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LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES
Introducción
«Cristo es el tema, la iglesia es el medio, y el Espíritu es el poder.»
W. Graham Scroggie
I. Su singular puesto en el Canon
Los Hechos de los Apóstoles es la única historia inspirada de la iglesia; es asimismo la
primera historia de la iglesia y la única historia primaria de la iglesia que cubre los primeros días
de la fe. Todas las otras sencillamente recurren a la obra de Lucas con la adición de algunas
tradiciones (¡y muchas conjeturas!). Sin este libro, estaríamos totalmente a oscuras. Pasar
directamente de la vida de nuestro Señor en los Evangelios a las Epístolas sería un salto
enorme. ¿Quiénes eran las congregaciones a las que éstas se dirigían, y cómo se originaron?
Hechos da respuesta a estas y muchas otras preguntas. Es un puente no sólo entre la vida de
Cristo y la vida cristiana enseñada en las Epístolas, sino también un enlace de transición entre el
judaísmo y el cristianismo, entre la Ley y la Gracia. Ésta constituye una de las principales
dificultades en la interpretación de Hechos, esto es, el gradual ensanchamiento de los
horizontes, desde un pequeño movimiento judío centrado en Jerusalén hasta la fe mundial que
se ha introducido ya en la misma capital del Imperio.
II. Paternidad
La paternidad de Lucas y Hechos es la misma, y en esto el acuerdo es casi universal. Si el
Tercer Evangelio es de Lucas, lo mismo sucede con Hechos, y viceversa (véase Introducción a
Lucas).
La evidencia externa de que Lucas escribió Hechos es temprana, poderosa y extensa. El
Prólogo Antimarcionita a Lucas (c. 160–180), el Canon de Muratori (c. 170–200) y los primeros
padres de la iglesia, Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano y Orígenes concuerdan todos en
la paternidad lucana de Hechos. Lo mismo sucede con todos los que le siguen en la historia de
la iglesia, incluyendo autoridades como Eusebio y Jerónimo.
La evidencia interna en Hechos mismo de que Lucas lo escribió es triple. Al comienzo de
Hechos, el escritor se refiere de manera expresa a una obra anterior, también dedicada a
Teófilo. Lucas 1:1–4 exhibe que el relato mencionado es el del Tercer Evangelio. El estilo, la
perspectiva compasiva, el vocabulario, el énfasis apologético y muchos detalles pequeños ligan
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las dos obras. Si no fuese por el deseo de incluir a Lucas con los otros tres Evangelios, es
indudable que ambas obras habrían sido puestas juntas, como 1 y 2 Corintios.
Segundo, en base al texto de Hechos es evidente que el autor era compañero de viaje de
Pablo. Esto se exhibe en los famosos pasajes en primera persona del plural, «nosotros» (16:10–
17; 20:5–21:18; 27:1–28:16), donde el autor está realmente presente en los hechos que se
registran. Los intentos de los escépticos por explicar estos pasajes como un toque «ficticio» no
son convincentes. Si hubiesen sólo sido añadidos para hacer que la obra pareciese más
auténtica, ¿por qué se introducen con tanta parquedad y sutileza —y por qué no se da nombre
al «yo» implícito en el «nosotros»?
Finalmente, al eliminar los otros compañeros de Pablo mencionados por el autor en tercera
persona, así como compañeros que se sabe que no estuvieron con Pablo durante las secciones
en «nosotros», la única persona viable que queda es Lucas.
III. Fecha
Si bien la fecha de algunos libros del NT no es crucial, es más importante en Hechos, que es
de manera específica una historia de la iglesia, y además la primera.
Se han propuesto tres fechas para Hechos, dos de ellas que aceptan la paternidad lucana, y
una que la niega:
1. Una fecha del siglo II excluye naturalmente a Lucas como autor. Difícilmente habría
podido vivir más allá del 80 u 85 d.C. como mucho. Aunque algunos eruditos (liberales)
piensan que el autor empleó las Antigüedades de Josefo (c. 93 d.C.), los paralelos que
pretenden acerca de Teudas (Hch. 5:36) no concuerdan, y en todo caso las similitudes
no son fuertes.
2. Una postura comúnmente admitida es que Lucas escribió Lucas-Hechos entre los años
70–80. Esto permitiría que Lucas hubiese empleado Marcos en su Evangelio
(probablemente de los 60).
3. Se puede defender bien la postura de que Lucas acabó Hechos donde lo hizo poco
después que termina la historia del libro —durante el primer encarcelamiento de Pablo
en Roma.
Es posible que Lucas tuviese el proyecto de escribir un tercer volumen (evidentemente no
fue la voluntad de Dios), de modo que Lucas no citó aún en este libro los acontecimientos
devastadores (para los cristianos) entre los años 63 y 70 d.C. Sin embargo, las siguientes
omisiones sugieren la fecha temprana: La feroz persecución de los cristianos en Italia a manos
de Nerón después del incendio de Roma (64); la guerra judía con Roma (66–70); el martirio de
Pedro y Pablo (a finales de los 60); y lo más traumático de todo para los judíos y los cristianos
hebreos, la destrucción de Jerusalén. Por ello, lo más probable es que Lucas escribió Hechos
mientras Pablo estaba encarcelado en Roma, el 62 o 63 d.C.
IV. Trasfondo y Tema
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Hechos de los Apóstoles palpita con vida y acción. Ahí vemos al Espíritu Santo obrando,
formando la iglesia, energizándola y expandiéndola. Es el magnífico registro del Soberano
Espíritu, empleando los instrumentos más improbables, venciendo los más formidables
obstáculos, usando los métodos menos convencionales, y logrando los mejores resultados.
Hechos reemprende la narración allí donde la dejan los Evangelios, y luego nos lleva a través
de unas rápidas y dramáticas descripciones a lo largo de los primeros y turbulentos años de la
iglesia primitiva. Es el registro del gran periodo de transición cuando la iglesia del NT se estaba
liberando de las mortajas del judaísmo y exhibiendo su carácter distintivo como una nueva
comunión en la que judíos y gentiles son uno en Cristo. Por esta razón, Hechos ha sido muy
idóneamente llamado la historia de «el destete de Isaac».
Al leer, sentimos algo del entusiasmo espiritual que se hace presente cuando Dios está
obrando. Al mismo tiempo, sentimos la tensión que surge cuando tanto el pecado como
Satanás se oponen y obstruyen.
En los primeros 12 capítulos, el apóstol Pedro ocupa un puesto clave, con su valerosa
predicación a la nación de Israel. Desde el capítulo 13 en adelante, el Apóstol Pablo pasa al
frente como el celoso, inspirado e infatigable apóstol a los gentiles.
Hechos cubre un periodo de unos 33 años. J. B. Phillips observa que en ningún periodo
comparable de la historia humana «nunca ningún grupo pequeño de personas ordinarias ha
movido de tal forma el mundo que sus enemigos pudiesen decir, con lágrimas de rabia en sus
ojos, que esos hombres “han revolucionado el mundo”».
BOSQUEJO
I. LA IGLESIA EN JERUSALÉN (Caps. 1–7)
A. La promesa del Espíritu por el Señor Resucitado (1:1–5)
B. El mandato del Señor a los Apóstoles antes de Su ascensión (1:6–11)
C. Los discípulos esperan en oración en Jerusalén (1:12–26)
D. El Día de Pentecostés y el Nacimiento de la Iglesia (2:1–47)
E. La curación de un cojo, y la acusación de Pedro a Israel (3:1–26)
F. La persecución y el crecimiento de la Iglesia (4:1–7:60)
II. LA IGLESIA EN JUDEA Y SAMARIA (Caps. 8:1–9:31)
A. El ministerio de Felipe en Samaria (8:1–25)
B. Felipe y el Eunuco de Etiopía (8:26–40)
C. La conversión de Saulo de Tarso (9:1–31)
III. LA IGLESIA HASTA LO ÚLTIMO DE LA TIERRA (Caps. 9:32–28:31)
A. La predicación de Pedro del Evangelio a los gentiles (9:32–11:18)
B. La implantación de la iglesia en Antioquía (11:19–30)
C. La persecución a manos de Herodes y la muerte del mismo (12:1–23)
D. El primer viaje misionero de Pablo: Galacia (12:24–14:28)
E. El Concilio en Jerusalén (15:1–35)
F. El segundo viaje misionero de Pablo: Asia Menor y Grecia (15:36–18:22)
G. El tercer viaje misionero de Pablo: Asia Menor y Grecia (18:23–21:26)
H. El arresto y los juicios de Pablo (21:27–26:32)
I. La travesía de Pablo a Roma y el naufragio (27:1–28:16)
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J. El arresto domiciliario de Pablo y su testimonio a los judíos en Roma (28:17–31)
Comentario
I. LA IGLESIA EN JERUSALÉN (Caps. 1–7)
A. La promesa del Espíritu por el Señor Resucitado (1:1–5)
1:1 El Libro de los Hechos comienza con un recordatorio. Lucas, el médico amado, había ya
escrito antes a Teófilo —un escrito que ahora conocemos como El Evangelio Según Lucas (véase
Lucas 1:1–4)—. En los últimos versículos de aquel Evangelio le decía a Teófilo que
inmediatamente antes de Su Ascensión, el Señor Jesús había prometido a Sus discípulos que
serían bautizados con el Espíritu Santo (Lc. 24:48–53).
Ahora Lucas prosigue la narración, y así vuelve de nuevo a esta entusiasmante promesa
como su punto de partida. Y es apropiado que lo haga así, porque en aquella promesa del
Espíritu se escondían en forma germinal todos los triunfos espirituales que se desenvuelven en
el Libro de los Hechos. Lucas describe su Evangelio como el primer tratado o el primer libro. En
aquel había registrado las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. En Hechos prosigue el
registro relatando las cosas que Jesús prosiguió haciendo y enseñando después de Su
Ascensión, por medio del Espíritu Santo.
Observemos que el ministerio del Señor era a la vez de acción y enseñanza. No era doctrina
sin deber, ni credo sin conducta. El Salvador era la viva encarnación de lo que enseñaba.
Practicaba lo que predicaba.
1:2 Teófilo recordaría que el anterior libro de Lucas terminaba con el relato de la Ascensión
del Salvador, descrita aquí como fue recibido arriba. Recordaría también las entrañables
últimas instrucciones que el Señor había dado a los once apóstoles antes de partir.
1:3 Durante los cuarenta días entre Su resurrección y Ascensión, Jesús se apareció a Sus
discípulos, dándoles las más poderosas pruebas posibles de Su resurrección corporal (véase Jn.
20:19, 26; 21:1, 14).
Durante este tiempo, también estuvo conversando con ellos acerca de los temas del reino
de Dios. Su interés principal se centraba no en los reinos de este mundo, sino en el reino o
esfera donde Dios es reconocido como Rey.
El reino no debe ser confundido con la iglesia. El Señor Jesús se ofreció a Sí mismo a la
nación de Israel como Rey, pero fue rechazado (Mt. 23:37). Su reino literal sobre la tierra fue
por ello pospuesto hasta que Israel se arrepienta y le reciba como Mesías (Hch. 3:19–21).
En la actualidad, el Rey está ausente. Sin embargo, Él tiene un reino invisible sobre la tierra
(Col. 1:13). Está compuesto por todos los que profesan adhesión a Él (Mt. 25:1–12). En un
sentido consiste de todos aquellos que afirman ser cristianos; éste es su aspecto externo (Mt.
13:1–52). Pero en su realidad interior incluye solamente a quienes han nacido de nuevo (Jn. 3:3,
5). El reino, en su actual condición, es descrito en las parábolas de Mateo 13.
La iglesia es algo totalmente nuevo. No fue tema de la profecía en el AT (Ef. 3:5). Está
formada por todos los creyentes desde Pentecostés hasta el Arrebatamiento. Como Esposa de
Cristo, la iglesia reinará con Él en el Milenio y compartirá Su gloria para siempre. Cristo volverá
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como Rey al final de la Gran Tribulación, destruirá a Sus ene-migos, y establecerá Su reinado de
justicia sobre toda la tierra (Sal. 72:8).
Aunque Su reinado centrado en Jerusalén durará sólo mil años (Ap. 20:4), sin embargo el
reino es eterno en el sentido de que todos los enemigos de Dios serán al final destruidos, y que
reinará eternamente en el cielo sin oposición ni estorbos (2 P. 1:11).
1:4 Lucas narra ahora una reunión del Señor con Sus discípulos, reunido con ellos en un
aposento en Jerusalén. El Redentor resucitado les mandó que permaneciesen en Jerusalén.
Pero, podrían preguntarse ellos, ¿por qué en Jerusalén? ¡Para ellos era una ciudad de odio,
violencia y persecución!
Sí, el cumplimiento de aquella promesa del Padre tendría lugar en Jerusalén. La venida del
Espíritu tendría lugar en aquella misma ciudad en la que el Salvador había sido crucificado. La
presencia del Espíritu allí daría testimonio del rechazamiento del Hijo de Dios por parte del
hombre. El Espíritu de verdad convencería al mundo de pecado, de justicia y de juicio —y esto
tendría lugar comenzando en Jerusalén—. Y los discípulos recibirían el Espíritu Santo en la
ciudad donde ellos mismos habían abandonado al Señor y habían huido para salvarse. Serían
fortalecidos y cobrarían un valor indómito en el mismo lugar donde anteriormente se habían
demostrado débiles y cobardes.
No era la primera vez que los discípulos oyeron de la promesa del Padre de labios del
Salvador. A lo largo de Su ministerio terrenal, y especialmente en Su Discurso del Aposento
Alto, les había hablado del Ayudador que vendría (véase Lc. 24:49; Jn. 14:16, 26; 15:26; 16:7,
13).
1:5 Ahora, en Su última reunión con ellos, les repite la promesa. Algunos de ellos, si no
todos, ya habían recibido el bautismo con agua de Juan. Pero el bautismo de Juan era externo y
físico. Dentro de no muchos días iban a ser bautizados con el Espíritu Santo, y este bautismo
sería interior y espiritual. El primer bautismo los identificó externamente con el remanente
arrepentido de la nación de Israel. El segundo los incorporaría en la iglesia, el Cuerpo de Cristo,
y los capacitaría para el servicio.
Jesús prometió que serían bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días, pero
no hay mención del bautismo en fuego (Mt. 3:11, 12; Lc. 3:16, 17). Esto último es un bautismo
de juicio sólo para no creyentes, y está aún en el futuro.
B. El mandato del Señor a los Apóstoles antes de Su ascensión (1:6–11)
1:6 Es posible que el incidente que se relata aquí tuviese lugar en el Monte de los Olivos,
delante de Betania. Éste es el punto desde donde el Señor Jesús volvió al cielo (Lc. 24:50, 51).
Los discípulos habían estado pensando acerca de la venida del Espíritu. Recordaban que el
profeta Joel había hablado del derramamiento del Espíritu en relación con el glorioso reinado
del Mesías (Jl. 2:28). Por ello, llegaron a la conclusión de que el Señor establecería pronto Su
reino, por cuanto había primero dicho que el Espíritu sería dado «dentro de no muchos días».
Su pregunta revelaba que todavía esperaban que Cristo estableciese inmediatamente Su reino
terrenal literal.
1:7 El Señor no los corrigió por esperar Su reinado literal sobre la tierra. Esta esperanza
estaba y está justificada. Simplemente, les dijo que no podían conocer cuándo vendría Su reino.
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La fecha había sido establecida por la sola potestad del Padre, pero no le placía revelarla. Era
una información que le pertenecía exclusivamente.
La expresión los tiempos o las sazones se emplea en la Biblia para referirse a los varios
acontecimientos predichos por Dios que han de acontecer aún en relación con la nación de
Israel. Desde su trasfondo judío, los discípulos comprenderían esta expresión aquí como
refiriéndose a los días cruciales antes de e incluyendo el establecimiento del reinado milenial de
Cristo sobre la tierra.
1:8 Habiendo suprimido su curiosidad acerca de la fecha futura de este reino, el Señor Jesús
dirigió la atención de Sus discípulos a lo que era más inmediato —a la naturaleza y esfera de la
misión que les iba a encomendar—. En cuanto a su naturaleza, ellos debían ser testigos; en
cuanto a su esfera, deberían ser testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra.
Pero primero habían de recibir poder —el poder del Espíritu Santo—. Este poder es la
grande e ineludible condición del testimonio cristiano. Uno puede tener mucho talento, una
gran instrucción y amplia experiencia, pero será ineficaz si carece de poder espiritual. En
cambio, uno puede carecer de educación, ser poco atrayente y sin refinamientos, pero si está
dotado por el poder del Espíritu Santo, el mundo se girará para verle arder por Dios. Aquellos
atemorizados discípulos necesitaban poder para testificar, una santa intrepidez para predicar el
evangelio. Recibirían este poder cuando el Espíritu Santo viniese sobre ellos.
Su testimonio iba a comenzar en Jerusalén, una disposición de la gracia de Dios repleta de
significado. Esa misma ciudad donde nuestro Señor fue crucificado fue la primera en recibir el
llamamiento al arrepentimiento y a la fe en Él.
Luego Judea, la sección meridional de Palestina con su gran población judía, y con Jerusalén
como su capital.
Después Samaria, la región en el centro de Palestina, con su odiada población mestiza con
la que los judíos no tenían tratos.
Luego lo último del mundo entonces conocido —los países gentiles que hasta entonces
estuvieron fuera en relación a privilegios religiosos—. En este círculo cada vez más amplio de
testimonio, tenemos un bosquejo general de la corriente de la historia en Hechos.
1. El testimonio en Jerusalén (Caps. 1–7).
2. El testimonio en Judea y Samaria (8:1–9:31).
3. El testimonio hasta lo último de la tierra (9:32–28:31).
1:9 Tan pronto como el Salvador hubo comisionado a Sus discípulos, fue alzado al cielo.
Esto es todo lo que dice la Escritura —Fue alzado, y le tomó sobre sí una nube que le ocultó de
sus ojos—. Un acontecimiento tan espectacular, ¡y sin embargo descrito de una manera tan
sencilla y templada! La contención que los escritores de la Biblia emplearon para contar su
narración apunta a la inspiración de la Palabra. No es normal que los hombres traten unos
acontecimientos tan extraordinarios con tanta reserva.
1:10 Una vez más, sin una expresión de atónita sorpresa, Lucas narra la aparición de dos
varones con vestiduras blancas. Se trataba evidentemente de seres angélicos a los que se les
mandó apareciesen en la tierra en forma de varones. Quizá eran los mismos ángeles que
aparecieron en el sepulcro después de la resurrección (Lc. 24:4).
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1:11 Los ángeles se dirigieron primero a los discípulos como varones galileos. Por lo que
sabemos, todos los discípulos, con la excepción de Judas Iscariote, provenían de la región
occidental del Mar de Galilea.
Luego los ángeles los despertaron del ensimismamiento con que miraban al cielo. ¿Por qué
estaban mirando al cielo? ¿Lo hacían por dolor, adoración o maravilla? Sin duda, era una
mezcla de las tres cosas, aunque principalmente pudiese ser por dolor. Por esto, recibieron una
palabra de consolación. El Cristo ascendido iba a volver.
Aquí tenemos una clara promesa de la Segunda Venida del Señor para establecer Su reino
sobre la tierra. No es el Arrebatamiento lo que está aquí a la vista, sino la venida para reinar.
1. Ascendió desde el Monte de los
Olivos (v. 12)
1. Volverá al Monte de los Olivos (Zac.
14:4).
2. Ascendió personalmente 2. Volverá personalmente (Mal. 3:1)
3. Ascendió de manera visible. 3. Volverá de manera visible (Mt.
24:30)
4. Fue recibido en una nube (v. 9). 4. Vendrá sobre las nubes del cielo
(Mt. 24:30)
5. Ascendió glorioso. 5. Volverá con poder y gran gloria (Mt.
24:30).
C. Los discípulos esperan en oración en Jerusalén (1:12–26)
1:12 En Lucas 24:52 los discípulos volvieron a Jerusalén con gran gozo. «La luz del amor de
Dios encendía los corazones de estos hombres y hacía resplandecer sus rostros a pesar del mar
de angustias que los rodeaba.»
Era un corto viaje de como un kilómetro desde el monte que se llama del Olivar,
descendiendo por el Valle del Cedrón, hasta la ciudad. Era la mayor distancia que un judío podía
viajar en sábado en los tiempos del NT.
1:13 Una vez dentro de la ciudad, subieron al aposento alto donde estaban alojados.
El Espíritu de Dios da aquí los nombres de los discípulos por cuarta y última vez (Mt. 10:2–4;
Mr. 3:16–19; Lc. 6:14–16). Pero ahora hay una destacada omisión: el nombre de Judas Iscariote
está ausente de la lista. El traidor había ido a su merecida suerte.
1:14 Al reunirse los discípulos, lo hicieron unánimes. Esta expresión, que aparece once
veces en Hechos, es una de las claves del secreto de la bendición. Cuando los hermanos moran
juntos en unidad, Dios envía la bendición —vida para siempre (Sal. 133).
En las palabras perseveraban … en oración se da una segunda clave. Ahora, como entonces,
Dios obra cuando las personas oran. Generalmente, haríamos cualquier cosa antes que orar.
Pero es sólo al esperar en Dios con una oración anhelante, creyente, ferviente, sin prisas y
unida que se derrama el poder avivador y capacitador del Espíritu de Dios.
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No se puede enfatizar suficientemente que la unidad y la oración fueron el preludio de
Pentecostés.
Con los discípulos estaban unas mujeres cuyo nombre no se da (probablemente las que
habían seguido a Jesús), y también María la madre de Jesús, y … sus hermanos.
Hay varios puntos interesantes aquí.
1. Ésta es la última mención de María por su nombre en el Nuevo Testamento —
indudablemente «una silenciosa protesta contra la Mariolatría»—. Los discípulos no
estaban orando a ella, sino con ella. Ella estaba esperando con ellos para recibir el don
del Espíritu Santo.
2. María es llamada la madre de Jesús, pero no «la madre de Dios». Jesús es el nombre de
nuestro Señor en Su humanidad. Por cuanto como hombre nació de María, es
apropiado que sea designada como la madre de Jesús. Pero nunca en la Biblia es
llamada «la madre de Dios». Aunque Jesucristo es verdaderamente Dios, es
doctrinalmente inexacto y absurdo hablar de Dios como teniendo madre humana. Como
Dios, ha existido desde toda la eternidad.
3. La mención de los hermanos de Jesús, que venía después de la referencia a María, hace
probable que se tratase de los verdaderos hijos de María y medio hermanos de Jesús.
Varios otros versículos constituyen una adicional refutación de la idea, que tienen
algunos, de que María fue una virgen perpetua y que nunca tuvo otros hijos después del
nacimiento de Jesús (véase, p.ej., Mt. 12:46; Mr. 6:3; Jn. 7:3, 5; 1 Co. 9:5; Gá. 1:19. Ver
asimismo Sal. 69:8).
1:15 Un día, cuando estaban reunidos unos ciento veinte discípulos, Pedro fue llevado a
recordarles las Escrituras del AT que trataban de aquel que iba a traicionar al Mesías.
1:16–17 Ya de entrada, Pedro mencionó que era menester que se cumpliese la profecía
escrita por David acerca de Judas. Antes de citar la Escritura les recordó que aunque Judas
había sido uno de los doce y que había compartido su ministerio apostólico con ellos, sin
embargo sirvió como guía de los que prendieron a Jesús. Observemos la moderación con que
Pedro describe esta vil acción. Judas vino a ser un traidor por su propia y deliberada decisión, y
con eso cumplió las profecías de que alguien vendería al Señor a Sus enemigos.
1:18–19 Estos dos versículos son tratados como un paréntesis escrito por Lucas, y no
forman parte del mensaje de Pedro. Completan los hechos históricos tocantes a Judas hasta el
tiempo de su muerte, y por esto abren el camino para la designación de su sucesor.
No hay contradicción entre la forma de la muerte de Judas de aquí y la que se da en Mateo
27:3–10. Mateo declara que tras haber devuelto las treinta monedas de plata a los principales
sacerdotes y a los ancianos, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes tomaron luego el
dinero y compraron un lugar para sepultura.
Lucas dice aquí que con el salario de su iniquidad Judas adquirió un campo, y que cayó de
cabeza, y se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron.
Reuniendo los dos relatos, parece que la adquisición real del campo la arreglaron los
principales sacerdotes. Sin embargo, Judas compró el campo en el sentido de que fue su dinero
y que ellos actuaron sólo como sus agentes. Él se colgó de un árbol en aquel campo de
sepultura, pero es probable que la cuerda se rompiese, y su cuerpo se precipitó hacia el fondo,
con lo que se reventó.
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Cuando este incidente se supo en Jerusalén, el campo del alfarero vino a ser llamado Akel
Dama, que quiere decir, Campo de sangre en arameo.
1:20 El mensaje de Pedro prosigue ahora, tras el paréntesis explicativo de Lucas. Primero,
nos explica que David se estaba refiriendo al entregador de Jesús en el Salmo 69:25, Quede
desierta su morada, y no haya quien habite en ella.
Luego llega a la profecía particular que ha de ser ahora cumplida: Tome otro su cargo (Sal.
109:8). El Apóstol Pedro entendió esto como significando que tras la traición de Judas debería
designarse un sustituto para que tomase su cargo. Es bueno ver su deseo de obedecer la
palabra de Dios.
1:21–22 El que sería escogido había de cumplir dos requisitos.
1. Había de ser alguien que hubiese acompañado a los discípulos durante los tres años del
ministerio público de Cristo —desde Su bautismo por Juan hasta Su Ascensión.
2. Tenía que poder dar un testimonio responsable de la resurrección del Señor.
1:23–26 Se presentaron los nombres de dos hombres como poseedores de los requisitos
necesarios: José … por sobrenombre Justo, y Matías. Pero, ¿cuál de ellos iba a ser escogido?
Los apóstoles encomendaron la cuestión al Señor, pidiendo una revelación de Su decisión.
Luego les echaron suertes y Matías fue el indicado como el sucesor apropiado de Judas, que se
había ido a su propio lugar, es decir, a la condenación eterna.
Aquí, invariablemente, surgen dos cuestiones:
1. ¿Estaban los discípulos actuando de modo apropiado cuando designaron a Matías?
¿Debieran haber esperado hasta que Dios suscitó al apóstol Pablo para llenar la
vacante?
2. ¿Era apropiado que echasen suertes para discernir la mente del Señor?
Tocante a la primera pregunta, no hay nada en el relato que indique que los discípulos
actuasen mal. Habían pasado mucho tiempo en oración. Querían obedecer las Escrituras. Y
parecían unánimes acerca de designar a un sucesor para Judas. Además, el ministerio de Pablo
fue muy diferente del de los Doce, y no hay sugerencia alguna de que hubiese sido levantado
con el propósito de reemplazar a Judas. Los doce fueron comisionados por Jesús en la tierra
para predicar a Israel, mientras que Pablo fue llamado al ministerio por Cristo en la gloria, y fue
enviado a los gentiles.
Con respecto a la acción de echar suertes, este método de discernir la voluntad divina era
reconocido en el AT: «Las suertes se echan en el regazo; mas de Jehová es la decisión de ellas»
(Pr. 16:33).
Aparentemente, la elección de Matías por suerte fue sancionada por el Señor, porque a
partir de aquí los apóstoles son llamados «los doce» (véase Hechos 6:2).
LA ORACIÓN EN EL LIBRO DE LOS HECHOS
Hechos es un estudio en oración de éxito. Ya en el cap. 1 hemos visto a los discípulos
orando en dos ocasiones diferentes. Su oración en el Aposento Alto después de la
Ascensión fue contestada por Pentecostés. Su oración por guía al escoger a un sucesor de
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Judas fue contestada por la suerte que cayó sobre Matías. Y de esta manera a lo largo del
libro.
Los que se convirtieron en el día de Pentecostés prosiguieron constantes en la oración
(2:42). Los versículos siguientes (43–47) describen las condiciones ideales que prevalecían
en esta comunión de oración.
Después de la liberación de Pedro y Juan, los creyentes pidieron intrepidez (4:29). Como
resultado, el lugar en que estaban fue sacudido, fueron todos llenos del Espíritu Santo, y
hablaron la palabra de Dios con denuedo (4:31).
Los doce sugirieron escoger siete hombres para que manejasen las cuestiones
financieras, a fin de que ellos mismos pudiesen dedicarse más plenamente a la oración y al
ministerio de la Palabra (6:3–4). Los apóstoles oraron e impusieron las manos sobre los
siete (6:6). Los siguientes versículos registran unos entusiasmantes nuevos triunfos para el
evangelio (6:7–8).
Esteban oró cuando estaba a punto de sufrir el martirio (7:60). El capítulo 9 registra una
respuesta a esta oración —la conversión de un espectador, Saulo de Tarso.
Pedro y Juan oraron por los samaritanos que habían creído, con el resultado de que
recibieron el Espíritu Santo (8:15–17).
A continuación de su conversión, Saulo de Tarso oró en la casa de Judas; Dios
respondió a la oración enviándole a Ananías (9:11–17).
Pedro oró en Jope, y Dorcas resucitó (9:40). Como resultado, muchos creyeron en el
Señor (9:42).
El centurión gentil Cornelio oró (10:2); sus oraciones subieron como un memorial
delante de Dios (10:4). Un ángel se le apareció en visión, ordenándole enviar a buscar a un
hombre llamado Simón Pedro (10:5). Al día siguiente Pedro oró (10:9). Su oración fue
contestada por una visión celestial que le preparó para abrir las puertas del reino a
Cornelio y a otros gentiles (10:10–48).
Cuando Pedro fue encarcelado, los cristianos oraron fervientemente por él (12:5). Dios
respondió liberándolo milagrosamente de la cárcel —para estupefacción de los que oraban
(12:6–17).
Los profetas y maestros en Antioquía ayunaban y oraban (13:3). Esto precipitó el primer
viaje misionero de Pablo y Bernabé. Se ha dicho que «ésta fue la más poderosa proyección
de oración jamás vista, porque afectó hasta lo último de la tierra, y a nosotros mismos hoy,
por medio de Pablo y Bernabé, los misioneros».
En un viaje de regreso a Listra, Iconio y Antioquía, Pablo y Bernabé oraron por los que
habían creído (14:23). Uno de éstos era Timoteo. ¿Fue como respuesta a estas oraciones
que Timoteo se unió a Pablo y a Silas en su segundo viaje misionero?
En la cárcel en Filipos, las oraciones de medianoche de Pablo y Silas tuvieron respuesta
con un terremoto y con la conversión del carcelero y de su familia (16:25–34).
Pablo oró con los ancianos de Éfeso en Mileto (20:36). Esto suscitó una conmovedora
demostración del afecto que ellos sentían por él y de su dolor de que no le volverían ya a
ver en esta vida.
Los cristianos en Tiro oraron con Pablo en la playa (21:5), y estas oraciones
indudablemente le siguieron hasta Roma y hasta el tajo del verdugo.
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Antes de su naufragio, Pablo oró públicamente, dando gracias a Dios por los alimentos.
Esto alentó a la desanimada tripulación y pasajeros (27:35–36).
En la isla de Malta, Pablo oró por el padre enfermo del gobernador. El resultado fue
que el paciente fue milagrosamente sanado (28:8).
De modo que parece evidente que la oración era la atmósfera en la que vivía la iglesia
primitiva. Y cuando los cristianos oraban, ¡Dios obraba!‡
D. El Día de Pentecostés y el Nacimiento de la Iglesia (2:1–47)
2:1 La Fiesta de Pentecostés, que tipificaba el derramamiento del Espíritu Santo, tenía lugar
cincuenta días después de la Fiesta de las Primicias, que hablaba de la resurrección de Cristo. En
este particular día de Pentecostés los discípulos estaban todos unánimes juntos. Un tema
idóneo de su conversación debían ser los pasajes del Antiguo Testamento que trataban de la
Fiesta de Pentecostés (véase Lv. 23:15 y 16, p.ej.). O quizá estaban cantando el Salmo 133:
«¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!».
2:2 La venida del Espíritu involucraba un sonido que oír, un espectáculo que ver y un
milagro que experimentar. El sonido, que era del cielo y que llenó toda la casa, fue como un
viento recio. El viento es uno de varios fluidos que se usa como tipo del Espíritu Santo (aceite,
fuego, agua), y habla de Sus movimientos soberanos e impredecibles.
2:3 El espectáculo que ver fue lenguas como de fuego, que, repartiéndose, se posaron
sobre cada uno de los discípulos. No dice que fuesen lenguas de fuego, sino lenguas como de
fuego.
Este fenómeno no debe confundirse con el bautismo de fuego. Aunque se hace referencia
conjunta al bautismo del Espíritu y al bautismo de fuego (Mt. 3:11, 12; Lc. 3:16, 17), son dos
acontecimientos separados y diferentes. El primero es un bautismo de bendición, y el segundo
de juicio. El primero afectó a los creyentes, el segundo afectará a los incrédulos. Por el primero,
el Espíritu Santo vino a morar en los creyentes y a capacitarlos, y se formó la iglesia. Por el
segundo serán destruidos los incrédulos.
Cuando Juan el Bautista se dirigía a un grupo mixto (de arrepentidos e impenitentes, véase
Mt. 3:6, 7), dijo que Cristo los bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego (Mt. 3:11). Cuando se
dirigía sólo a aquellos que estaban verdaderamente arrepentidos (Mr. 1:5), dijo que Cristo los
bautizaría con el Espíritu Santo (Mr. 1:8).
¿Cuál es entonces el significado, en Hechos 2:3, de las lenguas como de fuego que se
repartieron? Las lenguas denotan probablemente el habla, y probablemente se refieren al don
milagroso de hablar en otras lenguas que los apóstoles iban a recibir en esta ocasión. El fuego
puede denotar el Espíritu Santo como el origen de este don, y también puede que describa la
intrépida, ardiente y entusiasta proclamación que iba a seguir.
El pensamiento de una proclamación entusiasta parece especialmente idóneo, porque el
entusiasmo es la condición normal de una vida llena del Espíritu, y su resultado inevitable es el
testimonio.
2:4 El milagro que se iba a experimentar, relacionado con Pentecostés, era el llenamiento
del Espíritu Santo, que iría seguido de hablar con otras lenguas.
Hasta este momento, el Espíritu de Dios había estado con los discípulos, pero ahora tomó
Su residencia en ellos (Jn. 14:17). De este modo el versículo señala un importante punto de
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inflexión en los tratos de los judíos con los hombres. En el AT, el Espíritu descendía sobre los
hombres, pero no como un Residente permanente (Sal. 51:11). Comenzando desde el tiempo
de Pentecostés, el Espíritu de Dios comenzó a habitar de manera permanente en personas: vino
para permanecer (Jn. 14:16).
En el día de Pentecostés, los creyentes no sólo vinieron a ser morada del Espíritu Santo, sino
que fueron también llenados con Él. El Espíritu Santo viene a morar en nosotros en el momento
en que somos salvados, pero para ser llenos con el Espíritu hemos de estudiar la Palabra, pasar
tiempo en meditación y oración, y vivir con obediencia al Señor. Si el llenamiento del Espíritu
nos estuviese automáticamente garantizado en la actualidad, no seríamos exhortados con las
palabras: «Sed llenos del Espíritu» (Ef. 5:18).
Los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas,
según el Espíritu les daba que se expresasen. Por los versículos anteriores, queda claro que
recibieron el poder milagroso de hablar idiomas extranjeros reales que nunca habían estudiado.
No se trataba de ninguna jerigonza ni de un habla extá—tica, sino de lenguas y lenguajes
concretos que se empleaban entonces en otras partes del mundo. Este don de lenguas fue una
de las señales o maravillas que Dios empleó para dar testimonio de la verdad del mensaje que
los apóstoles predicaban (He. 2:3, 4). En aquel tiempo no se había escrito el NT. Por cuanto
tenemos disponible toda la palabra de Dios en forma escrita, la necesidad de los dones de
señales prácticamente se ha desvanecido (aunque, naturalmente, el soberano Espíritu de Dios
podría aún emplearlos si lo desease).
El fenómeno de las lenguas en el día de Pentecostés no debería emplearse para demostrar
que las lenguas son el acompañamiento invariable del don del Espíritu. Si así fuera, ¿por qué no
hay mención de lenguas en relación con los siguientes casos?:
1. La conversión de los 3.000 (Hch. 2:41).
2. La conversión de los 5.000 (Hch. 4:4)
3. La recepción del Espíritu Santo por parte de los samaritanos (Hch. 8:17).
De hecho, las únicas otras manifestaciones del don de lenguas en el Libro de Hechos son:
1. En la conversión de los gentiles en la casa de Cornelio (Hch. 10:46).
2. En el rebautismo de los discípulos de Juan en Éfeso (Hch. 19:6).
Antes de dejar el v. 4, deberíamos mencionar que hay considerables diferencias entre los
estudiosos de la Biblia acerca de toda la cuestión del bautismo del Espíritu Santo, tanto acerca
de cuántas veces ha tenido lugar, como de los resultados del mismo.
Por su frecuencia, algunos creen que:
1. Tuvo lugar sólo una vez —en Pentecostés. El Cuerpo de Cristo fue formado entonces, y
todos los creyentes desde entonces han entrado en el beneficio de aquel bautismo.
2. Tuvo lugar en tres o cuatro etapas —en Pentecostés (cap. 2); en Samaria (cap. 8); en la
casa de Cornelio (cap. 10); en Éfeso (cap. 19).
3. Tiene lugar cada vez que una persona es salvada.
Respecto a sus efectos en las vidas de las personas individuales, algunos mantienen que es
una «segunda obra de gracia», y que tiene comúnmente lugar después de la conversión, y que
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deviene como resultado una santificación más o menos completa. Este punto de vista carece de
apoyo escriturario. Como ya se ha mencionado antes, el bautismo del Espíritu Santo es la
operación por la que los creyentes fueron:
1. Incorporados a la iglesia (1 Co. 12:13).
2. Dotados de poder (Hch. 1:8).
2:5–13 Había judíos, varones piadosos, que se habían reunido en Jerusalén de todas partes
del mundo conocido para observar la Fiesta de Pentecostés. Cuando oyeron el rumor de lo que
había sucedido, se congregaron ante la casa ocupada por los apóstoles. Entonces, como ahora,
los hombres eran atraídos cuando estaba obrando el Espíritu de Dios.
Para cuando la multitud llegó a la casa, los apóstoles estaban ya hablando en lenguas. Para
su gran asombro, los visitantes oyeron a estos discípulos galileos hablar en gran variedad de
lenguas extranjeras. Pero el milagro tuvo lugar con los que hablaban, no con los que oían. Tanto
si los de la concurrencia eran judíos de nacimiento como convertidos al judaísmo, tanto si eran
del este como del oeste, del norte como del sur, cada uno de ellos oía las grandiosas obras de
Dios (V.M.) descritas en su propia lengua. La palabra lengua que se emplea en los versículos 6 y
8 es de la que viene nuestro término «dialecto».
Está muy extendida la creencia de que un propósito del don de las lenguas en Pentecostés
fue proclamar el evangelio simultáneamente a gentes de diferentes lenguas. Por ejemplo, un
escritor dice: «Dios dio Su ley en una lengua a una nación, pero dio Su evangelio en todas las
lenguas a todas las naciones».
Pero el texto no apoya esta postura. Los que hablaban en lenguas estaban declarando las
grandiosas obras de Dios (2:11, V.M.). Esto era una señal para el pueblo de Israel (1 Co. 14:21,
22), y tenía la intención de excitar el asombro y la maravilla. Pedro, en contraste, predicó el
evangelio en un lenguaje que podía ser entendido por la mayoría de su audiencia.
La respuesta a las lenguas por parte de los oyentes fue diversa. Algunos parecían
sumamente interesados, mientras que otros acusaban a los apóstoles de estar llenos de mosto.
Los discípulos estaban desde luego bajo una influencia fuera de su propio poder, pero era la
influencia del Espíritu Santo, ¡no del mosto!
Los hombres no regenerados siempre están dispuestos a ofrecer explicaciones naturales
para los fenómenos espirituales. Una vez, cuando se oyó la voz de Dios desde el cielo, algunos
decían que había sido un trueno (Jn. 12:28, 29). Ahora, los incrédulos explicaban burlonamente
el entusiasmo causado por la venida del Espíritu Santo en términos de mosto. «Al mundo», dijo
Schiller, «le gusta manchar los objetos resplandecientes, y arrastrar al polvo a los que son
exaltados».
2:14 El discípulo que había negado a su Señor con juramentos y maldiciones se adelanta
ahora para dirigirse a la concurrencia. Ya ha dejado de ser el seguidor tímido y vacilante, ha
venido a ser leonino y enérgico. Pentecostés marca la diferencia. Pedro está ahora lleno del
Espíritu.
En Cesarea de Filipos, el Señor le había prometido dar a Pedro las llaves del reino de los
cielos (Mt. 16:19). Aquí en Hechos 2 le vemos empleando las llaves para abrir la puerta a los
judíos (v. 14), como más tarde, en el capítulo 10, la abrirá a los gentiles.
2:15 Primero el apóstol explica que los acontecimientos insólitos de aquel día no eran
consecuencia del mosto. A fin de cuentas, era sólo la hora tercera del día (las nueve de la
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mañana), y sería algo muy extraño que tantos estuviesen ebrios a una hora tan temprana.
Además, los judíos dedicados a las actividades de la sinagoga en los días festivos se abstenían
de comer y beber hasta las diez de la mañana, o incluso hasta el mediodía, dependiendo de
cuándo se ofreciese el sacrificio diario.
2:16–19 La verdadera explicación era que el Espíritu de Dios había sido derramado, como
había sido dicho por medio del profeta Joel (Jl. 2:28.ss).
En realidad, los acontecimientos de Pentecostés no fueron un cumplimiento completo de la
profecía de Joel. La mayoría de los fenómenos descritos en los versículos 17–20 no tuvieron
lugar en aquel tiempo. Lo que sí sucedió en Pentecostés fue un paladeo de lo que sucedería en
los últimos días, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto. Si Pentecostés fue el
cumplimiento de la profecía de Joel, ¿cómo se da más adelante una promesa (3:19) de que si
había arrepentimiento nacional e Israel recibía a Aquel a quien habían crucificado, Él volvería e
introduciría el día del Señor?
La cita de Joel es un ejemplo de la Ley de la Doble Referencia, por la que una profecía
bíblica tiene un cumplimiento parcial en un tiempo, y un cumplimiento completo en un tiempo
posterior.
El Espíritu de Dios fue derramado en Pentecostés, pero no literalmente sobre toda carne. El
cumplimiento final de la profecía tendrá lugar al final de la Época de la Tribulación. Antes del
glorioso regreso de Cristo habrá prodigios en el cielo y señales en la tierra (Mt. 24:29, 30). El
Señor Jesucristo aparecerá entonces en la tierra para abatir a Sus enemigos y establecer Su
reino. Al comienzo de Su reino de mil años, el Espíritu de Dios será derramado sobre toda
carne, sobre gentiles y judíos, y esta condición prevalecerá y predominará durante el Milenio.
Se darán diversas manifestaciones del Espíritu sin distinción de sexo, edad ni posición social.
Habrá visiones y sueños, lo que sugiere la recepción de conocimiento, y profecía, lo que sugiere
su comunicación a otros. De esa manera, se manifestarán los dones de revelación y de
comunicación. Todo esto ocurrirá en lo que Joel describió como los últimos días (v. 17). Esto,
naturalmente, se refiere a los últimos días de Israel, y no de la iglesia.
2:20 Se menciona de manera inequívoca que las señales sobrenaturales en los cielos tienen
lugar antes que venga el día del Señor. En este contexto, el día del Señor se refiere a Su
regreso personal a la tierra para destruir a Sus enemigos y para reinar en poder y gran gloria.
2:21 Pedro termina esta cita de Joel con la promesa de que todo aquel que invoque el
nombre del Señor será salvo. Ésta es la buena nueva para todas las edades, que la salvación se
ofrece a todos sobre el principio de la fe en el Señor. El nombre del Señor es una expresión que
incluye todo lo que el Señor es. De esta manera, invocar Su Nombre es llamarle como el
verdadero objeto de fe y como el único camino de salvación.
2:22–24 ¿Pero quién es el Señor? Pedro anuncia a continuación la prodigiosa noticia de que
este Jesús a quien habían crucificado es Señor y Cristo. Lo hace primero hablando de la vida de
Jesús, luego de Su muerte, resurrección y ascensión, y finalmente de Su glorificación a la diestra
de Dios Padre. Si tenían aún el pensamiento de que Jesús seguía en un sepulcro de Judea,
Pedro les iba pronto a sacar de su error. Se les había de decir que Aquel a quien habían dado
muerte está ahora en el cielo, y que tenían que seguir contando con Él.
Aquí, así, tenemos la corriente del argumento del apóstol: Jesús de Nazaret fue acreditado
como Varón procedente de Dios mediante milagros, prodigios y señales que había efectuado
por el poder de Dios (v. 22). En el determinado designio y previo conocimiento de Dios, fue
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entregado por Él en manos de los judíos. Ellos, a su vez, lo entregaron a los gentiles (gentes sin
la ley) para ser muerto por aquellos inicuos mediante la crucifixión (v. 23). Sin embargo, Dios lo
resucitó de entre los muertos, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que
fuese retenido por ella, porque:
1. El carácter de Dios demandaba Su resurrección. Él había muerto, el Inocente por los
pecadores. Dios había de levantarle como prueba de Su completa satisfacción con la
obra redentora de Cristo.
2. Las profecías del Antiguo Testamento demandaban Su resurrección. Éste es el punto
particular que Pedro apremia en los siguientes versículos.
2:25–27 En el Salmo 16, David había escrito proféticamente acerca de la vida, muerte,
resurrección y glorificación del Señor.
En cuanto a Su vida, David describe la ilimitada confianza y certidumbre de Aquel que vivió
en ininterrumpida comunión con Su Padre. Corazón, lengua y carne —todo Su ser estaba lleno
de gozo y esperanza.
En cuanto a Su muerte, David vio de antemano que Dios no dejaría su alma en el Hades, ni
su carne vería la corrupción. En otras palabras, el alma del Señor Jesús no quedaría en el
estado desincorporado, ni se permitiría que Su cuerpo se disgregase. (Este versículo no debería
ser empleado como demostrando que el Señor Jesús fue a alguna especie de cárcel de espíritus
de difuntos en la parte inferior de la tierra en el tiempo de Su muerte. Su alma fue al cielo —
Lucas 23:43— y Su cuerpo fue depositado en el sepulcro.)
2:28 En cuanto a la resurrección del Señor, David expresó confianza en que Dios le
mostraría el camino de la vida. En el Salmo 16:11a, David escribió: «Me mostrarás la senda de la
vida». En Hechos 2:28a, Pedro cita: Me hiciste conocer caminos de vida. Pedro cambió el
tiempo futuro a pasado. Es evidente que el Espíritu Santo lo condujo a hacer esto, por cuanto la
resurrección estaba ya cumplida.
La presente glorificación del Salvador fue predicha por David con las palabras Me llenarás
de gozo con tu presencia, o, como lo expresa el Salmo 16:11: «En tu presencia hay plenitud de
gozo; delicias a tu diestra para siempre».
2:29 Pedro argumenta que David no podía haber estado diciendo estas cosas acerca de sí
mismo, porque su cuerpo sí había visto corrupción. Su sepulcro era bien conocido para los
judíos de aquellos tiempos. Sabían que no había resucitado.
2:30–31 Cuando escribió el Salmo, David estaba hablando como profeta. Recordó que Dios
había prometido que haría surgir a Uno de sus descendientes para que se sentase en su trono
para siempre. David se dio cuenta de que Éste sería el Mesías, y que aunque moriría, Su alma
no sería dejada en la condición desincorporada, y que Su cuerpo no se descompondría.
2:32–33 Ahora Pedro repite un anuncio que debió haber sobresaltado a sus oyentes judíos.
El Mesías de quien había profetizado David era Jesús de Nazaret. Y Dios lo resucitó de entre los
muertos, cosa de la que los apóstoles podían dar testimonio porque eran testigos oculares de
Su resurrección. Después de Su resurrección, Jesús fue exaltado por la diestra de Dios, y ahora
el Espíritu Santo había sido enviado como había sido prometido por el Padre. Ésta era la
explicación de lo que había sucedido en Jerusalén antes aquel día.
2:34–35 ¿Acaso no había David predicho también la exaltación del Mesías? En el Salmo
110:1 no estaba refiriéndose a sí mismo. Estaba citando a Jehová dirigiéndose al Mesías:
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«Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de mis pies.» (Obsérvese
cuidadosamente que los versículos 33–35 predicen un tiempo de espera entre la glorificación
de Cristo y Su regreso para castigar a Sus enemigos y establecer Su reino.)
2:36 Ahora, una vez más, cae el anuncio de manera chocante sobre el pueblo judío: DIOS HA
HECHO SEÑOR Y CRISTO —A ESTE JESÚS A QUIEN VOSOTROS CRUCIFICASTEIS (orden de las palabras en Gr.).
Como dijo Bengel: «El aguijón del discurso queda al final» —A ESTE JESÚS, a quien vosotros
crucifi-casteis—. Ellos habían crucificado al Ungido de Dios, y la venida del Espíritu Santo era
evidencia de que Jesús había sido exaltado a los cielos (véase Jn. 7:39).
2:37 Tan poderosa era la capacidad de convicción del Espíritu Santo que hubo una
respuesta inmediata de los oyentes. Sin ninguna invitación o llamamiento de Pedro, ellos
clamaron: «¿Qué haremos?». La cuestión fue suscitada por un profundo sentimiento de culpa.
¡Ahora se daban cuenta de que Jesús, a quien habían dado muerte, era el amado Hijo de Dios!
Este Jesús había sido levantado de los muertos, y estaba ahora glorificado en el cielo. Siendo así
las cosas, ¿cómo podrían estos homicidas culpables escapar al juicio?
2:38 La respuesta de Pedro fue que debían arrepentirse y ser bautizados en el nombre de
Jesucristo para perdón de pecados. Primero, debían arrepentirse, reconociendo su culpa, y
poniéndose del lado de Dios contra sí mismos.
Luego habían de bautizarse para perdón (remisión) de pecados. A primera vista, este
versículo parece enseñar la salvación por el bautismo, y muchos insisten en que eso es
precisamente lo que significa. Tal interpretación es imposible por las siguientes razones:
1. En docenas de pasajes del NT se afirma que la salvación es por la fe en el Señor
Jesucristo (Jn. 1:12; 3:16, 36; 6:47; Hch. 16:31; Ro. 10:9, p.ej.). No se pueden hacer
militar uno o dos versículos contra un testimonio tan abrumador.
2. El ladrón en la cruz tuvo la certidumbre de la salvación aparte del bautismo (Lc. 23:43).
3. No se dice que el Salvador bautizase a nadie, cosa extraña si el bautismo fuese esencial
para la salvación.
4. El Apóstol Pablo expresó su gratitud por haber bautizado sólo a unos pocos corintios —
una extraña causa de agradecimiento si el bautismo tuviese una virtud salvadora (1 Co.
1:14–16).
Es más importante observar que sólo a los judíos se les ordenó que fuesen bautizados para
perdón de pecados (véase Hch. 22:16). Este hecho, creemos, es la clave para comprender este
pasaje. La nación de Israel había crucificado al Señor de la gloria. La nación judía había gritado:
«Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos» (Mt. 27:25). La culpa de la muerte del
Mesías fue así aceptada por el pueblo de Israel.
Ahora algunos de esos judíos habían llegado a darse cuenta de su error. Mediante el
arrepentimiento reconocieron su pecado delante de Dios. Al confiar en el Señor Jesús como su
Salvador fueron regenerados y recibieron el perdón eterno de los pecados. Mediante el
bautismo público en agua se disociaban de la nación que había crucificado al Señor y se
identificaban con Él. Así, el bautismo vino a ser la señal exterior de que su pecado en relación
con el rechazamiento de Cristo (como todos sus pecados) había sido lavado. Los sacaba del
terreno judaico y los situaba sobre terreno cristiano. Pero el bautismo no los salvaba.
Únicamente la fe en Cristo podía hacer tal cosa. Enseñar otra verdad es enseñar otro evangelio,
y por ello ser maldito (Gá. 1:8, 9).
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Una interpretación alternativa del bautismo para perdón de los pecados es la que da Ryrie:
Esto no significa para que los pecados pudiesen ser perdonados, porque en todas partes
en el NT los pecados son perdonados como resultado de la fe en Cristo, no como resultado
del bautismo. Significa ser bautizado a causa de la remisión de los pecados. La preposición
griega eis, para, tiene este sentido de «debido a» no sólo aquí, sino también en pasajes
como Mateo 12:41, donde el sentido solamente puede ser «se arrepintieron a causa de [no
para] la predicación de Jonás». El arrepentimiento trajo la remisión de pecados a esta
multitud en Pentecostés, y a causa de la remisión de los pecados se les pidió que fuesen
bautizados.
Pedro les aseguró que si se arrepentían y eran bautizados, recibirían el don del Espíritu
Santo. Insistir en que este orden se nos aplica a nosotros en la actualidad es comprender mal
los tratos administrativos de Dios en los primeros días de la iglesia. Como ha observado de
manera tan competente H. P. Barker en The Vicar of Christ [El Vicario de Cristo], hay cuatro
comunidades de creyentes en el Libro de los Hechos, y el orden de acontecimientos en relación
con la recepción del Espíritu Santo es diferente en cada caso.
Aquí en Hechos 2:38 leemos acerca de cristianos procedentes del judaísmo. Para ellos, el
orden fue:
1. Arrepentimiento.
2. Bautismo con agua.
3. Recepción del Espíritu Santo.
La conversión de los samaritanos se registra en Hechos 8:14–17. Allí leemos que sucedieron
los siguientes acontecimientos:
1. Creyeron.
2. Fueron bautizados con agua.
3. Los apóstoles oraron por ellos.
4. Los apóstoles impusieron sus manos sobre ellos.
5. Recibieron el Espíritu Santo.
En Hechos 10:44–48 tenemos a la vista la conversión de los gentiles. Observemos el orden
aquí:
1. La fe.
2. La recepción del Espíritu Santo.
3. El bautismo con agua.
Una comunidad final de creyentes se constituye con antiguos discípulos de Juan el bautista,
en Hechos 19:1–7.
1. Creyeron.
2. Fueron bautizados.
3. El Apóstol Pablo les impuso las manos.
4. Recibieron el Espíritu Santo.
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¿Significa esto que hubo cuatro caminos de salvación en el Libro de los Hechos?
Naturalmente que no. La salvación fue, es y siempre será sobre la base de la fe en el Señor.
Pero durante el periodo de transición que se registra en Hechos, Dios tuvo a bien cambiar los
acontecimientos relacionados con la recepción del Espíritu Santo por razones que Él sabía pero
que no nos ha querido revelar a nosotros.
Entonces, ¿cuál de estos modelos se nos aplica a nosotros en la actualidad? Por cuanto
Israel ha rechazado nacionalmente al Mesías, el pueblo judío ha perdido todo privilegio especial
que pudiese haber tenido. En la actualidad, Dios está llamando de entre los gentiles un pueblo
para Su Nombre (Hch. 15:14). Por ello, el orden para hoy es el que se encuentra en Hechos 10:
La fe.
La recepción del Espíritu Santo.
El bautismo con agua.
Creemos que este orden se aplica en la actualidad a todos, tanto a judíos como a gentiles.
Esto puede que al principio suene a arbitrario. Se podría preguntar: «¿Cuándo dejó de aplicarse
el orden de Hechos 2:38 a los judíos, y comenzó el orden de Hechos 10:44–48?» Naturalmente,
no se puede dar ninguna fecha en concreto. Pero el Libro de los Hechos sigue una transición
gradual desde el evangelio saliendo primariamente a los judíos, a través de los repetidos
rechazos que sufrió de parte de los judíos, hasta su salida a los gentiles. Para el final del Libro de
los Hechos, la nación de Israel había quedado ya mayormente dejada de lado. Por su
incredulidad, había perdido todo derecho especial como pueblo escogido de Dios. Durante la
Edad de la Iglesia se contaría con las naciones gentiles, y el orden de Dios para los gentiles, que
se bosqueja en Hechos 10:44–48, sería el aplicable.
2:39 Pedro les recuerda luego que la promesa del Espíritu Santo es para ellos y para sus
hijos (el pueblo judío), y para todos los que están lejos (los gentiles); para cuantos el Señor
nuestro Dios llame.
Aquella misma gente que había dicho: «Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros
hijos» reciben ahora la certidumbre de la gracia para ellos y sus hijos si confían en el Señor.
Este versículo ha sido con frecuencia empleado erróneamente para enseñar que los hijos de
los creyentes tienen por ello la certidumbre de los privilegios del pacto, o que son salvos.
Spurgeon responde a esto de manera eficaz:
¿No conocerá la Iglesia de Dios que «lo que es nacido de la carne es carne, y que lo que
es nacido del Espíritu es Espíritu?» «¿Quién puede sacar lo limpio de lo impuro?» El
nacimiento natural comunica la impureza de la naturaleza, mas no puede comunicar paz.
Bajo el nuevo pacto, se nos dice de manera expresa que los hijos de Dios son «no …
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios».
Lo importante a observar es que la promesa no es sólo para vosotros y para vuestros hijos,
sino también para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame. Es tan
inclusivo co mo el «quienquiera» de la invitación del evangelio.
2:40 No todo el mensaje de Pedro ha quedado registrado en este capítulo, pero la esencia
del resto era que los oyentes judíos se salvasen de la generación perversa, torcida, que había
rechazado y dado muerte al Señor Jesús. Podrían hacerlo recibiendo a Jesús como su Mesías y
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Salvador y rehusando cualquier adicional relación con la culpable nación de Israel por medio del
bautismo cristiano.
2:41 Hubo un gran movimiento adelante de la gente, deseando ser bautizados como
evidencia externa de que habían acogido bien la palabra de Pedro como la palabra del Señor.
Se añadieron aquel día a la compañía de creyentes como tres mil personas. Si la mejor
prueba de un ministerio del Espíritu Santo es la conversión de las almas; con toda certeza el
ministerio de Pedro era de esta clase. Es indudable que este pescador galileo recordó las
palabras del Señor Jesús: «Os haré pescadores de hombres» (Mt. 4:19). Y quizá recordó
también el dicho del Salvador: «De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, las obras que yo
hago, también él las hará. Y aun hará mayores que éstas, porque yo voy al Padre» (Jn. 14:12).
Es instructivo observar el cuidado con el que se registra en número de convertidos —como
tres mil personas. Los siervos del Señor podrían ejercitar la misma cautela al tabular las
llamadas decisiones por Cristo.
2:42 La prueba de la realidad es la perseverancia. Estos convertidos demostraron la
genuinidad de su profesión ocupándose asiduamente en:
1. La enseñanza de los apóstoles. Significa las enseñanzas inspiradas de los apóstoles,
dadas primero en forma oral, y ahora preservadas en el NT.
2. Comunión. Otra evidencia de la nueva vida era el deseo de los nuevos creyentes de
estar con el pueblo de Dios y compartir cosas que tenían en común. Había un
sentimiento de estar separados del mundo para Dios, y de una comunidad de intereses
con otros cristianos.
3. El partimiento del pan. Esta expresión se emplea en el NT para referirse tanto a la Cena
del Señor como a comer una comida común. El significado en cada caso particular ha de
determinarse por el sentido del pasaje. Aquí se refiere evidentemente a la Cena del
Señor, porque sería totalmente innecesario decir que siguieron asiduamente tomando
sus comidas. Por Hechos 20:7 sabemos que la práctica de los cristianos primitivos era
partir el pan el primer día de la semana. Durante los primeros días de la iglesia, se
celebraba una fiesta de amor junto con la Cena del Señor, como expresión del amor
mutuo de los santos. Sin embargo, se introdujeron abusos, y el «ágape», o fiesta de
amor, se dejó de celebrar.
4. Oraciones. Ésta era la cuarta práctica principal de la iglesia primitiva, y expresaba una
total dependencia del Señor para la adoración, conducción, preservación y servicio.
2:43 Sobre el pueblo vino un sentimiento de maravilla reverencial. El gran poder del Espíritu
Santo era tan evidente que los corazones estaban acallados y sometidos. Estaban llenos de
asombro en sus almas al ver a los apóstoles efectuar muchos prodigios y señales. Los prodigios
eran milagros que suscitaban maravilla y asombro. Las señales eran milagros que tenían el
propósito de dar instrucción. Un milagro podía participar de las dos características de prodigio y
señal.
2:44–45 Los creyentes se reunían continuamente y tenían todas las cosas en un fondo
común. Tan poderosamente había sido derramado el amor de Dios en sus corazones que no
consideraban sus propiedades materiales como propias (4:32). Siempre que había un caso
genuino de necesidad en la comunión, vendían propiedades personales y distribuían el dinero
conseguido. Por tanto, había igualdad.
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Entre los que habían creído se manifestaba una unidad de corazón e interés, en lo que el
egoísmo natural de la condición caída quedaba absorbido en la plenitud de amor que había
engendrado el sentimiento del amor divino. Estaban unidos de forma tal que todo lo que
tenían lo tenían en común; no por ninguna ley ni obligación externa, que habría malogrado
todo aquello, sino en la conciencia de lo que ellos eran íntegramente para Cristo, y lo que
Cristo era para todos y cada uno de ellos. Enriquecidos por Él con una bendición que nada
podría disminuir, pero cuanto más la ministraban más la tenían, «vendían sus propiedades y
sus bienes, y los distribuían a todos según la necesidad de cada uno».
Muchos argumentan en la actualidad que no hay necesidad en seguir a los creyentes
primitivos en esta práctica. Lo mismo se podría argumentar que no deberíamos amar al prójimo
como a nosotros mismos. Este compartir todas las posesiones inmobiliarias como personales
era el fruto inevitable de vidas llenas del Espíritu Santo. Se ha dicho: «Un verdadero cristiano no
podría soportar poseer demasiado cuando otros tienen demasiado poco».
2:46 Este versículo da el efecto de Pentecostés sobre la vida religiosa y doméstica.
Acerca de la vida religiosa, debemos recordar que estos primitivos conversos procedían de
un trasfondo judaico, Aunque ahora existía la iglesia, los vínculos con el templo judío no fueron
cortados de inmediato. El proceso de desprenderse de las mortajas del judaísmo prosiguió a lo
largo de todo el periodo de Hechos. Y así los creyentes siguieron asistiendo a los servicios en el
templo, donde oían la lectura y exposición del Antiguo Testamento. Además, naturalmente, se
reunían en hogares para las actividades relacionadas en el versículo 42.
En cuanto a su vida doméstica, leemos que partían el pan, y comían juntos con alegría y
sinceridad de corazón. Aquí parece claro que partiendo el pan se refiere al consumo de
comidas regulares. El gozo de su salvación rebosaba en cada detalle de la vida, dorando lo
terrenal con un aura de gloria.
2:47 La vida vino a ser un himno de alabanza y un salmo de acción de gracias para los que
habían sido librados del poder de las tinieblas y trasladados al Reino del amor del Hijo de Dios.
Al principio, los creyentes tenían favor con todo el pueblo. Pero esto no iba a durar. La
naturaleza de la fe cristiana es tal que inevitablemente excita el odio y la oposición del corazón
del hombre. El Salvador advirtió a Sus discípulos a ser cautos acerca de la popularidad (Lc. 6:26)
y les prometió persecución y tribulación (Mt. 10:22, 23). De modo que este favor era una fase
momentánea, y pronto sería reemplazado por una oposición implacable.
Y el Señor añadía cada día a la iglesia a los que iban siendo salvos. La comunión cristiana
fue creciendo a diario por las conversiones. Los que oían el evangelio eran responsables de
aceptar a Jesucristo por una decisión concreta de la voluntad. La elección y adición del Señor no
elimina la responsabilidad humana.
En este capítulo hemos visto el relato del derramamiento del Espíritu Santo, el memorable
discurso de Pedro a los judíos reunidos, y una breve descripción de la vida entre los creyentes
primitivos. Un excelente resumen de esto último apareció en la Enciclopædia Brittanica, 13ª
Edición, en el artículo sobre «Historia de la Iglesia»:
Lo más destacado sobre la vida de los cristianos primitivos era su vívida conciencia de
ser un pueblo de Dios, llamados y separados. En su forma de pensar, la Iglesia Cristiana era
una institución divina, no humana. Estaba fundada y controlada por Dios, e incluso el
mundo había sido creado por causa de ella. Este concepto … gobernó la vida de los
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cristianos primitivos, tanto individual como socialmente. Se consideraban como separados
del resto del mundo y ligados por unos peculiares vínculos. Su ciudadanía estaba en el cielo,
no en la tierra, y los principios y las leyes con las que intentaban gobernarse procedían de lo
alto. Este mundo presente era sólo temporal, y su verdadera vida estaba en el futuro, y los
empleos y trabajos y gozos de esta época les daban poca preocupación. … En la vida
cotidiana de los cristianos estaba presente el Espíritu Santo, y sus frutos eran todas las
gracias cristianas. Un resultado de esta creencia fue dar a sus vidas un carácter muy peculiar
de entusiasmo o de inspiración. Sus experiencias no eran las cotidianas de personas
ordinarias, sino de personas elevadas por encima de sí mismas y transportadas a una esfera
superior.
¡Sólo la lectura de este artículo lleva a darse cuenta en alguna medida hasta qué punto la
iglesia se ha apartado de su vigor y solidaridad originales!
LA IGLESIA EN LA CASA Y LAS ORGANIZACIONES PARAECLESIALES
Por cuanto el primer uso de la palabra iglesia (Gr. ekklësia) en Hechos se encuentra aquí
(2:47), nos detenemos para considerar el puesto central de la iglesia en el pensamiento de
los cristianos primitivos.
En el Libro de los Hechos y en el resto del NT la iglesia era lo que frecuentemente se
llama una iglesia en la casa. Los cristianos primitivos se reunían en casas y no en edificios
eclesiásticos especiales. Se ha dicho que la religión fue liberada de lugares sagrados
especiales y quedó centrada en aquel lugar universal de vivienda, el hogar. Dice Unger que
los hogares siguieron sirviendo como lugares de reunión cristiana durante dos siglos.14
Sería fácil pensar que el uso de hogares privados fue forzado por necesidad económica
y no como resultado de consideraciones espirituales. Nos hemos acostumbrado tanto a
edificios eclesiales y a capillas que pensamos que son el ideal de Dios.
Sin embargo, hay fuertes razones para creer que posiblemente los creyentes del primer
siglo fueron más sabios que nosotros.
En primer lugar, es inconsecuente con la fe cristiana y su énfasis en el amor gastar
grandes sumas de dinero en edificios lujosos cuando hay unas necesidades tan
abrumadoras por todo el mundo. Tocante a esto, E. Stanley Jones escribió:
Vi el Bambino, el Cristo niño en la Catedral en Roma, cargado de costosas joyas, y
luego salí y vi el rostro de niños hambrientos, y me pregunté si Cristo, a la vista de esta
hambre, estaba disfrutando con Sus joyas. Y me persistió el pensamiento de que si Él
las disfrutaba, que yo ya no podría disfrutar del pensamiento de Cristo. Aquel enjoyado
Bambino y los hambrientos niños son un símbolo de lo que hemos hecho al poner
alrededor de Cristo los costosos lujos de las majestuosas catedrales e iglesias mientras
que hemos dejado intactos los males fundamentales de la sociedad humana por los
que se deja a Cristo hambriento en los desempleados y desposeídos.
No sólo es inhumano, sino también antieconómico gastar dinero en costosos edificios
que no se usan más de tres, cuatro o cinco horas durante la semana. ¿Cómo nos hemos
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permitido derivar hasta este mundo de inconscientes sueños en el que estamos dispuestos
a gastar tanto para conseguir tan poca utilidad a cambio?
Nuestros modernos programas de edificación han sido uno de los mayores obstáculos
para la expansión de la iglesia. Los fuertes pagos sobre el capital y los intereses hacen que
los líderes de las iglesias se resistan a esparcirse y formar nuevas iglesias. Toda pérdida de
miembros haría peligrar los ingresos necesarios para pagar el edificio y mantener los
servicios. Una generación no nacida queda comprometida con deudas, y queda apagada
toda esperanza de reproducción eclesial.
Se argumenta frecuentemente que hemos de tener edificios impresionantes para
atraer a nuestros servicios a los que no están integrados en iglesias. Aparte de que se trata
de una manera de pensar carnal, esto pasa totalmente por alto la pauta del NT. Las
reuniones del NT eran mayormente para creyentes. Los cristianos se reunían para la
enseñanza apostólica, comunión, partimiento del pan y oración (Hch. 2:42). No hacían su
evangelización invitando a la gente a reuniones en domingo, sino testificando a aquellos
con los que entraban en contacto durante la semana. Cuando las personas se convertían,
eran introducidas en la comunión y calor de la iglesia doméstica para ser alimentados y
alentados.
A veces es difícil para algunas personas asistir a servicios en edificios eclesiásticos
dignificados. Hay una fuerte reacción contra el formalismo. También hay el temor de que
se les pida dinero. Una queja que se oye comúnmente es que «todo lo que la iglesia desea
es tu dinero». Pero muchas de estas mismas personas estarán dispuestas a asistir a una
clase bíblica conversacional en un hogar. Allí no tienen que estar pendientes del estilo, y
disfrutan de la atmósfera informal, no profesional.
En realidad, la iglesia en la casa es ideal para todas las culturas y países. Y
probablemente, si pudiésemos examinar el mundo entero, veríamos más iglesias reunidas
en hogares que de ninguna otra manera.
En contraste con las actuales e imponentes catedrales, iglesias y capillas —así como
toda una hueste de denominaciones, juntas misioneras y organizaciones paraeclesiales
sumamente organizadas—, los apóstoles, en el Libro de los Hechos, no emprendieron
intentar formar una organización de ninguna clase para llevar a cabo la obra del Señor. La
iglesia local era la unidad de Dios en la tierra para propagar la fe y los discípulos se
contentaban con trabajar dentro de este contexto.
En años recientes ha habido un estallido organizativo en la Cristiandad de tal
proporción que produce mareos. Cada vez que un creyente tiene una nueva idea para
impulsar la causa de Cristo, ¡forma una nueva junta misionera, corporación o institución!
Un resultado de ello es que maestros y predicadores capaces han sido apartados de
sus ministerios primordiales para trabajar como administradores. Si todos los
administradores de juntas misioneras estuviesen trabajando en el campo misionero, esto
reduciría en gran manera la necesidad de personal que hay allí.
Otro resultado de la proliferación de organizaciones es que se precisa de enormes
cantidades de dinero para estructura, y que por ello no quedan disponibles para la
proyección misionera directa. La mayor parte de cada cantidad que se da a muchas
WM Pág. 23
organizaciones cristianas se dedica a los gastos de manutención de la organización, en
lugar de para el propósito principal para el que la organización existe.
Las organizaciones con frecuencia obstaculizan el cumplimiento de la Gran Comisión.
Jesús dijo a Sus discípulos que enseñasen todas las cosas que Él había mandado. Muchos
que trabajan para organizaciones cristianas descubren que no se les permite enseñar toda
la verdad de Dios. No deben enseñar ciertas cuestiones polémicas por temor a enajenar a
la base de apoyo que les da el soporte financiero.
La multiplicación de instituciones cristianas ha resultado demasiadas veces en
facciones, celos y rivalidades, todo lo cual ha redundado en gran perjuicio para el
testimonio de Cristo.
Consideremos la multiplicidad de organizaciones que se solapan en la obra, tanto
en la nación como en el extranjero. Cada una de ellas compite por obtener un personal
escaso y por recursos financieros que van disminuyendo. Y consideremos cuántas de
es-tas organizaciones realmente deben su origen puramente a rivalidades humanas,
aunque las declaraciones públicas generalmente hagan referencia a la voluntad de Dios
(Notas Diarias de la Unión Bíblica).
Y a menudo es cierto que las organizaciones hallan la forma de perpetuarse mucho
después de haber cumplido su cometido. Las ruedas siguen girando pesadamente incluso
cuando se ha perdido la visión de los fundadores y se ha desvanecido la gloria de un
movimiento que había sido verdaderamente dinámico. Fue la sabiduría espiritual, no la
ingenuidad primitiva, lo que salvó a los cristianos primitivos de establecer organizaciones
humanas para llevar a cabo la obra del Señor.
Escribe G. H. Lang:
Un agudo escritor, contrastando la obra apostólica con los más usuales métodos
misioneros modernos, ha dicho que «nosotros fundamos misiones; los apóstoles
fundaban iglesias». La distinción es veraz y llena de significado. Los apóstoles fundaban
iglesia, y no fundaban nada más, porque para los fines a la vista no se precisaba de
nada más ni hubiese podido ser más apropiado. En cada lugar donde trabajaban
constituían a los convertidos en asamblea local, con ancianos —siempre ancianos,
nunca un anciano (Hch. 14:23; 15:6, 23; 20:17; Fil. 1:1)— para guiar, gobernar, pastorear,
hombres calificados por el Señor y reconocidos por los santos (1 Co. 16:15; 1 Ts. 5:12,
13; 1 Ti. 5:17–19); y con diáconos, designados por la asamblea (Hch. 6:1–6; Fil. 1:1), con
lo que contrastaban con los ancianos, para asistir a los pocos pero muy importantes
asuntos temporales, y en particular para la distribución de los fondos de la asamblea. …
Todo lo que hicieron ellos (los apóstoles) tocante a organización fue formar a los
discípulos reunidos en otras asambleas así. En el Nuevo Testamento no aparece
ninguna otra organización que la local, ni encontramos siquiera el embrión de nada
posterior.
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Para los cristianos primitivos y su liderazgo apostólico, la congregación era la unidad
divinamente ordenada en la tierra por medio de la que Dios había escogido obrar, y la
única unidad a la que prometió perpetuidad fue la iglesia.‡
E. La curación de un cojo, y la acusación de Pedro a Israel (3:1–26)
3:1 Eran las tres de la tarde cuando Pedro y Juan subían juntos al templo un día en
Jerusalén. Como se ha mencionado con anterioridad, los primitivos cristianos judíos siguieron
asistiendo a los servicios del templo durante un tiempo después de la formación de la iglesia.
Este fue un periodo de ajustes y de transición, y la rotura con el judaísmo no se hizo de forma
brusca. Los creyentes en la actualidad no tendrían justificación en seguir su ejemplo en esto,
por cuanto nosotros tenemos la revelación plena del NT y se nos ha mandado que «salgamos,
pues, adonde él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (He. 13:13. Véase también 2 Co.
6:17, 18).
3:2 Al acercarse al templo, vieron a unos hombres que llevaban a un mendigo lisiado al
lugar donde solía mendigar, a la puerta … que se llama la Hermosa. La impotente condición de
este hombre, cojo de nacimiento, está en marcado contraste con la hermosura de la
arquitectura del templo. Nos recuerda la pobreza e ignorancia que abunda a la misma sombra
de las grandes catedrales, y la impotencia de poderosos sistemas eclesiales para asistir a los
lisiados físicos y espirituales.
3:3 Este lisiado había evidentemente abandonado toda esperanza de ser jamás curado, por
lo que se contentaba con pedir limosna.
3:4 En lugar de contemplar a este hombre como un miserable sin esperanza, Pedro le vio
como uno en quien podría exhibirse el gran poder de Dios. «Si somos conducidos por el
Espíritu, fijaremos nuestros ojos sobre aquellos a los que Dios quiere bendecir, en lugar de
disparar cartuchos de salva y apuntar al aire» (Seleccionado).
El mandamiento de Pedro, «Míranos», no tenía la intención de centrar la atención en Juan y
en él mismo, sino sencillamente asegurar la plena atención del mendigo.
3:5–6 Todavía aguardando sólo poder recibir alguna ayuda económica, el mendigo les
estuvo atento. Luego oyó un anuncio que a la vez le fue un desengaño y entusiasmante. Por lo
que a limosna tocaba, Pedro no tenía nada que darle. Pero tenía algo mejor. Por la autoridad de
Jesucristo de Nazaret, ordenó al cojo así: Levántate y anda. Un antiguo predicador lo resume
así: «El cojo pedía limosna y recibió piernas».
Se dice que Tomás de Aquino visitó una vez al papa en una ocasión en que se estaban
contando grandes sumas de dinero. El papa se jactó: «Ya no tenemos que decir con Pedro: No
poseo plata ni oro». Tomás de Aquino replicó: «Tampoco podéis decir con Pedro: ¡Levántate y
anda!».
3:7 Mientras Pedro ayudaba al hombre a ponerse en pie, se le consolidaron los pies y los
tobillos, que hasta entonces habían sido inútiles. Aquí se nos recuerda de nuevo que en la vida
espiritual hay una curiosa mezcla de lo divino y lo humano. Pedro ayuda al hombre a ponerse
en pie; luego Dios lo cura. Hemos de hacer lo que está en nuestra mano. Luego, Dios hará lo
que nosotros no podemos hacer.
WM Pág. 25
3:8 El milagro de curación fue inmediato, no gradual. Observemos cómo el Espíritu de Dios
multiplica las palabras de acción y movimiento: de un salto, se puso en pie … comenzó a andar;
y entró … andando y saltando.
Cuando recordamos en lento y penoso proceso por el que un bebé llega a aprender a andar,
nos damos cuenta de lo maravilloso que fue para este hombre poder dar saltos, por primera
vez en su vida.
Este milagro, obrado en el Nombre de Jesús, fue un testimonio adicional para el pueblo de
Israel que Aquel que ellos habían crucificado vivía y estaba dispuesto a ser su Sanador y
Salvador.
3:9–10 El hecho de que el mendigo se sentaba cada día junto a la puerta del templo le había
hecho muy conocido. Ahora que estaba sanado, el milagro fue necesariamente conocido de
manera muy general. El pueblo no podía negar que había tenido lugar un gran milagro, pero,
¿qué significaba todo aquello?
3:11 Mientras el cojo que había sido sanado se asía de Pedro y de Juan como sus
sanadores, todo el pueblo a una, atónito, corrió hacia ellos al pórtico que se llama de
Salomón, una parte del área del templo. Su asombro y maravilla dio a Pedro una oportunidad
para predicarles.
3:12 Pedro aparta primero la atención del pueblo del hombre que había sido sanado y de
los apóstoles mismos. La explicación del milagro no había de encontrarse en ninguno de ellos.
3:13–16 Rápidamente, los lleva al verdadero Autor del milagro. Era Jesús, Aquel a quien
ellos habían rechazado, negado y dado muerte. Dios lo había resucitado de los muertos y lo
había glorificado en el cielo. Ahora, por la fe en su nombre, aquel hombre que ellos conocían
había sido consolidado, sanado de su incapacidad.
La santa intrepidez de Pedro al acusar a los hombres de Israel es digna de nota. Sus
acusaciones contra ellos son las siguientes:
1. Ellos entregaron a Jesús (a los gentiles para que fuese juzgado).
2. Lo negaron delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad.
3. Negaron al Santo y al Justo, y pidieron que se les concediera de gracia un homicida
(Barrabás).
4. Mataron al Autor (o Príncipe) de la vida.
Observemos, como contraste, el trato que Dios dio a Jesús:
1. Lo ha resucitado de los muertos (v. 15).
2. Él ha glorificado a Su Siervo Jesús —no Su Hijo Jesús, como en las versiones antiguas (v.
13).
Observemos, finalmente, el énfasis sobre la fe en Cristo como la explicación del milagro de
sanidad (v. 16). En este versículo, como en todas partes, el nombre denota a la persona. Así, la
fe en su nombre significa fe en Cristo.
3:17 Hay aquí un cambio claro en el tono de Pedro. Habiendo acusado a los hombres de
Israel de la muerte del Señor Jesús, ahora se dirige a ellos como sus hermanos judíos,
admitiendo en gracia que lo habían hecho por ignorancia, apremiándolos a que se
arrepintiesen y convirtiesen.
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Casi parece contradictorio oír a Pedro decir que los judíos habían crucificado al Señor Jesús
por ignorancia. ¿No había venido acaso con las plenas credenciales del Mesías? ¿No había
hecho Él maravillosos milagros en medio de ellos? ¿No los había encolerizado al afirmar que era
igual a Dios? Sí, todo esto es cierto. Y sin embargo eran ignorantes del hecho de que Jesucristo
era Dios encarnado. Ellos esperaban que el Mesías viniese no con humilde gracia, sino como un
poderoso liberador militar. Consideraron que Jesús era un impostor.
No sabían que era verdaderamente el Hijo de Dios. Probablemente, pensaban que estaban
sirviendo a Dios al darle muerte. Así, el Salvador mismo dijo, cuando era crucificado: «No saben
lo que hacen» (Lc. 23:34), y más adelante Pablo escribió: «Si [los príncipes de este mundo lo]
hubiesen conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria» (1 Co. 2:8).
Todo esto estaba dispuesto para asegurar a los hombres de Israel que su pecado, aunque
era muy grande, estaba todavía sujeto a la gracia perdonadora de Dios.
3:18 Sin excusar el pecado de ellos, Pedro muestra que Dios había predominado para que
cumpliese Sus propios propósitos. Los profetas del AT habían predicho que el Mesías había de
padecer. Los judíos eran quienes infligieron este sufrimiento sobre Él. Pero ahora Él se ofrecía a
ellos como Señor y Salvador. Por medio de Él, podrían recibir el perdón de sus pecados.
3:19 El pueblo de Israel habría de arrepentirse y dar media vuelta en su rumbo. Cuando
hiciesen esto, sus pecados serían borrados, y vendrían de la presencia del Señor tiempos de
refrigerio.
Se había de recordar que este mensaje se dirige a los hombres de Israel (v. 12). Enfatiza que
la restauración y bendición nacional tenían que ser precedidas por el arrepentimiento nacional.
Los tiempos de refrigerio de la presencia del Señor se refieren a las bendiciones del futuro
reinado de Cristo sobre la tierra, como se menciona en el siguiente versículo.
3:20 A renglón seguido del arrepentimiento de Israel, Dios enviará al Mesías, Jesús. Como
ya se ha mencionado antes, esto se refiere a la Segunda Venida de Cristo para que establezca
Su reinado de mil años sobre la tierra.
3:21 En este punto se suscita inevitablemente esta pregunta: «Si Israel se hubiese
arrepentido cuando Pedro estaba hablando, ¿habría vuelto el Señor Jesús a la tierra?». Grandes
y piadosos hombres han diferido acerca de esta cuestión. Los hay que insisten en que habría
vuelto; en caso contrario, insisten, la promesa no habría sido fiable. Otros toman el pasaje
como profético, mostrando el orden de acontecimientos que tendría realmente lugar. La
pregunta es del todo hipotética. El hecho es que Israel no se arrepintió y que el Señor Jesús no
ha vuelto.
Es evidente, por el v. 21, que Dios sabía anticipadamente que la nación de Israel rechazaría
a Cristo, y que la actual era de gracia transcurriría antes de Su Segunda Venida. El cielo debe
guardar a Cristo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas. Los tiempos de la
restauración de todas las cosas señala al Milenio. Esto no indica salvación universal, como
algunos han sugerido. Una enseñanza así es extraña a la Biblia. Más bien, señalan al tiempo en
que la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción, y en que Cristo reinará en justicia
como Rey sobre toda la tierra.
Estos tiempos de la restauración habían sido predichos por los profetas del AT.
El versículo 21 ha sido empleado en un esfuerzo por refutar el Arrebatamiento
pretribulacional. El argumento es que si el cielo debe guardar a Jesús hasta el comienzo del
Milenio, entonces Él no puede venir antes de entonces para llevarse a la iglesia al cielo. La
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respuesta, naturalmente, es que Pedro está hablando aquí a los hombres de Israel (v. 12). Está
hablando de los tratos de Dios para con Israel como nación. Por lo que respecta a la nación de
Israel, Jesús quedará en el cielo hasta que venga al final a reinar al término de la Tribulación.
Pero los judíos individuales que crean en Él durante esta Era de la Iglesia tendrán parte con los
creyentes gentiles en el arrebatamiento de la iglesia, que podría tener lugar en cualquier
momento. Además, en el Arrebatamiento el Señor no deja el cielo: nosotros vamos a reunirnos
con Él en el aire.
3:22 Como un ejemplo de la profecía del AT anticipando el glorioso reinado de Cristo, Pedro
cita Deuteronomio 18:15, 18, 19. El pasaje contempla al Señor Jesús como Profeta de Dios en la
era dorada de Israel, anunciando la voluntad y la ley de Dios.
Cuando Moisés dijo: El Señor vuestro Dios os levantará un profeta de entre vuestros
hermanos, como a mí, no se estaba refiriendo a semejanza de carácter o de capacidad, sino
semejanza en el sentido de que ambos habían sido levantados por Dios. «Él le levantará a Él
como me levantó a mí.»
3:23 Durante el reinado de Cristo sobre la tierra, los que rehúsen oírle y obedecerle serán
totalmente exterminados del pueblo. Naturalmente, quienes le rechazan en la actualidad
sufren también la condenación eterna, pero el pensamiento principal de este pasaje es que
Cristo reinará aún con cetro de hierro, y que aquellos que le desobedezcan y se rebelen contra
Él serán inmediatamente ejecutados.
3:24 Para dar más énfasis al hecho de que los tiempos de la restauración habían sido bien
predichos, Pedro añade que todos los profetas desde Samuel en adelante hablaron de estos
días.
3:25 Pedro recuerda ahora a sus oyentes judíos que la promesa de estos tiempos de
bendición fue hecha a ellos como hijos de los profetas y descendientes de Abraham. A fin de
cuentas, Dios había hecho pacto con Abraham que bendeciría a todas las familias de la tierra
en su simiente. Todas las promesas de la bendición milenial se centran en la Simiente, es decir,
en Cristo. Por tanto, habrían de aceptar al Señor Jesús como Mesías.
3:26 Dios había ya levantado a Su siervo (3:13), y lo había enviado primero a la nación de
Israel. Esto se refiere a la Encarnación y vida de nuestro Señor, no a Su resurrección. Y si
querían recibirle, Él haría que cada uno se convirtiese de sus maldades.
En este sermón de Pedro, pronunciado ante el pueblo de Israel, observamos que lo que está
a la vista es el reino, y no la iglesia. Además, el énfasis es también nacional, no individual. El
Espíritu de Dios se retardaba sobre Israel en paciente misericordia, contendiendo con el antiguo
pueblo de Dios para que recibiesen al glorificado Señor Jesús como Mesías y así precipitar la
venida del reino de Cristo sobre la tierra.
Pero Israel no quiso oír.
F. La persecución y el crecimiento de la Iglesia (4:1–7:60)
4:1–4 Estaba a punto de estallar la primera persecución de la iglesia primitiva. Y, como
había de ser, comenzó de parte de los líderes religiosos. Los sacerdotes y el jefe de la guardia
del templo, y los saduceos emprendieron acción contra los apóstoles.
Scroggie sugiere que los sacerdotes representan la intolerancia religiosa; el jefe de la
guardia del templo, la enemistad política; y los saduceos, la incredulidad racionalista. Los
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saduceos negaban la doctrina de la resurrección. Esto los puso en conflicto directo con los
apóstoles, ¡por cuanto la resurrección era la nota central de la predicación apostólica!
Spurgeon ve un paralelo:
Los saduceos, como sabéis, eran la Escuela Amplia, los liberales, los pensadores
avanzados, la gente moderna de su tiempo. Si queréis un escarnio acerbo, un sarcasmo
acerbo o una acción cruel, os encomiendo a estos caballeros de amplio corazón. Son
liberales para con todos, excepto para con los que mantienen la verdad; y para ellos tienen
una reserva de amargura concentrada que rebasa en mucho al ajenjo y a la hiel. Son tan
liberales con sus hermanos de error que no les queda ninguna tolerancia para los
evangélicos.
Estos líderes se resentían de que los apóstoles estuviesen enseñando al pueblo. Ellos creían
que ésta era una prerrogativa exclusiva de ellos. También se encolerizaron porque proclamaban
en Jesús la resurrección de entre los muertos. Si Jesús había resucitado de entre los muertos,
entonces los saduceos quedaban desacreditados.
En el versículo 2 es importante la expresión resurrección de entre los muertos, porque
refuta la idea popular de una resurrección general al fin del mundo. Este y otros pasajes hablan
de una resurrección de entre los muertos. En otras palabras: algunos resucitarán, mientras que
otros (incrédulos) permanecerán en el sepulcro hasta un tiempo posterior.
Los gobernantes decidieron mantener a los apóstoles bajo una especie de arresto
domiciliario hasta el día siguiente, porque estaba ya haciéndose tarde. (El milagro de sanidad
en el capítulo 3 había sido hecho como a las tres de la tarde.)
Pese a la oposición oficial, muchos se volvieron al Señor. Se cita como cinco mil hombres
(gr. andres, «varones») que entraron en la comunión cristiana. Los comentaristas no están de
acuerdo en si esto incluía a los tres mil salvados en Pentecostés. No incluye a las mujeres ni a
los niños.
4:5–6 Al día siguiente, el concilio religioso, conocido como el Sanedrín, se reunió como
tribunal de indagación, con la intención de detener las actividades de estos alteradores del
orden establecido. ¡Todo lo que consiguieron fue dar a los apóstoles otra oportunidad de
testificar acerca de Cristo!
Junto a los gobernantes, ancianos y escribas se encontraban:
1. El sumo sacerdote Anás, ante quien habían hecho comparecer al Señor primero. Había
sido sumo sacerdote antes, pero quizá le permitieron retener el título a modo de
cortesía.
2. Caifás, el yerno de Anás, que había presidido en el juicio del Señor.
3. Juan y Alejandro, de los que nada más se sabe.
4. Los que eran del linaje de los sumos sacerdotes, hombres de gran influencia.
4:7 El juicio comenzó pidiendo ellos a los apóstoles con qué clase de poder, o en qué
nombre, habían ellos llevado a cabo el milagro. Pedro se adelantó para dar su tercera confesión
pública de Cristo en Jerusalén. Era una inapreciable oportunidad para predicar el evangelio al
estamento religioso, y la aprovechó de buena gana y con intrepidez.
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4:8–12 Primero les recordó que se sentían incómodos porque los apóstoles habían hecho
un beneficio … a un hombre enfermo. Aunque Pedro no se extendió en esto, el hombre que
había sido sanado había estado mendigando a la puerta del templo, y los gobernantes nunca
habían podido sanarle. Luego el apóstol tronó su denuncia, afirmando que era en el nombre de
Jesucristo de Nazaret, a quien ellos habían crucificado, que este hombre estaba en su
presencia sano. Dios le había resucitado de los muertos y lo había exaltado al cielo. De este
modo, la piedra desechada había venido a ser piedra angular, la piedra indispensable que
completa la estructura. Y Él es indispensable. No hay salvación sin Él. Él es el único y exclusivo
Salvador. En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos.
Al leer los vv. 8–12, recordemos que estas palabras fueron pronunciadas por el mismo
hombre que había negado tres veces al Señor con juramentos y maldiciones.
4:13 La religión seca y formal es siempre intolerante de aquel evangelismo entusiasta y vital
que produce resultados en los corazones y en las vidas. Los conductores del formalismo
religioso se quedan aturdidos cuando descubren a hombres sin letras y del vulgo haciendo
impacto en la comunidad, mientras que ellos, con toda su sabiduría, «no llegan a levantarse por
encima de la carne y de la sangre».
En el Nuevo Testamento no hay distinción entre clero y laicos. Esta distinción es una
reliquia proveniente del Romanismo. Juan Huss luchó y murió en Bohemia por la doctrina
del sacerdocio de todos los creyentes, y el símbolo husita hasta el día de hoy es la copa de
comunión sobre una Biblia abierta. Era esta verdad de un sacerdocio regio y de cada
creyente como testigo la que constituyó la fuerza dinámica en la Iglesia primitiva. Sin ayuda
de ningún moderno equipo, ni de transporte, o de traducción y publicación de la Palabra, el
Evangelio de la gracia de Dios sacudió todo el Imperio, hasta que hubo santos hasta en la
casa del César. Dios nos está llamando de vuelta al cristianismo primitivo.
El Sanedrín quedó atónito ante el denuedo de Pedro y de Juan. Les hubiese gustado
echarlos a un lado como sin letras e ignorantes pescadores de Galilea. Pero había algo en su
autodominio, sus vidas llenas de fuerza y su intrepidez que les hizo pensar acerca de Jesús
cuando compareció a juicio. Atribuyeron la intrepidez de los apóstoles a que habían estado con
Jesús en el pasado, pero la verdadera explicación era que estaban ahora llenos del Espíritu
Santo.
4:14–18 Además, era azorador tener delante de ellos al cojo sanado. No se podía negar que
había tenido lugar un milagro.
Escribe J. H. Jowett:
Los hombres pueden más que ganarle a uno en sutileza de argumento. En
argumentación intelectual podrías sufrir una derrota cantada. Pero el argumento de una
vida redimida es inexpugnable. «Viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en
pie con ellos, no tenían nada que replicar.»
A fin de considerar qué estrategia iban a seguir, hicieron salir por un momento a Pedro y a
Juan fuera de la estancia. Su dilema era éste: No podían castigar a los apóstoles por hacer un
acto de misericordia; pero si no detenían a estos fanáticos, su propia religión quedaría
WM Pág. 30
seriamente amenazada por pérdida de miembros. De modo que decidieron prohibir a Pedro y a
Juan que hablasen con la gente acerca de Jesús, tanto en privado como en predicación pública.
4:19–20 Pedro y Juan no pudieron aceptar una restricción así. Su primera lealtad y
responsabilidad era para con Dios, no para con el hombre. Si fuesen sinceros, los gobernantes
habrían de admitir esto. Los apóstoles habían sido testigos de la resurrección y ascensión de
Cristo. Se habían sentado a Su enseñanza cada día. Eran responsables de dar testimonio de su
Señor y Salvador Jesucristo.
4:21–22 La debilidad de la posición de los gobernantes se ve en el hecho de que no
pudieron castigar a los apóstoles: todo el pueblo sabía que había tenido lugar un milagro de
gracia. El hombre sanado, que tenía más de cuarenta años, era bien conocido, porque su triste
estado había estado en pública exhibición durante largo tiempo. De modo que todo lo que
pudo hacer el Sanedrín fue despedir a los acusados apóstoles con amenazas adicionales.
Con un instinto de hijos nacidos libres de Dios, los apóstoles vinieron directamente a los
suyos, sus hermanos en la fe, tan pronto como las autoridades los pusieron en libertad.
Buscaron y encontraron su comunión con «la grey jadeante y apiñada, cuyo único crimen era
Cristo». Y así, en todas las edades, una prueba del carácter de un cristiano es donde encuentra
comunión y compañerismo.
4:24–26 Tan pronto como los santos oyeron lo que había sucedido, clamaron al Señor en
oración. Dirigiéndose a Dios con una palabra que significa «Amo Absoluto», término que
apenas se utiliza en el NT, le alabaron en primer término como el Creador de todas las cosas (y
por ello superior a las criaturas que ahora se estaban oponiendo a Su verdad). Luego adoptaron
las palabras de David en el Salmo 2, que habló por el Espíritu Santo en relación con la oposición
de los poderes gubernamentales contra su Cristo. En realidad, el Salmo señala adelante a la
época en que Cristo vendrá a establecer Su reino y cuando reyes y príncipes tratarán de
estorbar este propósito. Pero los cristianos primitivos se dieron cuenta del parecido de la
situación en su tiempo, y aplicaron las palabras a sus propias circunstancias. Como se ha dicho,
mostraron una verdadera espiritualidad por la divina destreza con que entretejieron la Sagrada
Escritura en el cuerpo de sus oraciones.
4:27–28 A continuación se da su aplicación de la cita del Salmo. Justo allí en Jerusalén, los
romanos y los judíos se habían aliado contra el santo Siervo de Dios, Jesús. Representando a los
judíos aparece Herodes, y Pilato actuó en nombre de los gentiles. Pero hay un final
sorprendente en el versículo 28. Uno esperaría que dijese que estos gobernantes se habían
reunido para hacer todo lo que sus malvados corazones habían planeado. En lugar de esto, dice
que se habían aliado para hacer cuanto tu mano y tu designio habían predestinado que
sucediera.
Matheson explica:
La idea es que sus esfuerzos por oponerse a la voluntad divina resultó en una coalición
con ella. … Se aliaron en un consejo de guerra contra Cristo; sin ellos saberlo, firmaron un
tratado para promover la gloria de Cristo. … Nuestro Dios no abate las tormentas que se
levantan sobre Él; las monta; obra por medio de ellas.
4:29–30 Expresada su confianza en el poder prevaleciente de Dios, los cristianos hacen tres
peticiones específicas:
WM Pág. 31
1. Fíjate en sus amenazas. No pretendieron dictar a Dios cómo castigar a estos malvados,
sino que sencillamente dejaron la cuestión en sus manos.
2. Concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra. Su propia seguridad
personal no era lo importante. Lo primordial era la intrepidez en predicar la palabra.
3. Mientras extiendes tu mano para sanar. La primitiva predicación del evangelio tuvo el
testimonio divino por medio de señales y prodigios llevados a cabo mediante el
nombre de … Jesús. Aquí se le pide a Dios que siga confirmando de esta manera el
ministerio de los apóstoles.
4:31 Cuando acabaron de orar, el lugar … tembló —una expresión física del poder
espiritual presente—. Todos fueron llenos del Espíritu Santo, indicando la obediencia de ellos
al Señor, su andar en la luz, su entrega a Él. Siguieron hablando con denuedo la palabra de
Dios, en clara respuesta a su oración en el versículo 29.
Siete veces en el Libro de Hechos se menciona a hombres llenados con o llenos del Espíritu
Santo. Observemos los propósitos o los resultados:
1. Para hablar (2:4; 4:8; y aquí).
2. Para servir (6:3).
3. Para pastorear (11:24).
4. Para reprender (13:9).
5. Para morir (7:55).
4:32–35 Cuando los corazones están encendidos de amor para Cristo, están también
encendidos de amor los unos por los otros. Este amor se manifiesta en dar. Así, los creyentes
primitivos expresaron la realidad de su vida común en Cristo practicando una comunidad de
bienes. En lugar de aferrarse egoístamente a sus posesiones personales, contemplaban sus
propiedades como pertenecientes a toda la comunidad. Allí donde hubiese una necesidad,
vendían heredades o casas y llevaban el precio de lo vendido a los apóstoles, para que ellos lo
distribuyesen. Es importante ver que se repartía siempre que surgía una necesidad; no fue un
repartimiento total arbitrario en un momento determinado.
F. W. Grant explica:
Por tanto, no hubo una renuncia general a los títulos personales, sino un amor que no
sabía retener las posesiones ante la necesidad de otra persona. Fue el instinto de unos
corazones que habían encontrado sus verdaderas posesiones en aquella esfera a la que
Cristo había resucitado.
De una forma algo sarcástica pero tristemente muy cierta en demasiadas ocasiones, es el
paralelo moderno de F. E. Marsh:
Alguien ha dicho, al contrastar la iglesia primitiva con la cristiandad de hoy: «Es un
pensamiento grave que si el evangelista Lucas estuviese describiendo la cristiandad
moderna en lugar de la primitiva, tendría que variar un tanto la fraseología de Hechos 4:32–
35, para decir lo que sigue: … «Y la multitud de los que habían profesado eran de corazón
duro y de alma pétrea, y cada uno de ellos decía que lo que poseía era suyo; y todos tenían
las cosas a la moda. Y con gran poder daban ellos testimonio de las atracciones de este
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  • 1. WM Pág. 1 LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES Introducción «Cristo es el tema, la iglesia es el medio, y el Espíritu es el poder.» W. Graham Scroggie I. Su singular puesto en el Canon Los Hechos de los Apóstoles es la única historia inspirada de la iglesia; es asimismo la primera historia de la iglesia y la única historia primaria de la iglesia que cubre los primeros días de la fe. Todas las otras sencillamente recurren a la obra de Lucas con la adición de algunas tradiciones (¡y muchas conjeturas!). Sin este libro, estaríamos totalmente a oscuras. Pasar directamente de la vida de nuestro Señor en los Evangelios a las Epístolas sería un salto enorme. ¿Quiénes eran las congregaciones a las que éstas se dirigían, y cómo se originaron? Hechos da respuesta a estas y muchas otras preguntas. Es un puente no sólo entre la vida de Cristo y la vida cristiana enseñada en las Epístolas, sino también un enlace de transición entre el judaísmo y el cristianismo, entre la Ley y la Gracia. Ésta constituye una de las principales dificultades en la interpretación de Hechos, esto es, el gradual ensanchamiento de los horizontes, desde un pequeño movimiento judío centrado en Jerusalén hasta la fe mundial que se ha introducido ya en la misma capital del Imperio. II. Paternidad La paternidad de Lucas y Hechos es la misma, y en esto el acuerdo es casi universal. Si el Tercer Evangelio es de Lucas, lo mismo sucede con Hechos, y viceversa (véase Introducción a Lucas). La evidencia externa de que Lucas escribió Hechos es temprana, poderosa y extensa. El Prólogo Antimarcionita a Lucas (c. 160–180), el Canon de Muratori (c. 170–200) y los primeros padres de la iglesia, Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano y Orígenes concuerdan todos en la paternidad lucana de Hechos. Lo mismo sucede con todos los que le siguen en la historia de la iglesia, incluyendo autoridades como Eusebio y Jerónimo. La evidencia interna en Hechos mismo de que Lucas lo escribió es triple. Al comienzo de Hechos, el escritor se refiere de manera expresa a una obra anterior, también dedicada a Teófilo. Lucas 1:1–4 exhibe que el relato mencionado es el del Tercer Evangelio. El estilo, la perspectiva compasiva, el vocabulario, el énfasis apologético y muchos detalles pequeños ligan
  • 2. WM Pág. 2 las dos obras. Si no fuese por el deseo de incluir a Lucas con los otros tres Evangelios, es indudable que ambas obras habrían sido puestas juntas, como 1 y 2 Corintios. Segundo, en base al texto de Hechos es evidente que el autor era compañero de viaje de Pablo. Esto se exhibe en los famosos pasajes en primera persona del plural, «nosotros» (16:10– 17; 20:5–21:18; 27:1–28:16), donde el autor está realmente presente en los hechos que se registran. Los intentos de los escépticos por explicar estos pasajes como un toque «ficticio» no son convincentes. Si hubiesen sólo sido añadidos para hacer que la obra pareciese más auténtica, ¿por qué se introducen con tanta parquedad y sutileza —y por qué no se da nombre al «yo» implícito en el «nosotros»? Finalmente, al eliminar los otros compañeros de Pablo mencionados por el autor en tercera persona, así como compañeros que se sabe que no estuvieron con Pablo durante las secciones en «nosotros», la única persona viable que queda es Lucas. III. Fecha Si bien la fecha de algunos libros del NT no es crucial, es más importante en Hechos, que es de manera específica una historia de la iglesia, y además la primera. Se han propuesto tres fechas para Hechos, dos de ellas que aceptan la paternidad lucana, y una que la niega: 1. Una fecha del siglo II excluye naturalmente a Lucas como autor. Difícilmente habría podido vivir más allá del 80 u 85 d.C. como mucho. Aunque algunos eruditos (liberales) piensan que el autor empleó las Antigüedades de Josefo (c. 93 d.C.), los paralelos que pretenden acerca de Teudas (Hch. 5:36) no concuerdan, y en todo caso las similitudes no son fuertes. 2. Una postura comúnmente admitida es que Lucas escribió Lucas-Hechos entre los años 70–80. Esto permitiría que Lucas hubiese empleado Marcos en su Evangelio (probablemente de los 60). 3. Se puede defender bien la postura de que Lucas acabó Hechos donde lo hizo poco después que termina la historia del libro —durante el primer encarcelamiento de Pablo en Roma. Es posible que Lucas tuviese el proyecto de escribir un tercer volumen (evidentemente no fue la voluntad de Dios), de modo que Lucas no citó aún en este libro los acontecimientos devastadores (para los cristianos) entre los años 63 y 70 d.C. Sin embargo, las siguientes omisiones sugieren la fecha temprana: La feroz persecución de los cristianos en Italia a manos de Nerón después del incendio de Roma (64); la guerra judía con Roma (66–70); el martirio de Pedro y Pablo (a finales de los 60); y lo más traumático de todo para los judíos y los cristianos hebreos, la destrucción de Jerusalén. Por ello, lo más probable es que Lucas escribió Hechos mientras Pablo estaba encarcelado en Roma, el 62 o 63 d.C. IV. Trasfondo y Tema
  • 3. WM Pág. 3 Hechos de los Apóstoles palpita con vida y acción. Ahí vemos al Espíritu Santo obrando, formando la iglesia, energizándola y expandiéndola. Es el magnífico registro del Soberano Espíritu, empleando los instrumentos más improbables, venciendo los más formidables obstáculos, usando los métodos menos convencionales, y logrando los mejores resultados. Hechos reemprende la narración allí donde la dejan los Evangelios, y luego nos lleva a través de unas rápidas y dramáticas descripciones a lo largo de los primeros y turbulentos años de la iglesia primitiva. Es el registro del gran periodo de transición cuando la iglesia del NT se estaba liberando de las mortajas del judaísmo y exhibiendo su carácter distintivo como una nueva comunión en la que judíos y gentiles son uno en Cristo. Por esta razón, Hechos ha sido muy idóneamente llamado la historia de «el destete de Isaac». Al leer, sentimos algo del entusiasmo espiritual que se hace presente cuando Dios está obrando. Al mismo tiempo, sentimos la tensión que surge cuando tanto el pecado como Satanás se oponen y obstruyen. En los primeros 12 capítulos, el apóstol Pedro ocupa un puesto clave, con su valerosa predicación a la nación de Israel. Desde el capítulo 13 en adelante, el Apóstol Pablo pasa al frente como el celoso, inspirado e infatigable apóstol a los gentiles. Hechos cubre un periodo de unos 33 años. J. B. Phillips observa que en ningún periodo comparable de la historia humana «nunca ningún grupo pequeño de personas ordinarias ha movido de tal forma el mundo que sus enemigos pudiesen decir, con lágrimas de rabia en sus ojos, que esos hombres “han revolucionado el mundo”». BOSQUEJO I. LA IGLESIA EN JERUSALÉN (Caps. 1–7) A. La promesa del Espíritu por el Señor Resucitado (1:1–5) B. El mandato del Señor a los Apóstoles antes de Su ascensión (1:6–11) C. Los discípulos esperan en oración en Jerusalén (1:12–26) D. El Día de Pentecostés y el Nacimiento de la Iglesia (2:1–47) E. La curación de un cojo, y la acusación de Pedro a Israel (3:1–26) F. La persecución y el crecimiento de la Iglesia (4:1–7:60) II. LA IGLESIA EN JUDEA Y SAMARIA (Caps. 8:1–9:31) A. El ministerio de Felipe en Samaria (8:1–25) B. Felipe y el Eunuco de Etiopía (8:26–40) C. La conversión de Saulo de Tarso (9:1–31) III. LA IGLESIA HASTA LO ÚLTIMO DE LA TIERRA (Caps. 9:32–28:31) A. La predicación de Pedro del Evangelio a los gentiles (9:32–11:18) B. La implantación de la iglesia en Antioquía (11:19–30) C. La persecución a manos de Herodes y la muerte del mismo (12:1–23) D. El primer viaje misionero de Pablo: Galacia (12:24–14:28) E. El Concilio en Jerusalén (15:1–35) F. El segundo viaje misionero de Pablo: Asia Menor y Grecia (15:36–18:22) G. El tercer viaje misionero de Pablo: Asia Menor y Grecia (18:23–21:26) H. El arresto y los juicios de Pablo (21:27–26:32) I. La travesía de Pablo a Roma y el naufragio (27:1–28:16)
  • 4. WM Pág. 4 J. El arresto domiciliario de Pablo y su testimonio a los judíos en Roma (28:17–31) Comentario I. LA IGLESIA EN JERUSALÉN (Caps. 1–7) A. La promesa del Espíritu por el Señor Resucitado (1:1–5) 1:1 El Libro de los Hechos comienza con un recordatorio. Lucas, el médico amado, había ya escrito antes a Teófilo —un escrito que ahora conocemos como El Evangelio Según Lucas (véase Lucas 1:1–4)—. En los últimos versículos de aquel Evangelio le decía a Teófilo que inmediatamente antes de Su Ascensión, el Señor Jesús había prometido a Sus discípulos que serían bautizados con el Espíritu Santo (Lc. 24:48–53). Ahora Lucas prosigue la narración, y así vuelve de nuevo a esta entusiasmante promesa como su punto de partida. Y es apropiado que lo haga así, porque en aquella promesa del Espíritu se escondían en forma germinal todos los triunfos espirituales que se desenvuelven en el Libro de los Hechos. Lucas describe su Evangelio como el primer tratado o el primer libro. En aquel había registrado las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar. En Hechos prosigue el registro relatando las cosas que Jesús prosiguió haciendo y enseñando después de Su Ascensión, por medio del Espíritu Santo. Observemos que el ministerio del Señor era a la vez de acción y enseñanza. No era doctrina sin deber, ni credo sin conducta. El Salvador era la viva encarnación de lo que enseñaba. Practicaba lo que predicaba. 1:2 Teófilo recordaría que el anterior libro de Lucas terminaba con el relato de la Ascensión del Salvador, descrita aquí como fue recibido arriba. Recordaría también las entrañables últimas instrucciones que el Señor había dado a los once apóstoles antes de partir. 1:3 Durante los cuarenta días entre Su resurrección y Ascensión, Jesús se apareció a Sus discípulos, dándoles las más poderosas pruebas posibles de Su resurrección corporal (véase Jn. 20:19, 26; 21:1, 14). Durante este tiempo, también estuvo conversando con ellos acerca de los temas del reino de Dios. Su interés principal se centraba no en los reinos de este mundo, sino en el reino o esfera donde Dios es reconocido como Rey. El reino no debe ser confundido con la iglesia. El Señor Jesús se ofreció a Sí mismo a la nación de Israel como Rey, pero fue rechazado (Mt. 23:37). Su reino literal sobre la tierra fue por ello pospuesto hasta que Israel se arrepienta y le reciba como Mesías (Hch. 3:19–21). En la actualidad, el Rey está ausente. Sin embargo, Él tiene un reino invisible sobre la tierra (Col. 1:13). Está compuesto por todos los que profesan adhesión a Él (Mt. 25:1–12). En un sentido consiste de todos aquellos que afirman ser cristianos; éste es su aspecto externo (Mt. 13:1–52). Pero en su realidad interior incluye solamente a quienes han nacido de nuevo (Jn. 3:3, 5). El reino, en su actual condición, es descrito en las parábolas de Mateo 13. La iglesia es algo totalmente nuevo. No fue tema de la profecía en el AT (Ef. 3:5). Está formada por todos los creyentes desde Pentecostés hasta el Arrebatamiento. Como Esposa de Cristo, la iglesia reinará con Él en el Milenio y compartirá Su gloria para siempre. Cristo volverá
  • 5. WM Pág. 5 como Rey al final de la Gran Tribulación, destruirá a Sus ene-migos, y establecerá Su reinado de justicia sobre toda la tierra (Sal. 72:8). Aunque Su reinado centrado en Jerusalén durará sólo mil años (Ap. 20:4), sin embargo el reino es eterno en el sentido de que todos los enemigos de Dios serán al final destruidos, y que reinará eternamente en el cielo sin oposición ni estorbos (2 P. 1:11). 1:4 Lucas narra ahora una reunión del Señor con Sus discípulos, reunido con ellos en un aposento en Jerusalén. El Redentor resucitado les mandó que permaneciesen en Jerusalén. Pero, podrían preguntarse ellos, ¿por qué en Jerusalén? ¡Para ellos era una ciudad de odio, violencia y persecución! Sí, el cumplimiento de aquella promesa del Padre tendría lugar en Jerusalén. La venida del Espíritu tendría lugar en aquella misma ciudad en la que el Salvador había sido crucificado. La presencia del Espíritu allí daría testimonio del rechazamiento del Hijo de Dios por parte del hombre. El Espíritu de verdad convencería al mundo de pecado, de justicia y de juicio —y esto tendría lugar comenzando en Jerusalén—. Y los discípulos recibirían el Espíritu Santo en la ciudad donde ellos mismos habían abandonado al Señor y habían huido para salvarse. Serían fortalecidos y cobrarían un valor indómito en el mismo lugar donde anteriormente se habían demostrado débiles y cobardes. No era la primera vez que los discípulos oyeron de la promesa del Padre de labios del Salvador. A lo largo de Su ministerio terrenal, y especialmente en Su Discurso del Aposento Alto, les había hablado del Ayudador que vendría (véase Lc. 24:49; Jn. 14:16, 26; 15:26; 16:7, 13). 1:5 Ahora, en Su última reunión con ellos, les repite la promesa. Algunos de ellos, si no todos, ya habían recibido el bautismo con agua de Juan. Pero el bautismo de Juan era externo y físico. Dentro de no muchos días iban a ser bautizados con el Espíritu Santo, y este bautismo sería interior y espiritual. El primer bautismo los identificó externamente con el remanente arrepentido de la nación de Israel. El segundo los incorporaría en la iglesia, el Cuerpo de Cristo, y los capacitaría para el servicio. Jesús prometió que serían bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días, pero no hay mención del bautismo en fuego (Mt. 3:11, 12; Lc. 3:16, 17). Esto último es un bautismo de juicio sólo para no creyentes, y está aún en el futuro. B. El mandato del Señor a los Apóstoles antes de Su ascensión (1:6–11) 1:6 Es posible que el incidente que se relata aquí tuviese lugar en el Monte de los Olivos, delante de Betania. Éste es el punto desde donde el Señor Jesús volvió al cielo (Lc. 24:50, 51). Los discípulos habían estado pensando acerca de la venida del Espíritu. Recordaban que el profeta Joel había hablado del derramamiento del Espíritu en relación con el glorioso reinado del Mesías (Jl. 2:28). Por ello, llegaron a la conclusión de que el Señor establecería pronto Su reino, por cuanto había primero dicho que el Espíritu sería dado «dentro de no muchos días». Su pregunta revelaba que todavía esperaban que Cristo estableciese inmediatamente Su reino terrenal literal. 1:7 El Señor no los corrigió por esperar Su reinado literal sobre la tierra. Esta esperanza estaba y está justificada. Simplemente, les dijo que no podían conocer cuándo vendría Su reino.
  • 6. WM Pág. 6 La fecha había sido establecida por la sola potestad del Padre, pero no le placía revelarla. Era una información que le pertenecía exclusivamente. La expresión los tiempos o las sazones se emplea en la Biblia para referirse a los varios acontecimientos predichos por Dios que han de acontecer aún en relación con la nación de Israel. Desde su trasfondo judío, los discípulos comprenderían esta expresión aquí como refiriéndose a los días cruciales antes de e incluyendo el establecimiento del reinado milenial de Cristo sobre la tierra. 1:8 Habiendo suprimido su curiosidad acerca de la fecha futura de este reino, el Señor Jesús dirigió la atención de Sus discípulos a lo que era más inmediato —a la naturaleza y esfera de la misión que les iba a encomendar—. En cuanto a su naturaleza, ellos debían ser testigos; en cuanto a su esfera, deberían ser testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Pero primero habían de recibir poder —el poder del Espíritu Santo—. Este poder es la grande e ineludible condición del testimonio cristiano. Uno puede tener mucho talento, una gran instrucción y amplia experiencia, pero será ineficaz si carece de poder espiritual. En cambio, uno puede carecer de educación, ser poco atrayente y sin refinamientos, pero si está dotado por el poder del Espíritu Santo, el mundo se girará para verle arder por Dios. Aquellos atemorizados discípulos necesitaban poder para testificar, una santa intrepidez para predicar el evangelio. Recibirían este poder cuando el Espíritu Santo viniese sobre ellos. Su testimonio iba a comenzar en Jerusalén, una disposición de la gracia de Dios repleta de significado. Esa misma ciudad donde nuestro Señor fue crucificado fue la primera en recibir el llamamiento al arrepentimiento y a la fe en Él. Luego Judea, la sección meridional de Palestina con su gran población judía, y con Jerusalén como su capital. Después Samaria, la región en el centro de Palestina, con su odiada población mestiza con la que los judíos no tenían tratos. Luego lo último del mundo entonces conocido —los países gentiles que hasta entonces estuvieron fuera en relación a privilegios religiosos—. En este círculo cada vez más amplio de testimonio, tenemos un bosquejo general de la corriente de la historia en Hechos. 1. El testimonio en Jerusalén (Caps. 1–7). 2. El testimonio en Judea y Samaria (8:1–9:31). 3. El testimonio hasta lo último de la tierra (9:32–28:31). 1:9 Tan pronto como el Salvador hubo comisionado a Sus discípulos, fue alzado al cielo. Esto es todo lo que dice la Escritura —Fue alzado, y le tomó sobre sí una nube que le ocultó de sus ojos—. Un acontecimiento tan espectacular, ¡y sin embargo descrito de una manera tan sencilla y templada! La contención que los escritores de la Biblia emplearon para contar su narración apunta a la inspiración de la Palabra. No es normal que los hombres traten unos acontecimientos tan extraordinarios con tanta reserva. 1:10 Una vez más, sin una expresión de atónita sorpresa, Lucas narra la aparición de dos varones con vestiduras blancas. Se trataba evidentemente de seres angélicos a los que se les mandó apareciesen en la tierra en forma de varones. Quizá eran los mismos ángeles que aparecieron en el sepulcro después de la resurrección (Lc. 24:4).
  • 7. WM Pág. 7 1:11 Los ángeles se dirigieron primero a los discípulos como varones galileos. Por lo que sabemos, todos los discípulos, con la excepción de Judas Iscariote, provenían de la región occidental del Mar de Galilea. Luego los ángeles los despertaron del ensimismamiento con que miraban al cielo. ¿Por qué estaban mirando al cielo? ¿Lo hacían por dolor, adoración o maravilla? Sin duda, era una mezcla de las tres cosas, aunque principalmente pudiese ser por dolor. Por esto, recibieron una palabra de consolación. El Cristo ascendido iba a volver. Aquí tenemos una clara promesa de la Segunda Venida del Señor para establecer Su reino sobre la tierra. No es el Arrebatamiento lo que está aquí a la vista, sino la venida para reinar. 1. Ascendió desde el Monte de los Olivos (v. 12) 1. Volverá al Monte de los Olivos (Zac. 14:4). 2. Ascendió personalmente 2. Volverá personalmente (Mal. 3:1) 3. Ascendió de manera visible. 3. Volverá de manera visible (Mt. 24:30) 4. Fue recibido en una nube (v. 9). 4. Vendrá sobre las nubes del cielo (Mt. 24:30) 5. Ascendió glorioso. 5. Volverá con poder y gran gloria (Mt. 24:30). C. Los discípulos esperan en oración en Jerusalén (1:12–26) 1:12 En Lucas 24:52 los discípulos volvieron a Jerusalén con gran gozo. «La luz del amor de Dios encendía los corazones de estos hombres y hacía resplandecer sus rostros a pesar del mar de angustias que los rodeaba.» Era un corto viaje de como un kilómetro desde el monte que se llama del Olivar, descendiendo por el Valle del Cedrón, hasta la ciudad. Era la mayor distancia que un judío podía viajar en sábado en los tiempos del NT. 1:13 Una vez dentro de la ciudad, subieron al aposento alto donde estaban alojados. El Espíritu de Dios da aquí los nombres de los discípulos por cuarta y última vez (Mt. 10:2–4; Mr. 3:16–19; Lc. 6:14–16). Pero ahora hay una destacada omisión: el nombre de Judas Iscariote está ausente de la lista. El traidor había ido a su merecida suerte. 1:14 Al reunirse los discípulos, lo hicieron unánimes. Esta expresión, que aparece once veces en Hechos, es una de las claves del secreto de la bendición. Cuando los hermanos moran juntos en unidad, Dios envía la bendición —vida para siempre (Sal. 133). En las palabras perseveraban … en oración se da una segunda clave. Ahora, como entonces, Dios obra cuando las personas oran. Generalmente, haríamos cualquier cosa antes que orar. Pero es sólo al esperar en Dios con una oración anhelante, creyente, ferviente, sin prisas y unida que se derrama el poder avivador y capacitador del Espíritu de Dios.
  • 8. WM Pág. 8 No se puede enfatizar suficientemente que la unidad y la oración fueron el preludio de Pentecostés. Con los discípulos estaban unas mujeres cuyo nombre no se da (probablemente las que habían seguido a Jesús), y también María la madre de Jesús, y … sus hermanos. Hay varios puntos interesantes aquí. 1. Ésta es la última mención de María por su nombre en el Nuevo Testamento — indudablemente «una silenciosa protesta contra la Mariolatría»—. Los discípulos no estaban orando a ella, sino con ella. Ella estaba esperando con ellos para recibir el don del Espíritu Santo. 2. María es llamada la madre de Jesús, pero no «la madre de Dios». Jesús es el nombre de nuestro Señor en Su humanidad. Por cuanto como hombre nació de María, es apropiado que sea designada como la madre de Jesús. Pero nunca en la Biblia es llamada «la madre de Dios». Aunque Jesucristo es verdaderamente Dios, es doctrinalmente inexacto y absurdo hablar de Dios como teniendo madre humana. Como Dios, ha existido desde toda la eternidad. 3. La mención de los hermanos de Jesús, que venía después de la referencia a María, hace probable que se tratase de los verdaderos hijos de María y medio hermanos de Jesús. Varios otros versículos constituyen una adicional refutación de la idea, que tienen algunos, de que María fue una virgen perpetua y que nunca tuvo otros hijos después del nacimiento de Jesús (véase, p.ej., Mt. 12:46; Mr. 6:3; Jn. 7:3, 5; 1 Co. 9:5; Gá. 1:19. Ver asimismo Sal. 69:8). 1:15 Un día, cuando estaban reunidos unos ciento veinte discípulos, Pedro fue llevado a recordarles las Escrituras del AT que trataban de aquel que iba a traicionar al Mesías. 1:16–17 Ya de entrada, Pedro mencionó que era menester que se cumpliese la profecía escrita por David acerca de Judas. Antes de citar la Escritura les recordó que aunque Judas había sido uno de los doce y que había compartido su ministerio apostólico con ellos, sin embargo sirvió como guía de los que prendieron a Jesús. Observemos la moderación con que Pedro describe esta vil acción. Judas vino a ser un traidor por su propia y deliberada decisión, y con eso cumplió las profecías de que alguien vendería al Señor a Sus enemigos. 1:18–19 Estos dos versículos son tratados como un paréntesis escrito por Lucas, y no forman parte del mensaje de Pedro. Completan los hechos históricos tocantes a Judas hasta el tiempo de su muerte, y por esto abren el camino para la designación de su sucesor. No hay contradicción entre la forma de la muerte de Judas de aquí y la que se da en Mateo 27:3–10. Mateo declara que tras haber devuelto las treinta monedas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes tomaron luego el dinero y compraron un lugar para sepultura. Lucas dice aquí que con el salario de su iniquidad Judas adquirió un campo, y que cayó de cabeza, y se reventó por la mitad, y todas sus entrañas se derramaron. Reuniendo los dos relatos, parece que la adquisición real del campo la arreglaron los principales sacerdotes. Sin embargo, Judas compró el campo en el sentido de que fue su dinero y que ellos actuaron sólo como sus agentes. Él se colgó de un árbol en aquel campo de sepultura, pero es probable que la cuerda se rompiese, y su cuerpo se precipitó hacia el fondo, con lo que se reventó.
  • 9. WM Pág. 9 Cuando este incidente se supo en Jerusalén, el campo del alfarero vino a ser llamado Akel Dama, que quiere decir, Campo de sangre en arameo. 1:20 El mensaje de Pedro prosigue ahora, tras el paréntesis explicativo de Lucas. Primero, nos explica que David se estaba refiriendo al entregador de Jesús en el Salmo 69:25, Quede desierta su morada, y no haya quien habite en ella. Luego llega a la profecía particular que ha de ser ahora cumplida: Tome otro su cargo (Sal. 109:8). El Apóstol Pedro entendió esto como significando que tras la traición de Judas debería designarse un sustituto para que tomase su cargo. Es bueno ver su deseo de obedecer la palabra de Dios. 1:21–22 El que sería escogido había de cumplir dos requisitos. 1. Había de ser alguien que hubiese acompañado a los discípulos durante los tres años del ministerio público de Cristo —desde Su bautismo por Juan hasta Su Ascensión. 2. Tenía que poder dar un testimonio responsable de la resurrección del Señor. 1:23–26 Se presentaron los nombres de dos hombres como poseedores de los requisitos necesarios: José … por sobrenombre Justo, y Matías. Pero, ¿cuál de ellos iba a ser escogido? Los apóstoles encomendaron la cuestión al Señor, pidiendo una revelación de Su decisión. Luego les echaron suertes y Matías fue el indicado como el sucesor apropiado de Judas, que se había ido a su propio lugar, es decir, a la condenación eterna. Aquí, invariablemente, surgen dos cuestiones: 1. ¿Estaban los discípulos actuando de modo apropiado cuando designaron a Matías? ¿Debieran haber esperado hasta que Dios suscitó al apóstol Pablo para llenar la vacante? 2. ¿Era apropiado que echasen suertes para discernir la mente del Señor? Tocante a la primera pregunta, no hay nada en el relato que indique que los discípulos actuasen mal. Habían pasado mucho tiempo en oración. Querían obedecer las Escrituras. Y parecían unánimes acerca de designar a un sucesor para Judas. Además, el ministerio de Pablo fue muy diferente del de los Doce, y no hay sugerencia alguna de que hubiese sido levantado con el propósito de reemplazar a Judas. Los doce fueron comisionados por Jesús en la tierra para predicar a Israel, mientras que Pablo fue llamado al ministerio por Cristo en la gloria, y fue enviado a los gentiles. Con respecto a la acción de echar suertes, este método de discernir la voluntad divina era reconocido en el AT: «Las suertes se echan en el regazo; mas de Jehová es la decisión de ellas» (Pr. 16:33). Aparentemente, la elección de Matías por suerte fue sancionada por el Señor, porque a partir de aquí los apóstoles son llamados «los doce» (véase Hechos 6:2). LA ORACIÓN EN EL LIBRO DE LOS HECHOS Hechos es un estudio en oración de éxito. Ya en el cap. 1 hemos visto a los discípulos orando en dos ocasiones diferentes. Su oración en el Aposento Alto después de la Ascensión fue contestada por Pentecostés. Su oración por guía al escoger a un sucesor de
  • 10. WM Pág. 10 Judas fue contestada por la suerte que cayó sobre Matías. Y de esta manera a lo largo del libro. Los que se convirtieron en el día de Pentecostés prosiguieron constantes en la oración (2:42). Los versículos siguientes (43–47) describen las condiciones ideales que prevalecían en esta comunión de oración. Después de la liberación de Pedro y Juan, los creyentes pidieron intrepidez (4:29). Como resultado, el lugar en que estaban fue sacudido, fueron todos llenos del Espíritu Santo, y hablaron la palabra de Dios con denuedo (4:31). Los doce sugirieron escoger siete hombres para que manejasen las cuestiones financieras, a fin de que ellos mismos pudiesen dedicarse más plenamente a la oración y al ministerio de la Palabra (6:3–4). Los apóstoles oraron e impusieron las manos sobre los siete (6:6). Los siguientes versículos registran unos entusiasmantes nuevos triunfos para el evangelio (6:7–8). Esteban oró cuando estaba a punto de sufrir el martirio (7:60). El capítulo 9 registra una respuesta a esta oración —la conversión de un espectador, Saulo de Tarso. Pedro y Juan oraron por los samaritanos que habían creído, con el resultado de que recibieron el Espíritu Santo (8:15–17). A continuación de su conversión, Saulo de Tarso oró en la casa de Judas; Dios respondió a la oración enviándole a Ananías (9:11–17). Pedro oró en Jope, y Dorcas resucitó (9:40). Como resultado, muchos creyeron en el Señor (9:42). El centurión gentil Cornelio oró (10:2); sus oraciones subieron como un memorial delante de Dios (10:4). Un ángel se le apareció en visión, ordenándole enviar a buscar a un hombre llamado Simón Pedro (10:5). Al día siguiente Pedro oró (10:9). Su oración fue contestada por una visión celestial que le preparó para abrir las puertas del reino a Cornelio y a otros gentiles (10:10–48). Cuando Pedro fue encarcelado, los cristianos oraron fervientemente por él (12:5). Dios respondió liberándolo milagrosamente de la cárcel —para estupefacción de los que oraban (12:6–17). Los profetas y maestros en Antioquía ayunaban y oraban (13:3). Esto precipitó el primer viaje misionero de Pablo y Bernabé. Se ha dicho que «ésta fue la más poderosa proyección de oración jamás vista, porque afectó hasta lo último de la tierra, y a nosotros mismos hoy, por medio de Pablo y Bernabé, los misioneros». En un viaje de regreso a Listra, Iconio y Antioquía, Pablo y Bernabé oraron por los que habían creído (14:23). Uno de éstos era Timoteo. ¿Fue como respuesta a estas oraciones que Timoteo se unió a Pablo y a Silas en su segundo viaje misionero? En la cárcel en Filipos, las oraciones de medianoche de Pablo y Silas tuvieron respuesta con un terremoto y con la conversión del carcelero y de su familia (16:25–34). Pablo oró con los ancianos de Éfeso en Mileto (20:36). Esto suscitó una conmovedora demostración del afecto que ellos sentían por él y de su dolor de que no le volverían ya a ver en esta vida. Los cristianos en Tiro oraron con Pablo en la playa (21:5), y estas oraciones indudablemente le siguieron hasta Roma y hasta el tajo del verdugo.
  • 11. WM Pág. 11 Antes de su naufragio, Pablo oró públicamente, dando gracias a Dios por los alimentos. Esto alentó a la desanimada tripulación y pasajeros (27:35–36). En la isla de Malta, Pablo oró por el padre enfermo del gobernador. El resultado fue que el paciente fue milagrosamente sanado (28:8). De modo que parece evidente que la oración era la atmósfera en la que vivía la iglesia primitiva. Y cuando los cristianos oraban, ¡Dios obraba!‡ D. El Día de Pentecostés y el Nacimiento de la Iglesia (2:1–47) 2:1 La Fiesta de Pentecostés, que tipificaba el derramamiento del Espíritu Santo, tenía lugar cincuenta días después de la Fiesta de las Primicias, que hablaba de la resurrección de Cristo. En este particular día de Pentecostés los discípulos estaban todos unánimes juntos. Un tema idóneo de su conversación debían ser los pasajes del Antiguo Testamento que trataban de la Fiesta de Pentecostés (véase Lv. 23:15 y 16, p.ej.). O quizá estaban cantando el Salmo 133: «¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!». 2:2 La venida del Espíritu involucraba un sonido que oír, un espectáculo que ver y un milagro que experimentar. El sonido, que era del cielo y que llenó toda la casa, fue como un viento recio. El viento es uno de varios fluidos que se usa como tipo del Espíritu Santo (aceite, fuego, agua), y habla de Sus movimientos soberanos e impredecibles. 2:3 El espectáculo que ver fue lenguas como de fuego, que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de los discípulos. No dice que fuesen lenguas de fuego, sino lenguas como de fuego. Este fenómeno no debe confundirse con el bautismo de fuego. Aunque se hace referencia conjunta al bautismo del Espíritu y al bautismo de fuego (Mt. 3:11, 12; Lc. 3:16, 17), son dos acontecimientos separados y diferentes. El primero es un bautismo de bendición, y el segundo de juicio. El primero afectó a los creyentes, el segundo afectará a los incrédulos. Por el primero, el Espíritu Santo vino a morar en los creyentes y a capacitarlos, y se formó la iglesia. Por el segundo serán destruidos los incrédulos. Cuando Juan el Bautista se dirigía a un grupo mixto (de arrepentidos e impenitentes, véase Mt. 3:6, 7), dijo que Cristo los bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego (Mt. 3:11). Cuando se dirigía sólo a aquellos que estaban verdaderamente arrepentidos (Mr. 1:5), dijo que Cristo los bautizaría con el Espíritu Santo (Mr. 1:8). ¿Cuál es entonces el significado, en Hechos 2:3, de las lenguas como de fuego que se repartieron? Las lenguas denotan probablemente el habla, y probablemente se refieren al don milagroso de hablar en otras lenguas que los apóstoles iban a recibir en esta ocasión. El fuego puede denotar el Espíritu Santo como el origen de este don, y también puede que describa la intrépida, ardiente y entusiasta proclamación que iba a seguir. El pensamiento de una proclamación entusiasta parece especialmente idóneo, porque el entusiasmo es la condición normal de una vida llena del Espíritu, y su resultado inevitable es el testimonio. 2:4 El milagro que se iba a experimentar, relacionado con Pentecostés, era el llenamiento del Espíritu Santo, que iría seguido de hablar con otras lenguas. Hasta este momento, el Espíritu de Dios había estado con los discípulos, pero ahora tomó Su residencia en ellos (Jn. 14:17). De este modo el versículo señala un importante punto de
  • 12. WM Pág. 12 inflexión en los tratos de los judíos con los hombres. En el AT, el Espíritu descendía sobre los hombres, pero no como un Residente permanente (Sal. 51:11). Comenzando desde el tiempo de Pentecostés, el Espíritu de Dios comenzó a habitar de manera permanente en personas: vino para permanecer (Jn. 14:16). En el día de Pentecostés, los creyentes no sólo vinieron a ser morada del Espíritu Santo, sino que fueron también llenados con Él. El Espíritu Santo viene a morar en nosotros en el momento en que somos salvados, pero para ser llenos con el Espíritu hemos de estudiar la Palabra, pasar tiempo en meditación y oración, y vivir con obediencia al Señor. Si el llenamiento del Espíritu nos estuviese automáticamente garantizado en la actualidad, no seríamos exhortados con las palabras: «Sed llenos del Espíritu» (Ef. 5:18). Los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que se expresasen. Por los versículos anteriores, queda claro que recibieron el poder milagroso de hablar idiomas extranjeros reales que nunca habían estudiado. No se trataba de ninguna jerigonza ni de un habla extá—tica, sino de lenguas y lenguajes concretos que se empleaban entonces en otras partes del mundo. Este don de lenguas fue una de las señales o maravillas que Dios empleó para dar testimonio de la verdad del mensaje que los apóstoles predicaban (He. 2:3, 4). En aquel tiempo no se había escrito el NT. Por cuanto tenemos disponible toda la palabra de Dios en forma escrita, la necesidad de los dones de señales prácticamente se ha desvanecido (aunque, naturalmente, el soberano Espíritu de Dios podría aún emplearlos si lo desease). El fenómeno de las lenguas en el día de Pentecostés no debería emplearse para demostrar que las lenguas son el acompañamiento invariable del don del Espíritu. Si así fuera, ¿por qué no hay mención de lenguas en relación con los siguientes casos?: 1. La conversión de los 3.000 (Hch. 2:41). 2. La conversión de los 5.000 (Hch. 4:4) 3. La recepción del Espíritu Santo por parte de los samaritanos (Hch. 8:17). De hecho, las únicas otras manifestaciones del don de lenguas en el Libro de Hechos son: 1. En la conversión de los gentiles en la casa de Cornelio (Hch. 10:46). 2. En el rebautismo de los discípulos de Juan en Éfeso (Hch. 19:6). Antes de dejar el v. 4, deberíamos mencionar que hay considerables diferencias entre los estudiosos de la Biblia acerca de toda la cuestión del bautismo del Espíritu Santo, tanto acerca de cuántas veces ha tenido lugar, como de los resultados del mismo. Por su frecuencia, algunos creen que: 1. Tuvo lugar sólo una vez —en Pentecostés. El Cuerpo de Cristo fue formado entonces, y todos los creyentes desde entonces han entrado en el beneficio de aquel bautismo. 2. Tuvo lugar en tres o cuatro etapas —en Pentecostés (cap. 2); en Samaria (cap. 8); en la casa de Cornelio (cap. 10); en Éfeso (cap. 19). 3. Tiene lugar cada vez que una persona es salvada. Respecto a sus efectos en las vidas de las personas individuales, algunos mantienen que es una «segunda obra de gracia», y que tiene comúnmente lugar después de la conversión, y que
  • 13. WM Pág. 13 deviene como resultado una santificación más o menos completa. Este punto de vista carece de apoyo escriturario. Como ya se ha mencionado antes, el bautismo del Espíritu Santo es la operación por la que los creyentes fueron: 1. Incorporados a la iglesia (1 Co. 12:13). 2. Dotados de poder (Hch. 1:8). 2:5–13 Había judíos, varones piadosos, que se habían reunido en Jerusalén de todas partes del mundo conocido para observar la Fiesta de Pentecostés. Cuando oyeron el rumor de lo que había sucedido, se congregaron ante la casa ocupada por los apóstoles. Entonces, como ahora, los hombres eran atraídos cuando estaba obrando el Espíritu de Dios. Para cuando la multitud llegó a la casa, los apóstoles estaban ya hablando en lenguas. Para su gran asombro, los visitantes oyeron a estos discípulos galileos hablar en gran variedad de lenguas extranjeras. Pero el milagro tuvo lugar con los que hablaban, no con los que oían. Tanto si los de la concurrencia eran judíos de nacimiento como convertidos al judaísmo, tanto si eran del este como del oeste, del norte como del sur, cada uno de ellos oía las grandiosas obras de Dios (V.M.) descritas en su propia lengua. La palabra lengua que se emplea en los versículos 6 y 8 es de la que viene nuestro término «dialecto». Está muy extendida la creencia de que un propósito del don de las lenguas en Pentecostés fue proclamar el evangelio simultáneamente a gentes de diferentes lenguas. Por ejemplo, un escritor dice: «Dios dio Su ley en una lengua a una nación, pero dio Su evangelio en todas las lenguas a todas las naciones». Pero el texto no apoya esta postura. Los que hablaban en lenguas estaban declarando las grandiosas obras de Dios (2:11, V.M.). Esto era una señal para el pueblo de Israel (1 Co. 14:21, 22), y tenía la intención de excitar el asombro y la maravilla. Pedro, en contraste, predicó el evangelio en un lenguaje que podía ser entendido por la mayoría de su audiencia. La respuesta a las lenguas por parte de los oyentes fue diversa. Algunos parecían sumamente interesados, mientras que otros acusaban a los apóstoles de estar llenos de mosto. Los discípulos estaban desde luego bajo una influencia fuera de su propio poder, pero era la influencia del Espíritu Santo, ¡no del mosto! Los hombres no regenerados siempre están dispuestos a ofrecer explicaciones naturales para los fenómenos espirituales. Una vez, cuando se oyó la voz de Dios desde el cielo, algunos decían que había sido un trueno (Jn. 12:28, 29). Ahora, los incrédulos explicaban burlonamente el entusiasmo causado por la venida del Espíritu Santo en términos de mosto. «Al mundo», dijo Schiller, «le gusta manchar los objetos resplandecientes, y arrastrar al polvo a los que son exaltados». 2:14 El discípulo que había negado a su Señor con juramentos y maldiciones se adelanta ahora para dirigirse a la concurrencia. Ya ha dejado de ser el seguidor tímido y vacilante, ha venido a ser leonino y enérgico. Pentecostés marca la diferencia. Pedro está ahora lleno del Espíritu. En Cesarea de Filipos, el Señor le había prometido dar a Pedro las llaves del reino de los cielos (Mt. 16:19). Aquí en Hechos 2 le vemos empleando las llaves para abrir la puerta a los judíos (v. 14), como más tarde, en el capítulo 10, la abrirá a los gentiles. 2:15 Primero el apóstol explica que los acontecimientos insólitos de aquel día no eran consecuencia del mosto. A fin de cuentas, era sólo la hora tercera del día (las nueve de la
  • 14. WM Pág. 14 mañana), y sería algo muy extraño que tantos estuviesen ebrios a una hora tan temprana. Además, los judíos dedicados a las actividades de la sinagoga en los días festivos se abstenían de comer y beber hasta las diez de la mañana, o incluso hasta el mediodía, dependiendo de cuándo se ofreciese el sacrificio diario. 2:16–19 La verdadera explicación era que el Espíritu de Dios había sido derramado, como había sido dicho por medio del profeta Joel (Jl. 2:28.ss). En realidad, los acontecimientos de Pentecostés no fueron un cumplimiento completo de la profecía de Joel. La mayoría de los fenómenos descritos en los versículos 17–20 no tuvieron lugar en aquel tiempo. Lo que sí sucedió en Pentecostés fue un paladeo de lo que sucedería en los últimos días, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto. Si Pentecostés fue el cumplimiento de la profecía de Joel, ¿cómo se da más adelante una promesa (3:19) de que si había arrepentimiento nacional e Israel recibía a Aquel a quien habían crucificado, Él volvería e introduciría el día del Señor? La cita de Joel es un ejemplo de la Ley de la Doble Referencia, por la que una profecía bíblica tiene un cumplimiento parcial en un tiempo, y un cumplimiento completo en un tiempo posterior. El Espíritu de Dios fue derramado en Pentecostés, pero no literalmente sobre toda carne. El cumplimiento final de la profecía tendrá lugar al final de la Época de la Tribulación. Antes del glorioso regreso de Cristo habrá prodigios en el cielo y señales en la tierra (Mt. 24:29, 30). El Señor Jesucristo aparecerá entonces en la tierra para abatir a Sus enemigos y establecer Su reino. Al comienzo de Su reino de mil años, el Espíritu de Dios será derramado sobre toda carne, sobre gentiles y judíos, y esta condición prevalecerá y predominará durante el Milenio. Se darán diversas manifestaciones del Espíritu sin distinción de sexo, edad ni posición social. Habrá visiones y sueños, lo que sugiere la recepción de conocimiento, y profecía, lo que sugiere su comunicación a otros. De esa manera, se manifestarán los dones de revelación y de comunicación. Todo esto ocurrirá en lo que Joel describió como los últimos días (v. 17). Esto, naturalmente, se refiere a los últimos días de Israel, y no de la iglesia. 2:20 Se menciona de manera inequívoca que las señales sobrenaturales en los cielos tienen lugar antes que venga el día del Señor. En este contexto, el día del Señor se refiere a Su regreso personal a la tierra para destruir a Sus enemigos y para reinar en poder y gran gloria. 2:21 Pedro termina esta cita de Joel con la promesa de que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo. Ésta es la buena nueva para todas las edades, que la salvación se ofrece a todos sobre el principio de la fe en el Señor. El nombre del Señor es una expresión que incluye todo lo que el Señor es. De esta manera, invocar Su Nombre es llamarle como el verdadero objeto de fe y como el único camino de salvación. 2:22–24 ¿Pero quién es el Señor? Pedro anuncia a continuación la prodigiosa noticia de que este Jesús a quien habían crucificado es Señor y Cristo. Lo hace primero hablando de la vida de Jesús, luego de Su muerte, resurrección y ascensión, y finalmente de Su glorificación a la diestra de Dios Padre. Si tenían aún el pensamiento de que Jesús seguía en un sepulcro de Judea, Pedro les iba pronto a sacar de su error. Se les había de decir que Aquel a quien habían dado muerte está ahora en el cielo, y que tenían que seguir contando con Él. Aquí, así, tenemos la corriente del argumento del apóstol: Jesús de Nazaret fue acreditado como Varón procedente de Dios mediante milagros, prodigios y señales que había efectuado por el poder de Dios (v. 22). En el determinado designio y previo conocimiento de Dios, fue
  • 15. WM Pág. 15 entregado por Él en manos de los judíos. Ellos, a su vez, lo entregaron a los gentiles (gentes sin la ley) para ser muerto por aquellos inicuos mediante la crucifixión (v. 23). Sin embargo, Dios lo resucitó de entre los muertos, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella, porque: 1. El carácter de Dios demandaba Su resurrección. Él había muerto, el Inocente por los pecadores. Dios había de levantarle como prueba de Su completa satisfacción con la obra redentora de Cristo. 2. Las profecías del Antiguo Testamento demandaban Su resurrección. Éste es el punto particular que Pedro apremia en los siguientes versículos. 2:25–27 En el Salmo 16, David había escrito proféticamente acerca de la vida, muerte, resurrección y glorificación del Señor. En cuanto a Su vida, David describe la ilimitada confianza y certidumbre de Aquel que vivió en ininterrumpida comunión con Su Padre. Corazón, lengua y carne —todo Su ser estaba lleno de gozo y esperanza. En cuanto a Su muerte, David vio de antemano que Dios no dejaría su alma en el Hades, ni su carne vería la corrupción. En otras palabras, el alma del Señor Jesús no quedaría en el estado desincorporado, ni se permitiría que Su cuerpo se disgregase. (Este versículo no debería ser empleado como demostrando que el Señor Jesús fue a alguna especie de cárcel de espíritus de difuntos en la parte inferior de la tierra en el tiempo de Su muerte. Su alma fue al cielo — Lucas 23:43— y Su cuerpo fue depositado en el sepulcro.) 2:28 En cuanto a la resurrección del Señor, David expresó confianza en que Dios le mostraría el camino de la vida. En el Salmo 16:11a, David escribió: «Me mostrarás la senda de la vida». En Hechos 2:28a, Pedro cita: Me hiciste conocer caminos de vida. Pedro cambió el tiempo futuro a pasado. Es evidente que el Espíritu Santo lo condujo a hacer esto, por cuanto la resurrección estaba ya cumplida. La presente glorificación del Salvador fue predicha por David con las palabras Me llenarás de gozo con tu presencia, o, como lo expresa el Salmo 16:11: «En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre». 2:29 Pedro argumenta que David no podía haber estado diciendo estas cosas acerca de sí mismo, porque su cuerpo sí había visto corrupción. Su sepulcro era bien conocido para los judíos de aquellos tiempos. Sabían que no había resucitado. 2:30–31 Cuando escribió el Salmo, David estaba hablando como profeta. Recordó que Dios había prometido que haría surgir a Uno de sus descendientes para que se sentase en su trono para siempre. David se dio cuenta de que Éste sería el Mesías, y que aunque moriría, Su alma no sería dejada en la condición desincorporada, y que Su cuerpo no se descompondría. 2:32–33 Ahora Pedro repite un anuncio que debió haber sobresaltado a sus oyentes judíos. El Mesías de quien había profetizado David era Jesús de Nazaret. Y Dios lo resucitó de entre los muertos, cosa de la que los apóstoles podían dar testimonio porque eran testigos oculares de Su resurrección. Después de Su resurrección, Jesús fue exaltado por la diestra de Dios, y ahora el Espíritu Santo había sido enviado como había sido prometido por el Padre. Ésta era la explicación de lo que había sucedido en Jerusalén antes aquel día. 2:34–35 ¿Acaso no había David predicho también la exaltación del Mesías? En el Salmo 110:1 no estaba refiriéndose a sí mismo. Estaba citando a Jehová dirigiéndose al Mesías:
  • 16. WM Pág. 16 «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de mis pies.» (Obsérvese cuidadosamente que los versículos 33–35 predicen un tiempo de espera entre la glorificación de Cristo y Su regreso para castigar a Sus enemigos y establecer Su reino.) 2:36 Ahora, una vez más, cae el anuncio de manera chocante sobre el pueblo judío: DIOS HA HECHO SEÑOR Y CRISTO —A ESTE JESÚS A QUIEN VOSOTROS CRUCIFICASTEIS (orden de las palabras en Gr.). Como dijo Bengel: «El aguijón del discurso queda al final» —A ESTE JESÚS, a quien vosotros crucifi-casteis—. Ellos habían crucificado al Ungido de Dios, y la venida del Espíritu Santo era evidencia de que Jesús había sido exaltado a los cielos (véase Jn. 7:39). 2:37 Tan poderosa era la capacidad de convicción del Espíritu Santo que hubo una respuesta inmediata de los oyentes. Sin ninguna invitación o llamamiento de Pedro, ellos clamaron: «¿Qué haremos?». La cuestión fue suscitada por un profundo sentimiento de culpa. ¡Ahora se daban cuenta de que Jesús, a quien habían dado muerte, era el amado Hijo de Dios! Este Jesús había sido levantado de los muertos, y estaba ahora glorificado en el cielo. Siendo así las cosas, ¿cómo podrían estos homicidas culpables escapar al juicio? 2:38 La respuesta de Pedro fue que debían arrepentirse y ser bautizados en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados. Primero, debían arrepentirse, reconociendo su culpa, y poniéndose del lado de Dios contra sí mismos. Luego habían de bautizarse para perdón (remisión) de pecados. A primera vista, este versículo parece enseñar la salvación por el bautismo, y muchos insisten en que eso es precisamente lo que significa. Tal interpretación es imposible por las siguientes razones: 1. En docenas de pasajes del NT se afirma que la salvación es por la fe en el Señor Jesucristo (Jn. 1:12; 3:16, 36; 6:47; Hch. 16:31; Ro. 10:9, p.ej.). No se pueden hacer militar uno o dos versículos contra un testimonio tan abrumador. 2. El ladrón en la cruz tuvo la certidumbre de la salvación aparte del bautismo (Lc. 23:43). 3. No se dice que el Salvador bautizase a nadie, cosa extraña si el bautismo fuese esencial para la salvación. 4. El Apóstol Pablo expresó su gratitud por haber bautizado sólo a unos pocos corintios — una extraña causa de agradecimiento si el bautismo tuviese una virtud salvadora (1 Co. 1:14–16). Es más importante observar que sólo a los judíos se les ordenó que fuesen bautizados para perdón de pecados (véase Hch. 22:16). Este hecho, creemos, es la clave para comprender este pasaje. La nación de Israel había crucificado al Señor de la gloria. La nación judía había gritado: «Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos» (Mt. 27:25). La culpa de la muerte del Mesías fue así aceptada por el pueblo de Israel. Ahora algunos de esos judíos habían llegado a darse cuenta de su error. Mediante el arrepentimiento reconocieron su pecado delante de Dios. Al confiar en el Señor Jesús como su Salvador fueron regenerados y recibieron el perdón eterno de los pecados. Mediante el bautismo público en agua se disociaban de la nación que había crucificado al Señor y se identificaban con Él. Así, el bautismo vino a ser la señal exterior de que su pecado en relación con el rechazamiento de Cristo (como todos sus pecados) había sido lavado. Los sacaba del terreno judaico y los situaba sobre terreno cristiano. Pero el bautismo no los salvaba. Únicamente la fe en Cristo podía hacer tal cosa. Enseñar otra verdad es enseñar otro evangelio, y por ello ser maldito (Gá. 1:8, 9).
  • 17. WM Pág. 17 Una interpretación alternativa del bautismo para perdón de los pecados es la que da Ryrie: Esto no significa para que los pecados pudiesen ser perdonados, porque en todas partes en el NT los pecados son perdonados como resultado de la fe en Cristo, no como resultado del bautismo. Significa ser bautizado a causa de la remisión de los pecados. La preposición griega eis, para, tiene este sentido de «debido a» no sólo aquí, sino también en pasajes como Mateo 12:41, donde el sentido solamente puede ser «se arrepintieron a causa de [no para] la predicación de Jonás». El arrepentimiento trajo la remisión de pecados a esta multitud en Pentecostés, y a causa de la remisión de los pecados se les pidió que fuesen bautizados. Pedro les aseguró que si se arrepentían y eran bautizados, recibirían el don del Espíritu Santo. Insistir en que este orden se nos aplica a nosotros en la actualidad es comprender mal los tratos administrativos de Dios en los primeros días de la iglesia. Como ha observado de manera tan competente H. P. Barker en The Vicar of Christ [El Vicario de Cristo], hay cuatro comunidades de creyentes en el Libro de los Hechos, y el orden de acontecimientos en relación con la recepción del Espíritu Santo es diferente en cada caso. Aquí en Hechos 2:38 leemos acerca de cristianos procedentes del judaísmo. Para ellos, el orden fue: 1. Arrepentimiento. 2. Bautismo con agua. 3. Recepción del Espíritu Santo. La conversión de los samaritanos se registra en Hechos 8:14–17. Allí leemos que sucedieron los siguientes acontecimientos: 1. Creyeron. 2. Fueron bautizados con agua. 3. Los apóstoles oraron por ellos. 4. Los apóstoles impusieron sus manos sobre ellos. 5. Recibieron el Espíritu Santo. En Hechos 10:44–48 tenemos a la vista la conversión de los gentiles. Observemos el orden aquí: 1. La fe. 2. La recepción del Espíritu Santo. 3. El bautismo con agua. Una comunidad final de creyentes se constituye con antiguos discípulos de Juan el bautista, en Hechos 19:1–7. 1. Creyeron. 2. Fueron bautizados. 3. El Apóstol Pablo les impuso las manos. 4. Recibieron el Espíritu Santo.
  • 18. WM Pág. 18 ¿Significa esto que hubo cuatro caminos de salvación en el Libro de los Hechos? Naturalmente que no. La salvación fue, es y siempre será sobre la base de la fe en el Señor. Pero durante el periodo de transición que se registra en Hechos, Dios tuvo a bien cambiar los acontecimientos relacionados con la recepción del Espíritu Santo por razones que Él sabía pero que no nos ha querido revelar a nosotros. Entonces, ¿cuál de estos modelos se nos aplica a nosotros en la actualidad? Por cuanto Israel ha rechazado nacionalmente al Mesías, el pueblo judío ha perdido todo privilegio especial que pudiese haber tenido. En la actualidad, Dios está llamando de entre los gentiles un pueblo para Su Nombre (Hch. 15:14). Por ello, el orden para hoy es el que se encuentra en Hechos 10: La fe. La recepción del Espíritu Santo. El bautismo con agua. Creemos que este orden se aplica en la actualidad a todos, tanto a judíos como a gentiles. Esto puede que al principio suene a arbitrario. Se podría preguntar: «¿Cuándo dejó de aplicarse el orden de Hechos 2:38 a los judíos, y comenzó el orden de Hechos 10:44–48?» Naturalmente, no se puede dar ninguna fecha en concreto. Pero el Libro de los Hechos sigue una transición gradual desde el evangelio saliendo primariamente a los judíos, a través de los repetidos rechazos que sufrió de parte de los judíos, hasta su salida a los gentiles. Para el final del Libro de los Hechos, la nación de Israel había quedado ya mayormente dejada de lado. Por su incredulidad, había perdido todo derecho especial como pueblo escogido de Dios. Durante la Edad de la Iglesia se contaría con las naciones gentiles, y el orden de Dios para los gentiles, que se bosqueja en Hechos 10:44–48, sería el aplicable. 2:39 Pedro les recuerda luego que la promesa del Espíritu Santo es para ellos y para sus hijos (el pueblo judío), y para todos los que están lejos (los gentiles); para cuantos el Señor nuestro Dios llame. Aquella misma gente que había dicho: «Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos» reciben ahora la certidumbre de la gracia para ellos y sus hijos si confían en el Señor. Este versículo ha sido con frecuencia empleado erróneamente para enseñar que los hijos de los creyentes tienen por ello la certidumbre de los privilegios del pacto, o que son salvos. Spurgeon responde a esto de manera eficaz: ¿No conocerá la Iglesia de Dios que «lo que es nacido de la carne es carne, y que lo que es nacido del Espíritu es Espíritu?» «¿Quién puede sacar lo limpio de lo impuro?» El nacimiento natural comunica la impureza de la naturaleza, mas no puede comunicar paz. Bajo el nuevo pacto, se nos dice de manera expresa que los hijos de Dios son «no … engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios». Lo importante a observar es que la promesa no es sólo para vosotros y para vuestros hijos, sino también para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame. Es tan inclusivo co mo el «quienquiera» de la invitación del evangelio. 2:40 No todo el mensaje de Pedro ha quedado registrado en este capítulo, pero la esencia del resto era que los oyentes judíos se salvasen de la generación perversa, torcida, que había rechazado y dado muerte al Señor Jesús. Podrían hacerlo recibiendo a Jesús como su Mesías y
  • 19. WM Pág. 19 Salvador y rehusando cualquier adicional relación con la culpable nación de Israel por medio del bautismo cristiano. 2:41 Hubo un gran movimiento adelante de la gente, deseando ser bautizados como evidencia externa de que habían acogido bien la palabra de Pedro como la palabra del Señor. Se añadieron aquel día a la compañía de creyentes como tres mil personas. Si la mejor prueba de un ministerio del Espíritu Santo es la conversión de las almas; con toda certeza el ministerio de Pedro era de esta clase. Es indudable que este pescador galileo recordó las palabras del Señor Jesús: «Os haré pescadores de hombres» (Mt. 4:19). Y quizá recordó también el dicho del Salvador: «De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, las obras que yo hago, también él las hará. Y aun hará mayores que éstas, porque yo voy al Padre» (Jn. 14:12). Es instructivo observar el cuidado con el que se registra en número de convertidos —como tres mil personas. Los siervos del Señor podrían ejercitar la misma cautela al tabular las llamadas decisiones por Cristo. 2:42 La prueba de la realidad es la perseverancia. Estos convertidos demostraron la genuinidad de su profesión ocupándose asiduamente en: 1. La enseñanza de los apóstoles. Significa las enseñanzas inspiradas de los apóstoles, dadas primero en forma oral, y ahora preservadas en el NT. 2. Comunión. Otra evidencia de la nueva vida era el deseo de los nuevos creyentes de estar con el pueblo de Dios y compartir cosas que tenían en común. Había un sentimiento de estar separados del mundo para Dios, y de una comunidad de intereses con otros cristianos. 3. El partimiento del pan. Esta expresión se emplea en el NT para referirse tanto a la Cena del Señor como a comer una comida común. El significado en cada caso particular ha de determinarse por el sentido del pasaje. Aquí se refiere evidentemente a la Cena del Señor, porque sería totalmente innecesario decir que siguieron asiduamente tomando sus comidas. Por Hechos 20:7 sabemos que la práctica de los cristianos primitivos era partir el pan el primer día de la semana. Durante los primeros días de la iglesia, se celebraba una fiesta de amor junto con la Cena del Señor, como expresión del amor mutuo de los santos. Sin embargo, se introdujeron abusos, y el «ágape», o fiesta de amor, se dejó de celebrar. 4. Oraciones. Ésta era la cuarta práctica principal de la iglesia primitiva, y expresaba una total dependencia del Señor para la adoración, conducción, preservación y servicio. 2:43 Sobre el pueblo vino un sentimiento de maravilla reverencial. El gran poder del Espíritu Santo era tan evidente que los corazones estaban acallados y sometidos. Estaban llenos de asombro en sus almas al ver a los apóstoles efectuar muchos prodigios y señales. Los prodigios eran milagros que suscitaban maravilla y asombro. Las señales eran milagros que tenían el propósito de dar instrucción. Un milagro podía participar de las dos características de prodigio y señal. 2:44–45 Los creyentes se reunían continuamente y tenían todas las cosas en un fondo común. Tan poderosamente había sido derramado el amor de Dios en sus corazones que no consideraban sus propiedades materiales como propias (4:32). Siempre que había un caso genuino de necesidad en la comunión, vendían propiedades personales y distribuían el dinero conseguido. Por tanto, había igualdad.
  • 20. WM Pág. 20 Entre los que habían creído se manifestaba una unidad de corazón e interés, en lo que el egoísmo natural de la condición caída quedaba absorbido en la plenitud de amor que había engendrado el sentimiento del amor divino. Estaban unidos de forma tal que todo lo que tenían lo tenían en común; no por ninguna ley ni obligación externa, que habría malogrado todo aquello, sino en la conciencia de lo que ellos eran íntegramente para Cristo, y lo que Cristo era para todos y cada uno de ellos. Enriquecidos por Él con una bendición que nada podría disminuir, pero cuanto más la ministraban más la tenían, «vendían sus propiedades y sus bienes, y los distribuían a todos según la necesidad de cada uno». Muchos argumentan en la actualidad que no hay necesidad en seguir a los creyentes primitivos en esta práctica. Lo mismo se podría argumentar que no deberíamos amar al prójimo como a nosotros mismos. Este compartir todas las posesiones inmobiliarias como personales era el fruto inevitable de vidas llenas del Espíritu Santo. Se ha dicho: «Un verdadero cristiano no podría soportar poseer demasiado cuando otros tienen demasiado poco». 2:46 Este versículo da el efecto de Pentecostés sobre la vida religiosa y doméstica. Acerca de la vida religiosa, debemos recordar que estos primitivos conversos procedían de un trasfondo judaico, Aunque ahora existía la iglesia, los vínculos con el templo judío no fueron cortados de inmediato. El proceso de desprenderse de las mortajas del judaísmo prosiguió a lo largo de todo el periodo de Hechos. Y así los creyentes siguieron asistiendo a los servicios en el templo, donde oían la lectura y exposición del Antiguo Testamento. Además, naturalmente, se reunían en hogares para las actividades relacionadas en el versículo 42. En cuanto a su vida doméstica, leemos que partían el pan, y comían juntos con alegría y sinceridad de corazón. Aquí parece claro que partiendo el pan se refiere al consumo de comidas regulares. El gozo de su salvación rebosaba en cada detalle de la vida, dorando lo terrenal con un aura de gloria. 2:47 La vida vino a ser un himno de alabanza y un salmo de acción de gracias para los que habían sido librados del poder de las tinieblas y trasladados al Reino del amor del Hijo de Dios. Al principio, los creyentes tenían favor con todo el pueblo. Pero esto no iba a durar. La naturaleza de la fe cristiana es tal que inevitablemente excita el odio y la oposición del corazón del hombre. El Salvador advirtió a Sus discípulos a ser cautos acerca de la popularidad (Lc. 6:26) y les prometió persecución y tribulación (Mt. 10:22, 23). De modo que este favor era una fase momentánea, y pronto sería reemplazado por una oposición implacable. Y el Señor añadía cada día a la iglesia a los que iban siendo salvos. La comunión cristiana fue creciendo a diario por las conversiones. Los que oían el evangelio eran responsables de aceptar a Jesucristo por una decisión concreta de la voluntad. La elección y adición del Señor no elimina la responsabilidad humana. En este capítulo hemos visto el relato del derramamiento del Espíritu Santo, el memorable discurso de Pedro a los judíos reunidos, y una breve descripción de la vida entre los creyentes primitivos. Un excelente resumen de esto último apareció en la Enciclopædia Brittanica, 13ª Edición, en el artículo sobre «Historia de la Iglesia»: Lo más destacado sobre la vida de los cristianos primitivos era su vívida conciencia de ser un pueblo de Dios, llamados y separados. En su forma de pensar, la Iglesia Cristiana era una institución divina, no humana. Estaba fundada y controlada por Dios, e incluso el mundo había sido creado por causa de ella. Este concepto … gobernó la vida de los
  • 21. WM Pág. 21 cristianos primitivos, tanto individual como socialmente. Se consideraban como separados del resto del mundo y ligados por unos peculiares vínculos. Su ciudadanía estaba en el cielo, no en la tierra, y los principios y las leyes con las que intentaban gobernarse procedían de lo alto. Este mundo presente era sólo temporal, y su verdadera vida estaba en el futuro, y los empleos y trabajos y gozos de esta época les daban poca preocupación. … En la vida cotidiana de los cristianos estaba presente el Espíritu Santo, y sus frutos eran todas las gracias cristianas. Un resultado de esta creencia fue dar a sus vidas un carácter muy peculiar de entusiasmo o de inspiración. Sus experiencias no eran las cotidianas de personas ordinarias, sino de personas elevadas por encima de sí mismas y transportadas a una esfera superior. ¡Sólo la lectura de este artículo lleva a darse cuenta en alguna medida hasta qué punto la iglesia se ha apartado de su vigor y solidaridad originales! LA IGLESIA EN LA CASA Y LAS ORGANIZACIONES PARAECLESIALES Por cuanto el primer uso de la palabra iglesia (Gr. ekklësia) en Hechos se encuentra aquí (2:47), nos detenemos para considerar el puesto central de la iglesia en el pensamiento de los cristianos primitivos. En el Libro de los Hechos y en el resto del NT la iglesia era lo que frecuentemente se llama una iglesia en la casa. Los cristianos primitivos se reunían en casas y no en edificios eclesiásticos especiales. Se ha dicho que la religión fue liberada de lugares sagrados especiales y quedó centrada en aquel lugar universal de vivienda, el hogar. Dice Unger que los hogares siguieron sirviendo como lugares de reunión cristiana durante dos siglos.14 Sería fácil pensar que el uso de hogares privados fue forzado por necesidad económica y no como resultado de consideraciones espirituales. Nos hemos acostumbrado tanto a edificios eclesiales y a capillas que pensamos que son el ideal de Dios. Sin embargo, hay fuertes razones para creer que posiblemente los creyentes del primer siglo fueron más sabios que nosotros. En primer lugar, es inconsecuente con la fe cristiana y su énfasis en el amor gastar grandes sumas de dinero en edificios lujosos cuando hay unas necesidades tan abrumadoras por todo el mundo. Tocante a esto, E. Stanley Jones escribió: Vi el Bambino, el Cristo niño en la Catedral en Roma, cargado de costosas joyas, y luego salí y vi el rostro de niños hambrientos, y me pregunté si Cristo, a la vista de esta hambre, estaba disfrutando con Sus joyas. Y me persistió el pensamiento de que si Él las disfrutaba, que yo ya no podría disfrutar del pensamiento de Cristo. Aquel enjoyado Bambino y los hambrientos niños son un símbolo de lo que hemos hecho al poner alrededor de Cristo los costosos lujos de las majestuosas catedrales e iglesias mientras que hemos dejado intactos los males fundamentales de la sociedad humana por los que se deja a Cristo hambriento en los desempleados y desposeídos. No sólo es inhumano, sino también antieconómico gastar dinero en costosos edificios que no se usan más de tres, cuatro o cinco horas durante la semana. ¿Cómo nos hemos
  • 22. WM Pág. 22 permitido derivar hasta este mundo de inconscientes sueños en el que estamos dispuestos a gastar tanto para conseguir tan poca utilidad a cambio? Nuestros modernos programas de edificación han sido uno de los mayores obstáculos para la expansión de la iglesia. Los fuertes pagos sobre el capital y los intereses hacen que los líderes de las iglesias se resistan a esparcirse y formar nuevas iglesias. Toda pérdida de miembros haría peligrar los ingresos necesarios para pagar el edificio y mantener los servicios. Una generación no nacida queda comprometida con deudas, y queda apagada toda esperanza de reproducción eclesial. Se argumenta frecuentemente que hemos de tener edificios impresionantes para atraer a nuestros servicios a los que no están integrados en iglesias. Aparte de que se trata de una manera de pensar carnal, esto pasa totalmente por alto la pauta del NT. Las reuniones del NT eran mayormente para creyentes. Los cristianos se reunían para la enseñanza apostólica, comunión, partimiento del pan y oración (Hch. 2:42). No hacían su evangelización invitando a la gente a reuniones en domingo, sino testificando a aquellos con los que entraban en contacto durante la semana. Cuando las personas se convertían, eran introducidas en la comunión y calor de la iglesia doméstica para ser alimentados y alentados. A veces es difícil para algunas personas asistir a servicios en edificios eclesiásticos dignificados. Hay una fuerte reacción contra el formalismo. También hay el temor de que se les pida dinero. Una queja que se oye comúnmente es que «todo lo que la iglesia desea es tu dinero». Pero muchas de estas mismas personas estarán dispuestas a asistir a una clase bíblica conversacional en un hogar. Allí no tienen que estar pendientes del estilo, y disfrutan de la atmósfera informal, no profesional. En realidad, la iglesia en la casa es ideal para todas las culturas y países. Y probablemente, si pudiésemos examinar el mundo entero, veríamos más iglesias reunidas en hogares que de ninguna otra manera. En contraste con las actuales e imponentes catedrales, iglesias y capillas —así como toda una hueste de denominaciones, juntas misioneras y organizaciones paraeclesiales sumamente organizadas—, los apóstoles, en el Libro de los Hechos, no emprendieron intentar formar una organización de ninguna clase para llevar a cabo la obra del Señor. La iglesia local era la unidad de Dios en la tierra para propagar la fe y los discípulos se contentaban con trabajar dentro de este contexto. En años recientes ha habido un estallido organizativo en la Cristiandad de tal proporción que produce mareos. Cada vez que un creyente tiene una nueva idea para impulsar la causa de Cristo, ¡forma una nueva junta misionera, corporación o institución! Un resultado de ello es que maestros y predicadores capaces han sido apartados de sus ministerios primordiales para trabajar como administradores. Si todos los administradores de juntas misioneras estuviesen trabajando en el campo misionero, esto reduciría en gran manera la necesidad de personal que hay allí. Otro resultado de la proliferación de organizaciones es que se precisa de enormes cantidades de dinero para estructura, y que por ello no quedan disponibles para la proyección misionera directa. La mayor parte de cada cantidad que se da a muchas
  • 23. WM Pág. 23 organizaciones cristianas se dedica a los gastos de manutención de la organización, en lugar de para el propósito principal para el que la organización existe. Las organizaciones con frecuencia obstaculizan el cumplimiento de la Gran Comisión. Jesús dijo a Sus discípulos que enseñasen todas las cosas que Él había mandado. Muchos que trabajan para organizaciones cristianas descubren que no se les permite enseñar toda la verdad de Dios. No deben enseñar ciertas cuestiones polémicas por temor a enajenar a la base de apoyo que les da el soporte financiero. La multiplicación de instituciones cristianas ha resultado demasiadas veces en facciones, celos y rivalidades, todo lo cual ha redundado en gran perjuicio para el testimonio de Cristo. Consideremos la multiplicidad de organizaciones que se solapan en la obra, tanto en la nación como en el extranjero. Cada una de ellas compite por obtener un personal escaso y por recursos financieros que van disminuyendo. Y consideremos cuántas de es-tas organizaciones realmente deben su origen puramente a rivalidades humanas, aunque las declaraciones públicas generalmente hagan referencia a la voluntad de Dios (Notas Diarias de la Unión Bíblica). Y a menudo es cierto que las organizaciones hallan la forma de perpetuarse mucho después de haber cumplido su cometido. Las ruedas siguen girando pesadamente incluso cuando se ha perdido la visión de los fundadores y se ha desvanecido la gloria de un movimiento que había sido verdaderamente dinámico. Fue la sabiduría espiritual, no la ingenuidad primitiva, lo que salvó a los cristianos primitivos de establecer organizaciones humanas para llevar a cabo la obra del Señor. Escribe G. H. Lang: Un agudo escritor, contrastando la obra apostólica con los más usuales métodos misioneros modernos, ha dicho que «nosotros fundamos misiones; los apóstoles fundaban iglesias». La distinción es veraz y llena de significado. Los apóstoles fundaban iglesia, y no fundaban nada más, porque para los fines a la vista no se precisaba de nada más ni hubiese podido ser más apropiado. En cada lugar donde trabajaban constituían a los convertidos en asamblea local, con ancianos —siempre ancianos, nunca un anciano (Hch. 14:23; 15:6, 23; 20:17; Fil. 1:1)— para guiar, gobernar, pastorear, hombres calificados por el Señor y reconocidos por los santos (1 Co. 16:15; 1 Ts. 5:12, 13; 1 Ti. 5:17–19); y con diáconos, designados por la asamblea (Hch. 6:1–6; Fil. 1:1), con lo que contrastaban con los ancianos, para asistir a los pocos pero muy importantes asuntos temporales, y en particular para la distribución de los fondos de la asamblea. … Todo lo que hicieron ellos (los apóstoles) tocante a organización fue formar a los discípulos reunidos en otras asambleas así. En el Nuevo Testamento no aparece ninguna otra organización que la local, ni encontramos siquiera el embrión de nada posterior.
  • 24. WM Pág. 24 Para los cristianos primitivos y su liderazgo apostólico, la congregación era la unidad divinamente ordenada en la tierra por medio de la que Dios había escogido obrar, y la única unidad a la que prometió perpetuidad fue la iglesia.‡ E. La curación de un cojo, y la acusación de Pedro a Israel (3:1–26) 3:1 Eran las tres de la tarde cuando Pedro y Juan subían juntos al templo un día en Jerusalén. Como se ha mencionado con anterioridad, los primitivos cristianos judíos siguieron asistiendo a los servicios del templo durante un tiempo después de la formación de la iglesia. Este fue un periodo de ajustes y de transición, y la rotura con el judaísmo no se hizo de forma brusca. Los creyentes en la actualidad no tendrían justificación en seguir su ejemplo en esto, por cuanto nosotros tenemos la revelación plena del NT y se nos ha mandado que «salgamos, pues, adonde él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (He. 13:13. Véase también 2 Co. 6:17, 18). 3:2 Al acercarse al templo, vieron a unos hombres que llevaban a un mendigo lisiado al lugar donde solía mendigar, a la puerta … que se llama la Hermosa. La impotente condición de este hombre, cojo de nacimiento, está en marcado contraste con la hermosura de la arquitectura del templo. Nos recuerda la pobreza e ignorancia que abunda a la misma sombra de las grandes catedrales, y la impotencia de poderosos sistemas eclesiales para asistir a los lisiados físicos y espirituales. 3:3 Este lisiado había evidentemente abandonado toda esperanza de ser jamás curado, por lo que se contentaba con pedir limosna. 3:4 En lugar de contemplar a este hombre como un miserable sin esperanza, Pedro le vio como uno en quien podría exhibirse el gran poder de Dios. «Si somos conducidos por el Espíritu, fijaremos nuestros ojos sobre aquellos a los que Dios quiere bendecir, en lugar de disparar cartuchos de salva y apuntar al aire» (Seleccionado). El mandamiento de Pedro, «Míranos», no tenía la intención de centrar la atención en Juan y en él mismo, sino sencillamente asegurar la plena atención del mendigo. 3:5–6 Todavía aguardando sólo poder recibir alguna ayuda económica, el mendigo les estuvo atento. Luego oyó un anuncio que a la vez le fue un desengaño y entusiasmante. Por lo que a limosna tocaba, Pedro no tenía nada que darle. Pero tenía algo mejor. Por la autoridad de Jesucristo de Nazaret, ordenó al cojo así: Levántate y anda. Un antiguo predicador lo resume así: «El cojo pedía limosna y recibió piernas». Se dice que Tomás de Aquino visitó una vez al papa en una ocasión en que se estaban contando grandes sumas de dinero. El papa se jactó: «Ya no tenemos que decir con Pedro: No poseo plata ni oro». Tomás de Aquino replicó: «Tampoco podéis decir con Pedro: ¡Levántate y anda!». 3:7 Mientras Pedro ayudaba al hombre a ponerse en pie, se le consolidaron los pies y los tobillos, que hasta entonces habían sido inútiles. Aquí se nos recuerda de nuevo que en la vida espiritual hay una curiosa mezcla de lo divino y lo humano. Pedro ayuda al hombre a ponerse en pie; luego Dios lo cura. Hemos de hacer lo que está en nuestra mano. Luego, Dios hará lo que nosotros no podemos hacer.
  • 25. WM Pág. 25 3:8 El milagro de curación fue inmediato, no gradual. Observemos cómo el Espíritu de Dios multiplica las palabras de acción y movimiento: de un salto, se puso en pie … comenzó a andar; y entró … andando y saltando. Cuando recordamos en lento y penoso proceso por el que un bebé llega a aprender a andar, nos damos cuenta de lo maravilloso que fue para este hombre poder dar saltos, por primera vez en su vida. Este milagro, obrado en el Nombre de Jesús, fue un testimonio adicional para el pueblo de Israel que Aquel que ellos habían crucificado vivía y estaba dispuesto a ser su Sanador y Salvador. 3:9–10 El hecho de que el mendigo se sentaba cada día junto a la puerta del templo le había hecho muy conocido. Ahora que estaba sanado, el milagro fue necesariamente conocido de manera muy general. El pueblo no podía negar que había tenido lugar un gran milagro, pero, ¿qué significaba todo aquello? 3:11 Mientras el cojo que había sido sanado se asía de Pedro y de Juan como sus sanadores, todo el pueblo a una, atónito, corrió hacia ellos al pórtico que se llama de Salomón, una parte del área del templo. Su asombro y maravilla dio a Pedro una oportunidad para predicarles. 3:12 Pedro aparta primero la atención del pueblo del hombre que había sido sanado y de los apóstoles mismos. La explicación del milagro no había de encontrarse en ninguno de ellos. 3:13–16 Rápidamente, los lleva al verdadero Autor del milagro. Era Jesús, Aquel a quien ellos habían rechazado, negado y dado muerte. Dios lo había resucitado de los muertos y lo había glorificado en el cielo. Ahora, por la fe en su nombre, aquel hombre que ellos conocían había sido consolidado, sanado de su incapacidad. La santa intrepidez de Pedro al acusar a los hombres de Israel es digna de nota. Sus acusaciones contra ellos son las siguientes: 1. Ellos entregaron a Jesús (a los gentiles para que fuese juzgado). 2. Lo negaron delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. 3. Negaron al Santo y al Justo, y pidieron que se les concediera de gracia un homicida (Barrabás). 4. Mataron al Autor (o Príncipe) de la vida. Observemos, como contraste, el trato que Dios dio a Jesús: 1. Lo ha resucitado de los muertos (v. 15). 2. Él ha glorificado a Su Siervo Jesús —no Su Hijo Jesús, como en las versiones antiguas (v. 13). Observemos, finalmente, el énfasis sobre la fe en Cristo como la explicación del milagro de sanidad (v. 16). En este versículo, como en todas partes, el nombre denota a la persona. Así, la fe en su nombre significa fe en Cristo. 3:17 Hay aquí un cambio claro en el tono de Pedro. Habiendo acusado a los hombres de Israel de la muerte del Señor Jesús, ahora se dirige a ellos como sus hermanos judíos, admitiendo en gracia que lo habían hecho por ignorancia, apremiándolos a que se arrepintiesen y convirtiesen.
  • 26. WM Pág. 26 Casi parece contradictorio oír a Pedro decir que los judíos habían crucificado al Señor Jesús por ignorancia. ¿No había venido acaso con las plenas credenciales del Mesías? ¿No había hecho Él maravillosos milagros en medio de ellos? ¿No los había encolerizado al afirmar que era igual a Dios? Sí, todo esto es cierto. Y sin embargo eran ignorantes del hecho de que Jesucristo era Dios encarnado. Ellos esperaban que el Mesías viniese no con humilde gracia, sino como un poderoso liberador militar. Consideraron que Jesús era un impostor. No sabían que era verdaderamente el Hijo de Dios. Probablemente, pensaban que estaban sirviendo a Dios al darle muerte. Así, el Salvador mismo dijo, cuando era crucificado: «No saben lo que hacen» (Lc. 23:34), y más adelante Pablo escribió: «Si [los príncipes de este mundo lo] hubiesen conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria» (1 Co. 2:8). Todo esto estaba dispuesto para asegurar a los hombres de Israel que su pecado, aunque era muy grande, estaba todavía sujeto a la gracia perdonadora de Dios. 3:18 Sin excusar el pecado de ellos, Pedro muestra que Dios había predominado para que cumpliese Sus propios propósitos. Los profetas del AT habían predicho que el Mesías había de padecer. Los judíos eran quienes infligieron este sufrimiento sobre Él. Pero ahora Él se ofrecía a ellos como Señor y Salvador. Por medio de Él, podrían recibir el perdón de sus pecados. 3:19 El pueblo de Israel habría de arrepentirse y dar media vuelta en su rumbo. Cuando hiciesen esto, sus pecados serían borrados, y vendrían de la presencia del Señor tiempos de refrigerio. Se había de recordar que este mensaje se dirige a los hombres de Israel (v. 12). Enfatiza que la restauración y bendición nacional tenían que ser precedidas por el arrepentimiento nacional. Los tiempos de refrigerio de la presencia del Señor se refieren a las bendiciones del futuro reinado de Cristo sobre la tierra, como se menciona en el siguiente versículo. 3:20 A renglón seguido del arrepentimiento de Israel, Dios enviará al Mesías, Jesús. Como ya se ha mencionado antes, esto se refiere a la Segunda Venida de Cristo para que establezca Su reinado de mil años sobre la tierra. 3:21 En este punto se suscita inevitablemente esta pregunta: «Si Israel se hubiese arrepentido cuando Pedro estaba hablando, ¿habría vuelto el Señor Jesús a la tierra?». Grandes y piadosos hombres han diferido acerca de esta cuestión. Los hay que insisten en que habría vuelto; en caso contrario, insisten, la promesa no habría sido fiable. Otros toman el pasaje como profético, mostrando el orden de acontecimientos que tendría realmente lugar. La pregunta es del todo hipotética. El hecho es que Israel no se arrepintió y que el Señor Jesús no ha vuelto. Es evidente, por el v. 21, que Dios sabía anticipadamente que la nación de Israel rechazaría a Cristo, y que la actual era de gracia transcurriría antes de Su Segunda Venida. El cielo debe guardar a Cristo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas. Los tiempos de la restauración de todas las cosas señala al Milenio. Esto no indica salvación universal, como algunos han sugerido. Una enseñanza así es extraña a la Biblia. Más bien, señalan al tiempo en que la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción, y en que Cristo reinará en justicia como Rey sobre toda la tierra. Estos tiempos de la restauración habían sido predichos por los profetas del AT. El versículo 21 ha sido empleado en un esfuerzo por refutar el Arrebatamiento pretribulacional. El argumento es que si el cielo debe guardar a Jesús hasta el comienzo del Milenio, entonces Él no puede venir antes de entonces para llevarse a la iglesia al cielo. La
  • 27. WM Pág. 27 respuesta, naturalmente, es que Pedro está hablando aquí a los hombres de Israel (v. 12). Está hablando de los tratos de Dios para con Israel como nación. Por lo que respecta a la nación de Israel, Jesús quedará en el cielo hasta que venga al final a reinar al término de la Tribulación. Pero los judíos individuales que crean en Él durante esta Era de la Iglesia tendrán parte con los creyentes gentiles en el arrebatamiento de la iglesia, que podría tener lugar en cualquier momento. Además, en el Arrebatamiento el Señor no deja el cielo: nosotros vamos a reunirnos con Él en el aire. 3:22 Como un ejemplo de la profecía del AT anticipando el glorioso reinado de Cristo, Pedro cita Deuteronomio 18:15, 18, 19. El pasaje contempla al Señor Jesús como Profeta de Dios en la era dorada de Israel, anunciando la voluntad y la ley de Dios. Cuando Moisés dijo: El Señor vuestro Dios os levantará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí, no se estaba refiriendo a semejanza de carácter o de capacidad, sino semejanza en el sentido de que ambos habían sido levantados por Dios. «Él le levantará a Él como me levantó a mí.» 3:23 Durante el reinado de Cristo sobre la tierra, los que rehúsen oírle y obedecerle serán totalmente exterminados del pueblo. Naturalmente, quienes le rechazan en la actualidad sufren también la condenación eterna, pero el pensamiento principal de este pasaje es que Cristo reinará aún con cetro de hierro, y que aquellos que le desobedezcan y se rebelen contra Él serán inmediatamente ejecutados. 3:24 Para dar más énfasis al hecho de que los tiempos de la restauración habían sido bien predichos, Pedro añade que todos los profetas desde Samuel en adelante hablaron de estos días. 3:25 Pedro recuerda ahora a sus oyentes judíos que la promesa de estos tiempos de bendición fue hecha a ellos como hijos de los profetas y descendientes de Abraham. A fin de cuentas, Dios había hecho pacto con Abraham que bendeciría a todas las familias de la tierra en su simiente. Todas las promesas de la bendición milenial se centran en la Simiente, es decir, en Cristo. Por tanto, habrían de aceptar al Señor Jesús como Mesías. 3:26 Dios había ya levantado a Su siervo (3:13), y lo había enviado primero a la nación de Israel. Esto se refiere a la Encarnación y vida de nuestro Señor, no a Su resurrección. Y si querían recibirle, Él haría que cada uno se convirtiese de sus maldades. En este sermón de Pedro, pronunciado ante el pueblo de Israel, observamos que lo que está a la vista es el reino, y no la iglesia. Además, el énfasis es también nacional, no individual. El Espíritu de Dios se retardaba sobre Israel en paciente misericordia, contendiendo con el antiguo pueblo de Dios para que recibiesen al glorificado Señor Jesús como Mesías y así precipitar la venida del reino de Cristo sobre la tierra. Pero Israel no quiso oír. F. La persecución y el crecimiento de la Iglesia (4:1–7:60) 4:1–4 Estaba a punto de estallar la primera persecución de la iglesia primitiva. Y, como había de ser, comenzó de parte de los líderes religiosos. Los sacerdotes y el jefe de la guardia del templo, y los saduceos emprendieron acción contra los apóstoles. Scroggie sugiere que los sacerdotes representan la intolerancia religiosa; el jefe de la guardia del templo, la enemistad política; y los saduceos, la incredulidad racionalista. Los
  • 28. WM Pág. 28 saduceos negaban la doctrina de la resurrección. Esto los puso en conflicto directo con los apóstoles, ¡por cuanto la resurrección era la nota central de la predicación apostólica! Spurgeon ve un paralelo: Los saduceos, como sabéis, eran la Escuela Amplia, los liberales, los pensadores avanzados, la gente moderna de su tiempo. Si queréis un escarnio acerbo, un sarcasmo acerbo o una acción cruel, os encomiendo a estos caballeros de amplio corazón. Son liberales para con todos, excepto para con los que mantienen la verdad; y para ellos tienen una reserva de amargura concentrada que rebasa en mucho al ajenjo y a la hiel. Son tan liberales con sus hermanos de error que no les queda ninguna tolerancia para los evangélicos. Estos líderes se resentían de que los apóstoles estuviesen enseñando al pueblo. Ellos creían que ésta era una prerrogativa exclusiva de ellos. También se encolerizaron porque proclamaban en Jesús la resurrección de entre los muertos. Si Jesús había resucitado de entre los muertos, entonces los saduceos quedaban desacreditados. En el versículo 2 es importante la expresión resurrección de entre los muertos, porque refuta la idea popular de una resurrección general al fin del mundo. Este y otros pasajes hablan de una resurrección de entre los muertos. En otras palabras: algunos resucitarán, mientras que otros (incrédulos) permanecerán en el sepulcro hasta un tiempo posterior. Los gobernantes decidieron mantener a los apóstoles bajo una especie de arresto domiciliario hasta el día siguiente, porque estaba ya haciéndose tarde. (El milagro de sanidad en el capítulo 3 había sido hecho como a las tres de la tarde.) Pese a la oposición oficial, muchos se volvieron al Señor. Se cita como cinco mil hombres (gr. andres, «varones») que entraron en la comunión cristiana. Los comentaristas no están de acuerdo en si esto incluía a los tres mil salvados en Pentecostés. No incluye a las mujeres ni a los niños. 4:5–6 Al día siguiente, el concilio religioso, conocido como el Sanedrín, se reunió como tribunal de indagación, con la intención de detener las actividades de estos alteradores del orden establecido. ¡Todo lo que consiguieron fue dar a los apóstoles otra oportunidad de testificar acerca de Cristo! Junto a los gobernantes, ancianos y escribas se encontraban: 1. El sumo sacerdote Anás, ante quien habían hecho comparecer al Señor primero. Había sido sumo sacerdote antes, pero quizá le permitieron retener el título a modo de cortesía. 2. Caifás, el yerno de Anás, que había presidido en el juicio del Señor. 3. Juan y Alejandro, de los que nada más se sabe. 4. Los que eran del linaje de los sumos sacerdotes, hombres de gran influencia. 4:7 El juicio comenzó pidiendo ellos a los apóstoles con qué clase de poder, o en qué nombre, habían ellos llevado a cabo el milagro. Pedro se adelantó para dar su tercera confesión pública de Cristo en Jerusalén. Era una inapreciable oportunidad para predicar el evangelio al estamento religioso, y la aprovechó de buena gana y con intrepidez.
  • 29. WM Pág. 29 4:8–12 Primero les recordó que se sentían incómodos porque los apóstoles habían hecho un beneficio … a un hombre enfermo. Aunque Pedro no se extendió en esto, el hombre que había sido sanado había estado mendigando a la puerta del templo, y los gobernantes nunca habían podido sanarle. Luego el apóstol tronó su denuncia, afirmando que era en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien ellos habían crucificado, que este hombre estaba en su presencia sano. Dios le había resucitado de los muertos y lo había exaltado al cielo. De este modo, la piedra desechada había venido a ser piedra angular, la piedra indispensable que completa la estructura. Y Él es indispensable. No hay salvación sin Él. Él es el único y exclusivo Salvador. En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Al leer los vv. 8–12, recordemos que estas palabras fueron pronunciadas por el mismo hombre que había negado tres veces al Señor con juramentos y maldiciones. 4:13 La religión seca y formal es siempre intolerante de aquel evangelismo entusiasta y vital que produce resultados en los corazones y en las vidas. Los conductores del formalismo religioso se quedan aturdidos cuando descubren a hombres sin letras y del vulgo haciendo impacto en la comunidad, mientras que ellos, con toda su sabiduría, «no llegan a levantarse por encima de la carne y de la sangre». En el Nuevo Testamento no hay distinción entre clero y laicos. Esta distinción es una reliquia proveniente del Romanismo. Juan Huss luchó y murió en Bohemia por la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes, y el símbolo husita hasta el día de hoy es la copa de comunión sobre una Biblia abierta. Era esta verdad de un sacerdocio regio y de cada creyente como testigo la que constituyó la fuerza dinámica en la Iglesia primitiva. Sin ayuda de ningún moderno equipo, ni de transporte, o de traducción y publicación de la Palabra, el Evangelio de la gracia de Dios sacudió todo el Imperio, hasta que hubo santos hasta en la casa del César. Dios nos está llamando de vuelta al cristianismo primitivo. El Sanedrín quedó atónito ante el denuedo de Pedro y de Juan. Les hubiese gustado echarlos a un lado como sin letras e ignorantes pescadores de Galilea. Pero había algo en su autodominio, sus vidas llenas de fuerza y su intrepidez que les hizo pensar acerca de Jesús cuando compareció a juicio. Atribuyeron la intrepidez de los apóstoles a que habían estado con Jesús en el pasado, pero la verdadera explicación era que estaban ahora llenos del Espíritu Santo. 4:14–18 Además, era azorador tener delante de ellos al cojo sanado. No se podía negar que había tenido lugar un milagro. Escribe J. H. Jowett: Los hombres pueden más que ganarle a uno en sutileza de argumento. En argumentación intelectual podrías sufrir una derrota cantada. Pero el argumento de una vida redimida es inexpugnable. «Viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no tenían nada que replicar.» A fin de considerar qué estrategia iban a seguir, hicieron salir por un momento a Pedro y a Juan fuera de la estancia. Su dilema era éste: No podían castigar a los apóstoles por hacer un acto de misericordia; pero si no detenían a estos fanáticos, su propia religión quedaría
  • 30. WM Pág. 30 seriamente amenazada por pérdida de miembros. De modo que decidieron prohibir a Pedro y a Juan que hablasen con la gente acerca de Jesús, tanto en privado como en predicación pública. 4:19–20 Pedro y Juan no pudieron aceptar una restricción así. Su primera lealtad y responsabilidad era para con Dios, no para con el hombre. Si fuesen sinceros, los gobernantes habrían de admitir esto. Los apóstoles habían sido testigos de la resurrección y ascensión de Cristo. Se habían sentado a Su enseñanza cada día. Eran responsables de dar testimonio de su Señor y Salvador Jesucristo. 4:21–22 La debilidad de la posición de los gobernantes se ve en el hecho de que no pudieron castigar a los apóstoles: todo el pueblo sabía que había tenido lugar un milagro de gracia. El hombre sanado, que tenía más de cuarenta años, era bien conocido, porque su triste estado había estado en pública exhibición durante largo tiempo. De modo que todo lo que pudo hacer el Sanedrín fue despedir a los acusados apóstoles con amenazas adicionales. Con un instinto de hijos nacidos libres de Dios, los apóstoles vinieron directamente a los suyos, sus hermanos en la fe, tan pronto como las autoridades los pusieron en libertad. Buscaron y encontraron su comunión con «la grey jadeante y apiñada, cuyo único crimen era Cristo». Y así, en todas las edades, una prueba del carácter de un cristiano es donde encuentra comunión y compañerismo. 4:24–26 Tan pronto como los santos oyeron lo que había sucedido, clamaron al Señor en oración. Dirigiéndose a Dios con una palabra que significa «Amo Absoluto», término que apenas se utiliza en el NT, le alabaron en primer término como el Creador de todas las cosas (y por ello superior a las criaturas que ahora se estaban oponiendo a Su verdad). Luego adoptaron las palabras de David en el Salmo 2, que habló por el Espíritu Santo en relación con la oposición de los poderes gubernamentales contra su Cristo. En realidad, el Salmo señala adelante a la época en que Cristo vendrá a establecer Su reino y cuando reyes y príncipes tratarán de estorbar este propósito. Pero los cristianos primitivos se dieron cuenta del parecido de la situación en su tiempo, y aplicaron las palabras a sus propias circunstancias. Como se ha dicho, mostraron una verdadera espiritualidad por la divina destreza con que entretejieron la Sagrada Escritura en el cuerpo de sus oraciones. 4:27–28 A continuación se da su aplicación de la cita del Salmo. Justo allí en Jerusalén, los romanos y los judíos se habían aliado contra el santo Siervo de Dios, Jesús. Representando a los judíos aparece Herodes, y Pilato actuó en nombre de los gentiles. Pero hay un final sorprendente en el versículo 28. Uno esperaría que dijese que estos gobernantes se habían reunido para hacer todo lo que sus malvados corazones habían planeado. En lugar de esto, dice que se habían aliado para hacer cuanto tu mano y tu designio habían predestinado que sucediera. Matheson explica: La idea es que sus esfuerzos por oponerse a la voluntad divina resultó en una coalición con ella. … Se aliaron en un consejo de guerra contra Cristo; sin ellos saberlo, firmaron un tratado para promover la gloria de Cristo. … Nuestro Dios no abate las tormentas que se levantan sobre Él; las monta; obra por medio de ellas. 4:29–30 Expresada su confianza en el poder prevaleciente de Dios, los cristianos hacen tres peticiones específicas:
  • 31. WM Pág. 31 1. Fíjate en sus amenazas. No pretendieron dictar a Dios cómo castigar a estos malvados, sino que sencillamente dejaron la cuestión en sus manos. 2. Concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra. Su propia seguridad personal no era lo importante. Lo primordial era la intrepidez en predicar la palabra. 3. Mientras extiendes tu mano para sanar. La primitiva predicación del evangelio tuvo el testimonio divino por medio de señales y prodigios llevados a cabo mediante el nombre de … Jesús. Aquí se le pide a Dios que siga confirmando de esta manera el ministerio de los apóstoles. 4:31 Cuando acabaron de orar, el lugar … tembló —una expresión física del poder espiritual presente—. Todos fueron llenos del Espíritu Santo, indicando la obediencia de ellos al Señor, su andar en la luz, su entrega a Él. Siguieron hablando con denuedo la palabra de Dios, en clara respuesta a su oración en el versículo 29. Siete veces en el Libro de Hechos se menciona a hombres llenados con o llenos del Espíritu Santo. Observemos los propósitos o los resultados: 1. Para hablar (2:4; 4:8; y aquí). 2. Para servir (6:3). 3. Para pastorear (11:24). 4. Para reprender (13:9). 5. Para morir (7:55). 4:32–35 Cuando los corazones están encendidos de amor para Cristo, están también encendidos de amor los unos por los otros. Este amor se manifiesta en dar. Así, los creyentes primitivos expresaron la realidad de su vida común en Cristo practicando una comunidad de bienes. En lugar de aferrarse egoístamente a sus posesiones personales, contemplaban sus propiedades como pertenecientes a toda la comunidad. Allí donde hubiese una necesidad, vendían heredades o casas y llevaban el precio de lo vendido a los apóstoles, para que ellos lo distribuyesen. Es importante ver que se repartía siempre que surgía una necesidad; no fue un repartimiento total arbitrario en un momento determinado. F. W. Grant explica: Por tanto, no hubo una renuncia general a los títulos personales, sino un amor que no sabía retener las posesiones ante la necesidad de otra persona. Fue el instinto de unos corazones que habían encontrado sus verdaderas posesiones en aquella esfera a la que Cristo había resucitado. De una forma algo sarcástica pero tristemente muy cierta en demasiadas ocasiones, es el paralelo moderno de F. E. Marsh: Alguien ha dicho, al contrastar la iglesia primitiva con la cristiandad de hoy: «Es un pensamiento grave que si el evangelista Lucas estuviese describiendo la cristiandad moderna en lugar de la primitiva, tendría que variar un tanto la fraseología de Hechos 4:32– 35, para decir lo que sigue: … «Y la multitud de los que habían profesado eran de corazón duro y de alma pétrea, y cada uno de ellos decía que lo que poseía era suyo; y todos tenían las cosas a la moda. Y con gran poder daban ellos testimonio de las atracciones de este