Jesús curó a un hombre leproso que se le acercó y le pidió sanación. Jesús extendió su mano y tocó al hombre, sanándolo de inmediato e indicándole que se presentara al sacerdote para confirmar su purificación. Jesús se retiraba a menudo a lugares solitarios para orar, a pesar de las grandes multitudes que acudían a él para ser curados.