LA ECUACIÓN DEL NÚMERO PI EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE PARÍS. Por JAVIER SOLIS ...
En Dios no hay crisis
1. EN DIOS
NO HAY CRISIS
Ptr. Roberto Herrera O.
Diector de Mayordomía DIA
2. 2
“En Dios no hay crisis”
ÍNDICE
Indicaciones para la celebrar la Seman
de Mayordomía
3
El Dios de lo imposible
Sábado 15 de febrero del 2020
5
No tiene sentido
Domingo 16 de febrero del 2020
14
El peso de nuestras bendiciones
Lunes 17 de febrero de 2020
20
¿Qué tienes en la mano?
Martes 18 de febrero del 2020
27
Un Dios digno de confianza
Miércoles 19 de febrero del 2020
35
¿Pagando o agradeciendo?
Jueves 20 de febrero del 2020
44
La generosidad de Dios en mas grande
Viernes 21 de febrero del 2020
51
Volvamos a Bethel
Sábado 22 de febrero del 2020
60
3. 3
Ptr. Roberto Herrera Ortiz
INDICACIONES PARA CELEBRAR LA SEMANA DE MAYORDOMÍA
La Semana de Mayordomía puede ser de gran bendición para la iglesia
si se planea bien y con mucha anticipación. Durante esta semana se
expondrán sermones bien preparados por el pastor Roberto Herrera,
Director de Mayordomía de la División Interamericana. Los sermones
lograrán su propósito solamente si usted como director hace los pre-
parativos adecuados para la Semana de Mayordomía, a continuación,
se ofrecen algunas instrucciones:
ANTES: Se recomienda que el director de Mayordomía se reúna con
la Comisión de Mayordomía y Finanzas de la iglesia y si la iglesia es pe-
queña y no funciona dicha Comisión, hágalo con la junta directiva de
iglesia. Se recomienda el 11 de enero para esta junta y es importante
considerar los siguientes puntos:
1. La Comisión de Mayordomía y Finanzas junto con la junta directi-
va de iglesia deben visitar a todos los miembros usando el folleto
“Reflejando Su Carácter”.
2. Enviar tarjetas de invitación a cada miembro el 1 de febrero para
asistir al templo.
3. Coloque anuncios de invitación en lugares visibles.
4. Anuncie la Semana de Mayordomía continuamente a la hora del
culto divino, a partir del 4 de enero.
5. Busque un excelente director de cantos para que inspire a los
miembros a alabar a Dios.
6. Elija un canto tema para ser entonado durante la semana. (será
enviado uno por la UMI)
7. Invite a solistas, dúos, tríos, cuartetos y grupos para que cada
noche haya alabanzas especiales.
8. 8. Prepare bien los temas a exponer, o invite a algún predicador,
o varios predicadores para exponer los temas.
9. Invite a los participantes a la plataforma con dos semanas de an-
ticipación y pídales que estén en el cuarto pastoral 15 minutos
antes de la hora de reunión.
10. Buscar a hermanos que quieran expresar un testimonio de grati-
tud o fidelidad de cinco minutos para que lo expongan durante
la semana.
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“En Dios no hay crisis”
11. Haga una lista de los hermanos que:
a) Diezman y están en el Plan de Dadivosidad Personal.
b) Solamente diezman y no están en el Plan de Dadivosidad Per-
sonal.
c) No diezman ni participan en el Plan de Dadivosidad Personal.
DURANTE:
1. Coloque un letrero grande que anuncie el nombre de la semana
de mayordomía.
2. Normalmente se hace una visitación intensa durante la semana,
la pueden realizar usando el folleto “Reflejando Su Carácter”
que es el folleto de visitación para el 2020.
3. Iniciar con un hermoso ejercicio de canto. La Unión hará llegar
unos cantos que se podrán usar justamente para este momento.
4. Seguir el orden del programa de una noche de culto normal.
5. Antes del segundo himno, dé tiempo para el testimonio de gra-
titud o fidelidad
6. Entregue un incentivo a los puntuales.
7. Celebre un bando de oración cada noche.
8. El pacto se llenará en la iglesia el sábado 22 de febrero al finali-
zar la semana de Mayordomía. Es importante que se tenga un
recipiente adecuado para que pasen los hermanos al frente y de-
positen su pacto, se hará una oración especial de dedicación por
los pactos.
DESPUÉS:
1. Envíe cartas de felicitación a los hermanos que están siendo fie-
les en devolver los diezmos y participan en el Plan de Dadivosi-
dad Personal.
2. Envíe cartas de invitación a los hermanos que no devuelven sus
diezmos y no están en el Plan de Dadivosidad Personal, invitán-
dolos a participar en la fidelidad a Dios.
3. Continúen visitando los hogares con la Comisión de visitación
para fortalecer la fe de los hermanos.
Que el Señor premie el esfuerzo y el tiempo que como dirigente invier-
ta en esta causa.
5. 5
Ptr. Roberto Herrera Ortiz
Para el sábado 15 de febrero del 2020
EL DIOS DE LO IMPOSIBLE
TEXTO: Jesús dijo: Lo que es imposible para los hombres es posible
para Dios. Lucas 18:27.
BASE BÍBLICA: EZEQUIEL 37
I. INTRODUCCIÓN.
Quizás el más grande reavivamiento que jamás se haya llevado a
cabo, no fue iniciado a través de un hombre llamado Lutero, o Miller o
White. ¡No!, el mayor reavivamiento ocurrido fue en un valle de huesos
a través de un hombre llamado Ezequiel.
Ezequiel, fue llamado al oficio profético 5 años después de que él y
otros 10,000 judíos fueran exiliados a Babilonia. Judá fue finalmente
conquistado en el 586 A.C.
El templo fue quemado, el remanente tomado y Jerusalén destruida.
Los que sobrevivieron fueron llevados cautivos al exilio, donde vivieron
momentos de desespero y frustración, el Salmo 137:1-6 nos da una idea
de la situación en que estaba el pueblo de Dios. Es fácil captar en la
palabra de estos versos la depresión del pueblo.
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“En Dios no hay crisis”
Habían perdido sus casas, su identidad, su libertad y su esperanza.
Un dicho proverbial permeaba sus conversaciones: “Tenemos secos los
huesos, nos quedamos sin esperanzas, estamos acabados” (Ezequiel
37:11). Era tristísimo el cuadro de Jerusalén destruida, los familiares
muertos, y el país perdido. Como una de las consecuencias de esto,
la vida espiritual de los exiliados, estaba en su punto más bajo, habían
llegado a ser muertos entre los vivientes, no tenían ánimo, no tenían
canción, no tenían esperanza, era como si no tenían Dios.
En medio de un cuadro como ese, es que Dios le da a Ezequiel la vi-
sión que aparece en el capítulo 37 de su libro, la visión de los huesos se-
cos, la visión que muestra que Dios no se detiene a oír nuestro lamento
y lloró, no nos deja en nuestras desesperación y depresión. No nos
ve muertos y decide dejarnos ahí tirados como un montón de huesos
secos. Podemos estar bien muertos, pero es ahí donde el milagro co-
mienza, es allí cuando Dios exagera sus obras.
Es cierto que el pueblo de Dios estaba muerto entre los vivos, pero
Dios mandó a Ezequiel a testificar de como él los iba a hacer vivir de en-
tre los muertos. Ese es el mensaje de la hora; no es hablar solo acerca
de lo muerta que está la iglesia, es hablar de que Dios ha prometido re-
avivarla, que Él tiene el poder para darle vida a muchos de esos huesos
que ya están secos, que Él lo va a hacer porque también cuando se tra-
ta del reavivamiento, lo que es imposible para los hombres es posible
para Dios (Lucas 18:27).
Según el capítulo 37 de Ezequiel los huesos estaban secos en gran
manera (versículo 2) esto quiere decir que habían estado allí por algún
tiempo. Tales pilas de huesos no eran extrañas en el mundo antiguo.
Después de sangrientas batallas el ejército victorioso enterraba a sus
muertos, el derrotado, a menudo, dejaba sus muertos en el campo de
batalla. Los cadáveres eran dejados allí para humillar aún más al ven-
cido.
El Señor toma a Ezequiel en una caminata entre los huesos, era una
visión para mostrarle como estaba la condición espiritual de Israel
(Ezequiel37:11). ¿PuedenimaginarsecómoseestaríasintiendoEzequiel
al ver la visión y pensar en su pueblo? Entonces el Señor repentinamen-
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
te le formula una pregunta: ¿vivirán estos huesos? (versículo 3).
Quiero decir algo aquí, trate de aprender a creerle a Dios sin averi-
guarlo mucho, trate de que el Señor no tenga que darle un examencito
acerca de algo, porque el Señor hace unas preguntan sencillamente in-
creíbles; sino pregúntele a Job, o a Abraham que la pregunta fue: ¿pue-
de tu esposa de 90 años salir embarazada?, o a Moisés; ¿puede el mar
abrirse y tu pueblo cruzar en tierra seca? A Elías; ¿puede el fuego caer
del cielo en repuesta a tu oración? O a los discípulos; ¿pueden ustedes
alimentar a 5 mil personas con una merienda?, y a María y Marta; ¿pue-
de tu hermano que lleva 4 días muerto volver a la vida?
La obvia respuesta, a estas preguntas es No. Estos son, humanamen-
te hablando, imposibilidades. Estos problemas más allá del alcance hu-
mano. El Pastor T.D. Dakes le gusta decir: “Si usted tiene un problema
que el hombre puede resolver, entonces usted no tiene un problema”.
Así que según esta definición, el de Ezequiel era un problema real.
¿Pueden vivir estos huesos Ezequiel? La obvia respuesta es no. Pero,
en algún lugar del subconsiente de Ezequiel el recuerda haber escucha-
do de un rayo de fuego que evaporó el agua en el altar sobre el monte
Carmelo, recuerda haber oído de una autopista que se abrió a través
del mar Rojo, y en algún momento recuerda haber oído de una mujer
de 90 años con malestares de embarazo.
Repentinamente más que pensar en la pregunta, Ezequiel se fijó en
quién hacía la pregunta, tal vez recordó otras de esas increíbles pre-
guntas de Dios, esta vez a Abraham en Génesis 18:14 “¿Hay para Dios al-
guna cosa difícil? Ezequiel no se atreve a dar una respuesta categórica,
no da un rotundo si, ni tampoco no, hay una lucha entre lo que él cree
por fe y lo que él está viendo con sus ojos.
No es lo mismo cantar mi Dios es tan grande…que tener que creer
que Dios hará por usted algo que se ve imposible. Todos pasamos por
eso. Nuestra fe nos dice una cosa y nuestros ojos ven otra.
Creemos que Dios proveyó maná en el desierto, pero cuando corre-
mos el riesgo de perder el empleo por ser fieles a Dios entonces ya no
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“En Dios no hay crisis”
es igual cantar el corito. Creemos que Dios resucitó a Lázaro de los
muertos pero muchos reniegan de Dios cuando en el ataúd va un ser
querido.
Creemos que Dios sanó toda clase de enfermedad, pero al ver los re-
sultados de los rayos X con el doctor y este nos dice que no lucen muy
bien, ya no es igual la canción. ¡Sí Señor! Entendemos la vacilación de
Ezequiel cuando escucha la pregunta de Dios y contesta: “Señor Jeho-
vá, tú lo sabes” (Ezequiel 37:7).
¿Regresará ese hijo o hija que se alejó y será salvo? ¿Se podrá salvar
este matrimonio que parece perdido? ¿La iglesia de la que usted es
parte alguna vez dejará su trayectoria de muerte y encontrará nueva
vida en Cristo? Nuestra fe puede que diga si pero nuestros ojos muchas
veces dicen no, y nuestra boca responde como el profeta, “Señor Jeho-
vá, tú lo sabes”, creo, ayuda mi incredulidad.
La siguiente vez que usted mire los huesos secos en su vida o en su
iglesia y se sienta atascado entre lo que cree y lo que ve, la siguiente
vez que se pregunte cómo es que Dios dará vida, a estos huesos, como
es que Él hará este imposible, recuerde estos tres mandatos del Señor.
Así es como Él revive huesos secos.
II. DESARROLLO
Mandato #1
Hable palabras del Señor. Note las instrucciones de Dios a Ezequiel
en el versículo 4. “Me dijo entonces: profetiza sobre estos huesos y
diles. Hablando en general, ¿ha visto usted que la gente le hable a loso
huesos? No usualmente ¿verdad? (A menos que una mujer trate de ha-
blarle a su esposo o hijos cuando están mirando la televisión o leyendo
el periódico; entonces es como estale hablando a un cadáver). Esto es
un poco extraño, pero no olvide que servimos a un Dios “extraño” y
maravilloso, cuyos pensamientos y caminos no son los nuestros (Isaías
55:9).
La palabra para profecía en hebreo es “naba” una raíz que signifi-
ca “hablar (o cantar) por inspiración (predicción o discurso simple)”.
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
Creo que Dios quiere que seamos animosos, listos para hablar palabras
de esperanza, de vida y consuelo a los heridos y sin ayuda. Muchas
iglesias están siendo arruinadas por las lenguas criticonas, y Dios me
perdone, yo he agitado mi lengua en crítica muchas veces. Esto debe
parar.
Mucha de la sequedad que experimentamos en nuestras iglesias, co-
menzará a sanar cuando el espíritu de crítica seas remplazado por el
espíritu de ánimo. Pablo lo dijo en Efesios 4:29. Imagine como trans-
formaría esto a la iglesia, hable la palabra de Dios a la gente, hable de
cristo, de sus promesas, de su amor, no inspire desánimo, no dé lugar
al chisme, o a la duda.
Esto es lo que nos dice la inspiración: “Cada palabra de duda que
proferís da lugar a las tentaciones de Satanás; hace crecer en vosotros
la tendencia a dudar…Si habláis de vuestros sentimientos, cada duda
que expreséis no solo reaccionará sobre vosotros mismos sino que
será una semilla que germinará y dará fruto en la vida de otros, y acaso
sea imposible contrarrestar la influencia de vuestras palabras…cuanto
importa que expresemos tan solo cosas que den fuerza espiritual” (El
Camino a Cristo, 119).
Necesitamos orar, Señor pon tu palabra en mi boca, de modo que yo
pueda animar a alguien hoy.
Mandato #2
Escuche la palabra del Señor (versículo 4). Después de la orden de
hablar a los huesos secos, se les dijo a los huesos que oyeran la Palabra
del Señor. Que sepamos para nosotros, los huesos no escuchan bien
¿verdad? Pero cuando Dios habla, las aguas se dividen, llueve fuego y
los huesos secos escuchan.
Tome nota de las dos cosas que trajeron estos huesos a la vida: La
Palabra de Dios, y el Espíritu de Dios. Nada más, nada del hombre, nada
de Ezequiel, nada de los huesos. Esta es una amplia evidencia de que
necesitamos la Palabra de Dios como nunca antes. Tristemente como
en los tiempos de Elí la Palabra de Dios está llegando a ser escasa.
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“En Dios no hay crisis”
Esta es la forma en que lo expresa Ellen White: “El mundo está pere-
ciendo por falta del evangelio. Hay hambre de la Palabra de Dios. Hay
pocos que predicen la palabra sin mezclarla con la tradición humana.
Aunque los hombres tienen la Biblia en sus manos no reciben la ben-
dición que Dios ha colocado en ella para los que la estudian” (PVGM
págs. 180-181).
Por supuesto, aprovecharíamos más de la Palabra de Dios si empezá-
ramos a vivirla. La profesión sin práctica no tiene significado. Escuchar
sin hacer es igual de vacío. En Santiago 1:22 se nos dice: “Sed hacedores
de la Palabra y no tan solo oidores, engañándoos a vosotros mismos”.
El peor engaño en que podemos caer es el de oír la Palabra de Dios y
no practicar lo que ella dice. Piense en todos los sermones que ha es-
cuchado, las clases de escuela sabática a las que ha asistido, los casetes
y videos religiosos que ha visto y oído en su vida. Si practicáramos tan
solo un tercio de lo que escuchamos, el mundo y la iglesia serían luga-
res muy diferentes.
El profeta Ezequiel se encontró a sí mismo ministrado a una congre-
gación de “solamente oidores”. En el capítulo 33 Dios le mostró al pro-
feta este obstáculo para el reavivamiento de su pueblo (ver Capítulo
33:30-32) ¿No se le parece esto a lo que ocurre hoy en día? La gente
salta de iglesia en iglesia en busca del mejor espectáculo en la ciudad.
¿Quién predica en tu iglesia hoy? ¡Ah, ya lo escuché! ¿Dónde está can-
tando el grupo tal o cuál? ¡Oí, que el pastor fulano viene al pueblo!
Ezequiel había llegado a ser el predicador más popular en Babilonia,
lo respetaban pues todo lo que había profetizado se cumplió. Pero,
aun así, la gente iba a oírlo por entretenimiento. Dios nos recuerda en
la visión de los huesos secos que el verdadero propósito de su Palabra
no es atraer una multitud, sino cambiar la vida de alguien.
Hay personas que se engañan creyendo que, porque están aquí,
oyendo y observando, ya por eso va a pasar algo en su vida; a menos
que practique lo que Dios le dice, no pasará ni logrará, ¡nada! Se está
engañando a usted mismo. No puedo decirle lo que usted debe hacer
con relación a escuchar la Palabra, pero usted debería comprometerse
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
a encontrar la respuesta de Dios por usted mismo.
¿Está Dios pidiéndole que identifique en qué cosas está usted en des-
acuerdo con su Palabra para que lo confiese y cambie el rumbo de su
vida en ese punto? ¿Está Dios pidiéndole que comience a orar para que
Él pueda dirigirle en cosas tan importantes de su vida como, el matri-
monio, los hijos, el trabajo, o su compromiso con la iglesia y su testifi-
cación?
¿Está Dios pidiéndole que cambie su dieta mental y comience un sen-
cillo programa de estudio de su palabra? Yo no sé, pero pídela a Dios
que le indique cómo quiere Él que usted cambie en relación con su Pa-
labra.
Note lo que Dios dice luego en los versos 5 y 6, ¿Quién está realizan-
do la acción? Dios. ¿Y cuál es nuestra parte? Y viviréis. Dios siempre
el arquitecto y constructor de la vida. En el principio el mundo estaba
vacío, desordenado, oscuro y sin vida hasta que Dios habló. Y si su vida
se parece al mundo al principio, Dios puede entrar en el negro desor-
den y el vacío de esa vida y llenarlo por completo con su soplo de vida.
Él lo hará, lo único que usted tiene que hacer es obedecer a su Palabra
y vivirá.
Mandato # 3
Hable a Dios (ore). Ezequiel hizo como se le dijo, y mientras el estaba
profetizando vinieron estas animadoras palabras de Dios: “He aquí un
temblor, y los huesos se juntaron cada hueso con sus huesos. Y miré y
he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió y la piel cubrió por encima
de ellos” (versículos 7-8). Los huesos ser habían juntado, los tendones
y los músculos llegaron volando guiados quién sabe de dónde. La car-
ne cubrió los huesos. Realmente está ocurriendo un gran derroche de
poder, en ese momento Dios está haciendo posible una imposibilidad.
¿Más, por qué no termina ahí la visión? Porque como tan importante
la Palabra de Dios en nosotros es, sin el Espíritu que infunde vida en
ella y en nosotros; ¡Permanecemos espiritualmente muertos! Apenas
seríamos cadáveres bonitos.
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“En Dios no hay crisis”
Esto es interesante, porque podemos lucir bien sanos y prósperos
por fuera, y ser una tumba blanqueada llena de huesos de hombres
muertos y todo lo inmundo por dentro. (Mateo 23:27). Aquí hay 2 lec-
ciones para aprender.
1. El reavivamiento toma tiempo. Hay un proceso, primero se habla
de la Palabra de Dios y se escucha. Luego los huesos se juntan,
los tendones y la carne aparecen y, finalmente, la piel los cubre,
esto se parece al proceso descrito en Marcos 4:28. Permita que
Dios finalice la obra que empezó en usted, y no se salte los pa-
sos al reavivamiento en el camino. Si usted ha tratado de tener
un Pentecostés sin pasar antes por el Calvario y por el Aposento
Alto, solamente tendrá la apariencia de un reavivamiento.
2. No deje de orar tan pronto. No se suelte de Dios hasta que lo
bendiga. Dios le dijo a Ezequiel: “Profetiza al espíritu, profeti-
za, hijo del hombre y di al Espíritu: así ha dicho Jehová el Señor:
Espíritu ven de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos y
vivirán” (versículo 9). ¿El resultado? “Y profeticé como me había
mandado, y entró espíritu en ellos, y vivieron, y estuvieron sobre
sus pies, un ejército grande en extremo” (versículo 10).
III. CONCLUSIÓN
¡Gloria a Dios!, lo que una vez era un montón de huesos desorgani-
zados y dislocados, ahora están sobre sus pies, un ejército grande en
extremo, listo a pelear las batallas del Señor. Mis hermanos, cuando se
trata de pedirle al Espíritu Santo que nos traiga vida no hay límites en lo
que podemos esperar y en lo que Dios puede hacer. Por lo tanto, todas
las cosas buenas son nuestras a través de la oración, especialmente el
reavivamiento. Abra su boca, para orar a Dios y pida por el reaviva-
miento, no importa cuán imposible pueda parecer.
Dios nos traerá a la vida, porque Él es el Dios de lo imposible. Si Él
pudo traer vida a un montón de huesos secos y tostados por el sol, Él
puede traer su gloria a su vida y la mía. Ahora mismo al estar aquí, al
escuchar la Palabra de Dios, usted está siendo parte de un milagro de
gracia de parte de Dios. Él quiere incluirlo en ese grupo que recibirá el
soplo de sus Espíritu, que será reavivado y tomará su lugar en el gran
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
ejército del Señor como uno de sus fieles soldados.
Quiero decirle, que los soldados en este ejército, tienen una perspec-
tiva diferente de la vida. Ya no son o un simple montón de huesos se-
cos, ¡Han sido resucitados del valle del cristianismo tibio!
1. Dios hará que esta iglesia, a pesar de su superficialidad y su ego-
centrismo, represente su carácter más espléndidamente que en
cualquier otra generación anterior.
2. Hemos sido escogidos para jugar un papel importante en estos
días finales.
3. Quieres decirle a Dios: “¡Señor, muchas veces me veo retratado
en esos huesos que le mostraste a Ezequiel, háblame Señor, llá-
mame de la muerte espiritual a la vida! ¡Ayúdame a creer que to-
das las cosas son posibles, y ayúdame a poder compartir palabras
de vida con otros!
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“En Dios no hay crisis”
Para el domingo 16 de febrero del 2020
NO TIENE SENTIDO
TEXTO: “Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida lle-
na, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que mi-
dan a otros, se les medirá a ustedes.” Lucas 6:38
BASE BÍBLICA: EZEQUIEL 37
I. INTRODUCCIÓN.
A primera vista, las palabras de nuestro texto no tienen sentido, pues
todo el mundo sabe que cuando se paga o se regala algo, uno queda
con menos, no con más. Si tienes dos manzanas y regala una, terminará
con una manzana, no con tres. Si usted tiene diez monedas y regala
una, se quedará con nueve, no con quince. Y si su caso es que tiene
un dólar o un peso y lo regala, se quedará sin nada, no con dos dó-
lares. La resta siempre significa menos, hablando matemáticamente.
Sin embargo, nuestro texto nos dice: “Dad y se os dará. Os darán una
medida buena, apretada, remecida y rebosante” (Lucas. 6:38). Eso sen-
cillamente no tiene sentido.
Por supuesto, hay muchas otras cosas que no tienen sentido tampo-
co. En una época altamente científica, tecnológica y computarizada,
un amor que no se puede ver ni medir aún hace que el mundo gire. A
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
pesar del alto porcentaje de divorcios y tantos matrimonios destrui-
dos alrededor, las personas todavía se enamoran y se casan y algunos
hasta logran ser felices a pesar de todas las posibilidades que tienen
en contra de ellos. Incluso a veces ocurre que quienes tenían la mayor
cantidad de puntos en su contra, lo lograron, y algunos de lo que tenían
aparentemente todo a su favor, no lo hicieron. Sencillamente no tiene
sentido.
Como podemos notar, hay muchas cosas en la vida que sencillamen-
te no tienen sentido. Por eso es que debemos tener cuidado de no
dudar de la Palabra de Dios porque no siempre podemos entenderla
desde nuestra lógica. Siempre debemos tener cuidado de no tratar de
hacer que nuestra religión o lo que creamos simplemente satisfaga la
lógica humana. Dios no está sujeto a nuestra lógica, a nuestra noción
de lo que tiene sentido. No es que Dios sea ilógico, o que la religión y
la fe sean anti-intelectuales o anti-académicas. Dios es el creador de la
inteligencia humana y de la lógica. Dios no es el creador del pecado y
del mal, de la ignorancia ni de lo absurdo. Dios es el creador de la sabi-
duría y del conocimiento. Ahora bien, nuestro Dios está infinitamente
más allá de la lógica. El profeta Isaías registra que el Señor dijo: “Mis
pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis
caminos”. (Isaías 55:8). La religión de la bíblica no es, pues, antiaca-
démica ni anticientífica, aunque a veces trata con verdades que no se
pueden encontrar en libros ni verificarse en laboratorios de ciencia. Sin
embargo, sus verdades se pueden experimentar en la vida y verificar
en la eternidad.
II. DESARROLLO
La declaración de Jesús que aparece en Lucas 6:38 puede carecer de
sentido para nosotros y no ajustarse a la lógica humana, pero de todas
formas sigue siendo una verdad incuestionable y real. Y es real porque
Dios siempre encuentra una manera de confirmar su Palabra. Alguien
podría decir: “conozco a alguien que siempre da y sigue siendo pobre.
No veo como Dios está bendiciendo a esa persona abundantemente”.
Pero en ocasiones, lo que produce este tipo de afirmaciones, es el he-
cho de que se nos olvida que Dios puede bendecir de muchas mane-
ras. A veces interpretamos que el texto está diciendo que si damos a la
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“En Dios no hay crisis”
obra de Dios 10 pesos, Dios nos va a bendecir dándonos 20 o 30 como
recompensa por lo que hicimos. A veces Dios bendice de esa forma,
pero no deberíamos pensar que la medida buena, apretada, remecida
y rebosante bendición de Dios como respuesta a nuestra dadivosidad
y sacrificio siempre vendrá en forma de más dinero, o un auto o casa
nuevos.
Es animador escuchar los testimonios de personas que dicen que
desde que empezaron a diezmar, el dinero les rinde más, tienen un me-
jor empleo etc. Sin embargo, el dinero y los bienes materiales no cons-
tituyen la bendición total ni representan la única forma en que Dios
puede bendecir una vida. También son bendiciones de Dios la salud y
la fuerza para disfrutar de lo que él nos ha dado. El tener la capacidad
y el suficiente sentido para sentirnos agradecidos también es parte de
las bendiciones intangibles que Dios nos da. Ser más amables y agrada-
bles, tener un espíritu más humilde y un corazón lleno de amor también
deberíamos incluirlo en las bendiciones que Dios nos da. Poder gozar-
nos en el Señor y alabar su nombre con libertad, también son bendicio-
nes de Dios.
Todo esto que Dios hace es importante y bueno y como vemos va
mucho más allá de simplemente conseguir o tener dinero.
Cuando damos con la actitud y el espíritu correcto, nos volvemos más
sensibles a las misericordias de Dios en nuestras vidas. Llegamos a re-
conocer que aún después de habernos sacrificado, Dios sigue siendo
mucho más bueno con nosotros de lo que podríamos ser con él.
No es buena idea guiarnos simplemente por las apariencias. Es posi-
ble llegar a creer que hay personas que no parecen recibir bendiciones
de Dios, cuando la realidad es todo lo contrario. Dios siempre cumple
sus promesas y encuentras formas de validar su Palabra. Elena de Whi-
te escribió las siguientes palabras llenas de sabiduría: “Para proveer-
nos lo necesario, nuestro Padre celestial tiene mil maneras de las cua-
les nada sabemos. Los que aceptan el principio sencillo de hacer del
servicio de Dios el asunto supremo, verán desvanecerse sus perpleji-
dades y extenderse ante sus pies un camino despejado. (Ministerio de
Curación, pág. 382)
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
“Dad y se os dará”. Si esta declaración carece de sentido, le recuerdo
que hay muchas cosas en nuestra fe cristiana que desde el mismo pun-
to de vista no tiene tampoco sentido. Tendríamos que decir entonces
que la noción de la oración no tiene sentido. ¿Por qué debería escuchar
nuestra humilde voz un Ser tan grande y poderoso como nuestro Dios,
y por qué debería él ser movido por nuestras humildes plegarias? ¿Por
qué debería preocuparse de nuestros pequeños e insignificantes pro-
blemas, un Dios que está a cargo de todo el universo? Sin embargo,
muchos de nosotros podemos dar testimonio del hecho de que, aun
cuando la noción de la oración parece carecer de sentido, no hay dudas
de que Dios escucha y responde nuestras oraciones.
¿Qué decir de la bondad de Dios hacia nosotros aun cuando somos
negligentes con él, cuando transgredimos sus leyes o cuando quebran-
tamos nuestras promesas? Un comportamiento así por parte de Dios,
no tiene sentido desde la perspectiva de la lógica humana, pero aun
así muchos de nosotros podemos testificar que Dios es bueno todo el
tiempo.
Consideremos el acto de la Encarnación. Piense en lo que significa
que Dios amó tanto al mundo que tomó la forma humana, para que
pudiéramos tener un ejemplo de cómo vivir libres de la esclavitud del
pecado. Piense en la muerte de Dios en una cruz para que los insignifi-
cantes seres humanos pecadores pudieran ser redimidos del pecado.
Sencillamente no podríamos explicar esas cosas desde la plataforma
de la lógica humana. Explíqueme como hombres y mujeres pecadores
puedan algún día llegar a ser igual que los ángeles inmaculados, eso no
tiene sentido.
Pero Dios tiene mil maneras de validar su Palabra de las cuales no
sabemos nada. Es por eso que en la Biblia usted encuentra tantas his-
torias que muestran que Dios está más allá de una explicación lógica,
porque él es sencillamente el Dios de lo imposible.
Por eso Abraham, el mentiroso, por la gracia de Dios llegó a ser el
padre de la fe. Jacob el engañador y embustero, lucha con los ángeles
y es declarado vencedor; José el perseguido y traicionado, llega a ser
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“En Dios no hay crisis”
el primer ministro del nación más poderosa de la tierra en su momento;
David el hombre culpable de asesinato y adulterio puede llegar a ser un
hombre según el corazón de Dios; la mujer samaritana con un pasado
oscuro, llega a ser evangelizadora para su pueblo. Nada de esto puede
explicarse simplemente dependiendo de la lógica humana. Pero aun así
son experiencias reales.
Si Dios hizo todas esas cosas, entonces creo que podemos confiar en
que Dios cumplirá su palabra cuando nos dice que recibiremos abun-
dantes bendiciones si somos fieles y generosos.
Ahora la pregunta es: ¿cuánto confías en Dios? ¿cuán dispuesto o dis-
puesta estas a probar la fidelidad de Dios en tu vida? Más de una vez,
personas que están dentro de la iglesia y que pensaban y decían confiar
en Dios, cuando llegó el momento de la prueba, quedó en evidencia
que nunca habían creído, y que no estaban dispuestos a confiar en algo
que no tenía aparentemente sentido.
III. CONCLUSIÓN
La vez pasada, leí acerca de un miembro de la iglesia que estaba te-
niendo problemas con el concepto de devolver los diezmos a Dios. Un
día habló con su pastor y le expresó sus dudas en cuanto a que devol-
ver una décima parte de sus entradas traería más bendiciones a su vida
departe de Dios. Le dijo abiertamente que no podía devolver el diezmo
porque ni siquiera podía mantener al día sus cuentas personales.
El pastor respondió: Hermano, si yo le prometiera que pondría la dife-
rencia en todas sus cuentas si llegara a faltarle, ¿cree que podría tratar
de diezmar sólo durante un mes? Después de una pausa el hermano
contestó: “Claro, si usted promete que se hará cargo de cualquier fal-
tante, supongo que podría tratar de dar mis diezmos por un mes”.
Pues, qué le parece, reflexionó el pastor. Usted dice que estaría dis-
puesto a confiar en un simple humano como yo que posee tan pocos
bienes materiales, pero no pudo confiar en su Padre Celestial que es
dueño de todo el universo.
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
“Dad y se os dará”. Tal vez usted no les vea el sentido a esas palabras.
Pero si puedo decirte que tiene sentido confiar en Dios porque él siem-
pre cumple con su palabra, él siempre cuida de los suyos, alimenta las
aves y viste los lirios del campo. Tiene sentido confiar en Dios porque
él tiene todo el poder en sus manos y controla al mundo entero, y él ha
prometido estar con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo,
amén.
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“En Dios no hay crisis”
Para el lunes 17 de febrero del 2020
EL PESO DE NUESTRAS BENDICIONES
TEXTO: A todo el que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y al
que se le ha confiado mucho, se le pedirá aún más. Lucas 12:48
I. INTRODUCCIÓN
Este texto, tomado de la parábola que nos enseña a ser vigilantes y
a estar listos para la venida del Señor, también establece el principio
de la responsabilidad. Las bendiciones no deben tratarse como perlas
colocadas frente a los cerdos—despreciadas, mal administradas, mal-
tratadas, pisoteadas y abusadas. No debemos hacer lo que deseamos
con nuestras bendiciones—como si fueran nuestras. Las bendiciones
nos fueron dadas para administrar, pues la Biblia nos enseña que Dios,
el dador de todo don perfecto y bueno nos pedirá cuenta por la for-
ma en que tratemos las bendiciones que la gracia del cielo derrame
sobre nuestras vidas. No importa cuáles bendiciones recibamos—ya
sea riquezas, educación, un buen ejemplo, un buen compañero, niños,
la exuberancia de la juventud, larga vida, amistades o personas que nos
aman, salud, una mente creativa, un talento o talentos en particular
o espiritualidad—debemos administrar nuestras bendiciones con sabi-
duría y manejarlas correctamente. Porque un día tendremos que ren-
dir cuentas por la forma en que tratemos o maltratemos nuestras ben-
diciones. Tal como nos indica nuestro texto, “A quien se le dio mucho,
mucho se le reclamará; y al que se le confió mucho, más se le pedirá”
(Lucas 12:48b).
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Nuestro texto no sólo nos recuerda el peso de la responsabilidad
por nuestras bendiciones; siento que también nos enseña acerca de
las expectativas de Dios con respecto a nuestra dadivosidad. Dios es
extremadamente justo; Dios espera que demos sólo lo que tenemos.
Si tenemos mucho, Dios espera mucho y si tenemos poco, Dios espera
una medida justa de devoción de lo poco que tengamos. Dios no espe-
ra que una persona sin trabajo o que dependa de la ayuda pública dé la
misma cantidad que una persona cuyos ingresos están dentro del gru-
po de los seis dígitos. Dios no espera que un niño, que recibe una mesa-
da, dé la misma cantidad que su padre o madre que trabaja. Pero Dios
sí espera que ese niño aprenda a dar algo de lo que él o ella poseen.
II. DESAROLLO
Dios no es igual a las personas a las cuales debemos dar. Cuando ele-
vamos nuestra cuenta por consumo de electricidad, pagamos lo que la
compañía demande. La compañía no toma en cuenta lo que tenemos y
nos dice, “Denos conforme a las bendiciones que ha recibido. Si tiene
mucho, pague mucho o si tiene poco, entonces haga una pequeña do-
nación.” La compañía de electricidad dice, “Esto es lo que debe; pague
por lo que usó. Pague o se desconectará su luz.” El mismo principio
se aplica en los supermercados. Usted debe pagar por lo que compre.
Tanto las personas ricas como las que dependen de la ayuda del estado
y que compren en la misma tienda, pagarán el mismo precio.
Sin embargo, Dios sólo requiere que seamos justos y demos confor-
me a las bendiciones recibidas. “A quien se le dio mucho, mucho se le
reclamará; y al que se le confió mucho, más se le pedirá”. La mayoría
de nosotros comprendemos y aceptamos este principio. Sin embar-
go, por justo que sea, se levanta o cae según nuestra comprensión de
una palabra—mucho. Casi todos nosotros testificaríamos con gozo
que Dios es bueno—todo el tiempo—y que hemos recibido bendicio-
nes—hasta que llegamos al tema de nuestra dadivosidad. En este pun-
to dejamos de hablar acerca de cuántas bendiciones hemos recibido y
empezamos a llorar por todas las deudas que tenemos.
Decimos, “Es cierto, he recibido bendiciones, pero—tengo una hipo-
teca,” o “mi alquiler sigue subiendo”; “pero mi hijo está en la escuela”;
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“En Dios no hay crisis”
“pero estoy manteniendo a varios miembros de mi familia”; “pero ten-
go un ingreso fijo”; “pero no estoy bien y mis medicamentos son tan
caros”; “pero el precio de la vida sigue en aumento”; “pero necesito
comprar un abrigo nuevo”; “pero mi carro se sigue dañando”; “pero
en el supermercado parecen subir cada vez que voy”. Es cierto, he
recibido bendiciones, pero cuando veo todo lo que tengo que pagar,
no me queda mucho. Es cierto, a quien se le dio mucho, mucho se le
reclamará, pero eso no se aplica a mí. Eso se aplica a mi jefe o al Doctor
“Fulano de Tal”, o al Sr. “Tal” o la anciana viuda “Cómo se llama” (cuyo
esposo la dejó bien). Si yo tuviera el dinero que ellos tienen, daría mu-
cho más, pero cuando veo mis obligaciones no tengo mucho que dar.”
Una de las cosas que olvidamos es que el término mucho es relativo.
Lo que parece poco para nosotros, parece mucho para otras personas.
Si no me cree, pregúntele a las víctimas de cualquier huracán, incendio
y diluvio que hayan perdido todo. Pregúnteles a las personas en Rusia
que deben hacer filas increíblemente largas para comprar las necesida-
des de la vida. Mientras nos quejamos por los precios del supermerca-
do, la gente en Somalia se emocionaría con el simple hecho de poder
pararse en una fila del supermercado. Pregunte a la gente de Liberia
y Haití qué piensan acerca de nuestra escasez. Muchos de nuestros
padres y abuelos habrían pensado que el cielo había llegado a la tierra
si hubieran tenido lo poco que tenemos.
Lucas 18:18-30, junto con los otros Evangelios Sinópticos (Mateo y
Marcos), cuenta la historia de un joven rico que vino a Jesús y le pre-
guntó, “¿Qué debo hacer para tener vida eterna?” Todos hemos criti-
cado a este joven por haber permitido que sus riquezas obstaculizaran
su camino hacia el Reino. Y muchos hemos declarado farisaicamente
que, de haber tenido sus riquezas, nuestra respuesta hubiera sido dife-
rente. Pues, yo no sé cuántas riquezas tenía, pero esto sí lo sé: nunca
tuvo un carro, encendió un bombillo, escuchó el sonido de un piano ni
el de un órgano, vio televisión, ni escuchó la radio, viajó en un avión ni
en un tren, durmió en un colchón con resortes internos, habló por telé-
fono, vio una carta escrita a máquina, ni una calculadora o una compu-
tadora. Nunca sacó un libro de la biblioteca o mejoró su visión con un
par de anteojos ni su oído con una prótesis auditiva. Nunca vio correr
el agua de una llave ni usó una lavadora o secadora o un triturador de
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
basura o una lavadora de platos automática ni una silla. Entonces, si él
era rico, ¿qué somos nosotros? Escuche la Palabra del Señor: “A quien
se le dio mucho, mucho se le reclamará; y al que se le confió mucho,
más se le pedirá.”
Un niño le pidió dinero a su padre para depositar como ofrenda en la
iglesia. El padre le dijo que sólo tenía un centavo y otras monedas. (Pa-
dres, ese es nuestro primer error. Les damos billetes a nuestros hijos
para que vayan a divertirse y billetes para que compren pizzas y sólo
monedas para la ofrenda de la iglesia y de la Escuela Sabática.) Pero
el niño respondió, “No puedo depositar sólo un centavo en el platillo.”
El padre le preguntó, “¿Por qué no?” El niño respondió, “¿No quieres
que el Señor piense que soy un miserable, o sí?” Cuando vemos las
bendiciones que nos ha dado Dios—comida que se daña en nuestros
refrigeradores, ropa que cuelga en nuestros roperos que no nos pone-
mos, no podemos ponernos y no regalamos--¿qué piensa el Señor de la
ofrenda que depositamos en el platillo de la iglesia? Cuando vemos el
dinero que gastamos para vernos bien y para oler bien; cuando vemos
el dinero que gastamos en las pequeñas cosas que debemos disfrutar
y hacer—a pesar de todas nuestras otras cuentas--¿qué piensa el Señor
de la ofrenda que depositamos en el platillo de la iglesia?
Cuando pensamos en el hecho de que Dios nos da salud y fuerza to-
dos los días para hacer lo que necesitemos hacer ese día; cada día, de
maneras que no podemos enumerar, Dios nos muestra su amor incon-
dicional, su cuidado incesante y su protección constante para noso-
tros, ¿qué piensa el Señor de la ofrenda que depositamos en el platillo
de la iglesia? Dios nos amó tanto que dio a su único Hijo, Jesucristo,
para redimirnos. Dios nos amó tanto que lo colgó bien alto y lo exten-
dió bastante, para darnos la salvación—para que cuando regresara a la
gloria pudiéramos tener a un Consolador, el Espíritu Santo para guiar-
nos en la verdad y capacitarnos para la vida. El Consolador vino, tal
como había sido prometido, el día del Pentecostés, con dones y nueva
vida para los creyentes. Aún ahora, Jesucristo vive para interceder por
nosotros en su trono de misericordia y regresará para recompensar a
sus siervos fieles. Celebramos el hecho de que la muerte ya no tiene
dominio sobre nosotros y que nada puede atarnos, pero en Jesucristo
tenemos la purificación de nuestros pecados, paz en medio de nues-
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“En Dios no hay crisis”
tras aflicciones, gozo para nuestra jornada, resurrección de la muerte
y esperanza de gloria eterna. Cuando pensamos en todo esto, ¿qué
piensa el Señor de la ofrenda que depositamos en el platillo de la igle-
sia? Escuche la Palabra del Señor,” A quien se le dio mucho, mucho se
le reclamará; y al que se le confió mucho, más se le pedirá.” Cuando
Dios ha sido tan bueno con nosotros, no nos atrevemos a ser misera-
bles delante del Señor.
Sin embargo, la dadivosidad no es meramente un asunto de dinero.
Hemos recibido bendiciones y hemos recibido mucho aparte de nues-
tras bendiciones materiales. La parábola en Mateo 18:23-25 nos habla
del siervo inclemente. Si hemos sido perdonados, deberíamos perdo-
nar a otros. Si Dios ha sido paciente con nosotros—con nuestras pro-
mesas rotas, buenas intenciones que nunca despegaron y promesas
que hicimos con toda sinceridad cuando estábamos en problemas y
que olvidamos con crueldad después de haber sido liberados—enton-
ces deberíamos ser pacientes con las faltas de otros. No deberíamos
desanimarnos tan fácilmente de las personas y enviarlas al infierno. Es-
toy tan alegre de que Dios, quien es perfecto, no está tan presto para
enviar a las personas al infierno como nosotros, humanos farisaicos,
imperfectos, que a duras penas nos hemos podido escapar de ese cas-
tigo. Yo sé que a veces, cuando vemos a personas que nos han hecho
daño, nos preguntamos por qué deberíamos perdonarlas, particular-
mente si no muestran señales de cambio o arrepentimiento. Perdona-
mos porque hemos sido perdonados. Perdonamos porque se nos ha
dicho, “Aunque vuestros pecados sean rojos como el carmesí, vendrán
a ser como blanca lana” (Isaías 1:18). Perdonamos porque debemos
orar: “Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu amante bondad;
conforme a tu inmensa ternura, borra mis transgresiones” (Salmo
51:1). Perdonamos porque Jesús intercedió por nosotros, “Padre, per-
dónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). “A quien se le
dio mucho, mucho se le reclamará; y al que se le confió mucho, más se
le pedirá.”
La dadivosidad también es un asunto de servicio. Marcos 1:30-31 re-
lata la historia de cuando Jesús sanó a la suegra de Pedro. Cuando la
fiebre la dejó, se puso a servirles. No sólo dijo gracias, sino que se puso
a servirles. Si Dios ha hecho algo especial para usted, si Dios le ha sa-
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nado, liberado, abierto un camino donde no había camino, obrando un
milagro, dado respuesta a una petición sincera, traído nuevamente al
hogar las pisadas de un ser amado que vagaba por allí, ayudando a so-
breponerse a un sufrimiento, dado fuerzas para recoger los pedazos de
su corazón roto para volver a vivir y amar—entonces no debería ser ta-
caño con su servicio. Deberíamos estar dispuestos a servir en la forma
en que podamos, donde podamos, cuando podamos—con una mente
llena de gozo y un espíritu dispuesto. Nadie debería tener que rogar-
nos; deberíamos servir sencillamente porque Dios es bueno—todo el
tiempo. Si hay algo que podemos hacer, no deberíamos esperar hasta
que se nos pida; deberíamos dar un paso al frente y ofrecernos volun-
tariamente, sólo porque Dios es bueno—todo el tiempo. Si nunca re-
cibimos un reconocimiento o nunca se mencionan nuestros nombres,
no hay problema. No servimos para recibir un reconocimiento ni para
obtener una recompensa en el futuro; servimos porque Dios ha sido
bueno y sigue siendo bueno—todo el tiempo. Y si otros quieren hablar
de nosotros, acusándonos falsamente, no permitiremos que la conver-
sación ociosa de mentes ociosas con corazones vacíos y espíritus chis-
mosos nos impidan servir a un Dios que es bueno—todo el tiempo. Ni
siquiera importa cómo nos sintamos con respecto al predicador. Lo
que importa es que rindamos servicio a Dios, que es bueno—todo el
tiempo. En pruebas y aflicciones, enfermedad y amargura, a través de
las dificultades y el dolor, Dios es bueno—todo el tiempo. Por eso can-
tamos en el coro, servimos como ujieres en la puerta, recibimos impro-
perios como líderes, nos sacrificamos como miembros, nos reunimos
tarde en la noche para sacar adelante proyectos especiales, servimos
en la cocina, servimos como voluntarios en la oficina, dedicamos tiem-
po a los jóvenes, cuidamos de los enfermos, fortalecemos la fe de los
desanimados—porque Dios ha sido bueno con nosotros y la Palabra de
Dios nos dice, “A quien se le dio mucho, mucho se le reclamará; y al que
se le confió mucho, más se le pedirá.”
III. CONCLUSIÓN
Como norma mínima de los hemos de devolver a Dios por todo lo
que ha hecho por nosotros, la Biblia menciona un diezmo, un 10 por
ciento consagrado, como punto de partida de nuestro agradecimien-
to. Diez por ciento de nuestro tiempo, talento y tesoros. En térmi-
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“En Dios no hay crisis”
nos de tiempo, sólo representa seis minutos de cada hora, dos horas y
veinticuatro minutos de cada día, casi diecisiete horas por semana. El
diez por ciento debería ser nuestro punto de partida. En términos de
talentos eso representaría un 10 por ciento de nuestra cocina, limpie-
za, alabanzas, conversaciones, habilidades mecanográficas, escritura,
enseñanza, decoración, consejería, transacciones y habilidad para pin-
tar, que deberían ser el punto de partida para nuestro servicio a Dios,
a la iglesia de Dios y para el pueblo de Dios. En términos de dinero,
10 por ciento de nuestros ingresos—salario o cualquier otro ingreso
que tengamos—por encima, debería ser el mínimo obsequio financiero
para Dios. Y si decimos, “Eso es mucho,” recuerde que Dios le ha dado
“muchas” bendiciones; Dios le ha amado “mucho”; Dios ha sido “muy”
bueno. Cuando estuvimos en pecado, Dios nos salvó “mucho.” Dios
ha provisto “mucho”; Dios ha protegido “mucho.” Cuando estuvimos
vacíos, Dios nos llenó “mucho”. Cuando estuvimos caídos, Dios nos
levantó “mucho.” Cuando estuvimos enfermos, Dios nos sanó “mu-
cho”. Cuando estuvimos presos, Dios nos liberó “bastante.” “A quien
se le dio mucho, mucho se le reclamará; y al que se le confió mucho,
más se le pedirá.”
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
Para el martes 18 de febrero del 2020
¿QUÉ TIENES EN LA MANO?
TEXTO: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Le preguntó Jehová. Una
vara, le respondió Moisés. Éxodo 4:2
I.INTRODUCCIÓN
Con mucho cuidado salió de su casa y comenzó a huir. Sabía que
los guardias no se percatarían de su presencia porque la noche estaba
muy oscura; y aunque lo hicieran, su salvoconducto oficial lo sacaría de
cualquier problema, al menos mientras no se supiera lo sucedido. No
podía cree que él estuviera huyendo en la oscuridad. ¿Por qué justa-
mente él, que tenía el más brillante de los futuros por delante? Hasta
ese día el mundo entero había estado al alcance de su mano, y acababa
de perderlo. Podría haber llegado a ser quien guiase los destinos de la
humanidad, haber sido el gobernante de la nación más poderosa de la
tierra; pero ese futuro ya había quedado en el pasado.
Mientras camina con sigilo recordó los primeros días en la universi-
dad, las primeras clases y a los primeros compañeros. En pocos días se
había convertido en uno de los líderes del grupo, y con el paso del tiem-
po se había destacado por su inteligencia entre todos los estudiantes.
28. 28
“En Dios no hay crisis”
Su futuro era promisorio, y él lo sabía. Un rumbo claro hacia lugares
prominentes había sido siempre la dirección segura de sus pasos. Pero
ahora sus pies pisaban temerosos un camino oscuro e incierto.
Desde joven tuvo una clara disposición por la justicia y la defensa
de los pobres. Estas características y sus dotes de líder habían hecho
posible una beca que pagaría sus estudios en la mejor universidad del
mundo. Sus padres nunca hubieran podido apoyarlo económicamente
para pasar por esas aulas.
Pero estas buenas características, más un poco de autosuficiencia, lo
habían llevado imprevistamente a la ruina: Una pelea entre un amigo
suyo y un extraño lo había convertido en un criminal. Se había descon-
trolado, y había hecho justicia por su propia mano. Ahora todo lo que
tenía era un indeseado pasaporte al exilio.
Mientras caminaba por los suburbios oscuros y pensaba en su futuro,
no podía creerlo; estaba acabado. Ahora debía pasar inadvertido, ser
uno más entre el montón, cambiar de nombre. Tenía que irse lejos, tal
vez al campo, donde nadie lo conociera. Tal vez con el paso del tiempo
lo cambiaría, modificaría sus rasgos y su fisonomía, así, tal vez, podría
volver y…pero no, ya no sería posible. No solo habrían olvidado su
crimen, también lo habrían olvidado a él, y ya no podría realizar sus
sueños.
Pasaron los meses, los años, y el tiempo lo fue cambiando; pero nun-
ca dejó de soñar con el regreso. Ya no lo llamaban las ansias de poder
y justicia; sólo quería ver a sus padres y a su familia. Los grandes es-
pacios abiertos habían modelado su espíritu, y ahora era un hombre
distinto; no sólo por su aspecto físico sería irreconocible, ya nadie po-
dría identificarlo porque había madurado y se había convertido en un
hombre sereno.
Pero cuando pensó que ya era tiempo de regresar, cuando dejó de
tener temor, cuando se sintió más seguro, alguien lo reconoció, alguien
lo encontró, y lo llamó por su verdadero nombre:
---Moisés, Moisés.
“…lo llamó Dios… y él respondió: Heme aquí” (Éxodo 3:4).
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Dios lo había estado observando, lo había visto cambiar, y lo había es-
perado. En ese momento, cuando Moisés pensaba actuar nuevamen-
te, el Señor quiso hacerlo reflexionar por un momento.
---“¿Qué es eso que tienes en tu mano?” (Éxodo 4:2).
Esta simple pregunta desató en la mente de Moisés una catarata de
inquietudes: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Es decir: ¿De qué te
han servido 40 años en el desierto? ¿Qué has hecho durante todo este
tiempo? ¿No ibas a ser el gobernante del mundo? ¿Adónde han ido a
parar tus sueños? ¿Qué es lo que tienes en la mano?
Moisés miró su mano y vio una vara de pastor de ovejas; miró la in-
mensidad del desierto y vio miles de ovejas que no le pertenecían; vol-
vió a mirar su mano y dijo:
---Una vara”. Todo lo que tengo es una vara, Señor.
¡Qué miserable se sintió al pronunciar esas palabras! No tenía nada.
Había desperdiciado los 40 mejores años de su vida escondiéndose; ya
era un hombre adulto, ¡Y todo lo que tenía era una vara!
Entonces, cuando Dios vio que Moisés era consciente de su condi-
ción, le dijo:
---Échala en tierra”, dámela. Yo la quiero.
¡Qué pedido tan extraño! Deshacerse de la vara, de su única vara.
Después de todo era su herramienta de trabajo. La había usado para
ahuyentar animales salvajes, para rescatar corderos extraviados, y has-
ta para salir de atolladeros insalvables en los caminos de las montañas.
Su vara no era gran cosa, pero era todo lo que tenía. ¡Y Jehová quería
que se desprendiera de todo lo que tenía!
La vara no le servía de nada a Dios, en cambio a él le era muy útil. Sin
embargo, era Dios el que se la pedía, y no podía rehusarse a su llamado.
¡Qué pedido más extraño!
Cuando, en un acto de amor y desapego, finalmente se desprendió
de su única pertenencia, ésta se convirtió en una serpiente, y Moisés
huía de ella porque era venenosa” (Éxodo 4:3).
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No podía comprender lo que pasaba. La única pertenencia que tenía
se volvía contra él; le había dado a Dios todo lo que poseía y ahora esta-
ba en peligro de muerte porque no tenía con qué defenderse.
Pero mientras huía comenzó a comprender. Dios le había pedido
aquello que lo ponía en peligro; Dios quería librarlo de la muerte ha-
ciendo que se despojase de lo que lo ataba a su situación actual: Una
situación miserable.
Pero como si todo aquello fuera poco, Dios le dijo: ---“Extiende tu
mano, y tómala por la cola” (Éxodo 4:4).
--¡Señor! –Protestó Moisés-- ¡Esto ya es demasiado! Te puedo dar
todo lo que tengo en la vida, pero ¿también te tengo que dar la vida?
Dios no respondió. Dejó que la misma pregunta definiera la actitud
de Moisés. En el silencio de Dios, en medio de esa inmensidad sobre-
cogedora, Moisés volvió a comprender el pedido de Dios. Primero de-
bía demostrarle su amor, y dar no sólo su vara, sino también su vida,
si fuera necesario; pero al mismo tiempo Dios podía estar pidiéndole
una demostración de fe. Entonces “él extendió su mano, y la tomó, y
se volvió vara en su mano (Éxodo 4:4). Entonces Moisés entendió el
llamado de Dios.
II.DESARROLLO
DOS PRINCIPIOS DE LA MAYORDOMÌA
Es cierto que tal como aparece arriba, la historia de Moisés tiene un
poco de fantasía, pero no falta a la verdad. Y hay lecciones muy impor-
tantes que pueden ser extraídas de ella, algunas ya expresadas en los
pensamientos que imaginamos pasaron por la mente del futuro diri-
gente de Israel.
Hay dos grandes principios de mayordomía en esta historia. El pri-
mero es la obediencia o cumplimiento del deber, y el segundo es la
demostración de amor. Estos son en definitiva, los principios de la ma-
yordomía cristiana. Moisés cumplió con los requerimientos de Dios.
Cada vez que recibió una orden estuvo dispuesto a obedecerla, y ade-
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más de esto, dio con desprendimiento lo que tenía, demostrando su
amor y fe por Jehová.
Antes quiero resaltar que cuando aceptamos ser sus seguidores, Dios
nos hace a cada uno la misma pregunta que a Moisés: ¿Qué tienes en
la mano? ¿Qué es eso que amas y que aferras con tanto cuidado? ¿Qué
estés haciendo con lo que te he dado? El Señor nos llama a que le de-
volvamos aquello que le pertenece y de lo que nos hemos apropiado;
quiere que cumplamos con nuestro deber de entregarle lo que es suyo:
El cuerpo, donde Él mora, debe ser atendido correctamente. Los ta-
lentos, cuyo desarrollo está bajo nuestra responsabilidad, deben ser
dedicados enteramente a su servicio.
La demostración de amor
En este segundo principio de la mayordomía, El Señor vuelve a pre-
guntarnos:
--- ¿Qué tienes en tu mano? Ya me has dado lo que es mía, ¿qué harás
ahora con el resto?, ¿cómo se manifestará tu amor hacia mí?
Tenemos talentos, 6 días de la semana y el 90% de nuestros bienes
materiales para responder a esta pregunta del Señor. Aquí no hay una
demanda, tan sólo una pregunta, un pedido para que le demostremos
nuestro amor.
Ninguno de los pedidos de Dios es arbitrario, sino tiene una razón de
ser. Nuestro padre quiere quitar nuestro yo del lugar de preeminen-
cia para estar él mismo al mando de nuestra vida. Él quiere desterrar
de nosotros al padre de todos los pecados: El egoísmo, yo diría “el
veneno” del egoísmo. Él quiere que nos despejemos de aquello que
tenemos en las manos y que estamos amado por sobre todas las cosas,
para que lo amemos a Él.
Lo más interesante de esta actitud de desprendimiento que nos pide
Dios es que siempre tiene una doble dirección. Dios nos ama primero,
dándonos la vida y toda lo que tenemos, y nosotros le devolvemos ese
amor, poniendo todo a su disposición; al mismo tiempo, al darle por
amor, estamos aprendiendo a despojarnos del egoísmo y estamos co-
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“En Dios no hay crisis”
menzando a estar listos para recibir aún mucho más de él.
Tal vez alguien podría pensar que este Dios es muy exigente y deman-
dante. Siempre que da, reclama una parte en retribución, y además
pide del resto “voluntariamente”. Pero pensemos por un momento
qué valor tiene para el cielo lo que tenemos los seres humanos. No nos
engañemos, porque lo que para nosotros es muy precioso, para Él no
vale nade: Él está más allá del tiempo, nuestros talentos son insignifi-
cantes comparados con su sabiduría, nuestro cuerpo es tan frágil que
en cualquier momento podemos dejar de existir, y nuestros tesoros
son miseria comparados con su gloria y su dominio universal.
En realidad, lo único que Dios está buscando es beneficiarnos: Deste-
rrar el egoísmo de nuestro ser, y que le demostremos voluntariamente
el amor que tenemos por Él, y nuestra fe.
Estoy muy ocupado…
Pero estamos tan ocupados, que no tenemos tiempo para demos-
trarle amor a nuestro Dios. Estamos tan ocupados buscando que co-
mer, tan ocupados buscando dónde descansar, tan ocupados buscan-
do más conocimiento… y los días y los meses y los años se van pasando
sin que tengamos tiempo para decir: Dios, te amo, confío en ti, que te
quiero dar lo que tengo, porque sé que tú no me desampararás.
Elena de White dijo al respecto: “Nos esforzamos demasiado por
cuidar de nosotros mismos. Sentimos desasosiego y estamos muy ne-
cesitados de una firme confianza en Dios. Muchos se preocupan y se
complican la vida trabajando, ideando planes y temiendo sufrir necesi-
dades. No dedican tiempo para orar y asistir a las reuniones religiosas,
y en su preocupación por sí mismos, no le dan oportunidad a Dios para
que Él los cuide. Como resultado, El Señor no hace nada en su favor,
porque ellos no le dan ocasión de hacerlo. Se esfuerzan demasiado por
sí mismos y confían muy poco en Dios” (2 Joyas Testimonios pág. 196).
Una historia de amor y fe
La historia de Abraham está llena de fascinantes elementos donde se
puede ver el amor y la fe actuando conjuntamente. El primer detalle
llamativo de esta historia es que Abram fue llamado para salir de la
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tierra donde vivía, donde tenía seguridad, donde era un príncipe y no
tenía nada que temer. Sin embargo, este joven salió hacia lo descono-
cido solamente porque Dios lo llamó, conformándose con saber que El
Señor cuidaría de él, confiando en las promesas del Señor.
Y Abram salió, conmovido por el sueño de ser el padre de un pueblo
incontable como las estrellas del cielo y la arena del mar, y sobre todo
porque sería el padre del Redentor del mundo. Pero los años pasaban
y la promesa del hijo se demoraba en cumplir. Dios lo había bendecido
ricamente en todo lo que había hecho, pero el hijo que le daría la des-
cendencia no llegaba. Como sabemos, Abram y Sara decidieron “ayu-
dar” a Dios. Tal vez el Señor estaba esperando que no estuvieran de
brazos cruzados e hicieran “algo”.
Pero como Ismael no era el prometido, finalmente Dios hizo el mila-
gro, y renovando su pacto, le dio el hijo tan deseado. Los que somos
padres podemos comprender la alegría de esta pareja de ancianos: No
sólo tenían un hijo, ahora también podía cumplirse el resto de la pro-
mesa del Señor. Y Abraham amaba a su hijo. Y Abraham era feliz.
No sabemos por qué, pero El Señor decidió hacer que el patriarca
pasará por una prueba muy difícil. Podemos suponer que el amor de
este padre había comenzado a desplazarse excesivamente hacia su
hijo y hacia el sueño de una descendencia que lo enorgullecía. Pero
el hecho es que Dios y el universo querían saber cuán grande era el
amor de Abraham tenía por su Señor. Posiblemente Dios lo sabía, pero
Abraham tenía que descubrirlo y experimentarlo. Y Dios le pidió la vida
de su hijo; la vida de su único hijo; la vida de su Isaac. Dios le pidió 100
años de ansiedad, de expectativa, de deseo. Seguramente Dios estaba
exagerando. ¿Tenía que pasar por eso, a esa edad…?
Pero era Dios el que se lo pedía; y finalmente había sido Dios el que
le había dado todo, incluso ese hijo, milagrosamente. Y si bien por un
momento la duda y el horror, la rebeldía y la amargura pasaron por su
mente, Abraham decidió obedecer.
El resto de la historia la conocemos muy bien, pero no podemos de-
jar de recordar o imaginar cuánta angustia y dolor debe haber sufrido
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“En Dios no hay crisis”
aquel padre durante los tres días de camino al lugar indicado para el sa-
crificio. No podemos llegar a imaginar las preguntas que se debe haber
hecho durante ese tiempo, ni cuántas veces tambaleó su decisión de
hacer la voluntad de Dios. Y no fue una emoción del momento lo que
lo llevó a realizar ese sacrificio.
Pero finalmente triunfó el amor a Dios por sobre todas las cosas. El
universo entero había visto lo que un hijo de Dios era capaz de hacer
cuando estaba movido por un amor sincero y profundo. Aquel hombre
sabía a quién obedecer y sabía cómo responde Dios a las demostracio-
nes de amor. “Dios proveerá” no era una simple evasiva, era una ex-
presión más de fe y esperanza en Dios, especialmente cuando el hom-
bre está dispuesto a responder a sus llamados. Y en el cielo hubo gozo
porque un pecador pudo demostrar tanto amor y fe.
III.CONCLUSIÓN
El repaso de estas historias viene a recordarnos el fin último de la
Mayordomía Cristiana: Guiarnos a descubrir aquello que amamos más
que a Dios y nos aleja de Él. El Señor le pide a usted hoy una demos-
tración de amor. El Señor le pregunta ahora: “¿Qué tienes en tu mano?
¿Estás dispuesto a darme eso que tanto amo? Entrégate por entero y
hagamos un pacto”.
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
Para el miércoles 19 de febrero del 2020
UN DIOS DIGNO DE CONFIANZA
TEXTO: Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario
que el que se acerca a Dios crea que él existe y que recompensa a los
que lo buscan. Hebreos 11:6
I.INTRODUCCIÓN
Una de las razones por las que Dios realiza esfuerzos extraordinarios
para darse a conocer, es su interés en que lleguemos a confiar total-
mente en Él. Si una persona no confía en Dios, no está en capacidad de
practicar los principios de la mayordomía cristiana. De hecho, detrás de
la actitud de muchos que no son fieles a Dios en asuntos como la devo-
lución de los diezmos y las ofrendas, lo que se esconde no es más que
un problema de desconfianza en las promesas de Dios, lo que significa
no creer en Su Palabra, lo que es lo mismo que no creer en Él.
Es la propia Biblia la que indica en Hebreos 11:6 que: “…sin fe es im-
posible agradar a Dios…” Esta declaración deja claramente estableci-
do, que agradar a Dios no es solo un asunto de intenciones e incluso de
decisiones. Más allá de esto, es un asunto de fe. Esto significa que es
perfectamente posible, que estemos en la iglesia, tengamos el sincero
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“En Dios no hay crisis”
deseo de agradar a Dios y hasta estemos tratando de hacer algunas co-
sas para lograrlo; pero si lo que hacemos no es el resultado de una ex-
periencia de fe con Dios, no agradara al Señor, esto es lo que nos dice el
texto leído. Por lo tanto, el llamado a ser fieles a Dios, es ante todo un
llamado a tener fe en Él. “Necesitamos cultivar diariamente la fe en un
Salvador actual. Al confiar en un poder exterior y que está por encima
de nosotros mismos, al ejercer fe en un apoyo y un poder invisibles,
que aguarda las demandas del necesitado y dependiente, podemos
confiar tanto en medio de las nubes como a plena luz del sol, mientras
cantamos por la liberación y el gozo de su amor que podemos experi-
mentar ahora mismo. La vida que ahora vivimos debe ser vivida por fe
en el Hijo de Dios”. (Cada Día Con Dios, pág. 62)
Queda claro que la fe es, no solo lo que necesitamos para creer en
Dios y aceptarlo, sino también para relacionarnos cada día y vivir la vida
que debemos vivir para Él.
Por supuesto, llegar a tenerle fe a una persona implica que prime-
ro se conoce a esa persona. Y es aquí donde fallamos muchas veces:
¿cómo puede una persona entregar voluntaria y alegremente su tiem-
po, su cuerpo, sus recursos a un Dios que ni siquiera conoce?,¿cómo
puedo seguir la Palabra de Dios al pie de la letra y en toda circunstan-
cia, si no conozco a ese Dios y por lo tanto no le confío? ¿Por qué voy a
creer que Dios está interesado en mi salud, en mi prosperidad material,
y espiritual si no sé cómo el piensa ni cómo actúa? Una persona con
este problema de fondo terminará viendo a Dios más bien como un int-
ruso en su vida y le será muy difícil seguir sus instrucciones, y resultará
prácticamente imposible que le agrade con su vida. Otra vez, “sin fe es
imposible agradar a Dios…”.
Sin duda algo que nos ayuda a tener una autentica experiencia de fe
con el Señor, es llegar a creer, que no importa lo extrañas e ilógicas que
nos parezcan las promesas hechas por Dios, Él tiene poder para cum-
plirlas, y Él siempre es fiel y verdadero. No olvidemos que, el verdadero
problema de los infieles radica en que no creen que Dios pueda cumplir
ciertas promesas que les ha hecho. Y como resultado de ese problema,
terminan inventando sus propios métodos y formas de hacer las cosas,
negándose así a obedecer el plan de Dios.
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
II. DESARROLLO
Este es un problema que ha estado presente a lo largo de la historia
humana.
En Génesis 18:10 se nos cuenta que Dios les hizo una promesa a Ab-
raham: “De cierto volveré a ti el próximo año, y para entonces Sara,
tu mujer, tendrá un hijo.” Cuando usted mira la promesa se da cuenta
que no se trataba de algo en sí mismo extraordinario. Abraham y Sara
eran esposos y lo más natural es que los esposos tengan hijos, y más si
Dios promete darles una ayudadita. Pero, lo que hacía extraña e ilógica
esta promesa es que en el momento en que Dios la hizo Abraham tenía
100 años y su esposa 90, y por lo que se conoce de este lado de la eter-
nidad, los matrimonios cuando llegan a esa hora ya no pueden tener
bebé. De hecho, la primera reacción de la futura madre fue reírse de la
promesa. Si créame, Sara tomo el asunto como si Dios estaba haciendo
un chiste. Seguramente ella pensó ¿Y se habrá fijado Dios en nosotros
antes de hacer esta promesa? Pobrecito Dios, diría ella, se ha metido en
un gran problema porque ya yo no produzco óvulos (vers. 11) y mi espo-
so será buena gente y todo, pero ya está viejo (vers. 12). Claro está,
Dios se dio cuenta de la situación. En realidad, está acostumbrado a
mirar nuestro asombro con algunas cosas relacionadas con Él que sen-
cillamente no podemos explicar o entender. Está acostumbrado a ver
la dificultad que tenemos para tratar de entender a una mente infinita
como la suya, con una finita como la nuestra. ¿Por qué se ha reído Sara?
Pregunto el Señor. ¿Por qué ha dudado de que puede dar a luz siendo
ya vieja? Y entonces hizo la pregunta clave: ¿Acaso hay alguna cosa
difícil para Dios? (vers. 13-14)
Con esta pregunta Dios estaba tratando de mostrarle a Abraham y a
Sara que no debían mirarse ellos sino mirar al Señor. El asunto no era la
edad de ellos sino el poder del Dios que hizo la promesa. El problema
no era si lo prometido era algo difícil de hacer, sino que para Dios no
hay nada difícil, nada. ¡Oh si tan solo creyéramos eso! Si tan solo enten-
diéramos que tener fe en Dios no es lo que resulta cuando podemos
contar con evidencias de que el hará lo que prometió, sino la certeza
de que ocurrirá lo prometido debido a un hecho simple: Dios siempre
cumple sus promesas. La Biblia dice que: “Dios no es hombre, para que
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“En Dios no hay crisis”
mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Cuando dice lo hace,
cuando promete lo cumple.” (Números 23:19)
Esta sola declaración, aceptada y creída, tiene el potencial de cambiar
nuestra vida y la forma en que nos relacionamos con Dios. Si creemos
que Él es fiel siempre, y que para Él no hay nada imposible, entonces
estamos en el terreno adecuado para agradarle con nuestra vida. De
otra manera, la falta de fe nos llevara a tratar de encontrar atajos in-
ventados por nosotros mismos y que siempre terminan contradiciendo
el plan de Dios.
Eso fue lo que paso en el caso de Abraham y su esposa Sara. Dios ha-
bía prometido a Abraham cuando le invito a salir de Ur de los Caldeos,
que lo convertiría en padre de multitudes. Ya llevaban diez años ubica-
dos en Canaán y no veían como Dios comenzaría a cumplir esa prome-
sa. Al parecer convencidos de que Dios les había hecho una promesa
que no podría cumplir, llegaron a la conclusión de que debían hacer
algo para ayudar a Dios. Y ambos se pusieron de acuerdo para comen-
zar a construir la gran multitud prometida por Dios, con el auxilio de
Agar, la sierva egipcia de Sara (Génesis 16:1-4).
Por supuesto un plan como este, nacido de la falta de fe en el poder
de Dios para cumplir lo que promete, que además era un plan a todas
luces contrario al plan de Dios, no podía traer más que tristes conse-
cuencias. A partir de aquí, llegaron a la casa de Abram y Sara, los celos,
la envidia, el resentimiento, la separación y las lágrimas. Catorce años
después, cuando parecía aún más imposible, había llegado el tiempo
de Dios.
La Biblia dice en Génesis 21:1-2 que Dios visito a Sara en el tiempo
que había dicho y ella concibió de Abraham un hijo al que llamaron Isa-
ac, que fue el hijo de la promesa, el hijo del plan de Dios, el hijo de la
fe, el hijo por cuya descendencia serian benditas todas las naciones de
la tierra. Ahora ya no era Dios el que tenía que decirlo, porque ahora
existían dos seres humanos capaces de testificar que para Dios no hay
nada difícil.
Dios hizo que Sara riera otra vez, pero ahora su risa no era de duda
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
como al principio, no estaba riendo escondida, ahora su risa era de
gozo, de certeza, de comprobar cuán grande y poderos es Dios, cuan
verdaderas y fieles son sus promesas.
Ahora su risa contagiaría a muchos más “Y cualquiera que lo oiga se
reirá conmigo” (Génesis 21:6), lo que quiere decir que Sara testificaría
de lo que Dios había hecho en su vida.
La vida de fe nos lleva a compartir las maravillas de nuestro Dios con
otros. La vida de fe nos hace mostrar al mundo un rostro lleno de felici-
dad, la vida de fe nos da la capacidad de lograr que otros experimenten
esa misma felicidad, pero todo comienza por confiar plenamente en
Dios. “Sin fe es imposible agradar a Dios”.
Por su parte Abraham también entendió la lección. Dios le estaba en-
señando que, si bien él era el hombre escogido por Dios para llevar a
cabo su plan, eso no le daba la prerrogativa de inventarse el plan por el
mismo. El que hace el llamado y el que hace el plan es la misma perso-
na: Dios. Todo debe hacerse como Él, y cuando Él diga. De otra manera
el fracaso será el único resultado.
Dios estaba enseñando a su siervo que la grandeza de un ser humano
no está en hacer algo para Dios, sino en creerle a Dios y esperar en Él.
Eso se llama fe. Creer en lo que uno ni siquiera ha visto, y tener la certe-
za de que lo que se espera vendrá.
Dios le había prometido a Abram que sería padre de multitudes, pero
llegó un momento cuando Abraham y su esposa pensaron que el cum-
plimiento de esa promesa no vendría, llegó un momento que pensaron
en que nunca habían visto personas de su edad teniendo hijos y por lo
tanto no podían tener fe en algo que no habían visto. Pero Dios les
enseñó que cuando Él dice lo hace, y cuando promete lo cumple. Dios
le enseñó que Él tiene su tiempo y su forma de hacer las cosas. Muchas
veces ilógicas para nuestra lógica humana, pero debemos recordar que
Dios es divino y por lo tanto no está sujeto a la lógica humana. Muchas
veces los caminos de Dios son incomprensibles para nosotros, pero eso
no es un problema de Dios sino de nosotros, seres finitos tratando de
entender todo lo que hace un Ser infinito. Nunca debemos olvidar que
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“En Dios no hay crisis”
“Para proveernos lo necesario, nuestro Padre celestial tiene mil ma-
neras de las cuales nada sabemos”. (Ministerio de Curación, pág. 382).
Seguramente que esta fue una experiencia determinante en el ca-
minar de Abraham con Dios. Sin duda que le preparó para confiar en
momentos como cuando Dios ordenó el sacrificio de Isaac. El Abraham
que vemos aquí, es uno completamente dependiente de Dios. Es uno
que no busca explicaciones, que no trata de dar explicaciones, que no
intenta conseguir un sustituto para el sacrificio, sino que solo confía en
que Dios proveerá. O proveerá un cordero, o proveerá otro hijo, pero
ya era claro para Abraham que para Dios no hay nada imposible.
Este es el hombre que agradó a Dios, por su fe, este es el hombre
a quien esa fe le fue contada por justicia; este es el que fue llamado
padre de la fe. No para que pensemos que su experiencia es algo inal-
canzable para nosotros, sino para que sepamos que el que llegó a ser
padre de los que creen, aprendió esa dependencia por medio de las
pruebas, de las dudas, de los errores y sobre todo de la misericordia de
Dios en su vida.
Abraham fue el padre de la fe no porque hizo cosas grandes, sino
porque aprendió a creerle al Dios que hace cosas grandes. Llegó un
momento en la vida de Abraham que ya no vivía el, sino que era su fe
la que obraba en él, por eso su fe le fue contada por justicia. La vida de
Abraham no es solo para admirarla, pero sobre todo para imitarla, en
lo que se refiere a su capacidad para creerle a Dios y confiar en Él en
toda circunstancia.
Queridos hermanos, esta misma lección tenemos que aprenderla
para ser fieles en nuestra mayordomía. Es a través de este mensaje que
Dios nos desafía a confiar plenamente en Él, al hacernos promesas y
darnos ordenes que muchas veces no podemos entender completa-
mente, o animándonos a tomar un curso de acción para el cual no tene-
mos toda la evidencia de que las cosas saldrán bien.
Es en este momento que la fe juega su papel más importante. Es
aquí cuando sin ella es imposible seguir adelante de una manera que
agrade a Dios. De todas maneras, se nos ha dicho que: “Dios no guía
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
jamás a sus hijos de otro modo que el que ellos mismos escogerían, sí
desde un principio pudieran ver el desenlace, y discernir la gloria del
designio que están cumpliendo como colaboradores de Dios”. (Dios
nos Cuida, pág. 73)
Hay muchos momentos en la vida de un cristiano cuando todo alrede-
dor indica algo muy distinto a lo que dice Dios. ¿Qué hacer? Para estos
momentos Dios inventó la fe. El hace nuestra fe porque Él es el autor, y
Él la fortalece cada día porque es el consumador (Hebreos 12:2)
Ésta fe es la que nos ayuda a confiar en Dios siempre y en medio de
las tribulaciones y pruebas, ésta es la fe que nos ha ayudado a confiar
que nos sanaría cuando estábamos enfermos, que proveería cada día
el pan en nuestras mesas, que salvaría a nuestros hijos, que perdonaría
nuestros pecados; es la fe que nos ha ayudado a dar lo que somos y
tenemos a la causa de Dios, porque tenemos la fe de que esta obra
triunfará por la gracia de Dios. Esta es la fe que nos ayuda a creerle a
Dios cuando nos dice: “Den a otros, y Dios les dará a ustedes. Les dará
en su bolsa una medida buena, apretada, sacudida y repleta”. (Lucas
6:38)
Todo el mundo sabe que cuando damos, terminamos con menos, no
con más. Pero Jesús nos dice lo contrario. Es en ese momento cuando
muchos dicen: No puede ser, esto Dios no lo hará, es imposible. ¿Cómo
lo hará?
Pero debemos entender que no nos corresponde saber cómo Dios
resolverá las cosas, que plan de acción va a utilizar el Señor, o cuestio-
nar la lógica de sus promesas.
Nuestra parte es creer en su Palabra, y creer que Él cumplirá sus pro-
mesas. No olvidemos que Dios puede obrar en formas misteriosas y
que no conocemos todos los caminos del Señor.
Hoy día son muchos los que no agradan a Dios devolviendo fielmente
la décima parte de sus entradas y dando ofrendas generosas a la causa
de Dios. Lo que impide en muchos casos que estas personas agraden a
Dios, es su falta de fe en la promesa que ha hecho el Señor en cuanto a
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“En Dios no hay crisis”
que, si somos fieles trayendo los diezmos y las ofrendas al alfolí, Él nos
dará bendiciones hasta que sobre y abunde.
Ellos no encuentran lógico un plan que dice que dando la décima par-
te y dando ofrendas voluntarias una persona tendrá hasta que sobrea-
bunde. No pueden explicarse como Dios hará esto. Y al no poder hacer-
lo concluyen que Dios sencillamente ha prometido algo que no podrá
cumplir y esta falta de fe produce la actitud de infidelidad o hace que la
gente se invente su propia forma de hacer las cosas.
Pero la historia de Abraham está ahí para que recordemos que los
que dudan de Dios fracasaran. Para que recordemos que bajo ninguna
circunstancia estamos autorizados a dejar de confiar o hacerle arreglos
al plan de Dios. Por el contrario, Dios espera que respetemos su palab-
ra y confiemos en ella contra toda prueba en contrario. Dios es digno
de confianza, porque no miente, porque siempre es fiel, y porque tiene
poder de hacer lo que Él quiera en los cielos, en la tierra, y debajo de las
aguas. (Salmo 135: 5-6).
Se nos ha dicho: “!Oh que seguridad, plena y completa se nos da, si
tan solo hacemos lo que Dios requiere!... Arriesguemos algo contra la
Palabra de Dios…al cumplir con las invitaciones eternas nosotros no
corremos ningún riesgo. Debemos aceptar la Palabra de Dios y con fe
sencilla debemos avanzar confiando en la promesa, y dar al Señor lo
que es suyo”. (Consejos Sobre Mayordomía Cristina, pág. 95)
III. CONCLUSIÓN
Que quede para siempre claro:
1. Hay seguridad plena y completa en seguir la Palabra de Dios.
2. Por lo tanto, no hay ningún riesgo para los que hacen lo que Dios
manda.
3. Así que nuestra orden es avanzar confiando en la promesa y dar al
Señor lo que es suyo.
El llamado de hoy es para aquellos que desean pedirle a Dios que les
ayude a tener la experiencia de Abraham de vivir una vida completa-
mente de fe en Él.
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
Es un llamado para aquellos que desean reconocer que Dios es digno
de confianza y merece nuestro respeto y obediencia.
Es un llamado para los que quieren ser fieles en su mayordomía crey-
endo que Dios cumplirá todas sus promesas.
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“En Dios no hay crisis”
Para el jueves 20 de febrero del 2020
¿PAGANDO O AGRADECIENDO?
TEXTO: Salmo 116:12-14
¿Cómo podré pagar al Señor todo el bien que me ha hecho? ¡Levantaré
la copa de la salvación e invocaré su nombre! Cumpliré mis promesas
al Señor en presencia de todo su pueblo.
I. INTRODUCCIÓN
Deseo comenzar esta reflexión formulando algunas preguntas: ¿Por
qué Dios nos bendice sin pedir nada a cambio? ¿Seríamos mejores cris-
tianos si tuviésemos que pagar por las bendiciones de Dios? ¿Tomaría-
mos la vida cristiana más en serio? ¿De qué manera podríamos pagarle
al Señor por sus favores?
Tenga la seguridad que no es la primera vez que preguntas como
estas se plantean. En realidad, a muchos seres humanos, a través de
la historia, les ha llamado la atención la forma como Dios muestra su
amor, su misericordia y generosidad, a favor de personas que no han
hecho nada para merecerla. Debido a esto usted puede encontrar en la
Biblia historias como la del fariseo que va al templo básicamente para
presentar delante de Dios el listado de razones por las que él entiende
que Dios debe recompensarlo (Lucas 18). La propia parábola acerca
45. 45
Ptr. Roberto Herrera Ortiz
de los obreros de la viña que aparece en Mateo 20, constituye también
una muestra de esa actitud humana que se escandaliza frente a lo bue-
no que es Dios cuando se trata de compartir sus bendiciones.
Así que cuando damos una mirada al asunto de la dadivosidad desde
la perspectiva de Dios, es muy claro que Dios no paga salarios, sino que
da dones o regalos. Y por lo mismo, nuestra dadivosidad hacia él no
puede ser vista simplemente como una cuenta por pagar, sino como
el resultado del agradecimiento que llena nuestros corazones por la
comprobación de lo bueno que ha sido con nosotros.
Pienso que esa es la actitud y la comprensión que acompaña al sal-
mista en la pregunta que se plantea y responde en el salmo 116:12-14:
“¿Qué pagaré al Señor por todos sus beneficios hacia mí? Levantaré la
copa de la salvación, e invocaré el Nombre del Señor. Ahora cumpliré
mis votos al Señor ante todo su pueblo”.
Esta pregunta no la hace un hombre que está tratando de ganarse su
salvación, sino uno que esta abrumado al contemplar la inmensurable
generosidad que Dios ha tenido con él. El salmo 116 es primero que
todo un canto de acción de gracia a través del cual su autor testifica
que Dios lo ha librado y lo ha sanado. Aquí no se presenta la idea de
que podemos pagar a Dios por todo lo que nos ha dado; lo que el sal-
mista quiere decirnos es precisamente que no tenemos como pagarle
a Dios si ese fuera el caso. De todas maneras, la pregunta nos invita a
sacar cuentas y ver qué bueno es Dios, a tratar de cuantificar y medir
lo que hemos recibido de Dios, a mantenernos conscientes de cuan en-
deudados estamos con Él. Y todo para que nos demos cuenta que no
tenemos con que pagarle, que dependemos exclusivamente de su gra-
cia y amor, y que la vida misma entregada en forma completa no basta
cuando se compara con lo recibido de sus manos.
En la página 185 del libro Patriarcas y Profetas se nos ha dicho:“El
cristiano debiera repasar muchas veces su vida pasada y recordar con
gratitud las preciosas liberaciones que Dios ha obrado en su favor,
sosteniéndole en la tentación, abriéndole caminos cuando todo pa-
recía tinieblas y obstáculos, y dándole nuevas fuerzas cuando estaba
por desmayar”.
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“En Dios no hay crisis”
¿Qué pagaré al Señor por todos sus beneficios hacia mí? Sencillamen-
te hay cosas en esta vida que nunca podremos pagar, y nos queda solo
aceptarlas llenos de agradecimiento y lealtad. ¿Cómo pagarle a tus pa-
dres el haberte traído a la existencia, el tiempo dedicado a ti a lo largo
de tu vida, el alimento, el amor, el cuidado y la paciencia que fue nece-
sario tener para que hoy fueras lo que eres? Hay cosas que no pueden
pagarse, solo se agradecen para siempre. ¿Con que le pagas a alguien
que te rescató cuando te estabas ahogando? ¿O a alguien que te libro
de un peligro de muerte? ¿Puedes imaginarte a alguien que acaba de
ser rescatado de la muerte preguntando cuánto le debo? La única pala-
bra que en esos casos sale de la boca es GRACIAS.
¿Cómo pagarle a Dios? Son tantas las cosas que hemos recibido de El:
La vida, cada latido del corazón, el aire para respirar, el funcionamien-
to de cada parte y sistema de tu cuerpo, la veces que te ha librado de
peligros y de mal, los padres que te dio, la familia, la esposa, el esposo,
los hijos, ¿Cómo pagarle?
Y que del trabajo que ha provisto para ti, los años de buena salud que
has disfrutado y las tantas veces que ha restaurado tu salud perdida.
Estamos en deuda con cada alimento que ponemos en nuestra boca,
cada vaso de agua, por el sol, por la lluvia, y por tantas otras bendicio-
nes.
Y qué decir de las bendiciones de carácter espiritual. ¿Cómo pagarle
a Dios? Piensa en la bendición de Su Palabra, el consuelo de la oración,
el perdón, la gracia, la salvación, la dirección de Su Espíritu, las fuerzas
para vencer las tentaciones y seguir adelante a pesar de los obstáculos.
Por el Espíritu de la Profecía, por la iglesia, por sus promesas, por la
esperanza y por encima de todo esto ¿Cómo pagarle el regalo de su
hijo Jesucristo?
Podrás decir que muchas de estas bendiciones no son personales
sino disponibles para todos los seres humanos. Pero si sacas cuenta
mirando tu vida desde ese punto en que te encontró el Señor, si pien-
sas en lo que Dios ha hecho con tu vida hasta aquí. De donde te trajo,
y cuantas oportunidades te ha dado. Cuantos privilegios que nunca so-
ñaste. Si puedes recordar tus orígenes o tal vez las circunstancias de la
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
que Dios te rescató, y si piensas todas las cosas que le han pasado a tu
vida gracias a haber conocido a Dios y a su bondad para contigo, segu-
ramente te surgirá en ti la misma pregunta: ¿Qué pagare a Dios por sus
beneficios hacia mí?
Es demasiado evidente que cuando la dadivosidad se mira teniendo
a Dios como telón de fondo, la única manera de expresarla es a través
de la gratitud. ¡No podemos pagarle a Dios! ¡Eso es un hecho tan cier-
to como que Él nos ha rodeado de sus bendiciones! Pero también es
cierto que debemos hacer algo para expresar nuestra gratitud a Dios.
La sierva del Señor escribió: “Cada bendición que se nos concede de-
manda una respuesta hacia el Autor de todos los dones de la Gracia”.
(Patriarcas y Profetas, 185)
II.DESARROLLO
El propio salmista contesta su pregunta en los versos 13 y 14: “Le-
vantaré la copa de la salvación, e invocaré el Nombre del Señor. Ahora
cumpliré mis votos al Señor, ante todo su pueblo”. En esta respuesta
podemos destacar algunos asuntos:
1- Levantar la copa de la salvación e invocar el nombre del Señor es
una declaración de consagración total a Dios que procura dar toda la
gloria a Dios mediante el testimonio de una vida salvada. El salmista
quiere que todos vean los resultados que ha traído a su vida la gran
salvación que Dios ha obrado para él. Al procurar esto está tratando de
dar la mayor gloria a Dios. Se da cuenta que lo que Dios ha hecho por
él es tan grande que lo único que puede hacer es vivir para glorificar a
Dios a través de una vida en la que se pueda ver la salvación de Jehová.
La Palabra de Dios enfatiza la idea de que nuestra existencia debe es-
tar orientada a glorificar a Dios. “Si pues coméis o bebéis, o hacéis cual-
quier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1 Corintios 10:31).
Debemos comprender que no vivimos para la gloria propia sino para la
gloria de Dios, para que hombres mujeres y niños puedan ver en noso-
tros, los efectos de la gracia salvadora de Dios y declarar, “miren lo que
ha hecho el Señor.” Este parece ser el deseo expresado por Cristo en
su declaración recogida en Mateo 5:16 “Así alumbre vuestra luz delan-
48. 48
“En Dios no hay crisis”
te de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen
a vuestro padre que está en los cielos.” Queda claro entonces que res-
pondemos a la bondad de Dios viviendo para Su gloria.
2- El salmista enseña aquí que, aunque su expresión de gratitud es
una decisión personal que nace de su corazón agradecido, la misma
es visible para los que le rodean porque tiene una dimensión colec-
tiva. Esto significa que nuestra dadivosidad para con Dios, cuando
tiene como causa un corazón lleno de agradecimiento, no es solo de
palabras, sino que se expresa en acciones que son evidentes. La ex-
presión “cumpliré mis votos al Señor, ante todo su pueblo”, alude a un
compromiso que se ha hecho con Dios para servirle en forma tangible.
De esta manera, también todo lo que hacemos en la iglesia es una ex-
presión de gratitud a Dios, y como tal debe ser resultado de nuestro
agradecimiento.
Esto es lo que se nos ha dicho: “Nuestro tiempo, talentos y bienes
debieran dedicarse en forma sagrada al que nos confió estas bendi-
ciones. Cada vez que se obra en nuestro favor una liberación especial,
o recibimos nuevos e inesperados favores, debiéramos reconocer la
bondad de Dios, expresando nuestra gratitud no solo en palabras,
sino…mediante ofrendas y dones para su causa. (Patriarcas y Profetas
página 185)
La dadivosidad también es un asunto de servicio. Marcos 1:30-31 re-
lata la historia de cuando Jesús sanó a la suegra de Pedro. Cuando la
fiebre la dejó, se puso a servirles. No solo dijo gracias, sino que se puso
a servirles. Si Dios ha hecho algo especial para ti, si Dios te ha sanado,
liberado de algo, o abierto algún camino donde antes no había; si Dios
ha hecho un milagro por ti, ha dado respuesta a una petición sincera,
ha traído de vuelta a tu casa o a la iglesia a un ser querido que estaba
descarriado, si el Señor te ha ayudado a sobreponerte a un sufrimiento,
o tu corazón estaba triste por algo y él lo sanó y te ha permitido volver
a vivir y ser feliz, entonces no deberías ser mezquino con el servicio que
Él se merece. Deberíamos estar dispuestos a servir en la forma en que
podamos, donde podamos, y cuando podamos, con una mente llena
de gozo y un espíritu dispuesto.
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
Nadie debería tener que rogarnos; deberíamos servir sencillamente
porque Dios es bueno todo el tiempo. Si hay algo que podemos hacer,
no deberíamos esperar hasta que se nos pida; deberíamos dar un paso
al frente y ofrecernos voluntariamente, solo porque Dios es bueno
todo el tiempo. Si nunca recibimos un reconocimiento o nunca se men-
cionan nuestros nombres, no hay problema. No servimos para recibir
un reconocimiento ni para obtener una recompensa en el futuro; servi-
mos porque Dios ha sido bueno y sigue siendo bueno todo el tiempo.
Es fácil pensar que cuando el salmista habla de pagar sus votos al
Señor se está refiriendo a un asunto que solo se realiza con dinero. Si
hemos pensado así, deberíamos quitar de nuestra mente la idea de que
la dadivosidad con Dios es otra cuenta más que debemos pagar religio-
samente, y comenzar a verla como una expresión de gratitud que esta-
mos felices de hacer realidad, no solo con nuestro dinero, sino también
con la entrega de nuestra vida completa por medio de actos de bondad
que glorifiquen al Dios que ha sido y es bueno todo el tiempo.
III.CONCLUSIÓN
Cuando traigo, del dinero que consigo, una ofrenda para mi Dios, ese
dinero es apenas un símbolo de lo que realmente quisiera darle que es
mi vida completa, porque el dio su vida completa por mí.
Cuando canto en el coro, o en el grupo, esa es parte de mi ofrenda de
gratitud a Dios por haberme dado una voz.
Cuando me paro en la puerta como ujier, es parte de mi ofrenda de
gratitud a Dios por haberme dado la bendición de la salud y la fuerza.
Cuando trabajo en la cocina para una actividad de la iglesia o limpio
el patio de la iglesia, eso es parte de mi ofrenda de gratitud a Dios por
todas sus bondades hacia mí.
Cuando enseño en una clase de escuela sabática, es parte de mi
ofrenda de gratitud a Dios por haberme dado el conocimiento y el
amor hacia su Palabra.
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“En Dios no hay crisis”
Cuando alimento a los hambrientos, visto a los enfermos y hago obra
misionera, es parte de mi ofrenda de gratitud al Señor. Porque yo sirvo
a Dios al servir a otros.
Cuando predico la palabra estoy dando una ofrenda de gratitud a
Dios por haberme mostrado de qué manera puedo utilizar los humildes
talentos que Él mismo me ha prodigado.
Cuando vivo para Dios, esa es mi ofrenda de gratitud a Jesús por
haber redimido mi alma en la cruz del calvario.
Para obtener la mayor satisfacción personal de la dadivosidad, para
conocer el pleno gozo de la dadivosidad, para poder dar con la gene-
rosidad que deberíamos dar, la dadivosidad, debe ser vista como una
expresión de gratitud y alabanza por las bondades del Señor.
El asunto no es ¿Cuánto debo dar de lo que tengo? O ¿Cuánto pue-
do dar? El asunto es sacar cuentas y comprobar lo bueno que ha sido
Dios con nosotros y entonces preguntarnos con David ¿Con qué pa-
garé al Señor todo el bien que me ha hecho? Y al darnos cuenta que
es imposible saldar esa deuda, terminar entregándonos nosotros
mismos y todo lo que tenemos, pero no como un pago sino como
un acto de entrega y adoración que sólo quiere decir: ¡GRACIAS SE-
ÑOR!
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
Para el viernes 21 de febrero del 2020
LA GENEROSIDAD DE DIOS ES MÁS GRANDE
TEXTO: Salmo 116:12-14
Cuando volvía de la derrota de Quedorlaomer y de los reyes que con
él estaban, salió el rey de Sodoma a recibirlo al valle de Save, que es
el Valle del Rey. Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del
Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea
Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito
sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano. Y le dio
Abram los diezmos de todo.
I. INTRODUCCION:
Se cuenta la historia de un hombre de escasos recursos que era co-
nocido por su generosidad. Alguien le preguntó por qué daba tanto y
que si no le preocupaba quedarse sin nada. El respondió, No estoy pre-
ocupado por dar. Tal vez a veces actué con generosidad, pero aun en
esos casos, mi Dios es mucho más generoso conmigo, y la generosidad
de Dios es más grande que la mía. Además, Dios empezó mostrarme
su generosidad primero.
II. DESARROLLO
En Génesis 14:17-20 se registra una linda experiencia de las muchas
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“En Dios no hay crisis”
experiencias que tuvo el patriarca Abraham, un hombre que comprobó
que no es posible que le ganemos a la generosidad de Dios. En estos
versículos se registra el primer acto de devolución de diezmos en la
Biblia. El texto no se refiere al primer sacrificio, ofrenda o dádiva, sino
al primer acto de diezmar que menciona la Biblia. La historia detrás
de este acto de diezmar es muy interesante. Cuando Abram recibió el
llamado de Dios de abandonar el lugar donde vivía y salir hacia un lugar
que Dios le indicaría, Abram invitó a su sobrino Lot, para que lo acom-
pañara. Lot aceptó la oferta de Abram y, por su buena disposición de
seguir a Abram mientras Abram seguía las instrucciones de Dios, tanto
Lot como Abram recibieron bendiciones materiales. Los dos fueron
bendecidos tan abundantemente con ganado, que la tierra en que se
habían instalado no fue suficiente para mantener a sus rebaños y ma-
nadas. Debido a ello, pronto surgieron dificultades entre los pastores
de Abram y los de Lot por los pastizales y los pozos de agua.
II. DESARROLLO
Un arreglo conveniente:
Abram decidió no vivir entre conflictos y confusión. No importa cuán-
tos bienes materiales se tengan, si se debe vivir entre conflictos y con-
fusión, discusiones y malos entendidos, puede llegar a sentirse mise-
rable y triste. Los conflictos y la confusión, las discusiones y los malos
entendidos pueden evitar que gocemos de las bendiciones de Dios.
Muchas personas que tienen mucho, recuerdan los tiempos de escasez
y sacrificio como “los buenos tiempos” porque fue un periodo de me-
nos conflictos y confusión, discusión y malos entendidos.
Abram, el mayor de los dos, se acercó a su sobrino y le dijo: “No haya
ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, por-
que somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego
que te apartes de mi. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha;
y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda” (Génesis 13:8-9). Cuando Lot
examinó la tierra que estaba delante de él, lo que tenía a su izquierda
era definitivamente más agradable a los ojos. La tierra de la izquierda
era fértil y de riego, mientras la tierra a la derecha tenía menos vegeta-
ción y era árida. En vez de deferir ante su tío, por cuya invitación había
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Ptr. Roberto Herrera Ortiz
sido bendecido, pensando más en su propio bien Lot escogió lo que pa-
recía ser la mejor tierra, dejando que Abram se instalara en la porción
menos deseable.
No todo lo que brilla es Oro
Sin embargo, Lot pronto descubrió que todo lo que parece ser lo me-
jor a primera vista no siempre es lo mejor a la larga. Las malignas ciu-
dades de Sodoma y Gomorra estaban en el valle que escogió Lot. Por
lo tanto, él y su familia no sólo vivían en medio de mayores altercados
y confusión, sino que, en ese tiempo, las ciudades de Sodoma y Gomo-
rra, junto con todo el hermoso valle del Jordán, estaban bajo el reinado
de un poderoso guerrero llamado Quedorlaomer. Al tiempo, Sodoma y
Gomorra, junto con otras ciudades sometidas que también eran oprimi-
das por Quedorlaomer, se rebelaron contra su reinado. Quedorlaomer
se unió con varios otros reyes, y derrotó la rebelión y se llevó cautivos
a varios ciudadanos de Sodoma y Gomorra junto con sus posesiones.
Entre las personas que fueron capturadas estaba Lot. No sabemos
hasta dónde se había involucrado Lot en la vida política de Sodoma, y
no sabemos si participó en esa rebelión. Sin embargo, desde el mo-
mento que dejó a Abram para levantar su tienda entre los Sodomitas,
había compartido su destino. Así como uno comparte las recompensas
de la fe cuando se asocia con los fieles, también deberá compartir el
castigo de pecado y rebelión cuando se asocia con los malignos.
Familia en las buenas y en las malas
El encinar de Mamre, donde habitaba Abram, era menos agradable
que el fértil valle donde vivía Lot, pero por lo menos Abram tenía li-
bertad allí. Era libre de los enredos políticos de Sodoma, de la maldad
de Gomorra y del gobierno de Quedorlaomer. El valor de la tierra y
las propiedades del lugar donde habitaba Abram no eran tan elevados
como en la tierra que había escogido Lot. Pero, la bendición de Dios
estaba sobre el lugar donde estaba Abram y la promesa de Dios había
sido dada de que vendrían días más prometedores. Hace mucho que
Sodoma y Gomorra han dejado de existir, pero el lugar donde moró
Abram aún se considera tierra santa.
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“En Dios no hay crisis”
Le llegaron las noticias a Abram de que su sobrino había sido captura-
do. Las abundantes posesiones de Lot, que habían causado las dificul-
tades entre él y su tío y los habían obligado a separarse, ahora estaban
en manos de otro como trofeos de guerra.
Abram pudo haber dicho, con mucha razón, armó su cama; que se
acueste en ella. Pudo haber dicho, eligió la mejor parte y dejó lo peor
para mí; no puede pedir más. Abram pudo haber dicho, Está crecido
y puede cuidar de sí mismo; abandonó mi hogar; ya no está bajo mi
responsabilidad. También pudo haber dicho, Me gustaría ayurdarle,
pero no soy contendiente para Quedorlaomer. ¿Esperan que arriesgue
mi vida y todo lo que poseo por salvar a Lot? Sin embargo, Abram no
desplegó ninguna de las actitudes humanas normales que pueden sur-
gir cuando se ha recibido un trato injusto. Por el contrario, seleccionó
a 318 hombres entrenados entre los que habían nacido en su hogar,
entre sus siervos y los armó para la batalla.
El hecho de que Abram tenía a 318 hombres a su disposición y su ha-
bilidad de armarlos para ir a la batalla, nos indican que, a pesar de vivir
en un lugar poco deseable, Dios aún lo estaba bendiciendo abundante-
mente. Aún cuando Abram había recibido la peor parte del trato con
Lot, el cielo lo había convertido en triunfador y lo había compensado
por la ingratitud de Lot. Por eso, el cristiano no debe preocuparse por
las personas que tratan de aprovecharse de su bondad. No debe pre-
ocuparse por las personas que parecen avanzar a sus expensas. Siga
siendo amable. Siga siendo fiel. Siga tratando bien a las personas.
Dios se encargará de usted y de las personas que le han hecho daño.
Triunfo, celebración y adoración:
Después de haber armado a los hombres de su campamento, Abram
aseguró el apoyo de varios aliados y salió a buscar a Quedorlaomer.
Cuando llegó al lugar donde estaban, Abram dividió sus tropas, atacó
por la noche y derrotó fácilmente al enemigo. Cuando Abram regresó
victorioso de la batalla, fue recibido por dos reyes: el rey de Sodoma
y otro cuyo nombre era Melquisedec. Este Ultimo era rey de Salem,
que significa Paz. Se cree que Salem era el antiguo sitio o nombre de
la ciudad que al pasar de los años llegó a conocerse como Jerusalén,