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1. Kafka: un mundo absurdo y angustioso
La biografía de Franz Kafka (Praga; 1883-1924) es un factor primordial para comprender
su obra. Perteneció a una familia judía acomodada que se había asimilado a la burguesía alemana.
Kafka creció en una encrucijada de culturas -eslava, alemana y judía-, sin identificarse del todo
con ninguna. Criticará a su padre la pérdida de identidad, el no haber crecido en un terreno firme
que pisar. Todos estos reproches se encuentran en Carta al padre. Tras doctorarse en derecho, se
convierte en empleado de una compañía de seguros, trabajo que no le gustaba porque entorpecía
su vocación literaria. Kafka fue un inadaptado que vivió completamente volcado en la escritura.
Antes de morir ordenó que toda su obra fuera destruida, pero su amigo Max Brod no
cumplió sus deseos y llegó a publicar incluso sus cartas y diarios. Hay que destacar Cartas a
Felice (mujer con la que se comprometió dos veces aunque en ambas ocasiones Kafka anuló el
compromiso) y Cartas a Milena (la mujer que tradujo algunos relatos de Kafka). En sus novelas
los personajes son entidades simbólicas, ficciones o parábolas, siempre sorprendentes. Sus obras
reflejan las angustias del hombre contemporáneo. El sentimiento que se transmite es el de hallarse
en un mundo sin explicación, regido por no se sabe quién; un mundo que somete, condena o
degrada a la persona.
En 1915 publica La metamorfosis, novela cuyo protagonista despierta convertido en un
insecto, condición monstruosa y absurda que tendrá que aceptar como algo inevitable. Al año
siguiente comienza a escribir la angustiosa novela El proceso, en la que un tal Joseph K. se ve
procesado sin llegar a saber nunca por qué, perdido en un laberinto de leyes y procedimientos
enigmáticos. De esta novela hizo una magnífica adaptación cinematográfica Orson Wells en 1962,
en la que capta perfectamente el complejo de culpa del personaje kafkiano: un ser humano se
siente atrapado por una serie de circunstancias que no puede controlar, por unos aparatos
represivos que le dominan y por su propia conciencia de culpa.
No menos angustiosa es El castillo (1921): un agrimensor llamado también K. ha sido
contratado para trabajar en un castillo en el que nunca podrá entrar; tampoco sabrá qué trabajo se
le pedía, ni quién es el terrible señor que domina a las gentes del lugar. Esta novela también fue
llevada al cine en 1968 con Maximilian Shell.
La metamorfosis
Hay suficientes motivos para interpretar esta obra como autobiográfica, lo que se echa de
ver suficientemente en la Carta al padre, que escribió el mismo Kafka. Pero, igual que sucede en
El proceso, la significación de esta obra supera en mucho lo biográfico para convertirse en una
metáfora de la opresión y de la soledad, de la incomunicación humana, y en una denuncia del
autoritarismo. El realismo minucioso que aparece en el relato, como marco de un hecho fantástico
(las relaciones laborales y familiares, la situación económica, los detalles domésticos, etc.)
refuerzan la interpretación existencial de la obra. Por otra parte, el hecho de que el relato
comience al despertar, como el relato de El proceso nos introduce en el mundo onírico, de
pesadilla, que es una importante característica de la literatura de este autor.
A Kafka se le ha asociado con el expresionismo (refleja un mundo de pesadilla que
deforma grotescamente la realidad), con el existencialismo (sus obras giran en torno al sinsentido
de la vida) y constituye un precedente del teatro del absurdo (la vida no tiene sentido). Kafka
describe un universo angustioso, opresivo y absurdo, que deshumaniza al hombre. Sus
protagonistas se sienten impotentes y resignados ante situaciones injustas (La condena),
incomprensibles (El proceso) o absurdamente burocratizadas (El castillo). Aun así son
individuos perseverantes, que luchan por encontrar lógica a lo absurdo, e incluso llevando al final
la lógica de situaciones incomprensibles.