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JUANA GARCÍA NOREÑA
La poeta que nunca existió
Texto:
© Julio Pollino Tamayo
cinelacion@yahoo.es
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Empecemos por el principio, el prestigioso Premio Adonais de poesía, el que
más renombre tenía durante la dictadura fascista de Franco, fue otorgado en 1950
al libro “Dama de soledad” firmado por la desconocida debutante de 24 años
Juana García Noreña, la primera vez que se concedía a una mujer. Este hecho
excepcional, la poesía era considerada poco menos que un cortijo masculino,
muchos como Chus Visor lo siguen creyendo, hace que de inmediato se la
bautice como la gran esperanza blanca de la poesía española escrita por
mujeres, consiguiendo un eco parecido al que había obtenido en 1945 Carmen
Laforet con “Nada” en prosa. Se suceden los ditirambos, las exageraciones, con
ese puntito de condescendencia, de paternalismo, con el que alababan siempre las
creaciones de las mujeres de la época, no falta la habitual coletilla de la esotérica
“sensibilidad femenina”, de la inmortal y sacrosanta femineidad. El más
perseverante, apasionado, en la reivindicación, fue M. Fernández Almagro,
miembro de la Real Academia de la Historia, un habitual en este tipo de
arrebatos, fue también el más firme defensor de la grandeza, genialidad, del libro
“Cinco sombras” de Eulalia Galvarriato, vamos que mal criterio no tenía ni
mucho menos. Valgan tres ejemplos:
1- “ESTOS tomitos que sucesivamente van integrando la Colección
“Adonais” —clásica, mañana, en la Historia de nuestra poesía lírica—
debieran llevar, en primer término, una nota que sirviese de presentación
al autor, en tantas ocasiones, novel. Así, en este caso concreto, los
lectores sabrían que Juana García Noreña, autora de «Dama de
soledad», acaba de obtener con este breve y delicado libro el premio
«Adonais», en la flor de sus veinticuatro años. Un aire inconfundible, más
que de juventud, de adolescencia, estremece estos versos de una sencillez
que desconcierta porgue, al mismo tiempo, se agrupan en formaciones
métricas de tanta exigencia como el soneto, haciéndonos pensar en
dilatado y atento ejercicio.
¿Poetisa de flor temprana o de fruto en sazón?... La verdad es que la sazón se
da, por lo que hace a la poesía, en cualquier tiempo, mejor antes que después,
porque se trata de emociones conseguidas, no en virtud de la experiencia a lo
largo de los años, sino de la intensidad en los afectos. Los grandes líricos suelen
serlo desde su primer obra, y muchos nacen destinados a morir jóvenes. Los
grandes novelistas, por el contrario, necesitan, en tesis general, de experiencia
prolongada, y en las canas estriba, a veces, la razón del acierto. El poeta está
más allá de su propia edad, y confunde vida o muerte en la común emoción del
ser y del persistir.
Glosando un famoso verso de Quevedo, Juana García Noreña construye este
soneto:
4
No, no es mejor morir que vivir muerto;
tengo tanta pasión, agonizando,
y tanta soledad de amor, durando,
por esta oscuridad del pecho abierto,
que goce con saberme en lo más cierto
del corazón herida, y no sé cuando
voy a dejar de ser un sueño andando
por la noche de arena de un desierto.
Mejor así; mejor que no morirme,
verme de pie, diciendo, repartirme,
sublevando el olvido de las cosas.
Mejor sangre que en aire se desliza
mejor torre andadora de ceniza,
que ya quieta del todo, entre las rosas.
Este conceptismo, de visible raíz clásica, enlaza a Juana García Noreña con
la Poesía de la generación en actual desarrollo. Pero, al mismo tiempo, Juana
García Noreña ha asimilado la lección de la Musa romántica más genuina e
independiente. De Shelley procede el título del libro que glosamos: «Dama de
soledad», suscitador de un paisaje aislado o insular, en mares de melancolía y
variadas irisaciones. Algo del modernismo, ajeno, en verdad, a la lírica de hoy,
se transfigura en la inspiración de Juana García Noreña. Por lo que nos
explicamos, claramente, la resonancia de la tenue y penetrante voz del primitivo
Juan Ramón Jiménez, en poemas como el siguiente, no obstante su propio
acento.
Tú me enseñaste las palabras
y las dejaste entre mis labios,
ya sin lugar para apoyarlas,
como se quedarán los pájaros
todos, cantando, sin nosotros,
en el verde y umbroso árbol.
Tú me enseñaste las palabras
y no hubo tiempo a que mis manos
te devolvieran todo el fuego
que tú encendiste. Como el pájaro,
iré prendida de una música;
no sabré nunca lo que canto.
5
Pero Juana García Noreña es consciente de su canto. La conciencia de su
lirismo le permite disciplinar los factores sentimentales que pudieran hacerle
caer en trivialidad. Juana García Noreña, por el contrario, se desentiende, en
absoluto, de los recursos fáciles y acierta a vencer en difíciles armonías de
sutileza y transparencia, sobre todo, en los poemas breves, con aire de canción.
En «Veletas», por ejemplo; en «Bordado», en «Los nombres», «Madera dulce»,
«En silencio...»
Fijémonos en «Dama de soledad», punto de partida. Un ancho camino se abre
a los ojos de Juana García Noreña.”
M. Fernández Almagro (Real Academia de la Historia) - La Vanguardia, 21-
12-1950
2- “ENFOCADA por la actualidad del premio “Adonais”, la grácil figura de
Juana García Noreña se nos muestra con resplandores de lírica aurora, en
soledad, como la dama del verso de Shelley, que inspira el título de la obra
galardonada, y en la casta desnudez que corresponde a un cierto tipo de sincera
poesía.
Me veía allí, flotando
desnuda, sobre las aguas…
La corriente que arrebata la inspiración de Juana García Noreña viene de
lejos, y, sobre todo, de muy hondo: de una eterna y entrañable poesía, animada
por la realidad de los sentimientos. No importa que determinadas composiciones
de “Dama de soledad” lleven, como lema, versos de Villon, Quevedo, Juan
Ramón Jiménez o Dámaso Alonso, y que, al frente de otra, nos diga la autora:
Con algo de “El cantar de los cantares”. Nada menos libresco que esta poesía
de adorable ingenuidad, que en no pocos versos es simple balbuceo. Pero la
poesía, por dentro que esté necesita orientarse para salir al exterior, y aquello
que la guía le es precisamente connatural. Cuando leemos, por ejemplo, el
poema que empieza: “¡Qué gran lección la del agua…!” y creemos advertir
alguna sombra fugaz del Gerardo Diego de “Versos humanos” o del García
Lorca de “Canciones”, advertimos la sincronización, y no otra cosa, de esta
Musa joven, casi adolescente, que se explica por sí misma. “Arrebatadamente
sola”, nos dice en otro verso; “apasionadamente tuya...”. Apasionadamente, en
efecto, entregada a la poesía, con todas sus distancias y profundidades. Juana
García Noreña se llama a sí propia, y se responde, porque acierta a encontrarse,
del patético modo tan sencillamente expresado en “El eco”. Hay algo de vuelo
de pájaro, instintivo, gracioso y certero, en los versos de Juana García Noreña,
incluso en los que más rigurosamente se agrupan bajo la disciplina del soneto.
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Una torre de amor he levantado
sobre tu leve corazón de arena…
Torre, ermita, alta sierra, arroyos que caminan, alados pinos, cerezos y
arrayán, mar azul, nieves, nubes tormentosas, noches estrelladas… Trátase de
Naturaleza, del siempre válido lugar común de la Naturaleza, pero no, en modo
alguno, de artificiosa escenografía. Juana García Noreña, vive su mundo, y
sobre él, la eleva su lírica emoción:
Me llevaste en el aire, tan volada…
Vuela la autora de “Dama de soledad” buscando “algo más, algo más...”,
que nos dará de seguro, afianzado ya como está su claro númen. No faltan
versos, desvaídos, que flaquean. Pero no sabemos hasta qué punto una mayor
solidez técnica podría conservar, en poesías como las de “Dama de soledad”,
esa autenticidad de suspiro que las hace aéreas, tiernamente expresivas,
humanas, en el susurro de la confidencia.”
M. Fernández Almagro – ABC, 05-01-1951
2- “Este año han descubierto los jurados del premio de poesía “Adonais”
una poetisa que ha producido una honda impresión. Juana García
Noreña tiene veinticuatro años, no había publicado versos hasta ahora y
era desconocida incluso en las tertulias literarias que frecuentaba por
curiosidad y afinidad espirituales. Guardaba sus poemas tan celosamente
que su aparición ha resultado más fulminante aún, porque, ¿hay muchos
poetas que, antes de publicar nada, no hayan recitado, prestado y
divulgado de una u otra manera sus producciones impacientes por ver la
luz? Otra sorpresa es que Juana García Noreña no se llama así. El suyo
es un seudónimo que parece un nombre auténtico, para mayor
desconcierto. Se llama Angelines Barboña y, según parece, eligió el
“Juana” por admiración hacia Juana de Ibarborou; el “García”, no sé
por qué; y el Noreña, por ser un apellido que hace pensar en seguida en
Asturias y ella es asturiana, de Posada de Llanes. Esto es lo único que he
podido saber de su biografía, y me interesa hacer constar desde ahora,
para cuanto he de decir sobre su libro premiado, “Dama de
soledad” (Colección Adonais, n.º 69. Ediciones Rialp. Madrid, 1950), que
desconozco en absoluto las circunstancias de su vida privada.
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En estos poemas (la casi totalidad de ellos muy dentro de la tradición clásica
española en lo que a la forma se refiere), encontramos un tema concretísimo,
una corriente sentimental, humanísima y de vibrante feminidad que lleva más
fuerza que todo el repertorio de imágenes y que cualquier recurso poético. Este
tema es muy sencillo: una mujer añora un amor perdido, una mujer siente latir
dentro de sí una energía dulce y espantosa a la vez, que alguien ha despertado y
no ha querido aprovechar. La mujer canta entonces, con anhelante
desesperación, es decir, con una desesperación que deja paso, a intervalos, a un
resquicio de esperanza. El hombre se ha ido y lo ha dejado todo vacío. Nada
tiene sentido para ella cuando la soledad está poblada de huellas vivas, de
resonancias del amado. En un libro de poemas de los que nuestros líricos suelen
producir, la poesía parece sólo, generalmente, un ejercicio retórico. Muy raras
veces nos conmueve el poeta; casi nunca nos dice nada. Lo de “mucho ruido y
pocas nueces” me permito traducirlo así, con destino a algunos poetas que hoy
gozan de cierta fama y para no ofender su sensibilidad con palabras que emplea
la gente vulgar: “deliciosas, marmóreas, purísimas cáscaras y levísimas, casi
ausentes nueces”. En cambio, Juana García Noreña ha dado a sus poemas un
contenido de tan extraordinaria riqueza afectiva que el soneto parece ir a
estallar incapaz de ceñir todo lo que lleva dentro. Por ejemplo, este que se titula
“La buena tierra” y que me parece el más indicado para que tengan ustedes una
idea de la manera poética de Juana García Noreña:
Cómo puedes andar, y sin cuidado,
fuera de las provincias de mi pecho;
cómo puedes buscar tierra en barbecho
mejor que la tocada por tu arado.
Estaba todo a punto y preparado
bajo la luz para el mayor provecho,
y tú de un golpe ciego lo has desecho,
y de sal y de olvido lo has sembrado.
No; no puedes andar sin mi cuidado:
serás de otros amores jornalero
y añorarás esta heredad perdida.
Oh, tú, de mis caricias extranjero,
cómo podrás, después de tanto enero,
hallar la antigua tierra estremecida.
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Escuchad ahora cómo traduce la poetisa líricamente el impacto de un beso
decisivo, con una imagen bellísima e impresionante:
Sí, como el trueno, sí me enloqueciste,
campaneaste por mi tierra triste,
vi el cielo abierto y claro en el suceso;
heriste con un rayo mi arboleda
y aún en mis ojos vegetales queda
aquel lejano resplandor del beso.
“Dama de soledad” (título inspirado en unos versos de Shelley, está
construido sinfónicamente. La segunda parte, después del desgarrador lamento
de la primera, es un relativo descanso incluso por la variedad métrica y por su
inferior calidad. Pero en seguida viene la tercera parte, donde reaparece con
toda su fuerza, con su patetismo encerrado en clásico vaso, el recuerdo del amor
quebrado que sigue creciendo por uno de los extremos, pero el suicidio no atrae
a la abandonada,
y cansada y ahogada no me atrevo
a cesar en la nada, y mi costumbre
diariamente me dicta mansedumbre,
y un humo soy que de mi hogar me elevo.
Pero en los dos últimos poemas, la mujer, en un crescendo incontenible,
desborda a la poetisa cuidadosa de medir la pasión y hacerla estrofas. Entonces,
el grito del alma corre en libertad por el verso libre en “La fiera” y “Por algo
más...”.” Rafael Vázquez Zamora (1950).
Pero no es el único, el entusiasmo es generalizado, y no solo por parte de la
crítica, también de mano de figuras de reconocido prestigio, autoridad, como el
Premio Nobel de literatura Juan Ramón Jiménez, generalmente reacio a
reconocer el talento ajeno, se ve que al ser mujer no se sentía tan amenazado, o el
poeta Gerardo Diego, que no escatiman en halagos hacia la joven poeta, Juan
Ramón Jiménez incluso le dedica un poema y todo, “Eco de dama de soledad”
(1951).
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“VOZ. Lo que decide en poesía es la voz. Sin voz puede haber, y esto es lo más
resuelto, virtuosismo; también otras muchas virtudes y vicios. En España, voz
tiene el cantar del Cid, el Romancero, Juan Ruiz, Gil Vicente, Manrique, Fray
Luis, San Juan, Lope, Quevedo, Bécquer, Unamuno, A. Machado, Jorge Guillén,
Lorca, Alberti, Miguel Hernández, y entre los más jóvenes, de los que yo
conozco, José Hierro, José M. Valverde, Juana García Noreña.” Juan Ramón
Jiménez (“Ideolojía (1897-1957)”, Anthropos)
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“Atención. En el cielo de la poesía española ha aparecido una nueva estrella.
Estrella y no lucero porque es femenina, se declina en a y se
llama Dama o Juana o Ana y en su vida privada de otro modo aún más celeste y
volador. Pero ya para la poesía española, lo mismo que Gabriela Mistral es
Gabriela y nada más, aunque luzca tanto su lindo nombre de pila, Juana García
Noreña será Juana y nada más. La nueva poetisa será ya para siempre la Dama
de Soledad de su primer libro. Dama o Juana o damajuana que nos aporta un
frasco de linfas purísimas y por eso mismo embriagadoras, con esa embriaguez
mental y dichosa del agua clara de la sierra que nos refresca la frente y nos
alancea el corazón. Juana o para siempre Ana, para los que hayamos penetrado
en su intimidad más secreta y mítica, la que ella nos canta silenciosamente en su
poema de ninfa Eco, voz y Eco a la vez ella misma.
Fábula de incalculable alcance simbólico y larga estela de poesía histórica, la
de Eco y Narciso, la que renace de modo nuevo en variante de Eco y yo, de Eco
y Eco, ya sin Narciso para siempre perdido, en el poema exquisito y conmovedor
de Juana Ana dice así:
EL ECO
¡Juana, Juana…! -grito sola
por el campo.
No me llama
Ya nadie. Me llamo sola.
Grito lejos de mi casa.
A veces contesta el eco,
cuando digo Juana, “Ana...”
Y ya no soy yo: lo sé.
Es otra mujer que aguarda,
que está muerta como yo
en lo hondo del valle, y clama,
y espera como yo espero
que la llamen…
Y se llama
a sí misma…
-¡Juana…!- grito.
Y ella, allí en el fondo: “¡Ana!…
Es decir que esta dama no está sola, está acompañada, duplicada de ella
misma, o bien perdida allá en el fondo del barranco, en la pared vertical e
infranqueable, abrazada cola de sí misma a su segunda y más verdadera esencia
de mujer y de poeta. La esencia contra la existencia, porque Ana, Juana es
esencialista como todo verdadero poeta.
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Juana esperando que la llamen. Y la llamaron. La llamamos desde la pared
elástica, rebotadora de Adonis y surgió y se hizo carne de mujer ante nuestros
ojos asombrados, y se tornó papel y caracteres impresos de libro hondo, menudo
y demoradamente, continuadamente precioso. Hoy la Dama de Soledad es el
volumen LXIX de la colección ADONAIS elegido para premio de 1950 entre 130
concursantes. Espléndido certamen que nos dejó a los jueces el amargor de boca
de no haber podido premiar al lado del premio único y de los dos accésit, otros
cinco o seis, por lo menos, poetas dignísimos por calidad de galardón y
comparables en mérito a los favorecidos.
Juana García Noreña se sitúa de repente con su libro inspiradísimo en la
primera fila de las poetisas españolas. En plena juventud y absolutamente
inédita hasta el presente, no hace más que empezar. Pero con tal aplomo y
maestría que sin duda le suena a madurez y responsabilidad de persona mayor y
ella quiere seguir siendo lo que es, una chiquilla con tal gracia y armonía en el
andar (pasos no hacia Venus tan resueltos que cantó Bocángel) que nos dejó
pasmados. Sin duda antes de decidirse a este paso solemne de lanzarse a la
lotería de la posible publicidad, ensayó en casa y jardín íntimo sus paseos y
carrerillas. Compuso, borró, reconstruyó, desechó, calentó en el nido muchos
versos y no pocas prosas. Leyó, meditó, se ilusionó, gozó y sufrió, vivió todo lo
que una muchacha de sus años de intensa vida espiritual puede experimentar e
imaginar. Pero ¿quién será el guapo capaz de señalarle sus guías, sus secretos
senderos desde la sombra hasta la luz? Lo que maravilla de sus versos es su
ingenuidad, en el verdadero sentido de la palabra no reñida con el sereno y
hondo pensamiento y el acabado oficio. La autenticidad de una inspiración
siempre de dentro afuera y que no toma de los maestros sino el legado común de
la tradición o el temblor de nuestra época. La poesía de esta Dama de Soledad
es intensamente, aromadamente femenina, pero nada más lejos de los tópicos al
uso, de las esclavitudes y manías de la poesía de mujer profesional, que también
hay mujeres que profesan serlo, mujeres incurables como las del rótulo del
venerable hospital que me hace feliz. Juana García Noreña no es la mujer
incurable ni la poetisa incurable sino la sanidad misma y la feminidad misma, la
poesía misma natural y en carne y hábito de mujer cotidiana.”
Gerardo Diego (1950)
“ECO. En el epílogo a un magistral estudio -que pronto verá la luz- sobre las
fábulas mitológicas en la poesía española. José María de Cossío lamenta la
desaparición de esa cultura y de la fe poética en los mitos clásicos. Ya los poetas
de nuestro siglo no cantan dioses, ninfas y metamorfosis. Sin embargo, esto no es
totalmente cierto. El eclipse puede ser en todo caso provisional y hay síntomas
de una próxima revivificación de las fábulas, sentidas desde dentro, de otra
manera más viva y profunda. Y son las mujeres, las poetisas, las que nos dan el
ejemplo encarnando en su carne viva las heroínas de esas milenarias heroicas y
fugitivas, metabólicas esencias femeninas.
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Un día es la poetisa Luz Pozo Garza sintiéndose Dánae. Mañana puede ser
que reaparezca Dafne escapada de su laurel. Hoy asistimos en variadas formas
a la corporeización fabulosa de la ninfa Eco por obra y gracia de la benjamina
entre las poetisas españolas, la “Dama de soledad”, Juana García Noreña. Eco,
sí, pero también en cierto sentido, Narcisa. Narcisa llamé yo, feminizando
arriesgadamente el dato humanístico, a la Giralda contemplándose en el espejo
de la brisa sevillana. Y si la ninfa Eco es femenina, Narcisa no puede ser
íntegramente varón.
Los juegos poéticos de la rima en eco han tenido en nuestra lengua tan
deliciosamente apta para esos encantamientos, felicísimos diestros. Baltasar del
Alcázar y Rubén Darío hicieron maravillas de gracia y de poesía y en instantes
de cálido patetismo, la rima en eco, humanizada y de perspectiva infinita,
ahonda prodigiosamente la concavidad de las rocas, los bosques o las salas de
concierto. Los juegos más juglares pueden ser a la vez -suprema lección de arte
clásico- conmovedoras seriedades y asomadas al pozo más auténtico de la
conciencia y la subconsciencia.
Pero oigamos a Juana reflejándose en Ana. El poema, muy sencillo, se llama
“El Eco” y dice así:
¡Juana, Juana…! -grito sola
por el campo.
No me llama
Ya nadie. Me llamo sola.
Grito lejos de mi casa.
A veces contesta el eco,
cuando digo Juana, “Ana...”
Y ya no soy yo: lo sé.
Es otra mujer que aguarda,
que está muerta como yo
en lo hondo del valle, y clama,
y espera como yo espero
que la llamen…
Y se llama
a sí misma…
-¡Juana…!- grito.
Y ella, allí en el fondo: “¡Ana!…
¿Dos mujeres? ¿Una sola? Hay una doble actividad, una mutua pregunta, un
buscarse desesperado de las dos damas de soledad que desde el momento mítico
del eco, ya no se sentirán irremediablemente solas. Y tanto viaja el sonido como
su reflejo. ¿Quién sabe ya dónde está la fuente y dónde el espejo, el antes y el
después? Un poeta hispanoamericano de nuestro tiempo lo ha cantado a su
manera:
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… y ahí enfrente estoy yo, piedra tardía
imitándote en canon, compás justo
y cerrando el anillo.
Y ya es lo mismo, es a la vez
seguirte y precederte.
No, la dama de soledad no está sola, está acompañada, duplicada de ella
misma, o bien perdida allá en el fondo del barranco, en la pared vertical e
infranqueable, abrazada cola de sí misma a su segunda y más verdadera esencia
de mujer y de poeta. La esencia contra la existencia, porque Ana, Juana es
esencialista como todo verdadero poeta.
¿Eco? ¿Narcisa? ¿Puede ser una solución el sentirse así siempre aquí y allí?
La respuesta -conmovedora, feminísima- nos la da Juana-Ana desde la otra
vertiente. La acabamos de escuchar encarnando a Eco. Vedla ahora Narcisa
unos instantes para renunciar enseguida y regresar a su condición de mujer, ya
ni Narcisa ni Dafne ni laurel.
El espejo
Fui dos, sí, por la fuente y tu mirada.
“Dos eres -me dijiste-, doble amante...”
Una, junto a tus ojos anhelante,
otra, anhelante y en el fondo ahogada.
Aire arriba, viví gracia aromada,
pino verde, nidal, loma distante,
y abajo, de cristales habitante:
guijo pulido, arena traspasada.
Por mirarme en el agua hasta la tierra,
y yo no estaba allí, ni aquí; corría
para que tú alcanzaras sólo a una.
Maravillosa vivencia en vida y poesía de las dos fábulas mitológicas -¿no es
verdad, José María?- vueltas a nacer, crecer y anularse en realidad de alma y
cuerpo femenino para llegar a esa solución adorable y perfecta: “para que tú
alcanzaras sólo a una”.
Gerardo Diego (1951)
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Hasta aquí la comedia, la idílica recepción, con entrevista en los medios
literarios («Si alguien en el tiempo se detiene en mis versos, creo que podrá
decir: he aquí una mujer. Esto sí que me importa, ya, anticipadamente, desde
ahora mismo.» Juana García Noreña (Correo Literario, Madrid, núm. 16,
1951)), lectura de sus poemas en público (recital en el círculo femenino
Medina, presentado por José Luis Cano, y participación en una lectura poética
colectiva organizada por «Alforjas para la Poesía» homenaje a Don Jacinto
Benavente por la concesión de la medalla de oro al trabajo y celebrada en el
madrileño teatro Lara) y firma del libro incluidas, la acogida soñada por
cualquier debutante, sea en el campo que sea. A partir de ahora, el costado
oscuro, el drama. Pronto empieza a surgir el rumor entre los escritores de la
tertulia del Café Gijón, de la que formaba parte el poeta garcilasista José García
Nieto, miembro del jurado que otorgó el premio, y niño mimado del Régimen, de
que Juana García Noreña (J.G.N) no es más que un seudónimo, una mujer de
paja, del propio José García Nieto (J.G.N). Sospecha fundada en la asombrosa
coincidencia temática y técnica entre la poesía de José García Nieto y Juana
García Noreña, la similitud de sus siglas, en el hecho de que los dos trabajasen en
la Hemeroteca Nacional y fueran oriundos de Asturias (Noreña es un pueblo
asturiano), y sobre todo por el descubrimiento de un acróstico en el libro, el
poema “La otra muerte”, juntando las iniciales de cada verso aparecía
milagrosamente el nombre y apellidos de José García Nieto:
JOven a la muerte voy;
SÉ que me espera y me llama.
(GAlanes que me desposan,
Ruiseñores que me cantan,
CIudades que se me ofrecen,
Alas que me llevan, alas...)
NIeve seguirá a la nieve:
Enero es donde tú faltas.
Tú fuiste mi muerte, y eras
Orilla de mi esperanza.
Por supuesto no tarda en salir José García Nieto a desmentir en los medios
semejante infundio: “(las coincidencias son) fruta poética del tiempo en que
vivimos de la que ni yo ni los demás tenemos huerto cerrado, y que nada dice de
la falta de autenticidad de un poeta.” (Correo Literario, Madrid, núm. 22, 1951).
A la indignación se suman el director del Premio Adonais, José Luis
Cano (“El affaire Juana García Noreña, premio Adonais 1950 con su
libro Dama de soledad, vuelve a tener actualidad. Habían corrido rumores por
los mentideros literarios madrileños de que el libro no era de Juana García
Noreña -seudónimo de Angelines de la Borbolla-, sino del poeta José García
Nieto, que había formado parte del jurado.
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El asunto ha sido comentado hasta la saciedad en las tertulias literarias,
sobre todo en la del café Gijón, cita permanente de los poetas. El rumor se
apoya en que en uno de los poemas del libro, el titulado "La otra muerte", figura
un acróstico con el nombre de García Nieto.
Pero, en mí opinión, ese acróstico no prueba nada, pues podría ser un
homenaje de la autora al director de Garcilaso. Por otra parte, me cuesta creer
que una muchacha de 20 años -preciosa, por cierto- haya querido figurar como
autora del libro, no siéndolo, y que hubiese recibido tan campante no sólo las
3.000 pesetas del premio, que yo mismo, como director de Adonais, le entregué,
sino los varios homenajes e invitaciones que, sin dudarlo un instante, aceptó.
Por ejemplo, dio un recital de la obra premiada en el círculo Medina, en el que
yo la presenté, y en el que Juana recitó de memoria casi todos los poemas del
libro. Por otra parte, Pepe García Nieto ha publicado una carta en la revista
Correo Literario, que dirige Leopoldo Panero, afirmando rotundamente que el
libro Dama de soledad no es de ninguna manera suyo, sino de Juana García
Noreña, que lo presentó al Premio Adonais. He hablado del asunto con Gerardo
Diego y con Vicente [Aleixandre]. Gerardo cree firmemente que el libro es de
Juana, a la que ha conocido en el Gijón, pero Vicente no está tan seguro. (22 de
octubre 1951)
El affaire Juana García Noreña ha tenido un final novelesco. En la tertulia del
café Gijón, el más famoso mentidero madrileño, corre la especie, probablemente
falsa, de que Juana se ha dejado seducir por una amiga suya, poetisa y bastante
mayor que ella, A. de la T. [Alfonsa de la Torre], quien la ha contratado como su
secretaria y se la ha llevado a su casa de Cuéllar, donde viven juntas. Ya la
llaman la castellana de Cuéllar, remedando el título de la conocida novela
histórica de Espronceda. (25 de noviembre 1951)”, Gerardo Diego, que para
defender la autoría femenina del libro lo compara con “Cántico” de Jorge Guillén
y suelta este exabrupto:“Poesía mental, la del hombre; sentimental, la de la
mujer”, y la propia Juana García Noreña, que achacaba el acróstico a un
homenaje al poeta. Que Juana García Noreña era un seudónimo es algo que ya
había desvelado el propio José García Nieto en su elogiosa reseña del libro:
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“ADONAIS” DESCUBRE UNA POETISA
El Premio “Adonais” de poesía, patrocinado por el Instituto de Cultura
Hispánica -casi el único certamen poético español en la actualidad-, viene
cumpliendo año tras año, aunque con varia fortuna, la finalidad para que fue
creado. Naturalmente que el grado de acierto en la discriminación de los nuevos
valores poéticos a que por regla general se reserva el concurso, depende en
buenísima parte de la calidad de las obras presentadas. Un jurado puede hacer
justicia, y ya está bien; lo que no puede hacer, al menos en principio, son
milagros. Este año, en “Adonais” ha dado lugar a un descubrimiento verdadero,
no sólo por lo ignorado, sino también por lo calificado del hallazgo. Ángeles
Borbolla, una menudita asturiana de veinticuatro años, quien para los olímpicos
del café Gijón era apenas una entrometida que, según ella misma decía, escribía
de vez en cuando cuentecillos en prosa, resulta que estaba haciendo, a solas, un
buen libro de versos. Ni los más íntimos conocían esta labor. La poetisa, al
parecer sin demasiada fe, presentó su obra al Premio “Adonais”, con un buen
seudónimo, Juana de Noreña, como nombre verdadero y una dirección
inventada. Pero la belleza del libro y la sagacidad de buena parte del Jurado
acabaron imponiéndose, entre otras muy estimables obras de petas hechos y
derechos; y así resultó justamente premiado “Dama de Soledad”. (Cuadernos
Hispanoamericanos, n.º18, 1950)
El caso es que el rumor se extiende como la pólvora, y Juana García Noreña,
Angelines de la Borbolla (María Ángeles Fernández de la Borbolla (Llanes,
1926)), agobiada por el acoso de los periodistas y de los no premiados, decide
huir de Madrid en 1951 acompañada de la poeta Alfonsa de la Torre, para
refugiarse en la casa que tenía ésta en Cuellar (Segovia), “La Charca”, donde
permaneció 42 años ejerciendo las funciones de secretaria de la poeta, lo que
alimentó el rumor de una relación lésbica. Rumor que no era tal ya que no
escondían su relación a los amigos (“Se rodeó de libros [Josefina de la Torre] y
otros / bienes que le legó su padre / y al lado Juanita [Angelines de la Borbolla]
/ comenzó una vida en pareja.” […] “Cuando regresamos / se le caen las
lágrimas, / quizás por algo que le pasa / a su compañera Juana.” Mercedes
Merino Verdugo, “Aleteo de letras” (en el epígrafe “Encuentros con Alfonsa de
la Torre y Ángeles Fernández de la Borbolla”) (Liber Factory, 2015)), otra cosa
era públicamente, hablamos de una dictadura. A pesar del trauma que debió
suponer para Angelines todo el asunto, ese cierto aire de malditismo no debía
incomodarla del todo ya que todo el mundo la llamaba, y se dejaba llamar, Juana.
El alejamiento de Madrid apaga casi por completo el fuego de la polémica,
dejando el asunto de la autoría completamente abierto, en suspenso. Hasta el
punto de que todavía en 1963 hay estudios que otorgan con pleno
convencimiento la autoría a Juana García Noreña, “La palabra poético-amorosa
de Juana García Noreña” de Nelly Novaes Coelho.
18
El asunto podía haber quedado enterrado ahí, durmiendo el sueño de los justos,
de las leyendas urbanas, si no llega a ser por Luis Jiménez Martos, el sustituto de
José Luis Cano al frente de la dirección de Adonais que desveló el misterio,
provocando la indignación de José García Nieto, que nunca reconoció el engaño
públicamente. Descubrimiento corroborado por el posterior libro “La mirada
poética de José García Nieto” de Rosario Hiriart (Icaria, 1990), en el que
supuestamente García Nieto lo reconoce abiertamente, como no he podido leerlo
no puedo afirmarlo. Aunque resulta chocante, porque entonces es difícil de
explicar el artículo que escribió en El País el 10 de marzo del 2001, a los pocos
días de la muerte de José García Nieto (27 febrero de 2001), su amigo íntimo
Eduardo Haro Tecglen aclarando finalmente con todo lujo de detalles como se
gestó y desarrolló toda la impostura, una obra casi maestra del fraude literario,
poético.
19
“Pocos saben que uno de los mejores libros de José García Nieto fue “Dama
de soledad”, firmado por Juana García Noreña (las iniciales son las mismas de
Pepe); no creo que entre en sus obras completas. Lo escribió como un juego
literario: para presentarlo al Premio Adonais, y él mismo estaba en el jurado:
quería saber lo que opinaban los demás sin saber que era suyo. Opinaron tan
bien, que lo premiaron: García Nieto no se atrevió a decir que era suyo: le dio
vergüenza por quienes habían encontrado una escritura genuinamente femenina.
Huyó hacia adelante y encontró una muchacha que aceptó fingir que era la
autora. Tenía algo más de misterio aquella criatura; alguna cosa más que
ocultaba para sí. Se encontró de pronto recibiendo y gestionando una gloria
grande, el libro era impresionante, recitando en público, entrevistada. Y, luego,
descubierta. Alguien sospechó de las siglas que ella dio como seudónimo: el
suyo real no lo debo decir; otro encontró un acróstico en el que podía leerse el
nombre completo de García Nieto: JOven a la muerte voy SÉ que me espera y
me llama, y alguien más lo publicó. “Juana” estaba despavorida. Una noche me
la trajo un señor a casa: la había encontrado en un banco dormida, y no se
despertaba: la llevó a una casa de socorro, la hicieron un lavado de estómago y
ella dio mi dirección, porque no se atrevía a volver a casa de sus padres.
Durmió, descansó, lloró; escribió una carta al periódico que había descubierto
la cuestión defendiéndose y fingiendo que el acróstico se debía a un amor oculto
por García Nieto. La realidad es que la carta la escribí yo; y un poema que
mandó al mismo periódico lo hizo García Nieto. No era bueno que siguiese en mi
casa, que era la de un hombre solo aunque no había ninguna posibilidad de otra
relación: mi sólo cariño lo tuvo siempre y le encontramos un escondite en casa
de la gran actriz Elena Salvador; luego, en la de Blanca Montarco. Íbamos a
verla Gerardo Diego, que había publicado un artículo en ABC defendiendo a la
autora femenina del libro: no sabía la verdad, y tardó mucho en aceptarla, y
otros amigos, y, finalmente, se fue de Madrid. Creo que para siempre. Un día en
que pasaba yo por la Gran Vía se paró un taxi a mi lado y se bajó “Juana
García Noreña”: con unas botas de montar, un látigo en la mano. Me dijo que
vivía en la finca de pueblo de una poetisa. No he vuelto a saber más”.
20
García Nieto en el Café Gijón, el primero por la derecha
¿Qué fue de Juana García Noreña, de Angelines Fernández de la Borbolla?
"En Cuéllar, Angelines es Juana y pronto recibe todos los agasajos de su pareja.
Tiene caballo para los paseos, un Citroën grande para los viajes y una moto
para sus escapadas solitarias. Diez años más tarde, un fin de semana de junio de
1961, la prensa recoge el accidente de Ángeles cuando volvía en moto de
Valladolid. Un mareo la hace caer en la carretera, produciéndole fractura de la
base del cráneo y diversas heridas." Ernesto Escapa (Damas de soledad, 2015)
Después de la muerte de Alfonsa de la Torre en 1993, después de la expulsión
de su casa, “La Charca”, por parte de Basilio, el homófobo hermano de la poeta,
se pierde por completo su pista, aunque se rumorea que volvió a Asturias, su
tierra natal. El intransigente hermano de marras, el tal Basilio, no se conformó
con expulsarla de su nido de amor durante décadas, para culminar la faena
quemó todos los escritos inéditos de ambas, dejándonos sin la posibilidad de
descubrir si después de todo, en el interior de Juana García Noreña, de Angelines
Fernández de la Borbolla, anidaba una verdadera poeta, una poeta real.
21
P.D: Algunos poemas del libro, que en un giro cómico, trágico, del destino,
constituyen con diferencia, lo mejor de la producción poética de José García
Nieto, a pesar de que “Dama de Soledad” no suela ser incluido en las
bibliografías de su obra, ni sus poemas figuren en las antologías. Es lo que tiene
jugar con fuego, que te acabas quemando. Una verdadera lástima porque al
margen de las rocambolescas vicisitudes que rodean al libro, los poemas son muy
buenos.
TIERRA DE AGOSTO
Qué lento este gran trago del estío
cuando prieta la tierra, seca, ardiente,
tiene clara memoria de la fuente
en el cauce sin agua de su río.
Así mi corazón por su vacío,
así por mis oídos tu reciente
palabra, y por mis ojos el creciente
dolor sin agua del llanto mío.
Qué gran descanso el de la tierra toda
en frescores antiguos sostenida,
en vela por sus íntimas espadas.
LAS DOS NOCHES
Dos noches tengo, dos; la que ha dejado
en mi pecho de sombra tu desvío
y esta del mundo, ya sin ti vacío
de verdores por monte, valle y prado.
¡Qué de buscar sin ver por cualquier lado!
Sin luz el árbol y sin brillo el río,
sin una claridad el pecho mío
donde te tengo en pie y amortajado.
22
EL ÁRBOL
Un árbol soy: he dado a cada viento
su ocasión de sonido; a cada nube
lugar para la lluvia; cuanto tuve
lo ofrecí para el pájaro y su acento.
Por uno de amor, de amor di ciento;
de abrazos en el aire me sostuve,
y todavía por mis ramas sube
una sangre perdida a cada intento…
A cada intento, sí de tocar cielo,
miro a mis pies, hundidos en el suelo,
peregrinos oscuros en el frío.
Si a tierra y cielo estoy siempre entregada
¿qué más puede pedirse a mi jornada?
¿qué deseas de mí, dime, árbol mío?
A VECES LLEGAS
Una sublevación de la mirada,
un toque de rebato por las venas,
un viento levantando las arenas
de mi piel a tus besos preparada.
Y, de pronto, en mis ojos, apagada
la llama del amor, mis azucenas
de nuevo en el agosto de mis penas,
mi sangre a su silencio retornada.
Y es que en la noche de tu olvido vienes
y te alojas, te engolfas en mis sienes
y todo es sinrazón del pensamiento.
No contesta a mi afán la sombra muda
y queda mi pasión, sin ti, desnuda
y por la tierra galopando el viento...
23
LA TORMENTA
Como espera la tierra la tormenta
y se llena de olores campesinos,
y en leve viento mueve alados pinos
y está al avance del rumor atenta,
así esperaba yo, muda y sedienta,
con fragancias en todos mis caminos,
contándote los pasos peregrinos
y sin perder mi corazón la cuenta.
Sí, como el trueno, sí me enloqueciste,
campaneaste por mi tierra triste,
vi el cielo abierto y claro en el suceso;
heriste con un rayo mi arboleda
y aún en mis ojos vegetales queda
aquel lejano resplandor del beso.
NIÑO A CABALLO
Suena la tierra, suena golpeada,
suenan las pieles tersas del verano
heridas por la planta enamorada.
Niño a caballo solo por el llano;
la pluma, abandonada de mi mano,
y yo apresando el aire, el hijo, nada...
Arde la sierra al sol, en cada altura,
y yo en la ausencia de tu sol me abraso.
24
EL ECO
¡JUANA, Juana...! —grito sola
por el campo.
No me llama
ya nadie. Me llamo sola.
Grito lejos de mi casa.
A veces contesta el eco,
cuando digo Juana, «Ana...».
Y ya no soy yo; lo sé.
Es otra mujer que aguarda,
que está muerta como yo
en lo hondo del valle, y clama,
y espera como yo espero
que la llamen...
Y se llama
a sí misma...
— ¡Juana...! —grito.
Y ella, allí en el fondo: « ¡Ana...! ».
MADERA DULCE
TÚ, por tus cuatro cuchillos;
yo, por mis cuatro maderas.
El primero, el del olvido;
el segundo, un solo beso
de dos bocas, con dos filos.
Los otros dos: "Que me quieras".
"¿Te quieres casar conmigo?"
Yo por mis cuatro maderas:
la de mi barca sin rumbo
la que en mi hogar no se quema,
y las dos de esta cruz alta
donde me tienes clavada.
25
VELETA
Una veleta girando:
Norte, Sur, Este y Oeste
esperándote, y en este
girar morir esperando,
que no sé como ni cuando
tendré descanso, y si llega
también será muerte ciega
la que le deseje a la luz:
sin buscarte en la inquietud,
sin encontrarte en la entrega.
LO QUE NO VUELVE
NO podría ser nunca.
Cercados de las huertas,
ancho campo, buey solo,
margarita que tiembla
con el viento de agosto.
No podría ser nunca.
Palabra de aquel día,
sol justo en el ocaso
acueducto de dicha
de tu mano a mi mano.
No podría ser nunca.
Huidas, esplendores,
agua varia y sonora,
y tus pasos de hombre
vulnerando mi sombra.
26
LA BUENA TIERRA
Como puedes andar, y sin cuidado,
fuera de las provincias de mi pecho;
cómo puedes buscar tierra en barbecho
mejor que la tocada por tu arado.
Estaba todo a punto y preparado
bajo la luz para el mayor provecho,
y tú de un golpe ciego lo has desecho,
y de sal y de olvido lo has sembrado.
No; no puedes andar sin mi cuidado:
serás de otros amores jornalero
y añorarás esta heredad perdida.
Oh, tú, de mis caricias extranjero,
cómo podrás, después de tanto enero,
hallar la antigua tierra estremecida.
LOS NOMBRES
—¡Y ésta …? ¿ Y ésta...?— Y me decías
los nombres, o te inventabas
los nombres.
—¡Y esta pequeña…!
¡y esta azul…?, ¿y aquella blanca?—
Te preguntaba por flores
y tú siempre contestabas.
A hora sé mejor que nadie
del mundo cómo se llaman
la soledad y el romero,
la indiferencia y la jara,
el cantueso y el olvido,
y la menta y la esperanza.
A las flores que dejaste
les doy los nombres que faltan.
27
LLUVIA
¡Ay, las tiernas maderas
bajo la lluvia!
Pacientes y brillantes,
quietas, las yuntas.
Corzos ligeros de agua
ya se apresuran
por las hondas vertientes
de tierra oscura.
Llueve frente a mis ojos,
llueve y se juntan
las tierras y los cielos...
y mi amargura.
EN MI MISMA
No sé hacia dónde voy ni adónde llevo
tanto dolor; quemada por mi lumbre,
soy la fatiga de mi propia cumbre,
el agua amarga que en mi misma bebo,
y cansada y ahogada no me atrevo
a cesar en la nada, y mi costumbre
diariamente me dicta mansedumbre,
y un humo soy que de mi hogar me elevo.
Estas caricias ya sin un reposo,
voladoras por tiempos, geografías,
miradoras de esposa sin esposo,
alas, memorias son de aquellos días,
manos de sueño, cárceles vacías...
Recordar que se ha sido es siempre hermoso.
28
LA CIEGA
(Con algo de “El cantar de los cantares”.)
Me dio tan de repente el sol que tuve
que dejar de mirarlo, pero dentro
del pecho todo el oro del encuentro
subía a mi garganta, como sube
el sol— el otro sol— hasta la nube
y en ascuas la revela.
Si me adentro
hoy en mi soledad no veo el centro
del corazón donde encendida estuve.
Porque tan de repente me llegaste
que fui a buscar tu luz en lo más hondo
de mi alma tocada y sorprendida.
ME LLEVASTE EN EL AIRE
Me llevaste en el aire, tan volada
como una nave con favor de viento
que cambia con el mar su movimiento
su gracia bogadora y resbalada.
Como un nido que alzado en la enramada
sólo espera del pájaro el acento
y siente abajo el brazo verde y lento,
así era yo, del suelo arrebatada.
Tan alta estaba yo como una nieve
que toca la montaña y se hace leve
para no herir la causa de su altura…
En tus brazos pasé sobre aquel río;
oh, tú, mi mar azul, tú, el árbol mío,
tú, mi fuerte montaña de ventura.
29
PAISAJE
Toco este árbol, esta sombra,
este rincón de soledad,
estas praderas de abandono
a las que un día volverás.
(Aquella estrella me señala
los caminos de la ciudad.)
Qué gran silencio el de estos valles,
no se oye al pájaro cantar.
Pongo mis manos en la tierra,
ya no es de nadie la heredad.
Como una animalillo, hundo
mis pies, mis manos, en lo más
jugoso y fresco de la orilla
del río.
Ya no sé llorar.
Bebo en silencio el agua clara,
dejo la arena resbalar
por mis dedos.
Miro a lo lejos.
¡Qué raro nombre: la ciudad!
30
MEJOR QUE LA MUERTE
No, no es mejor morir que vivir muerto;
tengo tanta pasión, agonizando
y tanta soledad de amar, durando
por esta oscuridad del pecho abierto,
que gozo con saberme en lo más cierto
del corazón herida, y no sé cuando
voy a dejar de ser un sueño andando
por la noche de arena en un desierto.
Mejor así; mejor que no morirme,
verme de pie, diciendo, repartirme,
sublevando el olvido de las cosas.
Mejor sangre que en aire se desliza,
mejor torre andadora de ceniza,
que ya quieta del todo, entre las rosas.
31
Abril 2016

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JUANA GARCÍA NOREÑA, la poeta que nunca existió

  • 1. JUANA GARCÍA NOREÑA La poeta que nunca existió Texto: © Julio Pollino Tamayo cinelacion@yahoo.es
  • 2. 2
  • 3. 3 Empecemos por el principio, el prestigioso Premio Adonais de poesía, el que más renombre tenía durante la dictadura fascista de Franco, fue otorgado en 1950 al libro “Dama de soledad” firmado por la desconocida debutante de 24 años Juana García Noreña, la primera vez que se concedía a una mujer. Este hecho excepcional, la poesía era considerada poco menos que un cortijo masculino, muchos como Chus Visor lo siguen creyendo, hace que de inmediato se la bautice como la gran esperanza blanca de la poesía española escrita por mujeres, consiguiendo un eco parecido al que había obtenido en 1945 Carmen Laforet con “Nada” en prosa. Se suceden los ditirambos, las exageraciones, con ese puntito de condescendencia, de paternalismo, con el que alababan siempre las creaciones de las mujeres de la época, no falta la habitual coletilla de la esotérica “sensibilidad femenina”, de la inmortal y sacrosanta femineidad. El más perseverante, apasionado, en la reivindicación, fue M. Fernández Almagro, miembro de la Real Academia de la Historia, un habitual en este tipo de arrebatos, fue también el más firme defensor de la grandeza, genialidad, del libro “Cinco sombras” de Eulalia Galvarriato, vamos que mal criterio no tenía ni mucho menos. Valgan tres ejemplos: 1- “ESTOS tomitos que sucesivamente van integrando la Colección “Adonais” —clásica, mañana, en la Historia de nuestra poesía lírica— debieran llevar, en primer término, una nota que sirviese de presentación al autor, en tantas ocasiones, novel. Así, en este caso concreto, los lectores sabrían que Juana García Noreña, autora de «Dama de soledad», acaba de obtener con este breve y delicado libro el premio «Adonais», en la flor de sus veinticuatro años. Un aire inconfundible, más que de juventud, de adolescencia, estremece estos versos de una sencillez que desconcierta porgue, al mismo tiempo, se agrupan en formaciones métricas de tanta exigencia como el soneto, haciéndonos pensar en dilatado y atento ejercicio. ¿Poetisa de flor temprana o de fruto en sazón?... La verdad es que la sazón se da, por lo que hace a la poesía, en cualquier tiempo, mejor antes que después, porque se trata de emociones conseguidas, no en virtud de la experiencia a lo largo de los años, sino de la intensidad en los afectos. Los grandes líricos suelen serlo desde su primer obra, y muchos nacen destinados a morir jóvenes. Los grandes novelistas, por el contrario, necesitan, en tesis general, de experiencia prolongada, y en las canas estriba, a veces, la razón del acierto. El poeta está más allá de su propia edad, y confunde vida o muerte en la común emoción del ser y del persistir. Glosando un famoso verso de Quevedo, Juana García Noreña construye este soneto:
  • 4. 4 No, no es mejor morir que vivir muerto; tengo tanta pasión, agonizando, y tanta soledad de amor, durando, por esta oscuridad del pecho abierto, que goce con saberme en lo más cierto del corazón herida, y no sé cuando voy a dejar de ser un sueño andando por la noche de arena de un desierto. Mejor así; mejor que no morirme, verme de pie, diciendo, repartirme, sublevando el olvido de las cosas. Mejor sangre que en aire se desliza mejor torre andadora de ceniza, que ya quieta del todo, entre las rosas. Este conceptismo, de visible raíz clásica, enlaza a Juana García Noreña con la Poesía de la generación en actual desarrollo. Pero, al mismo tiempo, Juana García Noreña ha asimilado la lección de la Musa romántica más genuina e independiente. De Shelley procede el título del libro que glosamos: «Dama de soledad», suscitador de un paisaje aislado o insular, en mares de melancolía y variadas irisaciones. Algo del modernismo, ajeno, en verdad, a la lírica de hoy, se transfigura en la inspiración de Juana García Noreña. Por lo que nos explicamos, claramente, la resonancia de la tenue y penetrante voz del primitivo Juan Ramón Jiménez, en poemas como el siguiente, no obstante su propio acento. Tú me enseñaste las palabras y las dejaste entre mis labios, ya sin lugar para apoyarlas, como se quedarán los pájaros todos, cantando, sin nosotros, en el verde y umbroso árbol. Tú me enseñaste las palabras y no hubo tiempo a que mis manos te devolvieran todo el fuego que tú encendiste. Como el pájaro, iré prendida de una música; no sabré nunca lo que canto.
  • 5. 5 Pero Juana García Noreña es consciente de su canto. La conciencia de su lirismo le permite disciplinar los factores sentimentales que pudieran hacerle caer en trivialidad. Juana García Noreña, por el contrario, se desentiende, en absoluto, de los recursos fáciles y acierta a vencer en difíciles armonías de sutileza y transparencia, sobre todo, en los poemas breves, con aire de canción. En «Veletas», por ejemplo; en «Bordado», en «Los nombres», «Madera dulce», «En silencio...» Fijémonos en «Dama de soledad», punto de partida. Un ancho camino se abre a los ojos de Juana García Noreña.” M. Fernández Almagro (Real Academia de la Historia) - La Vanguardia, 21- 12-1950 2- “ENFOCADA por la actualidad del premio “Adonais”, la grácil figura de Juana García Noreña se nos muestra con resplandores de lírica aurora, en soledad, como la dama del verso de Shelley, que inspira el título de la obra galardonada, y en la casta desnudez que corresponde a un cierto tipo de sincera poesía. Me veía allí, flotando desnuda, sobre las aguas… La corriente que arrebata la inspiración de Juana García Noreña viene de lejos, y, sobre todo, de muy hondo: de una eterna y entrañable poesía, animada por la realidad de los sentimientos. No importa que determinadas composiciones de “Dama de soledad” lleven, como lema, versos de Villon, Quevedo, Juan Ramón Jiménez o Dámaso Alonso, y que, al frente de otra, nos diga la autora: Con algo de “El cantar de los cantares”. Nada menos libresco que esta poesía de adorable ingenuidad, que en no pocos versos es simple balbuceo. Pero la poesía, por dentro que esté necesita orientarse para salir al exterior, y aquello que la guía le es precisamente connatural. Cuando leemos, por ejemplo, el poema que empieza: “¡Qué gran lección la del agua…!” y creemos advertir alguna sombra fugaz del Gerardo Diego de “Versos humanos” o del García Lorca de “Canciones”, advertimos la sincronización, y no otra cosa, de esta Musa joven, casi adolescente, que se explica por sí misma. “Arrebatadamente sola”, nos dice en otro verso; “apasionadamente tuya...”. Apasionadamente, en efecto, entregada a la poesía, con todas sus distancias y profundidades. Juana García Noreña se llama a sí propia, y se responde, porque acierta a encontrarse, del patético modo tan sencillamente expresado en “El eco”. Hay algo de vuelo de pájaro, instintivo, gracioso y certero, en los versos de Juana García Noreña, incluso en los que más rigurosamente se agrupan bajo la disciplina del soneto.
  • 6. 6 Una torre de amor he levantado sobre tu leve corazón de arena… Torre, ermita, alta sierra, arroyos que caminan, alados pinos, cerezos y arrayán, mar azul, nieves, nubes tormentosas, noches estrelladas… Trátase de Naturaleza, del siempre válido lugar común de la Naturaleza, pero no, en modo alguno, de artificiosa escenografía. Juana García Noreña, vive su mundo, y sobre él, la eleva su lírica emoción: Me llevaste en el aire, tan volada… Vuela la autora de “Dama de soledad” buscando “algo más, algo más...”, que nos dará de seguro, afianzado ya como está su claro númen. No faltan versos, desvaídos, que flaquean. Pero no sabemos hasta qué punto una mayor solidez técnica podría conservar, en poesías como las de “Dama de soledad”, esa autenticidad de suspiro que las hace aéreas, tiernamente expresivas, humanas, en el susurro de la confidencia.” M. Fernández Almagro – ABC, 05-01-1951 2- “Este año han descubierto los jurados del premio de poesía “Adonais” una poetisa que ha producido una honda impresión. Juana García Noreña tiene veinticuatro años, no había publicado versos hasta ahora y era desconocida incluso en las tertulias literarias que frecuentaba por curiosidad y afinidad espirituales. Guardaba sus poemas tan celosamente que su aparición ha resultado más fulminante aún, porque, ¿hay muchos poetas que, antes de publicar nada, no hayan recitado, prestado y divulgado de una u otra manera sus producciones impacientes por ver la luz? Otra sorpresa es que Juana García Noreña no se llama así. El suyo es un seudónimo que parece un nombre auténtico, para mayor desconcierto. Se llama Angelines Barboña y, según parece, eligió el “Juana” por admiración hacia Juana de Ibarborou; el “García”, no sé por qué; y el Noreña, por ser un apellido que hace pensar en seguida en Asturias y ella es asturiana, de Posada de Llanes. Esto es lo único que he podido saber de su biografía, y me interesa hacer constar desde ahora, para cuanto he de decir sobre su libro premiado, “Dama de soledad” (Colección Adonais, n.º 69. Ediciones Rialp. Madrid, 1950), que desconozco en absoluto las circunstancias de su vida privada.
  • 7. 7 En estos poemas (la casi totalidad de ellos muy dentro de la tradición clásica española en lo que a la forma se refiere), encontramos un tema concretísimo, una corriente sentimental, humanísima y de vibrante feminidad que lleva más fuerza que todo el repertorio de imágenes y que cualquier recurso poético. Este tema es muy sencillo: una mujer añora un amor perdido, una mujer siente latir dentro de sí una energía dulce y espantosa a la vez, que alguien ha despertado y no ha querido aprovechar. La mujer canta entonces, con anhelante desesperación, es decir, con una desesperación que deja paso, a intervalos, a un resquicio de esperanza. El hombre se ha ido y lo ha dejado todo vacío. Nada tiene sentido para ella cuando la soledad está poblada de huellas vivas, de resonancias del amado. En un libro de poemas de los que nuestros líricos suelen producir, la poesía parece sólo, generalmente, un ejercicio retórico. Muy raras veces nos conmueve el poeta; casi nunca nos dice nada. Lo de “mucho ruido y pocas nueces” me permito traducirlo así, con destino a algunos poetas que hoy gozan de cierta fama y para no ofender su sensibilidad con palabras que emplea la gente vulgar: “deliciosas, marmóreas, purísimas cáscaras y levísimas, casi ausentes nueces”. En cambio, Juana García Noreña ha dado a sus poemas un contenido de tan extraordinaria riqueza afectiva que el soneto parece ir a estallar incapaz de ceñir todo lo que lleva dentro. Por ejemplo, este que se titula “La buena tierra” y que me parece el más indicado para que tengan ustedes una idea de la manera poética de Juana García Noreña: Cómo puedes andar, y sin cuidado, fuera de las provincias de mi pecho; cómo puedes buscar tierra en barbecho mejor que la tocada por tu arado. Estaba todo a punto y preparado bajo la luz para el mayor provecho, y tú de un golpe ciego lo has desecho, y de sal y de olvido lo has sembrado. No; no puedes andar sin mi cuidado: serás de otros amores jornalero y añorarás esta heredad perdida. Oh, tú, de mis caricias extranjero, cómo podrás, después de tanto enero, hallar la antigua tierra estremecida.
  • 8. 8 Escuchad ahora cómo traduce la poetisa líricamente el impacto de un beso decisivo, con una imagen bellísima e impresionante: Sí, como el trueno, sí me enloqueciste, campaneaste por mi tierra triste, vi el cielo abierto y claro en el suceso; heriste con un rayo mi arboleda y aún en mis ojos vegetales queda aquel lejano resplandor del beso. “Dama de soledad” (título inspirado en unos versos de Shelley, está construido sinfónicamente. La segunda parte, después del desgarrador lamento de la primera, es un relativo descanso incluso por la variedad métrica y por su inferior calidad. Pero en seguida viene la tercera parte, donde reaparece con toda su fuerza, con su patetismo encerrado en clásico vaso, el recuerdo del amor quebrado que sigue creciendo por uno de los extremos, pero el suicidio no atrae a la abandonada, y cansada y ahogada no me atrevo a cesar en la nada, y mi costumbre diariamente me dicta mansedumbre, y un humo soy que de mi hogar me elevo. Pero en los dos últimos poemas, la mujer, en un crescendo incontenible, desborda a la poetisa cuidadosa de medir la pasión y hacerla estrofas. Entonces, el grito del alma corre en libertad por el verso libre en “La fiera” y “Por algo más...”.” Rafael Vázquez Zamora (1950). Pero no es el único, el entusiasmo es generalizado, y no solo por parte de la crítica, también de mano de figuras de reconocido prestigio, autoridad, como el Premio Nobel de literatura Juan Ramón Jiménez, generalmente reacio a reconocer el talento ajeno, se ve que al ser mujer no se sentía tan amenazado, o el poeta Gerardo Diego, que no escatiman en halagos hacia la joven poeta, Juan Ramón Jiménez incluso le dedica un poema y todo, “Eco de dama de soledad” (1951).
  • 9. 9 “VOZ. Lo que decide en poesía es la voz. Sin voz puede haber, y esto es lo más resuelto, virtuosismo; también otras muchas virtudes y vicios. En España, voz tiene el cantar del Cid, el Romancero, Juan Ruiz, Gil Vicente, Manrique, Fray Luis, San Juan, Lope, Quevedo, Bécquer, Unamuno, A. Machado, Jorge Guillén, Lorca, Alberti, Miguel Hernández, y entre los más jóvenes, de los que yo conozco, José Hierro, José M. Valverde, Juana García Noreña.” Juan Ramón Jiménez (“Ideolojía (1897-1957)”, Anthropos)
  • 10. 10 “Atención. En el cielo de la poesía española ha aparecido una nueva estrella. Estrella y no lucero porque es femenina, se declina en a y se llama Dama o Juana o Ana y en su vida privada de otro modo aún más celeste y volador. Pero ya para la poesía española, lo mismo que Gabriela Mistral es Gabriela y nada más, aunque luzca tanto su lindo nombre de pila, Juana García Noreña será Juana y nada más. La nueva poetisa será ya para siempre la Dama de Soledad de su primer libro. Dama o Juana o damajuana que nos aporta un frasco de linfas purísimas y por eso mismo embriagadoras, con esa embriaguez mental y dichosa del agua clara de la sierra que nos refresca la frente y nos alancea el corazón. Juana o para siempre Ana, para los que hayamos penetrado en su intimidad más secreta y mítica, la que ella nos canta silenciosamente en su poema de ninfa Eco, voz y Eco a la vez ella misma. Fábula de incalculable alcance simbólico y larga estela de poesía histórica, la de Eco y Narciso, la que renace de modo nuevo en variante de Eco y yo, de Eco y Eco, ya sin Narciso para siempre perdido, en el poema exquisito y conmovedor de Juana Ana dice así: EL ECO ¡Juana, Juana…! -grito sola por el campo. No me llama Ya nadie. Me llamo sola. Grito lejos de mi casa. A veces contesta el eco, cuando digo Juana, “Ana...” Y ya no soy yo: lo sé. Es otra mujer que aguarda, que está muerta como yo en lo hondo del valle, y clama, y espera como yo espero que la llamen… Y se llama a sí misma… -¡Juana…!- grito. Y ella, allí en el fondo: “¡Ana!… Es decir que esta dama no está sola, está acompañada, duplicada de ella misma, o bien perdida allá en el fondo del barranco, en la pared vertical e infranqueable, abrazada cola de sí misma a su segunda y más verdadera esencia de mujer y de poeta. La esencia contra la existencia, porque Ana, Juana es esencialista como todo verdadero poeta.
  • 11. 11 Juana esperando que la llamen. Y la llamaron. La llamamos desde la pared elástica, rebotadora de Adonis y surgió y se hizo carne de mujer ante nuestros ojos asombrados, y se tornó papel y caracteres impresos de libro hondo, menudo y demoradamente, continuadamente precioso. Hoy la Dama de Soledad es el volumen LXIX de la colección ADONAIS elegido para premio de 1950 entre 130 concursantes. Espléndido certamen que nos dejó a los jueces el amargor de boca de no haber podido premiar al lado del premio único y de los dos accésit, otros cinco o seis, por lo menos, poetas dignísimos por calidad de galardón y comparables en mérito a los favorecidos. Juana García Noreña se sitúa de repente con su libro inspiradísimo en la primera fila de las poetisas españolas. En plena juventud y absolutamente inédita hasta el presente, no hace más que empezar. Pero con tal aplomo y maestría que sin duda le suena a madurez y responsabilidad de persona mayor y ella quiere seguir siendo lo que es, una chiquilla con tal gracia y armonía en el andar (pasos no hacia Venus tan resueltos que cantó Bocángel) que nos dejó pasmados. Sin duda antes de decidirse a este paso solemne de lanzarse a la lotería de la posible publicidad, ensayó en casa y jardín íntimo sus paseos y carrerillas. Compuso, borró, reconstruyó, desechó, calentó en el nido muchos versos y no pocas prosas. Leyó, meditó, se ilusionó, gozó y sufrió, vivió todo lo que una muchacha de sus años de intensa vida espiritual puede experimentar e imaginar. Pero ¿quién será el guapo capaz de señalarle sus guías, sus secretos senderos desde la sombra hasta la luz? Lo que maravilla de sus versos es su ingenuidad, en el verdadero sentido de la palabra no reñida con el sereno y hondo pensamiento y el acabado oficio. La autenticidad de una inspiración siempre de dentro afuera y que no toma de los maestros sino el legado común de la tradición o el temblor de nuestra época. La poesía de esta Dama de Soledad es intensamente, aromadamente femenina, pero nada más lejos de los tópicos al uso, de las esclavitudes y manías de la poesía de mujer profesional, que también hay mujeres que profesan serlo, mujeres incurables como las del rótulo del venerable hospital que me hace feliz. Juana García Noreña no es la mujer incurable ni la poetisa incurable sino la sanidad misma y la feminidad misma, la poesía misma natural y en carne y hábito de mujer cotidiana.” Gerardo Diego (1950) “ECO. En el epílogo a un magistral estudio -que pronto verá la luz- sobre las fábulas mitológicas en la poesía española. José María de Cossío lamenta la desaparición de esa cultura y de la fe poética en los mitos clásicos. Ya los poetas de nuestro siglo no cantan dioses, ninfas y metamorfosis. Sin embargo, esto no es totalmente cierto. El eclipse puede ser en todo caso provisional y hay síntomas de una próxima revivificación de las fábulas, sentidas desde dentro, de otra manera más viva y profunda. Y son las mujeres, las poetisas, las que nos dan el ejemplo encarnando en su carne viva las heroínas de esas milenarias heroicas y fugitivas, metabólicas esencias femeninas.
  • 12. 12 Un día es la poetisa Luz Pozo Garza sintiéndose Dánae. Mañana puede ser que reaparezca Dafne escapada de su laurel. Hoy asistimos en variadas formas a la corporeización fabulosa de la ninfa Eco por obra y gracia de la benjamina entre las poetisas españolas, la “Dama de soledad”, Juana García Noreña. Eco, sí, pero también en cierto sentido, Narcisa. Narcisa llamé yo, feminizando arriesgadamente el dato humanístico, a la Giralda contemplándose en el espejo de la brisa sevillana. Y si la ninfa Eco es femenina, Narcisa no puede ser íntegramente varón. Los juegos poéticos de la rima en eco han tenido en nuestra lengua tan deliciosamente apta para esos encantamientos, felicísimos diestros. Baltasar del Alcázar y Rubén Darío hicieron maravillas de gracia y de poesía y en instantes de cálido patetismo, la rima en eco, humanizada y de perspectiva infinita, ahonda prodigiosamente la concavidad de las rocas, los bosques o las salas de concierto. Los juegos más juglares pueden ser a la vez -suprema lección de arte clásico- conmovedoras seriedades y asomadas al pozo más auténtico de la conciencia y la subconsciencia. Pero oigamos a Juana reflejándose en Ana. El poema, muy sencillo, se llama “El Eco” y dice así: ¡Juana, Juana…! -grito sola por el campo. No me llama Ya nadie. Me llamo sola. Grito lejos de mi casa. A veces contesta el eco, cuando digo Juana, “Ana...” Y ya no soy yo: lo sé. Es otra mujer que aguarda, que está muerta como yo en lo hondo del valle, y clama, y espera como yo espero que la llamen… Y se llama a sí misma… -¡Juana…!- grito. Y ella, allí en el fondo: “¡Ana!… ¿Dos mujeres? ¿Una sola? Hay una doble actividad, una mutua pregunta, un buscarse desesperado de las dos damas de soledad que desde el momento mítico del eco, ya no se sentirán irremediablemente solas. Y tanto viaja el sonido como su reflejo. ¿Quién sabe ya dónde está la fuente y dónde el espejo, el antes y el después? Un poeta hispanoamericano de nuestro tiempo lo ha cantado a su manera:
  • 13. 13 … y ahí enfrente estoy yo, piedra tardía imitándote en canon, compás justo y cerrando el anillo. Y ya es lo mismo, es a la vez seguirte y precederte. No, la dama de soledad no está sola, está acompañada, duplicada de ella misma, o bien perdida allá en el fondo del barranco, en la pared vertical e infranqueable, abrazada cola de sí misma a su segunda y más verdadera esencia de mujer y de poeta. La esencia contra la existencia, porque Ana, Juana es esencialista como todo verdadero poeta. ¿Eco? ¿Narcisa? ¿Puede ser una solución el sentirse así siempre aquí y allí? La respuesta -conmovedora, feminísima- nos la da Juana-Ana desde la otra vertiente. La acabamos de escuchar encarnando a Eco. Vedla ahora Narcisa unos instantes para renunciar enseguida y regresar a su condición de mujer, ya ni Narcisa ni Dafne ni laurel. El espejo Fui dos, sí, por la fuente y tu mirada. “Dos eres -me dijiste-, doble amante...” Una, junto a tus ojos anhelante, otra, anhelante y en el fondo ahogada. Aire arriba, viví gracia aromada, pino verde, nidal, loma distante, y abajo, de cristales habitante: guijo pulido, arena traspasada. Por mirarme en el agua hasta la tierra, y yo no estaba allí, ni aquí; corría para que tú alcanzaras sólo a una. Maravillosa vivencia en vida y poesía de las dos fábulas mitológicas -¿no es verdad, José María?- vueltas a nacer, crecer y anularse en realidad de alma y cuerpo femenino para llegar a esa solución adorable y perfecta: “para que tú alcanzaras sólo a una”. Gerardo Diego (1951)
  • 14. 14
  • 15. 15 Hasta aquí la comedia, la idílica recepción, con entrevista en los medios literarios («Si alguien en el tiempo se detiene en mis versos, creo que podrá decir: he aquí una mujer. Esto sí que me importa, ya, anticipadamente, desde ahora mismo.» Juana García Noreña (Correo Literario, Madrid, núm. 16, 1951)), lectura de sus poemas en público (recital en el círculo femenino Medina, presentado por José Luis Cano, y participación en una lectura poética colectiva organizada por «Alforjas para la Poesía» homenaje a Don Jacinto Benavente por la concesión de la medalla de oro al trabajo y celebrada en el madrileño teatro Lara) y firma del libro incluidas, la acogida soñada por cualquier debutante, sea en el campo que sea. A partir de ahora, el costado oscuro, el drama. Pronto empieza a surgir el rumor entre los escritores de la tertulia del Café Gijón, de la que formaba parte el poeta garcilasista José García Nieto, miembro del jurado que otorgó el premio, y niño mimado del Régimen, de que Juana García Noreña (J.G.N) no es más que un seudónimo, una mujer de paja, del propio José García Nieto (J.G.N). Sospecha fundada en la asombrosa coincidencia temática y técnica entre la poesía de José García Nieto y Juana García Noreña, la similitud de sus siglas, en el hecho de que los dos trabajasen en la Hemeroteca Nacional y fueran oriundos de Asturias (Noreña es un pueblo asturiano), y sobre todo por el descubrimiento de un acróstico en el libro, el poema “La otra muerte”, juntando las iniciales de cada verso aparecía milagrosamente el nombre y apellidos de José García Nieto: JOven a la muerte voy; SÉ que me espera y me llama. (GAlanes que me desposan, Ruiseñores que me cantan, CIudades que se me ofrecen, Alas que me llevan, alas...) NIeve seguirá a la nieve: Enero es donde tú faltas. Tú fuiste mi muerte, y eras Orilla de mi esperanza. Por supuesto no tarda en salir José García Nieto a desmentir en los medios semejante infundio: “(las coincidencias son) fruta poética del tiempo en que vivimos de la que ni yo ni los demás tenemos huerto cerrado, y que nada dice de la falta de autenticidad de un poeta.” (Correo Literario, Madrid, núm. 22, 1951). A la indignación se suman el director del Premio Adonais, José Luis Cano (“El affaire Juana García Noreña, premio Adonais 1950 con su libro Dama de soledad, vuelve a tener actualidad. Habían corrido rumores por los mentideros literarios madrileños de que el libro no era de Juana García Noreña -seudónimo de Angelines de la Borbolla-, sino del poeta José García Nieto, que había formado parte del jurado.
  • 16. 16 El asunto ha sido comentado hasta la saciedad en las tertulias literarias, sobre todo en la del café Gijón, cita permanente de los poetas. El rumor se apoya en que en uno de los poemas del libro, el titulado "La otra muerte", figura un acróstico con el nombre de García Nieto. Pero, en mí opinión, ese acróstico no prueba nada, pues podría ser un homenaje de la autora al director de Garcilaso. Por otra parte, me cuesta creer que una muchacha de 20 años -preciosa, por cierto- haya querido figurar como autora del libro, no siéndolo, y que hubiese recibido tan campante no sólo las 3.000 pesetas del premio, que yo mismo, como director de Adonais, le entregué, sino los varios homenajes e invitaciones que, sin dudarlo un instante, aceptó. Por ejemplo, dio un recital de la obra premiada en el círculo Medina, en el que yo la presenté, y en el que Juana recitó de memoria casi todos los poemas del libro. Por otra parte, Pepe García Nieto ha publicado una carta en la revista Correo Literario, que dirige Leopoldo Panero, afirmando rotundamente que el libro Dama de soledad no es de ninguna manera suyo, sino de Juana García Noreña, que lo presentó al Premio Adonais. He hablado del asunto con Gerardo Diego y con Vicente [Aleixandre]. Gerardo cree firmemente que el libro es de Juana, a la que ha conocido en el Gijón, pero Vicente no está tan seguro. (22 de octubre 1951) El affaire Juana García Noreña ha tenido un final novelesco. En la tertulia del café Gijón, el más famoso mentidero madrileño, corre la especie, probablemente falsa, de que Juana se ha dejado seducir por una amiga suya, poetisa y bastante mayor que ella, A. de la T. [Alfonsa de la Torre], quien la ha contratado como su secretaria y se la ha llevado a su casa de Cuéllar, donde viven juntas. Ya la llaman la castellana de Cuéllar, remedando el título de la conocida novela histórica de Espronceda. (25 de noviembre 1951)”, Gerardo Diego, que para defender la autoría femenina del libro lo compara con “Cántico” de Jorge Guillén y suelta este exabrupto:“Poesía mental, la del hombre; sentimental, la de la mujer”, y la propia Juana García Noreña, que achacaba el acróstico a un homenaje al poeta. Que Juana García Noreña era un seudónimo es algo que ya había desvelado el propio José García Nieto en su elogiosa reseña del libro:
  • 17. 17 “ADONAIS” DESCUBRE UNA POETISA El Premio “Adonais” de poesía, patrocinado por el Instituto de Cultura Hispánica -casi el único certamen poético español en la actualidad-, viene cumpliendo año tras año, aunque con varia fortuna, la finalidad para que fue creado. Naturalmente que el grado de acierto en la discriminación de los nuevos valores poéticos a que por regla general se reserva el concurso, depende en buenísima parte de la calidad de las obras presentadas. Un jurado puede hacer justicia, y ya está bien; lo que no puede hacer, al menos en principio, son milagros. Este año, en “Adonais” ha dado lugar a un descubrimiento verdadero, no sólo por lo ignorado, sino también por lo calificado del hallazgo. Ángeles Borbolla, una menudita asturiana de veinticuatro años, quien para los olímpicos del café Gijón era apenas una entrometida que, según ella misma decía, escribía de vez en cuando cuentecillos en prosa, resulta que estaba haciendo, a solas, un buen libro de versos. Ni los más íntimos conocían esta labor. La poetisa, al parecer sin demasiada fe, presentó su obra al Premio “Adonais”, con un buen seudónimo, Juana de Noreña, como nombre verdadero y una dirección inventada. Pero la belleza del libro y la sagacidad de buena parte del Jurado acabaron imponiéndose, entre otras muy estimables obras de petas hechos y derechos; y así resultó justamente premiado “Dama de Soledad”. (Cuadernos Hispanoamericanos, n.º18, 1950) El caso es que el rumor se extiende como la pólvora, y Juana García Noreña, Angelines de la Borbolla (María Ángeles Fernández de la Borbolla (Llanes, 1926)), agobiada por el acoso de los periodistas y de los no premiados, decide huir de Madrid en 1951 acompañada de la poeta Alfonsa de la Torre, para refugiarse en la casa que tenía ésta en Cuellar (Segovia), “La Charca”, donde permaneció 42 años ejerciendo las funciones de secretaria de la poeta, lo que alimentó el rumor de una relación lésbica. Rumor que no era tal ya que no escondían su relación a los amigos (“Se rodeó de libros [Josefina de la Torre] y otros / bienes que le legó su padre / y al lado Juanita [Angelines de la Borbolla] / comenzó una vida en pareja.” […] “Cuando regresamos / se le caen las lágrimas, / quizás por algo que le pasa / a su compañera Juana.” Mercedes Merino Verdugo, “Aleteo de letras” (en el epígrafe “Encuentros con Alfonsa de la Torre y Ángeles Fernández de la Borbolla”) (Liber Factory, 2015)), otra cosa era públicamente, hablamos de una dictadura. A pesar del trauma que debió suponer para Angelines todo el asunto, ese cierto aire de malditismo no debía incomodarla del todo ya que todo el mundo la llamaba, y se dejaba llamar, Juana. El alejamiento de Madrid apaga casi por completo el fuego de la polémica, dejando el asunto de la autoría completamente abierto, en suspenso. Hasta el punto de que todavía en 1963 hay estudios que otorgan con pleno convencimiento la autoría a Juana García Noreña, “La palabra poético-amorosa de Juana García Noreña” de Nelly Novaes Coelho.
  • 18. 18 El asunto podía haber quedado enterrado ahí, durmiendo el sueño de los justos, de las leyendas urbanas, si no llega a ser por Luis Jiménez Martos, el sustituto de José Luis Cano al frente de la dirección de Adonais que desveló el misterio, provocando la indignación de José García Nieto, que nunca reconoció el engaño públicamente. Descubrimiento corroborado por el posterior libro “La mirada poética de José García Nieto” de Rosario Hiriart (Icaria, 1990), en el que supuestamente García Nieto lo reconoce abiertamente, como no he podido leerlo no puedo afirmarlo. Aunque resulta chocante, porque entonces es difícil de explicar el artículo que escribió en El País el 10 de marzo del 2001, a los pocos días de la muerte de José García Nieto (27 febrero de 2001), su amigo íntimo Eduardo Haro Tecglen aclarando finalmente con todo lujo de detalles como se gestó y desarrolló toda la impostura, una obra casi maestra del fraude literario, poético.
  • 19. 19 “Pocos saben que uno de los mejores libros de José García Nieto fue “Dama de soledad”, firmado por Juana García Noreña (las iniciales son las mismas de Pepe); no creo que entre en sus obras completas. Lo escribió como un juego literario: para presentarlo al Premio Adonais, y él mismo estaba en el jurado: quería saber lo que opinaban los demás sin saber que era suyo. Opinaron tan bien, que lo premiaron: García Nieto no se atrevió a decir que era suyo: le dio vergüenza por quienes habían encontrado una escritura genuinamente femenina. Huyó hacia adelante y encontró una muchacha que aceptó fingir que era la autora. Tenía algo más de misterio aquella criatura; alguna cosa más que ocultaba para sí. Se encontró de pronto recibiendo y gestionando una gloria grande, el libro era impresionante, recitando en público, entrevistada. Y, luego, descubierta. Alguien sospechó de las siglas que ella dio como seudónimo: el suyo real no lo debo decir; otro encontró un acróstico en el que podía leerse el nombre completo de García Nieto: JOven a la muerte voy SÉ que me espera y me llama, y alguien más lo publicó. “Juana” estaba despavorida. Una noche me la trajo un señor a casa: la había encontrado en un banco dormida, y no se despertaba: la llevó a una casa de socorro, la hicieron un lavado de estómago y ella dio mi dirección, porque no se atrevía a volver a casa de sus padres. Durmió, descansó, lloró; escribió una carta al periódico que había descubierto la cuestión defendiéndose y fingiendo que el acróstico se debía a un amor oculto por García Nieto. La realidad es que la carta la escribí yo; y un poema que mandó al mismo periódico lo hizo García Nieto. No era bueno que siguiese en mi casa, que era la de un hombre solo aunque no había ninguna posibilidad de otra relación: mi sólo cariño lo tuvo siempre y le encontramos un escondite en casa de la gran actriz Elena Salvador; luego, en la de Blanca Montarco. Íbamos a verla Gerardo Diego, que había publicado un artículo en ABC defendiendo a la autora femenina del libro: no sabía la verdad, y tardó mucho en aceptarla, y otros amigos, y, finalmente, se fue de Madrid. Creo que para siempre. Un día en que pasaba yo por la Gran Vía se paró un taxi a mi lado y se bajó “Juana García Noreña”: con unas botas de montar, un látigo en la mano. Me dijo que vivía en la finca de pueblo de una poetisa. No he vuelto a saber más”.
  • 20. 20 García Nieto en el Café Gijón, el primero por la derecha ¿Qué fue de Juana García Noreña, de Angelines Fernández de la Borbolla? "En Cuéllar, Angelines es Juana y pronto recibe todos los agasajos de su pareja. Tiene caballo para los paseos, un Citroën grande para los viajes y una moto para sus escapadas solitarias. Diez años más tarde, un fin de semana de junio de 1961, la prensa recoge el accidente de Ángeles cuando volvía en moto de Valladolid. Un mareo la hace caer en la carretera, produciéndole fractura de la base del cráneo y diversas heridas." Ernesto Escapa (Damas de soledad, 2015) Después de la muerte de Alfonsa de la Torre en 1993, después de la expulsión de su casa, “La Charca”, por parte de Basilio, el homófobo hermano de la poeta, se pierde por completo su pista, aunque se rumorea que volvió a Asturias, su tierra natal. El intransigente hermano de marras, el tal Basilio, no se conformó con expulsarla de su nido de amor durante décadas, para culminar la faena quemó todos los escritos inéditos de ambas, dejándonos sin la posibilidad de descubrir si después de todo, en el interior de Juana García Noreña, de Angelines Fernández de la Borbolla, anidaba una verdadera poeta, una poeta real.
  • 21. 21 P.D: Algunos poemas del libro, que en un giro cómico, trágico, del destino, constituyen con diferencia, lo mejor de la producción poética de José García Nieto, a pesar de que “Dama de Soledad” no suela ser incluido en las bibliografías de su obra, ni sus poemas figuren en las antologías. Es lo que tiene jugar con fuego, que te acabas quemando. Una verdadera lástima porque al margen de las rocambolescas vicisitudes que rodean al libro, los poemas son muy buenos. TIERRA DE AGOSTO Qué lento este gran trago del estío cuando prieta la tierra, seca, ardiente, tiene clara memoria de la fuente en el cauce sin agua de su río. Así mi corazón por su vacío, así por mis oídos tu reciente palabra, y por mis ojos el creciente dolor sin agua del llanto mío. Qué gran descanso el de la tierra toda en frescores antiguos sostenida, en vela por sus íntimas espadas. LAS DOS NOCHES Dos noches tengo, dos; la que ha dejado en mi pecho de sombra tu desvío y esta del mundo, ya sin ti vacío de verdores por monte, valle y prado. ¡Qué de buscar sin ver por cualquier lado! Sin luz el árbol y sin brillo el río, sin una claridad el pecho mío donde te tengo en pie y amortajado.
  • 22. 22 EL ÁRBOL Un árbol soy: he dado a cada viento su ocasión de sonido; a cada nube lugar para la lluvia; cuanto tuve lo ofrecí para el pájaro y su acento. Por uno de amor, de amor di ciento; de abrazos en el aire me sostuve, y todavía por mis ramas sube una sangre perdida a cada intento… A cada intento, sí de tocar cielo, miro a mis pies, hundidos en el suelo, peregrinos oscuros en el frío. Si a tierra y cielo estoy siempre entregada ¿qué más puede pedirse a mi jornada? ¿qué deseas de mí, dime, árbol mío? A VECES LLEGAS Una sublevación de la mirada, un toque de rebato por las venas, un viento levantando las arenas de mi piel a tus besos preparada. Y, de pronto, en mis ojos, apagada la llama del amor, mis azucenas de nuevo en el agosto de mis penas, mi sangre a su silencio retornada. Y es que en la noche de tu olvido vienes y te alojas, te engolfas en mis sienes y todo es sinrazón del pensamiento. No contesta a mi afán la sombra muda y queda mi pasión, sin ti, desnuda y por la tierra galopando el viento...
  • 23. 23 LA TORMENTA Como espera la tierra la tormenta y se llena de olores campesinos, y en leve viento mueve alados pinos y está al avance del rumor atenta, así esperaba yo, muda y sedienta, con fragancias en todos mis caminos, contándote los pasos peregrinos y sin perder mi corazón la cuenta. Sí, como el trueno, sí me enloqueciste, campaneaste por mi tierra triste, vi el cielo abierto y claro en el suceso; heriste con un rayo mi arboleda y aún en mis ojos vegetales queda aquel lejano resplandor del beso. NIÑO A CABALLO Suena la tierra, suena golpeada, suenan las pieles tersas del verano heridas por la planta enamorada. Niño a caballo solo por el llano; la pluma, abandonada de mi mano, y yo apresando el aire, el hijo, nada... Arde la sierra al sol, en cada altura, y yo en la ausencia de tu sol me abraso.
  • 24. 24 EL ECO ¡JUANA, Juana...! —grito sola por el campo. No me llama ya nadie. Me llamo sola. Grito lejos de mi casa. A veces contesta el eco, cuando digo Juana, «Ana...». Y ya no soy yo; lo sé. Es otra mujer que aguarda, que está muerta como yo en lo hondo del valle, y clama, y espera como yo espero que la llamen... Y se llama a sí misma... — ¡Juana...! —grito. Y ella, allí en el fondo: « ¡Ana...! ». MADERA DULCE TÚ, por tus cuatro cuchillos; yo, por mis cuatro maderas. El primero, el del olvido; el segundo, un solo beso de dos bocas, con dos filos. Los otros dos: "Que me quieras". "¿Te quieres casar conmigo?" Yo por mis cuatro maderas: la de mi barca sin rumbo la que en mi hogar no se quema, y las dos de esta cruz alta donde me tienes clavada.
  • 25. 25 VELETA Una veleta girando: Norte, Sur, Este y Oeste esperándote, y en este girar morir esperando, que no sé como ni cuando tendré descanso, y si llega también será muerte ciega la que le deseje a la luz: sin buscarte en la inquietud, sin encontrarte en la entrega. LO QUE NO VUELVE NO podría ser nunca. Cercados de las huertas, ancho campo, buey solo, margarita que tiembla con el viento de agosto. No podría ser nunca. Palabra de aquel día, sol justo en el ocaso acueducto de dicha de tu mano a mi mano. No podría ser nunca. Huidas, esplendores, agua varia y sonora, y tus pasos de hombre vulnerando mi sombra.
  • 26. 26 LA BUENA TIERRA Como puedes andar, y sin cuidado, fuera de las provincias de mi pecho; cómo puedes buscar tierra en barbecho mejor que la tocada por tu arado. Estaba todo a punto y preparado bajo la luz para el mayor provecho, y tú de un golpe ciego lo has desecho, y de sal y de olvido lo has sembrado. No; no puedes andar sin mi cuidado: serás de otros amores jornalero y añorarás esta heredad perdida. Oh, tú, de mis caricias extranjero, cómo podrás, después de tanto enero, hallar la antigua tierra estremecida. LOS NOMBRES —¡Y ésta …? ¿ Y ésta...?— Y me decías los nombres, o te inventabas los nombres. —¡Y esta pequeña…! ¡y esta azul…?, ¿y aquella blanca?— Te preguntaba por flores y tú siempre contestabas. A hora sé mejor que nadie del mundo cómo se llaman la soledad y el romero, la indiferencia y la jara, el cantueso y el olvido, y la menta y la esperanza. A las flores que dejaste les doy los nombres que faltan.
  • 27. 27 LLUVIA ¡Ay, las tiernas maderas bajo la lluvia! Pacientes y brillantes, quietas, las yuntas. Corzos ligeros de agua ya se apresuran por las hondas vertientes de tierra oscura. Llueve frente a mis ojos, llueve y se juntan las tierras y los cielos... y mi amargura. EN MI MISMA No sé hacia dónde voy ni adónde llevo tanto dolor; quemada por mi lumbre, soy la fatiga de mi propia cumbre, el agua amarga que en mi misma bebo, y cansada y ahogada no me atrevo a cesar en la nada, y mi costumbre diariamente me dicta mansedumbre, y un humo soy que de mi hogar me elevo. Estas caricias ya sin un reposo, voladoras por tiempos, geografías, miradoras de esposa sin esposo, alas, memorias son de aquellos días, manos de sueño, cárceles vacías... Recordar que se ha sido es siempre hermoso.
  • 28. 28 LA CIEGA (Con algo de “El cantar de los cantares”.) Me dio tan de repente el sol que tuve que dejar de mirarlo, pero dentro del pecho todo el oro del encuentro subía a mi garganta, como sube el sol— el otro sol— hasta la nube y en ascuas la revela. Si me adentro hoy en mi soledad no veo el centro del corazón donde encendida estuve. Porque tan de repente me llegaste que fui a buscar tu luz en lo más hondo de mi alma tocada y sorprendida. ME LLEVASTE EN EL AIRE Me llevaste en el aire, tan volada como una nave con favor de viento que cambia con el mar su movimiento su gracia bogadora y resbalada. Como un nido que alzado en la enramada sólo espera del pájaro el acento y siente abajo el brazo verde y lento, así era yo, del suelo arrebatada. Tan alta estaba yo como una nieve que toca la montaña y se hace leve para no herir la causa de su altura… En tus brazos pasé sobre aquel río; oh, tú, mi mar azul, tú, el árbol mío, tú, mi fuerte montaña de ventura.
  • 29. 29 PAISAJE Toco este árbol, esta sombra, este rincón de soledad, estas praderas de abandono a las que un día volverás. (Aquella estrella me señala los caminos de la ciudad.) Qué gran silencio el de estos valles, no se oye al pájaro cantar. Pongo mis manos en la tierra, ya no es de nadie la heredad. Como una animalillo, hundo mis pies, mis manos, en lo más jugoso y fresco de la orilla del río. Ya no sé llorar. Bebo en silencio el agua clara, dejo la arena resbalar por mis dedos. Miro a lo lejos. ¡Qué raro nombre: la ciudad!
  • 30. 30 MEJOR QUE LA MUERTE No, no es mejor morir que vivir muerto; tengo tanta pasión, agonizando y tanta soledad de amar, durando por esta oscuridad del pecho abierto, que gozo con saberme en lo más cierto del corazón herida, y no sé cuando voy a dejar de ser un sueño andando por la noche de arena en un desierto. Mejor así; mejor que no morirme, verme de pie, diciendo, repartirme, sublevando el olvido de las cosas. Mejor sangre que en aire se desliza, mejor torre andadora de ceniza, que ya quieta del todo, entre las rosas.