El Espíritu Santo transforma a los hombres pecadores y construye la Iglesia. Transforma los corazones endurecidos y lleva a las personas al conocimiento de la salvación a través de Jesucristo. Une a los creyentes individuales en un solo cuerpo espiritual que es la Iglesia. El Espíritu Santo capacita a los líderes y guía el ministerio de la Iglesia para predicar el evangelio de Jesucristo y permitir que la Iglesia crezca en número y gozo.