1. Al leer la casa tomada; remembranzas de cien años de soledad y la casa de los espíritus se hacen tangibles, coser y descoser, personajes que parecen míticos al rozar en lo absurdo, cuando la memoria o el encierro en la misma, hace de una vida una oda, una constante historia de narciso que se permite rechazar una y otra vez la posibilidad de vivir otras realidades, una comodidad que atrofia, necesidades cubiertas a expensas que o impiden la posibilidad de explorarse o generan la tranquilidad de hacer lo que se desee sin más obstáculo que una mísera idea de sospechar que la casa ha sido invadida y por qué no una posibilidad gigante de despertar del letargo en el que se encuentran inmersos por la levedad o liviandad de la vida que llevan, Irene no es la típica mujer solterona que se quedó para vestir santos, fue la mujer cómoda que decidió llevar una vida tranquila lejos de angustias y desasosiegos premuras y afanes, sin la montaña rusa que supone y desencadena el estar con alguien, su hermano su fiel compañero, su amante en secreto, su hijo, su amigo, su cómplice, el ser como ella tan parecido, vive esa locura que es encerrase casi en vida en un lugar aparentemente vasto y suficiente para permanecer, para bastar, para salir un día de él sin mirar atrás con el miedo entre las sienes, con la certeza de la duda , con lo inevitable que palpita anunciando en la mañana eso que se cantó desde ayer, para retumbar en la esquina con versos olor a naftalina, a bufandas que quedaron guardadas en el cajón más cercano a eso que llaman piso, si realmente ha sido habitada…habrá alguien que aproveche, eso que ya estaba inerte…como historia que valga la pena retomar queda inconclusa…y entonces…es hora de acordarse de historia sin fin, donde el personaje principal es un libro abierto con tantos personajes como deseos, enredos y aciertos se conciban al tiempo, como la casa que ha de ser ocupada, igual que la de los Buendía, o aquella de las dos palmas, que las generaciones habitan sin lograr aniquilar como a sus estirpes…cadáveres que yacen en páginas, pequeñas, medianas, amarillas y blancas, ojos que deambulan por los rastros ya inciertos de Irene y su hermano, del dinero que les enviaron, de la casa que no se sabe que suerte corrió y de los intrusos, aquellos monstruos que se cuelan por la ventana de la casa, entran por la mirada y se instalan en la morada humana para asustar de mañana mediodía o madrugada… <br />