1. Los Días de Israel
Años atrás, una editorial israelí se planteó traducir el libro "Los días de Israel"
de Rab Rabinovich z"l del hebreo y editarlo en español, y en mi calidad de
traductor, me encargó el trabajo.
Poco tiempo más tarde, el proyecto se disolvió. Varios capítulos se encontraban
ya prontos en mi poder, de modo que los guardé en esas carpetas de puntos
suspensivos en que guardamos lo que sabemos que algún día habrá de
fructificar. Y hoy, siento llegado el momento.
Lo que veréis en las páginas siguientes es un trabajo que se apoya en aquel
original, y busca trazar, en apretada síntesis accesible a toda formación previa,
una historia humana que comienza con la creación de Adám, primer hombre, y
llega hasta el final de la época de los Jueces de Israel.
No hallaréis aquí ideas de mi autoría, ni explicaciones profundas. Antes bien, un
hilo histórico necesario para comprender toda la historia judía ulterior.
Rogamos la ayuda del Creador para seguir creando y disponiendo contenido que
arroje luz de Verdad sobre la historia y su sentido, para beneficio de todos los
hombres de bien.
Con mis brajót,
DaniEl I. Ginerman
Indice de Capítulos
Las primeras diez generaciones del mundo
1. El primer hombre y sus hijos
Las diez generaciones desde Nóaj hasta Abrahám
2. Nóaj reconstruye el mundo
3. La división
4. El Beit-Midrásh de Shem y Ever
5. El rey Nimród
6. El duro trabajo de las primeras generaciones
Abrahám, Itsják, Ia'acóv y sus hijos
7. Abrahám Abinu (nuestro Padre)
8. Itsják Abinu
9. Ia'acóv Abinu
10. Las Tribus de Israel
El pueblo de Israel en Mitsráim
11. Lo bueno y lo malo en la tierra de Mitsráim
12. Moshéh Rabeinu
Bnei-Israel: el pueblo de Hashém
13. La entrega de la Toráh
14. La Toráh que entregó Hashém al pueblo de Israel
15. El pueblo de Israel en el desierto
2. La conquista de la tierra sagrada
16. La guerra en la ribera oriental del río Iardén
17. La conquista de la Tierra de Cná'an
18. La primera conquista
19. La conquista del centro del país
20. La conquista del Norte
21. La interrupción de la guerra
La época de los Jueces
22. Israel no tiene Rey
23. Los Jueces locales
24. AtaniEl ben-Knaz
25. Ehúd ben-Guerá
26. Shamgár ben-Anát
27. Deborah la Profeta
28. Guideón
29. Abimélej
30. Tola y Iaír
31. Los Jueces de Israel durante los primeros 300 años en su tierra
El siglo culminante de la era de los Jueces
32. Iftáj
33. Ivtsán, Eilón y Avdón
34. Shimshón (Sansón)
35. Elí el Cohén Gadól
Las primeras 10 generaciones del mundo
Del año 1 al 1056
El primer hombre y sus hijos
Es muy poco lo que sabemos acerca de las generaciones humanas anteriores al
gran Diluvio. Cuando D's creó a Adám, le otorgó una gran inteligencia y lo alojó
en el Jardín de Edén (que sale de la raíz hebrea de "adín" = "lo sutil") donde
todo lo bueno y lo bello estaba a su disposición. Nada faltaba allí de lo
necesario para una vida sagrada y plena, y el hombre disponía de energía y
tiempo para construirla.
La propia existencia de Adám y cuanto le había sido entregado, debían ser
consagrados a través de "mitsvót", de los preceptos que D's le había
encomendado cumplir, observar y transmitir a su descendencia, de modo tal
que pasaran de generación en generación hasta que llegara el momento en que
la humanidad mereciera la Toráh completa.
Pero Adám transgredió las órdenes de D's. Tenía prohibido comer del Arbol del
Conocimiento del Bien y del Mal, que crecía en el Edén. No había hasta ese
momento "bien" y "mal" confrontados en el mundo, sino una vida "justa" que se
desarrollaba bajo la guía de D's. Pero Adám y su mujer Javáh, incitados por la
3. serpiente, observaron que era bello el fruto y se veía "bueno para comer", y
apetecieron el conocimiento, y desobedecieron a D's. Así comenzó todo: su
transgresión les valió ser expulsados del Jardín de Edén, del mundo unitivo,
hacia el mundo de la multiplicidad, donde con trabajo habría el hombre de
proveerse el pan y con dolor pariría hijos su mujer.
En este mundo, estaba todo por hacer. Los hombres eran grandes y vigorosos
y estaban preparados para el trabajo duro, y pronto aprendieron a sacar
provecho de los animales y de la tierra, a construir viviendas y herramientas
para los más variados usos, y a proveerse alimentos en gran variedad. Las
familias criaban numerosos hijos que se sumaban al esfuerzo por tornar a este
mundo disfrutable.
Pero la conquista de la "extensión", el hecho de que los hombres se
dispersaran por la Tierra, hizo que se debilitara la enseñanza recibida de las
primeras generaciones. Los hombres fueron paulatinamente perdiendo el Temor
a D's y desconociéndolo, con lo que sus vidas perdieron poco a poco el sustento
moral: al no haber un patrón superior que indicara actuar con rectitud, ésta y el
sentido de justicia se fueron perdiendo de la sociedad humana. Abundaban
entonces el robo y la mentira, conductas que producen los hombres cuando su
voluntad de recibir, de poseer, es un fin en sí mismo y no un medio para
participar del bien común.
Al cabo de diez generaciones, D's consideró que la situación era insostenible,
que no habría modo de rescatar a los hombres de la oscuridad en que habían
sumido a sus vidas, y buscó advertirles, darles la oportunidad de volver en
"teshuváh": de recuperar la enseñanza y enderezar sus vidas en el camino de
D's. Ya antes, en los días de Enósh, había castigado con un diluvio la
amoralidad de los hombres. Eligió entonces a Nóaj, un hombre que cultivaba los
valores verdaderos, y le anunció su voluntad de arrasar al resto de la
humanidad, y dar lugar a una nueva humanidad a partir de su descendencia.
D's instruyó a Nóaj que advirtiera a los hombres acerca de una última
oportunidad para aplacar el rigor con que actuaría. Le informó que produciría
un diluvio que borraría a la humanidad de la faz de la Tierra. Y le instruyó
detalladamente qué debería hacer él para salvarse, con su familia, y con
ejemplares de cada especie animal, que serían los gérmenes de una vida nueva
sobre la Tierra. A partir de las instrucciones recibidas de D's, pasó Nóaj 120
años construyendo un enorme Arca cerrada, que no sucumbiría a las aguas.
Durante todos esos años advirtió a sus semejantes de la calamidad que
sobrevendría si no volvían sobre sus pasos y suplicaban piedad del Creador.
Ignorantes, embrutecidos por una vida arraigada en lo material y sin referencia
alguna a D's ni a valores morales, le desoyeron una y otra vez.
Hasta que llegó el momento en que Nóaj recibió de D's la orden definitiva de
entrar al Arca. Haciendo como se le había dicho, llevó a ella a toda su familia,
ejemplares de cada especie animal, víveres: todo lo que sobreviviría a la
catástrofe. Y entonces, se desató la ira de D's sobre la Tierra y se derramaron
las aguas, sobre todo lo que vivía, durante cuarenta días y cuarenta noches sin
interrupción. Y finalmente, amaneció un nuevo comienzo para la vida de los
4. hombres sobre la Tierra, y D's regaló a Nóaj el arcoiris por señal de que no
volvería a suceder destrucción semejante. Y agradeció Nóaj a D's cuando
bajaron las aguas, y la paloma que envió a por tierra seca volvió hasta él, con
una rama de olivo en el pico; tal, desde entonces, el símbolo de la paz.
Las diez generaciones desde Nóaj hasta Abrahám
Nóaj reconstruye el mundo
Un año entero permanecieron Nóaj y los suyos en el Arca, y salieron luego a un
mundo devastado, en el que no se encontraba ya ninguno de los hombres que
poblaban antes la Tierra.
Era ya anciano Nóaj cuando tuvo lugar el diluvio, y era experto en todos los
oficios. Tal como el primer Adám, debió construir su mundo desde cero. Pero
disponía de un gran conocimiento, y compartía con sus hijos el idioma hebreo;
y gracias a ello fue mucho más rápida su gestión que la de las primeras
generaciones del mundo. D's bendijo a Nóaj y a sus hijos con una gran
descendencia, y se multiplicaron pronto, y construyeron casas y cultivaron
viñedos y todo tipo de árboles, y plantaron cereales, y criaron ganado .
La división
Cuando la población comenzó a crecer a ritmo veloz, se hizo necesario
comenzar a buscar nuevos lugares sobre la Tierra en que los hombres pudieran
vivir; y tras asentarse en puntos distantes unos de otros, construir caminos que
los unieran entre sí. Los hombres eran ahora mejores que los de antes del
diluvio, puesto que sentían Temor de D's: estaba muy fresca la catástrofe en la
memoria de todos. Ahora, la mayoría de los hombres cuidaban las mitsvót de
D's, aún cuando el pecado acechaba en la conducta de muchos de ellos.
Había hombres que creían poder igualarse a Hashém y hacerse más poderosos
que El. Ellos comenzaron la construcción de una enorme torre, que quisieron
hacer llegar hasta el firmamento. Hashém los castigó y dispersó a los
constructores a lo largo y ancho del mundo entero; y confundió sus lenguas de
modo que ya no se pudieran entender. Desde entonces los hombres, aún
cuando son todos descendientes de Nóaj, tienen ideas diferentes y hablan
distintas lenguas .
El Beit-Midrásh de Shem y Ever
En un lugar, donde ahora se encuentra Jerusalem, se encontraba el Beit-
Midrásh o Centro de Estudio, dirigido por Shem y Ever, hijo y nieto de Nóaj
respectivamente. Ellos eran hombres sabios y justos, y enseñaban a los
hombres las mitsvót y cómo cumplirlas. Del Beit-Midrásh de Shem y Ever
salieron muchos hombres buenos, que enseñaron al resto de los hombres a ser
buenos. Pero un Beit-Midrásh no era suficiente para enseñar y educar a todos
los hombres del mundo.
5. El rey Nimród
Había en esos días un hombre malvado y muy poderoso, llamado Nimród (su
nombre, pleno de significado como todos los nombres en la Toráh, significa
"nos rebelaremos"). Era su voluntad dominar a los hombres y coronarse rey
sobre todos ellos. Era un hombre de hermosa apariencia, y no deseaba que los
hombres rindieran culto a D's porque nadie le había enseñado sobre El y no le
conocía. Se volvieron nuevamente los hombres a rendir culto al Sol, a la Luna,
a las estrellas, a los árboles y los animales, porque no había quién les enseñara
sobre D's, la divinidad Unica que mora en los Cielos, invisible a los ojos del
hombre. Nimród sirvió de ejemplo a muchos hombres fuertes, que se
propusieron ser gobernadores y reyes. Y se erigieron entonces numerosos
reinos diferentes, en todos los lugares en que los hombres habían establecido
sus moradas.
El duro trabajo de las primeras generaciones
En esos días, trabajaban los hombres mucho más que en la actualidad. No
tenían un día de descanso como el Shabát, que aprendieron los pueblos a
cuidar recién mucho después de que se difundiera la Toráh entre ellos.
Trabajaban en general desde el amanecer hasta la puesta del sol. Pero no
sufrían de cansancio porque dormían abundantemente, durante todas las horas
que se prolongaba la oscuridad, cuando no podían trabajar. Durante las guerras
que llevó a cabo, Nimród enseñó a sus hombres a convertir en esclavos a los
enemigos cautivos, que eran sometidos a las más pesadas labores. Valiéndose
de estos medios, edificó Nimród enormes ciudades: si bien mucha gente vivía
en chozas y aún en cuevas a flor de tierra, los había ya que habitaban palacios
y casas de decoración exquisita.
Quienes poseían esclavos estaban exentos del trabajo, de modo que se
constituyeron en un sector de la sociedad dedicado a aprender distintas formas
de la sabiduría, a refinar su inteligencia, alrededor de los hombres importantes
y sabios que cada generación proveía. Algunas veces, entre los propios esclavos
había maestros, y los señores ordenaban al resto de los esclavos aprender con
ellos Toráh. Agradó a D's que hubiera hombres sabios que desearan expandir la
sabiduría, y les concedió una naturaleza inteligente y hábil, capaz de desarrollar
inventos y transmitir conocimiento.
Era difícil escribir en aquellos tiempos, puesto que no existían el papel ni las
actuales herramientas de escritura. Muchos hombres documentaban, tanto
lecciones de sabiduría como contratos comerciales, trazando su escritura sobre
piedras y pizarras de orígenes diversos.
Donde no había sabios, y donde aquéllos descuidaban la educación de sus hijos,
los hombres se corrompían con facilidad; mas en muchos lugares, la vida se
parecía a la de la actualidad: los hombres vestían prendas limpias y adornadas,
frotaban sus cuerpos con aceites aromáticos, fabricaban joyas y herramientas
especializadas, plantaban jardines de esmerado diseño, adoquinaban sus calles
y continuamente creaban y progresaban; sus calles estaban llenas de animales
de monta como camellos, burros y caballos, y no faltaban de ellas los carruajes
en toda una variedad de formas y tamaños.
Los peores y más peligrosos, eran los sacerdotes encargados del culto a los
ídolos. En su esmerado ejercicio del mal, crearon ritos temerarios que llegaban
a incluir sacrificios humanos. Esos ritos tenían un poder enorme, que atrapaba
6. a quienes no estaban suficientemente resguardados. Mientras estos cultos
existieran, no habría esperanza de que la humanidad se mantuviera en el
sendero del bien.
Abrahám, Itsják, Ia'acóv y sus hijos
500 años de historia
Abrahám Abinu (nuestro Padre)
Llegó la décima generación después de Nóaj, y a un hombre llamado Téraj, que
rendía culto a los ídolos, le nació un hijo al que llamó Abrám. Y D's puso en
Abrám una gran inteligencia, y un corazón capaz de sentir más que ningún
otro; por lo que ya a los tres años de edad, había comprendido que Hashém
está en los Cielos, y que no lo podemos ver, y que es atento a cuanto sucede
en el mundo, y que todo sucede por su palabra.
A los cuarenta y ocho años, Abrahám era muy fuerte en su fe; creía firmemente
en Hashém y enseñaba acerca de El a los hombres, instruyéndoles las mitsvót
que muy pocos conocían. Se esmeraba especialmente en dar ejemplo de
bondad, de piedad, para contagiar y expandir por doquier el camino del bien.
En una oportunidad que signaría para siempre su vida, Abrám destruyó los
ídolos que reinaban en casa de su padre Téraj. Enterado de la hazaña, el rey
Nimród quiso castigar su coraje y lo condenó a ser quemado. Pero Hashém le
salvó de la sentencia, y salió entonces Abrám con su padre de Ur en Caldea,
donde había nacido, y se dirigieron juntos a Jarán.
Allí se reveló Hashém a Abrám, y le ordenó salir de Jarán para enseñar a los
hombres, en todo el mundo, sobre El y sobre el cuidado de las mitsvót. Le
prometió que de su descendencia nacería un pueblo que reconocería al
verdadero D's, el mismo pueblo que luego fue llamado "judío" o "hebreo":
nuestro pueblo. Abrám fue el primer hebreo.
Llegó Abrám a la tierra de Cnáan; le presentó Hashém a Cnáan como la tierra
sagrada que habrían de heredar sus descendientes, cuando aprendieran a
rendir culto a Hashém y a temerle. Y le mostró los caminos que habría de
recorrer su descendencia antes de merecer su tierra y una vida de paz. Dispuso
que Abrám se llamara, en lo sucesivo, Abrahám, que en hebreo alude a que
sería como un padre no sólo para su propia descendencia sino también para los
otros pueblos, que aprenderían de él a rendir culto a Hashém y a ser buenas
personas. Por ello, cuando alguien se convierte al Judaísmo, se acostumbra
llamarle "ben-Abrahám", hijo de Abrahám, porque pasa a ser como otro hijo de
Abrahám aún si biológicamente no es su descendiente.
Durante toda su vida anduvo Abrahám de uno a otro sitio, y junto a su esposa
Saráh enseñó a los hombres a cumplir las siete mitsvót, a rendir culto a
Hashém, a orarle, y a ser buenos los unos con los otros. Muchos aprendieron de
él, e iniciaron a muchos más en la sabiduría. Aún cuando no todos
permanecieron discípulos fieles a las enseñanzas de Abrahám, cada uno portaba
algo de ellas consigo, y en mayor o menor medida, a todos llegó de algún modo
el ejemplo de Abrahám.
7. D's cerró un pacto con Abrahám, según el cual sus descendientes serían los
elegidos de D's, y tendrían la importante misión de enseñar al resto de los
pueblos a rendir culto a D's. Pero antes de ello, pasarían cuatrocientos años
muy duros, de preparativos para ser el pueblo de Hashém, y pasarían por
experiencias difíciles y aún amargas, para aprender a ser fuertes y fieles a
Hashém.
Cuando tenía Abrahám cien años, tuvo un hijo de su esposa Saráh, que de
noventa años, daba a luz por primera vez. A través de un milagro, Hashém hizo
que tuvieran un hijo a tan avanzada edad, para que llegara al mundo Itsják:
sobre él recaería continuar el camino de su padre Abrahám, y enseñar a los
hombres con el ejemplo del culto a D's. Con sus otras esposas también tuvo
hijos Abrahám; mas estos hijos, si bien aprendieron de él, no se le parecieron.
Abrahám los envió a distintos países, en los que enseñaron pequeñas partes de
la Toráh de su padre. El pueblo más grande de entre los hijos de Abrahám nació
de Ishmaél hijo de Hagár, y son los árabes de nuestros días. Los demás se
mezclaron entre los pueblos, y no son identificables en la actualidad.
Abrahám es llamado "Abinu" (nuestro padre), su esposa Saráh "Imeinu"
(nuestra madre); estos nombres hacen honor a su carácter de los primeros
hebreos, de los inauguradores de nuestro pueblo .
Itsják Abinu
Itsják era un hombre santo, que había consagrado su vida a D's desde el la
niñez: tan es así que estuvo dispuesto a ser sacrificado a D's, cuando El ordenó
a Abrahám ofrendarlo en señal de fidelidad y obediencia, en el monte Moriáh:
un lugar que luego se convertiría en el Kódesh HaKodashím, el espacio más
sagrado dentro de lo sagrado, en el centro del Beit Hamikdásh, el Templo de
Jerusalem.
Pero D's sólo quería probar a Abrahám y de ningún modo requeriría la muerte
de Itsják, quien salió inmensamente fortalecido de la experiencia, y elevado de
espíritu por haber consentido constituir él mismo la ofrenda.
Abrahám tomó a Rivkáh, de entre su propia familia en Arám, por esposa para
su hijo; evitó así que se uniera a alguna de las hijas de la tierra en que vivían,
donde la gente en general no solía tener las mejores cualidades. Rivkáh era
desde su niñez una persona buena, y a su llegada al hogar de Abrahám e Itsják
aprendió Toráh y alcanzó en cualidades y sabiduría a Saráh Imeinu, su suegra,
gracias a lo cual mereció ser considerada también una de las matriarcas de
nuestro pueblo, con el nombre de Rivkáh Imeinu.
Itsják y Rivkáh tuvieron dos hijos mellizos. Mientras fueron pequeños, alentó
Itsják la esperanza de que ambos serían tsadikím y devotos de lo sagrado. Mas
cuando arribaron a la adultez, fue claro que los malos instintos de Esáv eran
muy poderosos, y lo guiaban hacia la comisión de malas acciones. Aún así no
quiso Itsják perder las esperanzas a su respecto, y mantuvo la expectativa de
que, con el paso del tiempo, se uniría a Iaakóv y juntos originarían un único
pueblo que rendiría culto a Hashém y seguiría el camino de la Toráh. Pero no
sucedió así: Esáv abandonó a su padre Itsják y emigró a la tierra de Seír,
8. donde se relacionó con quienes la habitaban, y de ellos en conjunto salió más
tarde el pueblo de Edóm.
Ia'acóv Abinu
Ia'acóv pasó muchos años aprendiendo Toráh de su padre Itsják así como en la
academia de Shem y Ever. Se estudiaban allí las siete mitsvót que Hashém
entregó a Nóaj, y sus detalles, y todo lo concerniente a la sabiduría relacionada
con ellas; se aprendía cómo cumplir con las mitsvót y cómo criar y educar
hombres justos y sabios; cómo rendir culto a Hashém y cómo alejar a los
hombres de la idolatría y de las malas acciones.
Más tarde, se dirigió a la tierra de Arám en que residía la famila de su padre,
donde trabajó la haciendo de Laván; al cabo de los años contrajo matrimonio
con Leáh y más tarde con Rajél. También a ellas las llamamos "nuestras
Madres", pues a través de ellas, apoyadas también en Bilháh y Zilpáh (que a
pedido de Rajél y Leáh tomó Ia'acóv por esposas también, para que
multiplicaran la descendencia de hombres justos), surgieron las doce tribus de
Israel: Reubén, Shimón, Leví, Iehudáh, Isasjár, Zevulún, Dan, Naftalí, Gad,
Ashér, Ioséf y Biniamín.
Ia'acóv pasó veinte años en la tierra de Arám, y desde el día de su llegada se
dedicó a enseñar a la gente los caminos de vida correctos. Aún cuando no
contamos con detalles acerca de su influencia, no cabe duda de que sus
enseñanzas cundieron entre los pobladores de Arám, y a través de ello,
incidieron en el desarrollo de la cultura Aramea. Debemos considerar que,
aunque Abrahám Abinu y sus hijos hablaban hebreo, también dominaban el
arameo, que se convirtió en una suerte de segunda lengua de Israel, hasta el
punto en que todos los Jumashím (libros de Toráh) de nuestros días, incluyen
su traducción al arameo realizada por Onkelus y por Ionatán ben-Uziel.
En la última etapa de su vida, vivió Ia'acóv durante diecisiete años en Egipto. Al
igual que su abuelo Abrahám, también él enseñó a muchas personas todo lo
relacionado con el culto a Hashém, y cuanto se debe saber para cumplir con el
propósito de ser buenos. Faraón, rey del país inmenso y próspero que era
Egipto, solicitó de Iaakóv su bendición; y el pueblo entero lo veló y acompañó a
su sepultura en la tierra de Cnáan, porque reconocían en él a un Hombre
consagrado a Hashém.
El pueblo de Israel en Mitsráim
Las Tribus de Israel
Los doce hijos de Ia'acóv son conocidos por el apodo de "Las Tribus de
Hashém", las tribus que pertenecen a Hashém, porque todos ellos eran
hombres que consagraban sus acciones, y que estudiaban y aplicaban la
sabiduría, y de ellos surgió el pueblo todo de Israel. Ellos, con todas sus
familias, descendieron a Egipto para sumarse a su hermano Ioséf, que se había
convertido allí en un hombre poderoso; y hasta él llegaron, huyendo de la
hambruna que asolaba la tierra de Cnáan.
9. En su juventud, Ioséf y sus hermanos habían vivido una pelea muy dura que
había separado sus destinos. Ioséf era un joven iluminado y sabio, y Iaakóv su
padre le dedicaba atención especial y le daba mucha importancia. Sus
hermanos, por el contrario, sentían que Ioséf tenía una exagerada fantasía y
vanidosamente deseaba ser reverenciado, lo que avivaba los celos que les
producía la evidente preferencia de su padre. De modo tal que llegaron a la
conclusión que, así como IshmaEl había sido desterrado de la casa de Abrahám
para que no corrompiera a Itsják, y así como Esáv había abandonado el hogar
de su padre Itsják, también Ioséf debía ser enviado lejos de la casa de Ia'acóv.
Una vez que hubieron tomado la decisión, lo entregaron a unos mercaderes
ishmaElitas que iban rumbo a Egipto, a través de un acto simbólico de venta
por una suma irrisoria, realizado para que los ishmaElitas lo consideraran
esclavo de su propiedad. Así fue como Ioséf llegó a Egipto. A la postre, como
sucede siempre con los hombres que rinden devoción al bien y a lo sagrado, los
hermanos de Ioséf se descubrieron equivocados y se arrepintieron de su acción,
y la familia se reunió en Egipto bajo excelentes condiciones gracias a la posición
alcanzada por Ioséf durante su larga estancia allí.
Fechas importantes
Abrahám Abinu nació en el año 1948 (1812 antes de la Era Común);
Itsják Abinu nació en el año 2048 (1712 antes de la Era Común);
Ia'acóv Abinu nació en el año 2108 (1652 antes de la Era Común);
Ia'acóv y sus hijos descendieron a Egipto en el año 2238 (1522 antes de la Era
Común)
Nótese que todas las cifras terminan en 8 para nuestra cuenta, y en 2 para la
cuenta de la Era Común.
El pueblo de Israel en Mitsráim
Lo bueno y lo malo en la tierra de Mitsráim
Ia'acóv y sus hijos llegaron a Egipto ("Mitsráim", en hebreo, que significa
"opresiones") en un momento en que la tierra de Cnáan luchaba contra la
hambruna. Durante casi ciento diez años, estuvieron cómodos y fueron
prósperos en Egipto. El egipcio era un pueblo sabio y rico, pero eran idólatras y
cometían todo tipo de malas acciones. Los descendientes de Israel, que aún no
habían recibido la Toráh, aprendían de ellos porque vivían juntos, y los hijos de
ellos se educaban en las escuelas de los egipcios; escuelas en cuya institución
los egipcios fueron pioneros del Mundo Antiguo.
Entonces Hashém produjo un vuelco en el sentir de los egipcios, que
comenzaron a temer que los hijos de Israel terminaran por sobreponerse a ellos
y apoderarse de su territorio: el pueblo de Israel era cada vez más numeroso, y
10. a medida que se reproducía, se expandía territorialmente también. Y sumada a
la sabiduría heredada de su familia, conocían también todo lo que los egipcios
sabían, lo que a ojos de éstos los convertía en aún más peligrosos. De modo
que decidieron los egipcios que era tiempo de desestimular por el crecimiento
de los hebreos, y para lograrlo, les sometieron a una esclavitud feroz y
despiadada, que fue sólo el inicio de una serie de acciones llevadas a cabo con
saña: tal sucedió, por ejemplo, cuando por un decreto de Faraón, los recién
nacidos entre los hebreos eran arrojados al río; y cuando las parejas de Israel
eran separadas de hecho, por vía de forzar a los hombres a pernoctar en el
campo para extender más fácilmente su jornada laboral. Así estuvieron las
cosas, desde que se acabó la época de bonanza, durante casi noventa años.
Los hebreos gritaron entonces suplicando a Hashém que los salvara, que los
redimiera de esa horrible esclavitud, para poder rendirle culto como lo hicieran
sus ancestros Abrahám, Itsják y Ia'acóv. Hashém atendió a sus ruegos y envió
a Moshéh como emisario frente a Faraón, con la orden de terminar con el
sometimiento, y librar a la voluntad de los hebreos su vocación de servir a
Hashém y salir a rendirle culto.
Faraón no se mostró dispuesto a liberar a sus esclavos, y en cambio, prefirió
denigrar a los hebreos y a la fe de éstos en Hashém. La respuesta de Hashém
fue progresiva y contundente, dándole oportunidad entre pena y pena de
arrepentirse y desertar del camino del mal: diez terribles plagas abatió sobre
Egipto y gran cantidad de castigos, para hacerles reconocer el Reinado de
Hashém sobre toda la Creación; y para no dejarles más opción que liberar al
pueblo de Israel de su yugo vil, y auspiciar la salida de Israel de Egipto, hacia
donde Hashém les indicase realizar las acciones que requiriesen el culto y la
devoción.
Los egipcios mantuvieron tercamente su negativa por largo tiempo, y ni bien se
desvanecía el pavor que sucedía a cada plaga y castigo, nuevamente se
endurecían sus corazones, y martirizaban aún más a Israel. Hasta que
finalmente cejaron, y empujaron a Israel hacia fuera de su tierra.
Poco duró, aún así, su buena voluntad y su temor: se arrepintieron de haberlos
liberado, y salieron entonces a dar captura a los hebreos. Los arrinconaron
contra la costa del Mar Rojo, seguros de atraparlos y aniquilarlos. Pero ese fue
el momento que escogió Hashém para revelar uno de los más imponentes
milagros que produciría a lo largo de toda la existencia de Israel: separó en dos
las aguas del Mar Rojo de modo tal que dos murallas verticales de agua
demarcaban un sendero completamente seco, por el que el pueblo de Israel
pasó hacia la otra margen del Mar. Incrédulos aún de que se tratase de un
milagro al servicio de Israel, se lanzaron tras ellos por el sendero de tierra seca
que atravesaba el mar; mas ni bien estuvieron todos ellos entre las murallas de
agua se desplomaron éstas sobre ellos, ahogando a Faraón y todo su ejército
sin excepción.
Quinientos años después del nacimiento de Abrahám y cuatrocientos años
después de que naciera Itsják, estaba por fin el Pueblo de Israel atravesando el
desierto, en camino de retorno a la tierra de Cná'an. Eran seiscientos mil los
hombres, con quienes iban las mujeres, los niños y gran cantidad de conversos,
provenientes tanto de Egipto como de otras naciones y pueblos que habían
presenciado los milagros de Hashém, y habían reconocido que Hashém, el D's
de Israel, es el único D's verdadero, y habían decidido entonces rendirle culto
junto con Israel.
11. Moshéh Rabeinu
Ciento treinta años después de que descendieran a Egipto los hijos de Israel,
nació Moshéh Rabeinu, Moshéh nuestro maestro, nuestro Rab. Sobre la
grandeza de Moshéh y la magnitud de su virtud, dirá después Hashém en la
Toráh: "Mi siervo Moshéh, en toda mi morada, es fiel", así como "Y el hombre
Moshéh es muy humilde y más que cualquier otro hombre sobre la faz de la
Tierra". Obtuvo esa grandeza merced a su especial cercanía con Hashém, y a
las enseñanzas que recibía de El. Pero estaba en él, desde un principio y de su
propia naturaleza, una profunda sabiduría; y ya cuando nació se llenó de
intensa luz la casa de sus padres, porque acababa de llegar al hogar ese alma
sagrada con vocación de bien y devota de Hashém.
Moshéh nació en días muy difíciles para el Pueblo de Israel: justamente cuando
Faraón acababa de decretar que todo hijo varón que naciera en las familias de
Israel, debía ser arrojado al río Nilo. Su madre, Iojébed, sufrió muchísimo
mientras hacía un gran esfuerzo por ocultarlo y salvarlo. Finalmente, lo
depositó entre los juncos y cañaverales a la orilla del Nilo, con la esperanza que
no allí no se oyera su voz y, por consiguiente, no fuera encontrado. Pero
rápidamente lo halló, no la siniestra policía de Faraón, sino una hija de Faraón,
de espíritu bondadoso, que llena de piedad lo rescató para salvarlo. Cuenta el
Midrásh que Batia, tal su nombre, padecía de lepra cuando halló a Moshéh, y
que merced a su acción piadosa, le envió Hashém instantáneamente la curación
milagrosa. Y desde ese momento, creció Moshéh como un niño egipcio
privilegiado, en el palacio de Faraón.
Pero Moshéh albergaba la conciencia de su identidad hebrea, sabía de su
pertenencia al Pueblo de Israel, y sufría por la esclavitud y la miseria a que
estaban sometidos sus hermanos. En secreto, aprendía con su padre y con los
ancianos de su pueblo, e intentaba por todos los medios beneficiar a Israel.
Incluso influenció en Faraón de modo tal de lograr que los hebreos tuvieran el
Shabát por día de descanso de su sometimiento, y acudía a las casas de ellos a
consolarles e insuflarles ánimo y esperanza.
Pero hubo un tropiezo, un punto de inflexión en el rol que desempeñaba
Moshéh en Egipto. Quiso un día evitar que un guardia egipcio se ensañara sobre
uno de los esclavos hebreos. Y sólo pudo salvarlo del tormento, dando muerte
al egipcio. Ni bien hubo cometido ese acto de justicia, y enterado que fue
rápidamente el Faraón, ordenó éste capturar a Moshéh para ejecutarlo en
castigo por su acción. Moshéh se vio obligado a huir prestamente y salir de
Egipto en dirección a otras tierras en las que verse a salvo; y llegó así a Midián,
donde tomó a Tsiporah, hija del sacerdote midianita Itró, por esposa; y
permaneció con ella allí, en casa de su suegro, por muchos años.
Al cabo de este tiempo regresó Moshéh a Egipto, finalmente. Hay quienes dicen
que, en medio, fue rey en la tierra de Cush. Retornó a sus hermanos tal como
Hashém le ordenó hacer, y realizó, siguiendo la guía de Hashém, maravillas y
milagros a ojos de todo Egipto, en la tierra y en el mar. Una vez liberado el
Pueblo de Israel de la esclavitud y muertos Faraón y su ejército, Moshéh fue
designado por Hashém para conducir al Pueblo de Israel durante cuarenta años
de tránsito por el desierto, y para hacerles entrega de la Toráh y enseñarles a
cumplir con sus mitsvót.
No estableció Moshéh por iniciativa propia ni una sóla Ley, ninguna regla,
ninguna norma. Todo lo que transmitió al Pueblo de Israel lo hizo en obediencia
a las órdenes claras que recibió directamente de Hashém. Aún así, es llamada
la Toráh con el nombre de Torát Moshéh, "la Toráh de Moshéh", porque deseó
12. Hashém ensalzar y dar honor de este modo a Moshéh: su siervo leal y fiel
maestro de su grey.
Bnei-Israel: el pueblo de Hashém
La entrega de la Toráh
Durante casi dos mil quinientos años, Hashém requirió del hombre el
cumplimiento de sólo siete mitsvót. Pero aún estas siete eran transgredidas por
los hombres, que desconocían a D's, y practicaban cultos idolátricos.
Siempre había entre los hombres, sabios sobresalientes con vocación de
maestros, que deseaban enseñar a los demás cómo debe conducirse un hombre
en el camino correcto. Mas ellos ignoraban cuál fuera el camino correcto. Los
hombres no tenían Toráh, no contaban con la Enseñanza Verdadera.
Cuando Bnei-Israel estuvieron preparados y aptos para ser redimidos de su
esclavitud en Egipto, comenzó Hashém a instruirlos acerca de cómo ser buenas
personas, y como rendir culto a D's con pureza y sacralidad.
En el último mes de la estancia de Bnei-Israel en Egipto, les fue ordenado
hacerse unas pizarras especiales, llevar a cabo una ofrenda de Pésaj y todo el
ritual de Pésaj, y recibieron otras mitsvót relacionadas tanto a la relación del
hombre con el Creador como a la relación del hombre con su prójimo. En un
lugar del desierto llamado Maráh les fueron dadas otras mitsvót. Pero todo ésto
no fue sino preparación y prólogo para la Entrega de la Toráh en Sinai.
Antes aún de la Entrega de la Toráh en Sinai, fueron entregadas a Bnei-Israel
las mitsvót de Hashém por intermedio de Moshéh. Y recién entonces se reveló
D's ante todo el pueblo, y oyeron Su Voz y Su Palabra. El pueblo todo se
estremeció, porque la voz de D's era sublime, imponente y poderosa, y también
el aspecto de la montaña se veía terrible, porque la montaña se había
convertido en parte del Mundo Superior, se había incorporado al Reino de los
Cielos. Casi salió de sus cuerpos el alma de cada uno de Bnei-Israel por el
terror que experimentaron, y pidieron a Moshéh que él aprendiera en lo
sucesivo directamente de Hashém la Toráh y luego viniese a enseñarles a ellos,
porque no podrían aprender directamente de Hashém.
Hashém aceptó su ruego. Moshéh subió hacia Hashém y estuvo con El hasta
que aprendió toda la Toráh completa. Sobre dos grandes piedras escribió
Hashém cuanto había escuchado el pueblo directamente de El al pie del Sinai.
Estas piedras fueron colocadas en el Arca Sagrada que ordenó Hashém erigir en
el sector del Mishkán que lleva el nombre de Kódesh HaKodashím (lo más
Sagrado de lo Sagrado), y en el Arca Sagrada estuvieron siempre. Luego,
enseñó Moshéh a Bnei-Israel cuanto Hashém le había enseñado e instruido
transmitirles, y escribió en un libro, de acuerdo a la orden recibida de Hashém,
una síntesis de toda la Toráh que había aprendido. El resto de la enseñanza le
instruyó Hashém transmitirla al pueblo de forma oral, porque eran explicaciones
y extensiones de la Toráh escrita y sería preferible que las supieran de
memoria, para que se la pudiera explicar a cada uno de acuerdo a su propia
capacidad, punto de vista y entendimiento (en todas las formas de sabiduría el
hombre recibe título de experto si domina el conocimiento de que se trate sin
necesidad de apoyarse en el texto escrito). Parte importante de la sabiduría la
13. transmitió Moshéh sólo a hombres sabios especialmente preparados: partes de
la sabiduría que la mente y el corazón de la gente común no se encuentra
preparada para absorber. Esta parte de la sabiduría se llamó "Cabaláh", que
significa "recepción", porque en ella el papel fundamental en la transmisión está
en quien recibe y no en quien da, por cuanto todo depende de la propia
preparación para comprender la profundidad y la trascendencia.
La Toráh que entregó Hashém al pueblo de Israel
La Toráh se compone de cinco libros; todos ellos dictados por D's a Moshéh que
los trasladó al pergamino. En una primera etapa, escribió todo el libro de
Bereshít (Génesis) hasta la sección conocida como "Mishpatím". Subió luego
nuevamente a aprender de Hashém la Toráh completa. Y no escribió lo que
aprendió durante esos cuarenta días con sus noches que pasó junto a Hashém,
hasta que recibió la orden expresa de hacerlo, ya en Ohel Mo'éd (la Tienda del
Testimonio), habiendo acampado el pueblo en Arvót Moáb.
La explicación de la Toráh la transmitió de modo oral, mientras la Toráh escrita
se encontraba en exhibición ante los ojos de sus discípulos. Hay, no obstante,
quienes interpretan que todas sus enseñanzas las brindó de modo
completamente oral, y que recién al cabo de los cuarenta años de tránsito por
el desierto, depositó en letras escritas sobre pergamino cuanto Hashém le había
ordenado escribir. En la actualidad, todas estas explicaciones residen en los
tomos del Talmud de Babilonia y el de Jerusalem, así como en las
recopilaciones de Midrásh.
La mayor profundidad de las explicaciones fue brindada por Moshéh sólo a unos
pocos; ésto es: a quienes estaban preparados y dispuestos a recibirla. Esta
enseñanza se transmitió oralmente, de maestro a discípulo, por muchas
generaciones, y hoy se encuentra en los numerosos libros de la "Cabaláh", no
obstante lo cual, aún contando con ellos, se sigue transmitiendo de igual modo,
recibiendo el conocimiento cada discípulo de su maestro , y perpetuándolo en
enseñanza, cada uno, a su vez.
El pueblo de Israel en el desierto
Aún cuando Moshéh se encontraba al frente del pueblo y lo guiaba, y aún
cuando contaba con otros grandes hombres que le secundaban y aún con su
hermano Aharón, y aún cuando el propio D's no dejaba detalle de la realidad sin
dar a su respecto instrucciones precisas a Israel, aún así, no faltaban
obstáculos y pruebas a superar todo el tiempo. No fueron pocos los pecados y
transgresiones de esa generación de Bnei-Israel que salió de la esclavitud de
Egipto, y que estuvo luego frente al Monte Sinai.
Mas estaba en los planes de Hashém obrar por el bien de Israel y por el bien
del mundo entero, y tal propósito exigía expandir y profundizar el
entendimiento de esa generación para que enmendaran sus acciones y se
hicieran buenos, hasta que el pueblo de Israel entero mereciera el nombre
sagrado y fuera maravilla y ejemplo ante los ojos de los demás. Por esa razón y
en aras de dicho fin, Hashém castigó de inmediato cada uno de sus pecados.
14. Esta fue la razón de que permanecieran nada menos que cuarenta años en el
desierto, durante los cuales Hashém les brindó alimento proveniente de los
Cielos de modo milagroso. Así como cae para nosotros el agua a modo de lluvia
desde lo alto, así recibieron Bnei-Israel durante cuarenta años el Man cayendo
para ellos cada día de los Cielos. El Man tenía por misión, además de alimentar
el cuerpo, afianzar la fe en el alma. Por consiguiente, estaba prohibido
conservar de él de un día para el siguiente, de modo tal que no había más
certeza de alimentos para cada día que la fe en que el Man sería provisto por
Hashém, puntual y fresco, sin interrupción. Sólo un día por semana, los
viernes, para completar la maravilla, descendía a los campos una porción doble
de Man, destinado al mismo día y al siguiente, Shabát, en que la recolección
estaba prohibida.
También el agua para beber les proveyó Hashém durante todos esos años de
modo milagroso, y la sombra que los protegiera del calor del desierto,
envolviéndoles desde las nubes espesas que les acompañaban durante el
trayecto.
Al cabo de cuarenta años, el pueblo de Israel era ya sabio y tsadík en alto
grado. Eran vigorosos y valientes, y estaban entrenados en las artes de la
guerra. Podían ya enfrentar a los ejércitos que les aguardaban en su Tierra,
conquistar su lugar y erigir en él un Reino Sagrado.
Fechas importantes:
Entrega de la Toráh: Jeshván de 2448 (1392 A.E.C.)
Fin de los 40 Años en el Desierto: Jeshván de 2488 (1272 A.E.C.)
La conquista de la tierra sagrada
La guerra en la ribera oriental del río Iardén
Cuando comenzaron Bnei-Israel a viajar rumbo a su Tierra, los pueblos que la
habitaban salieron a impedirle el paso. La Tierra Sagrada se encuentra en la
ribera occidental del río Iardén, que la recorre a casi todo su largo de norte a
sur. Al este y al sur del río vivían numerosos pueblos. Al sur los Edomitas, los
Amonitas y los Moabitas. Fue donde éstos habitaban la primera tierra que
atravesaron Bnei-Israel en su camino. Hashém ordenó a Bnei-Israel evitar la
guerra con estos pueblos, entre los que había mucho bien: entre los Edomitas,
restaba algo de la Toráh que su ancestro Esáv recibiera de su padre Itsják; en
los Amonitas y Moabitas, quedaba la Toráh aprendida de Lot, sobrino y discípulo
de Abrahám. Todos ellos hablaban hebreo, y había entre ellos quienes en el
futuro se convertirían a la verdadera fe y tomarían para sí también, por
emblema y camino de vida, la Toráh que Hashém acababa de entregar a Bnei-
Israel.
De modo que, para evitar la confrontación con ellos, se dirigieron Bnei-Israel
rumbo al norte.
Vivían allí dos pueblos poderosos gobernados por dos reyes, cuyos nombres
eran Sijón y Óg. Estos pueblos eran malvados y pecadores. Aún así, Bnei-Israel
prefirieron no trabar lucha con ellos, porque no sería por la fuerza que podrían
enseñarles a rendir culto a Hashém y practicar el bien. Moshéh les envió
mensajes de buenas palabras, mensajes de paz y de verdad; y les solicitó
autorización para pasar, con todo Bnei-Israel, a través de sus tierras rumbo a la
15. tierra que se hallaba del otro lado del río Iardén, la Tierra Sagrada en que
ordenó D's a Bnei-Israel asentarse para erigir en ella un Reinado Sagrado
devoto de Hashém, del que todos los pueblos pudieran aprender cómo practicar
el bien y consagrarse al culto de la verdad.
Estos pueblos no aceptaron las palabras de Moshéh porque no estaba en su
intención creer en Hashém, y no se mostraron dispuestos a permitir que Bnei-
Israel erigieran una tierra sagrada. Ellos estimaron que podrían vencer y
exterminar a Israel y salieron a su encuentro con un ejército enorme. Entonces
ordenó Hashém a Moshéh salir a la guerra contra ellos. La guerra de Moshéh
estuvo llena de maravillas, porque Hashém iba ante él, con él y a su
retaguardia. Muy pronto conquistó Moshéh las tierras de Sijón y de Óg, y el
camino hacia la tierra en la ribera occidental del río Iardén quedó despejado
ante ellos.
Bnei-Israel se establecieron por un tiempo en las ciudades conquistadas, mas
no estaba en los planes de Moshéh permitirles reposar mucho tiempo allí,
porque todos ellos debían cruzar el Iardén y llegar a la tierra que les había sido
destinada desde siempre. Sólo dos de las tribus, Reubén y Gad, a la que luego
se unió la mitad de la tribu de Menashéh, solicitaron a Moshéh quedarse de ese
lado del Iardén, comprometiéndose a estar junto al resto del Pueblo de Israel
en todas las batallas que les esperaban en la ribera occidental. Argumentaron
que sería una buena medida hacerlo así, de tal modo que el Pueblo de Israel
contara con una tierra más extensa, al tiempo que no les parecía conveniente
abandonar esas tierras fértiles, conquistadas por orden de Hashém, desiertas e
improductivas.
Moshéh aceptó su propuesta, luego de que se comprometieran a tomar parte de
la conquista de las tierras de la ribera occidental. Más tarde, la falta de esas
dos tribus y media en la Tierra de Israel generó inconvenientes, porque no
había suficiente gente para poblar toda la tierra que les era propia, y Bnei-
Israel terminaron relacionándose en exceso con los cnaanitas, de quienes no
aprendieron buenas lecciones.
Tras finalizar la guerra contra Sijón y Óg, completada su misión, impuso
Moshéh a Iehoshúa como líder sucediéndole, y se despidió de este mundo tras
haber contemplado, a la distancia, la soñada tierra de Cnáan que habría de
convertirse en Israel.
La conquista de la Tierra de Cná'an
La tierra que se encuentra junto a las orillas del Mar Mediterráneo, desde el
norte junto a las montañas del Líbano, hasta el sur rozando el Mar Rojo, es
apta y está preparada para una vida sagrada y pura. Con ese fin fue creada por
D's. Pero por muchos años, no hubo en el mundo personas adecuadas, cuya
naturaleza y su conducta fueran aptas para aprovechar la especial sacralidad de
la tierra. En esos tiempos, se asentaron en ella pueblos descendientes de
Cná'an, cuyo estilo de vida contradecía el carácter sagrado de la tierra, que fue
contaminada por sus malas acciones.
Cuando Bnei-Israel salieron de Egipto, les ordenó Hashém llegar hasta su tierra
y consagrarla a una vida de santidad y pureza, de acuerdo a la Toráh que les
entregó. En cuanto hace a los pueblos que se habían establecido en la tierra de
Cná'an, Hashém instruyó a Israel poner ante ellos tres posibilidades: podían, en
primera instancia, someterse a la fe verdadera y adoptar en sus vidas las siete
mitsvót que había dado Hashém a Nóaj, cuyo incumplimiento pone a los
hombres casi en pie de igualdad con los animales; y tornarse así "guerím
toshavím", extranjeros con derecho a convivir con Israel en su tierra. Si
16. rehusaban hacerlo, aún podían abandonar la tierra de Cná'an y mudarse hacia
otro de los muchos territorios que se hallaban disponibles y vacíos entonces.
Mas si se negaban tanto al cumplimiento de las siete mitsvót como a irse de la
tierra, deberían Bnei-Israel salir a la guerra contra ellos, hasta no dejar ni uno
de ellos con vida en la tierra de Israel.
Todos los pueblos les temían. Uno de estos pueblos, el Guirgashí, abandonó la
tierra y halló nueva residencia en una de las tantas tierras que se encontraban
libres entonces, junto a tantos otros pueblos que se movían, nómades, de lugar
en lugar y se cedían unos a otros sus tierras. Otro pueblo, el Guiv'oní, decidió
acogerse a las condiciones del Pueblo de Israel. Incluso una mujer se unió por
propia cuenta a Israel, y ocultó a los espías hebreos en su casa, y reconoció a
Hashém como único D's en los cielos y sobre la tierra. La mayoría de los otros
pueblos, no obstante, optaron por atrincherarse en sus ciudades amuralladas.
No salieron a la guerra contra Israel, pero tampoco abrieron sus puertas ni
permitieron a Israel ingresar por ellas. Entonces, comenzó la guerra por la
conquista de la tierra.
La primera conquista
La primera ciudad que aparecía en el camino de Bnei-Israel, Ierijó (Jericó),
cayó a través de un milagro imponente: por orden de Hashém, tocaron Bnei-
Israel toques de shofár, y las murallas se abatieron ante ellos. Eso les generó la
certeza de que toda la conquista sería rápida y fácil de lograr. Pero tuvo lugar
el pecado en el seno del pueblo, y fallaron en su intento de conquistar la
segunda ciudad que apareció ante ellos, conocida por el nombre de Ai. Los
pueblos de la tierra, que ya habían concluido que no había modo de hacer
frente a Israel, reconsideraron la cuestión de pronto, y optaron por fortificarse
en sus ciudades y negarse a obedecer a las mitsvót de D's y también a
abandonar sus lugares. Y aún cuando Israel conquistó luego la ciudad de Ai, el
cambio de actitud del resto de los pueblos vecinos ya se había consolidado, y
esperaban a Israel dos guerras difíciles que librar antes de seguir adelante.
La conquista del centro del país
La primer guerra tuvo lugar en el centro del territorio, cerca de donde se
encuentran Ierushalaim y Jebrón. Ese territorio estaba repartido en pequeñas
fracciones gobernadas por quienes se llamaban a sí mismos reyes, que fueron
cayendo todos a manos de Bnei-Israel en poco tiempo. En una última batalla en
que Guiv'ón comandaba a las fuerzas de Israel, Hashém extendió el largo del
día reteniendo la luz del sol en su sitio para que Bnei-Israel pudieran completar
la batalla y dar por culminada la conquista de esta región.
La conquista del Norte
La segunda guerra tuvo lugar en el Norte. Todos los pueblos de la zona,
comandados por el rey de Jatsór, salieron a dar batalla en conjunto contra
Israel. Sabían de la dura derrota que Bnei-Israel habían infligido a los pueblos
del Centro del territorio, pero no había en ellos voluntad de tomar para sí las
siete mitsvót que Hashém les había ordenado, y tampoco estaban dispuestos a
abandonar el lugar en que habitaban. Hashém instruyó a Iehoshúa para que los
17. enfrentase con coraje y con fe, y siguiendo las órdenes recibidas, todo el Norte
del país quedó pronto en manos de Israel.
La interrupción de la guerra
Se interrumpió la guerra entonces. No porque la tierra hubiera sido ya
completamente conquistada, sino por la necesidad de Israel de llevar sus vidas
a un régimen de normalidad. Ciento cincuenta años habían pasado: noventa de
ellos, haciendo el pesado trabajo de confeccionar los ladrillos y edificar y tomar
sobre sí los trabajos del campo a que los forzaban los egipcios; cuarenta años
más en el desierto, y los siete últimos, en las guerras de la conquista.
Siete años más dedicó el Pueblo de Israel a distribuir la tierra, mediante un
régimen de sorteo entre las tribus, tal como les instruyó Hashém. Cada tribu
recibió un sector de la tierra en heredad. No obstante, no llegaban al número
suficiente como para poblar el país entero, y dejaron por ello a numerosos
pueblos viviendo en distintas zonas del país.
La interrupción de las guerras no contradecía la voluntad de Hashém. Bnei-
Israel habían sido autorizados a dedicar un tiempo para ordenar su nueva vida
y distribuir la tierra para su trabajo, de modo que no comenzaran a proliferar
las fieras y la vida salvaje en su tierra. Pero Bnei-Israel estaban cansados de la
guerra y no se mostraron dispuestos a renovar y completar la conquista una
vez cumplidos los objetivos de su interrupción. Cuando por fin emprendieron
nuevamente la campaña de conquista, faltó en ellos el fervor de los primeros
tiempos, y no abocaron ya el mismo esfuerzo por librar la tierra de los pueblos
idólatras que la contaminaban de pecado. Y finalmente, aún sin completar la
tarea, se abocaron a los asuntos de su vida en la tierra y abandonaron la
conquista por completo.
Anunció entonces Hashém a Bnei-Israel que la etapa en que la conquista había
sido fácil y por vía milagrosa, y así se habría podido completar, había
culminado. Que ya no podría Israel expulsar de su tierra a los pueblos vecinos a
los que había permitido permanecer en ella. Israel ya se había adaptado a la
convivencia con sus vecinos y recibía de ellos permanentemente influencias
negativas; y el permiso de hacerse con la tierra completa había tenido por
condición, desde su inicio, la santidad y la consagración de tierra y vida al culto
de Hashém y el cumplimiento de la Toráh. Desde el momento en que Israel no
se demostraba capaz de ponerse a la altura que Hashém le reclamaba, desde el
momento en que Israel no era celoso de la sacralidad de su vida y de su tierra,
habría de pasar una prueba más dura todavía: convivir con los otros pueblos en
su propia tierra, y aún así, evitar su influencia, evitar la adopción de las
costumbres y los vicios y las creencias con que esos pueblos lo querrían
contaminar.
Y la advertencia era clara: si Bnei-Israel no cumplían en lo sucesivo con esta
condición, serían duramente castigados; puesto que para la consagración y la
vida regida por la Toráh les había sido entregada su tierra en heredad .
La época de los Jueces
18. los primeros 300 años
Israel no tiene Rey
Eran tres las órdenes que Bnei-Israel debían obedecer tras la conquista de la
tierra, para llegar a convertirse en el "Reino de Sacerdotes y Pueblo Sagrado",
como se les había instruido en el Monte Sinai. Para comenzar, debían coronar
un rey. En segundo término, debían luchar contra el pueblo de Amalék que
residía en el SurEste de su tierra, y no sólo eran los peores enemigos de Israel
sino, y sobre todo, los más radicales enemigos de la Toráh desde su negativa a
rendir culto a Hashém, D's de Israel. En tercer término, por fin, ya cumplidos
los requisitos previos, construirían el Beit-HaMikdásh, el Gran Templo en
Jerusalem.
El primero y más difícil de los desafíos consistía en la elección de un rey. Este
debía ser un hombre especialmente grande en Toráh y en sabiduría, honesto,
devoto de Hashém, consagrado al bien y a la verdad. Un hombre capaz de
liderar y dirigir al pueblo en un camino de integridad y pureza, y que de él
aprendiesen sus hijos para sucederle. De ningún modo se lo podía elegir a
partir de los criterios comunes de los hombres, sino que debía ser un profeta,
inspirado directamente por Hashém, quien lo señalase y lo impusiese en su
función. Iehoshúa, al igual que Moshéh antes que él, suplicó a Hashém que le
permitiera avanzar este paso, que le indicase de entre el pueblo quién sería
capaz de cumplir tan alta misión, y sin flaquear jamás, dirigir a Israel, salir a
las guerras al frente del pueblo y retornar con él, y gobernarlo con sabiduría
también en tiempos de paz. Pero Hashém no respondió a sus ruegos: no había
aún en el pueblo de Israel un hombre a la altura de tal misión.
Los Jueces locales
Siguiendo el modelo de gobierno que instruye la Toráh, Iehoshúa nombró
Jueces (shoftím) y Policías (shotrím) en todas las ciudades de Israel. A su
fallecimiento, fueron éstos los únicos que quedaron a cargo de liderar al pueblo,
y no había un líder supremo, una personalidad carismática que pudiera dirigir a
Bnei-Israel con mano fuerte, como Iehoshúa y antes Moshéh habían hecho.
En su afán por llevar una vida por fin normal, y de hacer producir a la tierra las
riquezas que se les había dicho produciría, Bnei-Israel llevaban una vida de
mucha labor. Gran parte del pueblo se había instalado en las ricas ciudades
conquistadas a los Cnaanitas, donde todo estaba dispuesto para una vida de
fasto y categoría. Ellos se dedicaban al comercio, intercambiando mercaderías
con quienes cruzaban la tierra de Israel en camino hacia otros lugares, así
como con los pueblos vecinos, aquéllos que no habían sido expulsados de la
tierra.
Otros, habían optado por establecerse en pequeñas colonias rurales, dedicadas
a cultivar la tierra y criar ganado, y trabajaban con tesón, juntándose con sus
vecinos cnaanitas para aprender de ellos los oficios de la tierra.
El estudio era un deber de muy difícil solución en aquellos tiempos. Faltaban
muchos siglos para la aparición de textos explicativos de la Toráh: solamente
se contaba con la Toráh "escrita", y aún ésta era muy difícil de copiar para
ponerla al alcance de todos. De modo que el estudio era, mayormente, oral; y
viviendo como vivían, el hábito de estudiar se debilitaba con frecuencia. Esto
produciría, inevitablemente, que grandes porciones de la enseñanza se fueran
perdiendo y olvidando con el correr de los años.
Al debilitamiento en el estudio, que es lo que sostenía la fuerza de la Toráh en
la vida de Bnei-Israel, se sumó su trato cotidiano con los Cnaanitas: se
19. relacionaban con ellos; hacían con ellos negocios, y aprendían de sus oficios. De
tal modo, que comenzaron Bnei-Israel a aprender de los Cnaanitas también
hábitos y actividades que repugnaban a D's, y a participar de las fiestas y las
formas de culto que aquéllos dedicaban a sus ídolos.
Hashém, actuando desde un justo enojo, hizo que cayeran sobre Israel los
Aramitas, que residían en el NorEste de la tierra. Bnei-Israel fueron atacados
por sorpresa, dado que se sentían seguros del temor que inspiraban a los
pueblos vecinos y no esperaban que ninguno de ellos los enfrentase. Pero ese
temor era como una protección provista por Hashém a su pueblo, en tanto éste
se comportara como la sacralidad y la pureza imponían. En el preciso momento
en que Bnei-Israel incurría en el pecado y se dejaba llevar por las prácticas
idolátricas de sus vecinos, la protección se suspendía. Y Bnei-Israel fueron, por
consiguiente, fácilmente derrotados por los Aramitas, que se impusieron a ellos
y los dominaron.
AtaniEl ben-Knaz
Bnei-Israel comprendieron muy pronto lo que había sucedido, y se apresuraron
a enmendar sus acciones para merecer una vez más el favor de D's. Uno de los
discípulos de Iehoshúa, AtaniEl Ben-Knaz, se destacó por su capacidad de
liderazgo. Había sido, en vida de Iehoshúa, comandante de parte del Ejército
hebreo, y era un hombre valiente y grande tanto en su conocimiento de Toráh
como en su devoción. El asumió, entonces, la dirección del pueblo, y se
transformó en el Juez sobre todos los Jueces de las ciudades, y en el guía del
pueblo en su retorno a Hashém. Conocedor de la realidad del pueblo, rogó cada
día a Hashém que le permitiera coronar un rey, y nunca resultó haber en el
pueblo alguien capaz de cumplir con todas las condiciones en que un rey no
debería faltar. Así fue que el pueblo comenzó a volver a la Toráh, a una vida
sagrada y pura, durante todo el tiempo que fue gobernado por AtaniEl Ben-
Knaz; mas aún no tenía raíces profundas este retorno en el seno del pueblo
cuando le tocó a AtaniEl Ben-Knaz despedirse de esta vida, y quedó el pueblo
acéfalo otra vez.
Entonces se repitió lo previsible. La Toráh y las mitsvót no eran aún un hábito
asentado entre Bnei-Israel, y todos sus vecinos tenían variedad de prácticas
idolátricas, rituales estrafalarios y cultos pecaminosos, y una vez más,
empezaron Bnei-Israel a desviarse de su camino solitario con rumbo a vidas
como las de sus vecinos. Una vez más se sumaron a sus fiestas y aún a sus
reverencias, otra vez descuidaron la Toráh y merecieron el castigo que los
llamase al arrepentimiento.
La derrota que había infligido AtaniEl Ben-Knaz a los Aramitas había bastado
para que éstos no tuvieran voluntad de arremeter contra Israel una segunda
vez; y pasarían cientos de años antes de que lo intentaran nuevamente. Esta
vez, fue el turno de los Moabitas.
Ehúd ben-Guerá
Los Moabitas eran un pueblo pequeño, descendientes de Lot, el sobrino de
Abrahám; y vivían en el sur de la tierra. Cayeron sobre Israel y le dominaron. Y
una vez más, Bnei-Israel comprendieron su error y su traición al Pacto sellado
con Hashém, y una vez más se arrepintieron y retornaron al camino de la
Toráh, y lloraron a Hashém suplicándole los salvara de este nuevo yugo.
Ehúd Ben-Guerá había sido discípulo sobresaliente de AtaniEl Ben-Knaz, y ya
entonces había demostrado su capacidad de liderazgo. De modo que, tras el
fallecimiento de aquél, fue Ehúd Ben-Guerá el enviado por Hashém para
guiarles, no menos en la batalla contra el mal que habitaba en ellos, que en la
20. guerra urgente para expulsar de sobre ellos al reino de Moáb. Ehúd Ben-Guerá
ya se había erigido en líder del pueblo, y había tomado a su cargo el presentar
ofrendas al rey de Moáb para que disminuyera su presión sobre Bnei-Israel. De
modo que, en el momento indicado, salió al frente de Israel para expulsar a
Moáb, y de su mano triunfaron en la guerra y se liberaron de la opresión.
Pasada ya la guerra, permaneció Ehúd Ben-Guerá al frente del pueblo y
encabezando a los Jueces durante sesenta y dos años. Sumado a los doce años
en que había liderado al pueblo de Israel previo a la guerra, su largo liderazgo
duró ochenta años en total.
Shamgár ben-Anát
Durante todos esos años, también Ehúd esperó la oportunidad de coronar un
rey sobre Israel, mas no había aún nadie que pudiera, a jucio de Hashém,
ocupar dicho puesto y cargar con tal responsabilidad. Cuando falleció Ehúd, sólo
un sabio y valiente mas ya anciano de sus discípulos pudo tomar su lugar, y
desmpeñarse como Juez sobre todos los otros Jueces. Este sabio se llamaba
Shamgár Ben-Anát, mas era muy anciano y falleció en el mismo año en que
había asumido su función.
Entre los hombres "grandes" del pueblo, se contaba en ese entonces una mujer,
de cuya gran sabiduría todos sabían y acudían a su arbitrio y su consejo. Esta
gran mujer, de nombre Déborah, a través de su constante estudio y de su
profunda devoción, mereció por fin el don de la profecía, convirtiéndose en
profeta de Israel.
Mas entretanto, ya se había desviado una vez más el pueblo de Israel del
camino que D's le indicara, y otra vez había acudido a las prácticas
pecaminosas de sus vecinos, a lo largo y ancho de toda la tierra de Israel a
ambas márgenes del Iardén.
Deborah la Profeta
Hashém se apresuró a castigar a Bnei-Israel, desde su designio de que se
hicieran por fin pueblo sagrado. Por voluntad de Hashém se irguieron los
Cnaanitas que permanecían en la Tierra de Israel, se hicieron de un soberbio
poder bajo el mando de Iabín rey de Jatsór, y de Sisrá, comandante de su
ejército, que se impusieron sobre Israel. El pueblo de Israel estaba distraído de
su camino, descuidado del estudio, y su conciencia moral se había debilitado
por causa de la desidia y el instinto. No obstante, fue claro el mensaje para el
pueblo de Israel, que despertó otra vez de repente a su identidad y se apresuró
a corregirse y enmendar su camino, bajo la influencia y el mando de Déborah la
Profeta, y de los Jueces ubicados en todas las regiones del país. Hashém ordenó
a Déborah ocupar el puesto de Jueza Suprema y enfrentar, junto a su esposo
Barák, la guerra contra los Cnaanitas.
Juntos, comandaron a las fuerzas de Israel, con todas sus huestes arrepentidas
de los años de alienación y abandono del camino de Hashém, y aniquilaron a los
Cnaanitas que les oprimían con dureza.
21. Mas tampoco durante los días de Déborah vio nacer Israel al hombre apto para
portar la corona de Rey y guiar con energía a su pueblo más allá de ese círculo
vicioso de idolatría-sometimiento-arrepentimiento-redención en que tantas
generaciones habían incurrido. A la muerte de Déborah, quedó otra vez el
Pueblo de Israel sin cabeza visible, por cinco penosos años.
Guideón
Otra vez, los años en que faltó una guía fuerte y centralizada, un Juez Supremo
carismático y capaz de orientar al conjunto del pueblo, fueron funestos para la
conducta de éste. Los hebreos volvieron a desviarse del camino de D's y
siguieron los bajos ejemplos de sus vecinos, actuando contra la voluntad del
Creador de que se volvieran por fin un pueblo sagrado, y vivieran a la luz de la
Toráh. Envió entonces Hashém a los Midianitas, que cayeron sobre Israel con
gran fuerza y se hicieron del control de la tierra. Y volvieron a clamar Bnei-
Israel a D's por auxilio, y en la congoja se arrepintieron de sus malas acciones.
Entonces, envió D's a un hombre de la tribu de Efraím llamado Guideón, y le
ordenó ponerse a la cabeza del pueblo y enfrentar a los Midianitas. Guideón les
venció en la guerra y el pueblo, deseoso de contención, quiso coronarlo rey.
Mas él sabía que no estaba destinado a ello, y desconfió de la capacidad de su
descendencia de ser reyes de Israel, y declinó. Y fue Juez Supremo sobre todo
el Pueblo de Israel durante cuarenta años .
Abimélej
Bastó que se despidiera Guideón de esta vida para que sus temores respecto de
sus hijos se demostraran en la realidad. Uno de ellos, Abimélej, consideró que
le correspondía heredar a su padre en la dirección del Pueblo de Israel, y
decidió coronarse rey de Israel. Mas sus hermanos se opusieron a su intento, y
Abimélej, decidido a hacerse del poder, les asesinó. Secundado por los hombres
de su pueblo, Shjém, se coronó a sí mismo.
A Hashém no le podía complacer semejante rey para su pueblo. Tras tres años
de reinado, mientras intentaba sofocar una rebelión en su contra, una mujer le
mató .
Tola y Iaír
Abimélej murió unos trescientos años después de que Bnei-Israel comenzaran
la conquista de su tierra. Y siguieron a él otros dos Jueces, los últimos en esta
etapa de la historia de nuestro pueblo: Tola ben-Puáh y Iaír el Guiladí (de la
región de Guil'ád).
En tiempos de estos Jueces, Bnei-Israel no se comportaron de modo tan
contrario a lo esperado de ellos por Hashém. Mas tampoco se esmeraron en su
consagración ni se dedicaron especialmente a practicar el bien, y no se
consustanciaron en el estudio de la Toráh como ésta misma exige, puesto que
sin estudio y meditación no puede crecer el hebreo en el camino de D's.
El Pueblo de Israel era ahora mucho más numeroso que cuando llegara a su
tierra. Pero no estaban a la altura espiritual requerida para ser un pueblo
22. sagrado de Hashém poblando la tierra que todo lo provee. La época de
Guideón, Abimélej, Tolá y Iaír duró en total ochenta y ocho años (30 + 3 + 23
+ 22), y a todo su largo, no llegó a revelarse en Israel un hombre capaz de
ejercer el reinado. La desazón y la duda comenzaban a ganar el espíritu de la
gente, que sentía que D's les había abandonado. En la Toráh se les había
prometido que serían un gran pueblo, de importancia trascendente para el
destino del mundo, y por ahora, apenas si eran un pueblo de camino y destino
inciertos, rodeados de enemigos dispuestos a atacarlos a cada instante.
A la muerte de Iaír, el pecado se expandía en el seno del Pueblo de Israel, y
cada vez más personas abandonaban en los hechos el camino de la Toráh, de la
que poco sabían merced a su falta de estudio. La situación se degradó
progresivamente, hasta hacerse más grave que nunca en los trescientos años
que llevaban en la tierra. Se recibe lo que se convoca, y no había modo de que
la transgresión del Orden que los aferraba a lo sagrado pudiera traerles paz. De
modo que Hashém reveló y demostró su enojo otra vez, enviando ahora contra
ellos enemigos más feroces que nunca antes. Los Aramitas, Moabitas, Cnaanitas
y Midianitas, que les habían atacado antes, no se atrevieron a intentarlo
nuevamente, atemorizados por su recuerdo de las magníficas derrotas pasadas,
cuando Hashém saliera a cada batalla a la cabeza de su pueblo. No obstante,
restaban otros deseosos de intentarlo: los Amonitas, que residían entre Moáb y
el territorio de las tribus de Reubén, Gad y la mitad de Menashéh (que
ocupaban tierras en la margen oriental del río Iardén), tomaron la iniciativa, y
durante dieciocho años llenaron de penuria, de angustia y de dolor las vidas del
Pueblo de Israel. Más tarde, se unieron a ellos también los Filisteos, que
provenían de Occidente.
Una vez más se dispusieron Bnei-Israel a repetir el ciclo que ya conocían:
volverían del mal sobre sus pasos, abrazarían la Toráh con la mente y con sus
vidas, y pidiendo de Hashém la salvación, la salvación llegaría. Comenzaron a
corregir sus caminos, a cuidar los preceptos de la Toráh, y gritaron a Hashém
por ayuda. Mas esta vez rehusó el Creador auxiliarles: no se salvaría por vía de
milagros un pueblo incapaz de seguir por sí mismo el camino del bien, que
deserta del mismo inmediatamente cada vez que carece de una mano fuerte
que lo guíe. Trescientos años se había reeditado el mismo ciclo una y otra vez,
y ya no sería aceptable reeditarlo más.
Los Jueces que encabezaron Israel Años de su
ejercicio
Iehoshúa a la cabeza del pueblo 28 años
AtaniEl dirigió al pueblo durante 8 años, hasta la guerra con 40 años
los Aramitas, ejerciendo únicamente de director espiritual;
luego, durante 32 años, lideró al pueblo en la guerra y fue su
Juez Supremo
Ehúd Ben-Guerá estuvo a la cabeza del Pueblo de Israel 80 años
durante 18 años como líder natural y referente colectivo;
más tarde, por 62 años más fue su director militar y su Juez
23. Shamgár Ben-Anát encabezó a Bnei-Israel ½ año
Déborah estuvo al frente de su pueblo durante 20 años, en 40 años
su carácter de profeta, y de sabia a la que todos recurrían.
Por otros 20 años, junto a su esposo Barák, comandó a Israel
en la guerra e hizo de Juez Supremo para el pueblo todo
Durante 6 años careció el pueblo de toda conducción 6 años
Guideón fue Juez y comandante del Pueblo de Israel 40 años
Abimélej ocupó la comandancia de Israel, habiéndose 3 años
coronado rey
Tolá ben-Puáh estuvo al frente del pueblo 23 años
Iaír el Guiladí estuvo a la cabeza de Israel 22 años
El Pueblo de Israel vivió sometido a los Amonitas 18 años
TOTAL: 300 años
El siglo culminante de la era de los Jueces
Iftáj
Cundió el pánico en el seno del pueblo de Israel: ¿Cómo podía ser que Hashém
ya no quisiera salvarles? Ellos sabían que las puertas del arrepentimiento y el
retorno nunca se cierran; acaso, esta vez, deberían pasar por ellas con mayor
conciencia y compromiso que aquéllos a los que se habían habituado. El Pueblo
de Israel, habituado a disponer siempre de un milagro que le salvase en el
momento justo, se sintió desolado de pronto, y en busca de una redención que
hiciera colapsar el pavor del abandono, se abocaron a recuperar el sentido
espiritual de su existencia, desde la buena acción, el estudio y la plegaria.
Desde el fondo de sus corazones lloraron a Hashém y suplicaron: “Sálvanos por
misericordia esta vez, y desde ahora mismo seremos mejores”.
24. Como en un guiño al Creador que siempre les había acompañado, comenzaron
ya a prepararse para la guerra. En la comandancia del ejército pusieron a un
valiente estratega de nombre Iftáj, carente de la grandeza de sus antecesores
mas hábil y con hábito de bien, al que prometieron la jefatura del pueblo todo
una vez obtenida la victoria.
Hashém atendió a la súplica y la acción de Israel, y puso la victoria en las
manos de Iftáj. Mas no fue como antes solía, una victoria espectacular y
contundente, sino apenas el principio del camino: una demostración de que las
puertas del Firmamento permanecerían abiertas a la buena acción y la oración,
pero que éstas deberían demostrarse permanentes para que la verdadera
victoria, permanente y completa, se hiciera patente para el Pueblo de Israel. No
salieron de sobre ellos los Filisteos entonces, e incluso los propios Amonitas
volvieron al cabo de un tiempo a intentar otra vez la dominación de Israel.
Iftáj era temeroso de D's y de sus preceptos, hombre de bien, valiente y lleno
de coraje. Mas no profundizaba el estudio de la Toráh y, por ello, no podía
saber cómo obrar de modo perfecto en armonía con la voluntad de D's y con los
destinos de su Creación. De modo tal que su vida personal se hizo con el
tiempo desgraciada, y murió envuelto en desazón y amargura, dejando
incompleta la labor.
Ivtsán, Eilón y Avdón
Se esforzaba el pueblo en el Trabajo Sagrado, en la labor de ser lo que de ellos
esperaba el Creador. Aún así, durante los años en que Ivtsán, Eilón y Avdón
ejercieron sucesivamente como Jueces de Israel, hubo desertores del camino
del bien en el seno de Israel; aún escasos, impidieron que el mal desapareciera
de su tierra.
Y Hashém, a la vista de que el Pueblo de Israel crecía en el camino del bien y la
verdad, decidió enviar a ellos un nuevo salvador, alguien que, si bien no
pudiera producir aún una salvación irreversible (que requeriría el compromiso
profundo y vital del pueblo todo), quitara de sobre ellos el yugo maldito de los
Filisteos, y pusiera coto a las afrentas que éstos infligían a Israel.
Shimshón (Sansón)
Shimshón, conocido habitualmente como “el Poderoso”, era un hombre sagrado
y consagrado desde su nacimiento al servicio de D's; y eligió luchar solo, sin
más auxilio que el que el Creador le proveyese, contra los Filisteos. De tal
modo, evitaba que éstos tomaran represalias contra todo el Pueblo de Israel
por cada una de las acciones que él, por sí mismo, cometía. A través de
numerosas artimañas, daba la imagen de no ser leal a Israel, de luchar por su
propia gloria; y hasta su propio pueblo por momentos lo creía. Y Hashém, a la
vista de que la nobleza de esta acción beneficiaba a Israel, ponía el éxito en sus
manos.
Los Filisteos, por su parte, podían creer que Shimshón no luchaba contra ellos
en nombre de Israel sino por su propio honor y su gloria, mas no ignoraban que
era hebreo de la tribu de Dan, y temían que el pueblo todo, a la vista de la
valentía y el vigor de Shimshón, se pusiera bajo sus órdenes para salir a la
guerra. De modo que aliviaron a Israel de la dureza con que le oprimían. Y
Bnei-Israel se dedicaron en esos días a aprender y practicar la Toráh y a
amoldar sus vidas al cumplimiento de las mitsvót, bajo la dirección espiritual de
Eli, el Cohén Gadól (Sumo Sacerdote) que se encontraba en Shiló; y que
oficiaría más tarde de Juez Supremo sobre Israel.
25. Elí el Cohén Gadól
Elí el Cohén era primo de Shimshón. Era un hombre consagrado al servicio de
Hashém, de gran dedicación, y depositario de todo el conocimiento de la Toráh
Oral: aquélla que Moshéh no había escrito sino transmitido a Iehoshúa, y éste a
los Ancianos del pueblo, y así, de generación en generación, se transmitía de
maestros a discípulos para seguir enseñándose y aplicándose para todo el
Pueblo de Israel.
Aún en vida de Shimshón, Elí fue elegido Juez Supremo, y tuvo por sede el
Santuario de Shiló, donde se encontraba el Arca con las dos Lujót HaBrít (las
Tablas del Pacto). Mas allí mismo se produciría la próxima caída, porque sus
hijos desertaron del camino del bien, administraron con mezquindad y sin
grandeza los servicios del Templo, y volvieron los Filisteos a la carga entonces,
enviados por Hashém para que fuera purgado el mal de Israel.