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Ejemplos de crónicas
Don Hércules, el pibe de 94: duerme dos horas, toca el piano y es el
abanderado de la revolución del tejo
Hay nombres que imponen respeto solo con decirlos en voz alta, por pura cuestión de fonética. No
es lo mismo llamarse Hércules Pecoraro que de cualquier otro modo. Nadie es responsable de las
denominaciones que le han elegido sus padres, pero en ellas va expresado, consciente o
inconscientemente, todo lo que esperan, sueñan y desean de sus hijos. 94 años después de recibir
ese mandato invisible, quien estreche la mano de Don Hércules Pecoraro puede afirmar que aquel
mandato tácito se ha cumplido con creces.
La postura erguida, la espalda ancha, el pulso firme, la mente lúcida y un nivel de actividad
envidiable desmienten la edad de este personaje porteño que encierra muchas vidas en una sola.
Nacido y criado frente al viejo Gasómetro de San Lorenzo, el hombre que se jacta de no haber
dormido nunca "más de una o dos horas por noche" jamás dedicó su tiempo al aburrimiento.
Quiso ser futbolista, fue y todavía es un pianista de primer nivel, trabajó muchísimos años en la
antigua y archiconocida casa de especias Coquito y desde hace un par de décadas se convirtió en
referente de un entretenimiento que, en silencio, empieza a convertirse en el nuevo deporte
nacional: el tejo.
"Empecé a jugarlo hace más de 20 años en la Bristol de Mar del Plata, adonde voy todos los
veranos", cuenta tirando del archivo de su memoria intacta, "ya en aquel entonces organizábamos
campeonatos con premios y todo".
Hércules Pecoraro, en la entrevista con LA NACION. Hércules Pecoraro, en la entrevista con LA
NACION. Fuente: LA NACION - Crédito: Ricardo Pristupluk
Al oído desprevenido puede sonarle extraño relacionar el tejo, al que todos conocemos como un
divertimento estival para pasar el rato en las playas, con un deporte, pero los datos son
contundentes. Sin cifras exactas, se calcula que alrededor de mil clubes, casi la mitad de ellos en
CABA y la provincia de Buenos Aires, extienden su práctica. Cada fin de semana, los torneos se
multiplican por buena parte de la geografía del país -Córdoba, Entre Ríos, Río Negro.- y, como
ocurre con el fútbol 5, resulta imposible calcular la cantidad de gente que diariamente se junta a
jugar o entrenar. "El gran público desconoce la actividad, pero el movimiento que hay es
impresionante", afirma Edgardo Tessone, quien fue presidente de la Asociación Internacional de
Tejo y hoy ejerce como árbitro.
Hércules Pecoraro estuvo entre los fundadores de la AIT, más tarde fue secretario y hoy es socio
honorario. Sin duda, uno de los hombres más respetado por este mundo subterráneo que empieza
a salir del anonimato. "Cuando conocí a Tessone empecé a jugar en su club, el Círculo de
Suboficiales de la Policía Federal, pero enseguida decidí armar canchas en el mío, el del Sindicato
de Empleados de Comercio en Ezeiza", relata el hijo de Agustín, quien llegó a ser primer violinista
del Teatro Colón y, al mismo tiempo, responsable de la subcomisión de fútbol de San Lorenzo en
los años 30: "Mi padre fue el que trajo a Petronilo y Waldemar De Brito a Boedo. Y un tiempo
después al vasco Lángara", señala con indisimulable orgullo Don Hércules.
Como las notas en un pentagrama, la charla salta del tejo al fútbol, de este a las teclas del piano -
"Toco todos los días, los vecinos me piden que deje la puerta del departamento abierta para
escucharme", asegura con satisfacción- y de la música a los recuerdos personales, muchos de ellos
atesorados en un cuaderno en cuyas hojas aparecen recortes y anuncios de lo que fue su paso por
los escenarios de clubes y salones de baile.
La casa natal en Avenida La Plata y Balbastro, los tablones del Gasómetro, la orquesta Pulso de
Tango, que dirigió durante muchos años, y la de Juan D'Arienzo, que Pecoraro integró entre 1971 y
1973 se van encadenando en el recuerdo. "D'Arienzo me descubrió en el Marabú. Yo era el
pianista de Alberto Coral y cuando Juan Polito dejó su puesto, Don Juan me convocó a mí. Era muy
bravo arriba del escenario. Le pifiabas a una nota y te hacía pasar vergüenza delante de todos.
¡Por eso no nos equivocábamos nunca!", rememora entre risas.
Don Hércules posa en el club al que asiste a jugar todos los fines de semana. Don Hércules posa
en el club al que asiste a jugar todos los fines de semana. Fuente: LA NACION - Crédito: Ricardo
Pristupluk
El afán perfeccionista fue una constante en la vida de Don Hércules. "Cuando me pongo a hacer
una cosa, la hago en serio", enfatiza. Así fue con todo, salvo con el fútbol, pero no por elección
propia. "Mi viejo no quería que fuese jugador, aunque mi tío me llevó igual a escondidas a
probarme a San Lorenzo. Pasé la prueba, pero cuando mi papá se enteró me prohibió volver
porque entendía que yo tenía que estudiar".
El full-back que no fue (la definición de su puesto en la cancha le corresponde al protagonista, un
privilegiado que vio en directo a La Máquina de River, la delantera de Independiente del '38 o el
San Lorenzo de Farro-Pontoni-Martino, "una época en la que se jugaba al fútbol de verdad y no
como ahora, que la pasan todo el tiempo para atrás y nunca miran al arco contrario") se convirtió
en profesor de piano del Conservatorio Nacional, hombre de tango y ayudante de Ernesto Duchini
en las inferiores azulgranas en los sesenta: "Manejábamos desde la novena hasta la tercera así que
conocí a varios de Los Matadores cuando estaban en cuarta división. En la semana entrenaba
Duchini pero a los partidos íbamos los ayudantes porque él se ponía muy nervioso. Después le
contábamos cómo habían jugado los pibes. Así fuimos campeones de casi todas las categorías".
El tejo se sumó a su vida después de la jubilación. "Me gusta jugarlo con los amigos pero no
competir", aclara Don Hércules, "sí que fui entrenador del equipo del SEC, y hace unos años
salimos campeones con las mujeres. Mi principal trabajo fue en la Asociación, para ayudar a
difundir el deporte. Íbamos mucho al Interior a explicar las reglas y organizar torneos".
El tejo continúa siendo una actividad absolutamente amateur, pero hace ya tiempo que dejó de
ser un juego sin normas claras. El reglamento de la AIT especifica con lujo de detalles cada aspecto
que debe tenerse en cuenta en una competición oficial: las dimensiones y marcas de las canchas,
que son de arena con las mismas proporciones de conchillas y sal que tienen las playas
bonaerenses; la secuencia de juego, las reglas disciplinarias, el papel de árbitros y coordinadores
generales en los torneos... Todo. También los tejos en sí mismos, fabricados en polipropileno, con
los bordes redondeados en una cara y rectos en la otra, para que el lanzador pueda elegir si quiere
que al caer ruede o se clave en el suelo. "En el diseño hasta hicimos pruebas en un túnel de viento
para probar el comportamiento en el aire", aclara Tessone.
Y como en cualquier buen deporte, las variables técnico-tácticas tienen su valor. "A mí me gusta
jugar al fondo, porque hay mucha gente que no tiene fuerza para llegar tan lejos", avisa Don
Hércules, dando prueba que sus vigorosas manos siguen firmes a pesar de lo que exprese el DNI.
La figura del momento es Asim Seba, un zurdo de 21 años del Club Plaza Villa Pineral, de Caseros,
que dedica varias horas diarias al entrenamiento y arrastra a muchos hinchas que lo acompañan
allá donde va a jugar.
Tejo en la playa, un clásico. Tejo en la playa, un clásico. Fuente: Archivo
"De todos modos, no es fácil promocionar el tejo entre los jóvenes, están interesados en otras
cosas", se lamenta Pecoraro. El juego es evidentemente más popular entre la gente mayor, y de
alguna manera ha ido tomando el lugar de las bochas en muchos rincones de la ciudad y el Gran
Buenos Aires. "El tejo es más sencillo, requiere menos técnica y está al alcance de cualquiera. Es
más familiar", resume Tessone.
El café y restaurante de la esquina de Luis Viale y Acoyte es un reducto "cuervo" en Villa Crespo.
En sus mesas Hércules Pecoraro, vecino del barrio, encuentra su lugar predilecto para encontrarse
con los amigos, hablar de tejo, de música o, por supuesto, de San Lorenzo: "Hace mucho que no lo
veo en la cancha. El Nuevo Gasómetro queda muy lejos, fui una vez y no vuelvo más.
Personalmente yo compraría buenos jugadores antes que hacer el estadio en Avenida La Plata.
Pero compré el metro cuadrado, y si lo hacen no tenga dudas que vuelvo a Boedo".
Algunos meses atrás, a Don Hércules Pecoraro le pidieron que fuese a cenar al boliche. Varios de
los viejos Matadores del '68 lo estaban esperando para hacerle un homenaje. Pero así como una
reciente caída en la calle apenas le provocó un rasguño en la nariz, aquella noche tampoco la
emoción pudo alterarle el pulso ni le disminuyó la energía.
Ese pulso y esa energía que le permiten seguir bochando con efectividad o arrimando con
precisión cuando hace volar el tejo allá lejos, bien al fondo como le gusta. Una vitalidad que
desmiente que lleva 94 años transitando las veredas de Buenos Aires y confirma que sus padres
acertaron de pleno el día que le eligieron el nombre.
De las playas argentinas al mundo
El tejo reglamentario. El tejo reglamentario. Crédito: AIT
¿Mar del Plata o Las Toninas? Los estudiosos del tejo no se ponen de acuerdo para establecer la
playa de origen de una actividad que cada día es más deporte que juego. Sí hay coincidencia que
fueron bochófilos de vacaciones los que idearon un modo de adaptar su pasión a la arena lo que
transformó las esferas en discos planos y dio comienzo a una historia diferente que, por el
momento, apenas trascendió nuestras fronteras.
El tejo es patrimonio argentino, pero la idea de las autoridades de la AIT es exportarlo e incentivar
la competencia con otros países. De hecho, el propio nombre de la entidad -Asociación
Internacional- tiene visión de futuro.
Hasta ahora la trascendencia ha sido limitada. Algunas delegaciones viajaron a Uruguay y Brasil a
enseñar el deporte, con más éxito en el vecino rioplatense, donde suele ser más o menos habitual
en las playas.
En este sentido, el mayor impacto se produjo en 2015, cuando la Secretaría de Deportes de la
Nación eligió al tejo como deporte autóctono en la 20ª edición de las Olimpíadas Mundiales de
Trasplantados. Después de recibir algunas explicaciones teóricas, deportistas de 40 países
aprendieron qué es el tejo y compitieron en Mar del Plata. El tiempo dirá si fue la semilla para
llevar al mundo un juego genuinamente argentino.
El fisicoculturista que no puede mirarse en el espejo
Publicado: 8 septiembre 2012 en Gloria Ziegler
Etiquetas:Anfibia, Argentina, Deporte, Luis Gigena 1
En el vestuario se pasean una decena de hombres musculosos. Se miran. Hablan con sus
entrenadores y se mueven inquietos. Están nerviosos. Entrenaron todo el año 2000, hicieron dieta
durante meses, tomaron suplementos, licuados y pastillas esperando este día. El de la
competencia. Siempre es así. Todos, en este momento, se miran y se comparan. Todos, en este
momento, se ven más chicos que su adversario.
Luis Gigena es el único que está sentado en una esquina. Espera, callado, su turno para subir al
escenario. Es el único que no parece nervioso. El único que no puede ver a sus rivales. Es el
fisicoculturista ciego.
–¿Cómo están los demás? –le pregunta a su entrenador.
–Están bien pero vos estás mejor. Quedate tranquilo –le dice Alberto Rivera.
Y él se queda en silencio de nuevo.
Los culturistas lo miran pero solo algunos se acercan a saludarlo, le dan la mano, y enseguida se
van.
–La tranquilidad de él los asusta –dirá Rivera años después- Lo ven y se ponen nerviosos. Y eso a él
no le pasa porque no los puede ver.
Gigena llegó hace varias horas, acompañado por Laura Sosa, su esposa, y su entrenador. Solo
entonces, al momento de inscribirse y hacer el pesaje reglamentario, se enteró de que tendría un
solo rival. En su categoría, los que superan los 100 kilos, siempre son pocos. Pero hoy son solo
ellos dos.
En el baño, Gigena empieza a desvestirse. Se saca –despacio- las zapatillas, la remera y el pantalón
para empezar a pintarse con una crema tonalizadora. Es un ritual que todos cumplen antes de
subir a competir. Algunos culturistas, como Gigena, lo hacen el mismo día. Otros, aquellos a los
que les cuesta broncearse, empezaron hace una semana.
Rivera lo ayuda pasarse la crema en la espalda. Y luego, cuando terminan, saca dos pesas y bandas
de un bolso. Gigena empieza a precalentar. Hace ejercicios con los brazos y hombros.
–Es para que el musculo se congestione y se hinche –dice– Pero antes de subir no ejercitas las
piernas ni los abdominales, porque se llenan de agua.
Si eso pasa, o si están nerviosos a la hora de competir, es improbable que ganen. Y acá quedar
segundo no sirve de nada. Acá todos quieren ganar.
–Yo subo tranquilo. Lo que hice, lo hice al tope y arriba se ven los pingos. Bah, ellos me ven a mí.
Yo no los veo –dice y suelta una carcajada.
Esta tarde sube al escenario de Flores, acompañado por un asistente que lo ubica en el centro,
frente a los jueces, y se aleja. Entonces empieza su coreografía. Durante el minuto reglamentario
muestra los músculos del pecho y los brazos. Gira sobre su eje y enseña la espalda. Se mueve hacia
un lado y hacia el otro, mostrando sus piernas con una decena de poses.
Así, sin intimidarse, se convertirá en el Campeón Argentino de Culturismo por la WABBA. El
primero de los ocho campeonatos que conseguirá. Así también se convertirá en el primer
campeón ciego del Mister Universo y será el primer argentino en ganar la medalla de oro en el
torneo Arnold Classic, las dos competencias de culturismo más importantes del mundo.
Diarios de una bicicleta
Una tarde de verano de 1984 Luis Gigena pedaleaba detrás de Carlos Torres –un amigo de su
madre- rumbo al arroyo Correa, en las afueras de la ciudad de La Plata. Tenía 13 años y probaba la
bicicleta que había armado él mismo. Había pintado un viejo cuadro inglés de su abuelo. Durante
tres años ahorró el dinero que le regalaban su abuela y su madre. Así, compró pieza por pieza.
Oscurecía y Gigena avanzaba rápido detrás del otro ciclista. Las bicicletas estaban unidas por una
soga que se mantenía floja y a su lado pasaban cientos de autos, que parecían a punto de rozarlos.
En un momento, antes de llegar al arroyo, Torres le sugirió volver.
–Se está haciendo de noche y estamos lejos –gritó desde adelante, aflojando el ritmo.
–Por mí sigamos –le contestó Gigena- Si cuando salimos para mí también era casi de noche.
Habían salido de su casa temprano, cuando el sol todavía estaba alto y quemaba en la espalda.
Gigena se estaba quedando ciego. Y lo sabía. Pero entonces, mientras pedaleaba, el viento le
golpeaba la cara y se sentía libre. Poderoso.
Y eso no le sucedía muy a menudo.
Creció jugando con sus hermanos Analía y Adrian. Ellos y sus primos eran los únicos que jugaban
con él. Los que no se reían si intentaba patear la pelota y le erraba. Los únicos que no se burlaban.
Cuando Luis Gigena nació los médicos se dieron cuenta de que algo no estaba bien en su vista,
pero confiaron que con el tiempo se corregiría. Gigena empezó a caminar y se chocaba contra las
cosas. Los médicos entonces pensaron que tenía estrabismo, una desviación en el alineamiento de
los ojos que dificulta la coordinación. Dijeron, de nuevo, que había que esperar que terminara de
desarrollarse para operarlo. Pero el tiempo pasó y él seguía llevándose las cosas por delante,
buscaba sus juguetes y no podía encontrarlos, aunque estuvieran al alcance de su mano, y otras
veces, mientras caminaba, se desviaba hacia un lado. Así, años tras año, fue perdiendo
progresivamente la vista. Entre 1971 y 1977 losometieron a numerosos estudios en hospitales de
La Plata y la Ciudad de Buenos Aires pero nadie parecía dar con el diagnóstico correcto. Hasta que
un médico sospechó que el problema no estaba en sus ojos y ordenó una serie de análisis de
sangre que, hasta entonces, no le habían hecho. Así, descubrieron que tenía toxoplasmosis
congénita.
–Pero ya era tarde. La enfermedad estaba tan avanzada que me estaba quedando ciego y no había
vuelta atrás –recuerda Gigena treinta y cuatro años después.
Sus padres, Stella Grecco y Carlos Gigena, se habían separado antes de que él naciera. Fue el niño
mimado de su abuela Ester. Era su primer nieto, su bebé. Vivían en su casa, una vivienda humilde,
construida con chapa y forrada en cartón. Y ella era quien lo cuidaba cuando su mamá se iba a
trabajar. Tiempo después nació su hermana. Cuando Luis Gigena estaba por cumplir 5 años Stella
Grecco conoció a su tercer hombre. Se casó y poco después nació Adrian. Ellos –sus hermanos- y
sus primos fueron sus amigos de la infancia.
–Mi padrastro se hizo el bueno mientras mi abuela vivió porque ella me protegía. Pero no me
quería y cuando mi abuela murió la empezó a volver loca a mi mamá porque no me soportaba –
cuenta ahora Gigena.
Aquella tarde de marzo, mientras probaba su bicicleta, intentaba no pensar. Su abuela había
muerto dos años antes y las cosas, en su casa, ya no iban bien. Pero entonces, mientras
pedaleaba, sintió el viento tibio en la cara y, después de mucho tiempo, estaba feliz.
Aún no sabía que no habría más paseos como ese. Luego, en un exceso de confianza, intentó salir
solo, pero antes de avanzar media cuadra un auto lo embistió. Esa carrera, la primera después de
tres años de trabajo, fue –también- la última. Semanas después estaba completamente ciego y la
bicicleta quedó olvidada, hasta hoy, en un viejo galpón.
¿Cómo ser un metrosexual aunque no puedas verte en el espejo?
Es una mañana fría de junio y Luis Gigena precalienta, antes de empezar su rutina de ejercicios en
el Gimnasio Mab, de Villa Elisa. Se mueve confiado entre los aparatos, siguiendo un recorrido que
ya parece conocer de memoria. A su lado está Sergio Schenone, uno de los instructores. Le
prepara las barras y lo mira, mientras Gigena repite los ejercicios. Su trabajo se limita a eso. El
fisicoculturista no parece necesitar más ayuda.
Hoy, Gigena se levantó a las cuatro de la mañana, se preparó un licuado proteico y tomo sus
aminoácidos: creatina y glutamina. Limpió la licuadora y se volvió a acostar. Cuatro horas después
volvió a desayunar con su esposa café con tostadas integrales y vino a entrenar. Cuando termine
tomará otro batido, los aminoácidos y otro suplemento químico, almorzará pescado con arroz y,
luego, volverá a los licuados, las tostadas integrales, el licuado, los aminoácidos, la carne magra, el
licuado, los aminoácidos. Así durante todo el día. Así durante todos los días.
Ahora, en el gimnasio, levanta una barra en un banco inclinado. Y entre repetición y repetición
cuenta su historia.
–¿Por qué empezaste a venir al gimnasio?
–Era muy flaquito y cuando tenía 17 años mis amigos habían empezado el gimnasio. Entonces yo
también quería ponerme una remera ajustada y tener algo de músculos para conquistar a las
chicas –dice y suelta una carcajada.
Hace una repetición y sigue:
–Después con el tiempo me motive solo porque me di cuenta que este era un deporte en el que
todo dependía de mí. En el colegio de ciegos ya había hecho atletismo y tiro, pero no quería
competir con personas que tenían una discapacidad como yo. Quería hacer otra cosa, demostrar
que podía hacer algo de igual a igual con cualquier persona.
Su vida, sin embargo, no es la de cualquier atleta que se aferró al deporte para superar una
discapacidad.
Luis Gigena se broncea en una cama solar tres veces por semana, se compra ropa en tiendas de
marcas prestigiosas, usacremas, ordena su ropero por colores, su mujer ya no sabe donde guardar
las zapatillas y tiene tantos perfumes como para usar uno diferente cada día del mes. Un amigo,
un gran amigo, le facilita el dinero para los viajes y las estadías para competir. Otro amigo, que
vende productos para fanáticos del gimansio, le regala los suplementos vitamínicos.
–Cada vez que paso por el freeshop me traigo tres o cuatro –cuenta entre risas- Me gusta elegirme
mis cosas solo. Lo mismo con la ropa. Antes de ir a comprar ya tengo en la cabeza lo que quiero,
cómo quiero que sea y qué color.
–Es más coqueto que yo –dirá más tarde Laura Sosa- Aparte no va a usar cualquier cosa. Le gusta
la ropa de marca y sabe qué colores le quedan bien.
Días después, su hermano Adrian contará algo más.
–Siempre le preocupó la imagen. Fue así toda la vida. Siempre tiene el pelo corto y la camisa
planchada. Nunca está desalineado. Es un obsesivo con eso desde que era chico.
¿Cómo caminar por el mundo con los ojos cerrados?
Luis Gigena camina sobre la pasarela con su bastón blanco. Es una noche de junio de 1998 y el
diseñador Roberto Piazza presenta su colección La vida y la muerte, con un desfile en el hotel
Panamericano.
El fisicoculturista es el encargado de cerrar el show de moda. Tiene un slip blanco y unas alas de
gasa que le tapan la espalda y caen, suaves, a cada lado de su cuerpo. Es el ángel que cierra el ciclo
de génesis y reencarnación que preparó el modisto.
Camina junto a una novia, que sostiene a un bebé pequeño. Gigena sigue hasta el borde del
escenario y vuelve sobre sus pasos, tal como antes lo hicieron los demás modelos. Ya trabajó
como modelo publicitario pero este es su primer desfile. Sin embargo, tiene la misma tranquilidad
con la que se mueve por su casa. La misma gracia con la que camina por las calles de La Plata,
adivinando dónde está la calle que busca, o un café, o en qué esquinas están los semáforos. Como
si tuviera un pequeño mapa mental, un registro del territorio, que le da independencia. Algo que
aprendió hace mucho tiempo.
A los 13 años, cuando perdió definitivamente la vista, siguió con sus estudios secundarios y, por la
tarde, mientras sus amigos miraban televisión, él iba al colegio de ciegos. Allí, en menos de dos
meses le enseñaron a escribir en braille y, sobre todo, a desplazarse.
Una de las primeras cosas que aprendió fue a viajar en ómnibus hasta la escuela. Y lo aprendió
solo. No necesitó que un perro lazarillo lo guié.
–Era algo impresionante porque sabía dónde se tenía que bajar, sin preguntarle al chofer. Ni los
profesores entendían cómo se manejaba el tipo –recordará su hermano Adrian.
En su casa, en cambio, la relación con su padrastro era cada vez más áspera.
–El marido de mi vieja me maltrataba –dice Gigena- Por ahí me mandaba a buscar una tenaza y si
yo no la encontraba iba a buscarla él y cuando volvía me decía «Acá está» y me pegaba con la
herramienta por la cabeza. Y yo no veía. Era algo incomprensible.
Un día, después de una discusión, su madre le pidió que se fuera de la casa. Tenía 16 años. Fue a
casa de unos amigosy, luego, viajó a la Ciudad de Buenos Aires. Allí, después de estar unos días en
la calle, rompió un vidrio y lo llevaron preso. No tenía su documento y los policías no creían que
fuera menor de edad. Lo tuvieron encerrado en el calabozo tres días: hasta que fue a buscarlo
Stella Grecco. Entonces volvió a su casa. Las discusiones seguían y, cuando consiguió trabajo, su
madre le volvió a pedir que se fuera. Entonces, fue a la casa de un amigo, luego a una parroquia, a
la casa de otro amigo y de otro. Hasta que conoció a su primera esposa, una mujer que vivía cerca
de la casa de uno de sus compañeros de trabajo.
–A los 21 años me case pero duramos poco –dice Gigena sonriendo -Tres años después ya
estábamos divorciados.
Pero antes, Gigena había hecho algo: dejó de ser un hombre que iba al gimnasio en sus tiempos
libres y empezó a entrenar para competir en los torneos locales. Todas las tardes, después de salir
del trabajo, viajaba en tren hasta un gimnasio de Berazategui, una ciudad del conurbano
bonaerense a unos 34 kilómetros de La Plata, y regresaba a su casa cerca de la medianoche.
En uno de esos viajes, cuando la relación con su primera esposa ya estaba deteriorada, conoció a
Laura Sosa. Viajaba con tres amigas a la casa de su padre, en Villa Elisa. Días atrás, Gigena se había
presentado en el programa de televisión de Susana Giménez y las chicas lo reconocieron. Se
acercaron a saludarlo y siguieron hablando durante el viaje. Antes de bajar le contaron que era el
cumpleaños de Laura y lo invitaron a su fiesta en la noche. Horas después, cuando volvía de
entrenar, fue al cumpleaños. Esa noche, su mujer aún lo esperó hasta la madrugada. Sin embargo,
tiempo después el fisicoculturista se casó con aquella chica que conoció en el tren.
Durante siete años siguió viajando solo hasta el mismo gimnasio de Berazategui. Entrenaba día,
tras día.
Maciste, el personaje de Roberto Bolaño en Una novelita lumpen, fue un culturista que recorrió el
mundo, se consagró campeón y, cuando quedo ciego, se encerró en su casa. Gigena, en cambio, se
quedó ciego y salió al mundo.
–No entiendo cómo hace. El tipo tocó fondo y salió disparado –dice su amigo Carlos Metzler- Es
impresionante lo que hizo con el deporte y cómo se maneja. En La Plata sabe donde está cada
cosa, como si las estuviera viendo, y cuando tiene que ir al exterior el tipo se manda. No se queda
pensando. Toma la decisión y le da para adelante.
Así viajó a Sudáfrica en el 2007. Solo y sin hablar inglés.
–Mi ex entrenador, Ramón Puig, iba a ir conmigo pero cinco días antes se echó para atrás. Yo ya
tenía el pasaje y el hotel pago así que fui igual.
Gigena llegó a Johannesburgo tres días antes que los demás atletas. Quería estar tranquilo al
momento de competir. Para eso, Laura Sosa le había reservado una habitación en un hospedaje y
cubrió de antemano todos los gastos, incluso la comida. Cuando el fisicoculturista se encontró con
el representante de la federación sudafricana en el aeropuerto le dio el itinerario que había
preparado su esposa. Allí explicaba que estaría los primeros días en un hospedaje y luego se
trasladaría con el resto de la reserva. Sin embargo, aquella misma noche lo llevaron directamente
al hotel donde se quedarían todos los culturistas.
–No me di cuenta del error de hotel porque nadie me dijo nada–recuerda años después.
–Yo estaba desesperada porque lo llamaba al hotel donde había hecho la reserva y me decían que
no estaba –cuenta Laura Sosa- Y encima él no se comunicaba.
El día que llegaron los demás atletas se dieron cuenta de que los pagos de Gigena no cubrían los
días anteriores, ni la comida que había consumido hasta entonces. Él ya había gastado 600 dólares
en pescado, ensaladas y desayunos, y no tenía dinero para cubrir esa deuda. Entonces los
directivos del hotel tuvieron una idea: Habían visto que durante esos días la gente se acercaba a
Gigena para saludarlo y sacarse fotos con él y le propusieron ser su sponsor en el campeonato. Así
saldó la deuda que había generado durante esos días.
–El siempre dice que es un perro de la calle y que los perros de la calle se la rebuscan –recuerda su
amigo Metzler.
Aprenda a posar usando las manos
Luis Gigena puede recordar episodios completos del Increíble Hulk. Cuando era chico –y aún podía
ver algo con ayuda de unos anteojos– no había forma de sacarlo del televisor cada vez que
trasmitían la serie del hombre verde.
Diez años después, cuando empezó a ir al gimnasio para conquistar chicas, todavía fantaseaba con
los músculos de aquel superhéroe. Era la primera vez que iba un gimnasio y sin embargo pronto
empezaría a entrenar como culturista.
Alberto Rivera, el entrenador que lo acompañó en su tercer campeonato argentino, el primero en
que se consagró campeón, fue también quien le enseñó a posar:
–Era algo muy difícil porque las poses se enseñan frente al espejo, mirando y replicando. Y con él
no podíamos hacer eso. Entonces me paraba delante de él, hacia las poses y él me tocaba para
registrarlas y después las hacía.
Así practicaban todos los días. Un movimiento tras otro.
–Tiene una memoria increíble. Yo puse mi granito de arena pero el logro es de él, porque hay que
acordarse los 30 o 40 movimientos que hay que hacer arriba del escenario sin ver nada –dice.
Es una mañana de julio de 2012 y Luis Gigena se mueve entre las máquinas del gimnasio con la
misma habilidad que tenía cuando iba a la cancha de Estudiantes o al estadio Obras, para ver algún
concierto de rock.
En el verano lo operaron de una hernia en el ombligo pero ya está entrenando para competir el
próximo año en los torneos sudamericanos.
–¿Qué significó para vos ser el primer fisicoculturista ciego en ganar el Míster Universo?
–Fue un logró increíble. Por suerte fui el primer fisicoculturista ciego –dice mientras ejercita el
pecho.
–¿Por suerte?
–Sí, porque atrás mío me entere que también hay un chico que compitió en Inglaterra, hay otro
que está empezando acá, en Argentina, y de a poquito van apareciendo más. Siempre hay una
persona que empieza y espero que detrás de mí, cuando me retire el año que viene, haya muchos
más.
–¿Te retirás?
–Sí, estoy muy cansado. No del deporte sino todo lo que hay detrás. Es muy costoso, y si vas a
pedir apoyo, te tratan como un mendigo y te cierran la puerta en la cara, y sos un deportista. Yo ya
soy grande, tengo 40 años, y la verdad que me cansé.
Después de una hora y media de entrenamiento Gigena aún repite ejercicios en el trapecio. Y por
la tarde volverá, para su segunda rutina diaria.
–¿Y del entrenamiento, cuál es la parte más tediosa?
–La dieta. Levantar peso me gusta. Hablo con los chicos, me divierto. Pero la dieta de los últimos
meses antes de competir es terrible. Es más, una vez me acuerdo que volví del gimnasio y mi
señora estaba comiendo unos sándwich de salame y queso y se lo tire por la ventana del
departamento…Después me arrepentí pero ya me la había mandado.
–¿Cómo te examinas el cuerpo para ver donde hay que trabajar?
–Antes preguntaba pero ahora ya no. Con el tiempo aprendí a examinarme con las manos y me
doy cuenta solo donde tengo el corte del musculo o cuando me falta para que se profundice.
Minutos después Gigena termina la quinta serie y busca su mochila. Camina entre las máquinas,
rumbo a la calle. Esta mañana no lleva el bastón desplegable que tenía en el desfile. Y en sus pasos
no se nota la diferencia.

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ejemplos de cronicas de la materia de español

  • 1. Ejemplos de crónicas Don Hércules, el pibe de 94: duerme dos horas, toca el piano y es el abanderado de la revolución del tejo Hay nombres que imponen respeto solo con decirlos en voz alta, por pura cuestión de fonética. No es lo mismo llamarse Hércules Pecoraro que de cualquier otro modo. Nadie es responsable de las denominaciones que le han elegido sus padres, pero en ellas va expresado, consciente o inconscientemente, todo lo que esperan, sueñan y desean de sus hijos. 94 años después de recibir ese mandato invisible, quien estreche la mano de Don Hércules Pecoraro puede afirmar que aquel mandato tácito se ha cumplido con creces. La postura erguida, la espalda ancha, el pulso firme, la mente lúcida y un nivel de actividad envidiable desmienten la edad de este personaje porteño que encierra muchas vidas en una sola. Nacido y criado frente al viejo Gasómetro de San Lorenzo, el hombre que se jacta de no haber dormido nunca "más de una o dos horas por noche" jamás dedicó su tiempo al aburrimiento. Quiso ser futbolista, fue y todavía es un pianista de primer nivel, trabajó muchísimos años en la antigua y archiconocida casa de especias Coquito y desde hace un par de décadas se convirtió en referente de un entretenimiento que, en silencio, empieza a convertirse en el nuevo deporte nacional: el tejo. "Empecé a jugarlo hace más de 20 años en la Bristol de Mar del Plata, adonde voy todos los veranos", cuenta tirando del archivo de su memoria intacta, "ya en aquel entonces organizábamos campeonatos con premios y todo". Hércules Pecoraro, en la entrevista con LA NACION. Hércules Pecoraro, en la entrevista con LA NACION. Fuente: LA NACION - Crédito: Ricardo Pristupluk Al oído desprevenido puede sonarle extraño relacionar el tejo, al que todos conocemos como un divertimento estival para pasar el rato en las playas, con un deporte, pero los datos son contundentes. Sin cifras exactas, se calcula que alrededor de mil clubes, casi la mitad de ellos en CABA y la provincia de Buenos Aires, extienden su práctica. Cada fin de semana, los torneos se multiplican por buena parte de la geografía del país -Córdoba, Entre Ríos, Río Negro.- y, como ocurre con el fútbol 5, resulta imposible calcular la cantidad de gente que diariamente se junta a
  • 2. jugar o entrenar. "El gran público desconoce la actividad, pero el movimiento que hay es impresionante", afirma Edgardo Tessone, quien fue presidente de la Asociación Internacional de Tejo y hoy ejerce como árbitro. Hércules Pecoraro estuvo entre los fundadores de la AIT, más tarde fue secretario y hoy es socio honorario. Sin duda, uno de los hombres más respetado por este mundo subterráneo que empieza a salir del anonimato. "Cuando conocí a Tessone empecé a jugar en su club, el Círculo de Suboficiales de la Policía Federal, pero enseguida decidí armar canchas en el mío, el del Sindicato de Empleados de Comercio en Ezeiza", relata el hijo de Agustín, quien llegó a ser primer violinista del Teatro Colón y, al mismo tiempo, responsable de la subcomisión de fútbol de San Lorenzo en los años 30: "Mi padre fue el que trajo a Petronilo y Waldemar De Brito a Boedo. Y un tiempo después al vasco Lángara", señala con indisimulable orgullo Don Hércules. Como las notas en un pentagrama, la charla salta del tejo al fútbol, de este a las teclas del piano - "Toco todos los días, los vecinos me piden que deje la puerta del departamento abierta para escucharme", asegura con satisfacción- y de la música a los recuerdos personales, muchos de ellos atesorados en un cuaderno en cuyas hojas aparecen recortes y anuncios de lo que fue su paso por los escenarios de clubes y salones de baile. La casa natal en Avenida La Plata y Balbastro, los tablones del Gasómetro, la orquesta Pulso de Tango, que dirigió durante muchos años, y la de Juan D'Arienzo, que Pecoraro integró entre 1971 y 1973 se van encadenando en el recuerdo. "D'Arienzo me descubrió en el Marabú. Yo era el pianista de Alberto Coral y cuando Juan Polito dejó su puesto, Don Juan me convocó a mí. Era muy bravo arriba del escenario. Le pifiabas a una nota y te hacía pasar vergüenza delante de todos. ¡Por eso no nos equivocábamos nunca!", rememora entre risas. Don Hércules posa en el club al que asiste a jugar todos los fines de semana. Don Hércules posa en el club al que asiste a jugar todos los fines de semana. Fuente: LA NACION - Crédito: Ricardo Pristupluk El afán perfeccionista fue una constante en la vida de Don Hércules. "Cuando me pongo a hacer una cosa, la hago en serio", enfatiza. Así fue con todo, salvo con el fútbol, pero no por elección propia. "Mi viejo no quería que fuese jugador, aunque mi tío me llevó igual a escondidas a probarme a San Lorenzo. Pasé la prueba, pero cuando mi papá se enteró me prohibió volver porque entendía que yo tenía que estudiar".
  • 3. El full-back que no fue (la definición de su puesto en la cancha le corresponde al protagonista, un privilegiado que vio en directo a La Máquina de River, la delantera de Independiente del '38 o el San Lorenzo de Farro-Pontoni-Martino, "una época en la que se jugaba al fútbol de verdad y no como ahora, que la pasan todo el tiempo para atrás y nunca miran al arco contrario") se convirtió en profesor de piano del Conservatorio Nacional, hombre de tango y ayudante de Ernesto Duchini en las inferiores azulgranas en los sesenta: "Manejábamos desde la novena hasta la tercera así que conocí a varios de Los Matadores cuando estaban en cuarta división. En la semana entrenaba Duchini pero a los partidos íbamos los ayudantes porque él se ponía muy nervioso. Después le contábamos cómo habían jugado los pibes. Así fuimos campeones de casi todas las categorías". El tejo se sumó a su vida después de la jubilación. "Me gusta jugarlo con los amigos pero no competir", aclara Don Hércules, "sí que fui entrenador del equipo del SEC, y hace unos años salimos campeones con las mujeres. Mi principal trabajo fue en la Asociación, para ayudar a difundir el deporte. Íbamos mucho al Interior a explicar las reglas y organizar torneos". El tejo continúa siendo una actividad absolutamente amateur, pero hace ya tiempo que dejó de ser un juego sin normas claras. El reglamento de la AIT especifica con lujo de detalles cada aspecto que debe tenerse en cuenta en una competición oficial: las dimensiones y marcas de las canchas, que son de arena con las mismas proporciones de conchillas y sal que tienen las playas bonaerenses; la secuencia de juego, las reglas disciplinarias, el papel de árbitros y coordinadores generales en los torneos... Todo. También los tejos en sí mismos, fabricados en polipropileno, con los bordes redondeados en una cara y rectos en la otra, para que el lanzador pueda elegir si quiere que al caer ruede o se clave en el suelo. "En el diseño hasta hicimos pruebas en un túnel de viento para probar el comportamiento en el aire", aclara Tessone. Y como en cualquier buen deporte, las variables técnico-tácticas tienen su valor. "A mí me gusta jugar al fondo, porque hay mucha gente que no tiene fuerza para llegar tan lejos", avisa Don Hércules, dando prueba que sus vigorosas manos siguen firmes a pesar de lo que exprese el DNI. La figura del momento es Asim Seba, un zurdo de 21 años del Club Plaza Villa Pineral, de Caseros, que dedica varias horas diarias al entrenamiento y arrastra a muchos hinchas que lo acompañan allá donde va a jugar. Tejo en la playa, un clásico. Tejo en la playa, un clásico. Fuente: Archivo "De todos modos, no es fácil promocionar el tejo entre los jóvenes, están interesados en otras cosas", se lamenta Pecoraro. El juego es evidentemente más popular entre la gente mayor, y de alguna manera ha ido tomando el lugar de las bochas en muchos rincones de la ciudad y el Gran
  • 4. Buenos Aires. "El tejo es más sencillo, requiere menos técnica y está al alcance de cualquiera. Es más familiar", resume Tessone. El café y restaurante de la esquina de Luis Viale y Acoyte es un reducto "cuervo" en Villa Crespo. En sus mesas Hércules Pecoraro, vecino del barrio, encuentra su lugar predilecto para encontrarse con los amigos, hablar de tejo, de música o, por supuesto, de San Lorenzo: "Hace mucho que no lo veo en la cancha. El Nuevo Gasómetro queda muy lejos, fui una vez y no vuelvo más. Personalmente yo compraría buenos jugadores antes que hacer el estadio en Avenida La Plata. Pero compré el metro cuadrado, y si lo hacen no tenga dudas que vuelvo a Boedo". Algunos meses atrás, a Don Hércules Pecoraro le pidieron que fuese a cenar al boliche. Varios de los viejos Matadores del '68 lo estaban esperando para hacerle un homenaje. Pero así como una reciente caída en la calle apenas le provocó un rasguño en la nariz, aquella noche tampoco la emoción pudo alterarle el pulso ni le disminuyó la energía. Ese pulso y esa energía que le permiten seguir bochando con efectividad o arrimando con precisión cuando hace volar el tejo allá lejos, bien al fondo como le gusta. Una vitalidad que desmiente que lleva 94 años transitando las veredas de Buenos Aires y confirma que sus padres acertaron de pleno el día que le eligieron el nombre. De las playas argentinas al mundo El tejo reglamentario. El tejo reglamentario. Crédito: AIT ¿Mar del Plata o Las Toninas? Los estudiosos del tejo no se ponen de acuerdo para establecer la playa de origen de una actividad que cada día es más deporte que juego. Sí hay coincidencia que fueron bochófilos de vacaciones los que idearon un modo de adaptar su pasión a la arena lo que transformó las esferas en discos planos y dio comienzo a una historia diferente que, por el momento, apenas trascendió nuestras fronteras. El tejo es patrimonio argentino, pero la idea de las autoridades de la AIT es exportarlo e incentivar la competencia con otros países. De hecho, el propio nombre de la entidad -Asociación Internacional- tiene visión de futuro.
  • 5. Hasta ahora la trascendencia ha sido limitada. Algunas delegaciones viajaron a Uruguay y Brasil a enseñar el deporte, con más éxito en el vecino rioplatense, donde suele ser más o menos habitual en las playas. En este sentido, el mayor impacto se produjo en 2015, cuando la Secretaría de Deportes de la Nación eligió al tejo como deporte autóctono en la 20ª edición de las Olimpíadas Mundiales de Trasplantados. Después de recibir algunas explicaciones teóricas, deportistas de 40 países aprendieron qué es el tejo y compitieron en Mar del Plata. El tiempo dirá si fue la semilla para llevar al mundo un juego genuinamente argentino. El fisicoculturista que no puede mirarse en el espejo Publicado: 8 septiembre 2012 en Gloria Ziegler Etiquetas:Anfibia, Argentina, Deporte, Luis Gigena 1 En el vestuario se pasean una decena de hombres musculosos. Se miran. Hablan con sus entrenadores y se mueven inquietos. Están nerviosos. Entrenaron todo el año 2000, hicieron dieta durante meses, tomaron suplementos, licuados y pastillas esperando este día. El de la competencia. Siempre es así. Todos, en este momento, se miran y se comparan. Todos, en este momento, se ven más chicos que su adversario. Luis Gigena es el único que está sentado en una esquina. Espera, callado, su turno para subir al escenario. Es el único que no parece nervioso. El único que no puede ver a sus rivales. Es el fisicoculturista ciego. –¿Cómo están los demás? –le pregunta a su entrenador. –Están bien pero vos estás mejor. Quedate tranquilo –le dice Alberto Rivera. Y él se queda en silencio de nuevo.
  • 6. Los culturistas lo miran pero solo algunos se acercan a saludarlo, le dan la mano, y enseguida se van. –La tranquilidad de él los asusta –dirá Rivera años después- Lo ven y se ponen nerviosos. Y eso a él no le pasa porque no los puede ver. Gigena llegó hace varias horas, acompañado por Laura Sosa, su esposa, y su entrenador. Solo entonces, al momento de inscribirse y hacer el pesaje reglamentario, se enteró de que tendría un solo rival. En su categoría, los que superan los 100 kilos, siempre son pocos. Pero hoy son solo ellos dos. En el baño, Gigena empieza a desvestirse. Se saca –despacio- las zapatillas, la remera y el pantalón para empezar a pintarse con una crema tonalizadora. Es un ritual que todos cumplen antes de subir a competir. Algunos culturistas, como Gigena, lo hacen el mismo día. Otros, aquellos a los que les cuesta broncearse, empezaron hace una semana. Rivera lo ayuda pasarse la crema en la espalda. Y luego, cuando terminan, saca dos pesas y bandas de un bolso. Gigena empieza a precalentar. Hace ejercicios con los brazos y hombros. –Es para que el musculo se congestione y se hinche –dice– Pero antes de subir no ejercitas las piernas ni los abdominales, porque se llenan de agua. Si eso pasa, o si están nerviosos a la hora de competir, es improbable que ganen. Y acá quedar segundo no sirve de nada. Acá todos quieren ganar. –Yo subo tranquilo. Lo que hice, lo hice al tope y arriba se ven los pingos. Bah, ellos me ven a mí. Yo no los veo –dice y suelta una carcajada. Esta tarde sube al escenario de Flores, acompañado por un asistente que lo ubica en el centro, frente a los jueces, y se aleja. Entonces empieza su coreografía. Durante el minuto reglamentario muestra los músculos del pecho y los brazos. Gira sobre su eje y enseña la espalda. Se mueve hacia un lado y hacia el otro, mostrando sus piernas con una decena de poses.
  • 7. Así, sin intimidarse, se convertirá en el Campeón Argentino de Culturismo por la WABBA. El primero de los ocho campeonatos que conseguirá. Así también se convertirá en el primer campeón ciego del Mister Universo y será el primer argentino en ganar la medalla de oro en el torneo Arnold Classic, las dos competencias de culturismo más importantes del mundo. Diarios de una bicicleta Una tarde de verano de 1984 Luis Gigena pedaleaba detrás de Carlos Torres –un amigo de su madre- rumbo al arroyo Correa, en las afueras de la ciudad de La Plata. Tenía 13 años y probaba la bicicleta que había armado él mismo. Había pintado un viejo cuadro inglés de su abuelo. Durante tres años ahorró el dinero que le regalaban su abuela y su madre. Así, compró pieza por pieza. Oscurecía y Gigena avanzaba rápido detrás del otro ciclista. Las bicicletas estaban unidas por una soga que se mantenía floja y a su lado pasaban cientos de autos, que parecían a punto de rozarlos. En un momento, antes de llegar al arroyo, Torres le sugirió volver. –Se está haciendo de noche y estamos lejos –gritó desde adelante, aflojando el ritmo. –Por mí sigamos –le contestó Gigena- Si cuando salimos para mí también era casi de noche. Habían salido de su casa temprano, cuando el sol todavía estaba alto y quemaba en la espalda. Gigena se estaba quedando ciego. Y lo sabía. Pero entonces, mientras pedaleaba, el viento le golpeaba la cara y se sentía libre. Poderoso. Y eso no le sucedía muy a menudo. Creció jugando con sus hermanos Analía y Adrian. Ellos y sus primos eran los únicos que jugaban con él. Los que no se reían si intentaba patear la pelota y le erraba. Los únicos que no se burlaban. Cuando Luis Gigena nació los médicos se dieron cuenta de que algo no estaba bien en su vista, pero confiaron que con el tiempo se corregiría. Gigena empezó a caminar y se chocaba contra las
  • 8. cosas. Los médicos entonces pensaron que tenía estrabismo, una desviación en el alineamiento de los ojos que dificulta la coordinación. Dijeron, de nuevo, que había que esperar que terminara de desarrollarse para operarlo. Pero el tiempo pasó y él seguía llevándose las cosas por delante, buscaba sus juguetes y no podía encontrarlos, aunque estuvieran al alcance de su mano, y otras veces, mientras caminaba, se desviaba hacia un lado. Así, años tras año, fue perdiendo progresivamente la vista. Entre 1971 y 1977 losometieron a numerosos estudios en hospitales de La Plata y la Ciudad de Buenos Aires pero nadie parecía dar con el diagnóstico correcto. Hasta que un médico sospechó que el problema no estaba en sus ojos y ordenó una serie de análisis de sangre que, hasta entonces, no le habían hecho. Así, descubrieron que tenía toxoplasmosis congénita. –Pero ya era tarde. La enfermedad estaba tan avanzada que me estaba quedando ciego y no había vuelta atrás –recuerda Gigena treinta y cuatro años después. Sus padres, Stella Grecco y Carlos Gigena, se habían separado antes de que él naciera. Fue el niño mimado de su abuela Ester. Era su primer nieto, su bebé. Vivían en su casa, una vivienda humilde, construida con chapa y forrada en cartón. Y ella era quien lo cuidaba cuando su mamá se iba a trabajar. Tiempo después nació su hermana. Cuando Luis Gigena estaba por cumplir 5 años Stella Grecco conoció a su tercer hombre. Se casó y poco después nació Adrian. Ellos –sus hermanos- y sus primos fueron sus amigos de la infancia. –Mi padrastro se hizo el bueno mientras mi abuela vivió porque ella me protegía. Pero no me quería y cuando mi abuela murió la empezó a volver loca a mi mamá porque no me soportaba – cuenta ahora Gigena. Aquella tarde de marzo, mientras probaba su bicicleta, intentaba no pensar. Su abuela había muerto dos años antes y las cosas, en su casa, ya no iban bien. Pero entonces, mientras pedaleaba, sintió el viento tibio en la cara y, después de mucho tiempo, estaba feliz. Aún no sabía que no habría más paseos como ese. Luego, en un exceso de confianza, intentó salir solo, pero antes de avanzar media cuadra un auto lo embistió. Esa carrera, la primera después de tres años de trabajo, fue –también- la última. Semanas después estaba completamente ciego y la bicicleta quedó olvidada, hasta hoy, en un viejo galpón. ¿Cómo ser un metrosexual aunque no puedas verte en el espejo?
  • 9. Es una mañana fría de junio y Luis Gigena precalienta, antes de empezar su rutina de ejercicios en el Gimnasio Mab, de Villa Elisa. Se mueve confiado entre los aparatos, siguiendo un recorrido que ya parece conocer de memoria. A su lado está Sergio Schenone, uno de los instructores. Le prepara las barras y lo mira, mientras Gigena repite los ejercicios. Su trabajo se limita a eso. El fisicoculturista no parece necesitar más ayuda. Hoy, Gigena se levantó a las cuatro de la mañana, se preparó un licuado proteico y tomo sus aminoácidos: creatina y glutamina. Limpió la licuadora y se volvió a acostar. Cuatro horas después volvió a desayunar con su esposa café con tostadas integrales y vino a entrenar. Cuando termine tomará otro batido, los aminoácidos y otro suplemento químico, almorzará pescado con arroz y, luego, volverá a los licuados, las tostadas integrales, el licuado, los aminoácidos, la carne magra, el licuado, los aminoácidos. Así durante todo el día. Así durante todos los días. Ahora, en el gimnasio, levanta una barra en un banco inclinado. Y entre repetición y repetición cuenta su historia. –¿Por qué empezaste a venir al gimnasio? –Era muy flaquito y cuando tenía 17 años mis amigos habían empezado el gimnasio. Entonces yo también quería ponerme una remera ajustada y tener algo de músculos para conquistar a las chicas –dice y suelta una carcajada. Hace una repetición y sigue: –Después con el tiempo me motive solo porque me di cuenta que este era un deporte en el que todo dependía de mí. En el colegio de ciegos ya había hecho atletismo y tiro, pero no quería competir con personas que tenían una discapacidad como yo. Quería hacer otra cosa, demostrar que podía hacer algo de igual a igual con cualquier persona. Su vida, sin embargo, no es la de cualquier atleta que se aferró al deporte para superar una discapacidad.
  • 10. Luis Gigena se broncea en una cama solar tres veces por semana, se compra ropa en tiendas de marcas prestigiosas, usacremas, ordena su ropero por colores, su mujer ya no sabe donde guardar las zapatillas y tiene tantos perfumes como para usar uno diferente cada día del mes. Un amigo, un gran amigo, le facilita el dinero para los viajes y las estadías para competir. Otro amigo, que vende productos para fanáticos del gimansio, le regala los suplementos vitamínicos. –Cada vez que paso por el freeshop me traigo tres o cuatro –cuenta entre risas- Me gusta elegirme mis cosas solo. Lo mismo con la ropa. Antes de ir a comprar ya tengo en la cabeza lo que quiero, cómo quiero que sea y qué color. –Es más coqueto que yo –dirá más tarde Laura Sosa- Aparte no va a usar cualquier cosa. Le gusta la ropa de marca y sabe qué colores le quedan bien. Días después, su hermano Adrian contará algo más. –Siempre le preocupó la imagen. Fue así toda la vida. Siempre tiene el pelo corto y la camisa planchada. Nunca está desalineado. Es un obsesivo con eso desde que era chico. ¿Cómo caminar por el mundo con los ojos cerrados? Luis Gigena camina sobre la pasarela con su bastón blanco. Es una noche de junio de 1998 y el diseñador Roberto Piazza presenta su colección La vida y la muerte, con un desfile en el hotel Panamericano. El fisicoculturista es el encargado de cerrar el show de moda. Tiene un slip blanco y unas alas de gasa que le tapan la espalda y caen, suaves, a cada lado de su cuerpo. Es el ángel que cierra el ciclo de génesis y reencarnación que preparó el modisto. Camina junto a una novia, que sostiene a un bebé pequeño. Gigena sigue hasta el borde del escenario y vuelve sobre sus pasos, tal como antes lo hicieron los demás modelos. Ya trabajó como modelo publicitario pero este es su primer desfile. Sin embargo, tiene la misma tranquilidad con la que se mueve por su casa. La misma gracia con la que camina por las calles de La Plata, adivinando dónde está la calle que busca, o un café, o en qué esquinas están los semáforos. Como si tuviera un pequeño mapa mental, un registro del territorio, que le da independencia. Algo que aprendió hace mucho tiempo.
  • 11. A los 13 años, cuando perdió definitivamente la vista, siguió con sus estudios secundarios y, por la tarde, mientras sus amigos miraban televisión, él iba al colegio de ciegos. Allí, en menos de dos meses le enseñaron a escribir en braille y, sobre todo, a desplazarse. Una de las primeras cosas que aprendió fue a viajar en ómnibus hasta la escuela. Y lo aprendió solo. No necesitó que un perro lazarillo lo guié. –Era algo impresionante porque sabía dónde se tenía que bajar, sin preguntarle al chofer. Ni los profesores entendían cómo se manejaba el tipo –recordará su hermano Adrian. En su casa, en cambio, la relación con su padrastro era cada vez más áspera. –El marido de mi vieja me maltrataba –dice Gigena- Por ahí me mandaba a buscar una tenaza y si yo no la encontraba iba a buscarla él y cuando volvía me decía «Acá está» y me pegaba con la herramienta por la cabeza. Y yo no veía. Era algo incomprensible. Un día, después de una discusión, su madre le pidió que se fuera de la casa. Tenía 16 años. Fue a casa de unos amigosy, luego, viajó a la Ciudad de Buenos Aires. Allí, después de estar unos días en la calle, rompió un vidrio y lo llevaron preso. No tenía su documento y los policías no creían que fuera menor de edad. Lo tuvieron encerrado en el calabozo tres días: hasta que fue a buscarlo Stella Grecco. Entonces volvió a su casa. Las discusiones seguían y, cuando consiguió trabajo, su madre le volvió a pedir que se fuera. Entonces, fue a la casa de un amigo, luego a una parroquia, a la casa de otro amigo y de otro. Hasta que conoció a su primera esposa, una mujer que vivía cerca de la casa de uno de sus compañeros de trabajo. –A los 21 años me case pero duramos poco –dice Gigena sonriendo -Tres años después ya estábamos divorciados. Pero antes, Gigena había hecho algo: dejó de ser un hombre que iba al gimnasio en sus tiempos libres y empezó a entrenar para competir en los torneos locales. Todas las tardes, después de salir
  • 12. del trabajo, viajaba en tren hasta un gimnasio de Berazategui, una ciudad del conurbano bonaerense a unos 34 kilómetros de La Plata, y regresaba a su casa cerca de la medianoche. En uno de esos viajes, cuando la relación con su primera esposa ya estaba deteriorada, conoció a Laura Sosa. Viajaba con tres amigas a la casa de su padre, en Villa Elisa. Días atrás, Gigena se había presentado en el programa de televisión de Susana Giménez y las chicas lo reconocieron. Se acercaron a saludarlo y siguieron hablando durante el viaje. Antes de bajar le contaron que era el cumpleaños de Laura y lo invitaron a su fiesta en la noche. Horas después, cuando volvía de entrenar, fue al cumpleaños. Esa noche, su mujer aún lo esperó hasta la madrugada. Sin embargo, tiempo después el fisicoculturista se casó con aquella chica que conoció en el tren. Durante siete años siguió viajando solo hasta el mismo gimnasio de Berazategui. Entrenaba día, tras día. Maciste, el personaje de Roberto Bolaño en Una novelita lumpen, fue un culturista que recorrió el mundo, se consagró campeón y, cuando quedo ciego, se encerró en su casa. Gigena, en cambio, se quedó ciego y salió al mundo. –No entiendo cómo hace. El tipo tocó fondo y salió disparado –dice su amigo Carlos Metzler- Es impresionante lo que hizo con el deporte y cómo se maneja. En La Plata sabe donde está cada cosa, como si las estuviera viendo, y cuando tiene que ir al exterior el tipo se manda. No se queda pensando. Toma la decisión y le da para adelante. Así viajó a Sudáfrica en el 2007. Solo y sin hablar inglés. –Mi ex entrenador, Ramón Puig, iba a ir conmigo pero cinco días antes se echó para atrás. Yo ya tenía el pasaje y el hotel pago así que fui igual. Gigena llegó a Johannesburgo tres días antes que los demás atletas. Quería estar tranquilo al momento de competir. Para eso, Laura Sosa le había reservado una habitación en un hospedaje y cubrió de antemano todos los gastos, incluso la comida. Cuando el fisicoculturista se encontró con el representante de la federación sudafricana en el aeropuerto le dio el itinerario que había preparado su esposa. Allí explicaba que estaría los primeros días en un hospedaje y luego se
  • 13. trasladaría con el resto de la reserva. Sin embargo, aquella misma noche lo llevaron directamente al hotel donde se quedarían todos los culturistas. –No me di cuenta del error de hotel porque nadie me dijo nada–recuerda años después. –Yo estaba desesperada porque lo llamaba al hotel donde había hecho la reserva y me decían que no estaba –cuenta Laura Sosa- Y encima él no se comunicaba. El día que llegaron los demás atletas se dieron cuenta de que los pagos de Gigena no cubrían los días anteriores, ni la comida que había consumido hasta entonces. Él ya había gastado 600 dólares en pescado, ensaladas y desayunos, y no tenía dinero para cubrir esa deuda. Entonces los directivos del hotel tuvieron una idea: Habían visto que durante esos días la gente se acercaba a Gigena para saludarlo y sacarse fotos con él y le propusieron ser su sponsor en el campeonato. Así saldó la deuda que había generado durante esos días. –El siempre dice que es un perro de la calle y que los perros de la calle se la rebuscan –recuerda su amigo Metzler. Aprenda a posar usando las manos Luis Gigena puede recordar episodios completos del Increíble Hulk. Cuando era chico –y aún podía ver algo con ayuda de unos anteojos– no había forma de sacarlo del televisor cada vez que trasmitían la serie del hombre verde. Diez años después, cuando empezó a ir al gimnasio para conquistar chicas, todavía fantaseaba con los músculos de aquel superhéroe. Era la primera vez que iba un gimnasio y sin embargo pronto empezaría a entrenar como culturista. Alberto Rivera, el entrenador que lo acompañó en su tercer campeonato argentino, el primero en que se consagró campeón, fue también quien le enseñó a posar:
  • 14. –Era algo muy difícil porque las poses se enseñan frente al espejo, mirando y replicando. Y con él no podíamos hacer eso. Entonces me paraba delante de él, hacia las poses y él me tocaba para registrarlas y después las hacía. Así practicaban todos los días. Un movimiento tras otro. –Tiene una memoria increíble. Yo puse mi granito de arena pero el logro es de él, porque hay que acordarse los 30 o 40 movimientos que hay que hacer arriba del escenario sin ver nada –dice. Es una mañana de julio de 2012 y Luis Gigena se mueve entre las máquinas del gimnasio con la misma habilidad que tenía cuando iba a la cancha de Estudiantes o al estadio Obras, para ver algún concierto de rock. En el verano lo operaron de una hernia en el ombligo pero ya está entrenando para competir el próximo año en los torneos sudamericanos. –¿Qué significó para vos ser el primer fisicoculturista ciego en ganar el Míster Universo? –Fue un logró increíble. Por suerte fui el primer fisicoculturista ciego –dice mientras ejercita el pecho. –¿Por suerte? –Sí, porque atrás mío me entere que también hay un chico que compitió en Inglaterra, hay otro que está empezando acá, en Argentina, y de a poquito van apareciendo más. Siempre hay una persona que empieza y espero que detrás de mí, cuando me retire el año que viene, haya muchos más. –¿Te retirás? –Sí, estoy muy cansado. No del deporte sino todo lo que hay detrás. Es muy costoso, y si vas a pedir apoyo, te tratan como un mendigo y te cierran la puerta en la cara, y sos un deportista. Yo ya soy grande, tengo 40 años, y la verdad que me cansé. Después de una hora y media de entrenamiento Gigena aún repite ejercicios en el trapecio. Y por la tarde volverá, para su segunda rutina diaria.
  • 15. –¿Y del entrenamiento, cuál es la parte más tediosa? –La dieta. Levantar peso me gusta. Hablo con los chicos, me divierto. Pero la dieta de los últimos meses antes de competir es terrible. Es más, una vez me acuerdo que volví del gimnasio y mi señora estaba comiendo unos sándwich de salame y queso y se lo tire por la ventana del departamento…Después me arrepentí pero ya me la había mandado. –¿Cómo te examinas el cuerpo para ver donde hay que trabajar? –Antes preguntaba pero ahora ya no. Con el tiempo aprendí a examinarme con las manos y me doy cuenta solo donde tengo el corte del musculo o cuando me falta para que se profundice. Minutos después Gigena termina la quinta serie y busca su mochila. Camina entre las máquinas, rumbo a la calle. Esta mañana no lleva el bastón desplegable que tenía en el desfile. Y en sus pasos no se nota la diferencia.