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GENE EDWARDS
LAS CRÓNICAS DE LA P UERTA
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Y

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Viaje hacia adentro
Cartas a un cristiano desolado
El prisionero de la tercera celda
Las Crónicas de la Puerta
El principio
La salida
El nacimiento
El triunfo
El retorno
VIDA

DE

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La vida suprema
Nuestra misión: frente a una división en la iglesia
Cómo prevenir una división en la iglesia
Revolución: Historia de la iglesia primitiva
El secreto de la vida cristiana
El diario de Silas

Cells Christian Ministry
Editorial El Faro
3027 N. Clybourn
Chicago, Il. 60618
(773) 975-8391

2
(Title page)

El

Principio
LAS CRONICAS DE

LA PUERTA

Gene Edwards

Editorial El Faro
Chicago, Illinois
EE. UU. de América

3
(Copyright page)

Publicado por
Editorial El Faro
Chicago, Il., EE.UU.
Derechos reservados
Primera edición en español 1998
© 1992 por Gene Edwards
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida
por medios mecánicos ni electrónicos, ni con fotocopiadoras, ni grabadoras, ni de
ninguna otra manera, excepto para pasajes breves como reseña, ni puede ser
guardada en ningún sistema de recuperación, sin el permiso escrito del autor.

Originalmente publicado en inglés con el título:
The Beginnig
Por Tyndale House Publishers, Inc.
Wheaton, Illinois

Traducido al español por: Esteban A. Marosi
Cubierta diseñada por: N. N.
(Fotografía por: N. N.)

Producto # # #
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Printed in ...

4
INTRODUCCION

MUCHAS GRACIAS a usted por venir a encontrarse conmigo aquí a la
entrada del teatro.
Esta vez los actores nos han preparado un relato respecto de
la Puerta que separa los dos universos que Dios creó. Por tanto, el
drama que vamos a ver es una aventura que penetra en ámbitos
invisibles.
Es siempre un placer que usted me acompañe cuando los actores
presentan una producción como ésta. Considero un honor poder pasar
este tiempo con usted.
Igual que en ocasiones anteriores, se nos han proporcionado
los mejores asientos de la sala. En la escena de apertura, el
Señor, que está a punto de crear los cielos, primeramente crea un
solitario ángel. Este ángel muy especial es creado antes que todo
lo demás, a fin de que pueda registrar todos los acontecimientos de
la creación.
El acomodador nos está haciendo señas. Debemos tomar nuestros
asientos ahora. Y, una vez más, muchas gracias por acompañarme en
esta ocasión tan especial.

5
PROLOGO

TU NOMBRE será Registrador. Anotarás en el Libro de Registros todo
lo que a partir de este momento haya de acontecer. Te he creado un
momento antes de crear a tus compañeros, para que haya un registro
incluso de su creación. Te he dotado de un discernimiento que no
daré a ningún otro.
—Tú eres mi Señor y mi Creador —respondió Registrador—. Estás
a punto de crear un vasto ámbito, ¿no es verdad?
—Así es.
—Esos libros que están allí, junto a tu trono, constituyen mi
encargo, ¿no es así? En esos libros he de registrar todos los
acontecimientos.
—Sí; así es.
Registrador tomó en sus manos esos grandes libros dorados.
—Mi Señor, uno de estos libros lleva por título El Libro de la
Vida. Y... ya está lleno de nombres. No lo entiendo. ¿Nombres de
quiénes? Aquí no hay nadie, excepto Tú y... tu siervo.
—Esos son los nombres de todos aquellos que Yo he escogido
antes de la creación. Todavía no los he creado. Aún no. Pero ya los
he escogido.
Los ojos de Registrador relumbraron; su espíritu se avivó.
—No ha habido creación hasta ahora. Hasta este mismo momento
Tú has sido el Todo. Pero antes... antes de que crearas... ha
habido actividad.
—Registrador, hablas con la percepción que Yo te he legado.
—Mi Señor, Tú has visto el principio aun antes de haberlo
creado, ¿no es verdad?
—Yo he visto el principio de la creación. Y he visto el final
de ella.
Registrador quedó inmóvil. La ausencia misma de reacción de su
parte era su modo de hacer una pregunta. El Señor continuó:
—Registrador, Yo he estado en el principio y he visto la
conclusión. He estado en la conclusión y he visto el principio.
—Señor, tus palabras están más allá del alcance del
entendimiento que me has dado.
—Yo Soy... más allá de todo entendimiento, Registrador.
Consciente de lo que debía hacer a continuación, Registrador
puso el libro delante de sí y ocupó su puesto junto al trono. Hizo
una pausa y miró de nuevo a su Señor, sabiendo que El aún no había
terminado de hablar.
—He acabado todas las cosas.

6
—¿Que has... acabado? —respondió el asombrado ángel.
—Antes de Yo crear todas las cosas, acabé todas las cosas.
—Señor, Tú sabes que no entiendo eso.
—Cierto. No obstante, anota en el Libro de Registros lo que he
dicho.
Registrador levantó la pluma y escribió en la primera página
del libro: “Antes de que el Creador de todas las cosas creara... El
acabó todas las cosas.”
—Señor... percibo que aún tienes algo más que decir.
—Anota esto también en el registro: Hay un Misterio oculto en
mí. Un Misterio en Mí, desconocido para todos... escondido en Mí
desde antes de la creación del mundo.
—Registraré esto también —respondió el austero ángel.
Una vez más Registrador escribió en el libro las palabras de
su Señor. Entonces, de repente, Registrador se volvió y dijo:
—¡Señor! Hay algo más.
El Señor no respondió, sino que comenzó a fluir de El un
raudal de luz como ríos de fuego blanco. Registrador se cubrió el
rostro. Ese resplandor siguió creciendo. El ángel empezó a vacilar,
aterrado de que fuera a ser consumido por la gloria.
La brillantez de ese raudal de luz siguió creciendo en
espiral, tornándose ahora en un llameante horno de oro. De una
manera intuitiva Registrador sabía que habría de encarar de lleno a
su Señor. Así que, descubriendo los ojos, alzó la vista. Las
vestiduras de su Señor estaban fluyendo alrededor de El como en
ondas líquidas de fuego dorado.
Registrador cerró los ojos apretadamente, vaciló por un
momento y volvió a mirar.
—¡Oh, no! ¡No! —gritó de pronto Registrador horrorizado—. ¡No
es posible!
—¿Qué es lo que ves, Registrador?
—¡Oh, mi Señor! En tu costado... hay... una cicatriz. Has sido
herido.
—No, Registrador; no herido. He sido inmolado. Inmolado antes
de la fundación del mundo.
—Escribe en las crónicas de la creación lo que has visto y lo
que has oído. Después sella estas páginas, a fin de que ningún ojo
vea lo que has escrito. Estas palabras han de permanecer
selladas... hasta...
—¿Hasta cuándo, mi Señor?
—¡Hasta la plenitud del tiempo!
—Y ahora, Registrador, retrocede y ocupa tu lugar junto al
trono. Registra lo que veas, porque estoy a punto de crear las
cosas eternas... ¡así como a tus compañeros!

7
PARTE

I

8
CAPITULO

Uno

Con un rápido movimiento el Señor pasó la mano por el horizonte de
la nadedad∗. De repente aparecieron, como en un estallido, primero
tres y enseguida millares de millares de seres de luz deslumbrante.
Todos a una se volvieron, quedando de frente a Aquel que los
había hecho. Enseguida se dividieron en tres huestes innumerables.
De en medio de uno de aquellos inmensos grupos se levantó una
aterradora criatura que tenía en la mano una espada tan inmensa,
que ciertamente podía tajar la eternidad en dos.
—Yo soy Miguel, el primero de los principales príncipes.
Otra criatura de semejante apariencia terrífica se levantó de
en medio del segundo grupo de seres, portando en la mano una
poderosa trompeta.
—Yo soy Gabriel; la segunda hueste de mensajeros es ahora mi
encomienda.
Por último, de la tercera hueste se levantó un ser de
indescriptible hermosura.
—Yo soy Lucifer, el ángel de luz, el más glorioso de todos los
que has formado. –Habiendo dicho estas palabras, el Hijo de la
mañana subió por encima de la tercera hueste de ángeles y tomó su
puesto cerca del trono de Dios.
Movidos por un instinto celestial, arcángeles y ángeles a la
par alzaron su voz en un rugido ensordecedor:
¡Honor a Aquel que era antes de todas las cosas!
El Señor se unió a ellos en un potente grito, gozoso por haber
adquirido compañía. El gozo y la alabanza se unieron cuando la
creación combinó el júbilo con la alabanza en la inauguración de su
nacimiento.
En ese grandioso momento el Creador optó por revelar toda su
gloria a los que eran su creación. Conforme su gloria irradiaba a
través de las extensiones de la eternidad, las huestes angélicas lo
circundaron... lo creado saludaba al increado. Sólo en tres
ocasiones en todos los anales de la eternidad, se habría de
registrar que se ejecutaría semejante crescendo de gritos y
cánticos y alabanzas con tal desenvoltura.
∗

Nothingness en el original. Es un término abstracto que el autor usa en sus obras y que no tiene
correspondiente exacto en español. ‘Inexistencia’ no da la idea, ‘nadedad’ sí. (Nota del traductor.)

9
¡Señor nuestro!
¡Eres antes, más allá y por encima de la eternidad!
Señor nuestro, Creador nuestro y Dios nuestro.
—Ahora vayan, y exploren su morada –gritó el Señor.
De inmediato, aquellos seres espirituales se dispersaron
saliendo por las inmensurables extensiones e ese ámbito recién
creado que vendría a ser llamado la eternidad.

10
CAPITULO

Dos

Los ángeles formaron parejas al viajar a través de los lugares
celestiales. Al atravesar aquel dominio de lo eterno, cada ángel
compartía con su compañero la revelación que surgía en su espíritu.
—Sé quién soy. Por algún instinto que no puedo explicar, sé mi
nombre y el propósito de mi existencia –declaró un ángel a su nuevo
amigo.
—¡Igual que yo! –respondió el segundo.
—¡Yo soy Exalta!
—Y yo soy Gloir.
—Fuimos creados para servir, sabes –observó Exalta, mirando
sus poderosos brazos y manos.
—¡Qué maravilloso! ¡Para servir! –respondió Gloir—. Y sin
embargo, no hay nadie a quien podamos servir. Pero el Señor aun no
ha terminado, sabes –siguió diciendo—. Nuestro Creador tan sólo ha
empezado. Antes de que pase este día, habrá más cosas.
De pronto Exalta se detuvo; su espíritu fulguró.
—¡Percibo algo! Sí, nuestro Señor nos llama de vuelta al
trono. ¡Está a punto de crear nuevamente!
—¡Sí! –exclamó Gloir—. ¡Pronto, al trono!
Desde las ilimitadas expansiones de la eternidad los ángeles
se abalanzaron hacia el trono y allí se congregaron alrededor de su
Señor, rodeándolo en una luz calidoscópica. Al tiempo que lo hacían, su Señor se dirigió hacia esa parte de los lugares celestiales
donde el ámbito espiritual parecía terminar.
—Escúchenme, acompañantes míos –dijo—. Más allá de esta
Frontera yace un abismo de nadedad no nacido aún.
El Señor hizo una pausa y levantó la mano. Los ángeles cesaron
de volar en círculo.
Con una voz que tronaba alejándose a través de aquel abismo,
el Creador exclamó:
Voy a crear ahora un segundo ámbito celeste. Este espacio será visible. ¡De
modo que también tendrá medida!
—¿Visible? –dijo Exalta, perplejo por el término sin sentido
para él.
—¿Medida? –añadió Gloir, mostrando una similar perplejidad.
—Es que nosotros no entendemos qué significan esas cosas, ¿no
es verdad? –dijo Exalta.
—¡No! Pero lo sabremos enseguida –respondió su compañero.
El Creador levantó las manos, irguió la cabeza y habló:
—¡Haya luz!

11
De repente hubo luz, como en un estallido, la cual se
precipitó a través de lo que un momento antes había sido nadedad.
Simultáneamente, desde la garganta de todos los ángeles brotó
un “¡Ooooo!” de delectación.
—¡Pero si la podemos ver! –susurró Exalta.
La luz se extendió por toda aquella inmensurable esfera, que
era vasta aun de acuerdo con las normas angélicas. Con todo, a
diferencia de los lugares celestiales, este ámbito tenía límites.
—Por todos lados puedes hallar sus límites –observó Gloir
desconcertado.
Allá adentro, en lo más recóndito de los ángeles, algo les
dejó saber que este segundo ámbito, a diferencia del ámbito de
ellos, era temporal. No era para siempre.
—¿Visible? –consideró Exalta—. Y limitado.
—Y temporal –añadió Gloir.
Entonces Gloir, con el ceño fruncido, se volvió hacia exalta.
—¿Y qué significa eso? –le preguntó.
—Yo no sé –contestó Exalta, igualmente desconcertado—. Es
obvio que lo finito y lo visible son cosas demasiado grandes para
que nuestro espíritu infinito lo comprenda.

12
CAPITULO

Tres

Al principio mismo del día segundo, el Señor convocó una vez más a
la hueste celestial a una reunión.
—¡Vengan todos! Entraremos en la esfera visible.
De inmediato toda la hueste angélica pasó al otro lado de la
Frontera, entrando así en el ámbito temporal.
Una resplandeciente estela de luz viviente comenzó a descender
en espiral por las extensiones del espacio desprovistas de
escaleras, conforme el Señor mismo guiaba hacia el centro de la
creación visible aquella procesión de ángeles, que iban con los
ojos muy abiertos. Y al tiempo que esa guirnalda de ángeles
descendía velozmente, ninguno de ellos podía evitar el fuerte
impulso de estirar la cabeza hacia atrás y hacia adelante, para
observar la increíble escena que ellos mismos estaban originando al
descender raudamente dentro de ese mundo visible.
Incontables ojos invisibles se sumergían en la inexplicable
hermosura de la creación hermana. Había gloria en todas partes.
¡Gloria visible!
—¿El hizo todo esto con una palabra? –musitó Gloir a nadie en
particular, asombrado.
—¿No es maravillosa la luz? –exclamó Exalta—. ¡Es una
semejanza! ¡Una semejanza viva de la luz que resplandece sobre la
faz de Dios!
Al aproximarse todos al centro mismo del ámbito material, el
Señor levantó la mano. Aquella viviente procesión de luz se detuvo
y esperó.
—En este lugar volveré a crear. Por cinco días estaré
trabajando aquí.
A continuación, la hueste angélica se dispersó hacia todas
partes a fin de explorar aquel sagrado sitio. Lo que hallaron fue
una ristra de oscuros planetas que entrelazaban su curso, en orden
de sucesión, a través de una pequeña expansión. Había ocho de tales
planetas, pero todos notaban una brecha en esa serie. Algo había
sido dejado fuera.
¿O era que había algo que no se había insertado aún?
—Hasta este momento Yo he creado tan sólo una cosa. Sólo he
creado los cielos invisibles y los cielos visibles. Y ahora voy a
crear... la tierra.
—“¿Tierra?” –preguntaron en su espíritu todos los ángeles.

13
—Aquí, en este lugar voy a crear... el planeta favorecido.
Con intuición espiritual, toda la hueste angélica prorrumpió
nuevamente en un cántico que vendría a ser conocido eternamente
como el Cántico de la Creación
Por encima del sublime sonido de su cantar celestial se podía
oír la voz del Señor. Sus palabras armonizaban perfectamente con la
exuberante alabanza de los ángeles:
—¡Miren! ¡El brillante globo azul! –dijo.
Desde la punta del dedo del Señor cayó suavemente una
exquisita gota de lo que al principio parecía ser agua de un color
azul profundo. Pero conforme los ángeles continuaron mirando con
admiración esa maravillosa cosa, vieron que aquello que había caído
del dedo de su Señor, era un planeta espléndido y brillante.
Los ángeles continuaron su cántico, al tiempo que todos
los ojos y espíritus angélicos convenían en que aquel orbe,
cubierto de agua azul rutilante, sería la más hermosa esfera que
habría de surcar jamás el ámbito visible.

14
CAPITULO

Cuatro

Al comienzo del día tercero el Señor declaró:
—Ahora voy a hacer que se descubra y se levante la tierra seca
de en medio del agua azul oscuro.
Al decir estas palabras, surgió de las aguas la tierra seca.
Sobre la tierra aparecieron montañas y collados, ríos y arroyos,
océanos y lagos.
—¡Ahora voy a hacer aparecer otra forma de vida! –gritó el
Creador.
—¡Ooooo! —exclamaron una vez más los ángeles con agradable
sorpresa—. ¡Compañía!
—Voy a crear... –El Señor hizo una pausa, indicando así a sus
compañeros que El tenía otra sorpresa más—. Voy a crear una forma
de vida que es visible.
—¡Ooooo! –exclamaron nuevamente los ángeles—. ¿Vida visible?
¿Es posible eso?
—Yo nunca habría considerado semejante cosa –observó Exalta,
confundido.
—Ni yo tampoco –convino Gloir.
Apenas el Señor hubo terminado de hablar, comenzaron a brotar
del suelo tallitos verdes de algo.
Entonces todos los ángeles, sin excepción alguna, se tiraron a
la superficie del planeta, cayeron de rodillas y se pusieron a
contemplar con admiración la hierba verde que brotaba debajo de sus
manos y pies.
—¿Es esto realmente una forma de vida? –preguntó Exalta al
levantar, perplejo, la cabeza—. Es que esto no... bueno, ¡esto no
se mueve!
—Este... yo no sé –respondió Gloir pensativamente—. Ondea un
poco hacia un lado y otro.
—Tú sabes lo que quiero decir –exclamó Exalta indignado—. Todo
lo que vive, se mueve por todas partes... ¿no es cierto?
Pero Gloir se encontraba pedido en sus propios pensamientos al
mirar con atención ese... algo verde.
—¿Y esto necesitará realmente nuestro servicio? –preguntó
reflexivamente.
En ese momento otro ángel cercano se puso de pie y gritó:
—¡Miren allí!

15
De inmediato toda la hueste angélica se volvió y comenzó a
regocijarse. Al hacerlo, los ángeles (como hacen siempre los
ángeles) comenzaron a aclamar juntos:
El Señor ha entretejido semejanzas de Sí mismo en su creación. Hoy nos
proporciona una semejanza del Arbol de la Vida. ¡Sobre la faz del planeta
favorecido ha puesto incluso semejanzas del glorioso árbol del cielo!
—¡Oh, qué maravilloso! –exclamó Gloir al observar cómo un
inmenso bosque de árboles brotaba a la existencia.
—¡Sí, qué admirable! ¡Adondequiera que miramos, se ven
semejanzas! Semejanzas de nuestro ámbito y semejanzas de nuestro
Señor. Exalta, esto se está volviendo UN lugar de maravillas.
—¡Arboles vivientes, aquí, en este ámbito! –añadió Exalta con
admiración—. Arboles que tanto hacen recordar el Arbol de la Vida.
Bueno, no exactamente lo mismo, desde luego. No existe nada tan
inmenso y tan viviente como el Arbol de la Vida.

16
CAPITULO

Cinco

El Creador de todas las cosas siguió trabajando, hasta que llegó el
día cuarto. Entonces hizo una pausa y, más pensativamente que nunca
antes, creó algo que no era viviente. Colgó una pequeña luna justo
afuera de los cielos de la tierra.
Hecho eso, el Creador colocó una inmensa bola en el mismísimo
medio de los nueve pequeños planetas. Entonces la tocó, y ese
gigantesco globo estalló en un hirviente fuego que iluminó el mundo
de los nueve planetas.
Y en el mismo instante en que el Señor encendió el sol de la
tierra, también creó las estrellas – cien mil millones de bolas de
rutilante luz.
El esplendor del sol de la tierra llenó el día, en tanto que
de noche la luna de la tierra reflejaba la gloria del sol.
—¡Más semejanzas! ¡Más semejanzas de nuestro Señor! –observó
Exalta encantado.
Para la noche del día quinto, el planeta favorecido rebosaba
de una miscelánea de vida. Multitud de criaturas llenaban el mar,
mientras que seres alados llenaban el aire. Los atentos ángeles
tuvieron el presentimiento de que el sexto día vendría a ser el
gran final de la creación.
Y así fue, pues todo el día sexto fue dedicado enteramente a
crear nuevas formas de vida. Y cada vez que su Señor creaba, los
ángeles observaban que la forma de vida que El hacía aparecer, era
algo superior a la anterior. Tampoco les pasaba inadvertido que
cada vez que creaba, las semejanzas de Sí mismo que El entretejía
tan diestramente en cada criatura, se hacían cada vez más
distintas.
Fue hacia la mitad del día sexto que el Señor creó un ser que
era más parecido a Sí mismo que ningún otro ser viviente. La hueste
angélica entera rodeó esa pequeña criatura, cantándole con una
mezcla de honor y temor reverente.
—¡Nuestro Señor ha creado una semejanza tan bella de Sí mismo!
—Sí; una semejanza más completa que todas las demás.
—Una semejanza casi perfecta de todos sus caminos, de su
naturaleza y de su gloria —susurró Exalta.
Desde luego, estaban hablando de un corderito.

17
CAPITULO

Seis

Ya estando bien avanzada la tarde del día sexto, era obvio para
todos que la obra de creación del Señor estaba llegando a su fin.
Entonces el Creador dio un paso atrás y observó todo lo que
había hecho. Con su aguda vista, los ángeles notaron que, por un
breve instante (por primera y única vez en toda la historia
eterna), el Señor pareció ligeramente cansado. Si continuaba
trabajando a ese paso, observaron, podría incluso necesitar
descansar al día siguiente.
—El Señor está a punto de crear el último ser viviente —
susurró Gloir entendidamente a Exalta.
—Creo que sé qué va a ser esa criatura —respondió Exalta.
—¿Y qué será? —preguntó Gloir un poco incrédulamente.
—¿Has notado que cada vez que el Señor crea una nueva forma de
vida visible... la misma es superior a la anterior? Bueno, creo que
es razonable... que ahora vaya a crear...
—¿A crear qué? —respondió Gloir impaciente.
—La creación final de la tierra será un... bueno... un ángel
visible.
¡No hay nada tal como un ángel visible! —replicó Gloir.
—Sí, es cierto... bueno, hasta ahora... Pero...
La conversación angélica se detuvo imprevistamente. El Señor
estaba a punto de hablar.
—Ahora —dijo El—. Esta palabra fue pronunciada con expectación
y finalidad. Todo espíritu latía emocionado, porque era obvio que
un gozo muy grande se agitaba en lo profundo del ser del Señor.
Ahora viene mi acto final de creación. Después de esta última criatura nunca
más volveré a crear. ¡Nunca más! Ni en los cielos, ni en la tierra. Lo material
—que comprende espacio, tiempo, materia y dimensión— llega a su conclusión creativa, como también el ámbito de lo espiritual.
En este momento la creación carece de una sola cosa... ¡De su Propósito!
Todos los ángeles jadearon. Ese era un pensamiento que ellos
habían conocido instintivamente, si bien nunca se había expresado
en palabras: ¿Por qué motivo creó nuestro Señor? ¿Cuál es la
finalidad de esta creación?
—Ahora, a realizar mi Propósito.

18
El Señor pronunció esa palabra de una manera que los ángeles
no habían oído nunca antes. ¡El Propósito! Era una expresión que no
se había de indagar, sino ver.
Aquí el Señor se volvió y enfrentó a toda la ciudadanía
celestial. sus ojos flameaban. Eran como llamas de una luz
increada.
—Entiéndase bien esto —declaró—: Toda la creación ha sido
hecha a causa de esta criatura. ¡Solamente de ésta!
Ahora la expectación era verdaderamente electrizante. Exalta
estaba tan ansioso de gritar alabanzas, que creía que su espíritu
estallaría.
Entonces el Señor fue hasta el centro mismo de la superficie
del planeta favorecido. Enseguida, y en forma muy deliberada, se
agachó y metió las manos suavemente en el húmedo suelo rojizo.
Debido a que el Creador habría de utilizar la arcilla de la
propia tierra, los ángeles inmediatamente comprendieron (o creyeron
haber comprendido) que esta criatura pertenecería tan sólo al
planeta verdiazul.
Con sumo cuidado, el Señor empezó a amasar y esculpir la
arcilla rojiza. Haciendo uso de nada menos que el pleno espectro de
su divina habilidad artística, el Creador plasmaba una figura
sumamente exquisita.
Pero, inexplicablemente, cada pocos momentos el Señor se
detenía, reflexionaba y luego continuaba plasmando. Ese era un
gesto nunca antes observado en El. Ni los ángeles captaron del todo
su pleno significado... al menos al principio. Pero había algo que
sí comprendieron. Emergiendo de la arcilla aparecía la más bella
criatura de todo el ámbito visible.

19
CAPITULO

Siete

Uno de los arcángeles se deslizó junto al Señor e inquirió, con lo
que parecía la más grande curiosidad:
—¿Estará éste sobre nosotros?
—No —respondió el Señor, sin detenerse en su labor—. Será
creado un poco menor que los ángeles. Al menos... al principio.
Pero éste no será su estrado final.
—Hasta entonces ¿él nos servirá? —preguntó el más hermoso de
los ángeles.
—No, —respondió el Señor—. Ustedes lo servirán a él. Esta es
mi naturaleza. El mayor servirá al menor.
—Y esta criatura, formada de barro y arcilla... ¿será tan
hermosa como nosotros? —prosiguió el arcángel.
—El será tan... El será tan hermoso como incluso un arcángel.
Tal vez hasta más hermoso... porque...
Todos los ángeles hicieron un gran esfuerzo para oír las
palabras siguientes.
—Como puedes ver, él será formado a... mi... imagen.
—Hubo un momento de pasmado silencio, al tiempo que toda
mirada se desplazaba hacia aquella figura de arcilla.
—¡Es verdad! —exclamó Exalta, que a menudo era el primero en
romper el silencio angélico con sus exaltaciones.
Primero un ángel y luego otro y otro se unieron a la
aclamación de Exalta. La alabanza, a manera de una ola inmensa,
creció hasta llegar a un rugido atronador, que sacudió la textura
misma del universo al resonar a través de las galaxias.
—¡Yo lo sabía! ¡Yo lo sabía! —exclamó Gloir—. ¡Sabía que yo he
sido creado para algo! ¡He de servir al que ha sido hecho a imagen
de mi Dios! ¿Cuán maravilloso puede ser lo maravilloso?
Así, pues, aconteció que en ese momento de revelación, los
ángeles comprendieron por qué su Señor había hecho tan frecuentes
pausas al moldear esa arcilla. El había estado reflexionando sobre
su propio ser, esculpiendo luego en la arcilla visible las marcas
de sus propias características invisibles.
En breve los ángeles volvieron a quedar silenciosos para no
perderse ni un instante de los momentos finales de ese drama que se
estaba desarrollando allí.

20
El Señor se puso en pie y se quitó la arcilla de las manos,
luego dio un paso atrás, estudió la figura de arcilla y musitó
algunas palabras demasiado suaves como para que oído alguno las
pudiese oír.
—Al fin, mi obra maestra. El escogido.
Los ángeles acallaron todo menos su respiración. ¿Y ahora,
despertaría El a esa criatura? Y si así fuese, ¿cómo lo haría?

21
CAPITULO

Ocho

Inmóviles, los ángeles esperaban que su Señor extendiera la mano y
tocara la inánime figura de arcilla que yacía en el suelo y le
diera vida. Entonces la misma se levantaría y tomaría su puesto en
el planeta favorecido como la criatura suprema de la tierra — un
ser a tono con el ámbito material.
O así lo supusieron.
En cambio, el Señor dejó de contemplar la arcilla esculpida y,
volviendo el rostro, su mirada se extendió, primero a través de la
vasta expansión de espacio y tiempo, y luego, ¡más allá de la
Frontera! Parecía estar midiendo la distancia que había entre la
figura de arcilla y el lugar donde comenzaba el ámbito invisible.
Dejando totalmente desconcertada a toda la hueste angélica, el
Señor partió del planeta visible atravesando la atmósfera de la
tierra y los cielos estrellados. Pero sacudiéndose enseguida su
asombro, los ángeles se abalanzaron tras El.
El Señor se detuvo exactamente a medio camino entre el
brillante globo azul y la Frontera.
Asombrados, los ángeles vieron cómo su Creador extendió sus
omnipotentes brazos y, tomando al planeta favorecido con una mano y
al ámbito invisible con la otra, comenzó a traerlos uno hacia el
otro. Fue aproximando cada vez más la Frontera hacia el pequeño
planeta llamado tierra.
Ahora ya lo visible y lo invisible virtualmente casi se
estaban tocando.
Lo material y lo inmaterial
Lo visible y lo invisible.
Lo dimensional y lo no dimensional.
Lo físico y lo espiritual.
El planeta favorecido y
el otro ámbito
estaban a punto de tocarse.
Allí, ante los ojos de los extasiados ángeles se estaba
desenvolviendo el más desconcertante momento de todos los actos de
la creación.

22
Parte

II

23
CAPITULO

Nueve

Ahora, con los dos ámbitos prácticamente tocándose, los ángeles
contemplaron algo que, aun cuando los ojos podían ver, los
espíritus no podían comprender. ¡El Arbol de la Vida estaba
desplazándose desde el cielo hacia la tierra! Acompañando al Arbol
de la Vida venían las más sublimes glorias y las más imponderables
riquezas de los lugares celestiales.
En alguna parte de lo más recóndito del espíritu de
Registrador nacieron estas palabras:
“La escena que veo ahora, la habré de contemplar de nuevo en
alguna edad futura en una gloria aún mayor.”
Pero las palabras que surgieron en el espíritu de Registrador,
eran palabras que él no se atrevió registrar.
—¡El Arbol de la Vida desciende del cielo a la tierra! ¿Qué
podrá significar esto? —Preguntó Gloir pasmado.
Por un momento indescriptible, el Arbol de la Vida y las
riquezas del cielo parecieron estar como suspendidos entre los dos
ámbitos. En ese inolvidable momento, el cielo tocaba al árbol por
un lado y la tierra lo tocaba por el otro. Entonces el cielo y la
tierra empezaron a traslaparse. Las riquezas de los lugares
celestiales y las riquezas de la tierra se entremezclaron... y de
repente formaron un vasto huerto en cuyo centro se encontraba el
Arbol de la Vida.
¡Las glorias de dos universos se habían entrelazado, viniendo
a ser uno!
El huerto en que los dos ámbitos armonizaron, era tan vasto
como todo un subcontinente. Ahora los dos ámbitos: el espiritual y
el material, compartían un terreno común en un mundo de maravillas
botánico, de una belleza y riqueza indescriptibles. Ahora la
creación podía vanagloriarse de un lugar que no era ni el ámbito
visible ni el ámbito invisible. De hecho, el huerto era ambas
cosas... al mismo tiempo.
Ese fue el momento más electrizante y de mayor expectación en
la creación.
—Un huerto, —exclamó Exalta—. Una gloriosa combinación de la
suprema belleza de dos ámbitos, que forma un lugar más hermoso que
cualquiera de los dos.
Al instante los ángeles se abalanzaron desde arriba hacia la
entrada del huerto. No había más que un sólo pensamiento en todo
espíritu: ¡Cómo debe de ser, este huerto!

24
¡Ciertamente la creación de semejante lugar no había pasado
nunca por la mente de los ángeles! ¡Ninguna criatura había soñado
jamás con semejante combinación de la gloria material y la gloria
espiritual! Por cierto ése era un lugar adecuado para el mismísimo
trono de Dios.

25
CAPITULO

Diez

Ninguna pluma mortal describirá jamás, ni ninguna lengua de ángel
declarará, lo que los ojos de los ángeles contemplaron aquel día
cuando pasaron flameantes por el huerto, procurando comprender los
ámbitos inmezclables combinados en uno.
Algunas porciones del huerto eran invisibles, otras eran
visibles. Algunas más eran tanto visibles como invisibles, por lo
que venían a ser una gloria mayor que cualquiera de las dos.
—¿Vive alguien aquí? —preguntó Exalta a media voz.
—Esto no es nuestro hogar, puesto que somos espíritus; el
mundo espiritual es nuestra morada —razonó Gloir.
—Tampoco puede ser la morada de Dios, porque El también es
Espíritu.
—¿Puede esto ser el hogar destinado para el reino animal?
—¡Desde luego que no! —fue la enfática respuesta de Exalta—.
Los animales están hechos del polvo de la tierra, y la tierra es su
morada. Además, ellos no pueden ver lo invisible.
—Bueno, alguien vive aquí. ¡O debe de vivir! ¡O va a vivir!
Pero a fin de armonizar con esta habitación, tendría que ser una
criatura compuesta de elementos de los dos ámbitos. Ciertamente
éste es el lugar más maravilloso de toda la creación en que alguien
haya de vivir. Pero no hay nadie que corresponda a un lugar que es
tanto el cielo como la tierra.
—¡La arcilla! ¡La escultura de arcilla! —exclamó Exalta—.
¡Mira! Su figura yace justamente afuera de la entrada del huerto.
Este huerto habrá de ser su hogar.
—¿Podría ser? —preguntó Gloir no muy seguro.
—No, no es posible —continuó, procurando sonar ni seguro ni
inseguro al mismo tiempo—. Después de todo, la arcilla, caso de que
llegue a vivir, sería de la tierra y solamente de la tierra. Igual
que los animales, él está hecho de arcilla.
—Entonces no hay nadie que pueda reclamar legítimamente este
lugar, —murmuró Exalta con tristeza.
Dos ámbitos se han tocado en este gozoso día.
El cielo y la tierra son uno.
Nadie ha soñado nunca
un sueño tan glorioso como éste.

26
¿Puede este misterio hallar su respuesta
en la arcilla silenciosa?
—¡Exalta, mira! Nuestro Señor ha vuelto a sus labores.
Algo renuentes, los ángeles abandonaron el huerto y rodearon a
su Señor. Observaron con mirada fogosa cómo su Señor se inclinaba
sobre la misteriosa criatura, hecha del polvo de la tierra, pero
que yacía tan, tan cerca de la entrada del huerto.

27
CAPITULO

Once

—La criatura que yace a mis pies será llamada Tierra Roja, porque
él es de este planeta y de este planeta será ciudadano.
El Señor hizo una pausa, proporcionándole así un instante a
Gloir para decirle al oído a Exalta:
—Tierra Roja será para este ámbito lo que los arcángeles son
para el nuestro. Sin embargo, fíjate, el huerto no es de él.
Pero Gloir habló demasiado pronto, pues el Señor continuó:
—El será igualmente, desde todo punto de vista...
El Señor hizo otra pausa, y luego le susurró suavemente a la
hueste angélica:
—Quédense aquí.
Aquel mar de ángeles se abrió al pasar el Señor ascendiendo
por en medio de ellos. Ninguno lo acompañó, aun cuando todos
deseaban vivamente hacerlo, ya que su Señor parecía estar yendo
hacia el ámbito invisible.
Esta vez el Señor se precipitó más allá de la Frontera y
siguió hasta el centro de los lugares celestiales, ¡hasta el trono
mismo! Una vez allí, echó hacia atrás la cabeza y bebió las brisas
del cielo, el aire mismo de los lugares celestiales. El aliento
celestial penetró en lo profundo de su seno, donde lo encerró en lo
más íntimo de su ser. Rápidamente volvió a descender al planeta
favorecido.
Una vez más el Señor se arrodilló junto a la figura de arcilla
esculpida. Entonces, para asombro de los ángeles, empezó a soplar
con suavidad aquel hálito del ámbito espiritual, bien hondo dentro
de aquella figura hecha del polvo de la tierra. El hálito santo,
invisible, procedente del universo de los mundos no visibles,
penetró por las inertes ventanas de la nariz de la inanimada figura
que pertenecía a la tierra.
¿Osaban los ángeles creer que lo celestial y lo terrenal
podían llegar a ser uno... dentro de una criatura viviente?
La acallada y quieta hueste de ángeles observó cómo ese
resplandeciente y latiente aliento fluía suavemente, descendiendo y
penetrando en las profundidades de la hermosa figura de arcilla. La
luz del hálito celestial penetró más y más hondo, dentro de las
partes más recónditas de la arcilla. Por último, el hálito de vida

28
se juntó en un minúsculo espacio, haciendo su morada en las
porciones más recónditas de la figura de arcilla.
Aquel aliento de luz trémula procedente de otros ámbitos,
comenzó a abrillantarse e intensificarse. Poco a poco su luz se fue
esparciendo por todo el interior de Tierra Roja, hasta que, por
último, brotando de la superficie de la arcilla desnuda, revistió
al hombre con una vestidura de luz.
Arcilla de este ámbito y aliento del cielo del otro, he aquí
una criatura de dos mundos. Él es el único ser que es ciudadano de
los dos ámbitos.
Delante de ustedes está uno que se desplazará sin confines entre las dos
creaciones. Para él no hay frontera. Los dos ámbitos son uno sólo. Lo he hecho
heredero de las riquezas de la tierra, y heredero de las riquezas de los
lugares celestiales. Las dos son suyas. En parte material, en parte espiritual,
el que ustedes ven delante de sí es uno como ningún otro.
¡Vean mi obra maestra!
Después de decir estas palabras, el Señor se apartó de la
figura de arcilla para observarla y esperar.
La escultura de arcilla, vestida ahora de pies a cabeza de un
suave resplandor, rebullía. De repente, su cabeza suavemente
resplandeciente se separó del suelo. Con un aire de realeza que
hasta un ángel podía envidiar, el hombre se levantó y se enderezó
completamente hasta alcanzar su plena estatura; pestañeó, y
abriendo sus briosos ojos negros, recorrió lentamente con la vista
la escena que tenía delante.
La hermosa criatura de arcilla roja y purísima luz se encaminó
hacia los ángeles con una dignidad no diferente de la de su
Creador, y extendió las manos como saludando a viejos amigos.
En ese momento, nadie en la tierra ni en el cielo ponía en
duda que Tierra Roja era lo más hermoso de toda la creación.
—Más glorioso que yo —observó el ángel de luz.
Ahora tampoco había duda alguna acerca de quién habitaría en
el huerto. Lo mejor y más elevado de la gloria de dos ámbitos se
unían ahora... en un huerto... y en uno llamado hombre.
—Nos puede ver —dijo Exalta con voz ahogada.
—¡Ve lo invisible! —balbuceó Gloir.
—Es glorioso más allá de todo lo imaginable.
—¡Lo que nos espera cuando él se vuelva y los dos seres más
gloriosos de todos se encuentren cara a cara!

29
30
CAPITULO

Doce

La hueste angélica se elevó de la tierra y lenta, casi
reverentemente rodeó a Tierra Roja. La luz del hombre quedó
eclipsada
en
la
luz
de
incontables
millones
de
ángeles
brillantemente refulgentes. Los ojos de la viviente e iluminada
figura de arcilla se inundaron con la belleza de la gran multitud
que la rodeaba. Ellos, a su vez, se maravillaban de que semejante
grandeza y majestuosidad pudieran ser hechos visibles.
El Señor, que seguía observando desde cierta distancia, daba
testimonio de la magnitud de ese momento tan sólo con la llama de
fuego de sus ojos.
Los ángeles ensancharon su círculo de luz desbordante, hasta
que el mismo llegó a rodear tanto a Adán como a su Señor.
En ese momento de esplendente gloria y de luz deslumbrante, el
hombre se volvió por primera vez, viniendo a quedar frente a su
Señor. Entonces los ojos de ambos, resplandecientes como diez mil
fuegos, se encontraron.
Tan sólo el hombre y Dios comprendieron la profundidad del
significado de ese momento.
Es muy propio de la naturaleza de las criaturas medir a otros
comparándolos consigo mismas; por eso, los ángeles esperaban que el
hombre, así como hacen los ángeles, prorrumpiera en alabanza en ese
momento de gloria sin paralelo. ¡Pero él no hizo nada de eso! En
cambio, la gloria de la luz que había en el hombre estalló en
torrentes de luz deslumbrante, sobrepasada tan sólo por la luz de
la gloria de Dios, alcanzando ambas una intensidad de brillantez
sin paralelo.
Los ángeles se cubrieron los ojos en presencia de esa
manifestación sin precedentes de la gloria de Dios y del esplendor
del hombre, temiendo quedar cegados si no lo hacían. Pero
reconsiderándolo, todos prefirieron arriesgarse a quedarse ciegos,
antes que perderse ese momento de todos los momentos.
—Seguramente —susurró Miguel aterrado—, ahora el hombre caerá
postrado a los pies de su Creador.
Sin embargo, ni Dios ni el hombre se movieron. Parecían estar
compartiendo ese momento en un plano que estaba fuera del alcance
de los ángeles.
—Se comprenden uno al otro —musitó Gabriel.

31
—¿Qué es eso que veo en el rostro de Dios? —exclamó Gloir—. Es
rutilante, y sin embargo, corre como un río.
—Como un diamante viviente que se derrite —respondió Exalta
con tranquila admiración.
—Mira —observó Gloir—. Ocurre lo mismo en el rostro del
hombre. Cualquiera cosa que sea, fluye hacia abajo en el rostro del
Creador y en el de la criatura como corrientes de fuego.
En ese instante de sublime gloria, fue el hombre, apenas
visible por la luz que lo revestía, quien de repente extendió los
brazos y corrió hacia su Dios. ¡En ese mismo momento el Señor de
toda la creación avanzó hacia el hombre con igual naturalidad!
Los dos se unieron en estallidos de gloria y torbellinos de
luz, abrazándose entre sollozos de gozo.
Fue Registrador quien puso palabras, por pobres que puedan ser
las palabras, a la escena final de ese día inolvidable.
Más tarde, al final del día sexto, se añadieron nuevas palabras al léxico de la
creación. Fueron palabras formadas en esa hora, para recordarnos lo que hemos
visto pero que no comprendemos. En este día, nosotros los ángeles hemos
presenciado lágrimas. Lágrimas de gozo. Y algo más. Algo que ninguno de
nosotros conocía. ¡El amor de Dios!

32
CAPITULO

Trece

Al terminar el día, igual que un padre haría con su hijo, el Señor
de todo paseaba con Tierra Roja al aire fresco de la tarde.
En forma casual, los dos fueron caminando hacia la entrada del
huerto. Al ir andando, el Señor compartió con Adán muchas cosas que
deseaba tanto decir y que el hombre deseaba tanto oír.
Sobre este globo azul brillante
Tú sólo has de señorear.
Todo lo que se resista,
Lo has de sojuzgar.
Recuerda mis palabras;
Recuérdalas bien.
El huerto es tuyo para siempre:
Guárdalo bien.
Sobre tu rostro sólo
Están esbozados,
Y no de ninguna otra criatura,
Mi carácter y mis rasgos.
Recorre este planeta,
Recórrelo libremente.
Que todas las cosas vean
Qué sería Dios si fuera visible.
Mira la hierba; mira la fruta
Que cae a tus pies, espontánea.
Esto será tu alimento,
Y todo esto, tu comida.
Por tanto, disfrútalas.
Las hierbas y plantas todas,
Excepto solamente una,
Son tuyas para comer, todas.
Este, y tan sólo éste,
Te hará plenamente completo:
El Arbol de la Vida,
Para que de él comas su fruto.
Y, finalmente, sé fructífero.

33
Multiplícate gozosamente,
Y gobierna con sabiduría
Este globo azul brillante.
Una vez más los ángeles rodearon a Dios y al hombre como en
enjambres de luz.
Con ello, el día sexto llegó a su fin. Y el día séptimo, el
Señor reposó de su obra de creación.

34
CAPITULO

Catorce

En el día octavo, Adán percibió en lo íntimo de su espíritu cuál
había de ser su primera tarea como señor del planeta favorecido.
Entonces, alzando su poderosa voz, gritó una orden que retumbó
desde el Eufrates hasta el mar del medio. Al escuchar el llamado de
su señor, los animales de la tierra corrieron, todos a una, hacia
el señor de la tierra.
Al ir pasando cada pareja de animales delante de él, Adán les
ponía nombre, al macho y a la hembra, dándoles los nombres que
habrían de llevar mientras el planeta favorecido existiese.
Estando Adán en esa tarea, el Señor del señor de la tierra
vino a él y le preguntó:
—¿Es buena mi creación? ¿Es bueno todo lo que he hecho?
—Sí, mi Señor —contestó Adán—. Todo lo que hiciste es bueno.
Pero, con todo, hay algo que no es bueno.
—¿Y, qué podría ser eso? —preguntó el Señor con evidente
complacencia por el rápido discernimiento que Adán había demostrado
tener.
—Mi Dios, mi Señor, mi Creador. Tú lo sabes.
—Sí, es verdad —se apresuró a decir el Señor—. Falta una cosa:
no es bueno que el hombre esté solo.
Y así, en comunión recíproca los dos convinieron en que Adán,
igual que los animales, debía tener una pareja.
Entonces Dios hizo caer un profundo sueño sobre Adán, abrió su
costado y por esa herida abierta le sacó un hueso que resplandecía
suavemente.
—Este ya no es el día sexto —reflexionó Registrador en voz
alta al anotar aquel extraño acontecimiento—. ¿Creará Dios una
pareja para Tierra Roja?
Pero al congregarse los ángeles alrededor del Señor del cielo
y del señor de la tierra, observaron que la pareja para Adán no
estaba siendo creada, sino hecha de la propia substancia de Adán.
La pareja del hombre estaba siendo producida de su propia
estructura molecular.
Y cuando el resplandeciente hueso tomado del costado de Adán
quedó completamente formado y vino a ser la pareja del señor de la
tierra, se le puso por nombre Eva.
Considerando con mente aguda ese acontecimiento único en su
género, Registrador concluyó el registro del advenimiento de Eva

35
haciendo una anotación por su propia cuenta en el margen del Libro
de Registros.
Eva es tan sólo una extensión de Adán. Ella, no creada, es hueso del hombre y
carne del hombre. Esta mujer, esta parte del hombre... este otro yo del hombre,
estaba escondida en Adán. Nadie se daba cuenta de que una mujer, la propia
desposada del hombre, estaba dentro del hombre. ¿Nos ha mostrado algo nuestro
Señor que nosotros dejamos de ver? Adán es la imagen de Dios. ¿Hay un misterio
aquí? Tal vez el Misterio. ¿Es posible que haya una desposada escondida dentro
de Dios? ¿Habrá de ser... el costado de Dios, que yo —y tan sólo yo— he visto
traspasado... su costado... habrá de ser un día abierto... en algún lugar por
ahí, en algún lejano momento en el espacio y el tiempo? ¿Será entonces revelado
que, así como Eva estaba escondida en Adán, asimismo hay un otro yo para
nuestro Señor escondido en lo más recóndito de su ser? ¿Una pareja, para Dios?
¿Una pareja tomada y formada de su vida increada? Esta Eva es hueso de los
huesos del hombre y carne de su carne. Nuestro Dios es espíritu. ¿Habrá de
salir alguien de dentro de El que sea espíritu de su espíritu? ¿Será éste el
Misterio que ahora está oculto en nuestro Señor?
Entonces Adán despertó de su profundo sueño y le fue
presentada esa criatura, más hermosa que el animal más magnífico de
toda la tierra o el ángel más glorioso del cielo. Igual que Adán,
esa encantadora criatura estaba vestida de una suave luz.
En presencia de semejante belleza, Adán (igual que han hecho y
hacen todos los hombres después de él) se esforzó para poner en
palabras los sentimientos de su alma:
Tú eres la primera hija del Edén.
Todo lo que es belleza,
Todo lo que es gloria,
Todo eso junto eres tú. Amén.
Tu cabello trenzado
Salpicado de luz estelar,
Tu cuerpo, hecho por manos divinas,
De marfil viviente labrado.
Tus ojos de esmeralda, los veo,
Destellan fuego de esmeralda.
Ellos cautivan mi corazón,
Y despiertan mi deseo.
En ti la gracia perfecta
Y el perfecto encanto
Hacen perfecta combinación.
Tu rostro al de Dios imita.
Tú eres aquel espacio
donde se atenúa la línea
Que hay entre lo terreno
Y todo lo que es divino.

36
Ni la tierra ni el cielo han contemplado jamás ninguna visión
más extática que ese momento de suprema inocencia y éxtasis en que
el hombre y la mujer se abrazaron, amaron y vinieron a ser uno.
Unicamente
el
siempre
austero
pero
siempre
penetrante
Registrador pudo preguntarse cosas, que ninguna otra mente ni
espíritu podía preguntarse:
—¿Cómo es que el hombre, hecho a imagen de Dios, pudo llegar a
ser uno con su otro yo? ¿Estará oculto aquí el propósito de el
Propósito?

37
CAPITULO

Quince

—Ven, Eva, exploremos nuestro hogar.
Por un momento Eva miró hacia arriba para observar el rostro
de su Señor y ver si las palabras de su pareja tenían la aprobación
de El. Pero con la misma rapidez descubrió que su espíritu, igual
que el de su compañero, conocía la voluntad de Dios.
—Vayan —dijo el Señor—. Me uniré a ustedes cuando hayan
llegado al centro del huerto... y de la tierra... y...
El Señor hizo una pausa, y enseguida añadió:
—¡Y de todas las cosas!
Entonces la primera pareja de la tierra pasó reverentemente
por la entrada del huerto.
El resplandeciente sol se hallaba realizando su majestuoso
recorrido a través de un cielo intensamente azul, haciendo penetrar
sus rayos de luz por entre la espesa palizada de los bosques y
grabando con fuego centelleante las rielantes aguas de algún
distante río. Como una inmensa araña de luz colgada desde una
infinita bóveda, derramaba su luz por entre ramas y hojas, creando
decenas de miles de rutilantes lucecitas en la alfombra de hierba
salpicada de rocío que se extendía delante de ellos.
Conforme la pareja se alejaba deslizándose en aquel ámbito
encantado, las brisas del cielo y de la tierra fueron combinando
sus aromáticas delicias para embriagar el aire con los perfumes de
dos ámbitos. El sol abrió de par en par su dorada puerta para
alumbrar a los ciudadanos de ese reino floral, revelando así su
exquisita vestidura luminosa, enjoyada ahora con los rayos del sol
y ataviada con ornamentos de resplandeciente plata.
El señor y la señora de la tierra se encontraron sumidos en
una escena de interminables luces, colores y formas, todo
contrapuesto la inmensa bóveda azul suspendida en lo alto. Sus
sentidos se anegaron de una belleza tan excesiva, que llegaba más
allá de la medida de su ser.
—¡Qué tesoros imponderables! —susurró Adán—. ¡Y qué arte tan
perfecta!
—¡Qué vistas de hermosura nos ha proporcionado nuestro Señor!
—respondió Eva con una voz llena de temor reverente.
—Entren aún más lejos —gritó una voz desde algún lugar lejano,
allá delante de ellos. ¿O fue un llamado que venía desde dentro de
su espíritu?

38
Adán irguió la cabeza, miró alrededor y venteó el aire como lo
haría un ciervo.
—¿Lo oyes? —preguntó.
—Sí —respondió Eva.
—Un río. Un río que corre y burbujea. Siento cómo vibra.
Percibo su esplendor.
—¡Pronto! —replicó Eva.
Tomándose de las manos, empezaron a correr hacia el sonido de
aquellas lejanas aguas que parecían estar llamándolos. Apenas
habían avanzado en su carrera, cuando apareció una inmensa raíz que
corría a flor de tierra y que obviamente pertenecía a algún árbol
extraordinariamente enorme. Esa gigantesca raíz descansaba en la
tierra como lo hiciera una elevada montaña.
“¿Qué clase de árbol pudiera presagiar esta raíz?” se preguntó
Eva con interés.
Adán apretó la mano contra la enorme raíz.
—¡Esta raíz vibra! Late en perfecta armonía con mi espíritu.
Y... con la música del cielo.
Yo también lo siento. Es como si algo que está dentro de ella
concertara con lo que está dentro de mí.
—Estoy seguro de que cuando lleguemos al árbol al cual
pertenece esta raíz, habremos hallado la más elevada maravilla de
este huerto —declaró Adán.
—Este árbol... tú sabes... —observó Eva— no es originario de
nuestro planeta.
—Es el más elevado contenido del cielo, —convino Adán.
—¡Mira! —gritó Eva—. ¡Allá lejos! ¡Ramas! ¡Y hojas!
—El sonido se hace más fuerte —observó Adán—. Por allí, en esa
dirección... ¡un río!
Como el viento, la joven pareja recorrió la distancia que
había entre ellos y el misterioso río. Las raíces y extensiones de
ese árbol formaban grandes arcadas entre sí, a través de las cuales
ellos corrían.
—Las ramas. Las hojas. Hasta ellas laten con gran energía. Y
desde dentro de ellas resplandecen brillantes colores y...
—¡El río! ¡Veo el río! —gritó Eva.
—El río sigue las extensiones del árbol.
—¿O las extensiones siguen al río?
—¿O es que ambos corren juntos?
Al ir entretejiendo su camino a través de las grandes hojas,
ramas y extensiones del árbol que aún no se veía, de repente el río
apareció a la vista.
La pareja hizo un alto en la ribera del río, arrobada por lo
que veían sus ojos.
—Está lleno de vida —susurró Adán al arrodillarse junto a la
orilla del río.
—Lleno de vida. ¡Una agua que está viva! ¡Que es viva! Clara.
Cristalina y perfecta. Mucho más profunda... mucho... mucho más
ancha que lo que yo pudiese haber soñado jamás.
39
—¡Adán... mira... en el agua... hay oro!
Adán metió la mano en las burbujeantes y murmuradoras aguas.
Volviendo el rostro hacia Eva, le dijo:
—Lo tengo. En la mano.
Al decir esto, sacó un pedazo del resplandeciente metal que
había estado encajado en el borde del río.
—¡Pero, esto también está lleno de vida! ¡Oro lleno de vida!
¡Y allí! ¡Mira! ¡Piedras preciosas! Toda clase de hermosas piedras
preciosas. Y perlas. Todas en el río. ¡Y todas... llenas de vida!
—Adán se irguió y una vez más venteó el medio ambiente. Su
espíritu se esforzaba por hallar la respuesta.

40
CAPITULO

Dieciséis

—El río tiene un nombre. Se llama el Río de la Vida, —declaró Adán
mediante una percepción que le vino desde esa parte de sí mismo que
pertenecía al otro ámbito.
—Pero ¿de dónde fluye? —inquirió Eva.
—Los lugares celestiales eran antes su hogar. Creo que ahora
aun fluye saliendo de los cielos. El cielo y la tierra están unidos
por este río. Y por un árbol. ¡Sí, por un árbol! Un árbol que aún
hemos de ver. El Río de la Vida. Y el Arbol de la Vida. Son la
comida y la bebida del cielo. Pero están aquí para nosotros. Hemos
de participar de ellos como nuestro alimento.
De pronto Adán dio media vuelta y levantó la mano. Eva sabía
exactamente lo que estaba ocurriendo. Su Dios le estaba hablando al
señor de la tierra desde dentro del espíritu de él:
—¿Qué
más,
Adán?
—vino
la
voz
del
Señor,
tronando
silenciosamente dentro del espíritu del hombre—. ¿Qué es lo que
sabes, porque Yo te formé de la arcilla de la tierra y del soplo
del cielo?
—En este huerto hay un río. Un árbol. Oro. Perlas. ¡Piedras
preciosas! ¡Y yo! ¡Un hombre!
—Y algo más —respondió una voz dentro del ser de Adán.
—El trono —susurró Adán—. Señor, tu trono está aquí.
—¿Y...?
—¡Y la desposada del hombre! —gritó Adán, encantado.
—¿Y...?
—No sé qué es, pero veo... ¿una ciudad? No puedo distinguirlo
perfectamente. Pero lo sabré, Señor. ¡Lo sabré!
—Un elemento mas, Adán.
Esta vez Adán giró dando una vuelta completa, como buscando a
alguien.
—¡Eres Tú, mi Señor! Tú también estás en el huerto.
Dentro de este huerto, mi espíritu ve
Un río
Un árbol
Oro
Perlas
Piedras preciosas
Al hombre

41
A la desposada
El trono
Y
¡A Dios!
¡Eva! ¡Todo esto es nuestro hogar! —gritó Adán alborozado.

42
CAPITULO

Diecisiete

La joven pareja continuó ascendiendo más y más, siguiendo siempre
al río que corría en medio de las gloriosas extensiones de un
maravilloso árbol. Y en lontananza, como llamándolos, se escuchaba
el estruendo de lo que sólo podía ser la caída de agua más
grandiosa de la creación.
El sol, que irradiaba sus rayos por todo el huerto, desató sus
dorados rizos y los esparció sobre la rociadura del exótico río. Un
serafín alado pasó por el cielo como un brillante lucero del alba,
anunciando el advenimiento del hombre a ese su legítimo hogar.
—Estamos llegando a una majestuosa pradera —dijo Adán—. Puedo
percibirlo claramente. Nos encontramos cerca del centro de la
tierra y de toda la creación.
Ahora todos los encantos y tesoros del huerto envolvían a la
joven pareja y la introducían a un claro. Los placenteros aromas
del aire ascendían deliciosamente, en tanto que magníficos árboles
y maravillas florales prodigaban su hermosura sobre la alfombra
viviente de verde esmeralda. Ahora todo eso se combinaba con
serafines, ángeles y arcángeles que circundaban y saludaban a la
pareja, dándoles la bienvenida a su hogar paradisíaco.
El hombre y la mujer ocuparon su puesto entre sus visitantes,
mientras todas las miradas se sumergían en el embeleso de ese
huerto de Dios, ese campo de recreo de los ángeles, y eterna morada
del hombre.
Allí, delante de todos ellos, se encontraba el Arbol de la
Vida. Fascinados, Adán y Eva permanecieron parados delante del
árbol, como pudieran estar unas hormigas delante de las montañas
más altas de la tierra.
Hasta donde sus ojos podían ver, hacia el este y el oeste,
torrentes de agua fluían brotando del árbol y formando incontables
millares de cascadas que caían juntas, combinándose en una vasta
catarata que fluía pasando a ser el Río de la Vida, que avanzaba
borbotando, siguiendo su curso para regar el huerto entero. El
árbol se elevaba altísimo sobre el huerto, estando la parte
superior de su corona oculta a la vista en las remotas regiones
celestes.
Al pie del árbol las aguas vivas se juntaban con las
extensiones y ramas del árbol. Y sobre sus ramas crecía toda clase
de frutas exóticas. Agua, extensiones, ramas y frutas se esparcían

43
hacia todas partes en perfecta unión, inundando de belleza y de
vida al huerto, proporcionándole su alimento y su bebida.
—Eva, —susurró Adán.
—¡Allá arriba! Arriba... donde nuestros ojos no pueden ver,
allí, en algún lugar encima de nosotros, encima del río y encima
del árbol, estoy seguro... ¡está el trono de Dios! ¡Todo lo que
vemos aquí fluye del trono de Dios!
Ahora el espíritu de Adán empezó a resplandecer intensamente.
El hombre y la mujer levantaron los brazos en una alabanza
complacida y gozosa. En una forma espontánea, los ángeles se
aglomeraron
alrededor
de
ellos,
añadiendo
los
cristalinos
torbellinos de su calidoscópica luz a ese momento de sublime
arrobamiento. Todo lo creado tuvo la sensación de que con toda
seguridad todos quedarían anegados en gloria cuando el hombre, la
mujer y los ángeles alzaron su voz en una extasiada alabanza.
En medio del sublime éxtasis de ese diluvio de gloria el Señor
apareció y se situó entre Adán y Eva.
—Igual que ustedes —dijo—, este huerto está constituido por
dos ámbitos unidos. De los árboles, plantas y hierbas, participen
ustedes para alimentar su cuerpo. Del río y del árbol, participen
para alimentar su espíritu. Y habiten aquí conmigo, eternamente.

44
Parte

III

45
CAPITULO

Dieciocho

Gabriel cruzó la Frontera con pasos inseguros de regreso al cielo,
en tanto que la mayor parte de sus compañeros que venían
siguiéndolo, cayeron postrados en el piso de zafiro. Otros dejaron
caer su espada y escondieron su rostro en sus temblorosas manos.
Otros más se quedaron parados, sin pestañear, con los ojos
vidriosos mirando confusamente al espacio.
—¡El trono! ¡El Hijo de la Mañana trató de tomar el trono de
Dios! —murmuró Gloir.
—¡Inconcebible! —gimió Exalta, que en ese momento estaba
encorvado de dolor. Su poderosa mano todavía agarraba fuertemente
la empuñadura de su espada.
—De no haber sido por Miguel, seguramente habríamos perdido la
batalla. La fuerza estaba de parte del Hijo de la Mañana y de su
tercio de ángeles.
—Pero la autoridad estaba de parte de Miguel, —contestó en un
susurro Gabriel.
Gloir levantó la cabeza y miró alrededor. Se le acababa de
ocurrir un pensamiento de lo más espantoso.
—¿Regresará él... quiero decir... le es permitido?
Miguel vino con pasos vacilantes al lado de Gloir. Su rostro
todavía reflejaba la agonía de la batalla. Poniendo una mano sobre
el hombro de Gloir, Miguel hizo algo que nadie le había visto hacer
nunca antes, ni nadie le volverá a ver jamás. ¡Miguel hincó una
rodilla!
—Si lo que preguntas es si Satanás tendrá todavía acceso al
trono: sí, lo tendrá. Pero ¿volverá él alguna vez a habitar en este
ámbito? ¡No! Nunca más.
—Entonces, ¿dónde? —preguntó Exalta con ansiedad.
Fue Gabriel quien contestó:
—Estoy seguro de saberlo.
Por un instante Exalta pensó que Gabriel no diría nada más,
como a menudo solía hacer. Pero esta vez prosiguió:
—Una tercera parte del ámbito visible quedó puesto bajo el
dominio del que antes fuera el ángel hermoso. Es allí donde él hará
su morada.
—Pero el planeta favorecido se encuentra dentro de ese
espacio, —gritó Exalta.
—¡El resplandeciente globo azul! —gimió Gloir—. ¿Se atreverá
él a vivir allí?

46
—No en el planeta. Al menos no ahora. El propio planeta
favorecido está bajo el señorío de Adán. Pero los cielos de encima
de la tierra... ¡el primer cielo! Es allí... sí, es allí donde el
Hijo de la mañana deberá vivir. Satanás es un espíritu invisible.
El no es de arcilla, de modo que el cielo de encima de la tierra es
lo más aproximado a una morada espiritual que él hallará en el
ámbito material.
Gabriel hizo una pausa. Luego, midiendo sus palabras, continuó
hablando:
—Yo conozco a ese arcángel. Lo conozco muy bien. El no estará
contento con quedarse confinado a los cielos que rodean la tierra.
No por mucho tiempo.
No llegando a comprender del todo la enormidad de las palabras
de Gabriel, Exalta no pudo menos de preguntar:
—Si ellos se enfrentaran uno al otro en combate, ¿cómo le iría
al hombre frente a... al... condenado?
Exalta titubeó al pronunciar estas sus últimas palabras, en
vista de que nunca antes se había referido al arcángel caído como
el condenado.
—Ciertamente al hombre no le iría bien, de eso estoy seguro.
Es sumamente improbable una batalla imparcial. Esa no sería la
manera del ángel de luz. Y, caso que surgiera una contienda
semejante, debes recordar que el hombre fue creado un poco menor
que los ángeles.
Gabriel hizo otra pausa. Sus siguientes palabras fueron apenas
audibles:
—Esa difícilmente sería una contienda.
—Pero el condenado... —Gloir se estremeció. También a él le
parecía casi imposible llamar a uno de sus compañeros con semejante
nombre—. El condenado... él es réprobo, ¿no es verdad? ¿Y Adán es
perfecto?
Gabriel tomó un profundo respiro, no muy seguro de que osaría
compartir lo que ardía dentro de su espíritu.
—Yo hablaré por ti, Gabriel —se escuchó la solemne voz de
Registrador.
Gloir levantó la vista sorprendido. En general Registrador no
hablaba y nunca se lo había conocido como que él hablase por otro.
—¿Perfecto, Gloir? —continuó Registrador—. Tal vez puedas
llamar perfecto a Adán. Tan perfecto como el Señor puede hacer
cualquier cosa... esto es, tan perfecto como algo creado pueda
serlo. Con todo, por inmaculado que el hombre sea, todavía le falta
algo... algo de la mayor importancia.
Registrador hizo una pausa, casi inseguro de si debía hablar
de tales cosas. Luego, con la mayor deliberación, añadió:
—Adán... no... está... completo. Aún no.
Exalta no tenía muchos deseos de continuar esa conversación,
pero casi sin querer dijo:

47
—¡Eso es imposible! El Señor mismo dijo que la creación había
terminado. Si la creación está terminada, no se le puede añadir
nada. Si Dios no terminó a Adán, ahora no lo puede completar.
—Adán es tan perfecto como algo creado puede serlo, —repitió
Registrador pacientemente—. Pero con respecto a Adán, se le puede
añadir algo.
—¿Y qué es? —preguntó Gloir alarmado.
—A Adán se le puede añadir algo que no es creado.
—¿Increado? —exclamó Exalta—. Pero existe uno solo en el
tiempo o en la eternidad que es increado.
Ni Gloir ni Exalta se atrevieron a pronunciar ninguna otra
palabra. ¡Su espíritu había llegado más allá de lo imponderable!
Fue Miguel quien habló a continuación, pronunciando cada
palabra en forma tan grave como nunca se lo había oído hablar.
—Dentro de Adán soplan las brisas de los cielos. Allí, dentro
de ese espacio formado por el aliento de Dios, es posible... ¡es
posible que la vida misma de Dios sea implantada en el hombre! De
ningún otro ser creado puede decirse esto, pero de Adán sí puede
decirse. Aquel que es increado puede habitar en Adán.
—¿Lo sabe Adán? —gritó Exalta poniéndose en pie.
Un instante después, todos los ángeles que estaban bajo las
órdenes de Miguel estaban de pie. De repente todos comprendieron
que otro drama, tan importante como la batalla por el trono, estaba
a punto de tener lugar dentro del huerto.
En forma espontánea, la entera hueste de ángeles escogidos se
precipitó hacia la Frontera.
La batalla por los cielos terminó.
En este día los ángeles escogidos ganaron.
Pero la batalla por el resplandeciente globo azul,
Por el hombre, por su planeta, por su todo,
Apenas ha comenzado.
¿Habrá de ser el ángel
Más brillante que el sol,
O el hombre,
Inocente, pero incompleto,
El que regirá el planeta favorecido?
Antes que este día termine,
¡Ciertamente uno de ellos habrá de llorar!

48
CAPITULO

Diecinueve

Un destello de luz azul hendió los aires al descender a través de
la baja atmósfera de los cielos, haciéndose visible tan sólo al
llegar abajo y tocar la superficie de la tierra. Fuera lo que fuese
ese oscuro resplandor, el mismo tomó forma tornándose en un árbol.
¿El lugar de su contacto con la tierra? ¡La morada del hombre!
¡El huerto!
La tierra acababa de recibir un visitante forastero — no
invitado, indeseable — que entró clandestinamente hasta la
superficie de la tierra, viniendo a este planeta desde otro
ámbito... un ámbito del cual acababa de ser exiliado.
La raíz del árbol extraño se introdujo profundamente en la
tierra. El suelo que recibió esa raíz, chisporroteó expidiendo un
humo amarillo negruzco. Al plantarse aquel árbol en el seno de la
tierra, que no lo recibía con agrado, se produjo un horrible hedor.
Ráfagas de un viento helado soplaron desde ese árbol, haciendo que
los árboles próximos al mismo se estremecieran.
El árbol era al mismo tiempo tanto oscuro y ominoso, como
hipnóticamente hermoso.
Sin duda alguna, era el segundo árbol más hermoso de todo el
huerto. Irradiaba un atractivo hechicero que no conocía paralelo.
Ahora en el planeta del hombre había dos árboles que habían
venido del ámbito invisible.
E igual que en el Arbol de la Vida, en el Arbol Oscuro también
había una forma de vida pulsante. Corriendo por sus raíces, por su
tronco, sus ramas, sus hojas y sus frutos, había una fatal
enfermedad, una enfermedad semejante a la brillante insania del
arcángel caído.
El detestable veneno de esa exótica planta contenía el
atormentador atractivo de toda la hermosura, espectro e inmundicia
de la negación de la creación. Más espantoso aún, la deliciosa
pulpa de la fruta de ese atractivo árbol contenía la simiente de la
poción más oscura de la creación:
¡EL CONOCIMIENTO
Absorbente
Ascendente
Exaltante
Magnetizante

49
Deslumbrante
Embriagante
Enviciante
Alucinante
Reprobante!
Un conocimiento, contenido en el fruto de ese árbol, que se
introducía hondamente en el ser de cualquiera que participase del
mismo. Un conocimiento que hacía que ese pobre miserable procurara
eternamente ser bueno, pero sin lograrlo nunca. Un conocimiento de
insania que encubre la verdad de que su víctima no necesita ser
bueno, ¡sino tener Vida!
Otro destino, igualmente detestable, que esperaba a cualquier
alma que participase del atractivo fruto, era la experiencia de
conocer la rebelión.
Pero más allá de todos los embriagantes goces de la carne, más
allá del conocimiento religioso y de la inexorable búsqueda de lo
bueno, y más allá de la rebelión, en el fruto de ese árbol había un
destino peor que el pecado. Esperando por la víctima del fruto de
ese monstruoso y magnetizante árbol, estaba la maldición de todas
las maldiciones. Todo aquel que comiese del fruto de ese árbol, un
día tendría que encontrarse con Hazazel, el Angel de la Muerte.
Ese era el árbol que asechaba al señor de la tierra.

50
CAPITULO

Veinte

—Vengan —dijo el Señor—, tenemos mucho de que hablar, como también
otras partes del huerto que explorar.
La joven pareja se despidió del centro del huerto y de su
gloria suprema, para reanudar su odisea por el paraíso, esta vez en
compañía de su Señor.
En un momento dado de su tránsito por el huerto, el Señor se
detuvo delante del más extraño de los árboles, que era casi tan
bello como el Arbol de la Vida.
El Creador habló con una sencillez que igualaba la inocencia
de los oídos que escuchaban sus palabras.
—Este es el Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal. De este
árbol, sólo de este árbol, ustedes no han de comer. La razón es muy
simple. El día que coman de él, ciertamente morirán.
—Ahora, sigamos andando.
Continuaron la exploración del huerto. Finalmente, llegó el
momento en que tanto Dios como adán supieron que el hombre había
captado la magnitud y belleza del huerto, y que su señorío había
empezado.
—Ahora es preciso que Yo me vaya, —dijo el Señor—. Mientras
hemos estado andando juntos, en el cielo ha habido asuntos que
Miguel ha atendido. Pero es necesario que ahora Yo regrese al
ámbito de lo espiritual y de la morada de los ángeles escogidos.
Este es ahora el hogar de ustedes. Vivan aquí y hagan lo que les
plazca.
—Debido a que ustedes son mi imagen, ustedes me expresarán en
esta tierra dondequiera que vayan. Una sola cosa les vuelvo a
decir: Tengan cuidado con lo que comen. Y guarden el huerto.
—Regresaré para visitarlos más tarde durante el día.
Diciendo esto, el Señor partió hacia la Frontera, y más allá
de ella.
Con la agudeza de su espíritu en plena función, Adán percibió
que se encontraba exactamente a medio camino entre el Arbol de la
Vida y el Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal.
Enseguida y sin vacilar, Adán se dirigió hacia el Arbol de la
Vida. Sabía, por los misteriosos recursos de su espíritu, que él
habría de cumplir el Propósito de la creación cuando regresara al
centro del huerto.

51
Pero, caminando, Adán no se dio cuenta de que Eva se había
rezagado y apartado.

52
CAPITULO

Veintiuno

—¡Registrador!
Al escuchar la voz del Señor, el ángel encargado de los
registros soltó la pluma. Inmediatamente se detuvieron todas las
cosas en el tiempo y en la eternidad. Los lugares celestiales, la
tierra, las estrellas y las galaxias cesaron su movimiento,
quedándose inmóviles. No volverían a moverse hasta que Registrador
tomase una vez más su dorada pluma.
—La página que tienes delante está en blanco —le dijo el
Señor—. ¡Escribe lo que voy a decir!
Registro de la Elección
Ahora mismo, el hombre está entre dos grandes árboles. En el huerto tiene
lugar la toma de decisión más trascendental de todo el universo.
Adán tiene la esencia misma de mi ser en sus manos. Si él come del Arbol de
la Vida, recibirá en su ser mi propio ser: la vida divina. Vendrá a ser un
verdadero hijo del Dios viviente — espíritu de mi Espíritu, vida de mi Vida.
Una nueva especie comenzará a vivir en este día. ¡Un ser creado que tiene vida
increada dentro de sí! ¡Hijos! ¡Hijas! Yo seré su vida. Yo seré su comida.
Serán mi familia.
El Señor se levantó del trono. Registrador, junto con El, se
volvió hacia la Frontera, teniendo ambos los ojos fijos en Adán. Lo
que contemplaban era el hombre que, en ese preciso instante,
acababa de arrancar un fruto del Arbol de la Vida y lo tenía en la
mano delante de sí.
Registrador agarró su pluma, no tanto para registrar, sino
para suplicar.
¡Come, Adán! Toma la Vida del Arbol de la Vida. Cumple tu destino. Tú, un ser
material, asumirás lo espiritual.
¡Come, Adán! Tus ojos flamearán como un horno encendido. Tus cabellos serán
como blanca lana. Tus pies refulgirán como bronce bruñido.
¡Come, Adán! Transitarás por ese espacio que está entre el mundo visible y
el invisible, desposando la tierra y el cielo, el tiempo y la eternidad,
haciendo que sean uno. La vida más elevada que existe en cada uno de esos dos
ámbitos, vendrán a ser desposadas dentro de tu ser.

53
Mientras Registrador procuraba, con su pluma, que Adán se
decidiera a comer del fruto del Arbol de la Vida, el Señor miraba
sin revelar nada de la emoción de ese momento cataclísmico.
Entonces Registrador gritó en voz alta:
—¡Adán, oh Adán, come del fruto del Arbol de la Vida! Cumple
el propósito de la creación. En el nombre de lo que es santo...
¡Come!
Aterrado ante la perspectiva de que Adán pudiera no escoger su
propia plenitud, Registrador dio una media vuelta muy rápida,
mostrando algo así como pánico.
—Señor, si él no... si Adán no participa de la vida, si el
enemigo... si el condenado lo engaña... ¿habrás creado en vano?
La respuesta del Señor tomó a Registrador completamente de
sorpresa:
—Dale vuelta a la página, Registrador.
De inmediato Registrador volvió la página a la siguiente, en
la que aún no se había escrito nada.
—Escribe estas palabras, y solamente éstas:
Ya sea que Adán participe de mi vida, o escoja otro camino, mi
Propósito se cumplirá. Nunca habrá de ocurrir ninguna eventualidad
que pueda impedir el Propósito por el cual Yo he formado los
mundos.
—Ahora, Registrador, sella esta página. Al hacerlo, olvida lo
que has escrito. Esta página permanecerá sellada y olvidada aun
para ti... hasta ese día de días... en que todas las cosas hayan de
ser reveladas.
Registrador obedeció, pero también hizo algo que nunca antes
había hecho: salpicó con lágrimas angélicas las palabras que había
escrito.

54
Parte

IV

55
CAPITULO

Veintidós

Adán contempló la belleza de la luz que irradiaba desde dentro del
fruto del Arbol de la Vida. El tenue resplandor de aquella fruta se
confundía con el suave fulgor que cubría al hombre. Entonces Adán
apretó firmemente esa fruta contra sus labios. Ahora podía oler el
exótico aroma de la misma. Al abrir la boca, todo su ser percibió
que vendría a ser uno con ella. Casi en un éxtasis, comenzó a
clavar los dientes en la fruta. Pudo sentir cómo se rasgaba su
fibra. En un momento, el fruto de vida mismo estaría corriendo por
su ser.
Y en ese mismísimo instante Adán oyó una voz que gritaba para
captar su atención:
—¡Tierra Roja!
Adán se volvió para ver quién lo había llamado.
—¡Tierra Roja, ven para que veas lo que he aprendido!
Sin comerla, Adán puso a un lado la fruta y se encaminó hacia
su pareja.
—¿Qué es lo que has descubierto, Eva? —preguntó Adán
cautelosamente.
—Es acerca del árbol. El árbol que es más delicioso que todos
los árboles del huerto.
Inocentemente, el hombre sin imperfecciones tomó la mano de su
esposa y fue con ella en dirección de donde ella había venido, sin
saber que estaban viviendo los últimos momentos de juicio sano que
su especie conocería jamás.
De repente Eva soltó la mano de Adán y empezó a correr,
llamándolo mientras corría:
—¡Por aquí! ¡Pronto, por aquí!
Cuando Adán volvió a verla, ella estaba conversando muy
animadamente con alguien... o con algo.
—¿Y quién es ése? —se preguntó Adán en voz alta.
Avanzó unos pasos más y vio la flexible y bella forma de una
gran serpiente, cuyo oscuro cuerpo resplandecía como fuego negro al
ondular hacia atrás y adelante. La Serpiente estaba hablándole a
Eva con un susurro fascinador.
Eva, con emoción inocente, le hizo señas a Adán.
—Ven, Tierra Roja —le dijo Eva, llamándolo con la mano para
que se acercara, a fin de que pudiese escuchar las palabras
melodiosas de la Serpiente:

56
—Escucha lo que nuestro amigo reptil dice con respecto al
Arbol del Bien.
—¿Arbol del Bien? —preguntó Adán reflexivamente—. ¿Qué es el
Arbol del Bien?
Adán se inclinó para oír la voz susurrante de la Serpiente.
—¿Ha dicho Dios...? —fueron las palabras que Adán distinguió
primero.
—¿Conque Dios ha dicho que ustedes no deben comer del fruto de
este árbol? –repitió la Serpiente, aparentemente desconcertado por
el extraño mandamiento de Dios.
En ese momento, en los ámbitos invisibles toda la hueste
celestial se precipitó hacia el borde del huerto. Todos sabían que
no debían entrometerse en ese drama, pero ninguno de ellos pudo
contenerse de gritar frenéticamente dentro de su espíritu:
¡ADAN, GUARDA EL HUERTO!
¡TIERRA ROJA, GUARDA EL HUERTO!
Adán hizo una breve pausa, volvió la cabeza, parpadeó, y
entonces respondió:
—Sí, creo que esas fueron exactamente sus palabras.
—¿Ni siquiera tocarlo? —inquirió la Serpiente.
Mientras hablaba, la Serpiente seguía ondulando hacia atrás y
adelante, y su lengua ahorquillada salía de su boca y volvía a
entrar en ella rápidamente.
Sin esperar ninguna respuesta, la Serpiente empezó a mover a
un lado y otro la cabeza, como procurando descubrir a alguien que
pudiera estar cerca y que tuviese oídos incrédulos.
Bajando aún mas su ya suave susurro a un casi inaudible siseo,
continuó:
—La verdad es... —la serpiente calló.
Adán parpadeó otra vez y cambió de posición nerviosamente.
Entonces la Serpiente levantó la cabeza una vez más, escudriñó
el frondoso paisaje, bajó la cabeza ligeramente, y siguió callado,
sin decir nada.
En ese momento todos los ángeles escogidos sintieron un helado
frío en su espíritu. Algunos de ellos se taparon los ojos de puro
terror. Otros se taparon los oídos por temor a lo que pudiesen oír.
—La verdad es... ¿qué? —preguntó Adán impaciente.
Un gemido de horror y de agonía salió de la garganta de todos
los ángeles. Algunos cayeron de rodillas; otros volvieron la
cabeza; otros más se precipitaron de regreso al ámbito invisible,
para caer allí postrados delante del trono. Otros, si bien sabían
que ésa era ya una situación más allá de toda esperanza, con todo
exclamaron de nuevo:
¡ADÁN, GUARDA EL HUERTO!
Ese día, que ya había tenido una grave tragedia para la hueste
angélica, estaba a punto de tener otra. Uno tras otro, los ángeles
comenzaron a llorar.

57
La serpiente se estaba aproximando cada vez más a Adán. Seguía
ondulando la cabeza en forma rítmica hacia atrás y adelante.
—La verdad es que ustedes no morirán, sino que...
La serpiente hizo una pausa y se acercó tanto a Adán, que su
cabeza serpentina entró en la luz del resplandor de Adán.
—La verdad es que ustedes serán...
Ahora los ojos de la Serpiente fulguraron con fuego, su lengua
expelida se agitaba con gran rapidez hacia un lado y otro. Por
último, susurró, fuera del alcance de cualquier oído excepto el de
Adán:
Ustedes serán como Dios.
Adán quedó totalmente cautivado ante semejante revelación.
—¿Podría esto ser el motivo de por qué nuestro Señor me ha
dicho que no debíamos...? —su voz fue desvaneciéndose hasta llegar
a un silencio racionalizador.

58
CAPITULO

Veintitrés

Una extraña sensación tanto de presentimiento como de destino
grandioso invadió el espíritu de Eva. Trató de sacudirse un helado
estremecimiento que experimentaba, sin echar de ver que por un
breve momento el fulgor de su vestimenta de luz había menguado,
igual que el resplandor de la de Adán. Tampoco se dio cuenta de que
el planeta entero parecía temblar ligeramente.
—¡Come, pues!
Eva miró alrededor para ver quien había hablado. ¿Había sido
la voz de la Serpiente? ¿O la de algún otro? ¿Había venido desde
afuera? ¿O desde adentro? No lo podía decir con certeza.
—¡Come! ¡No morirás!
Esas palabras resonaron en el cerebro de Adán, en tanto que en
su mente se arremolinaban sueños embriagadores.
—Ustedes serán como... Dios... sabiendo...
Adán permanecía de pie, atónito, delante del árbol prohibido.
Desde un lejano ámbito, un ángel solitario elevó una súplica final:
—¡Adán! ¡Guarda el huerto!
En ese mismo instante Eva arrancó una de las hermosas frutas
que ahora resplandecía iridiscente en su mano, y la deslizó en su
boca comiendo de ella. Enseguida, constreñida por una extraña
fuerza interna, se oyó a sí misma decirle a su pareja:
—¡Come! —Y con un súbito impulso puso la fruta en la mano de
Adán, al tiempo que le susurraba con una voz sorpresivamente
parecida a la de la Serpiente:
—¡Come! ¡Es buenísssima!
Por un instante adán vaciló. Entonces, viendo que Eva estaba
aún perfectamente viva, abrió la boca y clavó los dientes en la
fruta prohibida. Con manos temblorosas y ojos flameantes Adán tragó
la condenación, al tiempo que sus ojos relumbraban como negros
diamantes.
En ese momento un profundo y ondulante estruendo, que fue
aumentando hasta venir a ser un atronador rugido, recorrió
velozmente al planeta, saliendo luego al espacio infinito para
recorrer toda la creación.
La integridad del planeta favorecido se hizo pedazos cuando
los dientes de Adán penetraron en la fruta prohibida. En ese
momento la creación comenzó su caída de la gloria a la par con la
caída de Adán.

59
El temerario bocado que Adán tragó, descendió rápidamente por
su garganta e invadió todo su cuerpo.
¡Su cuerpo! Sería allí donde la enfermedad del árbol haría su
morada.
¡El cuerpo de Adán comenzó a cambiar! Sus ojos relumbraban con
un fuego atenuado. Su cuerpo se estremecía espasmódicamente, y por
primera vez su vestidura de luz parpadeó.
En su cerebro, a Adán le parecía estar asomándose en algún
ámbito lejano, inexistente, ahogándose en verdades inexistentes.
Los ángeles que estaban observándolo todo, gritaron al
contemplar la caída del señor de la tierra.
La luz que envolvía a Adán fulguró violentamente al retorcerse
él y ondular, como alguien que danza al son de una música
torturadora, cuyo ritmo igualaba la cadencia de la encarnizada
batalla que se libraba dentro de su alma.
Las contorsiones de su cuerpo se hicieron más violentas, y
luego cesaron súbitamente. Entonces Adán levantó bruscamente las
manos en lo que pareció un grotesco acto de adoración. Agitó los
brazos en el aire y luego los lanzó directamente hacia adelante,
como si estuviese tratando de echar de sí alguna fuerza invisible.
A medida que esa enfermedad se precipitaba más y más
profundamente dentro del cuerpo de Adán, invadiendo su alma, la luz
de su espíritu se esforzaba desesperadamente por escapar de la
repulsiva intrusión.
La luz del cuerpo d Adán disminuyó, y parpadeó una vez más,
resplandeció con fulgor, se atenuó otra vez y entonces se puso a
titilar. Aquella luz intermitente alternaba con rayos de negro
brillante. A continuación, la luz se hizo más y más tenue, hasta
que los rayos de la negrura la superaron. Entonces la luz fulguró
por última vez como en un acto final de evasión.
En ese momento el cuerpo de Adán se estremeció. Enseguida Adán
suspiró con gran alivio. La batalla había terminado.
La luz de la raza adámica se apagó. Para siempre.

60
CAPITULO

Veinticuatro

Una horrible risotada subió desde el planeta y retumbó por los
corredores del tiempo y la eternidad. Su abominable júbilo,
resonando a través de la esfera del espacio, se abrió paso hasta
cada oído que había en la creación. Sólo un arcángel podía jamás
producir, en un paroxismo de perversa delectación, un sonido tan
diabólico.
Yo he contaminado los cielos con mi rebelión. He tomado el mando de los cielos
de encima del planeta favorecido. ¡En el día de hoy he esclavizado al señor de
la tierra, al magnífico Adán! La más hermosa obra de artesanía de la creación
es ahora mi vasallo. En este día yo reclamo el principado del reluciente globo
azul. ¡Reclamo la tierra! El reino de los cielos nunca va a encontrar lugar en
este orbe perverso y contaminado. ¡El reino de los cielos nunca volverá a
acercarse! ¡Sépanlo todos, ahora y siempre, yo soy el señor de la tierra!
Entonces el arcángel caído bramó un vituperio final.
Escúchame, Tú, que eres llamado Señor de todo. Ahora yo soy el dios de este
mundo. Y quiero que sepas que prefiero gobernar este planeta condenado, que
servirte a ti en el cielo.
Por último las palabras de su enemigo llegaron hasta los oídos
de Miguel y de Gabriel.
—Está loco. Ahora él vive tan sólo para vituperar y mentir.
¿Pero qué es esa reclamación del planeta favorecido?
Ninguno lo sabía. Para tener la respuesta, los dos arcángeles
se volvieron hacia el ángel registrador. La respuesta de
Registrador los dejó atónitos:
—Es una reclamación ilegítima. No obstante, únicamente por el
advenimiento de un Hombre que sea mayor que el hombre, podrá ser
rescindida esta reclamación.
—Pero, Registrador, eso es imposible.
—Tal vez.
—¿No existe otra forma?
—Ninguna... a menos, desde luego, que el Señor de la creación
disuelva su creación, volviendo los cielos y la tierra de nuevo a
la nada de donde vinieron.
—¿Lo hará?
—No me ha sido dado saberlo. Pero hay algo de lo cual estoy
seguro. Este no es el capítulo final del Libro de Registros.

61
62
CAPITULO

Veinticinco

Según la caída de Adán continuaba, también proseguía la de la
creación. El ámbito visible fue deslizándose en un lento y
convulsivo agarrotamiento. Las galaxias oscilaron. En los ámbitos
invisibles las criaturas aladas se cubrieron el rostro sintiendo
vergüenza por lo que acababan de contemplar.
El resplandeciente globo azul se tambaleó en su órbita,
pugnando por mantener el rumbo que le fuera señalado en su carrera
a través del espacio. En medio de esa lucha, la rotación de la
tierra empezó a tornarse desenfrenada e irregular, dislocando al
planeta y sacándolo de su eje.
En lo sucesivo y hasta el último de sus días, el lesionado
planeta quedaría inclinado hacia un lado.
Al deslizarse de su lugar el eje de la tierra, continentes y
océanos se separaron de sus lugares señalados y se declararon la
guerra unos a otros. Inmensas marejadas, algunas de ellas más altas
que montañas, pasaron arrasando la superficie del planeta, ahogando
hasta las águilas en su vuelo. Se abrieron gigantescas hendeduras
en las entrañas de la tierra, las cuales se tragaron cadenas
enteras de montañas. Violentísimos terremotos echaron otras
cordilleras a un lado. La belleza y simetría de la superficie del
planeta se fue convirtiendo rápidamente en un paisaje de retorcida
confusión. Surgieron estaciones insubordinadas, cada una batallando
con la otra, dejando así un planeta inseguro de lo que la
naturaleza pudiera tener en reserva para él en un día cualquiera
del futuro.
El planeta pródigo, apresurándose ahora en una órbita
incierta, acortó sus días y sus noches para nunca más otorgarle al
hombre tiempo suficiente para descansar, ni tiempo suficiente para
cumplir las tareas del día.
Vientos ululantes y cegadores soplaron a través de asolados
yermos cubiertos de hielo y de nieve. Se formaron casquetes de
hielo; como la mitad del planeta se tornó inhabitable, y la otra
mitad sólo escasamente habitable. Regiones enteras del sangrante
planeta cayeron bajo el agostador ataque del sol, contra el cual no
había protección, hasta que sus quemantes rayos extrajeron del
suelo hasta la última gota de humedad, dejando atrás desiertos
amortajados en un calor chamuscante.

63
El planeta favorecido, sintiendo la horrible tragedia que le
había sobrevenido, gemía avergonzado y elevó la primera súplica de
la creación. Imploró por un perdón que siquiera existía, y clamó
por una redención o, en su defecto, por la aniquilación.
Por la superficie del espectral planeta, los enloquecidos
océanos siguieron elevándose hasta el cielo mismo, buscando nuevas
fronteras. La tierra firme se fragmentó formando continentes
vagabundos que andaban errantes por los tempestuosos mares, como
buscando un hogar.
La furia contenida en las entrañas de la tierra vomitaba con
violencia fuego derretido, oscureciendo las lumbreras del cielo y
formando nuevas cordilleras que, a su vez, procuraban conquistar a
los océanos.
Sobre la muy reducida porción de tierra seca en que no se
extinguió la vida, la tragedia de la caída empezó a producir
efectos monstruosos en toda la biosfera.
Las flores, avergonzadas en la gran consternación de su
violada belleza, mutiladas, cayeron de su elevado estado y se
volvieron yerbajos pervertidos. Preciosas criaturas volátiles, que
habían llenado la tierra con la música de sus alas, se tornaron en
molestas bestias del aire.
Bien pronto, la maldición se extendió a cada planta y flor y
árbol. La hermosura del planeta favorecido quedó retorcida hacia
abajo, para igualar el estado de su caído señor.
La tierra, antes perfecta, ahora desfigurada por la vejación
del pecado, emergió de esa hora trágica como una lastimosa y
grotesca mutilación de una creación que una vez fuera perfecta.
Y en otros mundos, galaxias enteras se desprendieron de sus
invisibles órbitas y se lanzaron en los abismos de la infinitud.
La creación entera se unió a la tierra en una ininterrumpida
oración con que imploraba una redención o destrucción, aun mientras
se retorcía y sufría convulsiones en el conocimiento de su caída de
la gloria.
Ese ámbito que había sido majestuoso, y que ahora era tan sólo
un mendigo errante, se apresuraba sin rumbo a través d la
inmensidad de la nadedad, clamando sin cesar:
¡Salva, oh Señor, salva!
Vuélvenos a nuestra gloria anterior,
O termina para siempre nuestro dolor.
En medio de toda esa condenación, el que una vez fuera señor
de la tierra y que ahora era el autor de su caída, permanecía
parado al abrigo del huerto en estupefacta y total abstracción.

64
CAPITULO

Veintiséis

—¡Pero, y qué es esto! —gritó Registrador.
Los fundamentos de los cielos habían empezado a retorcerse,
como si estuviesen dando a luz una monstruosidad. Desconcertados,
los ángeles se precipitaron hacia el trono, tanto por deber como
por terror. Los ángeles siempre habían dado por sentado que los
lugares celestiales estaban exentos de tales sacudimientos. Y todos
ellos sabían, y sabiéndolo, temían... que ni siquiera un arcángel
—ni siquiera la caída de la creación visible— podían causar tal
sacudida de los cimientos de los lugares celestiales.
La intensidad del temblor aumentó, luego se centralizó. Algo
en las entrañas de la creación... no, de fuera de la creación...
estaba haciendo temblar los cimientos del cielo. Alguna dimensión
—o no dimensión—, algo hasta allí desconocido, estaba a punto de
darse a conocer... en la presencia misma del trono.
Registrador sólo podía pensar en el Misterio que estaba en su
Dios. Pero esto no era el Misterio. El Misterio, aun cuando era
secreto, era gloria. Pero esto era algo más siniestro de lo que aun
los espíritus angélicos podían entender.
De pronto comenzó a aparecer una grieta en el embaldosado de
zafiro. Una extraña y ominosa oscuridad empezó a brotar de la
misma, penetrando y derramándose en la sala del trono. Al ver
aquello, un rígido y frío terror se apoderó de todos los ángeles.
Una súbita sensación de desamparo sobrecogió a Gloir, quien en ese
momento de entumecimiento espiritual comprendió que la perfección,
la pureza y la santidad del cielo iban a quedar manchadas para
siempre.
Entonces un retumbante grito subió de las entrañas de la
líquida oscuridad. No existían palabras que describiesen ese sonido
nauseante y contaminado. Nada de todo lo que los ángeles veían,
oían u olían ahora... pertenecía a la continuidad de esta creación.
Todo el vocabulario de la creación resultaba inservible para
describir la aparición que emergió del interior de aquella
oscuridad negra como tinta.
Una indescriptible repugnancia avanzó desde la escuálida
fetidez. Ante los ángeles se paró un monstruoso espectro que

65
irradiaba como un fuego negro. Ni siquiera las tinieblas que lo
rodeaban podían igualar sus tenebrosos rasgos. Aquella cosa parecía
ser toda la putrefacción y horribilidad que pudieran existir jamás,
encarnadas en uno.
—La antítesis de Dios —susurró Registrador.
—¡Es... que... no está vivo! —gritó Exalta.
—¿Qué es esto, Registrador? —preguntó Gabriel aterrado.
—Es la encarnación respirante de todo lo opuesto a la vida.
—¿Y de dónde ha venido?
—De lo recóndito del no.
—¿Dónde está semejante lugar?
—No existe semejante lugar, —respondió la austera voz de
Registrador—. El pecado ha resquebrajado la cautividad de él y le
ha permitido pasar hasta aquí. No sabemos nada de esta cosa, ni de
su existencia, si es que existe.
Al
escuchar
eso,
los
ángeles
retrocedieron
en
forma
desordenada. Hasta la espada de Miguel quedó colgando intacta a su
lado. El más grande e importante de los arcángeles sabía muy bien
que incluso su poderosa espada resultaba del todo inútil para
combatir con esa entidad.
Entonces el Señor se levantó de su trono y caminó hacia la
convulsiva oscuridad. Hubo un restallante destello al avanzar los
dos personajes uno hacia el otro. Por un breve instante... antes de
que la luz y las tinieblas establecieran cada una su propia
frontera... pareció como si toda la creación hubiese desaparecido
momentáneamente.
—Tú eres la Muerte —dijo el Señor.
—Y Tú eres la Vida —replicó la repugnante figura haciendo un
gesto de escarnio.
Levantando por encima de la cabeza sus negros brazos
semejantes a garras, la Muerte exclamó:
—He sido llamado a la existencia. Ahora soy... ¡para siempre!
Soy lo opuesto a todo lo que Tú eres. ¡He sido llamado a la
existencia por mi fiel compañero, el Pecado! Estaré eternamente y
por siempre recorriendo tu creación.
—Yo soy todo lo que tú no eres. Tú eres todo lo que Yo no soy,
—fue la respuesta del Señor.
—¡Sí! —gritó la Muerte viviente inclinándose temerariamente
hasta el rostro de Aquel que es la Vida eterna.
—No tengo despojadores, ni siquiera Tú lo eres; —gorgoteó la
perversa figura-. Ni tengo ningún igual.
Entonces, rugiendo con alegría obscena, declaró:
—No tengo enemigos. Yo soy la victoria. Nada ni nadie puede
hacerme frente. ¡Soy invencible! Yo conquisto todo. Soy la
Conquista misma. Nadie puede estar en pie delante de mí. ¡Mi hoz lo
siega todo!
La Muerte siguió dirigiendo con gran temeridad sus malévolos
sarcasmos al Creador:

66
—Y... como Tú bien lo sabes... soy tu igual. Mi reino es tan
grande como el tuyo. Y mi muerte es tan eterna como tu vida.
Desconcertados, los ángeles permanecían pasmados de horror
ante semejante insolencia temeraria. Entonces Gabriel dijo como
para sí mismo:
—Hasta los querubines encuentran su igual en el terror del
ángel de la muerte. ¿Es él tal vez de la especie de ellos? ¿O es un
enemigo de Dios solo?
La Muerte continuó sus sarcasmos:
—He venido por todo este reino. Así como por todos los reinos.
Visibles e invisibles. Un día todos serán hallados en mi dominio
inanimado y sin vida.
La Muerte dio media vuelta. Sus ojos, si es que eran ojos,
recorrieron las extensiones de lo espiritual.
—¡No! Este no es mi lugar. No ahora. —Al decir esto, la Muerte
divisó la Frontera—. Hallaré mi ministerio en ese ámbito caído.
Comenzaré allí, porque yo tengo en ese lugar un asociado. Aquí nada
puede morir. No por ahora. En aquel ámbito todas las cosas pueden
morir, ¡y habrán de morir!
Todas sus palabras estaban empapadas de codicia.
La Muerte dio vuelta otra vez para encarar al que es Vida, y
le espetó:
—Pero un día te habré de requerir aun a Ti... sí, incluso a Ti
que no puedes morir.
La Muerte se rió de sus propias palabras insolentes, y luego
se volvió y se encaminó hacia la Frontera.
—¡Azazel! —gritó entonces el Dios viviente.
Aquella figura, atónita, se detuvo bruscamente.
—¿Sabes mi nombre? —respondió la Muerte con algo parecido a la
admiración.
—Tú sí tienes un enemigo —contestó el Señor—. Yo soy tu
enemigo. Y tú eres el mío.
—Sí, es cierto —siseó la Muerte—. Y cuando ya todo lo demás
esté en mi reino, entonces vendré por Ti... sí, por Ti, mi último y
único enemigo. ¡Mi único adversario digno de mis grandes apoderes!
—Sí, —fue la firme respuesta del Señor-. Tú vendrás por Mí. Y
en aquella hora, que ciertamente marcará el fin de todas las cosas,
Yo estaré aguardando tu venida, porque Yo Soy tu presa final, y tú
eres mi último enemigo.
Una vez más la Muerte levantó sus retorcidas garras por encima
de la cabeza, y pronunció:
Y en aquel día final,
El último de todos los días,
¡La Vida eterna habrá de morir!
Dentro de aquel resplandor negro se podía ver una sonrisa de
triunfo en el rostro de la Muerte. Era obvio que ese ser tenebroso
no tenía duda alguna de que un día él triunfaría en todo lo que
había dicho.

67
La Muerte cruzó la Frontera. Su trayectoria lo llevaba derecho
hacia... el planeta caído.
Habiendo visto a la Muerte desaparecer con rumbo al huerto,
los ojos de los ángeles se volvieron de nuevo hacia el rostro de
Dios. Pero sus mensajeros no pudieron discernir ninguno de sus
pensamientos ni designios. Fuera lo que fuese su relación con la
Muerte, fuera lo que fuese su designio y propósito respecto de
aquella cosa, su voluntad era un misterio.
Pero si ellos hubiesen podido oír los pensamientos de Dios,
habrían escuchado que El decía:
No, Azazel.
¡En aquel día
La Muerte eterna
será la que habrá de morir!

68
CAPITULO

Veintisiete

Al tiempo que la incorrupción se disolvía alrededor de él y se
multiplicaba la corrupción, Adán pugnó por librarse de su estupor.
En la última e infame fantasía que pasó por los corredores de su
mente, Adán se figuró que era Dios.
Por último, despertó. Fue su mano —la mismísima mano que había
tenido la fruta prohibida— la que le habló de la enormidad de la
tragedia que él mismo era.
—¡He perdido la luz que me cubría... que me revestía! —gritó
Adán—. ¡Estoy... desnudo!
Era cierto: el que había sido el señor de la tierra, era la
única criatura en todo el planeta que no tenía una vestidura
natural. El que había sido el señor de la tierra, ahora estaba
desnudo y avergonzado delante de sus desconcertados súbditos.
Medio enloquecido, Adán empezó a correr, precipitándose en la
espesura del bosque caído, con la esperanza de dejar atrás, de
algún modo, su desnudada figura. Al correr, una horda de
pensamientos e imágenes psicóticos penetró bullendo en su mente y
se mezcló con su imaginación,
Hurtando su pureza.
Envenenando sus pensamientos.
Torciendo sus motivos.
Engrosando su intelecto.
Pulverizando su voluntad.
Y desenfrenando sus emociones.
Por su mente pasaron, arrastrándose, cual monstruos inmundos y
grotescos, multitud de pensamientos que lo incitaban constantemente
a saciar deseos insaciables.
El amor claudicó ante la lujuria.
El gozo huyó delante del placer.
La necesidad se tornó en codicia.
El enojo en odio.
La fortaleza en poder.
La humildad en orgullo.
El hambre en glotonería.

69
La comunión con Dios se convirtió en religión. Y las
intuiciones y percepciones de su espíritu fueron reemplazadas por
la clara y precisa lógica de una mente caída e ilógica.
Entonces le vino una comprensión final, horrorizante:
—No es tan sólo que la luz me ha abandonado, —gritó con
desesperanza—, sino que ahora me estoy quedando ciego. ¡Sí, ciego!
¡Me estoy quedando ciego! El ámbito invisible... ¡se está
desvaneciendo de mi vista! ¡Ya no puedo ver claramente lo
invisible!

70
El principio (gene edwards)
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El principio (gene edwards)

  • 2. LIBROS DE GENE EDWARDS (Pídalos en su librería favorita) DE CONSUELO Y SANIDAD Perfil de tres monarcas Querida Liliana El divino romance Viaje hacia adentro Cartas a un cristiano desolado El prisionero de la tercera celda Las Crónicas de la Puerta El principio La salida El nacimiento El triunfo El retorno VIDA DE IGLESIA La vida suprema Nuestra misión: frente a una división en la iglesia Cómo prevenir una división en la iglesia Revolución: Historia de la iglesia primitiva El secreto de la vida cristiana El diario de Silas Cells Christian Ministry Editorial El Faro 3027 N. Clybourn Chicago, Il. 60618 (773) 975-8391 2
  • 3. (Title page) El Principio LAS CRONICAS DE LA PUERTA Gene Edwards Editorial El Faro Chicago, Illinois EE. UU. de América 3
  • 4. (Copyright page) Publicado por Editorial El Faro Chicago, Il., EE.UU. Derechos reservados Primera edición en español 1998 © 1992 por Gene Edwards Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida por medios mecánicos ni electrónicos, ni con fotocopiadoras, ni grabadoras, ni de ninguna otra manera, excepto para pasajes breves como reseña, ni puede ser guardada en ningún sistema de recuperación, sin el permiso escrito del autor. Originalmente publicado en inglés con el título: The Beginnig Por Tyndale House Publishers, Inc. Wheaton, Illinois Traducido al español por: Esteban A. Marosi Cubierta diseñada por: N. N. (Fotografía por: N. N.) Producto # # # ISBN # # # Impreso en ... Printed in ... 4
  • 5. INTRODUCCION MUCHAS GRACIAS a usted por venir a encontrarse conmigo aquí a la entrada del teatro. Esta vez los actores nos han preparado un relato respecto de la Puerta que separa los dos universos que Dios creó. Por tanto, el drama que vamos a ver es una aventura que penetra en ámbitos invisibles. Es siempre un placer que usted me acompañe cuando los actores presentan una producción como ésta. Considero un honor poder pasar este tiempo con usted. Igual que en ocasiones anteriores, se nos han proporcionado los mejores asientos de la sala. En la escena de apertura, el Señor, que está a punto de crear los cielos, primeramente crea un solitario ángel. Este ángel muy especial es creado antes que todo lo demás, a fin de que pueda registrar todos los acontecimientos de la creación. El acomodador nos está haciendo señas. Debemos tomar nuestros asientos ahora. Y, una vez más, muchas gracias por acompañarme en esta ocasión tan especial. 5
  • 6. PROLOGO TU NOMBRE será Registrador. Anotarás en el Libro de Registros todo lo que a partir de este momento haya de acontecer. Te he creado un momento antes de crear a tus compañeros, para que haya un registro incluso de su creación. Te he dotado de un discernimiento que no daré a ningún otro. —Tú eres mi Señor y mi Creador —respondió Registrador—. Estás a punto de crear un vasto ámbito, ¿no es verdad? —Así es. —Esos libros que están allí, junto a tu trono, constituyen mi encargo, ¿no es así? En esos libros he de registrar todos los acontecimientos. —Sí; así es. Registrador tomó en sus manos esos grandes libros dorados. —Mi Señor, uno de estos libros lleva por título El Libro de la Vida. Y... ya está lleno de nombres. No lo entiendo. ¿Nombres de quiénes? Aquí no hay nadie, excepto Tú y... tu siervo. —Esos son los nombres de todos aquellos que Yo he escogido antes de la creación. Todavía no los he creado. Aún no. Pero ya los he escogido. Los ojos de Registrador relumbraron; su espíritu se avivó. —No ha habido creación hasta ahora. Hasta este mismo momento Tú has sido el Todo. Pero antes... antes de que crearas... ha habido actividad. —Registrador, hablas con la percepción que Yo te he legado. —Mi Señor, Tú has visto el principio aun antes de haberlo creado, ¿no es verdad? —Yo he visto el principio de la creación. Y he visto el final de ella. Registrador quedó inmóvil. La ausencia misma de reacción de su parte era su modo de hacer una pregunta. El Señor continuó: —Registrador, Yo he estado en el principio y he visto la conclusión. He estado en la conclusión y he visto el principio. —Señor, tus palabras están más allá del alcance del entendimiento que me has dado. —Yo Soy... más allá de todo entendimiento, Registrador. Consciente de lo que debía hacer a continuación, Registrador puso el libro delante de sí y ocupó su puesto junto al trono. Hizo una pausa y miró de nuevo a su Señor, sabiendo que El aún no había terminado de hablar. —He acabado todas las cosas. 6
  • 7. —¿Que has... acabado? —respondió el asombrado ángel. —Antes de Yo crear todas las cosas, acabé todas las cosas. —Señor, Tú sabes que no entiendo eso. —Cierto. No obstante, anota en el Libro de Registros lo que he dicho. Registrador levantó la pluma y escribió en la primera página del libro: “Antes de que el Creador de todas las cosas creara... El acabó todas las cosas.” —Señor... percibo que aún tienes algo más que decir. —Anota esto también en el registro: Hay un Misterio oculto en mí. Un Misterio en Mí, desconocido para todos... escondido en Mí desde antes de la creación del mundo. —Registraré esto también —respondió el austero ángel. Una vez más Registrador escribió en el libro las palabras de su Señor. Entonces, de repente, Registrador se volvió y dijo: —¡Señor! Hay algo más. El Señor no respondió, sino que comenzó a fluir de El un raudal de luz como ríos de fuego blanco. Registrador se cubrió el rostro. Ese resplandor siguió creciendo. El ángel empezó a vacilar, aterrado de que fuera a ser consumido por la gloria. La brillantez de ese raudal de luz siguió creciendo en espiral, tornándose ahora en un llameante horno de oro. De una manera intuitiva Registrador sabía que habría de encarar de lleno a su Señor. Así que, descubriendo los ojos, alzó la vista. Las vestiduras de su Señor estaban fluyendo alrededor de El como en ondas líquidas de fuego dorado. Registrador cerró los ojos apretadamente, vaciló por un momento y volvió a mirar. —¡Oh, no! ¡No! —gritó de pronto Registrador horrorizado—. ¡No es posible! —¿Qué es lo que ves, Registrador? —¡Oh, mi Señor! En tu costado... hay... una cicatriz. Has sido herido. —No, Registrador; no herido. He sido inmolado. Inmolado antes de la fundación del mundo. —Escribe en las crónicas de la creación lo que has visto y lo que has oído. Después sella estas páginas, a fin de que ningún ojo vea lo que has escrito. Estas palabras han de permanecer selladas... hasta... —¿Hasta cuándo, mi Señor? —¡Hasta la plenitud del tiempo! —Y ahora, Registrador, retrocede y ocupa tu lugar junto al trono. Registra lo que veas, porque estoy a punto de crear las cosas eternas... ¡así como a tus compañeros! 7
  • 9. CAPITULO Uno Con un rápido movimiento el Señor pasó la mano por el horizonte de la nadedad∗. De repente aparecieron, como en un estallido, primero tres y enseguida millares de millares de seres de luz deslumbrante. Todos a una se volvieron, quedando de frente a Aquel que los había hecho. Enseguida se dividieron en tres huestes innumerables. De en medio de uno de aquellos inmensos grupos se levantó una aterradora criatura que tenía en la mano una espada tan inmensa, que ciertamente podía tajar la eternidad en dos. —Yo soy Miguel, el primero de los principales príncipes. Otra criatura de semejante apariencia terrífica se levantó de en medio del segundo grupo de seres, portando en la mano una poderosa trompeta. —Yo soy Gabriel; la segunda hueste de mensajeros es ahora mi encomienda. Por último, de la tercera hueste se levantó un ser de indescriptible hermosura. —Yo soy Lucifer, el ángel de luz, el más glorioso de todos los que has formado. –Habiendo dicho estas palabras, el Hijo de la mañana subió por encima de la tercera hueste de ángeles y tomó su puesto cerca del trono de Dios. Movidos por un instinto celestial, arcángeles y ángeles a la par alzaron su voz en un rugido ensordecedor: ¡Honor a Aquel que era antes de todas las cosas! El Señor se unió a ellos en un potente grito, gozoso por haber adquirido compañía. El gozo y la alabanza se unieron cuando la creación combinó el júbilo con la alabanza en la inauguración de su nacimiento. En ese grandioso momento el Creador optó por revelar toda su gloria a los que eran su creación. Conforme su gloria irradiaba a través de las extensiones de la eternidad, las huestes angélicas lo circundaron... lo creado saludaba al increado. Sólo en tres ocasiones en todos los anales de la eternidad, se habría de registrar que se ejecutaría semejante crescendo de gritos y cánticos y alabanzas con tal desenvoltura. ∗ Nothingness en el original. Es un término abstracto que el autor usa en sus obras y que no tiene correspondiente exacto en español. ‘Inexistencia’ no da la idea, ‘nadedad’ sí. (Nota del traductor.) 9
  • 10. ¡Señor nuestro! ¡Eres antes, más allá y por encima de la eternidad! Señor nuestro, Creador nuestro y Dios nuestro. —Ahora vayan, y exploren su morada –gritó el Señor. De inmediato, aquellos seres espirituales se dispersaron saliendo por las inmensurables extensiones e ese ámbito recién creado que vendría a ser llamado la eternidad. 10
  • 11. CAPITULO Dos Los ángeles formaron parejas al viajar a través de los lugares celestiales. Al atravesar aquel dominio de lo eterno, cada ángel compartía con su compañero la revelación que surgía en su espíritu. —Sé quién soy. Por algún instinto que no puedo explicar, sé mi nombre y el propósito de mi existencia –declaró un ángel a su nuevo amigo. —¡Igual que yo! –respondió el segundo. —¡Yo soy Exalta! —Y yo soy Gloir. —Fuimos creados para servir, sabes –observó Exalta, mirando sus poderosos brazos y manos. —¡Qué maravilloso! ¡Para servir! –respondió Gloir—. Y sin embargo, no hay nadie a quien podamos servir. Pero el Señor aun no ha terminado, sabes –siguió diciendo—. Nuestro Creador tan sólo ha empezado. Antes de que pase este día, habrá más cosas. De pronto Exalta se detuvo; su espíritu fulguró. —¡Percibo algo! Sí, nuestro Señor nos llama de vuelta al trono. ¡Está a punto de crear nuevamente! —¡Sí! –exclamó Gloir—. ¡Pronto, al trono! Desde las ilimitadas expansiones de la eternidad los ángeles se abalanzaron hacia el trono y allí se congregaron alrededor de su Señor, rodeándolo en una luz calidoscópica. Al tiempo que lo hacían, su Señor se dirigió hacia esa parte de los lugares celestiales donde el ámbito espiritual parecía terminar. —Escúchenme, acompañantes míos –dijo—. Más allá de esta Frontera yace un abismo de nadedad no nacido aún. El Señor hizo una pausa y levantó la mano. Los ángeles cesaron de volar en círculo. Con una voz que tronaba alejándose a través de aquel abismo, el Creador exclamó: Voy a crear ahora un segundo ámbito celeste. Este espacio será visible. ¡De modo que también tendrá medida! —¿Visible? –dijo Exalta, perplejo por el término sin sentido para él. —¿Medida? –añadió Gloir, mostrando una similar perplejidad. —Es que nosotros no entendemos qué significan esas cosas, ¿no es verdad? –dijo Exalta. —¡No! Pero lo sabremos enseguida –respondió su compañero. El Creador levantó las manos, irguió la cabeza y habló: —¡Haya luz! 11
  • 12. De repente hubo luz, como en un estallido, la cual se precipitó a través de lo que un momento antes había sido nadedad. Simultáneamente, desde la garganta de todos los ángeles brotó un “¡Ooooo!” de delectación. —¡Pero si la podemos ver! –susurró Exalta. La luz se extendió por toda aquella inmensurable esfera, que era vasta aun de acuerdo con las normas angélicas. Con todo, a diferencia de los lugares celestiales, este ámbito tenía límites. —Por todos lados puedes hallar sus límites –observó Gloir desconcertado. Allá adentro, en lo más recóndito de los ángeles, algo les dejó saber que este segundo ámbito, a diferencia del ámbito de ellos, era temporal. No era para siempre. —¿Visible? –consideró Exalta—. Y limitado. —Y temporal –añadió Gloir. Entonces Gloir, con el ceño fruncido, se volvió hacia exalta. —¿Y qué significa eso? –le preguntó. —Yo no sé –contestó Exalta, igualmente desconcertado—. Es obvio que lo finito y lo visible son cosas demasiado grandes para que nuestro espíritu infinito lo comprenda. 12
  • 13. CAPITULO Tres Al principio mismo del día segundo, el Señor convocó una vez más a la hueste celestial a una reunión. —¡Vengan todos! Entraremos en la esfera visible. De inmediato toda la hueste angélica pasó al otro lado de la Frontera, entrando así en el ámbito temporal. Una resplandeciente estela de luz viviente comenzó a descender en espiral por las extensiones del espacio desprovistas de escaleras, conforme el Señor mismo guiaba hacia el centro de la creación visible aquella procesión de ángeles, que iban con los ojos muy abiertos. Y al tiempo que esa guirnalda de ángeles descendía velozmente, ninguno de ellos podía evitar el fuerte impulso de estirar la cabeza hacia atrás y hacia adelante, para observar la increíble escena que ellos mismos estaban originando al descender raudamente dentro de ese mundo visible. Incontables ojos invisibles se sumergían en la inexplicable hermosura de la creación hermana. Había gloria en todas partes. ¡Gloria visible! —¿El hizo todo esto con una palabra? –musitó Gloir a nadie en particular, asombrado. —¿No es maravillosa la luz? –exclamó Exalta—. ¡Es una semejanza! ¡Una semejanza viva de la luz que resplandece sobre la faz de Dios! Al aproximarse todos al centro mismo del ámbito material, el Señor levantó la mano. Aquella viviente procesión de luz se detuvo y esperó. —En este lugar volveré a crear. Por cinco días estaré trabajando aquí. A continuación, la hueste angélica se dispersó hacia todas partes a fin de explorar aquel sagrado sitio. Lo que hallaron fue una ristra de oscuros planetas que entrelazaban su curso, en orden de sucesión, a través de una pequeña expansión. Había ocho de tales planetas, pero todos notaban una brecha en esa serie. Algo había sido dejado fuera. ¿O era que había algo que no se había insertado aún? —Hasta este momento Yo he creado tan sólo una cosa. Sólo he creado los cielos invisibles y los cielos visibles. Y ahora voy a crear... la tierra. —“¿Tierra?” –preguntaron en su espíritu todos los ángeles. 13
  • 14. —Aquí, en este lugar voy a crear... el planeta favorecido. Con intuición espiritual, toda la hueste angélica prorrumpió nuevamente en un cántico que vendría a ser conocido eternamente como el Cántico de la Creación Por encima del sublime sonido de su cantar celestial se podía oír la voz del Señor. Sus palabras armonizaban perfectamente con la exuberante alabanza de los ángeles: —¡Miren! ¡El brillante globo azul! –dijo. Desde la punta del dedo del Señor cayó suavemente una exquisita gota de lo que al principio parecía ser agua de un color azul profundo. Pero conforme los ángeles continuaron mirando con admiración esa maravillosa cosa, vieron que aquello que había caído del dedo de su Señor, era un planeta espléndido y brillante. Los ángeles continuaron su cántico, al tiempo que todos los ojos y espíritus angélicos convenían en que aquel orbe, cubierto de agua azul rutilante, sería la más hermosa esfera que habría de surcar jamás el ámbito visible. 14
  • 15. CAPITULO Cuatro Al comienzo del día tercero el Señor declaró: —Ahora voy a hacer que se descubra y se levante la tierra seca de en medio del agua azul oscuro. Al decir estas palabras, surgió de las aguas la tierra seca. Sobre la tierra aparecieron montañas y collados, ríos y arroyos, océanos y lagos. —¡Ahora voy a hacer aparecer otra forma de vida! –gritó el Creador. —¡Ooooo! —exclamaron una vez más los ángeles con agradable sorpresa—. ¡Compañía! —Voy a crear... –El Señor hizo una pausa, indicando así a sus compañeros que El tenía otra sorpresa más—. Voy a crear una forma de vida que es visible. —¡Ooooo! –exclamaron nuevamente los ángeles—. ¿Vida visible? ¿Es posible eso? —Yo nunca habría considerado semejante cosa –observó Exalta, confundido. —Ni yo tampoco –convino Gloir. Apenas el Señor hubo terminado de hablar, comenzaron a brotar del suelo tallitos verdes de algo. Entonces todos los ángeles, sin excepción alguna, se tiraron a la superficie del planeta, cayeron de rodillas y se pusieron a contemplar con admiración la hierba verde que brotaba debajo de sus manos y pies. —¿Es esto realmente una forma de vida? –preguntó Exalta al levantar, perplejo, la cabeza—. Es que esto no... bueno, ¡esto no se mueve! —Este... yo no sé –respondió Gloir pensativamente—. Ondea un poco hacia un lado y otro. —Tú sabes lo que quiero decir –exclamó Exalta indignado—. Todo lo que vive, se mueve por todas partes... ¿no es cierto? Pero Gloir se encontraba pedido en sus propios pensamientos al mirar con atención ese... algo verde. —¿Y esto necesitará realmente nuestro servicio? –preguntó reflexivamente. En ese momento otro ángel cercano se puso de pie y gritó: —¡Miren allí! 15
  • 16. De inmediato toda la hueste angélica se volvió y comenzó a regocijarse. Al hacerlo, los ángeles (como hacen siempre los ángeles) comenzaron a aclamar juntos: El Señor ha entretejido semejanzas de Sí mismo en su creación. Hoy nos proporciona una semejanza del Arbol de la Vida. ¡Sobre la faz del planeta favorecido ha puesto incluso semejanzas del glorioso árbol del cielo! —¡Oh, qué maravilloso! –exclamó Gloir al observar cómo un inmenso bosque de árboles brotaba a la existencia. —¡Sí, qué admirable! ¡Adondequiera que miramos, se ven semejanzas! Semejanzas de nuestro ámbito y semejanzas de nuestro Señor. Exalta, esto se está volviendo UN lugar de maravillas. —¡Arboles vivientes, aquí, en este ámbito! –añadió Exalta con admiración—. Arboles que tanto hacen recordar el Arbol de la Vida. Bueno, no exactamente lo mismo, desde luego. No existe nada tan inmenso y tan viviente como el Arbol de la Vida. 16
  • 17. CAPITULO Cinco El Creador de todas las cosas siguió trabajando, hasta que llegó el día cuarto. Entonces hizo una pausa y, más pensativamente que nunca antes, creó algo que no era viviente. Colgó una pequeña luna justo afuera de los cielos de la tierra. Hecho eso, el Creador colocó una inmensa bola en el mismísimo medio de los nueve pequeños planetas. Entonces la tocó, y ese gigantesco globo estalló en un hirviente fuego que iluminó el mundo de los nueve planetas. Y en el mismo instante en que el Señor encendió el sol de la tierra, también creó las estrellas – cien mil millones de bolas de rutilante luz. El esplendor del sol de la tierra llenó el día, en tanto que de noche la luna de la tierra reflejaba la gloria del sol. —¡Más semejanzas! ¡Más semejanzas de nuestro Señor! –observó Exalta encantado. Para la noche del día quinto, el planeta favorecido rebosaba de una miscelánea de vida. Multitud de criaturas llenaban el mar, mientras que seres alados llenaban el aire. Los atentos ángeles tuvieron el presentimiento de que el sexto día vendría a ser el gran final de la creación. Y así fue, pues todo el día sexto fue dedicado enteramente a crear nuevas formas de vida. Y cada vez que su Señor creaba, los ángeles observaban que la forma de vida que El hacía aparecer, era algo superior a la anterior. Tampoco les pasaba inadvertido que cada vez que creaba, las semejanzas de Sí mismo que El entretejía tan diestramente en cada criatura, se hacían cada vez más distintas. Fue hacia la mitad del día sexto que el Señor creó un ser que era más parecido a Sí mismo que ningún otro ser viviente. La hueste angélica entera rodeó esa pequeña criatura, cantándole con una mezcla de honor y temor reverente. —¡Nuestro Señor ha creado una semejanza tan bella de Sí mismo! —Sí; una semejanza más completa que todas las demás. —Una semejanza casi perfecta de todos sus caminos, de su naturaleza y de su gloria —susurró Exalta. Desde luego, estaban hablando de un corderito. 17
  • 18. CAPITULO Seis Ya estando bien avanzada la tarde del día sexto, era obvio para todos que la obra de creación del Señor estaba llegando a su fin. Entonces el Creador dio un paso atrás y observó todo lo que había hecho. Con su aguda vista, los ángeles notaron que, por un breve instante (por primera y única vez en toda la historia eterna), el Señor pareció ligeramente cansado. Si continuaba trabajando a ese paso, observaron, podría incluso necesitar descansar al día siguiente. —El Señor está a punto de crear el último ser viviente — susurró Gloir entendidamente a Exalta. —Creo que sé qué va a ser esa criatura —respondió Exalta. —¿Y qué será? —preguntó Gloir un poco incrédulamente. —¿Has notado que cada vez que el Señor crea una nueva forma de vida visible... la misma es superior a la anterior? Bueno, creo que es razonable... que ahora vaya a crear... —¿A crear qué? —respondió Gloir impaciente. —La creación final de la tierra será un... bueno... un ángel visible. ¡No hay nada tal como un ángel visible! —replicó Gloir. —Sí, es cierto... bueno, hasta ahora... Pero... La conversación angélica se detuvo imprevistamente. El Señor estaba a punto de hablar. —Ahora —dijo El—. Esta palabra fue pronunciada con expectación y finalidad. Todo espíritu latía emocionado, porque era obvio que un gozo muy grande se agitaba en lo profundo del ser del Señor. Ahora viene mi acto final de creación. Después de esta última criatura nunca más volveré a crear. ¡Nunca más! Ni en los cielos, ni en la tierra. Lo material —que comprende espacio, tiempo, materia y dimensión— llega a su conclusión creativa, como también el ámbito de lo espiritual. En este momento la creación carece de una sola cosa... ¡De su Propósito! Todos los ángeles jadearon. Ese era un pensamiento que ellos habían conocido instintivamente, si bien nunca se había expresado en palabras: ¿Por qué motivo creó nuestro Señor? ¿Cuál es la finalidad de esta creación? —Ahora, a realizar mi Propósito. 18
  • 19. El Señor pronunció esa palabra de una manera que los ángeles no habían oído nunca antes. ¡El Propósito! Era una expresión que no se había de indagar, sino ver. Aquí el Señor se volvió y enfrentó a toda la ciudadanía celestial. sus ojos flameaban. Eran como llamas de una luz increada. —Entiéndase bien esto —declaró—: Toda la creación ha sido hecha a causa de esta criatura. ¡Solamente de ésta! Ahora la expectación era verdaderamente electrizante. Exalta estaba tan ansioso de gritar alabanzas, que creía que su espíritu estallaría. Entonces el Señor fue hasta el centro mismo de la superficie del planeta favorecido. Enseguida, y en forma muy deliberada, se agachó y metió las manos suavemente en el húmedo suelo rojizo. Debido a que el Creador habría de utilizar la arcilla de la propia tierra, los ángeles inmediatamente comprendieron (o creyeron haber comprendido) que esta criatura pertenecería tan sólo al planeta verdiazul. Con sumo cuidado, el Señor empezó a amasar y esculpir la arcilla rojiza. Haciendo uso de nada menos que el pleno espectro de su divina habilidad artística, el Creador plasmaba una figura sumamente exquisita. Pero, inexplicablemente, cada pocos momentos el Señor se detenía, reflexionaba y luego continuaba plasmando. Ese era un gesto nunca antes observado en El. Ni los ángeles captaron del todo su pleno significado... al menos al principio. Pero había algo que sí comprendieron. Emergiendo de la arcilla aparecía la más bella criatura de todo el ámbito visible. 19
  • 20. CAPITULO Siete Uno de los arcángeles se deslizó junto al Señor e inquirió, con lo que parecía la más grande curiosidad: —¿Estará éste sobre nosotros? —No —respondió el Señor, sin detenerse en su labor—. Será creado un poco menor que los ángeles. Al menos... al principio. Pero éste no será su estrado final. —Hasta entonces ¿él nos servirá? —preguntó el más hermoso de los ángeles. —No, —respondió el Señor—. Ustedes lo servirán a él. Esta es mi naturaleza. El mayor servirá al menor. —Y esta criatura, formada de barro y arcilla... ¿será tan hermosa como nosotros? —prosiguió el arcángel. —El será tan... El será tan hermoso como incluso un arcángel. Tal vez hasta más hermoso... porque... Todos los ángeles hicieron un gran esfuerzo para oír las palabras siguientes. —Como puedes ver, él será formado a... mi... imagen. —Hubo un momento de pasmado silencio, al tiempo que toda mirada se desplazaba hacia aquella figura de arcilla. —¡Es verdad! —exclamó Exalta, que a menudo era el primero en romper el silencio angélico con sus exaltaciones. Primero un ángel y luego otro y otro se unieron a la aclamación de Exalta. La alabanza, a manera de una ola inmensa, creció hasta llegar a un rugido atronador, que sacudió la textura misma del universo al resonar a través de las galaxias. —¡Yo lo sabía! ¡Yo lo sabía! —exclamó Gloir—. ¡Sabía que yo he sido creado para algo! ¡He de servir al que ha sido hecho a imagen de mi Dios! ¿Cuán maravilloso puede ser lo maravilloso? Así, pues, aconteció que en ese momento de revelación, los ángeles comprendieron por qué su Señor había hecho tan frecuentes pausas al moldear esa arcilla. El había estado reflexionando sobre su propio ser, esculpiendo luego en la arcilla visible las marcas de sus propias características invisibles. En breve los ángeles volvieron a quedar silenciosos para no perderse ni un instante de los momentos finales de ese drama que se estaba desarrollando allí. 20
  • 21. El Señor se puso en pie y se quitó la arcilla de las manos, luego dio un paso atrás, estudió la figura de arcilla y musitó algunas palabras demasiado suaves como para que oído alguno las pudiese oír. —Al fin, mi obra maestra. El escogido. Los ángeles acallaron todo menos su respiración. ¿Y ahora, despertaría El a esa criatura? Y si así fuese, ¿cómo lo haría? 21
  • 22. CAPITULO Ocho Inmóviles, los ángeles esperaban que su Señor extendiera la mano y tocara la inánime figura de arcilla que yacía en el suelo y le diera vida. Entonces la misma se levantaría y tomaría su puesto en el planeta favorecido como la criatura suprema de la tierra — un ser a tono con el ámbito material. O así lo supusieron. En cambio, el Señor dejó de contemplar la arcilla esculpida y, volviendo el rostro, su mirada se extendió, primero a través de la vasta expansión de espacio y tiempo, y luego, ¡más allá de la Frontera! Parecía estar midiendo la distancia que había entre la figura de arcilla y el lugar donde comenzaba el ámbito invisible. Dejando totalmente desconcertada a toda la hueste angélica, el Señor partió del planeta visible atravesando la atmósfera de la tierra y los cielos estrellados. Pero sacudiéndose enseguida su asombro, los ángeles se abalanzaron tras El. El Señor se detuvo exactamente a medio camino entre el brillante globo azul y la Frontera. Asombrados, los ángeles vieron cómo su Creador extendió sus omnipotentes brazos y, tomando al planeta favorecido con una mano y al ámbito invisible con la otra, comenzó a traerlos uno hacia el otro. Fue aproximando cada vez más la Frontera hacia el pequeño planeta llamado tierra. Ahora ya lo visible y lo invisible virtualmente casi se estaban tocando. Lo material y lo inmaterial Lo visible y lo invisible. Lo dimensional y lo no dimensional. Lo físico y lo espiritual. El planeta favorecido y el otro ámbito estaban a punto de tocarse. Allí, ante los ojos de los extasiados ángeles se estaba desenvolviendo el más desconcertante momento de todos los actos de la creación. 22
  • 24. CAPITULO Nueve Ahora, con los dos ámbitos prácticamente tocándose, los ángeles contemplaron algo que, aun cuando los ojos podían ver, los espíritus no podían comprender. ¡El Arbol de la Vida estaba desplazándose desde el cielo hacia la tierra! Acompañando al Arbol de la Vida venían las más sublimes glorias y las más imponderables riquezas de los lugares celestiales. En alguna parte de lo más recóndito del espíritu de Registrador nacieron estas palabras: “La escena que veo ahora, la habré de contemplar de nuevo en alguna edad futura en una gloria aún mayor.” Pero las palabras que surgieron en el espíritu de Registrador, eran palabras que él no se atrevió registrar. —¡El Arbol de la Vida desciende del cielo a la tierra! ¿Qué podrá significar esto? —Preguntó Gloir pasmado. Por un momento indescriptible, el Arbol de la Vida y las riquezas del cielo parecieron estar como suspendidos entre los dos ámbitos. En ese inolvidable momento, el cielo tocaba al árbol por un lado y la tierra lo tocaba por el otro. Entonces el cielo y la tierra empezaron a traslaparse. Las riquezas de los lugares celestiales y las riquezas de la tierra se entremezclaron... y de repente formaron un vasto huerto en cuyo centro se encontraba el Arbol de la Vida. ¡Las glorias de dos universos se habían entrelazado, viniendo a ser uno! El huerto en que los dos ámbitos armonizaron, era tan vasto como todo un subcontinente. Ahora los dos ámbitos: el espiritual y el material, compartían un terreno común en un mundo de maravillas botánico, de una belleza y riqueza indescriptibles. Ahora la creación podía vanagloriarse de un lugar que no era ni el ámbito visible ni el ámbito invisible. De hecho, el huerto era ambas cosas... al mismo tiempo. Ese fue el momento más electrizante y de mayor expectación en la creación. —Un huerto, —exclamó Exalta—. Una gloriosa combinación de la suprema belleza de dos ámbitos, que forma un lugar más hermoso que cualquiera de los dos. Al instante los ángeles se abalanzaron desde arriba hacia la entrada del huerto. No había más que un sólo pensamiento en todo espíritu: ¡Cómo debe de ser, este huerto! 24
  • 25. ¡Ciertamente la creación de semejante lugar no había pasado nunca por la mente de los ángeles! ¡Ninguna criatura había soñado jamás con semejante combinación de la gloria material y la gloria espiritual! Por cierto ése era un lugar adecuado para el mismísimo trono de Dios. 25
  • 26. CAPITULO Diez Ninguna pluma mortal describirá jamás, ni ninguna lengua de ángel declarará, lo que los ojos de los ángeles contemplaron aquel día cuando pasaron flameantes por el huerto, procurando comprender los ámbitos inmezclables combinados en uno. Algunas porciones del huerto eran invisibles, otras eran visibles. Algunas más eran tanto visibles como invisibles, por lo que venían a ser una gloria mayor que cualquiera de las dos. —¿Vive alguien aquí? —preguntó Exalta a media voz. —Esto no es nuestro hogar, puesto que somos espíritus; el mundo espiritual es nuestra morada —razonó Gloir. —Tampoco puede ser la morada de Dios, porque El también es Espíritu. —¿Puede esto ser el hogar destinado para el reino animal? —¡Desde luego que no! —fue la enfática respuesta de Exalta—. Los animales están hechos del polvo de la tierra, y la tierra es su morada. Además, ellos no pueden ver lo invisible. —Bueno, alguien vive aquí. ¡O debe de vivir! ¡O va a vivir! Pero a fin de armonizar con esta habitación, tendría que ser una criatura compuesta de elementos de los dos ámbitos. Ciertamente éste es el lugar más maravilloso de toda la creación en que alguien haya de vivir. Pero no hay nadie que corresponda a un lugar que es tanto el cielo como la tierra. —¡La arcilla! ¡La escultura de arcilla! —exclamó Exalta—. ¡Mira! Su figura yace justamente afuera de la entrada del huerto. Este huerto habrá de ser su hogar. —¿Podría ser? —preguntó Gloir no muy seguro. —No, no es posible —continuó, procurando sonar ni seguro ni inseguro al mismo tiempo—. Después de todo, la arcilla, caso de que llegue a vivir, sería de la tierra y solamente de la tierra. Igual que los animales, él está hecho de arcilla. —Entonces no hay nadie que pueda reclamar legítimamente este lugar, —murmuró Exalta con tristeza. Dos ámbitos se han tocado en este gozoso día. El cielo y la tierra son uno. Nadie ha soñado nunca un sueño tan glorioso como éste. 26
  • 27. ¿Puede este misterio hallar su respuesta en la arcilla silenciosa? —¡Exalta, mira! Nuestro Señor ha vuelto a sus labores. Algo renuentes, los ángeles abandonaron el huerto y rodearon a su Señor. Observaron con mirada fogosa cómo su Señor se inclinaba sobre la misteriosa criatura, hecha del polvo de la tierra, pero que yacía tan, tan cerca de la entrada del huerto. 27
  • 28. CAPITULO Once —La criatura que yace a mis pies será llamada Tierra Roja, porque él es de este planeta y de este planeta será ciudadano. El Señor hizo una pausa, proporcionándole así un instante a Gloir para decirle al oído a Exalta: —Tierra Roja será para este ámbito lo que los arcángeles son para el nuestro. Sin embargo, fíjate, el huerto no es de él. Pero Gloir habló demasiado pronto, pues el Señor continuó: —El será igualmente, desde todo punto de vista... El Señor hizo otra pausa, y luego le susurró suavemente a la hueste angélica: —Quédense aquí. Aquel mar de ángeles se abrió al pasar el Señor ascendiendo por en medio de ellos. Ninguno lo acompañó, aun cuando todos deseaban vivamente hacerlo, ya que su Señor parecía estar yendo hacia el ámbito invisible. Esta vez el Señor se precipitó más allá de la Frontera y siguió hasta el centro de los lugares celestiales, ¡hasta el trono mismo! Una vez allí, echó hacia atrás la cabeza y bebió las brisas del cielo, el aire mismo de los lugares celestiales. El aliento celestial penetró en lo profundo de su seno, donde lo encerró en lo más íntimo de su ser. Rápidamente volvió a descender al planeta favorecido. Una vez más el Señor se arrodilló junto a la figura de arcilla esculpida. Entonces, para asombro de los ángeles, empezó a soplar con suavidad aquel hálito del ámbito espiritual, bien hondo dentro de aquella figura hecha del polvo de la tierra. El hálito santo, invisible, procedente del universo de los mundos no visibles, penetró por las inertes ventanas de la nariz de la inanimada figura que pertenecía a la tierra. ¿Osaban los ángeles creer que lo celestial y lo terrenal podían llegar a ser uno... dentro de una criatura viviente? La acallada y quieta hueste de ángeles observó cómo ese resplandeciente y latiente aliento fluía suavemente, descendiendo y penetrando en las profundidades de la hermosa figura de arcilla. La luz del hálito celestial penetró más y más hondo, dentro de las partes más recónditas de la arcilla. Por último, el hálito de vida 28
  • 29. se juntó en un minúsculo espacio, haciendo su morada en las porciones más recónditas de la figura de arcilla. Aquel aliento de luz trémula procedente de otros ámbitos, comenzó a abrillantarse e intensificarse. Poco a poco su luz se fue esparciendo por todo el interior de Tierra Roja, hasta que, por último, brotando de la superficie de la arcilla desnuda, revistió al hombre con una vestidura de luz. Arcilla de este ámbito y aliento del cielo del otro, he aquí una criatura de dos mundos. Él es el único ser que es ciudadano de los dos ámbitos. Delante de ustedes está uno que se desplazará sin confines entre las dos creaciones. Para él no hay frontera. Los dos ámbitos son uno sólo. Lo he hecho heredero de las riquezas de la tierra, y heredero de las riquezas de los lugares celestiales. Las dos son suyas. En parte material, en parte espiritual, el que ustedes ven delante de sí es uno como ningún otro. ¡Vean mi obra maestra! Después de decir estas palabras, el Señor se apartó de la figura de arcilla para observarla y esperar. La escultura de arcilla, vestida ahora de pies a cabeza de un suave resplandor, rebullía. De repente, su cabeza suavemente resplandeciente se separó del suelo. Con un aire de realeza que hasta un ángel podía envidiar, el hombre se levantó y se enderezó completamente hasta alcanzar su plena estatura; pestañeó, y abriendo sus briosos ojos negros, recorrió lentamente con la vista la escena que tenía delante. La hermosa criatura de arcilla roja y purísima luz se encaminó hacia los ángeles con una dignidad no diferente de la de su Creador, y extendió las manos como saludando a viejos amigos. En ese momento, nadie en la tierra ni en el cielo ponía en duda que Tierra Roja era lo más hermoso de toda la creación. —Más glorioso que yo —observó el ángel de luz. Ahora tampoco había duda alguna acerca de quién habitaría en el huerto. Lo mejor y más elevado de la gloria de dos ámbitos se unían ahora... en un huerto... y en uno llamado hombre. —Nos puede ver —dijo Exalta con voz ahogada. —¡Ve lo invisible! —balbuceó Gloir. —Es glorioso más allá de todo lo imaginable. —¡Lo que nos espera cuando él se vuelva y los dos seres más gloriosos de todos se encuentren cara a cara! 29
  • 30. 30
  • 31. CAPITULO Doce La hueste angélica se elevó de la tierra y lenta, casi reverentemente rodeó a Tierra Roja. La luz del hombre quedó eclipsada en la luz de incontables millones de ángeles brillantemente refulgentes. Los ojos de la viviente e iluminada figura de arcilla se inundaron con la belleza de la gran multitud que la rodeaba. Ellos, a su vez, se maravillaban de que semejante grandeza y majestuosidad pudieran ser hechos visibles. El Señor, que seguía observando desde cierta distancia, daba testimonio de la magnitud de ese momento tan sólo con la llama de fuego de sus ojos. Los ángeles ensancharon su círculo de luz desbordante, hasta que el mismo llegó a rodear tanto a Adán como a su Señor. En ese momento de esplendente gloria y de luz deslumbrante, el hombre se volvió por primera vez, viniendo a quedar frente a su Señor. Entonces los ojos de ambos, resplandecientes como diez mil fuegos, se encontraron. Tan sólo el hombre y Dios comprendieron la profundidad del significado de ese momento. Es muy propio de la naturaleza de las criaturas medir a otros comparándolos consigo mismas; por eso, los ángeles esperaban que el hombre, así como hacen los ángeles, prorrumpiera en alabanza en ese momento de gloria sin paralelo. ¡Pero él no hizo nada de eso! En cambio, la gloria de la luz que había en el hombre estalló en torrentes de luz deslumbrante, sobrepasada tan sólo por la luz de la gloria de Dios, alcanzando ambas una intensidad de brillantez sin paralelo. Los ángeles se cubrieron los ojos en presencia de esa manifestación sin precedentes de la gloria de Dios y del esplendor del hombre, temiendo quedar cegados si no lo hacían. Pero reconsiderándolo, todos prefirieron arriesgarse a quedarse ciegos, antes que perderse ese momento de todos los momentos. —Seguramente —susurró Miguel aterrado—, ahora el hombre caerá postrado a los pies de su Creador. Sin embargo, ni Dios ni el hombre se movieron. Parecían estar compartiendo ese momento en un plano que estaba fuera del alcance de los ángeles. —Se comprenden uno al otro —musitó Gabriel. 31
  • 32. —¿Qué es eso que veo en el rostro de Dios? —exclamó Gloir—. Es rutilante, y sin embargo, corre como un río. —Como un diamante viviente que se derrite —respondió Exalta con tranquila admiración. —Mira —observó Gloir—. Ocurre lo mismo en el rostro del hombre. Cualquiera cosa que sea, fluye hacia abajo en el rostro del Creador y en el de la criatura como corrientes de fuego. En ese instante de sublime gloria, fue el hombre, apenas visible por la luz que lo revestía, quien de repente extendió los brazos y corrió hacia su Dios. ¡En ese mismo momento el Señor de toda la creación avanzó hacia el hombre con igual naturalidad! Los dos se unieron en estallidos de gloria y torbellinos de luz, abrazándose entre sollozos de gozo. Fue Registrador quien puso palabras, por pobres que puedan ser las palabras, a la escena final de ese día inolvidable. Más tarde, al final del día sexto, se añadieron nuevas palabras al léxico de la creación. Fueron palabras formadas en esa hora, para recordarnos lo que hemos visto pero que no comprendemos. En este día, nosotros los ángeles hemos presenciado lágrimas. Lágrimas de gozo. Y algo más. Algo que ninguno de nosotros conocía. ¡El amor de Dios! 32
  • 33. CAPITULO Trece Al terminar el día, igual que un padre haría con su hijo, el Señor de todo paseaba con Tierra Roja al aire fresco de la tarde. En forma casual, los dos fueron caminando hacia la entrada del huerto. Al ir andando, el Señor compartió con Adán muchas cosas que deseaba tanto decir y que el hombre deseaba tanto oír. Sobre este globo azul brillante Tú sólo has de señorear. Todo lo que se resista, Lo has de sojuzgar. Recuerda mis palabras; Recuérdalas bien. El huerto es tuyo para siempre: Guárdalo bien. Sobre tu rostro sólo Están esbozados, Y no de ninguna otra criatura, Mi carácter y mis rasgos. Recorre este planeta, Recórrelo libremente. Que todas las cosas vean Qué sería Dios si fuera visible. Mira la hierba; mira la fruta Que cae a tus pies, espontánea. Esto será tu alimento, Y todo esto, tu comida. Por tanto, disfrútalas. Las hierbas y plantas todas, Excepto solamente una, Son tuyas para comer, todas. Este, y tan sólo éste, Te hará plenamente completo: El Arbol de la Vida, Para que de él comas su fruto. Y, finalmente, sé fructífero. 33
  • 34. Multiplícate gozosamente, Y gobierna con sabiduría Este globo azul brillante. Una vez más los ángeles rodearon a Dios y al hombre como en enjambres de luz. Con ello, el día sexto llegó a su fin. Y el día séptimo, el Señor reposó de su obra de creación. 34
  • 35. CAPITULO Catorce En el día octavo, Adán percibió en lo íntimo de su espíritu cuál había de ser su primera tarea como señor del planeta favorecido. Entonces, alzando su poderosa voz, gritó una orden que retumbó desde el Eufrates hasta el mar del medio. Al escuchar el llamado de su señor, los animales de la tierra corrieron, todos a una, hacia el señor de la tierra. Al ir pasando cada pareja de animales delante de él, Adán les ponía nombre, al macho y a la hembra, dándoles los nombres que habrían de llevar mientras el planeta favorecido existiese. Estando Adán en esa tarea, el Señor del señor de la tierra vino a él y le preguntó: —¿Es buena mi creación? ¿Es bueno todo lo que he hecho? —Sí, mi Señor —contestó Adán—. Todo lo que hiciste es bueno. Pero, con todo, hay algo que no es bueno. —¿Y, qué podría ser eso? —preguntó el Señor con evidente complacencia por el rápido discernimiento que Adán había demostrado tener. —Mi Dios, mi Señor, mi Creador. Tú lo sabes. —Sí, es verdad —se apresuró a decir el Señor—. Falta una cosa: no es bueno que el hombre esté solo. Y así, en comunión recíproca los dos convinieron en que Adán, igual que los animales, debía tener una pareja. Entonces Dios hizo caer un profundo sueño sobre Adán, abrió su costado y por esa herida abierta le sacó un hueso que resplandecía suavemente. —Este ya no es el día sexto —reflexionó Registrador en voz alta al anotar aquel extraño acontecimiento—. ¿Creará Dios una pareja para Tierra Roja? Pero al congregarse los ángeles alrededor del Señor del cielo y del señor de la tierra, observaron que la pareja para Adán no estaba siendo creada, sino hecha de la propia substancia de Adán. La pareja del hombre estaba siendo producida de su propia estructura molecular. Y cuando el resplandeciente hueso tomado del costado de Adán quedó completamente formado y vino a ser la pareja del señor de la tierra, se le puso por nombre Eva. Considerando con mente aguda ese acontecimiento único en su género, Registrador concluyó el registro del advenimiento de Eva 35
  • 36. haciendo una anotación por su propia cuenta en el margen del Libro de Registros. Eva es tan sólo una extensión de Adán. Ella, no creada, es hueso del hombre y carne del hombre. Esta mujer, esta parte del hombre... este otro yo del hombre, estaba escondida en Adán. Nadie se daba cuenta de que una mujer, la propia desposada del hombre, estaba dentro del hombre. ¿Nos ha mostrado algo nuestro Señor que nosotros dejamos de ver? Adán es la imagen de Dios. ¿Hay un misterio aquí? Tal vez el Misterio. ¿Es posible que haya una desposada escondida dentro de Dios? ¿Habrá de ser... el costado de Dios, que yo —y tan sólo yo— he visto traspasado... su costado... habrá de ser un día abierto... en algún lugar por ahí, en algún lejano momento en el espacio y el tiempo? ¿Será entonces revelado que, así como Eva estaba escondida en Adán, asimismo hay un otro yo para nuestro Señor escondido en lo más recóndito de su ser? ¿Una pareja, para Dios? ¿Una pareja tomada y formada de su vida increada? Esta Eva es hueso de los huesos del hombre y carne de su carne. Nuestro Dios es espíritu. ¿Habrá de salir alguien de dentro de El que sea espíritu de su espíritu? ¿Será éste el Misterio que ahora está oculto en nuestro Señor? Entonces Adán despertó de su profundo sueño y le fue presentada esa criatura, más hermosa que el animal más magnífico de toda la tierra o el ángel más glorioso del cielo. Igual que Adán, esa encantadora criatura estaba vestida de una suave luz. En presencia de semejante belleza, Adán (igual que han hecho y hacen todos los hombres después de él) se esforzó para poner en palabras los sentimientos de su alma: Tú eres la primera hija del Edén. Todo lo que es belleza, Todo lo que es gloria, Todo eso junto eres tú. Amén. Tu cabello trenzado Salpicado de luz estelar, Tu cuerpo, hecho por manos divinas, De marfil viviente labrado. Tus ojos de esmeralda, los veo, Destellan fuego de esmeralda. Ellos cautivan mi corazón, Y despiertan mi deseo. En ti la gracia perfecta Y el perfecto encanto Hacen perfecta combinación. Tu rostro al de Dios imita. Tú eres aquel espacio donde se atenúa la línea Que hay entre lo terreno Y todo lo que es divino. 36
  • 37. Ni la tierra ni el cielo han contemplado jamás ninguna visión más extática que ese momento de suprema inocencia y éxtasis en que el hombre y la mujer se abrazaron, amaron y vinieron a ser uno. Unicamente el siempre austero pero siempre penetrante Registrador pudo preguntarse cosas, que ninguna otra mente ni espíritu podía preguntarse: —¿Cómo es que el hombre, hecho a imagen de Dios, pudo llegar a ser uno con su otro yo? ¿Estará oculto aquí el propósito de el Propósito? 37
  • 38. CAPITULO Quince —Ven, Eva, exploremos nuestro hogar. Por un momento Eva miró hacia arriba para observar el rostro de su Señor y ver si las palabras de su pareja tenían la aprobación de El. Pero con la misma rapidez descubrió que su espíritu, igual que el de su compañero, conocía la voluntad de Dios. —Vayan —dijo el Señor—. Me uniré a ustedes cuando hayan llegado al centro del huerto... y de la tierra... y... El Señor hizo una pausa, y enseguida añadió: —¡Y de todas las cosas! Entonces la primera pareja de la tierra pasó reverentemente por la entrada del huerto. El resplandeciente sol se hallaba realizando su majestuoso recorrido a través de un cielo intensamente azul, haciendo penetrar sus rayos de luz por entre la espesa palizada de los bosques y grabando con fuego centelleante las rielantes aguas de algún distante río. Como una inmensa araña de luz colgada desde una infinita bóveda, derramaba su luz por entre ramas y hojas, creando decenas de miles de rutilantes lucecitas en la alfombra de hierba salpicada de rocío que se extendía delante de ellos. Conforme la pareja se alejaba deslizándose en aquel ámbito encantado, las brisas del cielo y de la tierra fueron combinando sus aromáticas delicias para embriagar el aire con los perfumes de dos ámbitos. El sol abrió de par en par su dorada puerta para alumbrar a los ciudadanos de ese reino floral, revelando así su exquisita vestidura luminosa, enjoyada ahora con los rayos del sol y ataviada con ornamentos de resplandeciente plata. El señor y la señora de la tierra se encontraron sumidos en una escena de interminables luces, colores y formas, todo contrapuesto la inmensa bóveda azul suspendida en lo alto. Sus sentidos se anegaron de una belleza tan excesiva, que llegaba más allá de la medida de su ser. —¡Qué tesoros imponderables! —susurró Adán—. ¡Y qué arte tan perfecta! —¡Qué vistas de hermosura nos ha proporcionado nuestro Señor! —respondió Eva con una voz llena de temor reverente. —Entren aún más lejos —gritó una voz desde algún lugar lejano, allá delante de ellos. ¿O fue un llamado que venía desde dentro de su espíritu? 38
  • 39. Adán irguió la cabeza, miró alrededor y venteó el aire como lo haría un ciervo. —¿Lo oyes? —preguntó. —Sí —respondió Eva. —Un río. Un río que corre y burbujea. Siento cómo vibra. Percibo su esplendor. —¡Pronto! —replicó Eva. Tomándose de las manos, empezaron a correr hacia el sonido de aquellas lejanas aguas que parecían estar llamándolos. Apenas habían avanzado en su carrera, cuando apareció una inmensa raíz que corría a flor de tierra y que obviamente pertenecía a algún árbol extraordinariamente enorme. Esa gigantesca raíz descansaba en la tierra como lo hiciera una elevada montaña. “¿Qué clase de árbol pudiera presagiar esta raíz?” se preguntó Eva con interés. Adán apretó la mano contra la enorme raíz. —¡Esta raíz vibra! Late en perfecta armonía con mi espíritu. Y... con la música del cielo. Yo también lo siento. Es como si algo que está dentro de ella concertara con lo que está dentro de mí. —Estoy seguro de que cuando lleguemos al árbol al cual pertenece esta raíz, habremos hallado la más elevada maravilla de este huerto —declaró Adán. —Este árbol... tú sabes... —observó Eva— no es originario de nuestro planeta. —Es el más elevado contenido del cielo, —convino Adán. —¡Mira! —gritó Eva—. ¡Allá lejos! ¡Ramas! ¡Y hojas! —El sonido se hace más fuerte —observó Adán—. Por allí, en esa dirección... ¡un río! Como el viento, la joven pareja recorrió la distancia que había entre ellos y el misterioso río. Las raíces y extensiones de ese árbol formaban grandes arcadas entre sí, a través de las cuales ellos corrían. —Las ramas. Las hojas. Hasta ellas laten con gran energía. Y desde dentro de ellas resplandecen brillantes colores y... —¡El río! ¡Veo el río! —gritó Eva. —El río sigue las extensiones del árbol. —¿O las extensiones siguen al río? —¿O es que ambos corren juntos? Al ir entretejiendo su camino a través de las grandes hojas, ramas y extensiones del árbol que aún no se veía, de repente el río apareció a la vista. La pareja hizo un alto en la ribera del río, arrobada por lo que veían sus ojos. —Está lleno de vida —susurró Adán al arrodillarse junto a la orilla del río. —Lleno de vida. ¡Una agua que está viva! ¡Que es viva! Clara. Cristalina y perfecta. Mucho más profunda... mucho... mucho más ancha que lo que yo pudiese haber soñado jamás. 39
  • 40. —¡Adán... mira... en el agua... hay oro! Adán metió la mano en las burbujeantes y murmuradoras aguas. Volviendo el rostro hacia Eva, le dijo: —Lo tengo. En la mano. Al decir esto, sacó un pedazo del resplandeciente metal que había estado encajado en el borde del río. —¡Pero, esto también está lleno de vida! ¡Oro lleno de vida! ¡Y allí! ¡Mira! ¡Piedras preciosas! Toda clase de hermosas piedras preciosas. Y perlas. Todas en el río. ¡Y todas... llenas de vida! —Adán se irguió y una vez más venteó el medio ambiente. Su espíritu se esforzaba por hallar la respuesta. 40
  • 41. CAPITULO Dieciséis —El río tiene un nombre. Se llama el Río de la Vida, —declaró Adán mediante una percepción que le vino desde esa parte de sí mismo que pertenecía al otro ámbito. —Pero ¿de dónde fluye? —inquirió Eva. —Los lugares celestiales eran antes su hogar. Creo que ahora aun fluye saliendo de los cielos. El cielo y la tierra están unidos por este río. Y por un árbol. ¡Sí, por un árbol! Un árbol que aún hemos de ver. El Río de la Vida. Y el Arbol de la Vida. Son la comida y la bebida del cielo. Pero están aquí para nosotros. Hemos de participar de ellos como nuestro alimento. De pronto Adán dio media vuelta y levantó la mano. Eva sabía exactamente lo que estaba ocurriendo. Su Dios le estaba hablando al señor de la tierra desde dentro del espíritu de él: —¿Qué más, Adán? —vino la voz del Señor, tronando silenciosamente dentro del espíritu del hombre—. ¿Qué es lo que sabes, porque Yo te formé de la arcilla de la tierra y del soplo del cielo? —En este huerto hay un río. Un árbol. Oro. Perlas. ¡Piedras preciosas! ¡Y yo! ¡Un hombre! —Y algo más —respondió una voz dentro del ser de Adán. —El trono —susurró Adán—. Señor, tu trono está aquí. —¿Y...? —¡Y la desposada del hombre! —gritó Adán, encantado. —¿Y...? —No sé qué es, pero veo... ¿una ciudad? No puedo distinguirlo perfectamente. Pero lo sabré, Señor. ¡Lo sabré! —Un elemento mas, Adán. Esta vez Adán giró dando una vuelta completa, como buscando a alguien. —¡Eres Tú, mi Señor! Tú también estás en el huerto. Dentro de este huerto, mi espíritu ve Un río Un árbol Oro Perlas Piedras preciosas Al hombre 41
  • 42. A la desposada El trono Y ¡A Dios! ¡Eva! ¡Todo esto es nuestro hogar! —gritó Adán alborozado. 42
  • 43. CAPITULO Diecisiete La joven pareja continuó ascendiendo más y más, siguiendo siempre al río que corría en medio de las gloriosas extensiones de un maravilloso árbol. Y en lontananza, como llamándolos, se escuchaba el estruendo de lo que sólo podía ser la caída de agua más grandiosa de la creación. El sol, que irradiaba sus rayos por todo el huerto, desató sus dorados rizos y los esparció sobre la rociadura del exótico río. Un serafín alado pasó por el cielo como un brillante lucero del alba, anunciando el advenimiento del hombre a ese su legítimo hogar. —Estamos llegando a una majestuosa pradera —dijo Adán—. Puedo percibirlo claramente. Nos encontramos cerca del centro de la tierra y de toda la creación. Ahora todos los encantos y tesoros del huerto envolvían a la joven pareja y la introducían a un claro. Los placenteros aromas del aire ascendían deliciosamente, en tanto que magníficos árboles y maravillas florales prodigaban su hermosura sobre la alfombra viviente de verde esmeralda. Ahora todo eso se combinaba con serafines, ángeles y arcángeles que circundaban y saludaban a la pareja, dándoles la bienvenida a su hogar paradisíaco. El hombre y la mujer ocuparon su puesto entre sus visitantes, mientras todas las miradas se sumergían en el embeleso de ese huerto de Dios, ese campo de recreo de los ángeles, y eterna morada del hombre. Allí, delante de todos ellos, se encontraba el Arbol de la Vida. Fascinados, Adán y Eva permanecieron parados delante del árbol, como pudieran estar unas hormigas delante de las montañas más altas de la tierra. Hasta donde sus ojos podían ver, hacia el este y el oeste, torrentes de agua fluían brotando del árbol y formando incontables millares de cascadas que caían juntas, combinándose en una vasta catarata que fluía pasando a ser el Río de la Vida, que avanzaba borbotando, siguiendo su curso para regar el huerto entero. El árbol se elevaba altísimo sobre el huerto, estando la parte superior de su corona oculta a la vista en las remotas regiones celestes. Al pie del árbol las aguas vivas se juntaban con las extensiones y ramas del árbol. Y sobre sus ramas crecía toda clase de frutas exóticas. Agua, extensiones, ramas y frutas se esparcían 43
  • 44. hacia todas partes en perfecta unión, inundando de belleza y de vida al huerto, proporcionándole su alimento y su bebida. —Eva, —susurró Adán. —¡Allá arriba! Arriba... donde nuestros ojos no pueden ver, allí, en algún lugar encima de nosotros, encima del río y encima del árbol, estoy seguro... ¡está el trono de Dios! ¡Todo lo que vemos aquí fluye del trono de Dios! Ahora el espíritu de Adán empezó a resplandecer intensamente. El hombre y la mujer levantaron los brazos en una alabanza complacida y gozosa. En una forma espontánea, los ángeles se aglomeraron alrededor de ellos, añadiendo los cristalinos torbellinos de su calidoscópica luz a ese momento de sublime arrobamiento. Todo lo creado tuvo la sensación de que con toda seguridad todos quedarían anegados en gloria cuando el hombre, la mujer y los ángeles alzaron su voz en una extasiada alabanza. En medio del sublime éxtasis de ese diluvio de gloria el Señor apareció y se situó entre Adán y Eva. —Igual que ustedes —dijo—, este huerto está constituido por dos ámbitos unidos. De los árboles, plantas y hierbas, participen ustedes para alimentar su cuerpo. Del río y del árbol, participen para alimentar su espíritu. Y habiten aquí conmigo, eternamente. 44
  • 46. CAPITULO Dieciocho Gabriel cruzó la Frontera con pasos inseguros de regreso al cielo, en tanto que la mayor parte de sus compañeros que venían siguiéndolo, cayeron postrados en el piso de zafiro. Otros dejaron caer su espada y escondieron su rostro en sus temblorosas manos. Otros más se quedaron parados, sin pestañear, con los ojos vidriosos mirando confusamente al espacio. —¡El trono! ¡El Hijo de la Mañana trató de tomar el trono de Dios! —murmuró Gloir. —¡Inconcebible! —gimió Exalta, que en ese momento estaba encorvado de dolor. Su poderosa mano todavía agarraba fuertemente la empuñadura de su espada. —De no haber sido por Miguel, seguramente habríamos perdido la batalla. La fuerza estaba de parte del Hijo de la Mañana y de su tercio de ángeles. —Pero la autoridad estaba de parte de Miguel, —contestó en un susurro Gabriel. Gloir levantó la cabeza y miró alrededor. Se le acababa de ocurrir un pensamiento de lo más espantoso. —¿Regresará él... quiero decir... le es permitido? Miguel vino con pasos vacilantes al lado de Gloir. Su rostro todavía reflejaba la agonía de la batalla. Poniendo una mano sobre el hombro de Gloir, Miguel hizo algo que nadie le había visto hacer nunca antes, ni nadie le volverá a ver jamás. ¡Miguel hincó una rodilla! —Si lo que preguntas es si Satanás tendrá todavía acceso al trono: sí, lo tendrá. Pero ¿volverá él alguna vez a habitar en este ámbito? ¡No! Nunca más. —Entonces, ¿dónde? —preguntó Exalta con ansiedad. Fue Gabriel quien contestó: —Estoy seguro de saberlo. Por un instante Exalta pensó que Gabriel no diría nada más, como a menudo solía hacer. Pero esta vez prosiguió: —Una tercera parte del ámbito visible quedó puesto bajo el dominio del que antes fuera el ángel hermoso. Es allí donde él hará su morada. —Pero el planeta favorecido se encuentra dentro de ese espacio, —gritó Exalta. —¡El resplandeciente globo azul! —gimió Gloir—. ¿Se atreverá él a vivir allí? 46
  • 47. —No en el planeta. Al menos no ahora. El propio planeta favorecido está bajo el señorío de Adán. Pero los cielos de encima de la tierra... ¡el primer cielo! Es allí... sí, es allí donde el Hijo de la mañana deberá vivir. Satanás es un espíritu invisible. El no es de arcilla, de modo que el cielo de encima de la tierra es lo más aproximado a una morada espiritual que él hallará en el ámbito material. Gabriel hizo una pausa. Luego, midiendo sus palabras, continuó hablando: —Yo conozco a ese arcángel. Lo conozco muy bien. El no estará contento con quedarse confinado a los cielos que rodean la tierra. No por mucho tiempo. No llegando a comprender del todo la enormidad de las palabras de Gabriel, Exalta no pudo menos de preguntar: —Si ellos se enfrentaran uno al otro en combate, ¿cómo le iría al hombre frente a... al... condenado? Exalta titubeó al pronunciar estas sus últimas palabras, en vista de que nunca antes se había referido al arcángel caído como el condenado. —Ciertamente al hombre no le iría bien, de eso estoy seguro. Es sumamente improbable una batalla imparcial. Esa no sería la manera del ángel de luz. Y, caso que surgiera una contienda semejante, debes recordar que el hombre fue creado un poco menor que los ángeles. Gabriel hizo otra pausa. Sus siguientes palabras fueron apenas audibles: —Esa difícilmente sería una contienda. —Pero el condenado... —Gloir se estremeció. También a él le parecía casi imposible llamar a uno de sus compañeros con semejante nombre—. El condenado... él es réprobo, ¿no es verdad? ¿Y Adán es perfecto? Gabriel tomó un profundo respiro, no muy seguro de que osaría compartir lo que ardía dentro de su espíritu. —Yo hablaré por ti, Gabriel —se escuchó la solemne voz de Registrador. Gloir levantó la vista sorprendido. En general Registrador no hablaba y nunca se lo había conocido como que él hablase por otro. —¿Perfecto, Gloir? —continuó Registrador—. Tal vez puedas llamar perfecto a Adán. Tan perfecto como el Señor puede hacer cualquier cosa... esto es, tan perfecto como algo creado pueda serlo. Con todo, por inmaculado que el hombre sea, todavía le falta algo... algo de la mayor importancia. Registrador hizo una pausa, casi inseguro de si debía hablar de tales cosas. Luego, con la mayor deliberación, añadió: —Adán... no... está... completo. Aún no. Exalta no tenía muchos deseos de continuar esa conversación, pero casi sin querer dijo: 47
  • 48. —¡Eso es imposible! El Señor mismo dijo que la creación había terminado. Si la creación está terminada, no se le puede añadir nada. Si Dios no terminó a Adán, ahora no lo puede completar. —Adán es tan perfecto como algo creado puede serlo, —repitió Registrador pacientemente—. Pero con respecto a Adán, se le puede añadir algo. —¿Y qué es? —preguntó Gloir alarmado. —A Adán se le puede añadir algo que no es creado. —¿Increado? —exclamó Exalta—. Pero existe uno solo en el tiempo o en la eternidad que es increado. Ni Gloir ni Exalta se atrevieron a pronunciar ninguna otra palabra. ¡Su espíritu había llegado más allá de lo imponderable! Fue Miguel quien habló a continuación, pronunciando cada palabra en forma tan grave como nunca se lo había oído hablar. —Dentro de Adán soplan las brisas de los cielos. Allí, dentro de ese espacio formado por el aliento de Dios, es posible... ¡es posible que la vida misma de Dios sea implantada en el hombre! De ningún otro ser creado puede decirse esto, pero de Adán sí puede decirse. Aquel que es increado puede habitar en Adán. —¿Lo sabe Adán? —gritó Exalta poniéndose en pie. Un instante después, todos los ángeles que estaban bajo las órdenes de Miguel estaban de pie. De repente todos comprendieron que otro drama, tan importante como la batalla por el trono, estaba a punto de tener lugar dentro del huerto. En forma espontánea, la entera hueste de ángeles escogidos se precipitó hacia la Frontera. La batalla por los cielos terminó. En este día los ángeles escogidos ganaron. Pero la batalla por el resplandeciente globo azul, Por el hombre, por su planeta, por su todo, Apenas ha comenzado. ¿Habrá de ser el ángel Más brillante que el sol, O el hombre, Inocente, pero incompleto, El que regirá el planeta favorecido? Antes que este día termine, ¡Ciertamente uno de ellos habrá de llorar! 48
  • 49. CAPITULO Diecinueve Un destello de luz azul hendió los aires al descender a través de la baja atmósfera de los cielos, haciéndose visible tan sólo al llegar abajo y tocar la superficie de la tierra. Fuera lo que fuese ese oscuro resplandor, el mismo tomó forma tornándose en un árbol. ¿El lugar de su contacto con la tierra? ¡La morada del hombre! ¡El huerto! La tierra acababa de recibir un visitante forastero — no invitado, indeseable — que entró clandestinamente hasta la superficie de la tierra, viniendo a este planeta desde otro ámbito... un ámbito del cual acababa de ser exiliado. La raíz del árbol extraño se introdujo profundamente en la tierra. El suelo que recibió esa raíz, chisporroteó expidiendo un humo amarillo negruzco. Al plantarse aquel árbol en el seno de la tierra, que no lo recibía con agrado, se produjo un horrible hedor. Ráfagas de un viento helado soplaron desde ese árbol, haciendo que los árboles próximos al mismo se estremecieran. El árbol era al mismo tiempo tanto oscuro y ominoso, como hipnóticamente hermoso. Sin duda alguna, era el segundo árbol más hermoso de todo el huerto. Irradiaba un atractivo hechicero que no conocía paralelo. Ahora en el planeta del hombre había dos árboles que habían venido del ámbito invisible. E igual que en el Arbol de la Vida, en el Arbol Oscuro también había una forma de vida pulsante. Corriendo por sus raíces, por su tronco, sus ramas, sus hojas y sus frutos, había una fatal enfermedad, una enfermedad semejante a la brillante insania del arcángel caído. El detestable veneno de esa exótica planta contenía el atormentador atractivo de toda la hermosura, espectro e inmundicia de la negación de la creación. Más espantoso aún, la deliciosa pulpa de la fruta de ese atractivo árbol contenía la simiente de la poción más oscura de la creación: ¡EL CONOCIMIENTO Absorbente Ascendente Exaltante Magnetizante 49
  • 50. Deslumbrante Embriagante Enviciante Alucinante Reprobante! Un conocimiento, contenido en el fruto de ese árbol, que se introducía hondamente en el ser de cualquiera que participase del mismo. Un conocimiento que hacía que ese pobre miserable procurara eternamente ser bueno, pero sin lograrlo nunca. Un conocimiento de insania que encubre la verdad de que su víctima no necesita ser bueno, ¡sino tener Vida! Otro destino, igualmente detestable, que esperaba a cualquier alma que participase del atractivo fruto, era la experiencia de conocer la rebelión. Pero más allá de todos los embriagantes goces de la carne, más allá del conocimiento religioso y de la inexorable búsqueda de lo bueno, y más allá de la rebelión, en el fruto de ese árbol había un destino peor que el pecado. Esperando por la víctima del fruto de ese monstruoso y magnetizante árbol, estaba la maldición de todas las maldiciones. Todo aquel que comiese del fruto de ese árbol, un día tendría que encontrarse con Hazazel, el Angel de la Muerte. Ese era el árbol que asechaba al señor de la tierra. 50
  • 51. CAPITULO Veinte —Vengan —dijo el Señor—, tenemos mucho de que hablar, como también otras partes del huerto que explorar. La joven pareja se despidió del centro del huerto y de su gloria suprema, para reanudar su odisea por el paraíso, esta vez en compañía de su Señor. En un momento dado de su tránsito por el huerto, el Señor se detuvo delante del más extraño de los árboles, que era casi tan bello como el Arbol de la Vida. El Creador habló con una sencillez que igualaba la inocencia de los oídos que escuchaban sus palabras. —Este es el Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal. De este árbol, sólo de este árbol, ustedes no han de comer. La razón es muy simple. El día que coman de él, ciertamente morirán. —Ahora, sigamos andando. Continuaron la exploración del huerto. Finalmente, llegó el momento en que tanto Dios como adán supieron que el hombre había captado la magnitud y belleza del huerto, y que su señorío había empezado. —Ahora es preciso que Yo me vaya, —dijo el Señor—. Mientras hemos estado andando juntos, en el cielo ha habido asuntos que Miguel ha atendido. Pero es necesario que ahora Yo regrese al ámbito de lo espiritual y de la morada de los ángeles escogidos. Este es ahora el hogar de ustedes. Vivan aquí y hagan lo que les plazca. —Debido a que ustedes son mi imagen, ustedes me expresarán en esta tierra dondequiera que vayan. Una sola cosa les vuelvo a decir: Tengan cuidado con lo que comen. Y guarden el huerto. —Regresaré para visitarlos más tarde durante el día. Diciendo esto, el Señor partió hacia la Frontera, y más allá de ella. Con la agudeza de su espíritu en plena función, Adán percibió que se encontraba exactamente a medio camino entre el Arbol de la Vida y el Arbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Enseguida y sin vacilar, Adán se dirigió hacia el Arbol de la Vida. Sabía, por los misteriosos recursos de su espíritu, que él habría de cumplir el Propósito de la creación cuando regresara al centro del huerto. 51
  • 52. Pero, caminando, Adán no se dio cuenta de que Eva se había rezagado y apartado. 52
  • 53. CAPITULO Veintiuno —¡Registrador! Al escuchar la voz del Señor, el ángel encargado de los registros soltó la pluma. Inmediatamente se detuvieron todas las cosas en el tiempo y en la eternidad. Los lugares celestiales, la tierra, las estrellas y las galaxias cesaron su movimiento, quedándose inmóviles. No volverían a moverse hasta que Registrador tomase una vez más su dorada pluma. —La página que tienes delante está en blanco —le dijo el Señor—. ¡Escribe lo que voy a decir! Registro de la Elección Ahora mismo, el hombre está entre dos grandes árboles. En el huerto tiene lugar la toma de decisión más trascendental de todo el universo. Adán tiene la esencia misma de mi ser en sus manos. Si él come del Arbol de la Vida, recibirá en su ser mi propio ser: la vida divina. Vendrá a ser un verdadero hijo del Dios viviente — espíritu de mi Espíritu, vida de mi Vida. Una nueva especie comenzará a vivir en este día. ¡Un ser creado que tiene vida increada dentro de sí! ¡Hijos! ¡Hijas! Yo seré su vida. Yo seré su comida. Serán mi familia. El Señor se levantó del trono. Registrador, junto con El, se volvió hacia la Frontera, teniendo ambos los ojos fijos en Adán. Lo que contemplaban era el hombre que, en ese preciso instante, acababa de arrancar un fruto del Arbol de la Vida y lo tenía en la mano delante de sí. Registrador agarró su pluma, no tanto para registrar, sino para suplicar. ¡Come, Adán! Toma la Vida del Arbol de la Vida. Cumple tu destino. Tú, un ser material, asumirás lo espiritual. ¡Come, Adán! Tus ojos flamearán como un horno encendido. Tus cabellos serán como blanca lana. Tus pies refulgirán como bronce bruñido. ¡Come, Adán! Transitarás por ese espacio que está entre el mundo visible y el invisible, desposando la tierra y el cielo, el tiempo y la eternidad, haciendo que sean uno. La vida más elevada que existe en cada uno de esos dos ámbitos, vendrán a ser desposadas dentro de tu ser. 53
  • 54. Mientras Registrador procuraba, con su pluma, que Adán se decidiera a comer del fruto del Arbol de la Vida, el Señor miraba sin revelar nada de la emoción de ese momento cataclísmico. Entonces Registrador gritó en voz alta: —¡Adán, oh Adán, come del fruto del Arbol de la Vida! Cumple el propósito de la creación. En el nombre de lo que es santo... ¡Come! Aterrado ante la perspectiva de que Adán pudiera no escoger su propia plenitud, Registrador dio una media vuelta muy rápida, mostrando algo así como pánico. —Señor, si él no... si Adán no participa de la vida, si el enemigo... si el condenado lo engaña... ¿habrás creado en vano? La respuesta del Señor tomó a Registrador completamente de sorpresa: —Dale vuelta a la página, Registrador. De inmediato Registrador volvió la página a la siguiente, en la que aún no se había escrito nada. —Escribe estas palabras, y solamente éstas: Ya sea que Adán participe de mi vida, o escoja otro camino, mi Propósito se cumplirá. Nunca habrá de ocurrir ninguna eventualidad que pueda impedir el Propósito por el cual Yo he formado los mundos. —Ahora, Registrador, sella esta página. Al hacerlo, olvida lo que has escrito. Esta página permanecerá sellada y olvidada aun para ti... hasta ese día de días... en que todas las cosas hayan de ser reveladas. Registrador obedeció, pero también hizo algo que nunca antes había hecho: salpicó con lágrimas angélicas las palabras que había escrito. 54
  • 56. CAPITULO Veintidós Adán contempló la belleza de la luz que irradiaba desde dentro del fruto del Arbol de la Vida. El tenue resplandor de aquella fruta se confundía con el suave fulgor que cubría al hombre. Entonces Adán apretó firmemente esa fruta contra sus labios. Ahora podía oler el exótico aroma de la misma. Al abrir la boca, todo su ser percibió que vendría a ser uno con ella. Casi en un éxtasis, comenzó a clavar los dientes en la fruta. Pudo sentir cómo se rasgaba su fibra. En un momento, el fruto de vida mismo estaría corriendo por su ser. Y en ese mismísimo instante Adán oyó una voz que gritaba para captar su atención: —¡Tierra Roja! Adán se volvió para ver quién lo había llamado. —¡Tierra Roja, ven para que veas lo que he aprendido! Sin comerla, Adán puso a un lado la fruta y se encaminó hacia su pareja. —¿Qué es lo que has descubierto, Eva? —preguntó Adán cautelosamente. —Es acerca del árbol. El árbol que es más delicioso que todos los árboles del huerto. Inocentemente, el hombre sin imperfecciones tomó la mano de su esposa y fue con ella en dirección de donde ella había venido, sin saber que estaban viviendo los últimos momentos de juicio sano que su especie conocería jamás. De repente Eva soltó la mano de Adán y empezó a correr, llamándolo mientras corría: —¡Por aquí! ¡Pronto, por aquí! Cuando Adán volvió a verla, ella estaba conversando muy animadamente con alguien... o con algo. —¿Y quién es ése? —se preguntó Adán en voz alta. Avanzó unos pasos más y vio la flexible y bella forma de una gran serpiente, cuyo oscuro cuerpo resplandecía como fuego negro al ondular hacia atrás y adelante. La Serpiente estaba hablándole a Eva con un susurro fascinador. Eva, con emoción inocente, le hizo señas a Adán. —Ven, Tierra Roja —le dijo Eva, llamándolo con la mano para que se acercara, a fin de que pudiese escuchar las palabras melodiosas de la Serpiente: 56
  • 57. —Escucha lo que nuestro amigo reptil dice con respecto al Arbol del Bien. —¿Arbol del Bien? —preguntó Adán reflexivamente—. ¿Qué es el Arbol del Bien? Adán se inclinó para oír la voz susurrante de la Serpiente. —¿Ha dicho Dios...? —fueron las palabras que Adán distinguió primero. —¿Conque Dios ha dicho que ustedes no deben comer del fruto de este árbol? –repitió la Serpiente, aparentemente desconcertado por el extraño mandamiento de Dios. En ese momento, en los ámbitos invisibles toda la hueste celestial se precipitó hacia el borde del huerto. Todos sabían que no debían entrometerse en ese drama, pero ninguno de ellos pudo contenerse de gritar frenéticamente dentro de su espíritu: ¡ADAN, GUARDA EL HUERTO! ¡TIERRA ROJA, GUARDA EL HUERTO! Adán hizo una breve pausa, volvió la cabeza, parpadeó, y entonces respondió: —Sí, creo que esas fueron exactamente sus palabras. —¿Ni siquiera tocarlo? —inquirió la Serpiente. Mientras hablaba, la Serpiente seguía ondulando hacia atrás y adelante, y su lengua ahorquillada salía de su boca y volvía a entrar en ella rápidamente. Sin esperar ninguna respuesta, la Serpiente empezó a mover a un lado y otro la cabeza, como procurando descubrir a alguien que pudiera estar cerca y que tuviese oídos incrédulos. Bajando aún mas su ya suave susurro a un casi inaudible siseo, continuó: —La verdad es... —la serpiente calló. Adán parpadeó otra vez y cambió de posición nerviosamente. Entonces la Serpiente levantó la cabeza una vez más, escudriñó el frondoso paisaje, bajó la cabeza ligeramente, y siguió callado, sin decir nada. En ese momento todos los ángeles escogidos sintieron un helado frío en su espíritu. Algunos de ellos se taparon los ojos de puro terror. Otros se taparon los oídos por temor a lo que pudiesen oír. —La verdad es... ¿qué? —preguntó Adán impaciente. Un gemido de horror y de agonía salió de la garganta de todos los ángeles. Algunos cayeron de rodillas; otros volvieron la cabeza; otros más se precipitaron de regreso al ámbito invisible, para caer allí postrados delante del trono. Otros, si bien sabían que ésa era ya una situación más allá de toda esperanza, con todo exclamaron de nuevo: ¡ADÁN, GUARDA EL HUERTO! Ese día, que ya había tenido una grave tragedia para la hueste angélica, estaba a punto de tener otra. Uno tras otro, los ángeles comenzaron a llorar. 57
  • 58. La serpiente se estaba aproximando cada vez más a Adán. Seguía ondulando la cabeza en forma rítmica hacia atrás y adelante. —La verdad es que ustedes no morirán, sino que... La serpiente hizo una pausa y se acercó tanto a Adán, que su cabeza serpentina entró en la luz del resplandor de Adán. —La verdad es que ustedes serán... Ahora los ojos de la Serpiente fulguraron con fuego, su lengua expelida se agitaba con gran rapidez hacia un lado y otro. Por último, susurró, fuera del alcance de cualquier oído excepto el de Adán: Ustedes serán como Dios. Adán quedó totalmente cautivado ante semejante revelación. —¿Podría esto ser el motivo de por qué nuestro Señor me ha dicho que no debíamos...? —su voz fue desvaneciéndose hasta llegar a un silencio racionalizador. 58
  • 59. CAPITULO Veintitrés Una extraña sensación tanto de presentimiento como de destino grandioso invadió el espíritu de Eva. Trató de sacudirse un helado estremecimiento que experimentaba, sin echar de ver que por un breve momento el fulgor de su vestimenta de luz había menguado, igual que el resplandor de la de Adán. Tampoco se dio cuenta de que el planeta entero parecía temblar ligeramente. —¡Come, pues! Eva miró alrededor para ver quien había hablado. ¿Había sido la voz de la Serpiente? ¿O la de algún otro? ¿Había venido desde afuera? ¿O desde adentro? No lo podía decir con certeza. —¡Come! ¡No morirás! Esas palabras resonaron en el cerebro de Adán, en tanto que en su mente se arremolinaban sueños embriagadores. —Ustedes serán como... Dios... sabiendo... Adán permanecía de pie, atónito, delante del árbol prohibido. Desde un lejano ámbito, un ángel solitario elevó una súplica final: —¡Adán! ¡Guarda el huerto! En ese mismo instante Eva arrancó una de las hermosas frutas que ahora resplandecía iridiscente en su mano, y la deslizó en su boca comiendo de ella. Enseguida, constreñida por una extraña fuerza interna, se oyó a sí misma decirle a su pareja: —¡Come! —Y con un súbito impulso puso la fruta en la mano de Adán, al tiempo que le susurraba con una voz sorpresivamente parecida a la de la Serpiente: —¡Come! ¡Es buenísssima! Por un instante adán vaciló. Entonces, viendo que Eva estaba aún perfectamente viva, abrió la boca y clavó los dientes en la fruta prohibida. Con manos temblorosas y ojos flameantes Adán tragó la condenación, al tiempo que sus ojos relumbraban como negros diamantes. En ese momento un profundo y ondulante estruendo, que fue aumentando hasta venir a ser un atronador rugido, recorrió velozmente al planeta, saliendo luego al espacio infinito para recorrer toda la creación. La integridad del planeta favorecido se hizo pedazos cuando los dientes de Adán penetraron en la fruta prohibida. En ese momento la creación comenzó su caída de la gloria a la par con la caída de Adán. 59
  • 60. El temerario bocado que Adán tragó, descendió rápidamente por su garganta e invadió todo su cuerpo. ¡Su cuerpo! Sería allí donde la enfermedad del árbol haría su morada. ¡El cuerpo de Adán comenzó a cambiar! Sus ojos relumbraban con un fuego atenuado. Su cuerpo se estremecía espasmódicamente, y por primera vez su vestidura de luz parpadeó. En su cerebro, a Adán le parecía estar asomándose en algún ámbito lejano, inexistente, ahogándose en verdades inexistentes. Los ángeles que estaban observándolo todo, gritaron al contemplar la caída del señor de la tierra. La luz que envolvía a Adán fulguró violentamente al retorcerse él y ondular, como alguien que danza al son de una música torturadora, cuyo ritmo igualaba la cadencia de la encarnizada batalla que se libraba dentro de su alma. Las contorsiones de su cuerpo se hicieron más violentas, y luego cesaron súbitamente. Entonces Adán levantó bruscamente las manos en lo que pareció un grotesco acto de adoración. Agitó los brazos en el aire y luego los lanzó directamente hacia adelante, como si estuviese tratando de echar de sí alguna fuerza invisible. A medida que esa enfermedad se precipitaba más y más profundamente dentro del cuerpo de Adán, invadiendo su alma, la luz de su espíritu se esforzaba desesperadamente por escapar de la repulsiva intrusión. La luz del cuerpo d Adán disminuyó, y parpadeó una vez más, resplandeció con fulgor, se atenuó otra vez y entonces se puso a titilar. Aquella luz intermitente alternaba con rayos de negro brillante. A continuación, la luz se hizo más y más tenue, hasta que los rayos de la negrura la superaron. Entonces la luz fulguró por última vez como en un acto final de evasión. En ese momento el cuerpo de Adán se estremeció. Enseguida Adán suspiró con gran alivio. La batalla había terminado. La luz de la raza adámica se apagó. Para siempre. 60
  • 61. CAPITULO Veinticuatro Una horrible risotada subió desde el planeta y retumbó por los corredores del tiempo y la eternidad. Su abominable júbilo, resonando a través de la esfera del espacio, se abrió paso hasta cada oído que había en la creación. Sólo un arcángel podía jamás producir, en un paroxismo de perversa delectación, un sonido tan diabólico. Yo he contaminado los cielos con mi rebelión. He tomado el mando de los cielos de encima del planeta favorecido. ¡En el día de hoy he esclavizado al señor de la tierra, al magnífico Adán! La más hermosa obra de artesanía de la creación es ahora mi vasallo. En este día yo reclamo el principado del reluciente globo azul. ¡Reclamo la tierra! El reino de los cielos nunca va a encontrar lugar en este orbe perverso y contaminado. ¡El reino de los cielos nunca volverá a acercarse! ¡Sépanlo todos, ahora y siempre, yo soy el señor de la tierra! Entonces el arcángel caído bramó un vituperio final. Escúchame, Tú, que eres llamado Señor de todo. Ahora yo soy el dios de este mundo. Y quiero que sepas que prefiero gobernar este planeta condenado, que servirte a ti en el cielo. Por último las palabras de su enemigo llegaron hasta los oídos de Miguel y de Gabriel. —Está loco. Ahora él vive tan sólo para vituperar y mentir. ¿Pero qué es esa reclamación del planeta favorecido? Ninguno lo sabía. Para tener la respuesta, los dos arcángeles se volvieron hacia el ángel registrador. La respuesta de Registrador los dejó atónitos: —Es una reclamación ilegítima. No obstante, únicamente por el advenimiento de un Hombre que sea mayor que el hombre, podrá ser rescindida esta reclamación. —Pero, Registrador, eso es imposible. —Tal vez. —¿No existe otra forma? —Ninguna... a menos, desde luego, que el Señor de la creación disuelva su creación, volviendo los cielos y la tierra de nuevo a la nada de donde vinieron. —¿Lo hará? —No me ha sido dado saberlo. Pero hay algo de lo cual estoy seguro. Este no es el capítulo final del Libro de Registros. 61
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  • 63. CAPITULO Veinticinco Según la caída de Adán continuaba, también proseguía la de la creación. El ámbito visible fue deslizándose en un lento y convulsivo agarrotamiento. Las galaxias oscilaron. En los ámbitos invisibles las criaturas aladas se cubrieron el rostro sintiendo vergüenza por lo que acababan de contemplar. El resplandeciente globo azul se tambaleó en su órbita, pugnando por mantener el rumbo que le fuera señalado en su carrera a través del espacio. En medio de esa lucha, la rotación de la tierra empezó a tornarse desenfrenada e irregular, dislocando al planeta y sacándolo de su eje. En lo sucesivo y hasta el último de sus días, el lesionado planeta quedaría inclinado hacia un lado. Al deslizarse de su lugar el eje de la tierra, continentes y océanos se separaron de sus lugares señalados y se declararon la guerra unos a otros. Inmensas marejadas, algunas de ellas más altas que montañas, pasaron arrasando la superficie del planeta, ahogando hasta las águilas en su vuelo. Se abrieron gigantescas hendeduras en las entrañas de la tierra, las cuales se tragaron cadenas enteras de montañas. Violentísimos terremotos echaron otras cordilleras a un lado. La belleza y simetría de la superficie del planeta se fue convirtiendo rápidamente en un paisaje de retorcida confusión. Surgieron estaciones insubordinadas, cada una batallando con la otra, dejando así un planeta inseguro de lo que la naturaleza pudiera tener en reserva para él en un día cualquiera del futuro. El planeta pródigo, apresurándose ahora en una órbita incierta, acortó sus días y sus noches para nunca más otorgarle al hombre tiempo suficiente para descansar, ni tiempo suficiente para cumplir las tareas del día. Vientos ululantes y cegadores soplaron a través de asolados yermos cubiertos de hielo y de nieve. Se formaron casquetes de hielo; como la mitad del planeta se tornó inhabitable, y la otra mitad sólo escasamente habitable. Regiones enteras del sangrante planeta cayeron bajo el agostador ataque del sol, contra el cual no había protección, hasta que sus quemantes rayos extrajeron del suelo hasta la última gota de humedad, dejando atrás desiertos amortajados en un calor chamuscante. 63
  • 64. El planeta favorecido, sintiendo la horrible tragedia que le había sobrevenido, gemía avergonzado y elevó la primera súplica de la creación. Imploró por un perdón que siquiera existía, y clamó por una redención o, en su defecto, por la aniquilación. Por la superficie del espectral planeta, los enloquecidos océanos siguieron elevándose hasta el cielo mismo, buscando nuevas fronteras. La tierra firme se fragmentó formando continentes vagabundos que andaban errantes por los tempestuosos mares, como buscando un hogar. La furia contenida en las entrañas de la tierra vomitaba con violencia fuego derretido, oscureciendo las lumbreras del cielo y formando nuevas cordilleras que, a su vez, procuraban conquistar a los océanos. Sobre la muy reducida porción de tierra seca en que no se extinguió la vida, la tragedia de la caída empezó a producir efectos monstruosos en toda la biosfera. Las flores, avergonzadas en la gran consternación de su violada belleza, mutiladas, cayeron de su elevado estado y se volvieron yerbajos pervertidos. Preciosas criaturas volátiles, que habían llenado la tierra con la música de sus alas, se tornaron en molestas bestias del aire. Bien pronto, la maldición se extendió a cada planta y flor y árbol. La hermosura del planeta favorecido quedó retorcida hacia abajo, para igualar el estado de su caído señor. La tierra, antes perfecta, ahora desfigurada por la vejación del pecado, emergió de esa hora trágica como una lastimosa y grotesca mutilación de una creación que una vez fuera perfecta. Y en otros mundos, galaxias enteras se desprendieron de sus invisibles órbitas y se lanzaron en los abismos de la infinitud. La creación entera se unió a la tierra en una ininterrumpida oración con que imploraba una redención o destrucción, aun mientras se retorcía y sufría convulsiones en el conocimiento de su caída de la gloria. Ese ámbito que había sido majestuoso, y que ahora era tan sólo un mendigo errante, se apresuraba sin rumbo a través d la inmensidad de la nadedad, clamando sin cesar: ¡Salva, oh Señor, salva! Vuélvenos a nuestra gloria anterior, O termina para siempre nuestro dolor. En medio de toda esa condenación, el que una vez fuera señor de la tierra y que ahora era el autor de su caída, permanecía parado al abrigo del huerto en estupefacta y total abstracción. 64
  • 65. CAPITULO Veintiséis —¡Pero, y qué es esto! —gritó Registrador. Los fundamentos de los cielos habían empezado a retorcerse, como si estuviesen dando a luz una monstruosidad. Desconcertados, los ángeles se precipitaron hacia el trono, tanto por deber como por terror. Los ángeles siempre habían dado por sentado que los lugares celestiales estaban exentos de tales sacudimientos. Y todos ellos sabían, y sabiéndolo, temían... que ni siquiera un arcángel —ni siquiera la caída de la creación visible— podían causar tal sacudida de los cimientos de los lugares celestiales. La intensidad del temblor aumentó, luego se centralizó. Algo en las entrañas de la creación... no, de fuera de la creación... estaba haciendo temblar los cimientos del cielo. Alguna dimensión —o no dimensión—, algo hasta allí desconocido, estaba a punto de darse a conocer... en la presencia misma del trono. Registrador sólo podía pensar en el Misterio que estaba en su Dios. Pero esto no era el Misterio. El Misterio, aun cuando era secreto, era gloria. Pero esto era algo más siniestro de lo que aun los espíritus angélicos podían entender. De pronto comenzó a aparecer una grieta en el embaldosado de zafiro. Una extraña y ominosa oscuridad empezó a brotar de la misma, penetrando y derramándose en la sala del trono. Al ver aquello, un rígido y frío terror se apoderó de todos los ángeles. Una súbita sensación de desamparo sobrecogió a Gloir, quien en ese momento de entumecimiento espiritual comprendió que la perfección, la pureza y la santidad del cielo iban a quedar manchadas para siempre. Entonces un retumbante grito subió de las entrañas de la líquida oscuridad. No existían palabras que describiesen ese sonido nauseante y contaminado. Nada de todo lo que los ángeles veían, oían u olían ahora... pertenecía a la continuidad de esta creación. Todo el vocabulario de la creación resultaba inservible para describir la aparición que emergió del interior de aquella oscuridad negra como tinta. Una indescriptible repugnancia avanzó desde la escuálida fetidez. Ante los ángeles se paró un monstruoso espectro que 65
  • 66. irradiaba como un fuego negro. Ni siquiera las tinieblas que lo rodeaban podían igualar sus tenebrosos rasgos. Aquella cosa parecía ser toda la putrefacción y horribilidad que pudieran existir jamás, encarnadas en uno. —La antítesis de Dios —susurró Registrador. —¡Es... que... no está vivo! —gritó Exalta. —¿Qué es esto, Registrador? —preguntó Gabriel aterrado. —Es la encarnación respirante de todo lo opuesto a la vida. —¿Y de dónde ha venido? —De lo recóndito del no. —¿Dónde está semejante lugar? —No existe semejante lugar, —respondió la austera voz de Registrador—. El pecado ha resquebrajado la cautividad de él y le ha permitido pasar hasta aquí. No sabemos nada de esta cosa, ni de su existencia, si es que existe. Al escuchar eso, los ángeles retrocedieron en forma desordenada. Hasta la espada de Miguel quedó colgando intacta a su lado. El más grande e importante de los arcángeles sabía muy bien que incluso su poderosa espada resultaba del todo inútil para combatir con esa entidad. Entonces el Señor se levantó de su trono y caminó hacia la convulsiva oscuridad. Hubo un restallante destello al avanzar los dos personajes uno hacia el otro. Por un breve instante... antes de que la luz y las tinieblas establecieran cada una su propia frontera... pareció como si toda la creación hubiese desaparecido momentáneamente. —Tú eres la Muerte —dijo el Señor. —Y Tú eres la Vida —replicó la repugnante figura haciendo un gesto de escarnio. Levantando por encima de la cabeza sus negros brazos semejantes a garras, la Muerte exclamó: —He sido llamado a la existencia. Ahora soy... ¡para siempre! Soy lo opuesto a todo lo que Tú eres. ¡He sido llamado a la existencia por mi fiel compañero, el Pecado! Estaré eternamente y por siempre recorriendo tu creación. —Yo soy todo lo que tú no eres. Tú eres todo lo que Yo no soy, —fue la respuesta del Señor. —¡Sí! —gritó la Muerte viviente inclinándose temerariamente hasta el rostro de Aquel que es la Vida eterna. —No tengo despojadores, ni siquiera Tú lo eres; —gorgoteó la perversa figura-. Ni tengo ningún igual. Entonces, rugiendo con alegría obscena, declaró: —No tengo enemigos. Yo soy la victoria. Nada ni nadie puede hacerme frente. ¡Soy invencible! Yo conquisto todo. Soy la Conquista misma. Nadie puede estar en pie delante de mí. ¡Mi hoz lo siega todo! La Muerte siguió dirigiendo con gran temeridad sus malévolos sarcasmos al Creador: 66
  • 67. —Y... como Tú bien lo sabes... soy tu igual. Mi reino es tan grande como el tuyo. Y mi muerte es tan eterna como tu vida. Desconcertados, los ángeles permanecían pasmados de horror ante semejante insolencia temeraria. Entonces Gabriel dijo como para sí mismo: —Hasta los querubines encuentran su igual en el terror del ángel de la muerte. ¿Es él tal vez de la especie de ellos? ¿O es un enemigo de Dios solo? La Muerte continuó sus sarcasmos: —He venido por todo este reino. Así como por todos los reinos. Visibles e invisibles. Un día todos serán hallados en mi dominio inanimado y sin vida. La Muerte dio media vuelta. Sus ojos, si es que eran ojos, recorrieron las extensiones de lo espiritual. —¡No! Este no es mi lugar. No ahora. —Al decir esto, la Muerte divisó la Frontera—. Hallaré mi ministerio en ese ámbito caído. Comenzaré allí, porque yo tengo en ese lugar un asociado. Aquí nada puede morir. No por ahora. En aquel ámbito todas las cosas pueden morir, ¡y habrán de morir! Todas sus palabras estaban empapadas de codicia. La Muerte dio vuelta otra vez para encarar al que es Vida, y le espetó: —Pero un día te habré de requerir aun a Ti... sí, incluso a Ti que no puedes morir. La Muerte se rió de sus propias palabras insolentes, y luego se volvió y se encaminó hacia la Frontera. —¡Azazel! —gritó entonces el Dios viviente. Aquella figura, atónita, se detuvo bruscamente. —¿Sabes mi nombre? —respondió la Muerte con algo parecido a la admiración. —Tú sí tienes un enemigo —contestó el Señor—. Yo soy tu enemigo. Y tú eres el mío. —Sí, es cierto —siseó la Muerte—. Y cuando ya todo lo demás esté en mi reino, entonces vendré por Ti... sí, por Ti, mi último y único enemigo. ¡Mi único adversario digno de mis grandes apoderes! —Sí, —fue la firme respuesta del Señor-. Tú vendrás por Mí. Y en aquella hora, que ciertamente marcará el fin de todas las cosas, Yo estaré aguardando tu venida, porque Yo Soy tu presa final, y tú eres mi último enemigo. Una vez más la Muerte levantó sus retorcidas garras por encima de la cabeza, y pronunció: Y en aquel día final, El último de todos los días, ¡La Vida eterna habrá de morir! Dentro de aquel resplandor negro se podía ver una sonrisa de triunfo en el rostro de la Muerte. Era obvio que ese ser tenebroso no tenía duda alguna de que un día él triunfaría en todo lo que había dicho. 67
  • 68. La Muerte cruzó la Frontera. Su trayectoria lo llevaba derecho hacia... el planeta caído. Habiendo visto a la Muerte desaparecer con rumbo al huerto, los ojos de los ángeles se volvieron de nuevo hacia el rostro de Dios. Pero sus mensajeros no pudieron discernir ninguno de sus pensamientos ni designios. Fuera lo que fuese su relación con la Muerte, fuera lo que fuese su designio y propósito respecto de aquella cosa, su voluntad era un misterio. Pero si ellos hubiesen podido oír los pensamientos de Dios, habrían escuchado que El decía: No, Azazel. ¡En aquel día La Muerte eterna será la que habrá de morir! 68
  • 69. CAPITULO Veintisiete Al tiempo que la incorrupción se disolvía alrededor de él y se multiplicaba la corrupción, Adán pugnó por librarse de su estupor. En la última e infame fantasía que pasó por los corredores de su mente, Adán se figuró que era Dios. Por último, despertó. Fue su mano —la mismísima mano que había tenido la fruta prohibida— la que le habló de la enormidad de la tragedia que él mismo era. —¡He perdido la luz que me cubría... que me revestía! —gritó Adán—. ¡Estoy... desnudo! Era cierto: el que había sido el señor de la tierra, era la única criatura en todo el planeta que no tenía una vestidura natural. El que había sido el señor de la tierra, ahora estaba desnudo y avergonzado delante de sus desconcertados súbditos. Medio enloquecido, Adán empezó a correr, precipitándose en la espesura del bosque caído, con la esperanza de dejar atrás, de algún modo, su desnudada figura. Al correr, una horda de pensamientos e imágenes psicóticos penetró bullendo en su mente y se mezcló con su imaginación, Hurtando su pureza. Envenenando sus pensamientos. Torciendo sus motivos. Engrosando su intelecto. Pulverizando su voluntad. Y desenfrenando sus emociones. Por su mente pasaron, arrastrándose, cual monstruos inmundos y grotescos, multitud de pensamientos que lo incitaban constantemente a saciar deseos insaciables. El amor claudicó ante la lujuria. El gozo huyó delante del placer. La necesidad se tornó en codicia. El enojo en odio. La fortaleza en poder. La humildad en orgullo. El hambre en glotonería. 69
  • 70. La comunión con Dios se convirtió en religión. Y las intuiciones y percepciones de su espíritu fueron reemplazadas por la clara y precisa lógica de una mente caída e ilógica. Entonces le vino una comprensión final, horrorizante: —No es tan sólo que la luz me ha abandonado, —gritó con desesperanza—, sino que ahora me estoy quedando ciego. ¡Sí, ciego! ¡Me estoy quedando ciego! El ámbito invisible... ¡se está desvaneciendo de mi vista! ¡Ya no puedo ver claramente lo invisible! 70