Un gato rufián robaba la comida de otros animales, especialmente de un perro al que no le caía bien. Un día el perro llegó antes y pilló al gato comiendo su comida, por lo que se enfadó y empezó a perseguirlo. El dueño los vio pelear y, entendiendo lo que pasaba, llevó al gato al veterinario para cortarle el rabo como castigo por robar comida.