Este documento examina si el don de lenguas que recibieron los primeros cristianos en el siglo 1 sigue existiendo hoy. Señala que en la Biblia este don servía para demostrar el respaldo divino y para difundir el evangelio a otras naciones. Sin embargo, argumenta que las manifestaciones modernas de hablar en lenguas rara vez cumplen estos propósitos y difieren de lo descrito en la Biblia. Concluye que los verdaderos seguidores de Dios se identifican mejor por su amor, paz y esfuerzo por