Galileo Galilei descubrió que la Tierra no estaba en el centro del universo y que orbitaba alrededor del Sol, lo que contradecía las creencias establecidas por la Iglesia. Aunque sus observaciones matemáticas y científicas apoyaban sus conclusiones, fue juzgado por la Iglesia y casi obligado a retractarse. Hoy en día, las sociedades a menudo se enfrentan a la resignación o la rebelión; la resignación se alimenta de la frivolidad, la culpa individual y la uniformidad de pensamiento promovida
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Si el coronavirus no existiese; si fuese la invención de un/a escritorx de ciencia ficción, aplicado a imaginar una pesadilla futura: ¿qué clase de metáfora sería?
La podredumbre parlamentaria, de Sebastían Faureanarquiahumana
Sebastián Faure, una vida dedicada a la propaganda y a la agitación; de periódico en periódico, de mitin en mitin… y de cárcel en cárcel. Y siembre los mismos valores; la misma crítica a la explotación del Hombre por el Hombre, contra el Estado y la burguesía, garantes y beneficiarios de esa explotación. Contra el parlamentarismo, que, por un lado, pudre como todo Poder la conciencia de los hombres y mujeres que asumen sus bancas, y, por el otro, infecta de política el camino de la emancipación humana, instalando aquel basural como meta.
Sebastián Faure, -que antes de empaparse de las ideas anarquistas fue candidato por el socialismo al parlamento francés-, sabe de lo que habla.
Disertación en el marco de la Conferencia EL FUTURO DE OCCIDENTE Y LOS LIDERES DEL MAÑANA que se realizó el Jueves 4 de Abril con la participación del Dr. Rovira Reich y el Dr. Gustavo Beliz.
1. Buenas noches,
Hubo un hombre llamado Galileo Galilei dedicado al estudio, a horas encerrado, viendo
astros, sacando las conclusiones de su observación, que descubrió que la tierra no estaba en
el centro del universo, que se movía, y por tanto era el Sol el que ocupaba el centro y en
torno al cual los planetas, y entre ellos la Tierra, giraban.
Aquel descubrimiento se enfretó a la verdad institucionalizada. El Vaticano, la Iglesia, las
creencias populares del momento, y la insistencia en el mantenimiento de lo que había
descubierto le costó ir a juicio. Y, frente al acusado, ¿cómo podía él pensar que se había
equivocado Aristoteles? ¿Cómo podía pensar él que las sagradas escrituras mentían? ¿Cómo
podía atreverse él, un ingenuo sabio, a pensar que había descubierto algo que fuese en
contra de lo que el magisterio de la Santa Madre Iglesia venía diciendo hacía siglos?
Y, sobre todo, ¿es que acaso el pueblo no aclamaba contra aquel que se atrevía a poner en
duda la centralidad del planeta tierra? Las presiones son tremendas. Tiene casi que abjurar.
Pero en un momento, en la rebeldía última, y musitando casi con una sonrisa, a lo
Saramago, suave pero firme, dice en el italiano natal "Eppur si muove", y sin embargo se
mueve. Porque los cálculos matemáticos, porque las observaciones porque el ejercicio de la
razón, porque lo que sus ojos estaban viendo noche tras noche, le estaban demostrando que
era la Tierra la que se movía.
Pues bien, estamos hoy en la España de 1999, en la Europa de 1999, y en el mundo, en un
momento en el que, en otras ocasiones de la historia, las sociedades han tenido que escoger
un camino u otro: o seguir en la resignación, o plantar cara, la rebeldía que acaba de decir
Manolo Cañada. La resignación es un producto que, como cualquier droga, duerme a la
gente. Duerme su conciencia. La resignación es como la morfina, la cocaína o la heroína. La
resignación es producto de muchas causas: yo voy a enumerar unas cuantas.
La resignación es hija de ese discurso totalizador, cual si fuese una nueva religión: no hay
más verdad que la competitividad. No hay más santos ni más poderes que los mercados. La
economía tiene que crecer constantemente: no importa que se contaminen las aguas, que se
contaminen los rios, los mares, o los aires. Competitividad, crecimiento sostenido, y los
mercados: eso es lo único que importa. Su poder no puede ser contestado, y además, nos
demuestra la existencia de las propias sociedades que esto es lo que produce bienestar.
Y no importa que las personas de la calle vean que ese bienestar no le ha llegado al hijo o a
la hija que tiene que ir a la empresa de trabajo temporal, que le cobra el 40% de la nómina
por colocarlo en una empresa. No importa que la persona que todavía tiene una pensión que
no llega al salario mínimo interprofesional, y está casi a la mitad, 69000 y pico de pesetas, la
mitad de eso, a veces no llega. No importa el paro de aquel que entró en los 45 años. No
importa que la mujer, madre y esposa, pero que además tiene que trabajar, no cobra lo
mismo, igual que el hombre, haciendo la misma tarea, violando artículos enteros de la carta
fundacional de las Naciones Unidas, y la declaración universal de derechos humanos, y texto
de la constitución española. No importa, porque le están diciendo que no hay más bien que
la competitividad, lo bien que vivimos, lo bien que vamos, los datos, las cifras...
No importa que la gente vea, o quiera ver, en su entorno y en su alrededor hechos que están
contradiciendo ese mensaje. Porque para que no se vea, o para que sea menos hiriente, hay
sucedáneos. Ahí tenéis la televisión: fútbol, mucho fútbol. Más fútbol que en épocas
anteriores de la historia de España.
Ahí tenéis concursos degradantes, que no alimentan la razón, el estudio, el análisis. Ahí
tenéis la vida de los personajes populares, que se diseccionan y se abren para que atisbemos
como si fuéramos aves carroñeras, y olvidando el entorno que tenemos, entremos en lo que
2. ocurre en sus alcobas. Ahí está toda una literatura de evasión, para que la gente no vea. No
vea, y por tanto confunda su existencia real con la existencia que le ponen en las pantallas, o
en los informativos. Para que ocurra como aquello que tantas veces digo de la viejecita que a
finales del siglo XIX estaba vendiendo cerillas en la puerta de la ópera de Madrid, en un mes
de Enero, a las dos de la madrugada, atenida de frio, y envuelta en una toquilla, vendiendo
cerillas para poder subsistir, y cuando entraban hombres y mujeres envueltos en armiños, en
capas con lujo y con joya, decía "Que bien vivimos en Madrid". Un caso de alienación, un
caso de suplantación, un caso de drogadicción.
La imagen, lo bien que vivimos, las historias de alcoba, las revistas del corazón, las
frivolidades que hacen olvidar lo que ocurre diariamente, o si se ve, se eleva a otra
categoría, como si no fuese lo real.
Resignación además, porque el discurso oficial, que baja desde muchos sitios: baja desde los
poderes públicos, baja desde las sentencias de los tribunales, desde las cátedras, desde las
clases de EGB donde los maestros de escuela va inyectando ya unas determinadas ideas.
Baja desde la televisión y de los medios de comunicación, el discurso de que no hay otra
salida: esto es lo único posible, y si no, fijaros: estamos mal, pero peor estaban en el Muro
de Berlín. Y cuando ya se acude a hablar del Muro de Berlín es porque ya no se tienen
razones, y hay que decir "mira que mal fueron aquellos", porque es la única justificación.
Resignación porque los pueblos, cuando tienen problemas, no son rebeldes. El que tiene que
comer todos los días, no puede permitirse el lujo de perder, por un acto de rebeldia, un
puesto de trabajo. La rebeldía siempre ha surgido de aquellos que comían todos los días. De
aquí la gran culpabilidad de muchos intelectuales españoles, que comiendo todos los días,
bien del pesebre, bien de su trabajo, no han sido capaces de decir "Basta" a esta situación
de degradación.
De ahí una resignación que nace de la evidencia diaria. Del paro, que es cierto. De ese paro
que dicen que se reduce porque la estadística dice que cuando una persona trabaja dos
horas a la semana, ya no está parado. Una disminución estadística, de los empleos a tiempo
parcial, de las horas extraordinarias que se imponen, pero no se cobran, de la angustia si
mañana poder trabajar: eso es resignación.
Resignación que cae sobre un pueblo que se da cuenta, además, o no se da cuenta porque
no le gusta o no quiere verlo, o no dejan verlo, que estamos yendo hacia atrás, que estamos
llegando a cotas propias del siglo XIX, que aquella seguridad social para todos, que el tema
del subsidio de desempleo va bajando continuamente, en contra de la declaración universal
de los derechos humanos o de la propia constitución.
Resignación que surge de la culpabilidad del propio parado. Uno de los éxitos entre comillas
del sistema americano es conseguir que el pobre, el miserable, se sienta culpable de su
situación. Es la filosofía calvinista, hija del protestantismo. Tú eres culpable de tu situación.
No has sido capaz de triunfar, esa es la filosofía de las sociedad americana. Y si no has
triunfado es porque tú eres el responsable: esta sociedad
da oportunidades a todo el mundo, si tu no has podido hacerlo así, tú eres el culpable, y
entonces el oprimido, el pobrecito, el esclavo, se echa él la responsabilidad de su situación.
Es perfecto el dominio del poder. Un dominio del poder que ya no se basa en la fuerza, en la
coacción, en la utilización de la guardia civil o del ejercito: se basa en un dominio mucho
más terrible, más duro: el dominio de la mente. Ese opio que cae desde los aparatos de
televisión, ese opio que cae desde las sentencias de los tribunales, desde los discursos
políticos que va empapando la mentalidad de la gente, y va diciendo "calla, calla, calla,
porque si no callas puede ser peor".
Esa es la resignación que se produce como consecuencia de sentirse ese parado que él es el
3. autor de su situación, y por tanto aquel compañero que ha sido acusado de que cobró una
vez, indebidamente, el seguro de desempleo, ah, miserable, tú eres el culpable. No importa
que los ladrones de alto copete sean exhibidos como figuras brillantes a enseñarle a los hijos
como ejemplo a seguir, pero el miserable que ha estafado solamente un mes del seguro de
desempleo es el culpable de todo lo que está ocurriendo.
Eso es resignación. Resignación que surge de los medios de comunicación, y no se me
enfaden las cámaras, no va con vosotros, pero va contra los que tienen el poder en vuestras
empresas. Va con aquellos que optan por decirle al pueblo una parte de la verdad.
Resignación que consiste en dar un credo único, decir todos amen a la competitividad, a la
moneda única, estamos mejor que nunca, amén, amén, amén. Es el coro como una letanía
que va uniformando el pensamiento, que va haciendo seres totalmente iguales, como
describía lo que podía ser el futuro Orwell en 1984.
Esa resignación por tanto es hija de una economía, de un sistema político, que confunde
muchas cosas. Una información que está haciendo surgir en nuestros universitarios, en
nuestros institutos, en nuestras academias, en las escuelas básicas la cultura del si o no,
propia del ordenador. La vida está llena de colores, de tonos, y por lo tanto el lenguaje es
lenguaje más vivo cuanto más cosas hay que ser descritas. Si o no, blanco o negro, derechas
o izquierdas. Conteste usted como el ordenador: afirmativo, negativo, afirmativo, negativo.
Se busca ya, no al ser humano pensante, capaz de la reflexión, de la duda, de la inquietud:
se buscan esclavos sin pensamiento. Y por eso no se quiere la historia. Y por eso se desdeña
la memoria. Porque los seres humanos somos hijos de la memoria. Yo soy lo que soy porque
viví con mis padres, mi recuerdos, mi historia, mis vivencias. Yo soy la actualización de todo
un pasado que está vivo. Si me quitan la memoria soy un zombi, un muerto viviente. Y
queremos pueblos de muertos vivientes,
que se estimulen por el último partido del Barça-Madrid, que se estimulen por la última
historia de tal o cual conde, o de tal o cual señora, que digan en los corrillos, incluso en los
parlamentos, y en los lugares donde habría de debatirse de los problemas, se cuenten
chistes de la vida privada, para olvidar la tremenda realidad. Escapismo, droga: igual que la
heroína, igual que la cocaína. Droga, escapismo. Sedar el pensamiento, aniquilar el espíritu
crítico. Y por tanto fomentar la resignación.
Y frivolidad, mucha frivolidad. Y por tanto la política entendida como compraventa de votos,
no importa. ¿Qué es lo que quiere el pueblo? Al pueblo al cual convenientemente se le va a
decir lo que quiere, a través de determinados medios. ¿Más fútbol? Pues más fútbol. Pero es
que yo pienso que no: es que tú tienes que decir lo que le gusta al pueblo. Al cual yo
mediante medios de comunicación, finísimo, le voy diciendo que es lo que le convierte, pero
yo represento un proyecto, yo quiero explicar un proyecto, yo quiero dirigirme a mi pueblo,
del cual formo parte, para decirle el punto de vista de nuestra organización: no, no, no, lo
que conviene es que ganes votos. Eso no está bien dicho. Tienes que ser respetable, tienes
que hablar y decir lo políticamente correcto, el buen tono. Como el chico de la burguesía del
siglo XIX: niño, eso no se hace, eso no se dice, tú lo haces bajo cuerda, porque todo debe
permanecer como si aquí no ocurriera nada.
Es decir, la cultura de la hipocresía, ¡crear una sociedad hipócrita! Que miente a sabiendas
Que sabe que está diciendo algo que nadie cree, pero lo importante no es decirlo: lo
importante es que hay que hacerlo pero que no se diga.
Y ese cáncer va avanzando degradando, corrompiendo y aniquilando las fuerzas para
combatir.
Y ese es un camino, sin duda, dulce. Es la muerte lenta, como se consume un brasero. Como
van muriendo aquellos que beben la cicuta, muerte que le dieron al gran Sócrates: se va
4. durmiendo lentamente todo el organismo, y muere uno con una sonrisa en los labios, ¡pero
muere!
Y el otro camino es lo que ha dicho Manolo: rebeldía. Pero la rebeldía no es un gesto
altisonante. No es un grito, no es un insulto. No es una pedrada, no es una mala
contestación: es mucho más profundo. La rebeldía es un grito de la inteligencia y la voluntad
que dice, y lo voy a decir en román paladino: ¡No me da la gana de decirle que si a esta
actual situación! ¿Por qué? ¡¡Porque no quiero!! Y me niego a decirle que si, porque entiendo
que pueda haber otra situación, y por tanto no asumo esta podredumbre, y no participo de
ella, y lucho contra ella.
Y esta actitud es una actitud intelectual. Y cuando digo intelectual no quiero hablar de
universitarios: de la mente de cualquier ser humano. Es un posicionamiento que nace de la
mente y del corazón, del fuego de querer cambiar. Esta es la rebeldía fundamental: lo otro
son voces, son chillidos, son insultos, son graznidos: dale caña al circo romano. No, no, la
rebeldía no es ni más ni menos que el posicionamiento con otros valores y la decisión de
hacerles frente.
Rebeldía para decir que no aceptamos que la competitividad y el mercado sean los que rijan
los destinos de las sociedades, que entendemos que hay una declaración universal de
derechos humanos que tiene que cumplirse. Y que eso significa sociedad de pleno empleo,
donde el hombre y la mujer sean exactamente iguales, donde no haya marginados, y que
costará mucho tiempo y mucho sacrificio, pero es hermoso luchar, incluso morir por eso.
Porque morir tenemos que morir: muramos por lo menos luchando por un ideal noble, y no
consumiéndonos como un brasero.
Y significa, esa rebeldía fundacional en cuanto a entidad humana, significa defender con esa
suave ironía, con esa tranquilidad que el maestro Saramago hace, porque es una gloria verlo
contestar a los periodistas con esa suave ironía, con esa tremenda dureza de fondo pero
flexibilidad en el lenguaje, significa defender que hay valores que deben ser mantenidos: el
hermoso valor de la igualdad. Como decía uno: la sangre es roja, y todos la tenemos roja;
no hay sangre azul. Y además, como decía otro, todos los corazones, salvo alguna excepción,
están en la izquierda.
Por lo tanto esa igualdad, igualdad que hace que los seres humanos nazcan de la misma
manera. Una igualdad esencial, no igualitarismo, y por tanto dignidad de la persona por ser
lo que es: Persona.
Y junto a la igualdad, la libertad. Pero hablar de libertad es algo muy grande. Porque libertad
es asumir que se tiene la conciencia libre, que no es lo mismo que libertad de conciencia. La
conciencia libre significa que yo puedo decidir si yo tengo todos los elementos para formular
mi decisión. Estoy bien informado, estoy bien formado, me alimento todos los días, tengo un
techo donde guarecerme, tengo una ropa que ponerme, y una vez que tengo todas mis
necesidades más elementales satisfechas, yo puedo empezar a pensar para ser un hombre
libre. Porque si yo tengo que trampear el trabajo, trampeando como sea, poniéndome en la
cola del paro, vendiéndome por cuatro perras porque tengo que comer, los mios y yo, yo no
soy un hombre libre, aunque mañana me permitan votar en las urnas: yo voy movido por mi
hambre, por mi necesidad de tener que venderme en cada momento para el trabajo.
Y junto a la libertad, en sentido esplendido de la palabra, la justicia. Y no hablo de tribunales
de justicia: hablo de eso tan sencillo de dar a cada uno lo suyo. Que impere el derecho, que
no haya distinciones, que todo el mundo sea medido por igual rasero, por el rasero de la Ley.
La justicia que consista además en que se conforma una sociedad: la ley es la que puede
hacer posible que conviva la gente en sociedad, mientras que la ley sea justa y se aplique
con justicia a todos igual.
5. Solidaridad: es un mensaje que nos puede hermanar a todos. A todos aquellos que hablaban
del internacionalismo proletario, que sigue estando vigente. A aquellos que hablan de la
hermandad de los seres humanos y porque hacen referencia a sus creencias basadas en la
teología de liberación. A otros que hablan desde otros supuestos de liberación humana, a
otras propuestas de liberación, de acuerdo: solidaridad, que consiste en afirmar, tranquila y
serenamente, que no merece la pena luchar por banderas, que la única bandera es la
bandera del planeta Tierra, y la humanidad es una sola raza, una sola y única raza, y que
merece la pena luchar por ella.
(...)
Y esto es importante: informado, no porque se le den muchas noticias. Hay diferencia entre
la noticia y la información. La noticia es una mercancía que se da para que se consuma; la
información es un dato que se da para que la gente piense y a partir de ahí extraiga sus
consecuencias. Y desde la izquierda hablar de austeridad. A mi particularmente me gusta
esta palabra.
Hablar de austeridad fue la palabra que vertebró un discurso de Enrico Berlinguer, aquel
secretario general del partido comunista italiano que murió en la tribuna, hablando
precisamente de austeridad. La austeridad en el sentido romano, mediterráneo. Austeridad
no es miseria: austeridad significa vivir dignamente, normalmente. No malgastar los
recursos naturales. Poseer uno cosas y no que las cosas lo posean a uno. No ir
constantemente atentando contra la naturaleza en un consumismo feroz. Austeridad significa
tiempo libre para discutir y dialogar con los demás, para jugar, para hacer posible el amor
entre seres que se conocen, para convivir en la calle, en la plaza, en el ágora griega.
Austeridad que significa que la mejor manera de vivir es tener relaciones con otro en el plano
de igualdad sintiéndose hombres y mujeres libres en una sociedad democrática. Austeridad
que hace que nos miren a todos como seres humanos y no por nuestra capacidad de
consumo: yo me niego como ser humano a que digan que soy un español que consume
tantas salchichas o tantos coches al año: eso no es austeridad, eso es medir al ser humano
por otro talante.
Austeridad, que significa, con otra palabra, sobriedad: hablar de cosas concretas, hablar de
cosas que son importantes, incluso cuando se utiliza el lenguaje para crear belleza, para
hacer pensar como nuestro premio Nobel. Se utiliza el lenguaje desde la sobriedad, porque
las palabras, cayendo en cascada, uniéndose, recreándose constantemente, hacen pensar,
hacen conseguir nuevas ideas: humanizan. Esa es la austeridad y esa es la sobriedad. Y a
partir de ahí es cuando comienza el discurso y la propuesta: la sociedad de pleno empleo, el
desarrollo sostenible, el reparto del trabajo, es decir, el recurso rojo, verde, violeta, el
recurso de la paz. Paz.
Y la paz no es la ausencia de guerra, la paz es por ejemplo que el día nueve estemos
llenando Rota, porque quieren transformar la base militar en una superbase, violando el
punto tercero de lo que acordó el pueblo español en referéndum en 1986. La paz significa
que mañana 1200 hombres y aviones españoles, que cuestan un dinero, no puedan entrar
en la antigua Yugoslavia, porque no han sido consultadas las cortes generales, y porque se
ha violado nuevamente el artículo 62 de la constitución.
Significa, por tanto, hablar de paz, paz como justicia, como entendimiento entre seres
iguales, que son capaces de razonar. Y bien: los mecanismos son los de siempre, la
movilización. ¿Qué es movilizar?
Desde la izquierda, siempre, movilizar no ha sido solo llenar las calles de gente, que
también: movilizar ha sido concienciar. Nosotros existimos, los que queremos pensar por
6. nuestra cuenta, para perturbar a los demás. Si hay aquí algún creyente, me dirijo a él o a
ella para recordarle la frase que hoy explicaba yo en la universidad cuando una persona, un
compañero que era representante, al parecer, de la teología de la liberación, me preguntaba,
y le recordaba yo un pasaje del evangelio: de mi época pasada soy conocedor. Y decía:
mirad, una de las cosas que figura en el evangelio es cuando le preguntan a Jesús de
Galilea: "¿Tú que has venido aquí, a traer la paz?" y decía: "Yo no, he venido aquí a traer la
guerra". ¿Y qué quería decir? He venido a concienciar, a perturbar.
Nosotros no queremos gente dormida, drogada. Queremos gente que inquieta. Venimos a
perturbar, a agitar cerebros, a mover conciencias, existimos en la medida en que
movilicemos el pensamiento. Como decía en aquella iglesia, en aquel bar, en Naranjo de
Córdoba: Levántate y Piensa, es lo más revolucionario que he visto en mi vida, porque la
rebeldía empieza aquí, en la cabeza que dice "No sirvo, no me da la gana, no quiero asumir
estos valores". Movilización que significa, por tanto, ese esfuerzo por pensar y por hacer
pensar.
En los grandes revolucionarios de la historia, la característica fundamental es que hicieron
pensar. La revolución la hicieron la gente, las masas, los colectivos, pero el valor de ellos es
el pensamiento que pusieron en marcha: es el concepto de la movilización, en torno a lo
concreto. Y con las alianzas de todo el pueblo.
Por eso hacemos llamamientos: queremos unidad. Pero no para repartirse sillones: para
hacer programas de transformación. ¿Qué hacemos en el pueblo? ¿Qué hacemos en la
comunidad autónoma? ¿qué hacemos en España? ¿qué hacemos en Europa? Alianzas.
Alianzas entre gentes que coinciden, básicamente, parece ser por lo menos teóricamente, en
que quieren cambiar el mundo. Pongámonos de acuerdo en qué podemos cambiar ahora,
pero cambiar un sillón por otro... eso ya no es correcto, eso lo hacen los otros, desde tiempo
inmemorial.
Y por último la cultura. La palabra cultura viene de cultivo: cultivarse. Hacerse ser humano
cada día más. La cultura no es saber muchas cosas: la cultura es captar todo aquello que la
humanidad ha ido produciendo y que nos mueve, desde el arte hasta el estremecimiento por
degustar la belleza, a entender cómo la humanidad ha ido superando determinados
problemas. Un hombre culto no es un hombre que esté rodeado de libros, que también
puede ser; un hombre culto es un hombre que mira al mundo con mirada independiente y
libre. Un hombre culto puede ser un campesino de nuestras tierras. Cuando rebina, palabra
que utilizan en mi tierra, está pensando, pero sabe calcular las cosas, piensa como quiere, es
un hombre que tiene un tipo de cultura. Y ese hombre que a lo mejor no sabe leer, le puede
dar la mano a otro culto de la universidad, que sabe más cosas, pero está en la onda de la
cultura, porque ambos confluyen desde su sentido de hombres libres con capacidad para
pensar.
Y en fin, en el acto de hoy, donde ahora va a tomar la palabra el maestro Saramago, y dicho
con todo cariño, en el sentido de ejercicio de sencillez y de hondura, la voz de Izquierda
Unida esta noche no ha hablado de programas, ni Manolo ni yo. Hemos hablado, y os lo
confieso, de lo que nos mueve a nosotros. A él, a mi, a José, y a los demás compañeros y
compañeras. No sé lo que ocurrirá en los próximos meses o en los próximos años, pero la
decisión de mantener este discurso es firme por nuestra parte: lo vamos a seguir
manteniendo, no lo pensamos cambiar.
7. nuestra cuenta, para perturbar a los demás. Si hay aquí algún creyente, me dirijo a él o a
ella para recordarle la frase que hoy explicaba yo en la universidad cuando una persona, un
compañero que era representante, al parecer, de la teología de la liberación, me preguntaba,
y le recordaba yo un pasaje del evangelio: de mi época pasada soy conocedor. Y decía:
mirad, una de las cosas que figura en el evangelio es cuando le preguntan a Jesús de
Galilea: "¿Tú que has venido aquí, a traer la paz?" y decía: "Yo no, he venido aquí a traer la
guerra". ¿Y qué quería decir? He venido a concienciar, a perturbar.
Nosotros no queremos gente dormida, drogada. Queremos gente que inquieta. Venimos a
perturbar, a agitar cerebros, a mover conciencias, existimos en la medida en que
movilicemos el pensamiento. Como decía en aquella iglesia, en aquel bar, en Naranjo de
Córdoba: Levántate y Piensa, es lo más revolucionario que he visto en mi vida, porque la
rebeldía empieza aquí, en la cabeza que dice "No sirvo, no me da la gana, no quiero asumir
estos valores". Movilización que significa, por tanto, ese esfuerzo por pensar y por hacer
pensar.
En los grandes revolucionarios de la historia, la característica fundamental es que hicieron
pensar. La revolución la hicieron la gente, las masas, los colectivos, pero el valor de ellos es
el pensamiento que pusieron en marcha: es el concepto de la movilización, en torno a lo
concreto. Y con las alianzas de todo el pueblo.
Por eso hacemos llamamientos: queremos unidad. Pero no para repartirse sillones: para
hacer programas de transformación. ¿Qué hacemos en el pueblo? ¿Qué hacemos en la
comunidad autónoma? ¿qué hacemos en España? ¿qué hacemos en Europa? Alianzas.
Alianzas entre gentes que coinciden, básicamente, parece ser por lo menos teóricamente, en
que quieren cambiar el mundo. Pongámonos de acuerdo en qué podemos cambiar ahora,
pero cambiar un sillón por otro... eso ya no es correcto, eso lo hacen los otros, desde tiempo
inmemorial.
Y por último la cultura. La palabra cultura viene de cultivo: cultivarse. Hacerse ser humano
cada día más. La cultura no es saber muchas cosas: la cultura es captar todo aquello que la
humanidad ha ido produciendo y que nos mueve, desde el arte hasta el estremecimiento por
degustar la belleza, a entender cómo la humanidad ha ido superando determinados
problemas. Un hombre culto no es un hombre que esté rodeado de libros, que también
puede ser; un hombre culto es un hombre que mira al mundo con mirada independiente y
libre. Un hombre culto puede ser un campesino de nuestras tierras. Cuando rebina, palabra
que utilizan en mi tierra, está pensando, pero sabe calcular las cosas, piensa como quiere, es
un hombre que tiene un tipo de cultura. Y ese hombre que a lo mejor no sabe leer, le puede
dar la mano a otro culto de la universidad, que sabe más cosas, pero está en la onda de la
cultura, porque ambos confluyen desde su sentido de hombres libres con capacidad para
pensar.
Y en fin, en el acto de hoy, donde ahora va a tomar la palabra el maestro Saramago, y dicho
con todo cariño, en el sentido de ejercicio de sencillez y de hondura, la voz de Izquierda
Unida esta noche no ha hablado de programas, ni Manolo ni yo. Hemos hablado, y os lo
confieso, de lo que nos mueve a nosotros. A él, a mi, a José, y a los demás compañeros y
compañeras. No sé lo que ocurrirá en los próximos meses o en los próximos años, pero la
decisión de mantener este discurso es firme por nuestra parte: lo vamos a seguir
manteniendo, no lo pensamos cambiar.