Dios se reveló a través de la pobreza y debilidad de Cristo, no del poder y la riqueza mundanos. Cristo, siendo igual a Dios, se hizo pobre por nosotros y cargó con el peso de nuestros pecados para consolarnos y salvarnos. Jesús se sometió al bautismo no por necesidad propia sino para estar entre los pecadores y necesitados de perdón. Nos invita a compartir su rica pobreza y pobre riqueza para convertirnos en hijos de Dios y hermanos de Cristo.