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EL ÚLTIMO PÉTALO
          Por Javier Crux
Ruido, así puedo resumir el sonido de la jungla. Hace ya tres días que estamos perdidos en
medio de este infierno verde y si no encontramos el camino de vuelta nos quedaremos sin víveres,
menuda vergüenza de escuadrón de reconocimiento, prisioneros de árboles inmensos, de plantas
que parecen prehistóricas y de putos monos dando saltos de rama en rama, eso es lo peor de todo, a
veces los ves saltando y crees que es una maldita emboscada enemiga. La humedad es extrema, lo
que hace que el uniforme esté constantemente sudado, con algún insecto extraño paseando por
dentro y después de lo que le sucedió ayer al sargento cualquier cosquilleo es motivo de alarma. Al
sargento Thür le picó una especie de oruga de color púrpura muy intenso, al principio no le dimos
importancia, pero poco a poco la picada se extendió y se le hinchó toda la piel, desde el cuello hasta
la cara, su rostro era una mueca dantesca, sus ojos parecían salírsele de las órbitas y la lengua se le
hinchó tanto que le taponó los conductos de respiración, el pobre acabó muriendo después de sufrir
unas cuantas horas. Jerom dice que es por una reacción alérgica, pero no le creo, lo que pasa es que
esta jungla está maldita, cada vez estoy más convencido. La jungla nos ha tragado y ahora está
intentando digerirnos. Primero perdimos a Rafa, quien se ocupaba del aparato de radiotransmisión
hasta que activó una trampa mientras se iba a mear, acabó explotando él y la radio con la cual
recibíamos instrucciones y mandábamos información al campamento base. Después, al morir el
sargento, nos encontramos incomunicados y perdidos, ya que el sargento parecía ser el único que
entendía bien los mapas que nos dieron, ¿es que cómo nos vamos a situar si todo parece
exactamente lo mismo? Desde que salimos del poblado de Kâla no hemos vuelto a encontrar
población civil y de eso hace más de dos días, pero en este infierno basta que te desvíes unos grados
del camino para que una hora de paseo suponga entrar en el laberinto más ruidoso del mundo.
        Del escuadrón de reconocimiento sólo quedamos Jerom, el cual es el siguiente en el
escalafón porque entró un mes antes que yo en el ejército, ninguno de nosotros le hacemos
demasiado caso. Es el encargado de llevar el cinturón de granadas, por si tenemos que volar
construcciones enemigas, es muy delgado y cada media hora lo puedes oír tarareando alguna
canción de los setenta; luego está P, nunca le he preguntado por su nombre real, desde siempre le
han llamado P y la verdad, aquí tu nombre no importa cuando eres un soldado raso, la identidad te
la crea el rango; también está Pufo, es el encargado de la retaguardia, es el más sádico de todos,
parece que la guerra se hizo a su medida; a mí ahora me toca el turno de abrir paso entre la maleza a
golpe de machetazo.
        Con nosotros viene una chica que no habla nuestro idioma, es una indígena superviviente de
la matanza en Kâla: cuando llegamos nosotros a ese poblado estaba todo hecho cenizas, los kurd
habían saqueado el poblado y matado a todos sus habitantes menos a ella, por lo visto fue la única
que se supo esconder bien. Una de las imágenes que no podré olvidar fue una pila de cadáveres
amontonados que habían sido quemados, entre los cuerpos había niños y animales, en ese momento
sentí que todo aquel odio que ha creado tanta destrucción ha envenenado la tierra que pisamos, en
ese momento empecé a creer que esa jungla tenía que estar maldita. El sargento nos ordenó llevar a
la superviviente con nosotros, por motivos humanitarios decía, aunque luego la hacía ir delante por
los lugares en los que él creía que podría haber alguna trampa. Lo cierto es que es una chica muy
bella, todos la llamamos Kâla, como el pueblo donde la encontramos. Aparenta dieciséis años, su
rostro a pesar de ser bonito tiene algo que lo hace intranquilizador, no muestra ningún tipo de
sentimiento, es totalmente hierático. Lleva una especie de camiseta estrecha blanca y una falda larga
de un color crema, va totalmente descalza. Desde que la unimos al grupo nos sigue un perro negro,
siempre va junto a ella, suponemos que es su mascota, lo llamamos Pancho porque se parece mucho
al perro de una amiga mía. Cada uno del escuadrón va armado con un AK-47, nuestro mejor amigo
en este infierno.

        –¡Joder! –grito desolado, casi como un acto reflejo al ver lo que escondía el arbusto que
acabo de cortar.
        –¡¿Qué pasa Crux?! –pregunta asustado Jerom al oírme. Todos le quitan el seguro a su rifle
de asalto y apuntan al frente.
        Me giro y les miro con cara de asco para decirles -Estamos caminando en círculo, mirad . . .
–y les muestro el cuerpo del sargento aun más hinchado que como lo dejamos, repleto de moscas y
gusanos, el hedor era bastante fuerte, incluso me pude fijar en una araña que le salía de la nariz al
cadáver.
        –¡Mierda! ¡Somos subnormales! –grita Pufo lleno de frustración y apuntando con el rifle al
cielo, empieza a disparar unas ráfagas desesperadas. Desde las alturas cae un mono muerto junto a
una rama enorme, Pufo y P empiezan a reírse como estúpidos al ver la casual caza.
        –Dejad de reír, idiotas, vais a delatar nuestra posición a los kurds –Jerom intenta poner
orden ante aquel acto negligente. –¡Además, esa rama si le llega a caer a uno de nosotros lo hubiera
matado!
        –Tranquilízate hombre, no ha pasado absolutamente nada –dice P con una sonrisa
bobalicona en su boca.
        –Mejor nos vamos de aquí –digo con cara de asco. –Hubiera sido buena idea enterrar al
sargento, es asqueroso ver como lo devoran los insectos.
        –Es que no estaba en nuestros planes volver a verlo –dice Jerom sin mirarme a la cara.
        –Oye Crux, porqué no dices eso de que esta jungla está maldita, a ver si P se caga encima de
miedo –dice Pufo jocosamente.
–Pufo, calla de una puta vez, a mi no me dan miedo esos cuentos de viejas –dice P con una
sonrisita en la cara. Yo no respondo a ninguno de los dos.
        –Callad los dos, joder... vamos a seguir caminando que hay que encontrar un lugar donde
pasar la noche, empieza a oscurecer –ordena Jerom mirando arriba.

        Las hojas de los árboles nos susurran algo al oído cuando la brisa nocturna las mueve, la
jungla nos habla en un idioma milenario que no comprendemos, o que simplemente no escuchamos,
un escalofrío me recorre la espina dorsal cuando siento que nos está diciendo que vamos a ser el
alimento de su fauna. Creo que esta puta guerra me ha vuelto completamente paranoico, volveré a
mi hogar siendo un loco, mis padres verán como su hijo se ha vuelto un pobre loco, mis exnovias se
alegrarán de no seguir saliendo conmigo, mis amigos se avergonzarán de mí y me quedaré solo
también en la jungla de asfalto. Esta noche me toca hacer la guardia y vigilar que el fuego de la
hoguera no se apague, aunque en este lugar es imposible coger el sueño, los insectos son los dueños
del anochecer, cada quince segundos tengo que matar a un puto mosquito o a alguna de las especies
de cucarachas que hay por aquí, lo peor es cuando sientes que te recorren el pelo, estoy ansioso por
volver al cuartel general y raparme de nuevo al cero. Mañana le diré a Jerom que vayamos a buscar
frutas o algo parecido porque nos estamos quedando sin alimentos... ¡algo ha hecho crujir el arbusto
que tengo detrás! Preparo el rifle y veo como el maldito perro viene moviendo la cola, puto Pancho,
que susto me ha dado...
        –Panchito... ¿no deberías estar durmiendo? –susurro cariñosamente al animal cuando veo
que lleva algo en la boca. –¿Qué has cazado, campeón? –se me hiela el corazón cuando veo que
deja en el suelo una especie de feto... al acercarme veo que es humano.
        La brisa nocturna sigue haciendo susurrar a los árboles.

       Al amanecer le enseño a Jerom lo que Pancho ha encontrado. Se queda totalmente
sorprendido.
       –¿Pero de dónde cojones puede haber sacado un feto humano este perro?
       –Fíjate –le sugiero, –parece ser que está como momificado, es como si llevara mucho
tiempo abandonado y los insectos lo hayan vaciado por dentro –y mientras digo esto me doy cuenta
que Kâla está junto a nosotros viendo la macabra escena, con la cara completamente aterrada. Dice
palabras temblorosas y desesperadas que nada bueno pueden significar.

        Ya hace más de una semana que nos hemos perdido, es extraño que los kurd no nos hayan
apresado porque nuestro olor corporal se puede detectar a unas cuantas millas de distancia. En
nuestros rostros sin afeitar se denota el cansancio, el hambre y el mal descanso. Hemos tenido que
atar a Kâla con una cuerda ya que ha intentado huir tres veces desde que Pancho encontró a aquel
feto reseco, en un extremo de la cuerda le hemos atado las manos por delante y en el otro extremo
uno de los hombres la sujeta. Además le hemos descubierto una utilidad importante, ella es quien
prueba las frutas que encontramos por el camino para saber si son comestibles o no, la idea fue de
Pufo pero ninguno de nosotros nos opusimos a ella. También hay que tener en cuenta que estamos
allí para salvar a su pueblo, cualquier sacrificio que ella haga es poco en comparación a nuestra
misión. De todos es la única que no huele mal.
        –¿Por qué no nos la follamos? –pregunta Pufo con un tono tan serio que da miedo.
        –Pero... –estoy asombrado por lo que acabo de oír.
        –¡Eso! Así nos relajamos de tanta tensión en esta jungla de mierda –dice P.
–¡Callad mamarrachos! –grita Jerom indignado adelantándose a mí. –Es mucho más urgente
que encontremos alimentos. Dejad de pensar con la polla, que aunque sea una indígena también es
un ser humano.
        –Vamos... Jerom, nadie se va a enterar de esto, ya verás como ella ni se va a quejar, seguro
que le encantará –dice Pufo manteniendo el tono firme.
        –Si no se la meto a la zorra se la tendré que meter al chucho –dice P mientras se ríe como un
estúpido.
        –¡Os he dicho que no! Esto no es una fiesta, tenedle un poco de respeto a esta guerra, coño
–la voz de Jerom suena temblorosa, quizá tiene miedo a un motín de los que se supone son sus
soldados, es demasiado inseguro como para ser un buen líder, quizás yo debería apoyarle y decir
algo a su favor pero la jungla me acaba de dejar sin palabras, lo que hay delante de mí se ha tragado
mi lengua...
        Un comando de kurds, ocho hombres, todos ellos muertos. Todos yacen en un claro de la
jungla, alrededor no parecía haber marcas de combate. Todos habían muerto por un disparo, pero no
era por una ejecución ya que en su mano llevaban una pistola, el orificio de entrada de la bala
estaba en la boca y el de salida en la parte posterior del cráneo. Los ocho se habían suicidado, un
suicidio en masa, casi parecía un ritual ya que los cuerpos estaban puestos en círculo, por la
cantidad de moscas y el estado de descomposición de los cadáveres parece que lleven unos dos días
así.
        –¿Y si ellos también se perdieron? –dice P muerto de miedo. –¿Y si se han pegado un puto
tiro porque no encontraban cómo volver a su base?
        Kâla parece que esté rezando en voz alta, la miro y veo como de sus ojos negros caen
lágrimas.
        –Eso es que sabían que venía yo y se han cagado en los pantalones –dice Pufo mientras
dispara al aire riendo como un poseso.
        –¡Callad, montones de mierda! Vámonos de aquí, estamos perdiendo el tiempo mirando a
estos gilipollas –nunca había escuchado a Jerom tan furioso como ahora, es como si toda su
inseguridad se hubiera ido en un segundo. Todos le hicimos caso sin queja alguna.
        A mi mente me vienen las imágenes de un documental sobre tribus amazónicas que vi
cuando era un adolescente, en él explicaban como los espíritus atormentados se quedaban a vivir en
las junglas y por eso muchas tribus empalaban las cabezas cortadas de sus enemigos, para decir a
los espíritus que ellos eran guerreros y que lucharían hasta volverlos a matar. Lo que debería ser un
paraíso virgen de flora y fauna se va a convertir en una tumba de raíces e insectos. Sé que si dijera
esto en voz alta los demás se acabarían volviendo locos del todo. Deseo que arda toda esta jungla,
que sea pasto del napalm, del fuego y del odio, que llenen de cemento toda la tierra carbonizada
para que nada más vuelva a crecer allí. Que arda hasta el último pétalo.

        Cada nuevo día es un castigo. Apenas nos decimos nada los unos a los otros, ni nos
miramos. Cuando despertamos cogemos las frutas que ya sabemos que son comestibles, las cuales
nos dan el agua necesaria para mantenernos vivos, ya que nos hemos quedado con las cantimploras
vacías. Seguimos caminando sin saber a dónde. Ya hace tres semanas que caminamos y no
encontramos nada, ni nuestra base ni la de los kurds. A veces deseo que los kurds nos capturen y
nos lleven a alguna aldea. Desde luego que yo les diría todo lo que sé en un interrogatorio a cambio
de un baño y una comida caliente.
Últimamente vienen a mí recuerdos de infancia: las tardes en el parque con mis padres, mis
juguetes bélicos con los cuales pasaba horas imaginando múltiples guerras, la feria que montaban
en primavera en mi ciudad, la noria, la montaña rusa, las gominolas de colores con formas de osito,
las películas familiares... me da miedo que toda esta nostalgia no sea un símbolo de mi muerte.
        Viendo a mis compañeros extasiados por la fatiga me pregunto porqué se enrolaron en el
ejército, al menos Pufo sé que fue por cobrar a cambio de asesinar personas en esta guerra pero... ¿y
los otros dos? ¿y yo? ¿por qué me alisté? ni siquiera yo sé porqué me alisté en este infierno,
supongo que fue cuando me dejó Margarita busqué la forma más rápida de rehacer mi vida, después
de los seis años de relación que llevábamos era demasiado duro ir por las mismas calles por donde
fuimos cogidos de la mano en un pasado no tan lejano. Enrolándome en el ejército me salvaba de
los recuerdos, cambié el dolor del desamor por el de la disciplina militar.

        Veo como Jerom vuelve a discutir con los otros dos, a saber cual es el tema que toca hoy.
Todos tenemos una frondosa barba y pelos descuidados, bajo los ojos unas sombras oscuras denotan
el poco sueño. No sé porqué me acuerdo de Rafa, el difunto soldado que se encargaba de llevar la
radio, supongo que es porque añoro ver sonreír a alguien y él siempre estaba feliz, siempre contaba
chistes y hacía bromas, en un momento así es cuando echas de menos a personas como él.
        No soporto a mis compañeros, cuando lleguemos a la base lo primero que voy a hacer es
pedir un traslado para que no me vuelvan a tocar en el mismo escuadrón.

        Ya es la cuarta semana de estar perdidos por la jungla ¿o es la tercera, o la quinta? ya es
imposible llevar la cuenta de los días, es más, ya me da igual qué día es. Mis compañeros Pufo y P
cada vez están mas ausentes, su mirada ya no parece humana, creo que se han vuelto
completamente locos y lo peor de todo es que cada uno va armado hasta los dientes. Me da miedo
dirigir una palabra a cualquiera de ellos, aunque no sé hasta que punto yo también estoy
desquiciado. Por las noches oigo a Kâla reír sola, no creo que sea un buen síntoma en su salud
mental. Pancho es el único que parece que se lo pasa bien, ahora mismo lo tengo delante, moviendo
su colita como signo de estar alegre. Muchas veces me entretengo viéndolo cazar insectos,
correteando de aquí para allí. Al perro es a lo único que salvaría de la quema en esta jungla, gozaría
viendo como estalla una bomba nuclear en el medio de este lugar, fuego para purificar este sitio
maldito. Oigo pasos detrás de mí, al girarme veo que es Jerom extrañamente sonriente.
        –¿Sabes qué necesito? –dice él. Veo que va con la camisa desabrochada. –Una buena
hamburguesa, grasienta, con miles de salsas diferentes y sobretodo mucha carne.
        –Bueno, si seguimos buscando quizá encontremos una sucursal del McDonalds –los dos
reímos cuando digo esta tontería. Me sorprendo a mi mismo de haber logrado hacer una broma en
medio de aquel contexto deplorable.
        –Lo que daría por algo de comida basura, estoy hasta la polla de comida “sana”, míranos, si
fuera sano comer fruta no estaríamos cada vez más delgados y pálidos –dice señalando su tripa, se
podía contar cada una de las costillas.
        –Yo me comería unos buenos espaguetis con carne picada hechos por mi madre.
        –Yo me conformaría con la carne picada sin nada, necesito algo consistente –Jerom tiene la
mirada perdida en el suelo. –Quizá deberíamos cazar a un puto mono.
        –Jerom, ya sabes que es peligroso que disparemos innecesariamente, podríamos delatar a los
kurds nuestra posición... o quedarnos sin munición cuando la necesitemos en una batalla.
–Pero si en un mes de caminata no hemos visto a un solo kurd vivo, empiezo a pensar que
han huido todos a sus casas, a comer cochinillo –veo como gesticula con las manos haciendo
muchos aspavientos.
       –Bueno, pongamos un plazo. Si dentro de una semana no hemos encontrado civilización
alguna nos vamos de cacería.
       –¡Pero una semana es demasiado! Dios... no sé si podré esperar tanto, necesito comer un
buen costillar... –dice Jerom mientras se va alejando de mí. Es comprensible tanta frustración
aunque si tantas ganas tiene de comer carne no comprendo porqué no da la orden, quizá haya
olvidado que es él quien manda... aunque suelo dar más instrucciones yo que él.

        Buscando provisiones casi me como una especie de gusano del tamaño de una pera
creyéndome que era una fruta, porque el color que tiene es vivo, de un amarillo limón pálido. Justo
cuando lo tengo en mi mano veo como se va moviendo lentamente. Decido empotrarlo contra la
corteza de un árbol quedando hecho una pasta amorfa, la verdad es que es entretenido, cojo otro y
repito la acción y sigo así hasta que no queda ninguno, en la mancha que he dejado en el árbol
empieza a llenarse de moscas, en un minuto se podría decir que ha llegado un centenar de ellas. Me
voy de allí antes de que vengan más cuando repentinamente oigo un fuerte grito, juraría que es
Kâla. Corro lo más que puedo para llegar al lugar y ver qué ha pasado. Espero que no la haya
picado la misma oruga que le picó al sargento, no soportaría ver como a otro ser humano se le
hincha tanto la piel y su cara se convierte en un cúmulo de bultos sin forma.
        Cuando llego veo a P y a Pufo desnudándola, ella forcejea pero se nota que ellos tienen
mucha más fuerza, de su camiseta sólo quedan jirones y ya no lleva la falda. Pufo empieza a bajarse
los pantalones...
        –¡Pero qué mierdas estáis haciendo! –les grito sorprendido.
        –Vete a la mierda, maricón –dice Pufo.
        –Eso, vete a la mierda –repite el otro mientras sujeta las manos de una temblorosa Kâla que
no deja de llorar.
        No sé qué hacer, la situación me supera, me quedo mudo como la vez que propusieron
violarla. La mejor opción es ir a buscar a Jerom, él ya se opuso a esto en su momento, él me
respaldará, es su deber. Salgo a buscarlo, me guío por el olor a humo que hay, supongo que habrá
hecho la hoguera para la noche, aunque aun es pronto. Hoy el olor es distinto, es como si estuviera
cocinando algo. Veo a Jerom agazapado. Se gira, me mira y sonríe. Come algo. ¡Veo al perro
muerto, sin piel, atravesado por una rama sobre el fuego de la pequeña hoguera! El hijo de puta de
Jerom se está comiendo su muslo mientras me sigue sonriendo.
        Mi furia me hace reaccionar de una sola manera, saco la pistola y le atravieso el cráneo con
una bala certera, su cuerpo inerte cae sobre las brasas del fuego, intento dispararle más pero la
pistola se atasca. Vuelvo a oír a Kâla suplicar clemencia en un idioma desconocido. Cojo el machete
que hay apoyado en un árbol y corro lo máximo que puedo. De un machetazo parto verticalmente
por la mitad la cabeza de P, quien sujetaba las manos de la chica mientras Pufo la estaba violando.
Con otro movimiento rápido ataco al cerdo que queda, como acto reflejo intenta parar el filo
desgastado de mi machete con las manos pero quedan amputadas las dos antes de degollarlo, las
vértebras de la columna me frenan el golpe, le dejo clavado el machete mientras cae pesado contra
el suelo.
        Kâla me abraza fuertemente presa del pánico, dice cosas que juraría son agradecimientos, no
deja de llorar. Pobrecilla. Le paso la mano por la espalda, noto la suavidad de su piel y la maldición
de la jungla entra en mí, maldita idiota... no sabe lo que ha hecho, noto como sus pechos se aprietan
contra mi cuerpo y el instinto me acaba poseyendo. No sabe lo que ha hecho, esta pobre idiota no lo
sabe. Ya no hay moral. Me bajo la bragueta, ella se asusta y empieza a gritar pero la sujeto con
fuerza de la cabellera. Es la jungla, su maldición, ya soy uno más de sus animales y Kâla ahora es
mi presa.



        Ha pasado una semana desde que maté al resto de mis compañeros. Tuve que atar a Kâla por
las manos a un árbol, aunque ya no se intenta escapar, se pasa los días en el suelo tumbada. Ya no
come. Hace dos días que ni siquiera grita cuando me la follo. Su olor empeora y suele estar cubierta
por moscas. Aun respira pero no se mueve, tampoco abre sus bonitos ojos negros. Hoy tengo una
sensación extraña. Sigo manteniendo viva la hoguera, ya no la apago, he improvisado un
campamento fijo donde descansar, más que nada porque es de los sitios con menos insectos y el
suelo es mullido y cómodo para descansar. Ya no temo a las tropas kurds, ellos han dejado de ser el
enemigo.
        –¡Pero qué calor hace aquí, joder! –oigo una voz en la distancia, ¡no puede ser! ¡en mi
idioma! Quizás me lo estoy imaginando, es posible que algo de lo que he comido me haya
producido algún tipo de delirio. Me escondo donde puedo, oigo muchos pasos alrededor mío.
        –Mire sargento, es aquí de donde viene la columna de humo –dice uno de ellos entrando en
el claro de la jungla donde está mi hoguera. Llevan el uniforme de mi país.
        –Id con cuidado, no sabemos si puede ser una trampa –dice el que parece el líder.
        –¡Señor, mire aquí! –han descubierto a Kâla. –Aquí hay un cadáver maniatado, parece ser de
una chica indígena.
        Me sorprende muchísimo eso, no puede ser que haya muerto si ayer hicimos el amor. Pobre
Kâla... Desde donde estoy puedo contar que son ocho soldados. Me siento emocionado al ver de
nuevo a compatriotas, a compañeros de bando, a alguien que me puede salvar de esa guerra
solitaria. Decido salir de mi escondite.
        –¡Soy el soldado raso Crux, señor! –grito mientras salgo.
        Todos me apuntan con sus rifles, su cara es de total sorpresa, como si vieran a un monstruo.
        –Recluta Crux, ¿es usted el único superviviente? –dice el sargento.
        –¡Afirmativo señor!
        –¿Es usted del destacamento del sargento Thür? –pregunta él.
        –¡Afirmativo, señor! –repito de nuevo.
        –¿Y dónde se supone que está el resto?
        –Todos mis compañeros murieron a causa del fuego kurd hace unas semanas. Soy el único
superviviente del destacamento del sargento Thür.
        –El campamento base nos ha enviado a rescatarles -dice paternalmente el jefe del escuadrón,
–ya que dos días después de perder totalmente el contacto con su radio nuestro país firmó la paz con
los kurd. La guerra hace tiempo que ha terminado, ¡hemos ganado esta maldita guerra, recluta!
        Es como si la sangre se me hubiera paralizado al oír esas palabras. Ya no hay guerra y a
pesar de eso he estado dentro de la boca de este lobo de ramas y arbustos, de insectos y monos. Por
eso no encontramos tropas enemigas en todo el camino. De tener la radio funcionando podríamos
haber vuelto sanos y salvos. Nos hubiéramos ahorrado muchísima desesperación y Kâla seguiría
viva. Cojo la pistola que llevo en mi cinturón, todos dan un paso atrás y me apuntan con el rifle de
nuevo. Le quito el seguro, me la pongo en la boca y cuando oigo un chasquido al apretar el gatillo
recuerdo que está encasquillada. Caigo al suelo mientras me río desesperadamente...
       –¡Hija de puta, tu maldición no ha podido conmigo! –grito desde el suelo, mientras los
soldados me desarman y me ponen sobre una camilla plegable que han traído. No paro de reír
mientras ellos me miran con lástima. Bajo la cabeza y veo como una oruga púrpura se arrastra sobre
mi pierna e imagino como esa jungla se quema hasta su último pétalo.




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Perdidos en la jungla maldita

  • 1. EL ÚLTIMO PÉTALO Por Javier Crux
  • 2. Ruido, así puedo resumir el sonido de la jungla. Hace ya tres días que estamos perdidos en medio de este infierno verde y si no encontramos el camino de vuelta nos quedaremos sin víveres, menuda vergüenza de escuadrón de reconocimiento, prisioneros de árboles inmensos, de plantas que parecen prehistóricas y de putos monos dando saltos de rama en rama, eso es lo peor de todo, a veces los ves saltando y crees que es una maldita emboscada enemiga. La humedad es extrema, lo que hace que el uniforme esté constantemente sudado, con algún insecto extraño paseando por dentro y después de lo que le sucedió ayer al sargento cualquier cosquilleo es motivo de alarma. Al sargento Thür le picó una especie de oruga de color púrpura muy intenso, al principio no le dimos importancia, pero poco a poco la picada se extendió y se le hinchó toda la piel, desde el cuello hasta la cara, su rostro era una mueca dantesca, sus ojos parecían salírsele de las órbitas y la lengua se le hinchó tanto que le taponó los conductos de respiración, el pobre acabó muriendo después de sufrir unas cuantas horas. Jerom dice que es por una reacción alérgica, pero no le creo, lo que pasa es que esta jungla está maldita, cada vez estoy más convencido. La jungla nos ha tragado y ahora está intentando digerirnos. Primero perdimos a Rafa, quien se ocupaba del aparato de radiotransmisión hasta que activó una trampa mientras se iba a mear, acabó explotando él y la radio con la cual recibíamos instrucciones y mandábamos información al campamento base. Después, al morir el sargento, nos encontramos incomunicados y perdidos, ya que el sargento parecía ser el único que entendía bien los mapas que nos dieron, ¿es que cómo nos vamos a situar si todo parece exactamente lo mismo? Desde que salimos del poblado de Kâla no hemos vuelto a encontrar población civil y de eso hace más de dos días, pero en este infierno basta que te desvíes unos grados del camino para que una hora de paseo suponga entrar en el laberinto más ruidoso del mundo. Del escuadrón de reconocimiento sólo quedamos Jerom, el cual es el siguiente en el escalafón porque entró un mes antes que yo en el ejército, ninguno de nosotros le hacemos
  • 3. demasiado caso. Es el encargado de llevar el cinturón de granadas, por si tenemos que volar construcciones enemigas, es muy delgado y cada media hora lo puedes oír tarareando alguna canción de los setenta; luego está P, nunca le he preguntado por su nombre real, desde siempre le han llamado P y la verdad, aquí tu nombre no importa cuando eres un soldado raso, la identidad te la crea el rango; también está Pufo, es el encargado de la retaguardia, es el más sádico de todos, parece que la guerra se hizo a su medida; a mí ahora me toca el turno de abrir paso entre la maleza a golpe de machetazo. Con nosotros viene una chica que no habla nuestro idioma, es una indígena superviviente de la matanza en Kâla: cuando llegamos nosotros a ese poblado estaba todo hecho cenizas, los kurd habían saqueado el poblado y matado a todos sus habitantes menos a ella, por lo visto fue la única que se supo esconder bien. Una de las imágenes que no podré olvidar fue una pila de cadáveres amontonados que habían sido quemados, entre los cuerpos había niños y animales, en ese momento sentí que todo aquel odio que ha creado tanta destrucción ha envenenado la tierra que pisamos, en ese momento empecé a creer que esa jungla tenía que estar maldita. El sargento nos ordenó llevar a la superviviente con nosotros, por motivos humanitarios decía, aunque luego la hacía ir delante por los lugares en los que él creía que podría haber alguna trampa. Lo cierto es que es una chica muy bella, todos la llamamos Kâla, como el pueblo donde la encontramos. Aparenta dieciséis años, su rostro a pesar de ser bonito tiene algo que lo hace intranquilizador, no muestra ningún tipo de sentimiento, es totalmente hierático. Lleva una especie de camiseta estrecha blanca y una falda larga de un color crema, va totalmente descalza. Desde que la unimos al grupo nos sigue un perro negro, siempre va junto a ella, suponemos que es su mascota, lo llamamos Pancho porque se parece mucho al perro de una amiga mía. Cada uno del escuadrón va armado con un AK-47, nuestro mejor amigo en este infierno. –¡Joder! –grito desolado, casi como un acto reflejo al ver lo que escondía el arbusto que acabo de cortar. –¡¿Qué pasa Crux?! –pregunta asustado Jerom al oírme. Todos le quitan el seguro a su rifle de asalto y apuntan al frente. Me giro y les miro con cara de asco para decirles -Estamos caminando en círculo, mirad . . . –y les muestro el cuerpo del sargento aun más hinchado que como lo dejamos, repleto de moscas y gusanos, el hedor era bastante fuerte, incluso me pude fijar en una araña que le salía de la nariz al cadáver. –¡Mierda! ¡Somos subnormales! –grita Pufo lleno de frustración y apuntando con el rifle al cielo, empieza a disparar unas ráfagas desesperadas. Desde las alturas cae un mono muerto junto a una rama enorme, Pufo y P empiezan a reírse como estúpidos al ver la casual caza. –Dejad de reír, idiotas, vais a delatar nuestra posición a los kurds –Jerom intenta poner orden ante aquel acto negligente. –¡Además, esa rama si le llega a caer a uno de nosotros lo hubiera matado! –Tranquilízate hombre, no ha pasado absolutamente nada –dice P con una sonrisa bobalicona en su boca. –Mejor nos vamos de aquí –digo con cara de asco. –Hubiera sido buena idea enterrar al sargento, es asqueroso ver como lo devoran los insectos. –Es que no estaba en nuestros planes volver a verlo –dice Jerom sin mirarme a la cara. –Oye Crux, porqué no dices eso de que esta jungla está maldita, a ver si P se caga encima de miedo –dice Pufo jocosamente.
  • 4. –Pufo, calla de una puta vez, a mi no me dan miedo esos cuentos de viejas –dice P con una sonrisita en la cara. Yo no respondo a ninguno de los dos. –Callad los dos, joder... vamos a seguir caminando que hay que encontrar un lugar donde pasar la noche, empieza a oscurecer –ordena Jerom mirando arriba. Las hojas de los árboles nos susurran algo al oído cuando la brisa nocturna las mueve, la jungla nos habla en un idioma milenario que no comprendemos, o que simplemente no escuchamos, un escalofrío me recorre la espina dorsal cuando siento que nos está diciendo que vamos a ser el alimento de su fauna. Creo que esta puta guerra me ha vuelto completamente paranoico, volveré a mi hogar siendo un loco, mis padres verán como su hijo se ha vuelto un pobre loco, mis exnovias se alegrarán de no seguir saliendo conmigo, mis amigos se avergonzarán de mí y me quedaré solo también en la jungla de asfalto. Esta noche me toca hacer la guardia y vigilar que el fuego de la hoguera no se apague, aunque en este lugar es imposible coger el sueño, los insectos son los dueños del anochecer, cada quince segundos tengo que matar a un puto mosquito o a alguna de las especies de cucarachas que hay por aquí, lo peor es cuando sientes que te recorren el pelo, estoy ansioso por volver al cuartel general y raparme de nuevo al cero. Mañana le diré a Jerom que vayamos a buscar frutas o algo parecido porque nos estamos quedando sin alimentos... ¡algo ha hecho crujir el arbusto que tengo detrás! Preparo el rifle y veo como el maldito perro viene moviendo la cola, puto Pancho, que susto me ha dado... –Panchito... ¿no deberías estar durmiendo? –susurro cariñosamente al animal cuando veo que lleva algo en la boca. –¿Qué has cazado, campeón? –se me hiela el corazón cuando veo que deja en el suelo una especie de feto... al acercarme veo que es humano. La brisa nocturna sigue haciendo susurrar a los árboles. Al amanecer le enseño a Jerom lo que Pancho ha encontrado. Se queda totalmente sorprendido. –¿Pero de dónde cojones puede haber sacado un feto humano este perro? –Fíjate –le sugiero, –parece ser que está como momificado, es como si llevara mucho tiempo abandonado y los insectos lo hayan vaciado por dentro –y mientras digo esto me doy cuenta que Kâla está junto a nosotros viendo la macabra escena, con la cara completamente aterrada. Dice palabras temblorosas y desesperadas que nada bueno pueden significar. Ya hace más de una semana que nos hemos perdido, es extraño que los kurd no nos hayan apresado porque nuestro olor corporal se puede detectar a unas cuantas millas de distancia. En nuestros rostros sin afeitar se denota el cansancio, el hambre y el mal descanso. Hemos tenido que atar a Kâla con una cuerda ya que ha intentado huir tres veces desde que Pancho encontró a aquel feto reseco, en un extremo de la cuerda le hemos atado las manos por delante y en el otro extremo uno de los hombres la sujeta. Además le hemos descubierto una utilidad importante, ella es quien prueba las frutas que encontramos por el camino para saber si son comestibles o no, la idea fue de Pufo pero ninguno de nosotros nos opusimos a ella. También hay que tener en cuenta que estamos allí para salvar a su pueblo, cualquier sacrificio que ella haga es poco en comparación a nuestra misión. De todos es la única que no huele mal. –¿Por qué no nos la follamos? –pregunta Pufo con un tono tan serio que da miedo. –Pero... –estoy asombrado por lo que acabo de oír. –¡Eso! Así nos relajamos de tanta tensión en esta jungla de mierda –dice P.
  • 5. –¡Callad mamarrachos! –grita Jerom indignado adelantándose a mí. –Es mucho más urgente que encontremos alimentos. Dejad de pensar con la polla, que aunque sea una indígena también es un ser humano. –Vamos... Jerom, nadie se va a enterar de esto, ya verás como ella ni se va a quejar, seguro que le encantará –dice Pufo manteniendo el tono firme. –Si no se la meto a la zorra se la tendré que meter al chucho –dice P mientras se ríe como un estúpido. –¡Os he dicho que no! Esto no es una fiesta, tenedle un poco de respeto a esta guerra, coño –la voz de Jerom suena temblorosa, quizá tiene miedo a un motín de los que se supone son sus soldados, es demasiado inseguro como para ser un buen líder, quizás yo debería apoyarle y decir algo a su favor pero la jungla me acaba de dejar sin palabras, lo que hay delante de mí se ha tragado mi lengua... Un comando de kurds, ocho hombres, todos ellos muertos. Todos yacen en un claro de la jungla, alrededor no parecía haber marcas de combate. Todos habían muerto por un disparo, pero no era por una ejecución ya que en su mano llevaban una pistola, el orificio de entrada de la bala estaba en la boca y el de salida en la parte posterior del cráneo. Los ocho se habían suicidado, un suicidio en masa, casi parecía un ritual ya que los cuerpos estaban puestos en círculo, por la cantidad de moscas y el estado de descomposición de los cadáveres parece que lleven unos dos días así. –¿Y si ellos también se perdieron? –dice P muerto de miedo. –¿Y si se han pegado un puto tiro porque no encontraban cómo volver a su base? Kâla parece que esté rezando en voz alta, la miro y veo como de sus ojos negros caen lágrimas. –Eso es que sabían que venía yo y se han cagado en los pantalones –dice Pufo mientras dispara al aire riendo como un poseso. –¡Callad, montones de mierda! Vámonos de aquí, estamos perdiendo el tiempo mirando a estos gilipollas –nunca había escuchado a Jerom tan furioso como ahora, es como si toda su inseguridad se hubiera ido en un segundo. Todos le hicimos caso sin queja alguna. A mi mente me vienen las imágenes de un documental sobre tribus amazónicas que vi cuando era un adolescente, en él explicaban como los espíritus atormentados se quedaban a vivir en las junglas y por eso muchas tribus empalaban las cabezas cortadas de sus enemigos, para decir a los espíritus que ellos eran guerreros y que lucharían hasta volverlos a matar. Lo que debería ser un paraíso virgen de flora y fauna se va a convertir en una tumba de raíces e insectos. Sé que si dijera esto en voz alta los demás se acabarían volviendo locos del todo. Deseo que arda toda esta jungla, que sea pasto del napalm, del fuego y del odio, que llenen de cemento toda la tierra carbonizada para que nada más vuelva a crecer allí. Que arda hasta el último pétalo. Cada nuevo día es un castigo. Apenas nos decimos nada los unos a los otros, ni nos miramos. Cuando despertamos cogemos las frutas que ya sabemos que son comestibles, las cuales nos dan el agua necesaria para mantenernos vivos, ya que nos hemos quedado con las cantimploras vacías. Seguimos caminando sin saber a dónde. Ya hace tres semanas que caminamos y no encontramos nada, ni nuestra base ni la de los kurds. A veces deseo que los kurds nos capturen y nos lleven a alguna aldea. Desde luego que yo les diría todo lo que sé en un interrogatorio a cambio de un baño y una comida caliente.
  • 6. Últimamente vienen a mí recuerdos de infancia: las tardes en el parque con mis padres, mis juguetes bélicos con los cuales pasaba horas imaginando múltiples guerras, la feria que montaban en primavera en mi ciudad, la noria, la montaña rusa, las gominolas de colores con formas de osito, las películas familiares... me da miedo que toda esta nostalgia no sea un símbolo de mi muerte. Viendo a mis compañeros extasiados por la fatiga me pregunto porqué se enrolaron en el ejército, al menos Pufo sé que fue por cobrar a cambio de asesinar personas en esta guerra pero... ¿y los otros dos? ¿y yo? ¿por qué me alisté? ni siquiera yo sé porqué me alisté en este infierno, supongo que fue cuando me dejó Margarita busqué la forma más rápida de rehacer mi vida, después de los seis años de relación que llevábamos era demasiado duro ir por las mismas calles por donde fuimos cogidos de la mano en un pasado no tan lejano. Enrolándome en el ejército me salvaba de los recuerdos, cambié el dolor del desamor por el de la disciplina militar. Veo como Jerom vuelve a discutir con los otros dos, a saber cual es el tema que toca hoy. Todos tenemos una frondosa barba y pelos descuidados, bajo los ojos unas sombras oscuras denotan el poco sueño. No sé porqué me acuerdo de Rafa, el difunto soldado que se encargaba de llevar la radio, supongo que es porque añoro ver sonreír a alguien y él siempre estaba feliz, siempre contaba chistes y hacía bromas, en un momento así es cuando echas de menos a personas como él. No soporto a mis compañeros, cuando lleguemos a la base lo primero que voy a hacer es pedir un traslado para que no me vuelvan a tocar en el mismo escuadrón. Ya es la cuarta semana de estar perdidos por la jungla ¿o es la tercera, o la quinta? ya es imposible llevar la cuenta de los días, es más, ya me da igual qué día es. Mis compañeros Pufo y P cada vez están mas ausentes, su mirada ya no parece humana, creo que se han vuelto completamente locos y lo peor de todo es que cada uno va armado hasta los dientes. Me da miedo dirigir una palabra a cualquiera de ellos, aunque no sé hasta que punto yo también estoy desquiciado. Por las noches oigo a Kâla reír sola, no creo que sea un buen síntoma en su salud mental. Pancho es el único que parece que se lo pasa bien, ahora mismo lo tengo delante, moviendo su colita como signo de estar alegre. Muchas veces me entretengo viéndolo cazar insectos, correteando de aquí para allí. Al perro es a lo único que salvaría de la quema en esta jungla, gozaría viendo como estalla una bomba nuclear en el medio de este lugar, fuego para purificar este sitio maldito. Oigo pasos detrás de mí, al girarme veo que es Jerom extrañamente sonriente. –¿Sabes qué necesito? –dice él. Veo que va con la camisa desabrochada. –Una buena hamburguesa, grasienta, con miles de salsas diferentes y sobretodo mucha carne. –Bueno, si seguimos buscando quizá encontremos una sucursal del McDonalds –los dos reímos cuando digo esta tontería. Me sorprendo a mi mismo de haber logrado hacer una broma en medio de aquel contexto deplorable. –Lo que daría por algo de comida basura, estoy hasta la polla de comida “sana”, míranos, si fuera sano comer fruta no estaríamos cada vez más delgados y pálidos –dice señalando su tripa, se podía contar cada una de las costillas. –Yo me comería unos buenos espaguetis con carne picada hechos por mi madre. –Yo me conformaría con la carne picada sin nada, necesito algo consistente –Jerom tiene la mirada perdida en el suelo. –Quizá deberíamos cazar a un puto mono. –Jerom, ya sabes que es peligroso que disparemos innecesariamente, podríamos delatar a los kurds nuestra posición... o quedarnos sin munición cuando la necesitemos en una batalla.
  • 7. –Pero si en un mes de caminata no hemos visto a un solo kurd vivo, empiezo a pensar que han huido todos a sus casas, a comer cochinillo –veo como gesticula con las manos haciendo muchos aspavientos. –Bueno, pongamos un plazo. Si dentro de una semana no hemos encontrado civilización alguna nos vamos de cacería. –¡Pero una semana es demasiado! Dios... no sé si podré esperar tanto, necesito comer un buen costillar... –dice Jerom mientras se va alejando de mí. Es comprensible tanta frustración aunque si tantas ganas tiene de comer carne no comprendo porqué no da la orden, quizá haya olvidado que es él quien manda... aunque suelo dar más instrucciones yo que él. Buscando provisiones casi me como una especie de gusano del tamaño de una pera creyéndome que era una fruta, porque el color que tiene es vivo, de un amarillo limón pálido. Justo cuando lo tengo en mi mano veo como se va moviendo lentamente. Decido empotrarlo contra la corteza de un árbol quedando hecho una pasta amorfa, la verdad es que es entretenido, cojo otro y repito la acción y sigo así hasta que no queda ninguno, en la mancha que he dejado en el árbol empieza a llenarse de moscas, en un minuto se podría decir que ha llegado un centenar de ellas. Me voy de allí antes de que vengan más cuando repentinamente oigo un fuerte grito, juraría que es Kâla. Corro lo más que puedo para llegar al lugar y ver qué ha pasado. Espero que no la haya picado la misma oruga que le picó al sargento, no soportaría ver como a otro ser humano se le hincha tanto la piel y su cara se convierte en un cúmulo de bultos sin forma. Cuando llego veo a P y a Pufo desnudándola, ella forcejea pero se nota que ellos tienen mucha más fuerza, de su camiseta sólo quedan jirones y ya no lleva la falda. Pufo empieza a bajarse los pantalones... –¡Pero qué mierdas estáis haciendo! –les grito sorprendido. –Vete a la mierda, maricón –dice Pufo. –Eso, vete a la mierda –repite el otro mientras sujeta las manos de una temblorosa Kâla que no deja de llorar. No sé qué hacer, la situación me supera, me quedo mudo como la vez que propusieron violarla. La mejor opción es ir a buscar a Jerom, él ya se opuso a esto en su momento, él me respaldará, es su deber. Salgo a buscarlo, me guío por el olor a humo que hay, supongo que habrá hecho la hoguera para la noche, aunque aun es pronto. Hoy el olor es distinto, es como si estuviera cocinando algo. Veo a Jerom agazapado. Se gira, me mira y sonríe. Come algo. ¡Veo al perro muerto, sin piel, atravesado por una rama sobre el fuego de la pequeña hoguera! El hijo de puta de Jerom se está comiendo su muslo mientras me sigue sonriendo. Mi furia me hace reaccionar de una sola manera, saco la pistola y le atravieso el cráneo con una bala certera, su cuerpo inerte cae sobre las brasas del fuego, intento dispararle más pero la pistola se atasca. Vuelvo a oír a Kâla suplicar clemencia en un idioma desconocido. Cojo el machete que hay apoyado en un árbol y corro lo máximo que puedo. De un machetazo parto verticalmente por la mitad la cabeza de P, quien sujetaba las manos de la chica mientras Pufo la estaba violando. Con otro movimiento rápido ataco al cerdo que queda, como acto reflejo intenta parar el filo desgastado de mi machete con las manos pero quedan amputadas las dos antes de degollarlo, las vértebras de la columna me frenan el golpe, le dejo clavado el machete mientras cae pesado contra el suelo. Kâla me abraza fuertemente presa del pánico, dice cosas que juraría son agradecimientos, no deja de llorar. Pobrecilla. Le paso la mano por la espalda, noto la suavidad de su piel y la maldición
  • 8. de la jungla entra en mí, maldita idiota... no sabe lo que ha hecho, noto como sus pechos se aprietan contra mi cuerpo y el instinto me acaba poseyendo. No sabe lo que ha hecho, esta pobre idiota no lo sabe. Ya no hay moral. Me bajo la bragueta, ella se asusta y empieza a gritar pero la sujeto con fuerza de la cabellera. Es la jungla, su maldición, ya soy uno más de sus animales y Kâla ahora es mi presa. Ha pasado una semana desde que maté al resto de mis compañeros. Tuve que atar a Kâla por las manos a un árbol, aunque ya no se intenta escapar, se pasa los días en el suelo tumbada. Ya no come. Hace dos días que ni siquiera grita cuando me la follo. Su olor empeora y suele estar cubierta por moscas. Aun respira pero no se mueve, tampoco abre sus bonitos ojos negros. Hoy tengo una sensación extraña. Sigo manteniendo viva la hoguera, ya no la apago, he improvisado un campamento fijo donde descansar, más que nada porque es de los sitios con menos insectos y el suelo es mullido y cómodo para descansar. Ya no temo a las tropas kurds, ellos han dejado de ser el enemigo. –¡Pero qué calor hace aquí, joder! –oigo una voz en la distancia, ¡no puede ser! ¡en mi idioma! Quizás me lo estoy imaginando, es posible que algo de lo que he comido me haya producido algún tipo de delirio. Me escondo donde puedo, oigo muchos pasos alrededor mío. –Mire sargento, es aquí de donde viene la columna de humo –dice uno de ellos entrando en el claro de la jungla donde está mi hoguera. Llevan el uniforme de mi país. –Id con cuidado, no sabemos si puede ser una trampa –dice el que parece el líder. –¡Señor, mire aquí! –han descubierto a Kâla. –Aquí hay un cadáver maniatado, parece ser de una chica indígena. Me sorprende muchísimo eso, no puede ser que haya muerto si ayer hicimos el amor. Pobre Kâla... Desde donde estoy puedo contar que son ocho soldados. Me siento emocionado al ver de nuevo a compatriotas, a compañeros de bando, a alguien que me puede salvar de esa guerra solitaria. Decido salir de mi escondite. –¡Soy el soldado raso Crux, señor! –grito mientras salgo. Todos me apuntan con sus rifles, su cara es de total sorpresa, como si vieran a un monstruo. –Recluta Crux, ¿es usted el único superviviente? –dice el sargento. –¡Afirmativo señor! –¿Es usted del destacamento del sargento Thür? –pregunta él. –¡Afirmativo, señor! –repito de nuevo. –¿Y dónde se supone que está el resto? –Todos mis compañeros murieron a causa del fuego kurd hace unas semanas. Soy el único superviviente del destacamento del sargento Thür. –El campamento base nos ha enviado a rescatarles -dice paternalmente el jefe del escuadrón, –ya que dos días después de perder totalmente el contacto con su radio nuestro país firmó la paz con los kurd. La guerra hace tiempo que ha terminado, ¡hemos ganado esta maldita guerra, recluta! Es como si la sangre se me hubiera paralizado al oír esas palabras. Ya no hay guerra y a pesar de eso he estado dentro de la boca de este lobo de ramas y arbustos, de insectos y monos. Por eso no encontramos tropas enemigas en todo el camino. De tener la radio funcionando podríamos haber vuelto sanos y salvos. Nos hubiéramos ahorrado muchísima desesperación y Kâla seguiría viva. Cojo la pistola que llevo en mi cinturón, todos dan un paso atrás y me apuntan con el rifle de
  • 9. nuevo. Le quito el seguro, me la pongo en la boca y cuando oigo un chasquido al apretar el gatillo recuerdo que está encasquillada. Caigo al suelo mientras me río desesperadamente... –¡Hija de puta, tu maldición no ha podido conmigo! –grito desde el suelo, mientras los soldados me desarman y me ponen sobre una camilla plegable que han traído. No paro de reír mientras ellos me miran con lástima. Bajo la cabeza y veo como una oruga púrpura se arrastra sobre mi pierna e imagino como esa jungla se quema hasta su último pétalo. (CC) 2009 / Relato sujeto a: Creative Commons - Licencia 3.0