganado, aunque él les grita que el ganado no es suyo y que su tío le matará. Para
salvarse denuncia el robo a la Guardia Civil, pero cuando sabe que los ladrones
han sido capturados, huye, sabiendo que los otros “maquis” vendrán a vengar a
los compañeros. “Yo siempre estuve solo, don Salvador. Desde que murió mi
madre, siempre solo. En Rusia, solo. Con las ovejas, solo. Sólo también cuando
me casé, porque yo creía que ella era buena chica, pero lo que quería era
matarme para quedarse con el piso para ella y sus padres; cuando mi suegra
intentó apuñalarme me fui a la Guardia Civil, pero me dijeron que mientras no
hubiera sangre no había nada que hacer. Sin embargo, otro muchacho, también
barrendero como yo entonces, y también para quedarse con el piso, ¿sabe usted?,
la mujer le echó veneno en la comida y él estuvo malo en el hospital, pero no
murió. Y aunque no hubo sangre a ella la metieron en la cárcel y él tuvo suerte y
salió libre.”
Siempre solo. Don Salvador no puede hacerle contar cómo al fin decidió
abandonar el codiciado piso, el empleo y la feroz mujer. “Que digo yo, que si no
es por los suegros, ella no me hubiera querido tirar al pozo negro ni apuñalarme,
y estaría yo tan tranquilo ahora en mi casita, con mi mujer, que para eso me casé,
para tener familia, como todos.”
Se oye en el magnetófono a don Salvador animando al pastor, diciéndole que
en la finca se le aprecia como de familia y que irá rehaciendo su vida. Pero el
hombre no entiende eso de una familia que no sea de la sangre. Demasiado tarde
para empezar a creer en la solidaridad humana. “Yo siempre solo, don Salvador.
Yo, ¿para qué quiero el dinero que usted me da? Ya no me dejan casarme más.
¿Para qué quiero el dinero? Un día me tiro al tren.”
Unos días después de haber grabado, sin saberlo, la cinta que yo escuché
sobrecogida, el pastor, aprovechando una ausencia de esa inesperada providencia
y bondad que le oprimía y que es mi amigo don Salvador, huyó de la finca, sin
que ninguna indagación sobre su paradero haya dado resultado en estos años.
Si anoto estas cosas en mi diario es porque la historia que resumo me duele
como si fuese la historia de un hijo mío que yo hubiera perdido no sé por qué, ni
cómo, ni a causa de qué espantoso pecado de inhumanidad colectiva, en el que,
sin querer, me he visto obligada a participar. En el que todos, al no saber evitarla,
posiblemente participamos.
21 de diciembre de 1971
25
DICIEMBRE 1971
Me despierta la luz. Es como si una luz conocida en tiempos muy lejanos se
hiciese presente bajo los párpados cerrados. Luz del mar. Cielo empardelado por
el calor, o cielo azul celeste radiante. La catedral de cal y piedra, las escaleras del
interior de la torre hasta el campanario desde donde se ve la plaza de Santa Ana,
el viejo barrio de Vegueta, el mar, los platanares. Pero no, aún no hay platanares
rodeando la ciudad y aún el barrio de Vegueta no se llama así. Estamos en 1851 y
el novelista Claudio de la Torre nos cuenta la historia del verano del cólera. No
han sido mis recuerdos personales los que me han despertado, sino el recuerdo de
esta novela breve: “Verano de Juan «El Chino»”, que leí de un tirón antes de
dormir. La historia que se cuenta en el libro está narrada con descarnada sencillez
y serviría para situarla en cualquier parte y en cualquier momento de la
Humanidad; pero está al mismo tiempo sabiamente situada en ese año 1851, y en
esa isla de Gran Canaria tan alejada entonces, perdida con sus peñascos y sus
arenales en el Atlántico luminoso. La acción transcurre en Las Palmas, que es la
ciudad del escritor Claudio de la Torre, y también la ciudad mía, por usarla y
vivirla en mi infancia. Por eso reconozco la exhaustiva documentación que ha
tenido que recoger el escritor para hacer este libro, en que, sin embargo, no ha
querido hacer pesar ni este esfuerzo ni ningún otro. Pero es por este hondo saber
del novelista por lo que me despierta en esta madrugada oscura de invierno la luz
de Canarias. En la novela, como digo, se he dejado la luz y se ha quitado como
estorbo a la expresión casi todo lo demás: ramas, corales, algas oscuras y hasta la
tentación de dar volumen al libro en un logro parecido al de Camus con “La
Peste”. Y hasta la tentación de llegar a las últimas consecuencias de una
decepcionada o de una ardiente filosofía de lo social. Están solamente los hechos
y los personajes y los vemos suceder y realizarse a través de una prosa clarísima,
como se pueden ver en uno de esos charcos que deja la bajamar entre las rocas, la
vida de los peces, los erizos, los camarones transparentes, las piedras coloradas.
En el libro vemos moverse a “Juan el Chino” entre las pirámides de muertos y
en el sol de la playa y en las calles vacías. Juan, uno de los pocos seres que se
entregan con heroísmo a la lucha contra la epidemia sin perecer en ella. Le
vemos amar dentro del caos de la muerte y le vemos usar de su poder de vivo en
la ciudad muerta: salva vidas, dispone con justicia de enseres y haciendas y, a
pesar de su sabio y amargo escepticismo de vagabundo, empieza a creer en las
palabras de su compañero Fonseca: “Olvídate de la ciudad que conociste, Juan.
Esa desapareció y ahora habrá que ir pensando en la otra que nos espera el día de
mañana, si es que salimos con vida.”
26
Una ciudad en la que los supervivientes, que han dado su talla de héroes en
los momentos en que los cobardes se esconden, serán los nuevos gobernantes.
Asomados al espejo de la novela “vemos” los anhelos de Juan. Por un momento
cree y nos hace creer con él en ese reino de justicia que todo hombre lleva dentro
de su alma y que es una realidad bendita, aun en medio de los sufrimientos más
atroces. Cuando el terror pase, sólo aquellos que se han demostrado capaces de
autoridad sin distinción de nacimientos ni condiciones sociales, sólo los que
ahora se han demostrado buenos, valientes e inteligentes, en lógica justicia,
seguirán siendo más tarde los que resuelvan los problemas de la ciudad ya
normalizada.
Nosotros, los lectores, vemos pensamientos, movimientos y amores dentro de
Juan. Pero el novelista apenas nos guía y su arte nos da la facultad de ver por
nosotros mismos, sin que él nos las diga, estas cosas. Al terminar la lectura
sabemos muchos secretos que nadie nos ha dicho. Desde le secreto amoroso y
doliente que guarda la tierra al pie del jazminero del patio hasta el de las
profundas y muertas ilusiones de Juan.
Y cuando alguien, que es persona de esa isla en que se sitúa la acción de una
novela donde el autor pone apenas unas pinceladas mágicas, evocadoras de los
viejos parajes conocidos; cuando ese alguien se duerme en una noche de finales
de diciembre con el libro en la mano, esa “no” descripción que hace el novelista
tiene tal fuerza que barrena su sueño y se despierta —me despierta— en la noche,
a tantas leguas, a tantas aguas y tantas tierras de aquel lugar, sacudido por la luz y
los cielos, el mar y los campanarios isleños de la infancia.
24 de diciembre de 1971
27
ENERO 1972
Esta Nochebuena la he pasado con mi familia polaca. Cada una de las familias
a las que pertenecemos en la vida, y yo pertenezco a varias, nos marca con su
ambiente particular en bien o en mal. Mi familia polaca tiene un ambiente de
alegría, de gusto de vivir y sentir la felicidad de reunirse. Cuando estoy con ellos
este ambiente me da fuerzas y me hace crecer hacia la juventud, hacia la época en
que los conocí en Barcelona, en la posguerra del año cuarenta, y al borde de una
adolescencia en que mi alma desobediente no buscaba familia alguna en que
fundirse, sino que, por el contrario, trataba de escapar de cualquier lazo impuesto
por la sangre y también de cualquier tópico religioso o social.
Nunca he olvidado aquel día de lluvia y su olor en la casa antigua, y la risa del
chico más joven cuando le dije, como saludo, la palabra polaca que su hermana,
compañera mía en la Universidad, me había hecho aprender sin explicarme su
significado. Desde ese momento nosotros, los jóvenes, todo lo vimos diluido
entre las nieblas de una de esas incontenibles y estúpidas risas adolescentes, que
volvían a brotar cuando menos lo deseábamos. Ellos me explicaron que aquella
noche, contra la costumbre polaca de no invitar a la cena solemne de vigilia más
que a familiares o personas tan íntimas como yo, iban a llegar algunos polacos
que apenas conocías. Gentes desplazadas por la guerra y de paso en Barcelona.
Nosotros ayudamos a estos huéspedes a quitarse las gabardinas y a colocar los
paraguas goteantes y les condujimos a la calidez de la sala iluminada, donde los
padres, muy elegantes y resplandecientes aquella noche, les acogían con las
palabras más íntimas y cordiales de su idioma. Uno de los invitados, viejo y
calvo, después de besarle la mano, llamó “mamaíta” a la madre, que era bella y
joven y tan nerviosa y esbelta como un pura sangre, por lo que sus hijos le daban
el nombre de “caballito” como homenaje de admiración. La ocurrencia del
invitado nos hizo escapar a nosotros tres en distintas direcciones para llorar de
risa, tranquilizándonos poco a poco en algún escondite oscuro. Nos llamaron sin
apremios y sin hacernos demasiado caso cuando aparecimos para la cena. Todo el
mundo se sentía a gusto, y el drama que yo auguraba para cada reunión familiar
solemne de cada familia de este bajo mundo no se presentó en aquella familia
reunida la vigilia de Navidad. Sólo se había presentado nuestra risa; pero los
mayores también reían y hablaban mucho, y al terminar la cena el idioma polaco
era un idioma chispeante. Luego, cantaron las canciones polacas que aprendí de
una vez para siempre, y jugaron a las prendas, y a nosotros, ya tranquilizados,
recobrada nuestra inteligencia de personas de una nueva generación, más honda y
más sabia que las generaciones anteriores, nos parecieron los padres unos pobres
niños inconscientes, sin preocupaciones y demasiado entusiasmados por cosas
poco importantes. Pero en seguida nos cansamos de mirar críticamente y nos
encontramos participando en la alegría. Cuando salimos a la calle, los invitados
llevábamos esa alegría guardada, protegida bajo nuestros abrigos, como la llama
de una vela en el viento de la noche, entre los charcos y los balcones goteantes.
28
Esta vigilia de Navidad de 1971, compartida otra vez con los niños y adultos
de mi familia polaca, he sabido de pronto que cuantas veces en mi vieja vida he
apagado esa llama del gusto de vivir en otras personas o en mí misma, he sido
traidora a una herencia familiar heroica, a esas lecciones de valor dadas y
recibidas con tanta naturalidad en mi familia de refugiados polacos en una vigilia
de Navidad oscura e incierta, de muertes para ellos recientes y goterones de
ansiedad que había que dejar aparte para que la vida pudiese ser soportable a
todos. Pensando en estas cosas al volver a casa, casi al alba de la Navidad de este
año, iba canturreando para mis adentros la célebre “Manzanita encarnada” y las
otras canciones polacas que aprendí hace tanto tiempo, y que no se cantaron en
absoluto en esta última vigilia, porque la mayoría de mi familia polaca es
española en la nueva generación que toca las guitarras y estas canciones no las
saben. Los mayores de ahora no podemos enseñárselas. Da la casualidad de que
todos tenemos mal oído.
2 de enero de 1972
29
ENERO DE 1972
En sueños siento ya el silencio de la nieve en la primera noche del primer día
del año. Al despertar, ya está el sol brillando sobre la gran nevada en este llano
donde la nieve no es usual. Las montañas lejanas si que parecían fantasmas en la
luz apagada de ayer, blancas y magníficas, pero la llanura era roja y parda y
azulosa de sombras. Hoy es todo un puro resplandor, y aunque tengo que trabajar,
me lanzo al campo con los otros habitantes de esta casa y con los perros: a ese
paseo por el soto transformado y florido de blanco sobre azul; árboles, matojos,
nieve sobre aguas heladas, pequeños crujidos en el silencio blanco que hacen
pensar en los pequeños infortunios de las criaturas de esta tierra, agazapadas en
sus madrigueras y saliendo, al fin, en busca de una comida que la espesa capa de
nieve impide encontrar. Por eso, al sonar un tiro a lo lejos, los amigos que me
rodean se conmueven. Hoy aprendo que existe una tregua de “días de infortunio”
entre los cazadores y la caza. Los días de riadas, o incendio o, en lugares no
usuales, los de nieve, las leyes de caza prohíben aprovechar el desconcierto de
los animales que tienen que alejarse de sus madrigueras para buscar el alimento o
huir de la catástrofe.
Vuelvo a la casa y abro mi cuaderno. Quiero empezar a preparar en él los
datos de un largo viaje imaginario. Pero esta mañana son las criaturas de nieve de
mi mundo íntimo las que me estorban y salen, como salen los animalillos
campestres de sus madrigueras escondidas, y no me dejan trabajar. No son
recuerdos de infortunio los de ese elemento: la nieve. No fue infortunio para mí
ni aun en días de borrasca en que, a gatas, he corrido huyendo de los copos
helados mezclados al granizo; a gatas para que el viento no me tirase, para no
morir de su embestida furiosa, que arrastraba piedras del monte. Pero, en general,
la nieve ha sido la gran paz, el filtro de alegría en el aire y el aislamiento de la
angustia cayendo sobre un jardín, blanqueando los cristales de una ventana en los
que se reflejaba un fuego encendido por mis manos. La nieve es siempre también
mi elemento de sorpresa, quizá porque llegó así, sorprendiéndome, a mi vida. No
estaba, como el mar, desde mi nacimiento mezclándose a mis sensaciones. No
puedo conocerla nada más que en estampas o en el cine hasta cumplir dieciocho
años de edad. La toqué por primera vez en un paseo por los bosques que rodean
Barcelona. La apreté entre mis manos, froté mi cara con ella y la comí. Hice lo
mismo que he visto hacer más tarde a los cachorros en su primer encuentro con la
nieve. Sentí ese mismo enloquecimiento de felicidad pura y terrestre. Fue como
un amor repentino. Pero desde esa primera alegría pasó un gran intervalo de años
hasta nuevos encuentros que al fin se hicieron habituales. A pesar de eso, siempre
sigue siendo para mí una aventura ir a buscar la nieve, vivirla, conocer sus
aspectos, contemplarla.
30
Las criaturas de mi mundo de nieve están aquí. Mientras no las aparte no
podré comenzar mi trabajo. Criaturas del silencio y los rumores opacos del suave
caer, golpe a golpe, de la nieve desprendida a puñados desde las ramas, crujidos
de nieve dura bajo las botas, licuación de charcos y arroyos, masas de blancura
desprendida, colores insospechados, jardines transformados, luna oprimente
sobre una belleza demasiado frágil, fantasmagórica y fugitiva.
Tengo pocos recuerdos de criaturas humanas contemplando conmigo los
paisajes y escuchando conmigo los rumores sobre el silencio de la nieve. Podría
escribir aquí, en cambio, los nombres de algunos perros que me acompañaron
mucho en mis paseos por la nieve y quizá, cuando al fin haya terminado este
trabajo que ahora voy a empezar, me entretenga en contar las historias de mis
perros. Pero en verdad la nieve es para mí algo amado, misterioso y de la que me
he inventado un mundo íntimo para verlo y oírlo a solas.
7 de enero de 1972
31
ENERO DE 1972
De pronto un día y otro día ciudadano, empapados todos ellos como esponjas
grises de sueño y malestar, me han ido cercando al llegar a Madrid para hacer
medio centenar de cosas que no he hecho. Fueron días en que este diario
permaneció cerrado y el teléfono me trajo noticias desoladoras desde los cuatro
puntos cardinales de la ciudad. Mis enfermos crecieron y se multiplicaron. Había
que preguntarse por niños y hasta por animales domésticos enfermos a causa
quizá del contacto con esa esponja gris de sucia atmósfera pesada que nos está
matando las ganas de hacer y de vivir. Llegaron por teléfono aún otras tristezas
(algunas urgentísimas de resolver) y el montón de cartas buenas —las de alegría—
se acumuló al borde de mi mesa sin abrirlas siquiera. Como Gloria Fuertes, yo
estos días quise “ser una aspirina inmensa —quien me cate que me cure—
rodando por los problemas”. Pero a veces no se puede ser nada cuando se quiere
abarcar un quehacer difuso entre la niebla, la gripe y la lejanía de los barrios
aislados y los días oscuros. Y esta mañana al despertar de un sueño tan cargado
de gris como todos estos días, al despertar de un empacho de sueño, me doy
cuenta de que lo peor ya pasó. Está saliendo el sol. La gripe se aleja. El teléfono
me trae una voz amiga: una voz llena de energía, una voz-espejo que me habla
como si fuera mi propia conciencia y me pide que cuente en mi diario la pena de
la muerte del perro “Lasio”, y así me libre de esa pena cantando la elegía del can.
Y me pide que “largue”, además, los trabajos suplementarios que acumulo sin
darme cuenta, ya que acumulo sin darme cuenta, ya que ella lo ha hecho así y se
siente libre. La voz amiga, que es voz de persona con un oficio parecido al mío
(un trabajo de creación que se hace y se deshace en su espíritu como en el de
todos los creadores, desde el día que comenzó a vivir), me comunica que es hoy,
precisamente hoy, cuando ha decidido inaugurar su año 1972 como si hubiera
tomado las uvas en la madrugada. Cualquier día es bueno para un comienzo.
La voz amiga me ayuda y me predispone a aceptar el año nuevo posgripal y
postinieblas con más afecto. Llegan algunas personas que quiero desde esos
lugares lejanísimos de la ciudad a los que me he sentido sin valor de arrastrarme,
y me traen regalos que yo no he podido hacerles a ellos. Mis hijos canadienses,
antes de volverse al Canadá, terminadas sus vacaciones, proyectan para mí
películas de su ciudad y sus bosques, y el río San Lorenzo en el pasado otoño,
con sus vapores que ahora estarán quietos ya, entre los hielos. La aventura del
viaje me tienta y por un momento me veo metiéndome dentro de la pantalla y
subiendo por la pasarela del buque y acodándome en la barandilla de cubierta
para respirar el olor del agua y de la vegetación, mientras mi barco se desliza río
San Lorenzo arriba o río San Lorenzo abajo.
32
La depresión pasó. ¿Es una cobardía, una egolatría inútil consignarla aquí? No
lo sé. Creo que si escribo sobre ella es porque ha terminado, al fin,
enriqueciéndome con un sentimiento de dulzura áspera, olvidada desde una
lejanía de años atrás. Este sentimiento de no haber podido ser salvadora de nada
ni de nadie en un momento oportuno, de no haber sido aspirina ni ungüento
amarillo, es áspero; pero es buena en contrapartida esa humilde alegría, ese bien
inesperado de haber sido yo la destinataria del medicamento que me llegó en
forma de una voz, de unas cartas, como manos de seres ajenos y amigos que me
sacan chorreante, dando boqueadas, pero a salvo, al fin, de mi ahogo de niebla.
11 de enero de 1972
33
ENERO 1972
Limpieza general. Viejas maletas desempolvadas. Rotura de papeles. Trabajos
antiguos archivados. Al fin, en unas hojas de revista encuentro la fotografía de
Pani Marila (un grupo donde estamos su sobrino Jan, su sobrina Linka y yo a su
lado) en el jardín de Skolimow, cerca de Varsovia, durante el verano de 1966.
Cuando, pioneras del turismo individual tras el telón de acero (en una época en
que nuestro país no tenía aún relaciones con Polonia), decidimos Linka y yo
asomar nuestra curiosidad por aquellos lugares.
Pani Marila ha pedido que se le manden mis reportajes sobre Polonia. Yo que
había olvidado lo mucho que figuraba esta anciana amiga en mi relato, me olvidé
de enviárselo. Al volver a recibir su encargo recientemente sentí remordimientos:
Pani Marila da sus razones para desear leer lo que he escrito sobre ella y su país:
a los ochenta y seis años de edad ella misma se ha convertido en escritora. Dice
con humor y tímida ilusión que dos editoriales polacas se disputan sus Memorias
y que a ella le divierte mucho escribir sus recuerdos que comienzan en la época
en que su patria estaba dividida entre Prusia, Rusia y el Estado austro-húngaro;
esa época llena de levantamientos en que los señores de la nobleza campesina
(los terratenientes a cuya clase social pertenecía ella), eran espiritualmente los
jefes militares de sus campesinos y siempre estaban dispuestos a levantarse con
ellos, contra las dictaduras extranjeras. “En cuanto a las señoras, no pienses que
estuviéramos un momento con los brazos cruzados; colaborábamos con nuestros
maridos en la dirección de las haciendas y estábamos preparadas para hacer solas
ese trabajo si había guerra o revolución. Y siempre había revolución o guerra.
Teníamos, además, que saber leer, vestirnos, recibir a los invitados y enseñar a
nuestros sirvientes la cocina tradicional de nuestra familia, en lo que teníamos
que ser verdaderas maestras.”
Pani Marila, erguida, elegante, con su sombrero estival y sus ojos vivaces, nos
esperaba en la estación de Varsovia cuando llegamos aquel verano. Disfrazó su
emoción con sentido de humor; sólo demostró alegría por el encuentro. Me di
cuenta que deseaba que yo encontrase maravilloso su país, sus gentes y hasta los
últimos logros sociales. No volvía la cabeza atrás (a la esplendorosa vida, que
había sido la suya, de las grandes casas de campo, las cacerías, los paseos en
trineo, los viajes a París); ahora sólo ambicionaba un porvenir más independiente
para su tierra.
Me sentí orgullosa de que me tuviera simpatía porque, aunque era muy
amable, no resultaba fácil ganar su afecto ni su admiración. A otra extranjera
(huésped de un sobrino suyo) la criticó duramente delante de mí, diciendo que
era una persona sin interés, completamente apolillada y envejecida. “Pero tía, si
tiene cuarenta años, dijo el sobrino, y añadió dubitativamente en honor de los
ochenta años de Pani Marila: sólo cuarenta años.” “Por eso digo que está
envejecida. Qué falta de humor. Qué arteriosclerosis de ideas. Qué poca
personalidad.”
34
En el amor a la personalidad individual, a la originalidad y al talento que
destaca no es única Pani Marila en aquel país, que, sin embargo, se siente
orgulloso de ser socialista. Yo he podido comprobar que a los polacos les gustan
los caracteres poco vulgares, las ideas diversas, la chispa que brota de puntos de
vista distintos que se rozan. Por eso están seguras las editoriales que se han
puesto en contacto con Pani Marila de que las Memorias de esta personalísima
señora serán un éxito. No importa que no sean las Memorias de una intelectual ni
de una personalidad política; sólo importa que Pani Marila sepa escribir y sea una
superviviente de los cambios sociales y del paso de los caballos desbocados de la
guerra que asolaron la gran llanura polaca. Linka y yo advertimos entre los
polacos, durante nuestro viaje, un amor por los viejos que tenía raíces más
hondas que la simple cortesía o la bondad con el débil; era un amor admirativo,
de respeto, de quitarse el sombrero ante los que por el solo hecho de sobrevivir
resultaban heroicos. Un matrimonio de intelectuales nos explicó que en Polonia,
muchísimas personas —entre otros, ese matrimonio— no sólo habían perdido en
la guerra a sus padres, sino hasta la idea de dónde podrían estar esparcidas las
cenizas de sus padres y no conservaban ni una fotografía, ni un recuerdo, ni una
carta; y cualquier viejo superviviente se les convertía en algo importante:
recuerdo cálido y viviente de las cosas de su infancia, de sus orígenes, de todo
aquello que deseaban transmitir a sus hijos.
Recuerdo a Pani Marila despidiéndonos en la estación de Varsovia: erguida,
disimulando su pena por la despedida, con preguntas. Quería saber por qué su
sobrina no deseaba vivir permanentemente en Polonia. Linka señaló el cielo
oprimente y se le ocurrió decir: “por el clima”. Y la indignación y el asombro
rejuvenecieron a la señora. “En mi vida he oído tontería semejante.” Fueron las
últimas palabras que le oímos cuando el tren salía. Pero ahora nos va a decir otras
cosas en sus Memorias. Espero que alguien las traduzca. Estoy segura de que
tendrán un frescor de juventud de amazona a galope y saltando obstáculos, esas
Memorias.
16 de enero de 1972
35
ENERO 1972
El don de ubicuidad, según dicen, parece que no es un fenómeno raro. Yo no
sé. Para mí resulta imposible. Y hoy lo necesitaría. Me gustaría fechar esta hoja
de mi diario en San Sebastián y asistir con los muchos compañeros que han sido
invitados a los actos del encuentro con Baroja en su centenario. Pero teniendo
necesariamente que estar en otras tierras en estos momentos, me limito a unirme
espiritualmente desde aquí al homenaje que el Ayuntamiento de San Sebastián y
la Diputación de Guipúzcoa, los premios “Guipúzcoa Agora” y el Centro de
Atracción y Turismo ofrecen al novelista en el primer mes de este año 1972, en
que en diciembre se cumplirá su centenario. El homenaje a Baroja se celebra
durante los días que van del 17 al 20 de este mes de enero.
Mi encuentro con Baroja viene desde los tiempos en que yo no sabía aún que
leerle era meterme en un mundo nuevo, enriqueciente, y que asimilar ese mundo
a mi formación de lo que pudiese ser más tarde mi cultura literaria era tan
importante. Los dos primeros libros que leí de Baroja fueron “Zalacaín el
Aventurero” y “La estrella del capitán Chimista”. Los leí como al propio Baroja
le hubiese gustado que los leyese una criatura de diez años: como libros de
aventuras. Y me dieron ganas de leer otros libros de Baroja. Y después me
encontré con el escritor famoso, Baroja, en mis libros de texto y encontré la frase
con la que se definía como “hombre oscuro y errante”; una frase que encontró
eco en mi espíritu y que entendí y entiendo hasta hoy como declaración no de
falsa humildad, sino de esa profunda libertad que cualquier relumbrón puede
hacer perder al ser humano.
Más tarde, a lo largo de mi vida, el mundo barojiano ha sido uno de mis
balcones para mirar la tierra y las gentes. Porque todo artista, todo creador, nos
enseña el mundo de siempre convertido por su talento en otro mundo que puede
ser nuestro; otra tierra, otro color, otra poesía, otra dimensión.
Pío Baroja, según puede leer todo el mundo en sus declaraciones al paso de
sus “Memorias”, nunca pretendió asombrar con su trabajo. Pretendió siempre
hacer ese trabajo suyo, humildemente, lo mejor posible. No se volvió de espaldas
a los lectores —al contrario: se preocupó de ellos y se tomó grandes trabajos por
ellos al escribir sus novelas—, no intentó dogmatizar ni sintió desdén por
aquellos a quienes no les gustaban sus libros. Me atrevo a decir que el hombre
Baroja vivió tan naturalmente al paso de los días, los años y las andanzas, su vida
de escritor, que no se le ocurrió la idea de que lo que había ido sembrando y
fructificaba en sus libros era nada menos que un universo original.
36
A Baroja inventor, novelista, poeta, trabajador en una obra de casi cien
volúmenes, se le pueden aplicar las palabras de Alberti a Picasso que sirven para
los grandes creadores: “Tú sólo eres todo un país superpoblado.”
No sé si en estos momentos de nuestra cultura se estima en todo su valor, en
toda su fuerza y en su poder de influencia literaria fecunda, el estilo barojiano.
Creo que Baroja, con toda su fama, es todavía un continente que no ha sido
explorado del todo y quizá el gran momento del descubrimiento de lo que ese
continente literario significa no ha llegado aún. Un día tal vez cercano, cuando en
la rueda de las modas literarias llegue el cansancio de lo barroco y de los brillos
que deslumbran, tanto si son brillos de grandes soles y grandes brillantes como si
lo son de grandes pedazos de vidrio o de hojadelata; cuando sintamos de pronto,
acuciante, el deseo de la difícil de la sencillez, del arte de decir lo que se desea
decir de la manera más clara; cuando podamos recibir como novedad y con
sorpresa la áspera realidad iluminada por una visión de veracidad y espíritu
original, poético, individualista, insobornable en su oscura y magnífica libertad
errante; cuando eso suceda y el hombre se interese nuevamente por cada hombre,
Baroja será redescubierto. Y despejadas las nieblas, asombrará el camino que él
supo desbrozar en el bosque grande de la creación literaria.
18 de enero de 1972
37
ENERO 1972
Como todos los años, la felicitación de Navidad de The Hispanic Society of
America reproduce una obra de arte española o que tenga algo que ver con
España, y dentro de la doble postal hay una Memoria de los trabajos que ha
realizado la sociedad durante el año. Hasta este mes de enero, a causa de algunos
viajes, no ha llegado a mis manos la felicitación de diciembre de 1971. Soy un
socio honorario y sin merecimientos de The Hispanic Society. Uno de los socios
no laboriosos, una especie de zángano en una colmena, pero cada año me
justifico sintiendo una profunda gratitud por los amigos norteamericanos que
dedican su vida a España. Dice Walt Whitman que el amor es para el amante y
vuelve a él, y el don es para el donador y vuelve a él infaliblemente. Así, una vez
al año, durante los minutos que tardo en leer su Memoria, devuelvo admiración y
otros complejos sentimientos, todos ellos muy luminosos, a The Hispanic Society
of America y la admiro, como han admirado escritores de categoría muy superior
a la mía la vida laboriosa de las abejas, su ir y venir, su almacenaje del polen y
cómo lo transforman en cera y en miel. De pronto, al leer esta Memoria imagino
a la Hispanic Society como una gran colmena al sol y enfocada desde Nueva
York a los campos, a las ciudades y a las cosas de España que evoquen de alguna
manera el espíritu de esta tierra nuestra.
El ir y venir de las abejas espirituales de 1971 ha dado mucho fruto. Sobre la
cronología de estilos del traje español, un libro de Ruth M. Anderson, y Florence
L. Hay ha publicado el segundo tomo de su historia sobre la seda española. En
distintos aviones y barcos llegaron a España y volvieron a U.S.A. con estudios
realizados sobre arqueología, escultura, porcelanas, azulejos, patios españoles y
artistas españoles, Vivian Hibbs, Beatrice Hilman, los esposos Frothingham, de
los cuales la señora Frothingham es especialista en arte español. La doctora
Priscilla E. Muller hizo muchos viajes para documentarse y hacer
descubrimientos pictóricos de gran valor. El doctor Beardsley, Jr., director de la
Hispanic Society, vino a visitar la galería valenciana donde se instalará la estatua
de Don Quijote de la gran escultora americana Ana H. Huntington, y de vuelta a
Estados Unidos dio una serie de conferencias sobre temas de literatura española.
Mientras tanto, la sociedad ha publicado bibliografías y estudios sobre obras
españolas, ha enviado representantes a los homenajes que se han hecho a eruditos
españoles como Tomás Navarro Tomás, en Massachusetts o a la memoria de los
recientemente fallecidos, como Antonio Rodríguez Moñino, en Calzadilla de los
Barros (Badajoz). Ha concedido becas la sociedad para tesis doctorales sobre
temas españoles, se han publicado obras de estudio hechas por autores españoles
en Norteamérica, sobre libros raros, del fondo de la biblioteca de esta sociedad.
38
La gran colmena zumba y resplandece con una claridad íntima y perfecta. Su
rumor no se extiende a ningún anuncio ni rompe los tímpanos con bocinazos o
clarines triunfales. Modestamente sólo a noticias de sus trabajos a los asociados,
a los estudiosos, a los artistas que en algo han contribuido o de los que algo se
espera con ilusión y con la paciencia perfecta que tienen los que trabajan como
pedía Goethe: sin prisa, pero sin pausa. The Hispanic Society, colmena del amor
a la Literatura, Historia, Arqueología, Arte y Artesanías españolas, termina su
Memoria y felicitación de fin de año con una noticia que me deja como un sabor
a auténtica miel, el sabor que conviene a la imagen insistente que esta mañana
zumba en mi recuerdo: el conservador y restaurador de la sociedad, George
Papadopulos, al limpiar el barniz de un cuadro de Sorolla instalado en la
biblioteca de la sociedad y al que se llamaba “sol de la tarde”, descubrió que la
luz del atardecer dudoso que reflejaba desaparecía de pronto para dejar paso a
una luz mucho más española y más clásica de Sorolla; la luz del mediodía: “una
ventana abierta al resplandeciente sol de la playa valenciana”.
23 de enero de 1972
39
ENERO 1972
Hoy pienso en cuánto deben divertirse los eruditos y los científicos cuando no
se limiten a trabajar copiando datos sin vida; cuando la imaginación creadora
tenga un pálpito y sobre él sigan un rastro por encontrar la verdad de lo
presentido.
Esta mañana salí a dar un paseo como si fuese al fondo del mar, con
impermeable y botas de pescador de atún. Llovía de arriba abajo y también de
abajo arriba. Humedad, negrura, goterones. Entró a secarme en un café oscuro y
saqué el libro que llevaba en el bolsillo, que era también marino, como el tiempo
de la meseta y mi atuendo: “El laberinto de las Sirenas”, de Pío Baroja. Estos
días leo mucho a Baroja en homenaje mío, íntimo y personal al gran creador
anárquico y poeta Baroja. Y en el repaso de su obra, Baroja me resulta más
apasionante y vivo aún de lo que recordaba. Así que esta mañana tropecé
leyéndole con descripciones del mar escritas con una poesía, con una belleza
sustancial que me recordaron repentinamente a Neruda en su libro “Una casa
sobre la arena”. La sensación de que Baroja es una de las más escondidas pero
verdaderas fuentes del mundo poético de Pablo Neruda, se me acentuó leyendo el
capítulo en que se habla de los mascarones de proa: “cuando os contemplo
mascarones de proa, carcomidos por el viento y la humedad, pienso en vuestras
aventuras atrevidas, en los abismos vislumbrados por vosotros en el fondo del
mar, en las nubes de espuma atravesadas, en los escollos sorteados, en los
arrecifes peligrosos, en las tempestades y en las tormentas”. “El hombre de tierra
os miraba con admiración y vosotros, Ceres y Pomonas y Neptunos, guerreros,
dragones y santos, parecíais genios marinos misteriosos y tutelares que
observaran de cerca las aguas.”
Rápido. Tengo mucha prisa. Se me caen las llaves al guardar el libro en el
bolsillo del impermeable. Llueve. Las botas chapotean en los charcos que no
alcanzan a beberse las bocas de las alcantarillas. Pregunto en una librería. En
otra. En otra. Al fin encuentro el libro de Neruda que recuerdo: “Una casa en la
arena”, escrito en los años sesenta y tantos. Chorreando agua mi cara, mi
impermeable, mis libros y yo, entramos ahora en otro local. Una cafetería de
atmósfera azul suave de humo de tabaco rubio y olor a pasteles y a café caliente.
Leo palabras sobre el mar escritas por Neruda: “No cuentan. Ni aquel galeón
cargado de cinamono y pimienta que lo perfumó en el naufragio. No. Ni la
embarcación de los descubridores que rodó con sus hambrientos, frágil como una
cuna desmantelada en el abismo...”
40
Y busco lo que Baroja dice a los mascarones: “Habéis visto los mares cuando
éstos eran aún vírgenes y encantados: las islas misteriosas, las Espérides y las
Trapobanas, la isla de Fuego y la lejana Thulé; habéis llevado los complicados
cachivaches de la civilización y la guardarropía de las religiones por los extremos
del mundo: habéis llevado el Oriente al Occidente, el Occidente al Oriente, la
canela, la batata y los géneros de algodón...”
No son las mismas palabras, pero sí la misma épica, la misma poesía marina.
Y de ninguna manera lo afirmo porque ahí estaría Neruda para decirlo él mismo
si así fuese; pero quizá, hasta sin saberlo, los viejos mascarones de proa descritos
por Baroja con palabras de las que apenas puedo copiar aquí algunas líneas,
debieron de calar un día de juventud en Neruda durante la lectura antes del
sueño, y más tarde en el sueño mismo, y del sueño debió pasar el anhelo por los
viejos mascarones a lo profundo del subconsciente del poeta y la literatura
apresada allí se mezcló a la vida del escritor, de la misma manera que su propia
vida se mezcla también a la literatura. Se mezcló a la vida de las playas chilenas
del Pacífico y a la isla Negra y a la difícil vocación de coleccionista de esos
viejos mascarones de proa que nos cuenta en su libro, y a los que dice Baroja:
“Ceres, Pomonas y Victorias al contemplaros con vuestra nariz carcomida,
vuestras mejillas sin color y las pupilas muertas...”
“… en siglos de viaje perdió fragmentos —dice Neruda de Cynbelina, uno de
sus mascarones—, recibió golpes, acumuló hendiduras...”, “… los combates
acérrimos le infundieron una mirada perdida...”.
La espuma golpea en los cristales —pienso yo, porque es verdad que golpea la
lluvia los cristales de la ventana, junto a mi cara—. Estoy llena de gozo con este
hilo de cierta filiación que imagino entre obras tan hermosamente poéticas y
distintas. Me siento como el viejo capitán de uno de aquellos navíos adornados
con mascarones, enfilando la nave entre nieblas y olas hacia la luz de un puerto.
26 de enero de 1972
41
ENERO 1972
La primera vez que oí recitar “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, de García
Lorca, oí también otra elegía al mismo Ignacio Sánchez Mejías escrita por
Alberti. Nunca más volví a leer ni a oír el llanto de Alberti por el torero; el de
Lorca, sí. Lorca y sus versos iban acompañando toda mi juventud y la de mis
amigos por las calles de Barcelona y por las playas invernales —aún sin plásticos
y sin capas de alquitrán— de la costa barcelonesa. Nos obsesionaba la poesía de
Lorca a los que teníamos menos de veinte años. Nos sentíamos de luto por su
muerte en cierta manera. Luego llegó un momento en que la seudopoesía de sus
numerosísimos imitadores, las numerosísimas canciones en que se desdoblaron
sus canciones y la popularidad que obtuvieron, nos llegaron a cansar. Y casi nos
olvidamos de Lorca por recordarlo tanto. Años más tarde lo redescubrimos y
volvimos a asombrarnos de que fuese tan bueno. Entonces volví a encontrar el
“Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”. Quizá por no saber historia del toreo ese
personaje, Ignacio Sánchez Mejías, que me resultaba tan conocido como mi
propia juventud, era una incógnita. De él sólo sabía su muerte cantada por dos
poetas tan grandes como Lorca y Alberti. Pude incluso suponer que Ignacio fuese
una ficción literaria, un retrato inventado, una figura soñada, una muerte
imaginada por García Lorca y llorada también en verso por Alberti a base de la
invención de Lorca. Real o inventado el personaje, Ignacio Sánchez Mejías
resultaba lleno de vida, lleno de alma: “No hubo príncipe en Sevilla que
comparársele pueda. Ni espada como su espada, ni corazón tan de veras. Como
un río de leones su maravillosa fuerza. Y como un torso de mármol su dibujada
prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza, donde su risa era un
nardo, de sal y de inteligencia.”
Ignacio Sánchez Mejías era en su muerte alguien que vivía en ese mundo de
vivos fantasmas que yo, como todos los escritores, llevaba dentro y me conmoví
inesperadamente, como se conmueve quien oye hablar de un amor que no acaba
de olvidarse, cuando me dijeron hace algunos años que “El Cordobés” había
hecho un regalo de boda a una descendiente del torero Sánchez Mejías: creo que
a una nieta. Así tuve otra dimensión de Sánchez Mejías, el desconocido, para mí,
en su vida, conocido en su muerte: “Yo canto para luego, tu perfil y tu gracia. La
madurez insigne de tu conocimiento.” En ese “luego” estaba “El Cordobés” y
antes había estado yo.
42
Y hoy, esta mañana de enero, a las horas de la lectura y del trabajo —que para
mí casi siempre son las horas que preceden al alba y algunas de las que siguen al
nacimiento del día—, encuentro en el libro “Mis amigos muertos”, de Juan
Ignacio Luca de Tena, la fotografía de Ignacio Sánchez Mejías. No personaje
fabuloso, invención de poetas, príncipe gitano como yo pensaba, sino personaje
de honda verdad, de entrañable realidad. Su fotografía está viva. Sus ojos brillan
con la inteligencia que hacen resaltar tanto Lorca como Juan Ignacio Luca de
Tena, que fue su amigo de la infancia y de siempre y a quien siete días antes de
su muerte Ignacio brindó en San Sebastián el último toro que pudo matar.
“Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico
de aventura.” Fue ésta una profecía del poeta que lloró en el hospital aquella
tarde del verano de 1934 junto a Luca de Tena al pie del cadáver del amigo. Era
el final de una época en que la riqueza interior podía florecer sobre el cimiento de
la seguridad del propio yo, cuya expresión más alta de individualidad lograda es
la amistad. La amistad más fuerte que la muerte, más fuerte que la envidia. El fin
de la época en que poetas, escritores, científicos, toreros —lo vemos en el libro
de Luca de Tena—, incluso los políticos podían permitirse el lujo de apreciarse
por su propia talla humana. “Sobre todo era amigo mío” —dice Luca de Tena de
otro de los personajes de su interesantísimo libro después de afirmar su no saber
si pertenecía a un partido político enemigo al suyo—. El personaje centro de las
elegías inmortales que nos ocupan hoy fue un príncipe de esa amistad. Y duerme
en esa paz de los que nacieron y murieron en el momento preciso, para que su
talla espiritual pudiese alcanzar toda su altura y así quedar y existir siempre.
28 de enero de 1972
43
ENERO DE 1972
Ocurrió en un pueblo cerca de Nuria, en el Pirineo Catalán, hace poco más de
un año: allí conocí a Muriel, que tenía sólo dos años de edad entonces y que
estaba pasando una temporada con algunos de sus hermanos, algunos de sus tíos
y sus abuelos maternos en la casa de Campelles, adonde yo también fui invitada,
donde compartí en las noches frescas de agosto el fuego en el comedor o en la
gran cocina y el confort sabiamente oculto en la otra realidad de las viejas
piedras. En Campelles comí las fresas salvajes de los bosques, me reí mucho y
viví mis sorprendentes momentos de amistad perfecta con esa niña, Muriel.
Muriel ha explicado en estos días a una pariente suya nuestra amistad en
Campelles. La niña tiene el don del lenguaje; hija de diplomáticos, maneja ya dos
o tres idiomas, y si habla en castellano se siente obligada a traducir mi nombre.
Dice con gravedad y seguridad: “Carmen del Bosque es muy amiga mía.”
Lo curioso es que la afirmación es cierta. Nuestra corta relación en la aldea de
Campelles ha quedado fijada en amistad. No hay equivocación. Es una amistad
en su total pureza; no puede continuar por ningún otro camino que la enriquezca
con matices, no puede crecer ni disminuir esa amistad nuestra. Tampoco puedo
definirla más que separándola de cualquier otro sentimiento de los que a veces
dan origen a la amistad, o la amistad contiene o se confunden con la amistad.
Amor no es amistad aunque pueda contenerla. Entre Muriel y yo podría existir
un amor de abuela a nieta o nieta a abuela. Pero no existe. Tampoco admiración
es amistad, ni es amistad magisterio. La relación maestra – niñera – discípula no
existe ni existió nunca entre nosotras. Yo no he cuidado a Muriel; no he velado su
sueño, no he cuidado de sus vestidos ni de su educación ni de sus comidas. No le
he enseñado nada. Ni siquiera le he contado cuentos, por raro que parezca en una
persona de mi oficio. No creo que Muriel tenga la menor admiración por mí, y si
yo siento cariño por ella y gozo al verla, ya que es una criatura preciosa y llena
de vida, mi gozo y mi cariño por Muriel no es mayor que el que siento por sus
hermanos. Pero sólo de ella soy amiga. Nuestra amistad es algo hermoso y
delicado; es rara como esa flor alpina tan difícil de alcanzar: el edelweis. Yo
tengo la esperanza de que esta amistad no desaparezca en Muriel, que, aunque lo
olvide, este milagro le sirva de base para reconocer, con el mismo instinto certero
de ahora, otros milagros de amistad, para no cegar en ella el don inapreciable que
es la capacidad de amistad verdadera.
44
Voy a contar, casi con sus mismas palabras, el relato que hace Muriel de
nuestra amistad. Ella sabe expresarse mejor que yo. “Íbamos por las calles de
Campelles. Íbamos por el sendero del río. Como yo era pequeña, a veces me
subía a hombros mi tía Mireia y a veces era mi amiga Carmen del Bosque quien
me llevaba; pero sólo cuando yo estaba cansada. El río estaba dormido y se
callaban las vacas porque el río estaba dormido y olía mucho la hierba y la luna
era grande y venía siguiéndonos por el sendero a mi amiga Carmen del Bosque y
a mí.”
Así es. En mi recuerdo está la niña pidiéndonos silencio en el sendero de la
luna grande y susurrando las palabras catalanas recién aprendidas: “el riu
dorm...”, “el riu dorm”. Sí, éramos amigas. La niña me hacía sentir aquella
perfecta comunicación de poesía terrenal. Tenemos el mismo recuerdo de luna
grande y olores silvestres de montañas como olas que iban hacia el mar oculto.
Nuestra amistad fue trasvase, entre las dos, de la misma alegría del sentimiento
de la hermosura del mundo. La palabra amistad vino más tarde. La dijo Muriel,
naturalmente; con su inteligencia original, su instinto claro. No puede cultivarse
esa amistad, pero no debe borrarse tampoco. Es esperanza para mí, es
presentimiento que me emociona, mi deseo de que nuestra amistad crezca en ella
como escudo invisible contra el escepticismo y la incomunicación, y que sea
semilla de ese árbol de fuerza que puede ser la amistad en su vida; extendiéndose
en muchas o pocas ramas, que eso no importa. Amén.
30 de enero de 1972
45
ENERO 1972
Suena el despertador. La ventana abierta deja pasar olor a jardines mojados.
Sombras muy negras, luces muy blancas como fantasmas entre las sombras. No
sé si es la lluvia lo que me trae al recuerdo la ampliación fotográfica aquella en el
comedor de una casa alquilada durante un verano. Aquel verano llovía siempre.
Los caracoles dejaban su rastro en la ventana del cuarto de baño, las arañas
vigilaban nuestro sueño. La ampliación era una fotografía de boda de una mujer
muy reseca —flequillo rizado, polvos de arroz, ojos vacíos de muñeca de madera
despintada—. Ella, de pie, mirando al vacío. El novio, viejo, pequeño, nariz
picuda y cara de mal genio, estaba sentado. Yo intenté una historia tremenda a
base de la fotografía: un crimen. Me reí mucho aquel verano con mi crimen
inventado. Al terminar el veraneo las sirvientas me contaron que, según las malas
lenguas del pueblo, aquel viejo había muerto envenenado, como en mi cuento,
porque era avaro y la mujer se había casado por dinero. Sentí horror de estos
chismes. Rompí el cuento y nos fuimos, una fila de seis o siete personas —la
mayoría formada por mis niños— en un tren pequeñito muy lleno y echando
mucho humo negro por su gran chimenea, entre los prados. La fotografía del
avaro y de la esposa inexpresiva quedó atrás.
¿Por qué me acuerdo hoy de estas cosas? Quiero encontrar la clave en el
número de la revista que estuve hojeando cuando me entró sueño anoche. Hay
una reseña marcada con lápiz rojo, pero según veo no se cuenta en ella ningún
crimen como pude suponer. Se trata sólo de un comentario sobre la persona de
Esther Vilar, que en Alemania está obteniendo gran éxito con un libro, “Der
dressierte Mann” (“El hombre domado”). Mis recuerdos saltan desde la reseña
del libro a otros asuntos, al parecer, sin ilación alguna con él: el crimen de que he
hablado y que seguramente jamás fue cometido. De esto paso a tiempos mucho
más lejanos que los del veraneo en la casa de la ampliación fotográfica, tiempos
de una vieja cocinera en los años en que las cocinas podían ser, para una criatura
pequeña, el modelo apropiado para pintar el infierno: en mi álbum pinté por
entonces carbones encendidos, calderas de Pedro Botero con mucho vapor de
cocido que hierve. Recuerdo mucho hierro pintado de negro, pinceladas rojizas
como ojos brillantes en cavernas oscuras, y un inmenso delantal blanco
destacando su realidad de todo esto y un enorme cuchillo reluciente de picar
carne y las confidencias en voz delgada como un filo, hablando sobre “un
hombrecito que se emborrachaba”. El hombrecito fue marido de Alfonsa
Romualda, la cocinera, cuando ella era muy joven y yo no había nacido y quizá
ni mi madre había nacido. Alfonsa Romualda recibió muchas palizas del
“hombrecito”, y al fin las vecinas, indignadas, se reunieron para ayudarla y le
dieron a Alfonsa la receta del “cocido de la muerte” que le aconsejaron cocinarle
al marido si no tenía gracia de engañar al “hombrecito” para que se hiciese
bueno.
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet

Más contenido relacionado

La actualidad más candente

Goethe-Zertifikat A1 Start Deutsch 1.PDF
Goethe-Zertifikat A1 Start Deutsch 1.PDFGoethe-Zertifikat A1 Start Deutsch 1.PDF
Goethe-Zertifikat A1 Start Deutsch 1.PDFNatalia Andreeva
 
CERTIFICATE OF EMPLOYMENT TSP
CERTIFICATE OF EMPLOYMENT TSPCERTIFICATE OF EMPLOYMENT TSP
CERTIFICATE OF EMPLOYMENT TSPJerry Bensorto
 
Supernatural 13.21 Beat The Devil Script
Supernatural 13.21 Beat The Devil ScriptSupernatural 13.21 Beat The Devil Script
Supernatural 13.21 Beat The Devil Script
JulesWilkinson
 
L'influence de la mode
L'influence de la modeL'influence de la mode
L'influence de la mode
Laila Methnani
 
ALAN FORD - ZIMSKA IDILA
ALAN FORD - ZIMSKA IDILAALAN FORD - ZIMSKA IDILA
ALAN FORD - ZIMSKA IDILA
mabolky
 
Colors FW25-26 trend book
Colors FW25-26 trend bookColors FW25-26 trend book
Colors FW25-26 trend book
Peclers Paris
 
Canon in d (string quartet full score)all line violin
Canon in d (string quartet full score)all line violinCanon in d (string quartet full score)all line violin
Canon in d (string quartet full score)all line violinLeandro Meira da Silva
 
Tintin in tibet
Tintin in tibetTintin in tibet
Tintin in tibet
Prabath Jayatissa
 
Mirko i Slavko - Nikad robom
Mirko i Slavko - Nikad robomMirko i Slavko - Nikad robom
Mirko i Slavko - Nikad robom
mirkoislavko
 
Zagor vc 152 - Na ledenom severu
Zagor vc 152 - Na ledenom severuZagor vc 152 - Na ledenom severu
Zagor vc 152 - Na ledenom severu
Stripovizijacom
 
Unity Shader教學: 準備貼圖系列之如何製作法向量貼圖
Unity Shader教學: 準備貼圖系列之如何製作法向量貼圖Unity Shader教學: 準備貼圖系列之如何製作法向量貼圖
Unity Shader教學: 準備貼圖系列之如何製作法向量貼圖
徐芳真 Hsu
 
Kyuudou Danshi X Mesu Ochi Choukyou | PT-BR
Kyuudou Danshi X Mesu Ochi Choukyou | PT-BRKyuudou Danshi X Mesu Ochi Choukyou | PT-BR
Kyuudou Danshi X Mesu Ochi Choukyou | PT-BR
Eri Traps
 
Zagor VC-073 Žute senke
Zagor VC-073 Žute senkeZagor VC-073 Žute senke
Zagor VC-073 Žute senke
Stripovizijacom
 
workbook
workbookworkbook
workbook
SkyEdge
 
Solutions elementary student_39_s_book
Solutions elementary student_39_s_bookSolutions elementary student_39_s_book
Solutions elementary student_39_s_book
maicanhtinh
 
Vajat erp 143
Vajat erp 143Vajat erp 143
Vajat erp 143
zoran radovic
 
Solutions pre intermediate-sb
Solutions pre intermediate-sbSolutions pre intermediate-sb
Solutions pre intermediate-sb
maicanhtinh
 
Supernatural 5.22 Swan Song Script Blue revisions
Supernatural 5.22 Swan Song Script Blue revisionsSupernatural 5.22 Swan Song Script Blue revisions
Supernatural 5.22 Swan Song Script Blue revisions
JulesWilkinson
 

La actualidad más candente (20)

Goethe-Zertifikat A1 Start Deutsch 1.PDF
Goethe-Zertifikat A1 Start Deutsch 1.PDFGoethe-Zertifikat A1 Start Deutsch 1.PDF
Goethe-Zertifikat A1 Start Deutsch 1.PDF
 
CERTIFICATE OF EMPLOYMENT TSP
CERTIFICATE OF EMPLOYMENT TSPCERTIFICATE OF EMPLOYMENT TSP
CERTIFICATE OF EMPLOYMENT TSP
 
Supernatural 13.21 Beat The Devil Script
Supernatural 13.21 Beat The Devil ScriptSupernatural 13.21 Beat The Devil Script
Supernatural 13.21 Beat The Devil Script
 
L'influence de la mode
L'influence de la modeL'influence de la mode
L'influence de la mode
 
ALAN FORD - ZIMSKA IDILA
ALAN FORD - ZIMSKA IDILAALAN FORD - ZIMSKA IDILA
ALAN FORD - ZIMSKA IDILA
 
Colors FW25-26 trend book
Colors FW25-26 trend bookColors FW25-26 trend book
Colors FW25-26 trend book
 
Canon in d (string quartet full score)all line violin
Canon in d (string quartet full score)all line violinCanon in d (string quartet full score)all line violin
Canon in d (string quartet full score)all line violin
 
5. αν πεταξει το πουλι...
5. αν πεταξει το πουλι...5. αν πεταξει το πουλι...
5. αν πεταξει το πουλι...
 
Tintin in tibet
Tintin in tibetTintin in tibet
Tintin in tibet
 
Mirko i Slavko - Nikad robom
Mirko i Slavko - Nikad robomMirko i Slavko - Nikad robom
Mirko i Slavko - Nikad robom
 
Zagor vc 152 - Na ledenom severu
Zagor vc 152 - Na ledenom severuZagor vc 152 - Na ledenom severu
Zagor vc 152 - Na ledenom severu
 
Unity Shader教學: 準備貼圖系列之如何製作法向量貼圖
Unity Shader教學: 準備貼圖系列之如何製作法向量貼圖Unity Shader教學: 準備貼圖系列之如何製作法向量貼圖
Unity Shader教學: 準備貼圖系列之如何製作法向量貼圖
 
Kyuudou Danshi X Mesu Ochi Choukyou | PT-BR
Kyuudou Danshi X Mesu Ochi Choukyou | PT-BRKyuudou Danshi X Mesu Ochi Choukyou | PT-BR
Kyuudou Danshi X Mesu Ochi Choukyou | PT-BR
 
Zagor VC-073 Žute senke
Zagor VC-073 Žute senkeZagor VC-073 Žute senke
Zagor VC-073 Žute senke
 
workbook
workbookworkbook
workbook
 
Solutions elementary student_39_s_book
Solutions elementary student_39_s_bookSolutions elementary student_39_s_book
Solutions elementary student_39_s_book
 
Vajat erp 143
Vajat erp 143Vajat erp 143
Vajat erp 143
 
Solutions pre intermediate-sb
Solutions pre intermediate-sbSolutions pre intermediate-sb
Solutions pre intermediate-sb
 
Ö hərfi
Ö hərfiÖ hərfi
Ö hərfi
 
Supernatural 5.22 Swan Song Script Blue revisions
Supernatural 5.22 Swan Song Script Blue revisionsSupernatural 5.22 Swan Song Script Blue revisions
Supernatural 5.22 Swan Song Script Blue revisions
 

Similar a DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet

DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen LaforetDIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
JulioPollinoTamayo
 
PASAJE EN SOMBRA (1995) Mariateresa di Lascia
PASAJE EN SOMBRA (1995) Mariateresa di LasciaPASAJE EN SOMBRA (1995) Mariateresa di Lascia
PASAJE EN SOMBRA (1995) Mariateresa di Lascia
JulioPollinoTamayo
 
Capitulo 3
Capitulo 3Capitulo 3
Capitulo 3
ValePRock
 
AndaresdelaVidaUniversitaria
AndaresdelaVidaUniversitariaAndaresdelaVidaUniversitaria
AndaresdelaVidaUniversitaria
Matías da Costa Pereira
 
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix LorenzoOBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
JulioPollinoTamayo
 
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix LorenzoOBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
JulioPollinoTamayo
 
Número 23 de la Hoja Azul en Blanco (2018)
Número 23 de la Hoja Azul en Blanco (2018)Número 23 de la Hoja Azul en Blanco (2018)
Número 23 de la Hoja Azul en Blanco (2018)
VerboAzul
 
Historias de cronopios y famas.pdf
Historias de cronopios y famas.pdfHistorias de cronopios y famas.pdf
Historias de cronopios y famas.pdf
ssuserf75dc3
 
CIUDAD DE ENTONCES (1962) Manuel Alcántara (Poemario)
CIUDAD DE ENTONCES (1962)  Manuel Alcántara (Poemario)CIUDAD DE ENTONCES (1962)  Manuel Alcántara (Poemario)
CIUDAD DE ENTONCES (1962) Manuel Alcántara (Poemario)
JulioPollinoTamayo
 
CiudadTisicos.pdf
CiudadTisicos.pdfCiudadTisicos.pdf
CiudadTisicos.pdf
GersondeadpoolMaquer
 
CO.INCIDIR 107 OCTUBRE 2023.pdf
CO.INCIDIR 107 OCTUBRE 2023.pdfCO.INCIDIR 107 OCTUBRE 2023.pdf
CO.INCIDIR 107 OCTUBRE 2023.pdf
maliciapino
 
Poesía española de ahora mismo - Parte 2.-- Materiales para la lectura colec...
 Poesía española de ahora mismo - Parte 2.-- Materiales para la lectura colec... Poesía española de ahora mismo - Parte 2.-- Materiales para la lectura colec...
Poesía española de ahora mismo - Parte 2.-- Materiales para la lectura colec...
Universidad Popular Carmen de Michelena
 
El mal menor_9
El mal menor_9El mal menor_9
El mal menor_9
Revista El Mal Menor
 
Dostoiewski, fedor -_noches_blancas (1)
Dostoiewski, fedor -_noches_blancas (1)Dostoiewski, fedor -_noches_blancas (1)
Dostoiewski, fedor -_noches_blancas (1)
Dyann Ibarguen
 
La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida - Elvira Sastre.pdf
La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida - Elvira Sastre.pdfLa soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida - Elvira Sastre.pdf
La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida - Elvira Sastre.pdf
ValentinnaRojas1
 
Examen normal
Examen normalExamen normal
Claudio Rodríguez.pdf
Claudio Rodríguez.pdfClaudio Rodríguez.pdf
Claudio Rodríguez.pdf
MaJoIrigoyen1
 
La mujer rota simone de bouvoir
La mujer rota simone de bouvoirLa mujer rota simone de bouvoir
La mujer rota simone de bouvoir
lavanderosae
 
Tren - Rafael Bejarano
Tren - Rafael BejaranoTren - Rafael Bejarano
Tren - Rafael Bejarano
STAROSTA1000
 
Divertido retrato de los filósofos posmodernos
Divertido retrato de los filósofos posmodernosDivertido retrato de los filósofos posmodernos
Divertido retrato de los filósofos posmodernos
Fernando Sánchez Costa
 

Similar a DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet (20)

DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen LaforetDIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet
 
PASAJE EN SOMBRA (1995) Mariateresa di Lascia
PASAJE EN SOMBRA (1995) Mariateresa di LasciaPASAJE EN SOMBRA (1995) Mariateresa di Lascia
PASAJE EN SOMBRA (1995) Mariateresa di Lascia
 
Capitulo 3
Capitulo 3Capitulo 3
Capitulo 3
 
AndaresdelaVidaUniversitaria
AndaresdelaVidaUniversitariaAndaresdelaVidaUniversitaria
AndaresdelaVidaUniversitaria
 
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix LorenzoOBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
 
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix LorenzoOBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
OBRA LITERARIA (1898-1924) Félix Lorenzo
 
Número 23 de la Hoja Azul en Blanco (2018)
Número 23 de la Hoja Azul en Blanco (2018)Número 23 de la Hoja Azul en Blanco (2018)
Número 23 de la Hoja Azul en Blanco (2018)
 
Historias de cronopios y famas.pdf
Historias de cronopios y famas.pdfHistorias de cronopios y famas.pdf
Historias de cronopios y famas.pdf
 
CIUDAD DE ENTONCES (1962) Manuel Alcántara (Poemario)
CIUDAD DE ENTONCES (1962)  Manuel Alcántara (Poemario)CIUDAD DE ENTONCES (1962)  Manuel Alcántara (Poemario)
CIUDAD DE ENTONCES (1962) Manuel Alcántara (Poemario)
 
CiudadTisicos.pdf
CiudadTisicos.pdfCiudadTisicos.pdf
CiudadTisicos.pdf
 
CO.INCIDIR 107 OCTUBRE 2023.pdf
CO.INCIDIR 107 OCTUBRE 2023.pdfCO.INCIDIR 107 OCTUBRE 2023.pdf
CO.INCIDIR 107 OCTUBRE 2023.pdf
 
Poesía española de ahora mismo - Parte 2.-- Materiales para la lectura colec...
 Poesía española de ahora mismo - Parte 2.-- Materiales para la lectura colec... Poesía española de ahora mismo - Parte 2.-- Materiales para la lectura colec...
Poesía española de ahora mismo - Parte 2.-- Materiales para la lectura colec...
 
El mal menor_9
El mal menor_9El mal menor_9
El mal menor_9
 
Dostoiewski, fedor -_noches_blancas (1)
Dostoiewski, fedor -_noches_blancas (1)Dostoiewski, fedor -_noches_blancas (1)
Dostoiewski, fedor -_noches_blancas (1)
 
La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida - Elvira Sastre.pdf
La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida - Elvira Sastre.pdfLa soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida - Elvira Sastre.pdf
La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida - Elvira Sastre.pdf
 
Examen normal
Examen normalExamen normal
Examen normal
 
Claudio Rodríguez.pdf
Claudio Rodríguez.pdfClaudio Rodríguez.pdf
Claudio Rodríguez.pdf
 
La mujer rota simone de bouvoir
La mujer rota simone de bouvoirLa mujer rota simone de bouvoir
La mujer rota simone de bouvoir
 
Tren - Rafael Bejarano
Tren - Rafael BejaranoTren - Rafael Bejarano
Tren - Rafael Bejarano
 
Divertido retrato de los filósofos posmodernos
Divertido retrato de los filósofos posmodernosDivertido retrato de los filósofos posmodernos
Divertido retrato de los filósofos posmodernos
 

Más de JulioPollinoTamayo

LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary WebbLA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
JulioPollinoTamayo
 
LA CULPA (1963) Margarita Aguirre
LA CULPA (1963) Margarita AguirreLA CULPA (1963) Margarita Aguirre
LA CULPA (1963) Margarita Aguirre
JulioPollinoTamayo
 
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle TinayreLA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
JulioPollinoTamayo
 
LA ABUELITA (1950-1957) Palop
LA ABUELITA (1950-1957) PalopLA ABUELITA (1950-1957) Palop
LA ABUELITA (1950-1957) Palop
JulioPollinoTamayo
 
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
JulioPollinoTamayo
 
JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)
JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)
JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)
JulioPollinoTamayo
 
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa FeuCORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
JulioPollinoTamayo
 
HELADA EN MAYO (1933) Antonia White
HELADA EN MAYO (1933) Antonia WhiteHELADA EN MAYO (1933) Antonia White
HELADA EN MAYO (1933) Antonia White
JulioPollinoTamayo
 
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
JulioPollinoTamayo
 
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca PerujoPOESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
JulioPollinoTamayo
 
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
JulioPollinoTamayo
 
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz MoralesFILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
JulioPollinoTamayo
 
ES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
ES LA VIDA (1954) Ramón CajadeES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
ES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
JulioPollinoTamayo
 
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón CajadeEL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
JulioPollinoTamayo
 
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-MasEL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
JulioPollinoTamayo
 
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue TownsendEL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
JulioPollinoTamayo
 
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San MartínEL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
JulioPollinoTamayo
 
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador BartolozziDAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
JulioPollinoTamayo
 
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
JulioPollinoTamayo
 
LA LUZ PESA (1951) Manuel San Martín
LA LUZ PESA (1951) Manuel San MartínLA LUZ PESA (1951) Manuel San Martín
LA LUZ PESA (1951) Manuel San Martín
JulioPollinoTamayo
 

Más de JulioPollinoTamayo (20)

LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary WebbLA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
LA DORADA PONZOÑA (1924) Mary Webb
 
LA CULPA (1963) Margarita Aguirre
LA CULPA (1963) Margarita AguirreLA CULPA (1963) Margarita Aguirre
LA CULPA (1963) Margarita Aguirre
 
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle TinayreLA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
LA CASA DEL PECADO (1902) Marcelle Tinayre
 
LA ABUELITA (1950-1957) Palop
LA ABUELITA (1950-1957) PalopLA ABUELITA (1950-1957) Palop
LA ABUELITA (1950-1957) Palop
 
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
ANTOCOLLOGÍA (1956-2001) José Luis Coll
 
JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)
JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)
JAIME DE ARMIÑÁN (Dossier)
 
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa FeuCORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
CORAZÓN LOCO (1980-1987) Isa Feu
 
HELADA EN MAYO (1933) Antonia White
HELADA EN MAYO (1933) Antonia WhiteHELADA EN MAYO (1933) Antonia White
HELADA EN MAYO (1933) Antonia White
 
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
GRANDES DIBUJANTAS DE LA TRANSICIÓN (Antología)
 
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca PerujoPOESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
POESÍA COMPLETA (1960-1990) Francisca Perujo
 
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
FLAMENCO PARA SUBNORMALES (100 discos 100)
 
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz MoralesFILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
FILMS SELECTOS (1930-1937) María Luz Morales
 
ES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
ES LA VIDA (1954) Ramón CajadeES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
ES LA VIDA (1954) Ramón Cajade
 
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón CajadeEL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
EL TRIUNFO DE LOS DERROTADOS (1957) Ramón Cajade
 
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-MasEL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
EL RAPTO DEL SANTO GRIAL (1978-1982) Paloma Diaz-Mas
 
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue TownsendEL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
EL DIARIO SECRETO DE ADRIAN MOLE (1982) Sue Townsend
 
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San MartínEL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
EL BORRADOR (1960) Manuel San Martín
 
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador BartolozziDAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
DAISY, LA MECANOGRAFA FATAL (1930-1932) Salvador Bartolozzi
 
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
LA ENTRETENIDA INDISCRETA (1918) Ana Díaz (Pedro González-Blanco)
 
LA LUZ PESA (1951) Manuel San Martín
LA LUZ PESA (1951) Manuel San MartínLA LUZ PESA (1951) Manuel San Martín
LA LUZ PESA (1951) Manuel San Martín
 

Último

Curso Tarot Completo Hija de Marte en pdf
Curso Tarot Completo Hija de Marte en pdfCurso Tarot Completo Hija de Marte en pdf
Curso Tarot Completo Hija de Marte en pdf
lordsigma777
 
Aforismos Cultura Y Valor (Wittgenstein Ludwig) (z-lib.org).pdf
Aforismos Cultura Y Valor (Wittgenstein Ludwig) (z-lib.org).pdfAforismos Cultura Y Valor (Wittgenstein Ludwig) (z-lib.org).pdf
Aforismos Cultura Y Valor (Wittgenstein Ludwig) (z-lib.org).pdf
AbrahamVillar2
 
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Texto de catálogo
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Texto de catálogoEs-cultura. Espacio construido de reflexión. Texto de catálogo
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Texto de catálogo
Luis José Ferreira Calvo
 
Cuento-Feliz-y-El-Ejercito-de-Napoleon-de-Emmanuel.pptx
Cuento-Feliz-y-El-Ejercito-de-Napoleon-de-Emmanuel.pptxCuento-Feliz-y-El-Ejercito-de-Napoleon-de-Emmanuel.pptx
Cuento-Feliz-y-El-Ejercito-de-Napoleon-de-Emmanuel.pptx
EmmanuelTandaypnFarf
 
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Obra plástica
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Obra plásticaEs-cultura. Espacio construido de reflexión. Obra plástica
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Obra plástica
Luis José Ferreira Calvo
 
Evolucion del diseño grafico inicio historia
Evolucion del diseño grafico inicio historiaEvolucion del diseño grafico inicio historia
Evolucion del diseño grafico inicio historia
zabalaedith2024
 
Exposición de la pintora Ana Zulaica. Museo Zabaleta.
Exposición de la pintora Ana Zulaica. Museo Zabaleta.Exposición de la pintora Ana Zulaica. Museo Zabaleta.
Exposición de la pintora Ana Zulaica. Museo Zabaleta.
Museo Zabaleta Ayuntamiento de Quesada / Jaén / España
 
Mapas Mixtos de la Camara y Fotografia .pptx
Mapas Mixtos de la Camara y Fotografia .pptxMapas Mixtos de la Camara y Fotografia .pptx
Mapas Mixtos de la Camara y Fotografia .pptx
anibalvc1999
 
poesía al Perú por sus 200 años de libertad.pdf
poesía al Perú por sus 200 años de libertad.pdfpoesía al Perú por sus 200 años de libertad.pdf
poesía al Perú por sus 200 años de libertad.pdf
EmmanuelTandaypnFarf
 
Arte y la Cultura Dominicana Explorando la Vida Cotidiana y las Tradiciones 4...
Arte y la Cultura Dominicana Explorando la Vida Cotidiana y las Tradiciones 4...Arte y la Cultura Dominicana Explorando la Vida Cotidiana y las Tradiciones 4...
Arte y la Cultura Dominicana Explorando la Vida Cotidiana y las Tradiciones 4...
EusebioVidal1
 
nuevo Catalogo azzorti duppre campaña 10
nuevo Catalogo azzorti duppre campaña 10nuevo Catalogo azzorti duppre campaña 10
nuevo Catalogo azzorti duppre campaña 10
ssuser051762
 
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Fichas técnicas
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Fichas técnicasEs-cultura. Espacio construido de reflexión. Fichas técnicas
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Fichas técnicas
Luis José Ferreira Calvo
 
CASA CHORIZO ÁNALISIS DE TIPOLOGIA ARQUITECTONICA
CASA CHORIZO ÁNALISIS DE TIPOLOGIA ARQUITECTONICACASA CHORIZO ÁNALISIS DE TIPOLOGIA ARQUITECTONICA
CASA CHORIZO ÁNALISIS DE TIPOLOGIA ARQUITECTONICA
RominaAyelen4
 
Enganchados nº1_Fanzine de verano de junio de 2024
Enganchados nº1_Fanzine de verano de junio de 2024Enganchados nº1_Fanzine de verano de junio de 2024
Enganchados nº1_Fanzine de verano de junio de 2024
Miguel Ventayol
 
Presentación Proyecto libreta Creativo Doodle Rosa (1).pdf
Presentación Proyecto libreta Creativo Doodle Rosa (1).pdfPresentación Proyecto libreta Creativo Doodle Rosa (1).pdf
Presentación Proyecto libreta Creativo Doodle Rosa (1).pdf
PatriciaPiedra8
 
Los planetas juego lúdico de dominó para estudiantes de primaria
Los planetas juego lúdico de dominó para estudiantes de primariaLos planetas juego lúdico de dominó para estudiantes de primaria
Los planetas juego lúdico de dominó para estudiantes de primaria
yersechamet
 
Analisis de volar sobre el pantano para e
Analisis de volar sobre el pantano para eAnalisis de volar sobre el pantano para e
Analisis de volar sobre el pantano para e
100078171
 
Señora-de-los-mares-Olga-Drennen - poesia.pdf
Señora-de-los-mares-Olga-Drennen - poesia.pdfSeñora-de-los-mares-Olga-Drennen - poesia.pdf
Señora-de-los-mares-Olga-Drennen - poesia.pdf
rociomarino
 
CASTAS DE NUEVA ESPAÑA SOCIEDAD NOVOHISPANA
CASTAS  DE NUEVA ESPAÑA SOCIEDAD NOVOHISPANACASTAS  DE NUEVA ESPAÑA SOCIEDAD NOVOHISPANA
CASTAS DE NUEVA ESPAÑA SOCIEDAD NOVOHISPANA
DulceSherlynCruzBaut
 
Ficha-Dogmas-Marianos.ppt....................
Ficha-Dogmas-Marianos.ppt....................Ficha-Dogmas-Marianos.ppt....................
Ficha-Dogmas-Marianos.ppt....................
SolangLaquitaVizcarr1
 

Último (20)

Curso Tarot Completo Hija de Marte en pdf
Curso Tarot Completo Hija de Marte en pdfCurso Tarot Completo Hija de Marte en pdf
Curso Tarot Completo Hija de Marte en pdf
 
Aforismos Cultura Y Valor (Wittgenstein Ludwig) (z-lib.org).pdf
Aforismos Cultura Y Valor (Wittgenstein Ludwig) (z-lib.org).pdfAforismos Cultura Y Valor (Wittgenstein Ludwig) (z-lib.org).pdf
Aforismos Cultura Y Valor (Wittgenstein Ludwig) (z-lib.org).pdf
 
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Texto de catálogo
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Texto de catálogoEs-cultura. Espacio construido de reflexión. Texto de catálogo
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Texto de catálogo
 
Cuento-Feliz-y-El-Ejercito-de-Napoleon-de-Emmanuel.pptx
Cuento-Feliz-y-El-Ejercito-de-Napoleon-de-Emmanuel.pptxCuento-Feliz-y-El-Ejercito-de-Napoleon-de-Emmanuel.pptx
Cuento-Feliz-y-El-Ejercito-de-Napoleon-de-Emmanuel.pptx
 
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Obra plástica
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Obra plásticaEs-cultura. Espacio construido de reflexión. Obra plástica
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Obra plástica
 
Evolucion del diseño grafico inicio historia
Evolucion del diseño grafico inicio historiaEvolucion del diseño grafico inicio historia
Evolucion del diseño grafico inicio historia
 
Exposición de la pintora Ana Zulaica. Museo Zabaleta.
Exposición de la pintora Ana Zulaica. Museo Zabaleta.Exposición de la pintora Ana Zulaica. Museo Zabaleta.
Exposición de la pintora Ana Zulaica. Museo Zabaleta.
 
Mapas Mixtos de la Camara y Fotografia .pptx
Mapas Mixtos de la Camara y Fotografia .pptxMapas Mixtos de la Camara y Fotografia .pptx
Mapas Mixtos de la Camara y Fotografia .pptx
 
poesía al Perú por sus 200 años de libertad.pdf
poesía al Perú por sus 200 años de libertad.pdfpoesía al Perú por sus 200 años de libertad.pdf
poesía al Perú por sus 200 años de libertad.pdf
 
Arte y la Cultura Dominicana Explorando la Vida Cotidiana y las Tradiciones 4...
Arte y la Cultura Dominicana Explorando la Vida Cotidiana y las Tradiciones 4...Arte y la Cultura Dominicana Explorando la Vida Cotidiana y las Tradiciones 4...
Arte y la Cultura Dominicana Explorando la Vida Cotidiana y las Tradiciones 4...
 
nuevo Catalogo azzorti duppre campaña 10
nuevo Catalogo azzorti duppre campaña 10nuevo Catalogo azzorti duppre campaña 10
nuevo Catalogo azzorti duppre campaña 10
 
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Fichas técnicas
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Fichas técnicasEs-cultura. Espacio construido de reflexión. Fichas técnicas
Es-cultura. Espacio construido de reflexión. Fichas técnicas
 
CASA CHORIZO ÁNALISIS DE TIPOLOGIA ARQUITECTONICA
CASA CHORIZO ÁNALISIS DE TIPOLOGIA ARQUITECTONICACASA CHORIZO ÁNALISIS DE TIPOLOGIA ARQUITECTONICA
CASA CHORIZO ÁNALISIS DE TIPOLOGIA ARQUITECTONICA
 
Enganchados nº1_Fanzine de verano de junio de 2024
Enganchados nº1_Fanzine de verano de junio de 2024Enganchados nº1_Fanzine de verano de junio de 2024
Enganchados nº1_Fanzine de verano de junio de 2024
 
Presentación Proyecto libreta Creativo Doodle Rosa (1).pdf
Presentación Proyecto libreta Creativo Doodle Rosa (1).pdfPresentación Proyecto libreta Creativo Doodle Rosa (1).pdf
Presentación Proyecto libreta Creativo Doodle Rosa (1).pdf
 
Los planetas juego lúdico de dominó para estudiantes de primaria
Los planetas juego lúdico de dominó para estudiantes de primariaLos planetas juego lúdico de dominó para estudiantes de primaria
Los planetas juego lúdico de dominó para estudiantes de primaria
 
Analisis de volar sobre el pantano para e
Analisis de volar sobre el pantano para eAnalisis de volar sobre el pantano para e
Analisis de volar sobre el pantano para e
 
Señora-de-los-mares-Olga-Drennen - poesia.pdf
Señora-de-los-mares-Olga-Drennen - poesia.pdfSeñora-de-los-mares-Olga-Drennen - poesia.pdf
Señora-de-los-mares-Olga-Drennen - poesia.pdf
 
CASTAS DE NUEVA ESPAÑA SOCIEDAD NOVOHISPANA
CASTAS  DE NUEVA ESPAÑA SOCIEDAD NOVOHISPANACASTAS  DE NUEVA ESPAÑA SOCIEDAD NOVOHISPANA
CASTAS DE NUEVA ESPAÑA SOCIEDAD NOVOHISPANA
 
Ficha-Dogmas-Marianos.ppt....................
Ficha-Dogmas-Marianos.ppt....................Ficha-Dogmas-Marianos.ppt....................
Ficha-Dogmas-Marianos.ppt....................
 

DIARIO (1971-1972) Carmen Laforet

  • 2. 2
  • 3. 3 ÍNDICE DIARIO (56 artículos de 60)……………………………………………………………….5 APÉNDICE Elena Fortún, en el Retiro……………………………………………….……..117 Veraneantes………………………………………………………………...…..119 Un día de este mes………………………………………………………...…...121 El aguinaldo (cuento)…………………………………………………………..137 Barcelona, fantasma juvenil………………………………………………...….147 Un diálogo genial entre José Hernández y Sanz de Soto……………………....151 Instantánea de un encuentro………………………………………………..…..155 Otoño y duendes……………………………………………………………….159 Juventud antirreglamentaria………………………………………………..…..163
  • 4. 4
  • 5. 5 MADRID, NOVIEMBRE 1971 Comprendo que he llegado a una vida distinta que no conozco. Comprendo que la experiencia antigua que recuerdo no me sirve. Comprendo que, sencillamente, una serie de catástrofes íntimas me han renovado y me han hecho creer en un destino que empuja el libre albedrío; ese destino que mi abuela me acostumbró a llamar Providencia y que era, en el más alto de sus significados, la Estrella nacida para Nuestro Señor, y que llevó a los Magos a adorarle como Dios en su casa humilde y en apariencia igual a todas las de la aldea. El resultado de todas esas comprensiones me hace reír ante el espejo. Me voy a una excursión de dos días a un lugar del campo, bien protegido por la amistad y el confort de una casa, y me veo en ese espejo como un esquimal preparado dentro de su viejo equipo para todas las tormentas y todas las nieves. Difícilmente encontrarían ustedes botas menos elegantes y más cómodas, anorak tan cálido y tan usado, guantes, jerseys. ¿Adónde voy así? Mis amigos se van a asustar al verme. Creerán que espero de su hospitalidad cosas difíciles. Por ejemplo, que me proporcionen cuerdas y clavos y guías para una escalada a las montañas más abruptas de los alrededores de su campo. Y no, no quiero nada de eso. No creo que una excursión al campo tenga que consistir en escaladas. Sólo me diferencio de aquellos que no saben nada de vivir en soledades campestres e invernales (y que se envuelven como para figurar en el anuncio de una tienda de equipos deportivos al menor presagio de excursión invernal), en que lo que llevo está usado, remendado, y lo mismo que para escalar montañas nevadas o dar paseos bajo lluvias torrenciales, puede servir para sentarme en la esquina de una calle y tender el viejo guante recosido para recoger una limosna. Se me ocurrido hacer este autorretrato aquí en mi intimidad partiendo de la vestimenta, como se le ocurre a algunos pintores cuando se sienten a gusto o a disgusto, cuando se renuevan, cuando tienen curiosidad de conocer al desconocido que asoma en el espejo y que son ellos mismos. ¿Quién es este chino sin coleta, este esquimal sin edad, esta mujer marcada y angulosa y siempre risueña, metida en un atuendo semejante? Ustedes me van a perdonar que les diga algo increíble: yo sé que lo que veo en el espejo y que estéticamente deja mucho que desear es una persona que ha comenzado hace muy poco a vivir. Claro que ha comenzado a vivir otra vez y no sólo ha comenzado: ha tenido antes una larga vida y se ha sentido muy segura en esa larga vida rodeada de objetos y alegrías a las que tenía un derecho de usuaria, y también tuvo éxitos y penas que se entendían, y que la ataban, aunque valientemente las olvidase. Sí; ese general chino, ese esquimal, esa mujer
  • 6. 6 menuda y de cara angulosa que puede surgir cuando se despoje de la mochila y las pieles y las botas, es una mujer desconocida casi para mí, excepto en su edad nueva. Aparte de este atuendo contra el frío del equinoccio de invierno que se acerca, esta mujer que veo en el espejo no tiene nada; comienza una vida sin juventud y sin belleza, y sin posesiones terrenales, y está contenta de ello. No se siente en posesión de ninguna verdad ni de ningún amor determinado, aunque siente amor casi por todo. Ni siquiera tiene ese olvido que producen a veces las catástrofes, esa página en blanco del cerebro donde puede escribirse sin darse cuenta el interesado y otra vez la misma historia. No. Ella tiene una historia escrita y no la olvida. Ha comenzado otra, no la misma. Esta mujer de la que me ocupo como un pintor se ocupa de sí mismo al retratarse es vieja y sabe cosas. Lo que ocurre es que no posee nada y hasta las botas de andar por la nieve o de pedir limosna son cosas prestadas por el destino. Por eso digo que siendo vieja es joven, después de su catástrofe particular. No se sienta a llorar sobre las ruinas. Sabe que no es a eso a lo que la empuja el Destino. Se calza las botas de siete leguas y va a casa de unos amigos con alegría, pero ahora comprende que si las puertas hospitalarias estuvieran cerradas no se tendría que sorprender por eso: las botas que ha escogido sirven para todas las sorpresas y todos los caminos. Porque ocurre que si esa mujer no es joven, su segunda vida sí es reciente, y sólo ha alcanzado en ella la edad en que se aprende a andar. Y eso sólo ha aprendido. 21 de noviembre de 1971
  • 7. 7 MADRID, NOVIEMBRE 1971 Domingo otoñal, neblinoso y oscuro en Madrid. En la triste carretera que es ahora la antigua calle de Velázquez, mi hija más joven, al volante de su automóvil nuevo, pero lleno ya de gloriosas abolladuras, tiene un parecido grande (el perfil marcado, una dulzura que yo perdí para siempre, el color de la melena) con alguna fotografía de mis dieciocho años. Así es como si mi juventud fuese quien decide hoy que vayamos, autopista adelante, hacia Torrelaguna, donde, según consta en una lápida de la iglesia, el poeta Juan de Mena “halló escondrijo para la muerte”. Nos olvidamos de la neblina, y del hollín, y de cuando Velázquez no era carretera, sino una calle llena de luz dorada en otoño, de árboles como llamas doradas, de niños jugando entre ese resplandor del paseo. Nos olvidamos. El cochecillo salta alegremente en un frenazo cuando ya tenemos en el horizonte las montañas grises y azulosas espolvoreadas de nieve. Nos metemos ahora por carreteras secundarias, cruzamos un puente y esperamos el paso de un pequeño mar de ovejas que balan en el aire punzante y limpio. Nos metemos por caminillos de cardos entre surcos rojos de tierra bien oliente, y al fin, en magnífica soledad de llano y colinas, vemos la casa de Manolo y de Sofía; una casa blanca y sólida y acogedora. Detrás de ella, los olivos. Muy cerca, la ermita ruinosa donde estuvo enterrada Santa María de la Cabeza; más lejos, las ruinas también de los pabellones de caza de Godoy y Cabarrús, y muy lejos, el humo tranquilo de la otra casa grande de los únicos vecinos en muchas leguas a la redonda; allá, junto a la larga fila amarilla de los árboles del río. Manolo de Olivar, para saludarnos, deja el azadón con el que ayuda al mozo de labranza. Sofía Morales deja los pinceles con los que mancha los cuadros de su próxima exposición y se alegra de vernos y grita algo muy vital y aparecen otros miembros de la familia y los niños con la jaca blanca para que la monte mi hija; y el perrito enano, que me conoce de la ciudad, viene a enseñarme todo y me guía lleno de entusiasmo, olfateos y ladridos emocionados. Qué casa más tranquila y alegre y cálida, con su gran fuego en la chimenea y sus vigas al aire y sus recuerdos en cada piedra, en cada detalle, del amor con que proyectada y levantada y hecha acogedora por sus dueños. Sofía querría poder quedarse aquí temporada para pintar, pero no podría pintar si se quedase aquí sin los niños que entran y salen, y sin Manolo, y hasta sin las discusiones de Manolo contra las aficiones de la cocinera —aficiones que se le antojan al dueño de la casa un tanto extrañas; pues la cocinera presume (con mirada triunfal dirigida al señor en cuanto puede) de saber más que nadie en ciencias económicas, de devaluaciones e inversiones y otras zarandajas de estas. Y da la casualidad de que Manolo es economista. Sofía, sin eso que es la vida alrededor de ella, no puede pintar y en Madrid la vida, aunque esté a su alrededor, está ordenada de tal manera que es difícil pintar. “¿Y por qué —pregunta Manolo mientras tanto— esa María nuestra, puesta a imitarnos no coge la brocha y se convierte en pintora abstracta? Parece más fácil que ser economista, no?”
  • 8. 8 Pero en domingo lo bueno es olvidar que la vida es complicada en general y especialmente complicada en su parte familiar. Y como estamos en noviembre hablamos de fantasmas oyendo el viento romper contra el tejado y crepitar el fuego en la gran chimenea. Y después del paseo, María (cara vivaz, cuerpecito de alambre, gorro blanco almidonado, delantal blanco de campana almidonada) nos sirve una comida suculenta y en el momento del café pregunto a Manolo algo sobre ciertas consecuencias de la devaluación del dólar, y Manolo hace esa pausa que todos hacemos cuando queremos explicar con claridad y sencillez lo que sabemos bien; pero María, con rapidez de ardilla, se mete en la conversación aprovechando esa pausa y me dice: “¿Lo del dólar quiere saber, señora? Yo se lo explico a usted.” Manolo gruñe a Sofía porque Sofía no riña a la cocinera y porque él tampoco la riñe. Sofía rasguea la guitarra y María, que tiene múltiples facetas según veo, canta en la cercana cocina lo que Sofía iba a cantar a mi petición: unos aires murcianos. Mientras Manolo está aún murmurando contra su rival economista y sus fantásticos y exasperantes discursos en que le copia todo el vocabulario sin lograr una sola idea inteligible, ella aparece de nuevo en nuestra presencia, sus ojos llenos de lágrimas. —¿A que no sabe, señora, a quién recuerdo cuando usted toca esas canciones? Se me parte el corazón. —Recuerdas a mi madre, que te enseñó a cantarlas —dice Sofía con dulzura. Manolo, vencido, golpea suavemente con la pipa en el cenicero para vaciarla. Por la ventana veo los frutales jóvenes zarandeados por el viento y la silueta blanca del caballo que corre los campos llevando encima mi juventud, es decir, a mi hija, con la melena al viento. Y Sofía corta el silencio y otra vez nos encontramos hablando de fantasmas y se me ocurren cosas que tengo que explicar en este diario sobre fantasmas íntimos, porque estamos en noviembre que, como todo el mundo sabe, es la época apropiada para hablar de ello. 24 de noviembre de 1971
  • 9. 9 MADRID, NOVIEMBRE 1971 Acabo de recibir una carta de mi editor, o como diría más justamente el periodista Alfonso Sánchez, de mi editor y sin embargo amigo, Manuel Lara Hernández. “Pide un millón”, me dice Lara en ella contestando optimista y seguro a una pregunta mía. Me siento tonificada inmediatamente. Mi editor y amigo Lara habla siempre de millones, y hasta personas que, como yo, no tienen más ambición que la de no tener nada, sentimos una extraña seguridad. Y más si sabemos que los millones de Lara no son millones de soñador, sino de hombre de negocios. Lara habla de lo que no hablan nunca en público otros negociantes: de sus ganancias. Habla de lo que antes se dejarían cortar la mano izquierda o la mano derecha —según sus ideas— otros editores, es decir, de las ganancias justas y lógicas que deben percibir los escritores, y nos anima a los autores de libros, folletos y publicaciones a que nos unamos y luchemos en el terreno del trabajo reclamando lo que nos es debido y no dejándonos robar. Demuestra Lara que ningún editor se ha arruinado nunca por pagar lo que debe al autor, pues entre los gastos de un libro los derechos de autor son el gasto más pequeño. Y dice que si alguna vez se arruinaron editores honrados, también se arruinaron en mayor proporción editores que no pagaron nunca a sus autores. Pero, además de robarle con la sisa de sus derechos, el editor puede robar a un autor bueno distribuyendo mal su libro, vendiéndolo mal. Un buen editor hace ricos a los buenos autores. Todas estas declaraciones son piedra de escándalo cada año en el estanque enrarecido de las relaciones entre editores y escritores. Y no hay duda de que algo ha logrado éste gran piedra de escándalo de casi dos metros de estatura, que es el editor Lara, cayendo cada año, por la época del premio “Planeta” de novela, entre ruedas de Prensa y fotografías que nos lo presentan con sus gestos tranquilos y sus traes sobrios, su cabeza cuadrada y pelirroja y sus ojos inevitablemente vivos, zumbones, y que se escapan de toda su obra contención, hasta de la contención de sus palabras. Porque, no se engañe nadie, esas palabras del clamoreo anual que lanza Lara son como perros en apariencia libres y salvajes, pero bien amaestrados en verdad y que obedecen a su dueño. Cuánta gente se engaña en esto y se vuelve a engañar y quiere inútilmente a su vez engañar a Lara, de quien oigo decir cada año, desde hace veinte, que está arruinado y que la enorme máquina de su enorme negocio editorial en Barcelona es pura bambalina y se tambalea; y que no puede dar tantos millones para premios ni para nada, y que es la vanidad la que la que le impulsa a hablar. “Cuidado —diría yo con Alberti—, usted viene equivocado. Es cosa de mucho cuidado. Qué andaluz tan cerrado.”
  • 10. 10 Este andaluz cumple sus promesas económicas año tras año y dicen a los que esperan verle caer de la cuerda floja que su editorial está bien y goza de salud, gracias a Dios, y sus millones también. Y a veces dice “no”, y cierra la puerta en las narices y pilla más de una nariz que no se lo espera. Y ésta es la mitad o apenas un esbozo de la mitad de la mitad del caso Lara. Para contar lo que desde lejos atisbo de ese caso tendría que escribir un libro. El otro esbozo de la mitad de la otra mitad del caso Lara es el del clamoreo y la rabia, o lo contrario de rabia, que la personalidad de este hombre provoca entre nosotros los novelistas. Azuza, nos azuza a los escritores, y una parte de mis colegas cree que este hombre no entiende o se burla de lo que es la verdadera vocación, la verdadera meta del escribir, cuando habla de la recompensa de millones como los que gana Menganito o Zutanito trabajando en las letras. Los escritores soltamos nuestra tinta negra y peligrosa contra quien quiere reír a costa de lo más hondo de nosotros. Pero… ¿quiere Lara reírse de nosotros? Ante el caso Lara escuchamos el clamoreo de las acusaciones: es un editor que confiesa no ser intelectual, y sí, escoge escritores a veces mediocres y otras veces buenos, pero sobre todo los escoge porque le parecen capaces de obtener éxito de público, y sucede que rechazó obras interesantes más de una vez. Pero en esto no se equivoca más que otros editores con reputación de finísimos e intransigentes intelectuales como el que, según nos consta, rechazó por flojo el original de “Cien años de soledad”, de García Márquez. Y sí, es verdad que Lara mezcla en sus colecciones de novelas nombres de muy distintas categorías intelectuales; pero otros editores que no provocan escándalo alguno hacen lo mismo. El sueño de Lara, me parece a mí, sería descubrir y lanzar autores tan geniales y tan populares como fueron en su época Dostoyevski o Cervantes, y este sueño, que es común a casi todos los editores, en Lara lleva implícita la promesa de que el trabajo de estos genios les va a producir millones. ¿Es por eso un mal sueño? ¿Un sueño que nos puede molestar a los novelistas? No lo sé. Yo creo que no. Y lo que creo, además, es que Lara, el editor, está consiguiendo enriquecer a autores de mucha valía, porque dejando a un lado la palabra genio, que sirve para muy pocos seres humanos a lo largo de siglos, Lara, que siguiendo su gusto literario se ha equivocada tantas veces, no se equivoca en razón del éxito cuando le da la gran corazonada. Y ha tenido corazonadas formidables con autores que no parecían autores de gran éxito, o al menos no se lo parecían a aquellos que no creen que el gran éxito puede ir unido con un gran talento intelectual. Y también ha tenido la corazonada y la ha seguido hasta lograrla con otros autores que se consideraban agotados y hundidos y han renacido. Estas anécdotas de corazonadas a cuyo éxito contribuye Lara con paciente bondad hacia el autor por quien la siente aumentan el escándalo y la confusión del caso Lara en bien y en mal. Hay quien por eso cree que este hombre tiene la obligación de ser filántropo a troche y moche y le llama farsante, cuando Lara dice que ni es filántropo ni es bobo y que solamente es supersticioso. Y hay quien, desconfiando de sí mismo en la hora mala, vuelve al trabajo sólo por superstición: porque ese andaluz de las corazonadas certeras sigue creyendo en él. 28 de noviembre de 1971
  • 11. 11 DICIEMBRE 1971 Este invierno tengo amigos nuevos que me invitan a sus casas de campo, pero en esta casa de campo donde escribo ahora ocurre que se junta una amistad nueva con la seguridad de que todo lo que veo me es conocido y lo he vivido desde hace tiempo. Conozco desde las veinticuatro ventanas con persianas blancas, hasta la gran chimenea donde se queman los gruesos troncos. Reconozco este paseo que doy por primera vez en este soto, pisando el más antiguo tapiz coloreado del mundo: el de las hojas secas, y recibiendo esa lluvia de oro claro y rojizo y color tabaco de esas mismas hojas cuando caen de los grandes álamos y chopos y olmos, traspasados por el resplandor del sol envejecido y perezoso de noviembre. Y sobre todo reconozco estas conversaciones al caer la tarde cuando se enciende la chimenea: conversaciones que sé que en estos años no tuvimos nunca mis amigos y yo por falta de ocasión, porque la hora no había llegado. Y sin embargo, no me ocurre a mí sola, repasamos los tres recuerdos comunes que no existieron. Nos quitamos las palabras de la boca. Él dice, ella dice, yo digo. Y todo a la vez. Nos reímos. Las experiencias tan distintas nos traen a conclusiones muy iguales. Los caracteres, muy distintos, coinciden en aprendizajes que nos hacen encajar suavemente y sin trabajo. Los otros invitados dan fe de lo que digo, nos rodean y escuchan estas confidencias. Es ésta una visita singular. La frase tópica “tome usted posesión de su casa”, aquí tiene su verdad. Yo tomo posesión de esta amistad. Pero hay que explicarlo bien: las amistades, sigo pensando que se cuecen lentamente como un licor de alquimista; se transforman con la edad, se prueban con los encuentros. Las amistades electivas, coincidentes, son raras, son preciosas, sufren muchos avatares, se van haciendo oro y desechando la escoria. Cuando se llega a cierto punto de la vida no sólo es necesario sentir afecto o admiración, sino también haber pasado muchas aventuras y desfallecimientos espirituales y gozos y compasiones mutuas, para tener una amistad así, como la que me esperaba en esta casa entre estos campos junto al Jarama. Este misterio tiene su explicación: antes de venir ya supe de un fantasma mío que vagaba por estas orillas del río Jarama, que visitaba el gran estanque de los gansos y daba vueltas alrededor de la prensa para el vino, y se asomaba al establo donde duermen las vacas y escuchaba la historia sencilla y lenta y estremecedora del pastor de las ovejas. Por saber de este fantasma tuve tantas ganas de venir. En otros tiempos yo me reía de los fantasmas, pero ahora no. Una colega escritora de mucha más sabiduría y experiencia y edad (si vive habrá cumplido ochenta y tres años), la señora Alexandra David Neel, exploradora del Tíbet, estudiosa de experiencias psíquicas, me enseñó en sus libros cómo se forma un fantasma:
  • 12. 12 siempre a base de la fuerza espiritual y creadora de una o varias personas. Para formarlo conscientemente hay que estudiar mucho —dice la señora Neel—, y a lo mejor vivir catorce años en el Tíbet como esta escritora. Pero a veces el fantasma toma cuerpo sin que sus creadores se den cuenta, sólo por la fuerza inconsciente del deseo de una presencia amiga, aunque ésta es la fuerza más difícil de poseer. Vulgarmente los fantasmas se forman por miedo y también por odio. Pero en este caso ha sido la amistad la que ha creado mi fantasma y así, en este lugar tan lleno de fuertes cargas de personalidad generosa y amor franciscano por todo lo que vive (la liebre Lili, y los gatos y perros que duermen con ella en ovillo cerca del fuego confirman esto), mi fantasma ha estado años y años y se ha sentado a hablar con Él y con Ella y con los animales; ha acariciado a los niños y ha saludado a los amigos de la casa. Mi fantasma a lo largo de tantos años sólo ha tenido que modificar su aspecto físico, algo anticuado, al encontrarse con mi realidad: el fantasma conservaba todavía el cabello largo y la ingenuidad temerosa o arriesgada de mi juventud. Pero ya se ha cortado el pelo gris y hasta ha dejado de ser fantasma para fundirse en la realidad amistosa que fue madurando con Él y con Ella. Amistad que ha tirado la escoria y ha conservado el oro. Amistad que acabo de encontrar, tan vieja y tan sabia, junto a este fuego hogareño, hoy cuando por primera vez me senté junto a él y recordé que, aunque era la primera vez, me había sentado allí muchas veces con anterioridad. 1 de diciembre de 1971
  • 13. 13 DICIEMBRE 1971 Hoy, hablando con mis hijos de mis visitas a diversas casas de campo, uno de estos hijos míos me ha leído un párrafo de la “Autobiografía de Alice Toklas”. El párrafo es el siguiente: “A Mabel Dodge se le ocurrió la idea de que Gertrude Stein debía ser invitada a pasar una temporada en todas las casas de campo; a ir de una casa de campo a otra, para que hiciera retratos literarios de sus habitantes.” Como he leído muchas veces a Gertrude Stein y especialmente la “Autobiografía de Alice Toklas”, expliqué a mi hijo que conocía la continuación de esa idea de Mabel Dodge que tanto hizo reír a la escritora. Estos retratos literarios que sugería deberían dar tanta fama a Miss Stein que los millonarios de su país (y ese país era Estados Unidos, y en una época en que los grandes millonarios de Estados Unidos estaban en su apogeo), la invitarían después para que hiciese retratos literarios de encargo y le pagarían magníficamente; como se paga a un gran pintor a quien se invita para que haga ese trabajo. —¿Y no sería una buena idea? —dice alguno de mis hijos. Yo no sé si es una buena idea o no, pero en mi caso, como en el de Gertrude Stein, es una idea totalmente irrealizable: ningún millonario querría pagarme el trabajo después de ver su retrato literario hecho por mí, y eso que soy escritora realista, al parecer. Pero no importa. El realismo tiene una serie de facetas y enfoques, y yo, si no siento que puedo manejar todas esas facetas y todos esos enfoques a mi capricho no puedo escribir. Nada más realista que una fotografía, ¿verdad? Pero acercad el objetivo de una máquina a una cara y veréis lo que pasa: un poro invisible, por fortuna, en la simple realidad, en la fotografía se convierte en un volcán, y no puede creer nadie que ese sea el retrato de don Fulano o don Zutano, aunque en realidad sí que lo es; más bien parecerá una foto del volcán de Teneguía. Y hasta yo misma, si he hecho una fotografía así, puedo imaginarme que he intentado retratar el volcán al ver el resultado. Describir en pocas líneas a unos seres humanos no es difícil para un novelista, pero sí arriesgado si se trata de un retrato. Yo no he llegado a ese punto del genio en que me atreva a decir que en un relato he retratado a alguien. No; yo no he retratado a nadie jamás. Cuando pienso en un trabajo de más envergadura que una cita al paso en un artículo, cuando pienso en una novela, tengo que inventar los personajes más visibles, los que llaman protagonistas, a fuerza de esos ejercicios psíquicos que, como anoté en este diario hace poco, son los que Alexandra David Neel dice que sirven para crear esos fantasmas que no sólo el creador, sino las demás gentes, pueden ver. Claro que es necesario sumergir a estos fantasmas en la vida plena, y la vida viene dada por apuntes directos,
  • 14. 14 por rápidas fotografías de personajes secundarios. Estos personajes secundarios son el consuelo del novelista: en ellos se puede poner la fantasía, la verdad cruel o balsámica captada en diversos enfoques y momentos. Lo que da vida a una novela es esta verdad de muchas verdades desenfocadas, claro está, por algo que se llama creación; creación de humor o de tragedia o de minuciosa descripción particular o de disección por partes; pero ni siquiera cuando se trata de retratar a esos hermanos menores, como llama Colette a los animales, tan fácilmente observables, tan agradecidamente retratables; esos animales que nunca creerán que nos hemos equivocado en la semblanza que hacemos ellos porque, por fortuna, nunca la conocerán; ni aun en ese caso tiene esto nada que ver con los retratos que, según han sugerido zumbonamente mis hijos, también a mí, como a Gertrude Stein, podrían pagarnos espléndidamente los hipotéticos millonarios que nos invitasen, con ese fin, a sus casas de campo. Les expliqué a mis hijos, esta tarde, que precisamente porque nada tienen que ver con retratos cotizables, es por lo que iban a encontrar en mi diario tantos esbozos de paisajes y de animales y aun de personas, que, aunque algunas veces, cuando lleven en la mano las herramientas de un oficio por el que públicamente sean conocidas, figuren aquí con sus nombres y apellidos al pie, no estarán retratadas convencionalmente, sino como personajes secundarios a los que tiene un novelista derecho a enfocar y desenfocar para crear la vida. En este caso, la vida fantasmal de la protagonista que firma este diario. 3 de diciembre de 1971
  • 15. 15 DICIEMBRE 1971 Unos amigos, en Estados Unidos, me explicaron las ventajas que tenía para ellos pertenecer a las asociaciones dedicadas a acompañar a los turistas. Nada hay que enseñe tanto de la propia ciudad como descubrírsela a un forastero. Los recién llegados descubren, a veces, que existe tal o cual curiosidad o persona que el indígena, que vive una rutina de trabajo y diversiones en un círculo pequeño de la gran ciudad no conoce, y así, al descubrirlas, es como si también ellos viajasen. Cuando mi amiga Magda, recién llegada a Barcelona, me telefoneó pidiéndome que le dedicase la mañana, yo no recordé estas cosas. Magda, desde los lejanos tiempos universitarios en Barcelona hasta ahora, ha cambiado muy poco. Cuando nos vemos, siempre, nuestro tema es el mismo: Barcelona y un repaso de nuestros años juveniles en Barcelona. Pero esta vez Magda me asombró: “A ti que te gusta tanto pasear por los llamados barrios típicos y que debes conocer todo Madrid como la palma de la mano, no te importará llevarme a la calle de la Ruda, que me han dicho que es como el corazón de lo castizo madrileño o algo por el estilo.” Por primera vez Magda me resultó una forastera como aquellas a las que se referían mis amigos norteamericanos. Sentí una gran curiosidad por este cambio de actitud, ya que, en tantos años, ella no ha querido conocer de Madrid más que algunos teatros y los restaurantes caros a donde la llevan a comer sus sobrinos. Lugares que ella puede comprar con otros de Barcelona porque, aunque ha viajado bastante, a Magda sólo le gusta Cataluña en general y Barcelona en particular, y creo que su ilusión sería viajar por todo el mundo como aquellos personajes de Anita Loos, que de nación en nación europea, se sentían siempre felices porque sólo veían los bares americanos, se divertían con americanos y se sentían en todas partes como en el propio Nueva York. Hasta el momento, y cambiando Nueva York por Barcelona, yo había creído que este era el ideal de Magda. Pero hoy, mientras paseábamos, recordé para ella una Ribera de Curtidores llena de mugre, de polvo, de yeso y de vida. Recordaba raterillos escurriéndose por el gentío, y un olor a churros calientes, y voces extranjeras de turistas entre los acentos recortados de los indígenas; empujones y apreturas en las casas de compra-venta de muebles. Búsquedas y asombros al encontrar mescolanzas de objetos tan dispares como cepillos de dientes de segunda mano junto a joyas de poco valor y aspecto funerario, y, también, aquellos cuadros oscuros y llenos de polvo entre los que, de pronto, tenía uno la impresión de que podría descubrir un Goya o un Greco. ¡Qué se yo! En ese mundo sorprendente y milagrero todo era posible. Pero esta mañana se me ocurrió que era un sueño solamente ese Rastro con ciegos recitadores de romances y mendigos tullidos; alborotos en cientos de jaulas de pájaros y músicas de organillo. Nada de esto encontramos hoy en la Ribera de Curtidores. Seguramente en mi recuerdo había un aderezo de lecturas complementarias a mis impresiones sobre tipos y lugares: lecturas de Ramón Gómez de la Serna, Baroja, Juan Antonio Cabezas, Solana, Camilo José Cela.
  • 16. 16 Magda me acusó de tremendista cuando llegamos a unas calles limpias y soñolientas bajo el sol. Un Rastro que esperaba la feria próxima agazapado en sus tenderetes con ropas de confección, con las chilabas morunas y los uniformes de soldados extranjeros que hacen furor entre los jóvenes “in”. La estatua de Cascorro destacaba en un aire cristalino y cuatro veces azul. Un hombre con gorra de plato negra, cazadora marrón, gestos provocadoramente lentos y larga bufanda amarilla, y dos mujeres que se hablaban con deje desgarrado arrebujándose en sus batas de nylón como lo hubieran hecho en los antiguos mantoncillos, hacían pensar en a verbena de la Paloma y que habían nacido en la madrileñísima calle de la Ruda, donde se habla castizo y se venden comestibles y especies para condimentar platos típicos de taberna madrileña. Al fin estábamos en la calle de la Ruda, y aún no sabía por qué Magda, tan impermeable a esos ambientes, la había buscado con tal tenacidad. Y se lo pregunté. Y me lo dijo: Magda iba buscando en el centro del tipismo madrileño nada menos que butifarra catalana, pero butifarra fresca —especificó—, de la que no se suele encontrar en Madrid y que ella tenía la costumbre de traer, para sus sobrinos, desde Barcelona, en avión; hasta que últimamente le aseguraron que no era necesaria esa molestia; que en la calle de la Ruda la elaboraban con toda garantía unos catalanes con elementos auténticamente catalanes. “Cuando supe eso (me concedió Magda) comprendí que es cierto que Madrid, gracias a la colonia catalana, puede convertirse de un momento a otro en una gran capital que ofrece todo lo deseable.” 5 de diciembre de 1971
  • 17. 17 DICIEMBRE 1971 Hoy es el día de la limpieza de los cajones que hago a fin de año: rotura de toda clase de papeles y cartas viejas. Es el momento de barrer, de quemar y olvidar. No debe quedar nada de nada, como en la vieja canción. Pero algo queda siempre: unas fotografías de montañas de distintos países y algunos dibujos. Son cosas que tienen para mí una clave, un misterio de permanencia que cada año trato de descubrir. Y de pronto, hoy, ha sucedido con un dibujo. Sentada en el suelo, rodeada de cajones a medio vaciar, hoy, y ahora, he sabido que en el dibujo que tengo en la mano, y que es el primero que hice en mi vida, está el recuerdo del canto de un gallo. De pronto lo he entendido. El cuadrito, cuidadosamente protegido con cristal y enmarcado por mi abuelo, es un dibujo a lápiz de un gallo subrealista con una larga espiral que sube, en vez del pico. La espiral es el kikirikí del gallo desconocido que vivía en algún lugar del inmenso patio de manzana a donde daba la galería de mi casa. Sé que llegaba el grito desde un lugar de sol: ese esplendor agudo del canto del gallo a mediodía, rompiendo el azul: el aire de fuera. Puedo entender mi primer dibujo barajando recuerdos de sol y sombra: sombra de los barrotes de la barandilla en el suelo de la galería. Sombra rayada de las persianas. Rayos de sol refulgentes que calentaban aquella cosa gris y blanca, cálida y viva, que era la gata “Martita”, la preferida de mi abuela. La gata quedó en una gran fotografía del primer año de mi vida, que al rodar del tiempo se perdió entre saltos de un lugar a otro lugar, y abandonos, y traslados de objetos. Pero el recuerdo de la fotografía de esta gata, y, lo que yo pienso como si fuera un recuerdo mío, su lomo caliente y sedoso y las manchas de sol y la aguda alegría del gallo del patio se mezclan en la materia que forma los primeros posos de sensibilidad en mi vida. “A mi abuelillo: un gallo.” Esta leyenda, seguida del aviso “primer dibujo de...” y la fecha anterior a mi segundo cumpleaños fueron cosas escritas por mi abuelo al pie del dibujo. Cumplí dos años en Canarias, pero el gallo de mi dibujo cantaba en Barcelona en el verano anterior a ese cumpleaños de otoño. Sus plumas, de un marrón rojizo con toques de verde, con toques de carmín vivo, son facilísimas de evocar en la invención retrospectiva, y también su magnífica cresta y ojo dorado; así lo veo de perfil, o bien allá abajo en un cuadrado del patio, muy pequeño en la luz y en la distancia: un juguete, una figura de “pesebre” navideño. Así lo invento. Pero su canto agudo no lo invento ahora. Ese canto fue dibujado, apresado, balbucido en un primer intento de expresión plástica. Y quedó en mí como un clarín de alegría por todo lo que es viviente.
  • 18. 18 Los primeros juguetes que recuerdo son el papel y el lápiz en la galería de sol y hombre: los otros juguetes de trapo o de goma que debí poseer no los recuerdo. Y las horas de recogimiento y de protección en la casa, quizá porque eran horas de un verano y el calor se filtraba con la luz, son horas oscuras. Horas negras, horas de la sombra. Los animales, que fueron mis primeros juguetes vivos, pertenecían a la zona de sol y libertad. Mi alegría llegaba del sol. Y sé que visitaba el Zoo de Barcelona en compañía de los gigantes familiares que tanto me querían; y sé que uno de estos gigantes era el abuelo que enmarcó mi dibujo. Sé que mi mano apresaba su bastón de ébano y resbalaba luego por la superficie suave, amable. De la amistad mía con una cabra blanca del Zoo me hablaron tanto mis padres que quise visitarla cuando, siendo ya una chicuela de seis o siete años, hice un viaje a Barcelona. Pero no me llevaron a hacer tal visita; quizá porque no sabían si tal cabra vivía aún ni si existiría alguna parecida, ni si, en caso de existir, podría angustiarme que no me reconociese, que no entablase el mudo diálogo que yo imaginaba y exigía de aquel animal ya mítico. La vida de estos seres humildes, de los animales, se une a todos mis recuerdos de infancia: lagartijas y aves, y caballos, y perros, y gatos. Salen sus recuerdos en espiral como el canto del pico del gallo de mi primer dibujo. Recuerdos menores: comienzan con las primeras sensaciones, las que fundamentan el filme ese que es la vida, al volver la cabeza atrás. Y en el principio están ellos: el gallo que lanzó su canto desde el gran charco de luz entre el gran cielo de luz; la gata almacenadora de electricidad y calor soleado, y la cabra mítica del Zoo saltando entre peñascos artificiales, mirándome pensativa y blanca dentro del sol, dentro del primer olor a jardines y flores de verano y ciudad de brisa mediterránea. Es una fotografía rota la gata gris; la cabra salvaje del Zoo está quizá inventada por un anhelo mío: puedo dudar de estos recuerdos. Pero aquí, en el dibujo, en el primer dibujo de una criatura de año y medio, recogido y fechado con amor por un abuelo, está la realidad de la punzante inspiración de aquel gallo cuyo canto existió para mí. Está apresado aquí en esta interpretación, auténtico recuerdo, clave auténtica, de aquella impresionante alegría primera. 8 de diciembre de 1971
  • 19. 19 DICIEMBRE 1971 El equinoccio de invierno está cerca. La época de niebla sucia impregna la ciudad. Las noticias de estos días, para no distinguirse de los otros días del mundo, son también sangrientas y oscuras: en todas partes los seres humanos nos matamos entre nosotros mismos o morimos aplastados por nuestras máquinas. Las multitudes gritan alrededor de cabezas cortadas clavadas en picas. Bob Dylan canta: “Me he perdido frente a una docena de océanos muertos. He estado a diez mil millas de altura, en la cumbre de un camposanto.” En la noche, las gentes corren apresuradas, envueltas en sus impermeables y sus bufandas. De pronto se apagan los faroles callejeros y entonces nos damos cuenta de que un alba grisácea se extiende sobre las calles húmedas, sobre los árboles del Retiro, y para delante de nosotros el autobús iluminado, y los que los esperamos en la fila entramos en su interior empujándonos. “Y va a llover, va a llover a cántaros”, canta Bob Dylan. ¡Qué día-noche, qué nubes grises, qué equinoccio más malo se acerca! Llego al departamento de mis hijos cuando ellos están ya preparados para salir, y dejo la bufanda y el frío sobre el arcón de la entrada. Me ofrecen el pan y la sal; es un decir, el café humeante, por si quiero reconfortarme, y luego mi yerno, joven y barbudo, y mi hija, joven, frágil y sonriente, se van y me dejan esta aventura para mí sola: este descanso en el departamento cálido e iluminado donde todo, desde el café y el tocadiscos, la mesa de trabajo y el bebé que me mira curiosamente desde su cuna, todo queda para mí y a mi cuidado. “Y va a llorar —grita Bob Dylan—, va a llover. Va a llover a cántaros.” Va a llover, y por eso lo natural, lo cotidiano, lo vulgar sería que nos mojásemos como todos bajo esas lluvias que ahora caen a veces teñidas de hollín negro o de yeso blanco o de sangre roja, o incoloras pero burbujeantes, que nos calan hasta el frío de los huesos. Por eso la aventura es hoy ver al resguardo del ventanal grande; cómo lucha el día con la oscuridad; cómo se van perfilando azoteas y tejados y hasta las montañas nevadas de la Sierra allá, a mano derecha; cómo salen los humos de las chimeneas, los poderosos humos negros y blancos y los pequeños y aplastados hilillos de humo que ni siquiera pueden llegar a las nubes. Y ver cómo este paisaje lucha por hacerse notar a mis ojos entre los reflejos de las lámparas encendidas a mi espalda en este interior, este refugio cálido donde mi verdadera aventura está en una cuna y un bebé. Es, por cierto, hora de bañarle y le preparo el baño, y la vieja maravilla de un recién nacido desnudo entre mis manos oyendo sus gorjeos cuando le alegra el agua tibia, me quitan la opresión de la lluvia que, como en la canción que me persigue, va a caer de veras en la más simple realidad, sobre los humos poderosos y los pobres, sobre las azoteas y los tejados. El bebé se duerme poco después entre mis brazos.
  • 20. 20 Es un bebé prestado, claro está. Todos los bebés que las mujeres vemos dormidos y confiados en nuestros brazos son préstamos preciosos que nos hace la vida, aun aquellos a los que dimos a luz. Todos. Pero aún sin engaños, aun viviendo como aventura al paso este sueño del niño en mi regazo abierto para él, yo me siento en estos momentos más eterna y más segura que los picos de las montañas de la Sierra. Una mujer con un niño en brazos es una potencia de tanta energía como una bomba atómica. Me siento durante unos instantes esa potencia, ese contrapeso en la balanza que al otro lado lleva los océanos muertos y los gritos. Y después de sentirme tan poderosa dejo al bebé en la cuna. Tengo que trabajar y mordisqueo el bolígrafo como hacemos todos cuando no sabemos de qué podemos escribir. Pienso que se acercan las fiestas de Navidad y que los periódicos se van a llenar de tópicos y anti-tópicos sobre estas fiestas. Qué difícil escribir sobre algo tan profundo, tan sencillo, como es la celebración cristiana de la llegada de un Dios que tomó la forma de la Esperanza entre la angustia y la injusticia humana: la forma de un niño recién nacido sin más riqueza ni más armas de amparo que los brazos de una mujer. Yo no sabría escribirlo, pero por fortuna tampoco tengo que escribir sobre estas cosas. No soy articulista, ni teóloga, ni ensayista, ni tampoco periodista. Soy una mujer que cuenta en su diario lo que le ocurre. Miro a la ventana y veo que, al fin, llueve a cántaros. Pongo mi mano abierta sobre la mejilla del bebé dormido, y siente la criatura mi caricia y me sonríe en sueños. Hoy no sé contar nada más. 12 de diciembre de 1971
  • 21. 21 DICIEMBRE 1971 Llevo varios días pensando en el relato de la vida de un hombre. Esta historia trabaja en mí de tal manera que cuando me levanto en la noche oscura del despertar de diciembre, la historia de un hombre que perdió la facultad de ser feliz está conmigo; y la recuerdo bajo el agua de la ducha y a veces con el primer sorbo amargo del café del desayuno. Pretendo resumir hoy en una o dos páginas de mi diario esta historia y me encuentro con que no sé hacerlo. La verdad es que he comprendido ahora que este trabajo mío de narrar lo que me rodea y lo que inesperadamente encuentro en mi camino es difícil; una profesión endiablada una vez que se acepta como tal profesión. A veces parece que ante las dificultades de comprimir un relato auténtico todas las palabras que conozco han perdido vida y virtud de evocación. No sabe una qué hacer para revivir a esas palabras desmayadas. Un poco de agua fría, un poco de esfuerzo, un masaje sobre el corazón de las palabras, y quizá vuelvan a servir. Pero a pesar de eso, para la historia del pastor de ovejas no me sirven las palabras resucitadas. Su historia necesitaría exactamente las palabras del propio pastor tal como quedaron en la cinta magnetofónica: necesita la voz del pastor y su y su simplicidad y sus recelos. Y, sin embargo, en vez de olvidar la historia y renunciar a contarla, ya que no es mía ni la he inventado, siento desde hace más de un mes que esa historia es una obsesión que trabaja mi alma y que tendré que contarla de una u otra manera para liberarme de ella. Un amigo mío a quien puedo llamar don Salvador —y le puedo llamar así porque no es este su nombre— pasó muchos ratos, hace uno o dos años, hablando con el pastor de sus ovejas; aquel pastor contrahecho que un día llegó pedaleando su bicicleta hasta la finca, porque le habían indicado que hacía falta su trabajo. El pastor era un hombre más joven y a la vez más viejo que don Salvador y que yo; y don Salvador, mi amigo, que es médico y psicólogo, comprendió enseguida que el pastor era un hombre que había cerrado el círculo de tiza de su vida y ya no dejaba que nada entrara dentro de ese círculo. Un hombre acabado al que sin embargo intentó revivir, como yo a mis palabras. Comprendió mi amigo que a preguntas determinadas, el pastor contaba determinadas historias, y que bien conducidas estas historias componían el mosaico de una vida llena de fatalidades, de un hombre de nuestro tiempo y nuestro país: un hermano nuestro. Y así, una tarde de charla, el pastor —sin saberlo— dijo grabada su historia en una cinta magnetofónica; historia que nunca adorna con comentarios sobre sufrimientos o alegrías; historia en la que el único comentario convencido y orgulloso es sobre
  • 22. 22 la santidad de su pobre madre que iba a lavar por las casas de Madrid y a pedir limosna para aquel hervidero de hijos que tenía. Y para uno de ellos —el futuro pastor—, que era un niño enfermo, logró plaza, durante siete años, en el Hospital de los Hermanos de San Juan de Dios. Regresó a casa el niño al comienzo de la guerra civil, pero aún caminaba casi arrastrándose, y como la madre había muerto era, además, un ser que había perdido todo amparo. Su hermano mayor, el muy admirado miliciano, se decide a sacrificar a esta criatura para evitarle penas, y así lo comprende el niño cuando lo saca el hermano al patio y le apunta con su fusil. —¿Y tú que sabías que te iba a matar, tú no le dijiste nada? —Yo ¿qué le iba a decir, don Salvador? Yo era una criatura. Yo estaba callado. ¿Qué quiere que diga una criatura? Yo estaba callado. Yo era una criatura. ¿Qué quiere que diga una criatura? Pero el hermano no puede matarlo. Tira el fusil al suelo y estalla en palabrotas con los ojos llenos de lágrimas. “Y entonces —dice el pastor— echamos una instancia para que me llevaran con una de las colonias de niños que salían de Madrid, y me llevaron.” En la última afirmación flota un orgullo modesto y hermoso. Se oye en la cinta magnetofónica la voz dulce de la mujer de don Salvador: “¿Por eso canta usted esas canciones tan bonitas de los niños que se van de España, cuando está en el campo?” El pastor se ríe. A ruegos, canta la canción de las colonias de niños que salen de Madrid, donde dejan el corazón y donde los parientes les esperan para hacerles el recibimiento triunfal a su regreso. El niño tullido que era entonces el futuro pastor de ovejas, lleva grabadas para siempre en su sensibilidad estas canciones que son tópicos de ternuras familiares y de amor a los niños. Para él son —lo adivino en su relato— como el eje de todas las verdades y la seguridad de aquello a lo que tiene derecho: sagrado cariño de la sangre y puesto seguro en una familia, en un país, entre sus hermanos y entre otros seres humanos iguales en dolor, gozos e ignorancias. Estas seguridades forman en la historia del pastor una larga aspiración que trataré de seguir resumiendo mañana. Una larga aspiración que jamás se cumple. 19 de diciembre de 1971
  • 23. 23 SEGUNDA PARTE Continuando lo escrito ayer, pienso ahora en la discutida historia de “Los hijos de Sánchez”, de la que el sociólogo Lewis hizo una obra de arte con relatos tomados en magnetófono. Como se comprende, ni mi amigo don Salvador trató de hacer obra de arte al tomar en cinta magnetofónica la historia del pastor, que comencé a relatar ayer, ni mucho menos yo al escribir ahora. Sólo intento recordar lo esencial de esa historia. Pero lo que don Salvador y quien esto escribe para ustedes intentamos —él al grabar las palabras escuetas encauzando con sus preguntas las vacilaciones y los torturados anhelos, y yo al resumir lo escuchado en la grabación— es un encuentro con ese hombre de nuestra generación que era un niño tullido durante la guerra civil y fue un hombre contrahecho, aunque según don Salvador tenía un rostro inesperadamente bello dentro de su rusticidad. Por primera vez conoció el campo cuando le llevaron a los alrededores de Barcelona, con la colonia de niños sacados en guerra de las hambres y bombardeos de Madrid. Tan poco conocía las cosas del campo, y tanta hambre tenían todos los niños que esperaban la salida a Rusia (aquí hay un comentario: “natural, don Salvador: los maestros tenían cinco hijas y les daban poca comida para todos nosotros. La comida era para sus hijas: natural”), que cuando los maestros le gastaron una “broma” al niño tullido, él cayó en la trampa. Le dijeron que si abría una caja que estaba en el descampado, dentro encontraría miel para comer, pero que tenía que hacerlo sin camisa, con el pecho desnudo. Lo hizo así y no se asustó del enjambre de abejas, porque como nada sabía de las cosas del campo le parecieron moscas inofensivas. Estuvo a punto de morir de las picaduras. Hospitalizado, sufrió pensando que no podría ser como todos, que la colonia se iría sin él. Pero el viaje se retrasó y el tullido pudo incorporarse, a pesar de las previsiones en contra. Sus recuerdos de Rusia son confusos: al parecer fue a un campo de recuperación, ya que todo el día hacía gimnasia sobre la nieve, sudaba sobre la nieve o nadaba en una piscina. Se fortaleció mucho y recuerda que comía muy bien —“cosas de chuparse los dedos, don Salvador”—. Ya no se acuerda del idioma ruso y tampoco recuerda el nombre de los manjares, pero acuciado por las preguntas el magnetófono recoge su respuesta de escapatoria triunfal: “¿Pues qué iba a ser eso tan bueno? ¡Paella! Eso.” Al terminar la guerra los rusos devuelven al muchacho tullido —“Sólo vivimos tres de todos los que íbamos. Después volvieron muchos, pero entonces sólo tres. Y ya ve, si me llego a quedar me “echan” para ingeniero, ya ve.” “Bueno, yo me vine porque me tiraba la familia y porque era una criatura. Me hablaban de mi casa y mi familia, y me vine”—. La familia no quiso saber nada del muchacho, que habían dado por muerto. Al fin un tío suyo, propietario de ovejas, se lo lleva y le convierte en pastor. “Gracias a eso puedo ganarme la vida hoy, don Salvador.”
  • 24. 24 Pero el destino persigue al pastor como al héroe de la tragedia griega. Tiene miedo en las noches solitarias cuidando a la majada. Los “maquis” le roban ganado, aunque él les grita que el ganado no es suyo y que su tío le matará. Para salvarse denuncia el robo a la Guardia Civil, pero cuando sabe que los ladrones han sido capturados, huye, sabiendo que los otros “maquis” vendrán a vengar a los compañeros. “Yo siempre estuve solo, don Salvador. Desde que murió mi madre, siempre solo. En Rusia, solo. Con las ovejas, solo. Sólo también cuando me casé, porque yo creía que ella era buena chica, pero lo que quería era matarme para quedarse con el piso para ella y sus padres; cuando mi suegra intentó apuñalarme me fui a la Guardia Civil, pero me dijeron que mientras no hubiera sangre no había nada que hacer. Sin embargo, otro muchacho, también barrendero como yo entonces, y también para quedarse con el piso, ¿sabe usted?, la mujer le echó veneno en la comida y él estuvo malo en el hospital, pero no murió. Y aunque no hubo sangre a ella la metieron en la cárcel y él tuvo suerte y salió libre.” Siempre solo. Don Salvador no puede hacerle contar cómo al fin decidió abandonar el codiciado piso, el empleo y la feroz mujer. “Que digo yo, que si no es por los suegros, ella no me hubiera querido tirar al pozo negro ni apuñalarme, y estaría yo tan tranquilo ahora en mi casita, con mi mujer, que para eso me casé, para tener familia, como todos.” Se oye en el magnetófono a don Salvador animando al pastor, diciéndole que en la finca se le aprecia como de familia y que irá rehaciendo su vida. Pero el hombre no entiende eso de una familia que no sea de la sangre. Demasiado tarde para empezar a creer en la solidaridad humana. “Yo siempre solo, don Salvador. Yo, ¿para qué quiero el dinero que usted me da? Ya no me dejan casarme más. ¿Para qué quiero el dinero? Un día me tiro al tren.” Unos días después de haber grabado, sin saberlo, la cinta que yo escuché sobrecogida, el pastor, aprovechando una ausencia de esa inesperada providencia y bondad que le oprimía y que es mi amigo don Salvador, huyó de la finca, sin que ninguna indagación sobre su paradero haya dado resultado en estos años. Si anoto estas cosas en mi diario es porque la historia que resumo me duele como si fuese la historia de un hijo mío que yo hubiera perdido no sé por qué, ni cómo, ni a causa de qué espantoso pecado de inhumanidad colectiva, en el que, sin querer, me he visto obligada a participar. En el que todos, al no saber evitarla, posiblemente participamos. 21 de diciembre de 1971
  • 25. 25 DICIEMBRE 1971 Me despierta la luz. Es como si una luz conocida en tiempos muy lejanos se hiciese presente bajo los párpados cerrados. Luz del mar. Cielo empardelado por el calor, o cielo azul celeste radiante. La catedral de cal y piedra, las escaleras del interior de la torre hasta el campanario desde donde se ve la plaza de Santa Ana, el viejo barrio de Vegueta, el mar, los platanares. Pero no, aún no hay platanares rodeando la ciudad y aún el barrio de Vegueta no se llama así. Estamos en 1851 y el novelista Claudio de la Torre nos cuenta la historia del verano del cólera. No han sido mis recuerdos personales los que me han despertado, sino el recuerdo de esta novela breve: “Verano de Juan «El Chino»”, que leí de un tirón antes de dormir. La historia que se cuenta en el libro está narrada con descarnada sencillez y serviría para situarla en cualquier parte y en cualquier momento de la Humanidad; pero está al mismo tiempo sabiamente situada en ese año 1851, y en esa isla de Gran Canaria tan alejada entonces, perdida con sus peñascos y sus arenales en el Atlántico luminoso. La acción transcurre en Las Palmas, que es la ciudad del escritor Claudio de la Torre, y también la ciudad mía, por usarla y vivirla en mi infancia. Por eso reconozco la exhaustiva documentación que ha tenido que recoger el escritor para hacer este libro, en que, sin embargo, no ha querido hacer pesar ni este esfuerzo ni ningún otro. Pero es por este hondo saber del novelista por lo que me despierta en esta madrugada oscura de invierno la luz de Canarias. En la novela, como digo, se he dejado la luz y se ha quitado como estorbo a la expresión casi todo lo demás: ramas, corales, algas oscuras y hasta la tentación de dar volumen al libro en un logro parecido al de Camus con “La Peste”. Y hasta la tentación de llegar a las últimas consecuencias de una decepcionada o de una ardiente filosofía de lo social. Están solamente los hechos y los personajes y los vemos suceder y realizarse a través de una prosa clarísima, como se pueden ver en uno de esos charcos que deja la bajamar entre las rocas, la vida de los peces, los erizos, los camarones transparentes, las piedras coloradas. En el libro vemos moverse a “Juan el Chino” entre las pirámides de muertos y en el sol de la playa y en las calles vacías. Juan, uno de los pocos seres que se entregan con heroísmo a la lucha contra la epidemia sin perecer en ella. Le vemos amar dentro del caos de la muerte y le vemos usar de su poder de vivo en la ciudad muerta: salva vidas, dispone con justicia de enseres y haciendas y, a pesar de su sabio y amargo escepticismo de vagabundo, empieza a creer en las palabras de su compañero Fonseca: “Olvídate de la ciudad que conociste, Juan. Esa desapareció y ahora habrá que ir pensando en la otra que nos espera el día de mañana, si es que salimos con vida.”
  • 26. 26 Una ciudad en la que los supervivientes, que han dado su talla de héroes en los momentos en que los cobardes se esconden, serán los nuevos gobernantes. Asomados al espejo de la novela “vemos” los anhelos de Juan. Por un momento cree y nos hace creer con él en ese reino de justicia que todo hombre lleva dentro de su alma y que es una realidad bendita, aun en medio de los sufrimientos más atroces. Cuando el terror pase, sólo aquellos que se han demostrado capaces de autoridad sin distinción de nacimientos ni condiciones sociales, sólo los que ahora se han demostrado buenos, valientes e inteligentes, en lógica justicia, seguirán siendo más tarde los que resuelvan los problemas de la ciudad ya normalizada. Nosotros, los lectores, vemos pensamientos, movimientos y amores dentro de Juan. Pero el novelista apenas nos guía y su arte nos da la facultad de ver por nosotros mismos, sin que él nos las diga, estas cosas. Al terminar la lectura sabemos muchos secretos que nadie nos ha dicho. Desde le secreto amoroso y doliente que guarda la tierra al pie del jazminero del patio hasta el de las profundas y muertas ilusiones de Juan. Y cuando alguien, que es persona de esa isla en que se sitúa la acción de una novela donde el autor pone apenas unas pinceladas mágicas, evocadoras de los viejos parajes conocidos; cuando ese alguien se duerme en una noche de finales de diciembre con el libro en la mano, esa “no” descripción que hace el novelista tiene tal fuerza que barrena su sueño y se despierta —me despierta— en la noche, a tantas leguas, a tantas aguas y tantas tierras de aquel lugar, sacudido por la luz y los cielos, el mar y los campanarios isleños de la infancia. 24 de diciembre de 1971
  • 27. 27 ENERO 1972 Esta Nochebuena la he pasado con mi familia polaca. Cada una de las familias a las que pertenecemos en la vida, y yo pertenezco a varias, nos marca con su ambiente particular en bien o en mal. Mi familia polaca tiene un ambiente de alegría, de gusto de vivir y sentir la felicidad de reunirse. Cuando estoy con ellos este ambiente me da fuerzas y me hace crecer hacia la juventud, hacia la época en que los conocí en Barcelona, en la posguerra del año cuarenta, y al borde de una adolescencia en que mi alma desobediente no buscaba familia alguna en que fundirse, sino que, por el contrario, trataba de escapar de cualquier lazo impuesto por la sangre y también de cualquier tópico religioso o social. Nunca he olvidado aquel día de lluvia y su olor en la casa antigua, y la risa del chico más joven cuando le dije, como saludo, la palabra polaca que su hermana, compañera mía en la Universidad, me había hecho aprender sin explicarme su significado. Desde ese momento nosotros, los jóvenes, todo lo vimos diluido entre las nieblas de una de esas incontenibles y estúpidas risas adolescentes, que volvían a brotar cuando menos lo deseábamos. Ellos me explicaron que aquella noche, contra la costumbre polaca de no invitar a la cena solemne de vigilia más que a familiares o personas tan íntimas como yo, iban a llegar algunos polacos que apenas conocías. Gentes desplazadas por la guerra y de paso en Barcelona. Nosotros ayudamos a estos huéspedes a quitarse las gabardinas y a colocar los paraguas goteantes y les condujimos a la calidez de la sala iluminada, donde los padres, muy elegantes y resplandecientes aquella noche, les acogían con las palabras más íntimas y cordiales de su idioma. Uno de los invitados, viejo y calvo, después de besarle la mano, llamó “mamaíta” a la madre, que era bella y joven y tan nerviosa y esbelta como un pura sangre, por lo que sus hijos le daban el nombre de “caballito” como homenaje de admiración. La ocurrencia del invitado nos hizo escapar a nosotros tres en distintas direcciones para llorar de risa, tranquilizándonos poco a poco en algún escondite oscuro. Nos llamaron sin apremios y sin hacernos demasiado caso cuando aparecimos para la cena. Todo el mundo se sentía a gusto, y el drama que yo auguraba para cada reunión familiar solemne de cada familia de este bajo mundo no se presentó en aquella familia reunida la vigilia de Navidad. Sólo se había presentado nuestra risa; pero los mayores también reían y hablaban mucho, y al terminar la cena el idioma polaco era un idioma chispeante. Luego, cantaron las canciones polacas que aprendí de una vez para siempre, y jugaron a las prendas, y a nosotros, ya tranquilizados, recobrada nuestra inteligencia de personas de una nueva generación, más honda y más sabia que las generaciones anteriores, nos parecieron los padres unos pobres niños inconscientes, sin preocupaciones y demasiado entusiasmados por cosas poco importantes. Pero en seguida nos cansamos de mirar críticamente y nos encontramos participando en la alegría. Cuando salimos a la calle, los invitados llevábamos esa alegría guardada, protegida bajo nuestros abrigos, como la llama de una vela en el viento de la noche, entre los charcos y los balcones goteantes.
  • 28. 28 Esta vigilia de Navidad de 1971, compartida otra vez con los niños y adultos de mi familia polaca, he sabido de pronto que cuantas veces en mi vieja vida he apagado esa llama del gusto de vivir en otras personas o en mí misma, he sido traidora a una herencia familiar heroica, a esas lecciones de valor dadas y recibidas con tanta naturalidad en mi familia de refugiados polacos en una vigilia de Navidad oscura e incierta, de muertes para ellos recientes y goterones de ansiedad que había que dejar aparte para que la vida pudiese ser soportable a todos. Pensando en estas cosas al volver a casa, casi al alba de la Navidad de este año, iba canturreando para mis adentros la célebre “Manzanita encarnada” y las otras canciones polacas que aprendí hace tanto tiempo, y que no se cantaron en absoluto en esta última vigilia, porque la mayoría de mi familia polaca es española en la nueva generación que toca las guitarras y estas canciones no las saben. Los mayores de ahora no podemos enseñárselas. Da la casualidad de que todos tenemos mal oído. 2 de enero de 1972
  • 29. 29 ENERO DE 1972 En sueños siento ya el silencio de la nieve en la primera noche del primer día del año. Al despertar, ya está el sol brillando sobre la gran nevada en este llano donde la nieve no es usual. Las montañas lejanas si que parecían fantasmas en la luz apagada de ayer, blancas y magníficas, pero la llanura era roja y parda y azulosa de sombras. Hoy es todo un puro resplandor, y aunque tengo que trabajar, me lanzo al campo con los otros habitantes de esta casa y con los perros: a ese paseo por el soto transformado y florido de blanco sobre azul; árboles, matojos, nieve sobre aguas heladas, pequeños crujidos en el silencio blanco que hacen pensar en los pequeños infortunios de las criaturas de esta tierra, agazapadas en sus madrigueras y saliendo, al fin, en busca de una comida que la espesa capa de nieve impide encontrar. Por eso, al sonar un tiro a lo lejos, los amigos que me rodean se conmueven. Hoy aprendo que existe una tregua de “días de infortunio” entre los cazadores y la caza. Los días de riadas, o incendio o, en lugares no usuales, los de nieve, las leyes de caza prohíben aprovechar el desconcierto de los animales que tienen que alejarse de sus madrigueras para buscar el alimento o huir de la catástrofe. Vuelvo a la casa y abro mi cuaderno. Quiero empezar a preparar en él los datos de un largo viaje imaginario. Pero esta mañana son las criaturas de nieve de mi mundo íntimo las que me estorban y salen, como salen los animalillos campestres de sus madrigueras escondidas, y no me dejan trabajar. No son recuerdos de infortunio los de ese elemento: la nieve. No fue infortunio para mí ni aun en días de borrasca en que, a gatas, he corrido huyendo de los copos helados mezclados al granizo; a gatas para que el viento no me tirase, para no morir de su embestida furiosa, que arrastraba piedras del monte. Pero, en general, la nieve ha sido la gran paz, el filtro de alegría en el aire y el aislamiento de la angustia cayendo sobre un jardín, blanqueando los cristales de una ventana en los que se reflejaba un fuego encendido por mis manos. La nieve es siempre también mi elemento de sorpresa, quizá porque llegó así, sorprendiéndome, a mi vida. No estaba, como el mar, desde mi nacimiento mezclándose a mis sensaciones. No puedo conocerla nada más que en estampas o en el cine hasta cumplir dieciocho años de edad. La toqué por primera vez en un paseo por los bosques que rodean Barcelona. La apreté entre mis manos, froté mi cara con ella y la comí. Hice lo mismo que he visto hacer más tarde a los cachorros en su primer encuentro con la nieve. Sentí ese mismo enloquecimiento de felicidad pura y terrestre. Fue como un amor repentino. Pero desde esa primera alegría pasó un gran intervalo de años hasta nuevos encuentros que al fin se hicieron habituales. A pesar de eso, siempre sigue siendo para mí una aventura ir a buscar la nieve, vivirla, conocer sus aspectos, contemplarla.
  • 30. 30 Las criaturas de mi mundo de nieve están aquí. Mientras no las aparte no podré comenzar mi trabajo. Criaturas del silencio y los rumores opacos del suave caer, golpe a golpe, de la nieve desprendida a puñados desde las ramas, crujidos de nieve dura bajo las botas, licuación de charcos y arroyos, masas de blancura desprendida, colores insospechados, jardines transformados, luna oprimente sobre una belleza demasiado frágil, fantasmagórica y fugitiva. Tengo pocos recuerdos de criaturas humanas contemplando conmigo los paisajes y escuchando conmigo los rumores sobre el silencio de la nieve. Podría escribir aquí, en cambio, los nombres de algunos perros que me acompañaron mucho en mis paseos por la nieve y quizá, cuando al fin haya terminado este trabajo que ahora voy a empezar, me entretenga en contar las historias de mis perros. Pero en verdad la nieve es para mí algo amado, misterioso y de la que me he inventado un mundo íntimo para verlo y oírlo a solas. 7 de enero de 1972
  • 31. 31 ENERO DE 1972 De pronto un día y otro día ciudadano, empapados todos ellos como esponjas grises de sueño y malestar, me han ido cercando al llegar a Madrid para hacer medio centenar de cosas que no he hecho. Fueron días en que este diario permaneció cerrado y el teléfono me trajo noticias desoladoras desde los cuatro puntos cardinales de la ciudad. Mis enfermos crecieron y se multiplicaron. Había que preguntarse por niños y hasta por animales domésticos enfermos a causa quizá del contacto con esa esponja gris de sucia atmósfera pesada que nos está matando las ganas de hacer y de vivir. Llegaron por teléfono aún otras tristezas (algunas urgentísimas de resolver) y el montón de cartas buenas —las de alegría— se acumuló al borde de mi mesa sin abrirlas siquiera. Como Gloria Fuertes, yo estos días quise “ser una aspirina inmensa —quien me cate que me cure— rodando por los problemas”. Pero a veces no se puede ser nada cuando se quiere abarcar un quehacer difuso entre la niebla, la gripe y la lejanía de los barrios aislados y los días oscuros. Y esta mañana al despertar de un sueño tan cargado de gris como todos estos días, al despertar de un empacho de sueño, me doy cuenta de que lo peor ya pasó. Está saliendo el sol. La gripe se aleja. El teléfono me trae una voz amiga: una voz llena de energía, una voz-espejo que me habla como si fuera mi propia conciencia y me pide que cuente en mi diario la pena de la muerte del perro “Lasio”, y así me libre de esa pena cantando la elegía del can. Y me pide que “largue”, además, los trabajos suplementarios que acumulo sin darme cuenta, ya que acumulo sin darme cuenta, ya que ella lo ha hecho así y se siente libre. La voz amiga, que es voz de persona con un oficio parecido al mío (un trabajo de creación que se hace y se deshace en su espíritu como en el de todos los creadores, desde el día que comenzó a vivir), me comunica que es hoy, precisamente hoy, cuando ha decidido inaugurar su año 1972 como si hubiera tomado las uvas en la madrugada. Cualquier día es bueno para un comienzo. La voz amiga me ayuda y me predispone a aceptar el año nuevo posgripal y postinieblas con más afecto. Llegan algunas personas que quiero desde esos lugares lejanísimos de la ciudad a los que me he sentido sin valor de arrastrarme, y me traen regalos que yo no he podido hacerles a ellos. Mis hijos canadienses, antes de volverse al Canadá, terminadas sus vacaciones, proyectan para mí películas de su ciudad y sus bosques, y el río San Lorenzo en el pasado otoño, con sus vapores que ahora estarán quietos ya, entre los hielos. La aventura del viaje me tienta y por un momento me veo metiéndome dentro de la pantalla y subiendo por la pasarela del buque y acodándome en la barandilla de cubierta para respirar el olor del agua y de la vegetación, mientras mi barco se desliza río San Lorenzo arriba o río San Lorenzo abajo.
  • 32. 32 La depresión pasó. ¿Es una cobardía, una egolatría inútil consignarla aquí? No lo sé. Creo que si escribo sobre ella es porque ha terminado, al fin, enriqueciéndome con un sentimiento de dulzura áspera, olvidada desde una lejanía de años atrás. Este sentimiento de no haber podido ser salvadora de nada ni de nadie en un momento oportuno, de no haber sido aspirina ni ungüento amarillo, es áspero; pero es buena en contrapartida esa humilde alegría, ese bien inesperado de haber sido yo la destinataria del medicamento que me llegó en forma de una voz, de unas cartas, como manos de seres ajenos y amigos que me sacan chorreante, dando boqueadas, pero a salvo, al fin, de mi ahogo de niebla. 11 de enero de 1972
  • 33. 33 ENERO 1972 Limpieza general. Viejas maletas desempolvadas. Rotura de papeles. Trabajos antiguos archivados. Al fin, en unas hojas de revista encuentro la fotografía de Pani Marila (un grupo donde estamos su sobrino Jan, su sobrina Linka y yo a su lado) en el jardín de Skolimow, cerca de Varsovia, durante el verano de 1966. Cuando, pioneras del turismo individual tras el telón de acero (en una época en que nuestro país no tenía aún relaciones con Polonia), decidimos Linka y yo asomar nuestra curiosidad por aquellos lugares. Pani Marila ha pedido que se le manden mis reportajes sobre Polonia. Yo que había olvidado lo mucho que figuraba esta anciana amiga en mi relato, me olvidé de enviárselo. Al volver a recibir su encargo recientemente sentí remordimientos: Pani Marila da sus razones para desear leer lo que he escrito sobre ella y su país: a los ochenta y seis años de edad ella misma se ha convertido en escritora. Dice con humor y tímida ilusión que dos editoriales polacas se disputan sus Memorias y que a ella le divierte mucho escribir sus recuerdos que comienzan en la época en que su patria estaba dividida entre Prusia, Rusia y el Estado austro-húngaro; esa época llena de levantamientos en que los señores de la nobleza campesina (los terratenientes a cuya clase social pertenecía ella), eran espiritualmente los jefes militares de sus campesinos y siempre estaban dispuestos a levantarse con ellos, contra las dictaduras extranjeras. “En cuanto a las señoras, no pienses que estuviéramos un momento con los brazos cruzados; colaborábamos con nuestros maridos en la dirección de las haciendas y estábamos preparadas para hacer solas ese trabajo si había guerra o revolución. Y siempre había revolución o guerra. Teníamos, además, que saber leer, vestirnos, recibir a los invitados y enseñar a nuestros sirvientes la cocina tradicional de nuestra familia, en lo que teníamos que ser verdaderas maestras.” Pani Marila, erguida, elegante, con su sombrero estival y sus ojos vivaces, nos esperaba en la estación de Varsovia cuando llegamos aquel verano. Disfrazó su emoción con sentido de humor; sólo demostró alegría por el encuentro. Me di cuenta que deseaba que yo encontrase maravilloso su país, sus gentes y hasta los últimos logros sociales. No volvía la cabeza atrás (a la esplendorosa vida, que había sido la suya, de las grandes casas de campo, las cacerías, los paseos en trineo, los viajes a París); ahora sólo ambicionaba un porvenir más independiente para su tierra. Me sentí orgullosa de que me tuviera simpatía porque, aunque era muy amable, no resultaba fácil ganar su afecto ni su admiración. A otra extranjera (huésped de un sobrino suyo) la criticó duramente delante de mí, diciendo que era una persona sin interés, completamente apolillada y envejecida. “Pero tía, si tiene cuarenta años, dijo el sobrino, y añadió dubitativamente en honor de los ochenta años de Pani Marila: sólo cuarenta años.” “Por eso digo que está envejecida. Qué falta de humor. Qué arteriosclerosis de ideas. Qué poca personalidad.”
  • 34. 34 En el amor a la personalidad individual, a la originalidad y al talento que destaca no es única Pani Marila en aquel país, que, sin embargo, se siente orgulloso de ser socialista. Yo he podido comprobar que a los polacos les gustan los caracteres poco vulgares, las ideas diversas, la chispa que brota de puntos de vista distintos que se rozan. Por eso están seguras las editoriales que se han puesto en contacto con Pani Marila de que las Memorias de esta personalísima señora serán un éxito. No importa que no sean las Memorias de una intelectual ni de una personalidad política; sólo importa que Pani Marila sepa escribir y sea una superviviente de los cambios sociales y del paso de los caballos desbocados de la guerra que asolaron la gran llanura polaca. Linka y yo advertimos entre los polacos, durante nuestro viaje, un amor por los viejos que tenía raíces más hondas que la simple cortesía o la bondad con el débil; era un amor admirativo, de respeto, de quitarse el sombrero ante los que por el solo hecho de sobrevivir resultaban heroicos. Un matrimonio de intelectuales nos explicó que en Polonia, muchísimas personas —entre otros, ese matrimonio— no sólo habían perdido en la guerra a sus padres, sino hasta la idea de dónde podrían estar esparcidas las cenizas de sus padres y no conservaban ni una fotografía, ni un recuerdo, ni una carta; y cualquier viejo superviviente se les convertía en algo importante: recuerdo cálido y viviente de las cosas de su infancia, de sus orígenes, de todo aquello que deseaban transmitir a sus hijos. Recuerdo a Pani Marila despidiéndonos en la estación de Varsovia: erguida, disimulando su pena por la despedida, con preguntas. Quería saber por qué su sobrina no deseaba vivir permanentemente en Polonia. Linka señaló el cielo oprimente y se le ocurrió decir: “por el clima”. Y la indignación y el asombro rejuvenecieron a la señora. “En mi vida he oído tontería semejante.” Fueron las últimas palabras que le oímos cuando el tren salía. Pero ahora nos va a decir otras cosas en sus Memorias. Espero que alguien las traduzca. Estoy segura de que tendrán un frescor de juventud de amazona a galope y saltando obstáculos, esas Memorias. 16 de enero de 1972
  • 35. 35 ENERO 1972 El don de ubicuidad, según dicen, parece que no es un fenómeno raro. Yo no sé. Para mí resulta imposible. Y hoy lo necesitaría. Me gustaría fechar esta hoja de mi diario en San Sebastián y asistir con los muchos compañeros que han sido invitados a los actos del encuentro con Baroja en su centenario. Pero teniendo necesariamente que estar en otras tierras en estos momentos, me limito a unirme espiritualmente desde aquí al homenaje que el Ayuntamiento de San Sebastián y la Diputación de Guipúzcoa, los premios “Guipúzcoa Agora” y el Centro de Atracción y Turismo ofrecen al novelista en el primer mes de este año 1972, en que en diciembre se cumplirá su centenario. El homenaje a Baroja se celebra durante los días que van del 17 al 20 de este mes de enero. Mi encuentro con Baroja viene desde los tiempos en que yo no sabía aún que leerle era meterme en un mundo nuevo, enriqueciente, y que asimilar ese mundo a mi formación de lo que pudiese ser más tarde mi cultura literaria era tan importante. Los dos primeros libros que leí de Baroja fueron “Zalacaín el Aventurero” y “La estrella del capitán Chimista”. Los leí como al propio Baroja le hubiese gustado que los leyese una criatura de diez años: como libros de aventuras. Y me dieron ganas de leer otros libros de Baroja. Y después me encontré con el escritor famoso, Baroja, en mis libros de texto y encontré la frase con la que se definía como “hombre oscuro y errante”; una frase que encontró eco en mi espíritu y que entendí y entiendo hasta hoy como declaración no de falsa humildad, sino de esa profunda libertad que cualquier relumbrón puede hacer perder al ser humano. Más tarde, a lo largo de mi vida, el mundo barojiano ha sido uno de mis balcones para mirar la tierra y las gentes. Porque todo artista, todo creador, nos enseña el mundo de siempre convertido por su talento en otro mundo que puede ser nuestro; otra tierra, otro color, otra poesía, otra dimensión. Pío Baroja, según puede leer todo el mundo en sus declaraciones al paso de sus “Memorias”, nunca pretendió asombrar con su trabajo. Pretendió siempre hacer ese trabajo suyo, humildemente, lo mejor posible. No se volvió de espaldas a los lectores —al contrario: se preocupó de ellos y se tomó grandes trabajos por ellos al escribir sus novelas—, no intentó dogmatizar ni sintió desdén por aquellos a quienes no les gustaban sus libros. Me atrevo a decir que el hombre Baroja vivió tan naturalmente al paso de los días, los años y las andanzas, su vida de escritor, que no se le ocurrió la idea de que lo que había ido sembrando y fructificaba en sus libros era nada menos que un universo original.
  • 36. 36 A Baroja inventor, novelista, poeta, trabajador en una obra de casi cien volúmenes, se le pueden aplicar las palabras de Alberti a Picasso que sirven para los grandes creadores: “Tú sólo eres todo un país superpoblado.” No sé si en estos momentos de nuestra cultura se estima en todo su valor, en toda su fuerza y en su poder de influencia literaria fecunda, el estilo barojiano. Creo que Baroja, con toda su fama, es todavía un continente que no ha sido explorado del todo y quizá el gran momento del descubrimiento de lo que ese continente literario significa no ha llegado aún. Un día tal vez cercano, cuando en la rueda de las modas literarias llegue el cansancio de lo barroco y de los brillos que deslumbran, tanto si son brillos de grandes soles y grandes brillantes como si lo son de grandes pedazos de vidrio o de hojadelata; cuando sintamos de pronto, acuciante, el deseo de la difícil de la sencillez, del arte de decir lo que se desea decir de la manera más clara; cuando podamos recibir como novedad y con sorpresa la áspera realidad iluminada por una visión de veracidad y espíritu original, poético, individualista, insobornable en su oscura y magnífica libertad errante; cuando eso suceda y el hombre se interese nuevamente por cada hombre, Baroja será redescubierto. Y despejadas las nieblas, asombrará el camino que él supo desbrozar en el bosque grande de la creación literaria. 18 de enero de 1972
  • 37. 37 ENERO 1972 Como todos los años, la felicitación de Navidad de The Hispanic Society of America reproduce una obra de arte española o que tenga algo que ver con España, y dentro de la doble postal hay una Memoria de los trabajos que ha realizado la sociedad durante el año. Hasta este mes de enero, a causa de algunos viajes, no ha llegado a mis manos la felicitación de diciembre de 1971. Soy un socio honorario y sin merecimientos de The Hispanic Society. Uno de los socios no laboriosos, una especie de zángano en una colmena, pero cada año me justifico sintiendo una profunda gratitud por los amigos norteamericanos que dedican su vida a España. Dice Walt Whitman que el amor es para el amante y vuelve a él, y el don es para el donador y vuelve a él infaliblemente. Así, una vez al año, durante los minutos que tardo en leer su Memoria, devuelvo admiración y otros complejos sentimientos, todos ellos muy luminosos, a The Hispanic Society of America y la admiro, como han admirado escritores de categoría muy superior a la mía la vida laboriosa de las abejas, su ir y venir, su almacenaje del polen y cómo lo transforman en cera y en miel. De pronto, al leer esta Memoria imagino a la Hispanic Society como una gran colmena al sol y enfocada desde Nueva York a los campos, a las ciudades y a las cosas de España que evoquen de alguna manera el espíritu de esta tierra nuestra. El ir y venir de las abejas espirituales de 1971 ha dado mucho fruto. Sobre la cronología de estilos del traje español, un libro de Ruth M. Anderson, y Florence L. Hay ha publicado el segundo tomo de su historia sobre la seda española. En distintos aviones y barcos llegaron a España y volvieron a U.S.A. con estudios realizados sobre arqueología, escultura, porcelanas, azulejos, patios españoles y artistas españoles, Vivian Hibbs, Beatrice Hilman, los esposos Frothingham, de los cuales la señora Frothingham es especialista en arte español. La doctora Priscilla E. Muller hizo muchos viajes para documentarse y hacer descubrimientos pictóricos de gran valor. El doctor Beardsley, Jr., director de la Hispanic Society, vino a visitar la galería valenciana donde se instalará la estatua de Don Quijote de la gran escultora americana Ana H. Huntington, y de vuelta a Estados Unidos dio una serie de conferencias sobre temas de literatura española. Mientras tanto, la sociedad ha publicado bibliografías y estudios sobre obras españolas, ha enviado representantes a los homenajes que se han hecho a eruditos españoles como Tomás Navarro Tomás, en Massachusetts o a la memoria de los recientemente fallecidos, como Antonio Rodríguez Moñino, en Calzadilla de los Barros (Badajoz). Ha concedido becas la sociedad para tesis doctorales sobre temas españoles, se han publicado obras de estudio hechas por autores españoles en Norteamérica, sobre libros raros, del fondo de la biblioteca de esta sociedad.
  • 38. 38 La gran colmena zumba y resplandece con una claridad íntima y perfecta. Su rumor no se extiende a ningún anuncio ni rompe los tímpanos con bocinazos o clarines triunfales. Modestamente sólo a noticias de sus trabajos a los asociados, a los estudiosos, a los artistas que en algo han contribuido o de los que algo se espera con ilusión y con la paciencia perfecta que tienen los que trabajan como pedía Goethe: sin prisa, pero sin pausa. The Hispanic Society, colmena del amor a la Literatura, Historia, Arqueología, Arte y Artesanías españolas, termina su Memoria y felicitación de fin de año con una noticia que me deja como un sabor a auténtica miel, el sabor que conviene a la imagen insistente que esta mañana zumba en mi recuerdo: el conservador y restaurador de la sociedad, George Papadopulos, al limpiar el barniz de un cuadro de Sorolla instalado en la biblioteca de la sociedad y al que se llamaba “sol de la tarde”, descubrió que la luz del atardecer dudoso que reflejaba desaparecía de pronto para dejar paso a una luz mucho más española y más clásica de Sorolla; la luz del mediodía: “una ventana abierta al resplandeciente sol de la playa valenciana”. 23 de enero de 1972
  • 39. 39 ENERO 1972 Hoy pienso en cuánto deben divertirse los eruditos y los científicos cuando no se limiten a trabajar copiando datos sin vida; cuando la imaginación creadora tenga un pálpito y sobre él sigan un rastro por encontrar la verdad de lo presentido. Esta mañana salí a dar un paseo como si fuese al fondo del mar, con impermeable y botas de pescador de atún. Llovía de arriba abajo y también de abajo arriba. Humedad, negrura, goterones. Entró a secarme en un café oscuro y saqué el libro que llevaba en el bolsillo, que era también marino, como el tiempo de la meseta y mi atuendo: “El laberinto de las Sirenas”, de Pío Baroja. Estos días leo mucho a Baroja en homenaje mío, íntimo y personal al gran creador anárquico y poeta Baroja. Y en el repaso de su obra, Baroja me resulta más apasionante y vivo aún de lo que recordaba. Así que esta mañana tropecé leyéndole con descripciones del mar escritas con una poesía, con una belleza sustancial que me recordaron repentinamente a Neruda en su libro “Una casa sobre la arena”. La sensación de que Baroja es una de las más escondidas pero verdaderas fuentes del mundo poético de Pablo Neruda, se me acentuó leyendo el capítulo en que se habla de los mascarones de proa: “cuando os contemplo mascarones de proa, carcomidos por el viento y la humedad, pienso en vuestras aventuras atrevidas, en los abismos vislumbrados por vosotros en el fondo del mar, en las nubes de espuma atravesadas, en los escollos sorteados, en los arrecifes peligrosos, en las tempestades y en las tormentas”. “El hombre de tierra os miraba con admiración y vosotros, Ceres y Pomonas y Neptunos, guerreros, dragones y santos, parecíais genios marinos misteriosos y tutelares que observaran de cerca las aguas.” Rápido. Tengo mucha prisa. Se me caen las llaves al guardar el libro en el bolsillo del impermeable. Llueve. Las botas chapotean en los charcos que no alcanzan a beberse las bocas de las alcantarillas. Pregunto en una librería. En otra. En otra. Al fin encuentro el libro de Neruda que recuerdo: “Una casa en la arena”, escrito en los años sesenta y tantos. Chorreando agua mi cara, mi impermeable, mis libros y yo, entramos ahora en otro local. Una cafetería de atmósfera azul suave de humo de tabaco rubio y olor a pasteles y a café caliente. Leo palabras sobre el mar escritas por Neruda: “No cuentan. Ni aquel galeón cargado de cinamono y pimienta que lo perfumó en el naufragio. No. Ni la embarcación de los descubridores que rodó con sus hambrientos, frágil como una cuna desmantelada en el abismo...”
  • 40. 40 Y busco lo que Baroja dice a los mascarones: “Habéis visto los mares cuando éstos eran aún vírgenes y encantados: las islas misteriosas, las Espérides y las Trapobanas, la isla de Fuego y la lejana Thulé; habéis llevado los complicados cachivaches de la civilización y la guardarropía de las religiones por los extremos del mundo: habéis llevado el Oriente al Occidente, el Occidente al Oriente, la canela, la batata y los géneros de algodón...” No son las mismas palabras, pero sí la misma épica, la misma poesía marina. Y de ninguna manera lo afirmo porque ahí estaría Neruda para decirlo él mismo si así fuese; pero quizá, hasta sin saberlo, los viejos mascarones de proa descritos por Baroja con palabras de las que apenas puedo copiar aquí algunas líneas, debieron de calar un día de juventud en Neruda durante la lectura antes del sueño, y más tarde en el sueño mismo, y del sueño debió pasar el anhelo por los viejos mascarones a lo profundo del subconsciente del poeta y la literatura apresada allí se mezcló a la vida del escritor, de la misma manera que su propia vida se mezcla también a la literatura. Se mezcló a la vida de las playas chilenas del Pacífico y a la isla Negra y a la difícil vocación de coleccionista de esos viejos mascarones de proa que nos cuenta en su libro, y a los que dice Baroja: “Ceres, Pomonas y Victorias al contemplaros con vuestra nariz carcomida, vuestras mejillas sin color y las pupilas muertas...” “… en siglos de viaje perdió fragmentos —dice Neruda de Cynbelina, uno de sus mascarones—, recibió golpes, acumuló hendiduras...”, “… los combates acérrimos le infundieron una mirada perdida...”. La espuma golpea en los cristales —pienso yo, porque es verdad que golpea la lluvia los cristales de la ventana, junto a mi cara—. Estoy llena de gozo con este hilo de cierta filiación que imagino entre obras tan hermosamente poéticas y distintas. Me siento como el viejo capitán de uno de aquellos navíos adornados con mascarones, enfilando la nave entre nieblas y olas hacia la luz de un puerto. 26 de enero de 1972
  • 41. 41 ENERO 1972 La primera vez que oí recitar “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, de García Lorca, oí también otra elegía al mismo Ignacio Sánchez Mejías escrita por Alberti. Nunca más volví a leer ni a oír el llanto de Alberti por el torero; el de Lorca, sí. Lorca y sus versos iban acompañando toda mi juventud y la de mis amigos por las calles de Barcelona y por las playas invernales —aún sin plásticos y sin capas de alquitrán— de la costa barcelonesa. Nos obsesionaba la poesía de Lorca a los que teníamos menos de veinte años. Nos sentíamos de luto por su muerte en cierta manera. Luego llegó un momento en que la seudopoesía de sus numerosísimos imitadores, las numerosísimas canciones en que se desdoblaron sus canciones y la popularidad que obtuvieron, nos llegaron a cansar. Y casi nos olvidamos de Lorca por recordarlo tanto. Años más tarde lo redescubrimos y volvimos a asombrarnos de que fuese tan bueno. Entonces volví a encontrar el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”. Quizá por no saber historia del toreo ese personaje, Ignacio Sánchez Mejías, que me resultaba tan conocido como mi propia juventud, era una incógnita. De él sólo sabía su muerte cantada por dos poetas tan grandes como Lorca y Alberti. Pude incluso suponer que Ignacio fuese una ficción literaria, un retrato inventado, una figura soñada, una muerte imaginada por García Lorca y llorada también en verso por Alberti a base de la invención de Lorca. Real o inventado el personaje, Ignacio Sánchez Mejías resultaba lleno de vida, lleno de alma: “No hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda. Ni espada como su espada, ni corazón tan de veras. Como un río de leones su maravillosa fuerza. Y como un torso de mármol su dibujada prudencia. Aire de Roma andaluza le doraba la cabeza, donde su risa era un nardo, de sal y de inteligencia.” Ignacio Sánchez Mejías era en su muerte alguien que vivía en ese mundo de vivos fantasmas que yo, como todos los escritores, llevaba dentro y me conmoví inesperadamente, como se conmueve quien oye hablar de un amor que no acaba de olvidarse, cuando me dijeron hace algunos años que “El Cordobés” había hecho un regalo de boda a una descendiente del torero Sánchez Mejías: creo que a una nieta. Así tuve otra dimensión de Sánchez Mejías, el desconocido, para mí, en su vida, conocido en su muerte: “Yo canto para luego, tu perfil y tu gracia. La madurez insigne de tu conocimiento.” En ese “luego” estaba “El Cordobés” y antes había estado yo.
  • 42. 42 Y hoy, esta mañana de enero, a las horas de la lectura y del trabajo —que para mí casi siempre son las horas que preceden al alba y algunas de las que siguen al nacimiento del día—, encuentro en el libro “Mis amigos muertos”, de Juan Ignacio Luca de Tena, la fotografía de Ignacio Sánchez Mejías. No personaje fabuloso, invención de poetas, príncipe gitano como yo pensaba, sino personaje de honda verdad, de entrañable realidad. Su fotografía está viva. Sus ojos brillan con la inteligencia que hacen resaltar tanto Lorca como Juan Ignacio Luca de Tena, que fue su amigo de la infancia y de siempre y a quien siete días antes de su muerte Ignacio brindó en San Sebastián el último toro que pudo matar. “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura.” Fue ésta una profecía del poeta que lloró en el hospital aquella tarde del verano de 1934 junto a Luca de Tena al pie del cadáver del amigo. Era el final de una época en que la riqueza interior podía florecer sobre el cimiento de la seguridad del propio yo, cuya expresión más alta de individualidad lograda es la amistad. La amistad más fuerte que la muerte, más fuerte que la envidia. El fin de la época en que poetas, escritores, científicos, toreros —lo vemos en el libro de Luca de Tena—, incluso los políticos podían permitirse el lujo de apreciarse por su propia talla humana. “Sobre todo era amigo mío” —dice Luca de Tena de otro de los personajes de su interesantísimo libro después de afirmar su no saber si pertenecía a un partido político enemigo al suyo—. El personaje centro de las elegías inmortales que nos ocupan hoy fue un príncipe de esa amistad. Y duerme en esa paz de los que nacieron y murieron en el momento preciso, para que su talla espiritual pudiese alcanzar toda su altura y así quedar y existir siempre. 28 de enero de 1972
  • 43. 43 ENERO DE 1972 Ocurrió en un pueblo cerca de Nuria, en el Pirineo Catalán, hace poco más de un año: allí conocí a Muriel, que tenía sólo dos años de edad entonces y que estaba pasando una temporada con algunos de sus hermanos, algunos de sus tíos y sus abuelos maternos en la casa de Campelles, adonde yo también fui invitada, donde compartí en las noches frescas de agosto el fuego en el comedor o en la gran cocina y el confort sabiamente oculto en la otra realidad de las viejas piedras. En Campelles comí las fresas salvajes de los bosques, me reí mucho y viví mis sorprendentes momentos de amistad perfecta con esa niña, Muriel. Muriel ha explicado en estos días a una pariente suya nuestra amistad en Campelles. La niña tiene el don del lenguaje; hija de diplomáticos, maneja ya dos o tres idiomas, y si habla en castellano se siente obligada a traducir mi nombre. Dice con gravedad y seguridad: “Carmen del Bosque es muy amiga mía.” Lo curioso es que la afirmación es cierta. Nuestra corta relación en la aldea de Campelles ha quedado fijada en amistad. No hay equivocación. Es una amistad en su total pureza; no puede continuar por ningún otro camino que la enriquezca con matices, no puede crecer ni disminuir esa amistad nuestra. Tampoco puedo definirla más que separándola de cualquier otro sentimiento de los que a veces dan origen a la amistad, o la amistad contiene o se confunden con la amistad. Amor no es amistad aunque pueda contenerla. Entre Muriel y yo podría existir un amor de abuela a nieta o nieta a abuela. Pero no existe. Tampoco admiración es amistad, ni es amistad magisterio. La relación maestra – niñera – discípula no existe ni existió nunca entre nosotras. Yo no he cuidado a Muriel; no he velado su sueño, no he cuidado de sus vestidos ni de su educación ni de sus comidas. No le he enseñado nada. Ni siquiera le he contado cuentos, por raro que parezca en una persona de mi oficio. No creo que Muriel tenga la menor admiración por mí, y si yo siento cariño por ella y gozo al verla, ya que es una criatura preciosa y llena de vida, mi gozo y mi cariño por Muriel no es mayor que el que siento por sus hermanos. Pero sólo de ella soy amiga. Nuestra amistad es algo hermoso y delicado; es rara como esa flor alpina tan difícil de alcanzar: el edelweis. Yo tengo la esperanza de que esta amistad no desaparezca en Muriel, que, aunque lo olvide, este milagro le sirva de base para reconocer, con el mismo instinto certero de ahora, otros milagros de amistad, para no cegar en ella el don inapreciable que es la capacidad de amistad verdadera.
  • 44. 44 Voy a contar, casi con sus mismas palabras, el relato que hace Muriel de nuestra amistad. Ella sabe expresarse mejor que yo. “Íbamos por las calles de Campelles. Íbamos por el sendero del río. Como yo era pequeña, a veces me subía a hombros mi tía Mireia y a veces era mi amiga Carmen del Bosque quien me llevaba; pero sólo cuando yo estaba cansada. El río estaba dormido y se callaban las vacas porque el río estaba dormido y olía mucho la hierba y la luna era grande y venía siguiéndonos por el sendero a mi amiga Carmen del Bosque y a mí.” Así es. En mi recuerdo está la niña pidiéndonos silencio en el sendero de la luna grande y susurrando las palabras catalanas recién aprendidas: “el riu dorm...”, “el riu dorm”. Sí, éramos amigas. La niña me hacía sentir aquella perfecta comunicación de poesía terrenal. Tenemos el mismo recuerdo de luna grande y olores silvestres de montañas como olas que iban hacia el mar oculto. Nuestra amistad fue trasvase, entre las dos, de la misma alegría del sentimiento de la hermosura del mundo. La palabra amistad vino más tarde. La dijo Muriel, naturalmente; con su inteligencia original, su instinto claro. No puede cultivarse esa amistad, pero no debe borrarse tampoco. Es esperanza para mí, es presentimiento que me emociona, mi deseo de que nuestra amistad crezca en ella como escudo invisible contra el escepticismo y la incomunicación, y que sea semilla de ese árbol de fuerza que puede ser la amistad en su vida; extendiéndose en muchas o pocas ramas, que eso no importa. Amén. 30 de enero de 1972
  • 45. 45 ENERO 1972 Suena el despertador. La ventana abierta deja pasar olor a jardines mojados. Sombras muy negras, luces muy blancas como fantasmas entre las sombras. No sé si es la lluvia lo que me trae al recuerdo la ampliación fotográfica aquella en el comedor de una casa alquilada durante un verano. Aquel verano llovía siempre. Los caracoles dejaban su rastro en la ventana del cuarto de baño, las arañas vigilaban nuestro sueño. La ampliación era una fotografía de boda de una mujer muy reseca —flequillo rizado, polvos de arroz, ojos vacíos de muñeca de madera despintada—. Ella, de pie, mirando al vacío. El novio, viejo, pequeño, nariz picuda y cara de mal genio, estaba sentado. Yo intenté una historia tremenda a base de la fotografía: un crimen. Me reí mucho aquel verano con mi crimen inventado. Al terminar el veraneo las sirvientas me contaron que, según las malas lenguas del pueblo, aquel viejo había muerto envenenado, como en mi cuento, porque era avaro y la mujer se había casado por dinero. Sentí horror de estos chismes. Rompí el cuento y nos fuimos, una fila de seis o siete personas —la mayoría formada por mis niños— en un tren pequeñito muy lleno y echando mucho humo negro por su gran chimenea, entre los prados. La fotografía del avaro y de la esposa inexpresiva quedó atrás. ¿Por qué me acuerdo hoy de estas cosas? Quiero encontrar la clave en el número de la revista que estuve hojeando cuando me entró sueño anoche. Hay una reseña marcada con lápiz rojo, pero según veo no se cuenta en ella ningún crimen como pude suponer. Se trata sólo de un comentario sobre la persona de Esther Vilar, que en Alemania está obteniendo gran éxito con un libro, “Der dressierte Mann” (“El hombre domado”). Mis recuerdos saltan desde la reseña del libro a otros asuntos, al parecer, sin ilación alguna con él: el crimen de que he hablado y que seguramente jamás fue cometido. De esto paso a tiempos mucho más lejanos que los del veraneo en la casa de la ampliación fotográfica, tiempos de una vieja cocinera en los años en que las cocinas podían ser, para una criatura pequeña, el modelo apropiado para pintar el infierno: en mi álbum pinté por entonces carbones encendidos, calderas de Pedro Botero con mucho vapor de cocido que hierve. Recuerdo mucho hierro pintado de negro, pinceladas rojizas como ojos brillantes en cavernas oscuras, y un inmenso delantal blanco destacando su realidad de todo esto y un enorme cuchillo reluciente de picar carne y las confidencias en voz delgada como un filo, hablando sobre “un hombrecito que se emborrachaba”. El hombrecito fue marido de Alfonsa Romualda, la cocinera, cuando ella era muy joven y yo no había nacido y quizá ni mi madre había nacido. Alfonsa Romualda recibió muchas palizas del “hombrecito”, y al fin las vecinas, indignadas, se reunieron para ayudarla y le dieron a Alfonsa la receta del “cocido de la muerte” que le aconsejaron cocinarle al marido si no tenía gracia de engañar al “hombrecito” para que se hiciese bueno.