Una anciana china cargaba dos baldes de agua suspendidos de una vara, uno perfecto y otro rajado. A pesar de su defecto, el balde rajado regaba las flores que la anciana plantaba a su lado del camino, permitiéndole recolectar bellas flores para decorar su mesa. La anciana le explicó que aceptaba sus defectos porque lo hacían interesante y gratificante.