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LUCES DEL ROSARIO
© Juan Antonio González Lobato, 2008
© Ediciones RIALP, S.A., 2008
Alcalá, 290 - 28027 MADRID (España)
www.rialp.com
ediciones@rialp.com
Fotografía de portada: Nicolás Poussin. Descanso en la huída a Egipto (1655-1657).
Museo del Ermitage. S. Petersburgo.
ISBN eBook: 978-84-321-4121-8
ePub: Digitt.es
Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento
informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo
y por escrito del editor.
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ÍNDICE
Portada
Créditos
INTRODUCCIÓN
MISTERIOS GOZOSOS
I. LA ANUNCIACIÓN
En casa de María
La Virgen
El plan de Dios
II. LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
En el camino
Apostolado personal
Santificación
III. EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS EN BELÉN
Ángeles cantando
Pastores
Pobreza
IV. LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
La purificación
7
La Presención de Jesús
Simeón y Ana
V. EL NIÑO PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO
La llegada a Jerusalén
De vuelta
El segundo día
El encuentro
MISTERIOS DE LUZ
I. BAUTISMO DE JESÚS
II. LAS BODAS DE CANÁ
III. JESÚS ANUNCIA EL REINO DE DIOS INVITANDO A LA
CONVERSIÓN
Una parábola
La locura del pecado
Volver
Una escena
Iniciar el diálogo
La confidencia
IV. LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
El Tabor
En la oración
8
La voz del padre
V. LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA, EXPRESIÓN SACRAMENTA
DEL MISTERIO PASCUAL
En el Cenáculo
La Eucaristía
El amor
MISTERIOS DOLOROSOS
I. LA ORACIÓN EN EL HUERTO
En el Huerto
Los discípulos se duermen
Hágase tu voluntad
Sudor de sangre
II. LA FLAGELACIÓN
En el pretorio
Los azotes
Por qué
III. CORONACIÓN DE ESPINAS
La burla de la investidura
La burla del homenaje
Ecce homo
IV. JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS
9
La Cruz
Camino del Calvario
Hijas de Jerusalén
V. CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR
Jesús es clavado en la Cruz
Jesús en la Cruz
La muerte de Jesús
MISTERIOS GLORIOSOS
I. LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Al amanecer
Fieles ante lo imposible
Los obstáculos
II. LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
En Galilea
La Ascensión
La oración, arma única
III. LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
Pentecostés
Efectos
Tres mil bautizados
10
IV. LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA
El dogma
En la Escritura y en la Tradición
Explicación del dogma
V. LA CORONACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA
El Magisterio
Reina y Madre
11
INTRODUCCIÓN
«El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo milenio bajo el
soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada
por el Magisterio», así comienza Juan Pablo II su Carta Apostólica Rosarium Virginis
Mariae del 16 de octubre de 2002.
Uno de esos santos aludidos por el Papa nos dio el siguiente consejo:
«Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño.
Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños,
abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños (...).
—¿Quieres amar a la Virgen? —Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de
nuestra Señora»1.
Por eso, he intentado hacerme niño al escribir estas páginas e invito al lector a que se
haga niño también, imitando a San Josemaría en este tono que él supo mantener en su
Santo Rosario, pues de los que se hacen como niños es el reino de los cielos2.
Por mi parte, sólo he pretendido ayudar a los que quieran introducirse en los
momentos del Santo Evangelio, que el Rosario nos sugiere, «a fijar en ellos la mirada de
su corazón y a revivirlos»3. El Rosario es a la vez meditación y súplica4.
Por eso en el tercer Misterio de Luz presento una doble reflexión: una referida a una
parábola, y la otra a una escena de la vida pública de Jesús. Entiendo que así se cumple
mejor el enunciado del Misterio.
La Santísima Virgen, a quien dirigimos nuestra plegaria, es tan poderosa en su
intercesión por ser la Reina del Cielo, que el Papa la saluda con estas palabras de Dante:
«Mujer, eres tan grande y tanto vales,
que quien desea una gracia
y no recurre a ti,
quiere que su deseo vuele sin alas»5.
12
1 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Santo Rosario, Rialp, Madrid, 48.ª ed. 2003. Introducción.
2 Cfr. Mt 18, 3.
3 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 22.
4 JUAN PABLO II, o.c., 16.
5 JUAN PABLO II, III, l.c.
13
MISTERIOS GOZOSOS
«El primer ciclo, el de los
“misterios gozosos”, se
caracteriza
efectivamente por el gozo
que produce el
acontecimiento de la
encarnación» (JUAN
PABLO II, Carta
Apostólica Rosarium
Virginis Mariae, 20).
14
I. LA ANUNCIACIÓN
EN CASA DE MARÍA
Vamos a hacernos niños tú y yo. Amigos y vecinos de María, que sabiendo lo que
sabemos, pero como si no supiéramos nada, nos escondemos entre los pliegues de la
cortina que hace de puerta en el aposento de la Virgen, con el propósito de contemplar la
Anunciación. Es ya mediodía y nos hemos adelantado al Arcángel.
Estamos en primavera, que en toda la región es tan rotunda y explosiva. Ha aparecido
de pronto. Toda Galilea se ha vestido de verde. Las fuentes, los manantiales, los trigales,
las viñas y los olivares participan festivos de la misma alegría.
Nazaret, donde estamos, cuyo nombre no se menciona ni una sola vez en los libros del
Antiguo Testamento ni en las tablas militares de Roma, es sólo un pueblecito perdido en
la campiña galilea, de unas cuantas casas bajas de color de tierra, que forman una única
calle, que nadie pensó jamás empedrar. Tortuosa, según las inmediatas conveniencias de
los
constructores. Y en medio, la casa donde vive María. Es la única enjalbegada, y la
blancura de su cal resalta más por el contraste de los geranios rojos, que en macetas
improvisadas y simétricas hacen brillar sus colores al sol.
Hemos pasado bajo el tejadillo de la entrada a un patio con amplias piedras enlosado;
a la derecha aparece una vieja puerta de madera de dos hojas horizontales, que cuando se
deja abierta la parte superior sirve de ventana. Es la única luz natural del portal. En el
portal, a la izquierda está el aposento de María. Y a su entrada, esta cortina entre cuyos
pliegues nos encontramos tú y yo.
La Virgen, niña aún, está en oración. ¿O quizá también hilando junto a la rueca? No
ha advertido nuestra presencia. Podemos contemplar en silencio la habitación: paredes
blancas, blanquísimas, en las que no ha ido bien la plomada; el techo, semiexcavado en
la roca y de maderas viejas; el suelo, de tierra apisonada; un camastro de madera en un
rincón y una estera de aneas; una abertura en la pared de la derecha por donde se asoma
la primavera, y nada más. En la habitación de María todo lo superfluo está ausente. Hay,
si acaso, un taburete de madera y, sobre él, un vaso de barro donde se marchita
perfumando una azucena.
LA VIRGEN
Nada más. Pero está Ella. Es una Niña bellísima de trece a quince años. ¿Cómo será,
cuando el poder de Dios, que es infinito, y el amor de Dios, que también lo es, se
15
pusieron en juego para hacer en Ella la criatura más maravillosa de toda la Creación?
Cuando Dios quiso hacer su obra maestra, no hizo un hombre, tampoco un ángel, hizo
una Niña.
¿Cómo será? Si tú y yo hubiéramos tenido poder para hacer a nuestras madres, las
hubiéramos adornado —es una idea que aprendí de San Josemaría— con todas las
virtudes y gracias que hubiéramos podido. El Dios de poder infinito tuvo que hacer a su
madre. Él, que tantas otras cosas admirables creó, que nos llenan de embeleso. ¿Cómo
será?
¿Cómo será? Cuando Ester, elegida por su extraordinaria belleza entre todas las
mujeres del Imperio del rey Asuero, por lo que salvó a su pueblo, es sólo figura de
María. Si así era la figura, ¿cómo será la Virgen por ella figurada?
Y el ángel, habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia,
el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres 1.
La Anunciación a María y la Encarnación del Verbo es el acontecimiento más
maravilloso y más trascendental de la Historia. María es elegida entre las muchachas de
su pueblo, pero designada por Dios desde la eternidad, sin que lo sospechara. Vivía
como una más: iba con un cántaro a la cadera por agua a la fuente, lavaba la ropa en el
arroyo, barría la puerta de su casa. Desconocida de los hombres y de Ella misma.
Mientras ocurría la Anunciación, nada fuera de lo ordinario sucedía a los ojos de los
demás.
Al oír tales palabras la Virgen se turbó 2.
Mírala. La rosa blanca que vimos al llegar se ha vuelto roja de pudor y de humildad
por el saludo de un ángel. Más que por su presencia, por la sensación que experimenta
ante los elogios toda persona humilde. In sermone eius 3, dice expresamente el
Evangelio, por las palabras del ángel.
Éstas, después del saludo Dios te salve, que era usado entre los hebreos, son tres
piropos —piedra de fuego, significa en su origen— y expresan la triple grandeza de
María: respecto a ella misma, llena de gracia «corresponde a aquella plenitud de
complacencia por parte de la Santísima Trinidad de que la Virgen María gozó desde el
momento de su inmaculada concepción»4. Manifiestan el honor y la dignidad de la
Virgen. Con estas palabras, jamás oídas, se dice que María es asiento de todas las gracias
divinas.
Respecto a Dios, el ángel le dice: el Señor es contigo. San Agustín nos enseña que es
como si dijera: «Más que contigo, Él está en tu corazón, se forma en tu vientre, llena tu
alma, está en tu seno» 5.
Y respecto a las demás, bendita tú entre las mujeres. María está ante los ojos de Dios
por encima de todas las mujeres, de Sara, Ana, Débora, Raquel, Judith, Ester, etc., pues
sólo Ella es la elegida para ser Madre de Dios. Es la única Inmaculada. Siento que estas
palabras del ángel son como un trueno, de esos que se oyen en los días de tormenta, que
van rodando de nube en nube, con la particularidad de que en este caso su volumen
16
aumenta con el tiempo, pues en este aplauso constante cada día somos más —millones—
los que la aclamamos con alegría: ¡Bendita tú entre todas las mujeres!
Lo más natural es abandonarse a la turbación. Y no pensar. Pero María no se
abandona, et cogitabat qualis esset ista salutatio 6. Y púsose a considerar qué
significaría una tal salutación. Serena, mujer, señora. Baja la cabeza mientras piensa.
Mírala, ruborizada hasta el comienzo del cabello en su frente virginal.
EL PLAN DE DIOS
Es una oportunidad, que el ángel aprovecha:
No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios (...) darás a luz un hijo,
y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; (...) y su
Reino no tendrá fin 7.
La Virgen entendió que iba a ser Madre de Dios. A cualquier joven israelita le
hubiesen hecho perder la cabeza las palabras que acabamos de oír: Rey, grande, trono.
Pero María calla. Su silencio llena los momentos más líricos de la Historia del mundo,
que se agolpa detenida ante los labios de esta Doncellita. Tu suerte y la mía pendiente de
ellos.
María levanta su cabeza ruborizada, alarga la mano como si dijera: Espera, una
pregunta:
—Quomodo fiet istud, quoniam virum non cognosco? 8. ¿Cómo ha de ser eso, pues yo
no conozco varón? «La voz de nuestra Madre agolpa en mi memoria, por contraste,
todas la impurezas de los hombres..., las mías también» 9.
El ángel se apresura a contestar: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra (...) 10.
El fruto de su vientre será obra del Espíritu Santo.
La Virgen será después de la Encarnación el nuevo Tabernáculo de Dios. El rezo del
Angelus por toda la Tierra lo recuerda constantemente.
¿Aceptará ahora María? Una vez conocida la voluntad de Dios, se entrega con
obediencia pronta y libre de condiciones.
San Bernardo, doce siglos más tarde, animaba a María a manifestar pronto su
decisión: «Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo de que se vuelva
al Señor que le envió»11.
—He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra 12.
Y comenzó la revolución más gigantesca de los siglos. Hecha, no por legiones de
Roma, no por sabios de Grecia, no por sacerdotes de Jerusalén, sino por una Niña
escondida en un rincón de Nazaret: Tú y yo somos ahora cristianos por Ella.
A la Anunciaci6n <<apunta toda la historia de la salvaoi6n, es mas, en oierto modo,
la historia misma del mundm> 13
El angel debi6 retirarse andando hacia atnis, puntillas.
17
1 Lc 1, 28, en la Vulgata.
2 Lc 1, 29.
3 Lc 1, 29.
4 KAROL WOJTYLA, Signo de contradicción, Madrid, 1978, pág. 49.
5 SAN AGUSTÍN, Sermo de Nativitate Domini, 4.
6 Lc 1, 29.
7 Lc 1, 30-33.
8 Lc 1, 34.
9 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Santo Rosario, La Anunciación.
10 Lc 1, 35.
11 SAN BERNARDO, Homilía 4 sobre la Anunciación.
12 Lc 1, 38.
13 JUAN PABLO IT, Carta Apostólica Rosariurn Virginis l1.4ariae, 20.
18
II. LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Por aquellos días partió María y se fue apresuradamente a las montañas, a una
ciudad de Judá. Y habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel 1.
EN EL CAMINO
Ahora, tú y yo, vamos a sentarnos junto al camino por donde va a pasar la Niña
Virgen, que emprende un viaje largo y difícil. Está llena de gozo y siente la necesidad de
comunicarlo. Y lo quiere hacer a la única que sabe, según la revelación del ángel, que, de
momento, puede entenderla.
Es Ayn-Karim el pueblecito de destino, donde vive Isabel. ¿Cómo consiguió que la
dejaran partir sin decir el motivo del viaje? Pues sería indiscreto comunicar lo que el
ángel le ha dicho, de parte de Dios, como un secreto. El Evangelio nos informa de que,
por aquellos días, marchó deprisa, cum festinatione 2.
«Y porque la caridad lo soporta todo 3, y “la gracia del Espíritu Santo no conoce
demoras ni tardanzas”, como dice San Ambrosio (...), la tierna y delicada doncella
María, sin atender a las dificultades del viaje, se pone inmediatamente en camino» 4.
El campo se viste de fiesta a su paso. Ya han cesado las lluvias, ya han brotado las
flores, ya se llenó todo de fecundidad y belleza, ya han brotado las vides, que regalan el
verdor de sus sarmientos recientes a la alegría de toda la campiña. A lo lejos, más allá de
las viñas lejanas, se recortan en el horizonte las montañas azules. Y un cielo limpio, muy
limpio y azul, que llena el alma de paz y alegría. Se oye de vez en cuando en los árboles
el arrullo de la tórtola.
Incorporada a una caravana, de las que vienen de Oriente, a la que se suman los
viajeros que van en la misma dirección, así como se separan de ella cuando se aproximan
a sus lugares de destino, confundida entre las gentes que caminan entre los camellos y
otras bestias de carga, a solas con su secreto gozoso, María anda con prisa, impulsada
por el amor y la alegría.
Por un camino de tierra, con viejísimas huellas de pezuñas de animales cargados con
todos los afanes de los hombres. La caravana pasa delante de nosotros, nadie habla en
ella, caminan en silencio, sólo oímos el sordo ruido de los largos vestidos orientales y el
rechinar de las correas que fijan los fardos a las albardas de los animales.
Y Cristo va con la Virgen. Nadie lo sabe. Los viajeros sólo ven una niña. Una niña
ciertamente es el primer apóstol de Cristo. Discreta, sin ruido, sin llamar la atención.
Pisando los caminos trillados por los hombres. Como una más.
Y lleva en su corazón el gran secreto del Cielo. Hija de David, con sangre de reyes, y
vestida con túnica roja y manto azul, como las demás muchachas de su pueblo. Este
19
viaje es un ejemplo para todos los que después la vamos a llamar bienaventurada.
APOSTOLADO PERSONAL
¿Será el gozo rebosante lo que la hace andar ligera? ¡El Salvador ya está con nosotros!
Sólo Ella lo sabe. El esperado por miles de años acaba de llegar. ¡Hay que comunicarlo!
No importa que por el momento sólo se pueda informar a una sola persona, ni que esté a
cuatro días de camino, allá en los montes de Judea. Tampoco que la mensajera sea una
niña. ¡Hay que comunicarlo! Y la Niña Virgen se puso en camino con diligencia. Debía
hacer un esfuerzo constante para someter su prisa personal al paso más lento de la
caravana.
Cuando termina de pasar la caravana nos vamos detrás de ella. Queremos
discretamente acompañar a la Señora. Alguna vez, por la misma senda, hecha a base de
pisadas, nos encontramos con otra caravana que viene en dirección contraria. Una de
ellas tiene que deshacerse y desplegarse para que pase la otra. Si los hombres y mujeres
que viajan en ellas supieran, de pronto, quién es esa niña, caerían de rodillas. Es la
Madre de Dios, es la Reina del Cielo, es el Sagrario viviente, y pasa como una más entre
las mujeres que viajan con Ella.
Los viajeros, sudorosos y llenos de polvo de todos los caminos, que van y vienen, sólo
ven una niña. Van como hoy, a lo suyo. Cada uno oculta sus afanes, sus proyectos, sus
angustias, en su inútil andar apremiante, pero se esfuman enseguida sus huellas. Por ese
mismo camino María sube, confundida entre ellos. También Ella va a lo suyo: lo suyo es
de Dios.
Andar por los caminos del mundo, sí; pero a impulsos del amor y del apostolado. Las
huellas de la Virgen no se pierden. Quedan imborrables.
SANTIFICACIÓN
Y Ayn-Karim, el pueblecito silencioso de casitas bajas de color de tierra, pegadas a la
montaña, recibe en sus calles, sin advertirlo, la visita de una doncella galilea, que se
persona en el dintel de la casa de sus primos.
«Llegamos. —Es la casa donde va a nacer Juan, el Bautista. —Isabel aclama,
agradecida, a la Madre de su Redentor: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y
bendito es el fruto de tu vientre! —¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi
Señor a visitarme? 5.
El Bautista nonnato se estremece6.
—La humildad de María se vierte en el Magnificat...
—Y tú y yo, que somos —que éramos— unos soberbios, prometemos que seremos
humildes» 7.
20
Tan pronto como Isabel oyó la voz de María, se sintió llena del Espíritu Santo, se
estremeció su hijo en su seno y conoció en esta Niña a la Madre del Señor. El niño Juan,
aún no nacido, ¿recibió entonces la gracia de quedar libre del pecado original? La
emoción extraordinaria de Isabel, que se descubre en su lenguaje rimado, se expresa al
decir en alta voz:
Bendita tú entre las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre.
¿De dónde a mí tanto bien,
que venga la madre de mi Señor a visitarme?
Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos,
el niño saltó de gozo en mi seno
y bienaventurada tú que has creído,
porque se cumplirán las cosas
que se te han dicho de parte del Señor 8.
Son las palabras de una anciana a una Niña, de la madre del precursor a la madre del
Mesías, de una madre a otra. Isabel, iluminada por Dios, conoce el misterio de la
Encarnación, y sabe que aquella Niña es ya la Madre de Dios y será, aunque sus ojos ven
sólo una niña nazarena, la Reina del Cielo.
En el Magnificat de María, primicias del Evangelio que se trasmiten cantando, se
amalgaman dos notas discordantes, la grandeza y la humildad.
En el cántico de María hay también una ley, mil veces comprobada en la historia de
cada alma y en la historia del mundo, que consiste en que Dios humilla a los poderosos y
ensalza a los humildes.
Y contiene por fin una profecía, pues no duda en anunciarnos que la llamarán
bienaventurada todas las generaciones. ¿Aceptarán los sabios del mundo esta
predicción? Antes de la era cristiana, una niña campesina, pobre, ignorada en Roma, en
Atenas y en Jerusalén, desconocida en su propia tierra, y natural de un lugar perdido en
los campos de Galilea, proclama que las generaciones futuras la llamarán afortunada.
Sus huellas serán imborrables.
Mi alma glorifica al Señor
y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava,
por tanto ya desde ahora me llamarán bienaven[turada todas las
generaciones 9.
«El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, donde la voz misma de
María y la presencia de Cristo en su seno hacen “saltar de alegría”10 a Juan»11.
Han pasado veinte siglos y podemos comprobar la exactitud de sus palabras.
Cualquiera puede verificar si realmente ]a humanidad !a alaba mas que a los po derosos
21
mas recientes, mas que a los Sumos Sacer•do tes, y m is que a Octaviano C6sar Augusto,
en aquellos dias amo del mundo.
1 Lc 1, 39-40.
2 Lc 1, 39.
3 1 Cor 13, 7.
4 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, Las glorias de María. II. Meditaciones sobre la Virgen, Ediciones
Palabra, Madrid 1978, pág. 125.
5 Lc 1, 42-43.
6 Lc 1, 41.
7 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., Visitación de Nuestra Señora.
8 Lc 1, 42-45.
9 Lc 1, 46-48.
10 Lc 1, 44.
11 JUAN PABLO II, o.c., 20.
22
III. EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS EN BELÉN
Cuando un inmenso silencio reinaba en todo y la noche, siguiendo su curso, llegaba a
la mitad de su carrera, tu omnipotente palabra, Señor, descendió del Cielo, desde el
trono real1.
ÁNGELES CANTANDO
Es de noche. Por los campos de Belén, tú y yo sin rumbo. No hablamos al caminar y
no sabemos por qué andamos. Silencio. Una paz nueva sentimos en el alma. No se oye
nada. Sólo el ladrido lejano de un perro, y mucho después otro. Y, más próximo, el
suave tintineo de las esquilas de las ovejas que se acomodan en los apriscos de las
majadas cercanas. Y luego el silencio que llena siempre la noche. Un inmenso silencio
reina en todo.
El cielo cuajado de estrellas, que parecen tocarse con la mano, como si se acercaran. Y
en la silueta negra de la colina que se recorta en el horizonte, unos cuantos puntos
luminosos que son otras tantas hogueras de pastores. Bajo la inmensidad de la bóveda
celeste nos sentimos muy pequeños, sin relieve, casi planos, pegados a la tierra. Y nos
llegan aromas suaves del campo que no sabemos distinguir.
La noche, siguiendo su curso, está llegando a la mitad de su carrera. Sentimos en la
belleza y dulzura de esta noche un presentimiento de milagros, como si Dios nos visitara.
Y todo, mientras, duerme en el mundo: los rebaños en los apriscos, los hombres en
Jerusalén y en Damasco, en Atenas y en Roma; duermen entre las selvas los pueblos
bárbaros; y también ignora el misterio de esta noche el mundo desconocido, en su lejanía
y en su tardío despertar.
Se presiente la llegada de una nueva vida, de una dulce revolución. Es que Dios va a
visitar la tierra. Es una noche de amor. ¿Qué harán los hombres? ¿Se empeñarán en vivir
como si Dios no hubiese venido y seguirán manchando el mundo de sangre?
De pronto, nos sorprenden luminosos chorros de ángeles que bajan y suben sobre un
punto de la colina cercana, y oímos un programa en canción:
Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad 2.
Es el Cielo, que descorre sus velos un instante mientras el mundo está dormido. Nos
quedamos confusos y no sabemos qué hacer. Clavados en el suelo, miramos con los ojos
muy abiertos hacia arriba, y no vemos nada, solamente las estrellas de antes. Intentamos
escuchar, pero se ha hecho de nuevo el silencio... Y, como antes, nos siguen llegando los
aromas suaves del campo.
23
PASTORES
El murmullo de hombres que se nos acercan corriendo nos llega pronto. Son pastores
y zagales que han recibido el anuncio de un ángel y han visto, como nosotros, al cortejo
celestial bajar y subir cantando. Nos unimos a ellos y, mientras corremos juntos, nos
informan:
Son unos pastores de aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno
su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó y la gloria
del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: No temáis,
pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha
nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor 3 (...). De pronto
apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios 4.
Y corremos mientras todo el mundo duerme. Ahora sólo se oyen los pasos de nuestra
carrera hacia el Señor. Así llegamos a una gruta que sirve de establo. Con los pastores la
encontramos sin dudar, aunque es la primera vez que vamos todos. En su sencillez tienen
la ventaja de ir derechos a Jesús, aunque sea de noche.
«Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un
establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre 5. Frío. —
Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a
su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas,
diciéndole cosas dulces y encendidas!»6.
Un Niño hermoso sobre un pesebre. La Virgen, junto a Él, mirándole atenta. Al otro
lado, una hoguera que arde en el rincón, y José, que anda activo trayendo leña. Es una
gruta muy pobre en la que no hay ni lo más necesario. Nos arrodillamos todos. Nadie se
atreve a hablar. María no quita los ojos de su hijo, que es su Dios. Yo, mientras lo miro,
comienzo a recordar lo que sabía: el pecado original, los hombres de todos los siglos, el
Mesías —Dios hecho Hombre, Rey—, el mundo que ahora está dormido.
Me contaron que cuando se acercaba el momento del nacimiento del Niño, todo en el
establo se llenó de luz, la borriquilla y el buey, el pesebre y la roca del suelo, las
telarañas del techo y las piedras que lo construían, las paredes y las alforjas colgadas en
ellas, el montón de heno en donde José preparó un acomodo para María. Pero era una luz
que no sólo iluminaba las cosas, sino que salía de las cosas mismas, haciéndolas
luminosas. De esta manera, el pobre y rústico establo se convirtió en el lugar más bello
del mundo.
A José «le pareció que toda la gruta estaba en llamas y que María estaba rodeada de
una luz sobrenatural. José miró esto como Moisés la zarza ardiendo (...). He visto que la
luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que las
lámparas encendidas por José no eran ya visibles (...). El resplandor en torno de ella
crecía por momentos (...). Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo
luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrilla
ante las rodillas de María»7, que le adoraba.
24
POBREZA
El Niño nace pobre: es el Rey de reyes y nace en el más completo desasimiento. Es
ésta su primera lección a los hombres. Es también la primera condición para seguirlo y
para continuar la revolución sobrenatural que ha iniciado. Pues es necesario —me dices
— el desprendimiento para ser útil, ya que no se puede servir a la vez a dos señores.
Jesucristo quiso nacer pobre. Tiene una cuna prestada por un animal, y, por
colchoncito, las frías y toscas pajas que han sobrado del pienso. El Señor puso más
empeño en desprenderse de las cosas que los hombres en atesorarlas, para enseñarnos
que la pobreza es condición indispensable para tener una visión objetiva de la vida. Y
ésta nos es necesaria para no errar el camino.
Amar la pobreza es amar sus consecuencias. Por eso no se vive la pobreza cuando se
gasta sin razón, o se deja de ganar aquello que para un obrero supondría un esfuerzo
considerable. Jesús vestirá con decoro y cuidará de las cosas, pues jamás convertirá en
instrumentos de comodidad lo que son medios de apostolado. Él mismo, que no tendrá
donde reclinar la cabeza, se quitará sus vestiduras antes de la flagelación. Así los golpes
no podrán romperlas8.
Para convertirse a Cristo es preciso desprenderse de las criaturas, pues el pecado
original abrió en el corazón del hombre una tremenda capacidad de idolatría: ellas, de
suyo buenas, se tornaron malas por la concupiscencia. Ya no se las busca porque llevan a
Dios, sino porque dan goce. El hombre se abalanzó sobre las cosas sin medida, y quedó
su corazón esclavo de ellas, sin paz y sin alegría.
«Venid a ver al Hijo de Dios, no en el seno del Padre, sino en los brazos de la Madre;
no entre los coros de los ángeles, sino entre unos viles animales; no a la diestra de la
Majestad en las alturas, sino reclinado en un pesebre de bestias; no tronando ni
relampagueando en el cielo, sino llorando y temblando de frío en un establo»9.
Nuestro amor, que es todo para Dios, debe ser conservado por la templanza, esa
medida en el uso de las cosas. Deseamos que en nuestra vida, como en Belén, haya
ausencia de lo superfluo y pobreza de lo necesario, elección constante de lo peor y
desnudez completa del corazón.
«Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del pino Niño, el
Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como “una
gran alegría”10»11.
El Rey tiene por palacio, un establo; por trono, un pesebre; por cortesanos, unos
pastores.
Y, entre los pastores, tú y yo.
25
1 Sb 18, 14-15.
2 Lc 2, 14.
3 Lc 2, 8-11.
4 Lc 2, 13.
5 Lc 2, 7.
6 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Santo Rosario. Nacimiento de Jesús.
7 ANNA KATHARINA EMMERICH, Vida de María Madre. Sol de Fátima, Madrid, 1983. Nacimiento de
Jesús.
8 LUIS DE LA PALMA, La Pasión del Señor, Cuadernos Palabra, Madrid 1996, pág. 115.
9 LUIS DE GRANADA, Vida de Jesucristo, Rialp, Madrid, 4.ª ed.
1997, cap. 4.
10 Lc 2, 10.
11 JUAN PABLO II, Rosarium Virginis Mariae, 20.
26
IV. LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
LA PURIFICACIÓN
Acompañamos ahora tú y yo, niños, a la Sagrada Familia en su viaje a Jerusalén. En
los días pasados nos hemos hecho sus amigos y nos admiten contentos junto a ellos.
Nosotros caminamos alegres para hacerles compañía y servirles en lo que se pudiera
ofrecer. Jesús va dormido en los brazos de su Madre. Es el mismo camino que María y
José anduvieron antes que Jesús naciera, en dirección contraria. Piensan regresar hoy
mismo a Belén, después de haber cumplido en el Templo con dos preceptos de la Ley de
Moisés.
Uno es la purificación de María. Según el Levítico1, la mujer que daba a luz quedaba
impura. Y cuarenta u ochenta días después, según se tratase de niño o niña, estaban
obligadas las madres hebreas a presentarse en el Templo de Jerusalén para ser
purificadas de la legal impureza que pesaba sobre ellas. María, siempre virgen, no estaba
comprendida en esta disposición porque su concepción fue virginal, y virginal fue
también su parto. No obstante, la Virgen Santísima, aunque no estaba obligada, quiso
someterse como una más a lo dispuesto por la Ley.
La purificación de las madres hebreas se hacía por la mañana. A continuación de la
incensación y de la ofrenda del sacrificio perpetuo. Después de entrar en el atrio de las
Mujeres, se situaban en la grada más alta de la escalinata que conducía al atrio de Israel.
El sacerdote las rociaba con agua lustral y recitaba sobre ellas las oraciones prescritas.
La parte principal del rito, sin embargo, consistía en la oblación de dos sacrificios: el
primero llevaba el nombre técnico de «sacrificio por el pecado», expiatorio, de una
tórtola o un pichón. El segundo era un holocausto, y la víctima exigida por la ley era un
cordero de un año, para los ricos, o una tórtola o pichón para los pobres. De las dos
tórtolas ofrecidas por María, una fue escogida como víctima de expiación, y el oficiante
cortó el cuello del ave sin separarlo del cuerpo, derramando su sangre al pie del altar, y
la otra, que servía de holocausto, en las brasas del altar de bronce, fue quemada
íntegramente.
«¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios
personales, la Santa Ley de Dios?
¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la
expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y
fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón»2.
27
LA PRESENTACIÓN DE JESÚS
El segundo precepto que se proponían cumplir en el Templo era el de la Presentación
de Jesús y su rescate. Ya, en Belén, cuando se cumplieron los ocho días para
circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de
que fuera concebido en el seno materno 3. En el Éxodo estaba escrito: «Conságrame
todo primogénito. Todos los primogénitos de los hijos de Israel son míos, tanto de
hombres como de ganados»4.
Al principio se habían destinado al ejercicio de las funciones sacerdotales todos los
primogénitos del pueblo, pero cuando el culto fue reservado exclusivamente a la tribu de
Leví, los primogénitos de las demás tribus no eran dedicados al culto, pero para mostrar
que seguían siendo propiedad especial de Dios, se estableció el rito de la presentación y
rescate.
En tal rito se aplicaba lo estipulado para los sacrificios en general: un cordero o, si
eran pobres, un par de tórtolas. Incluso un puñadito de harina, si eran indigentes. Y así,
todos estos primogénitos eran entregados a Yahvé y luego rescatados. Por Jesús se
ofreció la ofrenda de los pobres.
SIMEÓN Y ANA
Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y
temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él.
Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo
del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el Niño Jesús sus
padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre Él, lo tomó en sus brazos y bendijo a
Dios diciendo:
Ahora, Señor, puedes sacar en paz
de este mundo a tu siervo,
según tu palabra:
porque mis ojos han visto
a tu Salvador,
al que has puesto
ante la faz de todos los pueblos,
como luz que ilumina a los gentiles
y gloria de Israel, tu pueblo 5.
Cántico sublime de noble sencillez y bella dulzura, que deja a María y José
sobrecogidos de admiración. No les decía nada nuevo, pero no podían permanecer sin
admirarse ante las milagrosas manifestaciones que Dios iba colocando en cada uno de
28
los misterios de la infancia de Jesús. Simeón bendijo a los padres, y, como si de pronto
viera entre las luces y la gloria futura de Jesús oscuros nubarrones, con el Niño todavía
en sus brazos, se vuelve a María y con acento de dolor profundo, añade:
Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo
de contradicción —y a tu misma alma la traspasará una espada—, a fin de que se
descubran los pensamientos de muchos corazones6.
Parece que vemos temblar los labios y los brazos de Simeón mientras pronuncia estas
palabras, pues ante sus ojos pasa rápidamente el misterio de Jesús, y advierte con
soberana angustia la ingratitud de su pueblo para el Redentor, el cual es para él motivo
de inmensa alegría. Los hombres se pidirán en dos bandos: el de los que reconocerán a
Jesús como Mesías y el de los que rechazarán su mensaje y su ley.
Él mismo nos dirá que su venida a este mundo produciría una separación entre buenos
y malos, pues la indiferencia frente a Jesús es imposible.
«Jesús, que ha venido para la salvación de todos los hombres, será sin embargo signo
de contradicción, porque algunos se obstinarán en rechazarlo, y para estos Jesús será su
ruina. Para otros, en cambio, al aceptarlo con fe, Jesús será su salvación, librándolos del
pecado en esta vida y resucitándolos para la vida eterna.
Las palabras dirigidas a la Virgen anuncian que María habría de estar íntimamente
unida a la obra redentora de su Hijo. La espada de la que habla Simeón expresa la
participación de María en los sufrimientos del Hijo; en su dolor inenarrable, que traspasa
el alma. El Señor sufrió en la Cruz por nuestros pecados; también son los pecados de
cada uno de nosotros los que han forjado la espada de dolor de nuestra Madre. En
consecuencia, tenemos un deber de desagravio no sólo con Dios, sino también con su
Madre, que es también Madre nuestra»7.
Es la primera vez que oímos hablar de los padecimientos que esperan a Jesús y a su
Madre. Los sufrimientos de María tendrán como único motivo los dolores de su Hijo, su
persecución y su muerte. Jamás ningún ser humano podía haber pensado que los pecados
de los hombres llegaran a tanto. María y José no olvidarán nunca las palabras de Simeón,
pues «la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y
extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía»8.
Se acercó otra persona al grupo bendito, conocida y recomendable por sus virtudes y
su fe, traída igualmente por la inspiración del Espíritu Santo. Era una profetisa llamada
Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad muy avanzada, había vivido con su
marido siete años de casada, y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro, sin
apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día.
Y alababa a Dios, y hablaba de Él (del Niño) a todos los que esperaban la redención
de Jerusalén9.
Con María y José volvemos a Belén. El Niño reposa abandonado en los brazos de
José, y se duerme en ellos. El Dios Omnipotente, dormido en los brazos de un hombre
justo. María y José comentan con sus impresiones personales los sucesos del día. Tú y
yo no nos cansamos de escucharlos. Quisieramos llevar al Nino en nuestros brazos, pero
29
Jose no lo cree oportuno. Por eso nos contentamos con mirarle dormido. Y no nos
cansamos de hacerlo.
1 Lev 12, 2-8.
2 San Josemaría Escrivá. o.c.,Purificación de la Virgen.
3 Lc 2, 21.
4 Ex 13, 2.
5 San Josemaría Escrivá. o.c.,Purificación de la Virgen.
6 Lc 2, 34-35.
7 Santos Evangelios, Ediciones Universidad de Navarra, nota a Lc 2,
34-35.
8 JUAN PABLO II, o.c., 20.
9 Lc 2, 38.
30
V. EL NIÑO PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO
LA LLEGADA A JERUSALÉN
Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo
doce años, subieron como era costumbre 1.
Los caminos que conducen a la ciudad están atestados de peregrinos que vienen de
todas las comarcas del país y de otros pueblos de las riberas del Mediterráneo. Cuanto
más nos acercamos al fin del viaje, más aumenta la densidad de los caminantes en las
vías que terminan en Jerusalén.
Por la noche brillan las estrellas en el firmamento. Se levantan campamentos
provisionales, para descansar del camino y emprender la marcha con las primeras luces
del alba. Los ojos inmaculados de María miran con frecuencia a las estrellas. Le parece
como si quisieran hablarle en su silencio y lejanía. Y le hablan de la grandeza
inalcanzable de la Creación y de la gloria de Dios, de este único Dios a quien ella cuida
ahora en la grata figura de un niño.
Por fin, aparece a lo lejos la silueta de las murallas y torres de la ciudad y del Templo.
Todos se alegran y avivan el paso. Los ojos del Niño lo ven todo. Es la primera vez que
viene a la ciudad desde Nazaret. Yo le digo: ¡Señor! Ahora que vamos a entrar, quiero
hacerme un niño como tú y caminar en tu compañía. Sé que lo sabes todo, que eres un
gran misterio y que eres mi mejor amigo. Que me deje llevar por lo que veo y oigo en ti
y que tu misterio no me retraiga, sino que en él tenga mi seguridad y mi consuelo.
En la ciudad, por las calles que conducen al Templo, la muchedumbre se estruja para
ir en la misma dirección. María lleva a Jesús de la mano: ¡tiene en su mano virginal la
mano de Dios! Las explanadas del Templo permiten un caminar más libre y desahogado.
Los himnos y los salmos cantados por la multitud no cesan nunca. El Señor del Templo,
en la hermosa figura de un niño galileo, entra en el Templo del Señor.
La sangre de los corderos sacrificados corría en canalitos adecuados a la vista de
todos. María siente un sobresalto al verla. Aquella sangre era un símbolo augusto. Cuatro
lustros más, y se realizará el sacrificio significado. Aquel precioso cordero que ella de la
mano llevaba será la Víctima, y su sangre será entonces la derramada. Fuera de los tres
nadie lo sospecha. Los israelitas alaban a Dios cantando sin descubrir que le tienen junto
a sí.
DE VUELTA
31
El dieciséis de Nisán comienza el regreso. Se desmontan las grandes tiendas de lona
de las afueras de la ciudad, que se prepararon para dar cabida a tantos peregrinos que no
cabían dentro. Se inicia el regreso hacia las distintas tierras y regiones de donde vinieron.
La costumbre en las peregrinaciones a Jerusalén era caminar en dos grupos: uno de
hombres y otro de mujeres. En cualquiera de los dos, los niños podían integrarse. Por eso
sus padres no advirtieron que Jesús se había quedado en Jerusalén: cada uno suponía que
iría con el grupo del otro.
El alegre regreso hacia casa, acompañado de las canciones de los caminantes,
alabando a Dios con himnos y salmos, pronto se vio turbado por un presentimiento del
corazón inmaculado de María: ¿Y Jesús? ¿Dónde estará Jesús?... Es verdad que podía
venir con el grupo de José, pero, ¿y si no es así?... La Inmaculada se da prisa para salir
de dudas y comprueba la certeza de su presentimiento. Desde la primera sospecha de la
ausencia de Jesús, la Virgen y José ya no vivieron para otra cosa que no fuera para
buscarlo. Y aumenta su angustia y su solicitud con las horas del día.
Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los
parientes y conocidos2.
Pienso que el primer presentimiento lo tuvo María al principio de la jornada.
Cualquier madre que pierde a su hijo se siente presa de una angustia suprema y ya no
vive para otra cosa que no sea encontrarlo, sin que otro interés quepa en su alma,
inaccesible al desaliento y al cansancio, temerosa de mil sospechas. Hemos de pensar, en
este caso, en quiénes son el hijo y la madre.
María y José verían pasar las horas del día con el desasosiego propio de quienes saben
que con la luz se les marchaba la oportunidad de seguir la búsqueda. Mirarían al cielo
con deseos de detener la noche. Y la noche se echaba encima despiadadamente,
implacable, indiferente a la angustia de sus corazones.
Cuando se terminó la primera jornada y llegó el momento de reagruparse las familias
para acampar, Jesús seguía sin aparecer. Se ha acabado la última oportunidad que ofrecía
el día. Brillan las estrellas en el firmamento. Bajo la serenidad del cielo estrellado, el
corazón de la Virgen se agita y se atormenta; ha perdido al Dios de las estrellas:
«Llora María. —Por demás hemos corrido tú y yo de grupo en grupo, de caravana en
caravana: no le han visto. —José, tras hacer inútiles esfuerzos por no llorar, llora
también...Y tú...Y yo»3.
EL SEGUNDO DÍA
Por la noche, venciendo la modorra de los indiferentes y los peligros de la oscuridad,
María y José continuaron la búsqueda de Jesús, «y como no lo encontrasen, retornaron a
Jerusalén en busca suya» 4. Han de desandar el camino que hicieron el día anterior. Con
sus corazones oprimidos inician muy de mañana la búsqueda. La luz que riega el sol por
los campos consuela y alivia su tormento. En la primera parte del día, apenas encuentran
32
a nadie en los caminos vacíos. Los grupos que han salido de Jerusalén esta mañana aún
están lejos.
La joven madre camina decidida a pesar del cansancio. El cuerpo en tensión, el alma
anhelante, los ojos muy abiertos, los oídos atentos: busca a Jesús. Es verdad que la
primavera siria se viste de fiesta como para agasajar a la Señora. Pero ella no puede
admirar las flores, ni el cantar de los pájaros, ni la belleza de los campos, porque tiene su
alma y su vida empleadas en la tarea urgente de encontrar a su Hijo.
Vestida como las mujeres de su pueblo, túnica encarnada y manto azul, y en medio de
un camino del mundo, busca a Jesús. A mediodía comienzan a aparecer nuevos grupos
de vuelta, por el mismo camino. Solamente María y José van contra corriente buscando a
Cristo, querían descubrirle desde lejos en cada niño que viene jugando y saltando en los
grupos de regreso.
¿Será Jesús?...
¡Señor! ¡Así quiero yo buscarte! En los demás.
De esta manera transcurre la segunda jornada. Para cada figura humana que aparece,
la búsqueda ansiosa y el sobresalto:
¿Será Jesús?
Llegan a Jerusalén ya de noche. Brillan de nuevo las estrellas. Silenciosas. ¡Si ellas
hablaran!... El corazón de María, más turbado, pero Jesús está más cerca.
La segunda noche de zozobras pasa lentamente, con los sobresaltos y angustias del
corazón de la más pura de las madres, de la más limpia hija de Dios. Las luces del alba
vuelven a traer alivio al corazón de la Inmaculada. En las primeras horas de la mañana,
se dirigen al Templo, buscando allí a Jesús con preferencia.
EL ENCUENTRO
Por las calles, por las dependencias del Templo, sigue incesante la búsqueda. De
pronto, ya en el ámbito del Templo, la madre oye el timbre de la voz del niño y se vuelve
expectante.
Allí está Jesús. Su corazón late más deprisa.
Sentado en medio de los doctores: les escuchaba y les preguntaba 5.
Los que le oyen están pasmados. Sus padres contemplan la escena maravillados. El
corazón se acelera. María no aguanta más y se le escapa un grito:
—¡Hijo!
Todos miran a aquella mujer afortunada, que es madre de tal hijo.
Cuando el Niño está junto a ellos, María le pregunta con el admirable equilibrio de
quien sabe que aquel niño es su Hijo, pero también su Dios:
—¿Por qué te has portado así con nosotros? Mira cómo tu padre y yo, llenos de
aflicción, te hemos andado buscando.
Jesús da una respuesta llena de madurez y autoridad:
33
—¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que
miran al servicio de mi Padre?6
María y José escuchan estas palabras como si todo se fulminara en un momento, y su
voz llenara sus corazones, el Templo, el mundo, el firmamento entero; como si no
hubiese nada delante de ellos fuera de la voz de Jesús: es la primera gran manifestación
de Dios en la voz de su Hijo. Los padres guardan silencio. Sienten que sus corazones se
resquebrajan.
La vida de familia en Nazaret ha de terminar un día.
¡Surge el recuerdo de la misión!
Él no ha venido sólo a ser un buen hijo de sus padres. Tres corazones sufren un
desgarro. La voluntad de Dios ha de cumplirse. La dulce paz de Nazaret tiene que
terminar un día. Es inútil aferrarse a ella. «Y por eso cuando la razón o la honra de Dios
lo pide, debe el verdadero cristiano pasar de vuelo sobre todas las cosas humanas y poner
debajo de los pies todas las criaturas»7.
Y ésa es la misión santa de todas las madres: conducir al hijo al encuentro de su
propio destino, y dejarlo después solo frente a su responsabilidad. No querer retenerlo.
El hijo pertenece a Dios. Y a la misión señalada por Dios es a donde las madres han de
conducir a sus hijos. «Los padres que aman de verdad (...), después de los consejos y de
las consideraciones oportunas, han de retirarse con delicadeza»8.
Los hijos tenemos que amar mucho a los nuestros, pues es un gratísimo precepto del
Señor. Pero la familia de sangre no puede ser obstáculo para el cumplimiento de la
misión santa señalada por Dios. Es dura esta doctrina, tan dura que los hombres la
entienden con dificultad. Jesús lo sabía. Por eso quiso dejarnos, y precisamente a esa
edad en que comienzan las dificultades, esa lección en su ejemplo.
Jesús no pidió permiso para quedarse: se quedó sin que sus padres lo advirtiesen 9.
«Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio (...). La revelación de su
misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad
evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más
profundos lazos de afecto humano»10.
María sufrió lo indecible.
Pero era necesario que tú, amigo, y yo aprendiéramos la lección.
1 Lc 2, 41.
2 Lc. 2, 44.
3 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., El Niño perdido.
4 Lc. 2, 45.
5 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., El Niño perdido.
34
6 Lc 2, 48-49.
7 LUIS DE GRANADA, o.c., cap. IX.
8 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid, 21.ª ed.
2003, nº. 104.
9 Lc 2, 43.
10 JUAN PABLO II, o.c., 20.
35
MISTERIOS DE LUZ
«Pasando de la vida de
infancia y de la vida de
Nazaret a la vida pública de
Jesús, la contemplación nos
lleva a los misterios que se
pueden llamar de manera
especial “misterios de luz”.
En realidad, todo el misterio
de Cristo es luz. Él es “la
luz del mundo” (Jn 8, 12).
Pero esta dimensión se
manifiesta sobre todo en los
años de vida pública,
cuando anuncia el evangelio
del Reino» (JUAN PABLO
II, Carta Apostólica
Rosarium Virginis Mariae,
21).
36
I. BAUTISMO DE JESÚS
El Jordán corre mansamente. Es mediodía. En la ribera derecha está Juan bautizando.
En la otra orilla, a lo largo del río hasta que se pierde a la vista, una frondosa arboleda.
Ni una nube en el cielo. Cerca estan la desembocadura del río y la ciudad de Jericó.
Gozamos de una temperatura muy agradable. Todos sonríen al salir del agua. Tú y yo
hemos venido arrastrados por el fluir de la gente.
Las cercanías del Jordán, siempre vacías y silenciosas, desde la llegada de Juan se han
visto invadidas por muchedumbres incontables que vienen con general alborozo para ver
y escuchar a este hombre que es la penitencia personificada, pues viste un saco de pelos
de camello, y traía un ceñidor de cuero a la cintura, sustentándose de langostas y miel
silvestre1.
Vienen, pues, a encontrarle las gentes de Jerusalén, de toda la Judea, de la ribera del
Jordán, y los habitantes de la Perea y Galilea que, confesando sus pecados, reciben de su
mano el bautismo en el río2. Es un bautismo para mover a la penitencia3. Una lavadura
exterior que provoca en las almas el deseo de una purificación personal, para hacerse
más gratos a los ojos de Dios y ser dignos de participar en el reino anunciado. Todos
oímos su mensaje:
—Haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos 4.
Lo que nos pide Juan es una transformación total del alma, un cambio radical de los
sentimientos más íntimos, una conversión sincera y definitiva, una ruptura con la vida
anterior, en lo que ésta tuviera contrario al querer de Dios.
En medio de su actividad, Juan ve acercarse a un varón de unos treinta años5, en el
que se advierte un algo inexplicable para nosotros, que mantiene al Bautista parado y en
silencio, mientras fija los ojos muy abiertos en el que viene hacia él.
Juan, que no conocía a Jesús de vista, porque desde su niñez había vivido en el
desierto, fue iluminado interiormente en el momento mismo en que Jesús se acercaba.
Jesús, por su parte, quería someterse en todo a la Ley hasta que con su muerte de cruz se
iniciara la Nueva Alianza, en la que la gracia y la verdad iluminarían las tinieblas y se
sustituirían las imágenes por la realidad. Quiso, en consecuencia, cumplir la voluntad de
su Padre y someterse al bautismo de Juan.
Además quiso con ello mezclarse con los pecadores, ya que, sin tener pecado alguno,
cargó sobre sí los pecados de todos. Decidió seguir la senda de la penitencia con todo
rigor durante su vida. Y animarnos a la misma, dejándonos su ejemplo elocuente.
Y nosotros, mirando en la misma dirección, con la muchedumbre, guardamos la
misma actitud que Juan. Todos asombrados, la boca y los ojos abiertos, observamos
aquella majestad y señorío con que Jesús de Nazaret se aproxima. Ha dejado a su Madre
y la sosegada vida de su pueblo y viene, como uno más, a recibir el bautismo en el
Jordán.
37
Juan se resiste a ello diciendo:
—Yo debo ser bautizado de ti, ¿y tú vienes a mí?
A lo que responde Jesús, con voz dulce y sosegada:
—Déjame hacer ahora, que así es como conviene que nosotros cumplamos toda
justicia.
Juan entonces condesciende con él 6.
No es necesario que Jesús se bautice, pues es impecable; pero convenía que, como se
había sometido a otros ritos anteriores de la Antigua Ley, se sometiera al bautismo de
Juan en el momento en que inaugura su misión de Redentor y de víctima por los
pecadores. El bautismo de Jesús es uno de los puntos culminantes de su vida. Aun siendo
purísimos, el sol, la luna y las estrellas, ¿no se bañan en el mar?7
Toda la concurrencia, al ver a Jesús acercarse a Juan, nos retiramos respetuosamente,
y alejados nos mantenemos mientras dura el diálogo entre ellos. Juan le bautizó en el
Jordán 8. Y al salir del agua, estando Jesús en oración, se rasga el cielo, y vemos bajar
sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma y posarse sobre Él mismo; y, acompañada
de una gran luz, oímos esta voz del cielo:
Tú eres mi Hijo amado: en ti tengo puestas todas mis delicias 9.
Todos caemos de rodillas.
Tú, lleno de entusiasmo, me decías:
—¡Yo lo he visto, yo lo he oído! Ya mi vida no puede ser como antes. Ha sido una
manifestación de la Santísima Trinidad. Lo comunicaré a todos los que me encuentre y
seguiré propagándolo: Yo lo he visto, yo lo he oído. Aunque el cielo se haya cerrado de
nuevo, y no vea más que lo que antes veía, a pesar de que haya vuelto el silencio después
de aquella voz y no oiga más que el murmullo del río y del viento... Yo lo he visto, yo lo
he oído.
—Tienes razón: Nada puede ser como antes.
En cada bautismo se repetirá en cierto modo lo que ocurrió en el Jordán: se abrirá el
Cielo, que es la herencia del nuevo cristiano; el Espíritu Santo descenderá sobre él; y el
Padre celestial le hará hijo suyo, y, en consecuencia, le reconoce como hermano de
Jesucristo y miembro del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.
«Con aquella aparición y con aquella voz quedó Jesús solemnemente acreditado por
Dios como el Mesías prometido; pues se cumplieron las señales que habían vaticinado
los profetas: a) Dios le ha de ungir con el Espíritu Santo, que descenderá sobre él en toda
su plenitud10; b) Él es el Hijo eterno de Dios, igual a Él en su esencia11; c) Él es el
predilecto de Dios12. No lo fue Jesús por el bautismo, pues ya lo era en su sacratísima
humanidad desde el momento mismo de la Encarnación; pero Dios lo quiso atestiguar
solemnemente en esta ocasión»13.
Ya sé que ser cristiano no es tarea fácil. «El cristianismo no es camino cómodo: no
basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años»14; el Señor nos pide más.
¡Yo lo he visto, yo lo he oído!
38
Desde ahora nuestra misión en la vida es cumplir puntualmente lo que Él quiera. No
hemos nacido para otra cosa.
«La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. (...) Más aún:
precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva a contemplar con amor
y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y
de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando el mundo»15.
«Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el
Jordán. En él (...) entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo
proclama Hijo predilecto16, y el Espíritu Santo desciende sobre Él para investirlo de la
misión que le espera»17. Se abren los cielos para manifestar que a los bautizados queda
expedita la vía hacia ellos18.
María, la Madre de Jesús, estaba en Nazaret cuando se produjo esta manifestación de
Dios, ¿cómo se enteraría de ella?
1 Mc 1, 6.
2 Cfr. Mt 3, 5.
3 Cfr. Mt 3, 11.
4 Mt 3, 2.
5 Cfr. Lc 3, 23.
6 Cfr. Mt 3, 14-15.
7 Cfr. SAN MELITÓN, Pitra, Analecta sacra, t. 2, pp. 3-5.
8 Mc 1, 9.
9 Cfr. Lc 3, 21-22.
10 Cfr. Is 11, 2 ss; 61, 1; Act 10, 38.
11 Cfr. Ps 2, 6 ss; 44, 7 ss; 71, 6 ss. Is 7, 14; 8, 13-14; 9, 6; 35, 4; Mich 5, 2; Ierem 23, 6; 33, 16; Dan 7, 13 s.;
9, 24; Zach 12, 8-10; 13,7; Malach 3, 1.
12 II Reg 7, 13 s; 12, 25; Is 42, 1.
13 SCHUSTER-HOLZAMMER, Historia Bíblica, Nuevo Testamento, pág. 136.
14 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n.º 57.
15 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., n.º 65.
16 Cfr. Mt 3, 17 par.
17 JUAN PABLO II, o.c., 21.
18 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 39, a. 5.
39
II. LAS BODAS DE CANÁ
Tú y yo, aunque somos niños, estamos invitados por el novio. Sus padres habían
vivido, como sus antepasados, en esta finca de las afueras de Caná, compuesta por una
casa grande que encierra anchos espacios y por este patio empedrado con amplias losas y
rodeado de este peristilo con sus arcadas interiores, que ha sido testigo de tantos juegos
nuestros infantiles. Y, en medio, el brocal de piedra del pozo, con su armazón de hierro y
su garrucha, preside nuestra presencia, como tantas veces anteriores. Fuera de la
vivienda y en todas las direcciones, viñas y campos de labor, con el alegre verdor de la
campiña de Galilea.
A la sombra de algunos sitios de los acogedores soportales se habían dispuesto las
mesas y los panes para el banquete de bodas. Todavía quedan viandas y dulces en
bandejas dispersas, y los criados se apresuran en sacar jarras de vino, según lo va
consumiendo la concurrencia.
En un lugar del pórtico, precisamente el que está próximo a la puerta por donde salían
los criados con los manjares, junto a las demás mujeres en sosegada tertulia, se hallaba
la madre de Jesús 1. En otro lugar distante, también dentro de los soportales, en parecida
conversación se encontraban los varones invitados y, entre ellos, Jesús con sus
discípulos 2.
Hace tiempo que ha terminado el banquete, pero los invitados siguen hablando y
bebiendo en amigable convivencia.
Sin que nadie lo advirtiera, María se ha levantado del lugar que entre las mujeres
ocupaba y se dirige hacia el grupo de los hombres. Sus pasos no se oyen en la sala. A
mitad de camino entre los dos grupos, ha llamado a su hijo con los ojos y espera. Jesús
ha abandonado su lugar y ha salido al encuentro de su madre, que cuando le puede
hablar en voz baja, le dice:
—No tienen vino 3.
¿Cómo pudo ser que María fuese la primera en darse cuenta de ese bochorno y
vergüenza que a los esposos amenazaba? Porque viviendo en los demás, estando atenta a
lo que los otros pudieran necesitar, captó alguna mirada inteligente entre los sirvientes, o
advirtió que cada vez tardaban más en sacar nuevas jarras llenas, o entendió cualquier
otro gesto que a los demás se nos escapa. Que si es una condición femenina estar en los
detalles, en esta ocasión sólo ella se da cuenta. Mujer por antonomasia. Manifiesta su
cuidado y vigilancia, su participación en las circunstancias que pueden afligir a los
demás, y su oficio maternal de intercesora.
Tres palabras. Sólo tres contiene su oración. La fe, la esperanza y la caridad que pone
en ellas no las podemos escuchar, pero Jesús sí. María no impone su súplica, presenta
una necesidad con estas virtudes sublimes. A pesar de todo, el Hijo trata de eludir la
petición de su madre con diez palabras:
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—Quid mihi et tibi est, mulier? Nondum venit hora mea 4.
No la pudimos oír, pero es muy posible que esta frase fuera pronunciada por el Señor
en dos momentos separados:
—¿Qué nos va a mí y a ti, mujer? —El primero. Los romanos y los griegos usaban la
palabra mujer cuando se dirigían a una señora principal, princesa o reina. La frase
aramea correspondiente encierra una delicadeza de sentimiento, que ni el griego ni el
latín han podido traducir. Y como viera a María inconmovible en su fe, acudió a un
argumento supremo:
—Aún no ha llegado mi hora. —El segundo momento.
La hora de Dios. La hora eterna no ha llegado. Con estas palabras de Jesús, cualquiera
hubiera dado el asunto por concluido, pues hubiera entendido claramente que no se podía
hacer nada. María entiende que sí. ¿Por qué entiende que sí, si está claro que Jesús ha
dicho que no? Aparte de la omnipotencia suplicante de María, es también un modo muy
humano de proceder el usado por Jesús, con el que decimos que no pero queremos que
entiendan que sí. Pero por encima de las palabras hay un mutuo entendimiento entre
María y Jesús, que a nosotros se nos escapa. Ella sabía que Jesús haría, a pesar de todo,
lo que pedía.
Los hombres en su grupo, y las mujeres en el suyo, no son conscientes de esta oración
sublime de la madre de Jesús, de su poder, que consigue de su Hijo cuanto quiere.
¡Dichosos los que la invitan a todas sus cosas!
Como entiende que sí, pues conoce el corazón de su Hijo mejor que nadie, se dirige a
los criados, que conscientes del problema se habían agrupado discretamente ante lo que
parecía una amenaza común, y señalando con el dedo a Jesús, les dice:
—Haced lo que él os diga 5.
Había allí, junto al pozo, en medio del patio, seis tinajas de piedra preparadas para
las purificaciones de los judíos, a estas horas casi vacías pues se habían utilizado al
comienzo del banquete, cada una con capacidad de dos o tres metretas 6. La metreta
equivalía a un poco menos de cuarenta litros, por lo que podían contener en total de
quinientos a setecientos litros. Jesús manda que las llenen: —Llenad de agua aquellas
tinajas 7 .
Los sirvientes se emplean a fondo en la obra que les ha indicado el Señor. Y aunque
les pareciera original la petición y fuera de lo ordinario, obedecen sin ninguna
vacilación. No saben en qué va a terminar aquello, pero su misión de momento está
clara. Y responden con generosidad en lo que se les pide hacer.
Et impleverunt eas usque ad summum 8.
Y las llenaron hasta arriba. Hasta que no podía caber más.
Jesús les dijo después:
Sacad ahora y llevad al maestresala 9.
Apenas probó el maestresala el agua convertida en vino, como él no sabía de dónde
era, aunque sí lo sabían los sirvientes que lo habían sacado, llamó al esposo y le dijo:
Todos sirven al principio el vino mejor y cuando los convidados han bebido ya a
41
satisfacción, sacan el más flojo; tú, al contrario, has reservado el buen vino para lo
último.
Así en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros, con que manifestó su
gloria, y sus discípulos creyeron más en él 10.
«Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe
gracias a la intervención de María»11. Cuando toda la concurrencia se admira del
milagro, cuando no se piensa ni se habla de otra cosa, cuando todos se apresuran a
probar el agua convertida en vino y abren sus almas a Dios, María ya está sentada donde
antes estaba, sin que su ausencia haya sido notada.
Dios se reservó hacer prodigios inusitados para inducir a los hombres a adorarlo a
través de estas maravillas, ya que no prestamos atención a las constantes obras de Dios a
las que estamos acostumbrados12.
Después de esto pasó a Cafarnaún con su madre, sus parientes y sus discípulos, y,
entre ellos, tú y yo. En Cafarnaún vivían Pedro, Andrés, Juan y Santiago. Allí llamó
Jesús a Mateo en su trabajo, mientras cobraba impuestos; allí con preferencia enseñó
Jesús y obró muchos milagros: curó al siervo del Centurión, a la suegra de Pedro, al hijo
del funcionario real, a la hemorroisa, al que fue introducido por el tejado, etc. Y resucitó
a la hija de Jairo. Allí hizo la promesa de la Eucaristía.
Por el camino íbamos pensando en el milagro del Señor y en la maravillosa atención
maternal de María, que lo hizo posible. «Entre tantos invitados de una de esas ruidosas
bodas campesinas, a la que acuden personas de varios poblados, María advierte que falta
el vino. Se da cuenta Ella sola, y enseguida. ¡Qué familiares nos resultan las escenas de
la vida de Cristo! Porque la grandeza de Dios convive con lo ordinario, con lo corriente.
Es propio de una mujer, y de una ama de casa atenta, advertir un descuido, estar en esos
detalles pequeños que hacen agradable la existencia humana: y así actuó María»13.
Tú le dijiste a la Virgen que querías estar siempre junto a ella, contar con ella en todo
y para todo y responder, en lo que quisiera pedirte, como los criados de la boda, hasta
que no pudieras hacerlo mejor:
Usque ad summum.
1 Jn 2, 1.
2 Jn 2, 2.
3 Jn 2, 3.
4 Jn 2, 4.
5 Jn 2, 5.
6 Jn 2, 6.
7 Jn 2, 7.
8 Jn 2, 7.
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9 Jn 2, 8.
10 Jn 2, 9-11.
11 JUAN PABLO II, Rosarium Virginis Mariae, 21.
12 Cfr. SAN AGUSTÍN, Comentario al Evangelio de San Juan, 8, 1.
13 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n.º 141.
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III. JESÚS ANUNCIA EL REINO DE DIOS INVITANDO A LA
CONVERSIÓN
El Señor, cuando oyó que Juan había sido encarcelado, se retiró a Galilea 1 . Y desde
entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Haced penitencia, porque está al llegar el
Reino de los Cielos 2 .
Tú y yo habíamos oído hablar de Jesús. Eran sus enseñanzas tan llenas de vida que
atraían con fuerza a todos, y un día, al caer de la mañana, vimos en torno de Él un
numeroso grupo. Nos acercamos para oírle. Había entre el grupo sinvergüenzas
conocidos y pecadores públicos, a los que Jesús trataba con afecto, muy lejos de la
dureza de jueces inflexibles que les ofrecían los fariseos. Llegamos a tiempo para
escucharle:
UNA PARÁBOLA
Un hombre tenía dos hijos; el más joven de ellos dijo a su padre: Padre, dame la
parte de hacienda que me corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días
después, el hijo más joven, reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su
fortuna viviendo lujuriosamente 3.
Todos escuchamos con la boca abierta. Yo pienso que es el drama de siempre, el
drama de hoy. Los hombres se suceden en la historia, y presentan la misma ceguera
porque traen el mismo desorden original en su naturaleza y no les sirve la experiencia
ajena.
Cada uno cree que él es el centro del mundo, la soberbia personal les impide ver más
allá de sus ca- prichos, de sus pasiones, de su egoísmo. Desamora- dos, no les importa el
dolor de los que sufren por su causa y les quieren bien. «A mí no me pasará, dicen»
cuando se les hace ver parecidas desgracias. Y luego les pasa. Todos pensamos en casos
conocidos.
El padre sufre en silencio y respeta la voluntad de su hijo. Aunque sabe perfectamente
en qué acabará aquella locura. Como Dios, que quiere que le sirva- mos en libertad. Pues
«Dios no quiere esclavos, sino hijos, y respeta nuestra libertad»4
Las palabras del Señor hacen pensar en una familia de buena posición económica que
vive casi autárquicamente en una finca muy bien administrada, le- jos de otras fincas y
de otros grupos sociales, que ocupa una casa amplia en medio de pastizales y tierras de
labor. El sueño dorado de cualquier hombre es despreciado por el pródigo, que se da
prisa en vender su fortuna y alejarse a caballo de la casa de su padre, sin volver la cara,
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para correr tras su proyecto del momento. No quiere escuchar ninguna razón distinta a su
capricho insensato.
La locura del pecado
Irse a un país lejano se hace siempre que se le vuelve la espalda a Dios. Cuando se
vive sin Él, o se pierde la gracia. Irse a un país lejano es vivir en pecado. En un país
lejano y mientras duró el dinero, abundaron los amigos. Y fue quedándose solo a medida
que la bolsa se vaciaba.
«Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a
pasar necesidad. De resultas se puso a servir a un morador de aquella tierra, el cual lo
mandó a su granja a guardar cerdos. Allí deseaba con ansia henchir su vientre de las
algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba» 5.
Siempre pasa lo mismo. En el orden sobrenatural tanto como en el natural. Es verdad
que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero no
sólo el hombre de cada generación, con frecuencia es el mismo inpiduo el que da los
tropezones. El fin trágico es como acaba siempre el camino del soberbio. Su hambre nos
habla del vacío que siente el hombre cuando se ha alejado de Dios, así como esa
servidumbre en la que vino a caer nos manifiesta la esclavitud del que ha pecado. En el
joven de la historia, la penosa situación en la que se había colocado le hizo ponerse en
razón y volver en sí:
¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo perezco
aquí de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el
Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus
jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre6.
Ponerse en razón y volver en sí. La extrema diferencia entre su personal situación de
miseria en la que se había sumergido y el recuerdo de lo que había abandonado es el
principio externo de su conversión. Ahora, un dueño cruel que prefiere a los cerdos;
antes, un amor paterno lleno de ternura. Ahora, un hambre atormentadora; antes, con su
padre, todos vivían en abundancia. Ahora está solo, sin que nadie se interese por él; en
casa de su padre, todos los suyos le rodeaban de cariño. Es la suya una actitud penitente,
que termina en una firme resolución y en una confesión sincera. Y sin esperar más se
puso en camino.
Mientras duró todo su alejamiento —pensamos— al padre no se le caía ni un solo
instante del corazón el hijo ausente. Cuando se sentaba a la mesa familiar, los ojos y el
pensamiento del padre se dirigían en silencio hacía aquel lugar vacío, en donde él mismo
había ordenado que se siguiera colocando su cubierto como si estuviera presente. Las
pausas de su actividad siempre estaban ocupadas por el recuerdo del pródigo. Algunos
notaron que los ojos del padre se habían hecho más pequeños desde la partida del ingrato
y que la ilusión que antes ponía en sus proyectos había desaparecido.
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Muchos le veían andar por los campos y detenerse con frecuencia para mirar hacia el
lugar del horizonte por donde vio a su hijo desaparecer la última vez. Su consuelo
principal era esperar que volviera. El hijo sabía, a pesar de sus locuras, que su padre,
como Dios, era bueno y comprensivo. Dios espera siempre el arrepentimiento y la vuelta
del pecador.
Volver
«La vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro
Padre. Volver mediante la contrición, esa conversión del corazón que supone el deseo de
cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida (...). Volver hacia la casa del Padre,
por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos
revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios.
Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo
merezcamos. No importa nuestra deuda (...), hace falta sólo que abramos el corazón (...),
que nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de
tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos»7.
Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su
encuentro, se le echó al cuello y le dio mil besos 8.
«Estas son las palabras del libro sagrado: le dio mil besos, se lo comía a besos. ¿Se
puede hablar más humanamente? ¿Se puede describir de manera más gráfica el amor
paternal de Dios por los hombres?»9.
Mientras que el padre le besaba y le abrazaba lleno de alegría, comenzó a decirle el
hijo: «Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti: ya no soy digno de llamarme hijo
tuyo». Pero el padre dijo a sus criados:
—Pronto, traed aquí el vestido más precioso y ponédsele, ponedle un anillo en el
dedo, y calzadle las sandalias; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo
con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba
perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a celebrarlo 10 .
La alegría del padre «indica un bien inviolado: un hijo, por más que sea pródigo, no
deja de ser hijo real de su padre; indica, además, un bien hallado de nuevo (...), la vuelta
a la verdad de sí mismo»11. «La alegría es un bien cristiano. Únicamente se oculta con la
ofensa a Dios»12.
La alegría del Padre, con la que parece que quiere tirar la casa por la ventana, y su
espléndido recibimiento, que algunos no comprenden, comenzando por su hermano
mayor, no es un premio al comportamiento anterior del pródigo, sino la manifestación de
esa felicidad que produce su regreso en el corazón de quien le quiere. La recuperación
del hijo es un valor que está por encima de cualquier cálculo material:
Hijo mío, respondió el padre, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: mas
era muy justo el tener un banquete, y regocijarnos, por cuanto este, tu hermano, había
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muerto, y ha resucitado; estaba perdido y se ha hallado 13.
«Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de
Dios e invita a la conversión (...) iniciando así el ministerio de misericordia que Él
continuará ejerciendo hasta el fin del mundo»14.
A pesar de todo, vemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un
tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a Él. Noé predicó la penitencia, y
los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su
ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios15.
¿Tenía madre el hijo pródigo? Nosotros sí, que es también la madre de Dios y causa
de nuestra alegría.
UNA ESCENA
En su camino a Galilea, quiso pasar por Samaría. Llegó, pues, a la ciudad de Samaría,
llamada Sicar... Aquí estaba la fuente de Jacob. Jesús, pues, cansado del camino, se
sentó así sobre la fuente 16.
Jesús cansado. Lleva ocho horas andando. Desde las cuatro de la mañana, pues cuando
se hacen viajes a pie, para que cunda el día, se aprovecha la madrugada. Cansado y bajo
el sol del mediodía. Sentado en la primera pila de piedra del abrevadero. No hay una
sombra que se apiade del cansancio del Señor. Solo. Los discípulos han ido a la ciudad a
comprar de comer. Sudoroso. Sus sandalias, sus pies y la parte inferior de sus vestidos,
con el polvo del camino. El rostro arrebatado por el sol, el calor y el cansancio. Sus
codos apoyados en las rodillas, el mentón en sus manos. Tiene sed. Tiene hambre.
Delante de él, las mieses blancas ya y a punto para la siega, que se pierden en el
horizonte, sobre la llanura más extensa de los montes de Efraín. Al mirar estas mieses,
sus negros ojos penetrantes, que atraviesan inmutables los tiempos y los espacios, ven
otras mieses de otros campos, de otros siglos.
Es conmovedor ver al Señor agotado.
Sólo se escuchan en el silencio las cigarras, que con su estridente y monótono ruido
hacen más pesado el calor del mediodía. Las espigas apenas se oyen al ser movidas
suavemente por el viento.
Es principio del verano.
Vino una mujer samaritana a sacar agua17.
Había salido de su casa con la hora más fuerte del sol. Cuando están los caminos y el
pozo desiertos, cuando nadie va por agua. No quiere que las muchachas de su pueblo
critiquen, con su pudor y su vergüenza, la mala vida de ella. Venía sola. Con su cántaro a
la cadera, bajo el velo blanco de anchas rayas azul pálido, brillan para ella sola los
collares de su cuello y las sortijas y pulseras de sus manos, que la dejan tan vacía como
los caminos que transita.
47
Solamente las mieses vigorosas de uno y otro lado del camino, como blandas
murallas, eran los mudos testigos de su paso. No advertía que su vida era un trasiego
inútil. Cuando entró en el escenario, centrado por el pozo, oculto antes por las mieses, al
final del último recodo del camino, advirtió que hoy no iba a estar sola. Un extraño
peregrino está sentado de espaldas a ella junto al brocal.
Inmediatamente se dispuso a no saludar. Primero, por hombre y, después, por judío.
Estaba mal visto que un hombre y una mujer hablaran en campo descubierto. Por otra
parte los samaritanos y los judíos tenían una antigua enemistad. Y así, como si hubiera
entrado en la escena una sombra, se puso a trabajar la mujer, y extraía agua de uno de los
pozos más profundos de Palestina. Jesús oye el caer del saco de piel de cabra en el
umbrío fondo del pozo, y el retorno de las gotas que se desprenden al izarlo, como una
música rústica y fresca, que alegran el ambiente de sequedad y de silencio. Y el
derramarse del agua extraída en el cántaro de barro, cada vez con notas nuevas, hasta que
rebosa.
Iniciar el diálogo
La mujer se muestra indiferente a la presencia del Señor. Hace su trabajo como si
estuviera sola, pero sus ojos observan a la vez al peregrino con una mirada esquiva,
dispuesta a recogerse en la indiferencia al
primer riesgo de ser sorprendida. Cuando, sin cambiar su discreta postura, ha recogido
la larga cuerda y se ha puesto el cántaro a la cadera, Jesús se vuelve a ella y le dice:
—Da mihi bibere. ¡Dame de beber!18.
La petición es una oportunidad para la mujer de crecerse más. Estima que sea una
ocasión para humillar a su rival, y responde:
—¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? 19.
El aceptar hablar con el Señor, es sin embargo el primer paso hacia la conversión.
Jesús, sin entrar en el terreno social o político que presenta la mujer, desvía la
conversación hacia algo más personal e importante, pues no excluye a nadie de su Reino,
y le dice:
—Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice dame de beber, puede ser
que tú le hubieras pedido a él, y él te hubiera dado agua viva 20.
Ya se ha iniciado la conversación, es el comienzo de la amistad. Jesús empieza
aludiendo a las cosas materiales inmediatas, al agua que tiene la mujer en su cántaro, y
enseguida eleva el pensamiento a cuestiones más altas. La mujer no se siente tan segura
como antes: su alma empieza a abrirse al misterio. Tiene abrazado su cántaro de barro,
su cántaro de siempre, en el que únicamente ha querido apagar su sed, pero su interés y
sus ojos están ya en Jesús. Hay tres cuestiones en las palabras del Señor que la inquietan:
«don de Dios», «quién es el que te dice» y «agua viva».
Quiere disimular el cambio que en ella comienza a operarse. Está de pie junto al pozo,
deja sobre el brocal el saco de cabra y la cuerda y mira al fondo, inclinándose. Abajo hay
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agua viva, pero quien le habla no tiene ni cuerda ni con qué sacarla, y, mientras
acompaña sus palabras con una sonrisa amable, dice:
—Señor, tú no tienes con qué sacarla, y el pozo es profundo: ¿dónde tienes, pues, esa
agua viva?¿Eres tú por ventura mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo,
del cual bebió él mismo, y sus hijos y sus ganados? 21.
Interesada por el misterio y abrazada al agua de su cántaro. Es posible que contestara
estas palabras con cierto retintín. Asoma el orgullo nacional de los samaritanos, que
cuentan a Jacob entre sus ascendientes 22. La aparente serenidad de la mujer, sin
embargo, es traicionada por el «Señor» que se le escapa. Antes ha hablado a Cristo de
«tú». Al tomar en serio las palabras de Jesús, da otro paso en su transformación. Y
afloran sus sentimientos religiosos.
Jesús no se ofende. Iniciado el trato de amistad, lo que importa es mantener el diálogo,
así podrá seguir iluminando su alma. La amistad no es una táctica, es un amor operativo.
No hacemos amigos para hacer apostolado, sino que hacemos apostolado con nuestros
amigos para ser más amigos, pues la caridad es amistad, que consiste en amar y ser
amado, pero más en amar que en ser amado23. Y somos amigos de todos.
—Cualquiera que bebe de esta agua, tendrá otra vez sed; pero quien bebiere del agua
que yo le daré, nunca jamás volverá a tener sed; antes, el agua que yo le daré vendrá a
ser dentro de él un manantial de agua que manará sin cesar hasta la vida eterna 24.
Jesús, con estas palabras, tampoco responde a las preguntas de la Samaritana; pero sí a
su oculto presentimiento y a lo que importa para su conversión. Va derecho al eje
principal de la conversación, sin tener en cuenta las cuestiones secundarias que plantea la
mujer 25.
—Señor, dame de ese agua, para que no tenga yo más sed, ni haya de venir aquí a
sacarla 26.
No sabe aún qué agua le ofrece el Señor.
Pero la pide en su oración. La oración es algo que los hombres olvidan pronto. Sin
embargo es tan necesaria que sin ella es imposible salvarse 27
.
La confidencia
Hasta aquí se ha ido fraguando la amistad, es ahora cuando empieza la confidencia,
forzando la conversación sin perder tiempo. El Señor va a plantear la conducta de la
mujer de una manera tan natural y delicada que nadie puede ofenderse. Pero, a pesar de
todo, lo va a hacer cuando ya podía confiar en la amistad conseguida.
—Anda, llama a tu marido, y vuelve con él aquí 28.
La mujer cree que se ha equivocado el Señor y, lacónica, porque prefiere huir del
tema, contesta con verdad:
—No tengo marido 29.
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Pero está interiormente inquieta. Quisiera borrar su pasado maldito y se esfuerza para
que su lucha no se manifieste al exterior. Pero el caminante cansado le habla aún más
claro, lo que hace que ella vaya de sorpresa en sorpresa:
—Tienes razón en decir que no tienes marido; porque cinco maridos has tenido, y el
que ahora tienes, no es marido tuyo: en eso verdad has dicho 30.
El tacto y la gracia del Señor harán que la mujer pase, de pecadora, a pregonera de
Cristo.
Su rostro, al oír al Señor, mitad frívolo, mitad sorprendido, llevándose la mano a la
boca con el dedo índice curvado, y abriendo los ojos ampliamente, «replica con una de
esas frases que siempre tienen a punto los orientales, especialmente las mujeres, en el
momento crítico»31. Con ella confiesa su vergüenza y hace un acto de fe:
—Señor, veo que eres un profeta 32.
Se da cuenta de que tiene delante a un hombre extraordinario, que ve lo que hay en el
alma y conoce el pasado, que sólo es patrimonio de la conciencia. E intenta desviar el
pensamiento:
—Nuestros padres adoraron a Dios en este monte —dice, señalando con su mano la
cumbre del Garicím—, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde hay que
adorarle 33.
—Créeme, mujer, que viene la hora en que ni a este monte, ni a Jerusalén estará
vinculada la adoración al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros
adoramos lo que conocemos, porque la salud viene de los judíos 34.
La Samaritana tiene, sin embargo, una inquietud religiosa sincera. Jesús ha hablado
con tal delicadeza, que ella se siente completamente ganada por su bondad. No sabe qué
admirar más: si su don profético o su mansedumbre.
—Sé que va a venir el Mesías, el que se llama Cristo; cuando él venga, nos
manifestará todas las cosas 35.
La conversación, por caminos hacia la amistad y después en confidencia, ha elevado a
la mujer constantemente. Ya está a la altura suficiente para escuchar lo que Jesús le va a
revelar, cuando ella habla del Mesías esperado:
—Soy yo, el que habla contigo 36.
La información ha terminado y ella se ha convertido: dejando allí su cántaro 37, y
toda la vida anterior que representa, corre a su pueblo a anunciar a Cristo.
Hoy se la venera como santa.
Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús invita a la conversión 38.
1 Mt 4, 12.
50
2 Mt 4, 17.
3 Lc 15, 11-13.
4 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., n.º 129.
5 Lc 15, 14-16.
6 Lc 15, 17-20.
7 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., n.º 64.
8 Lc 15, 20.
9 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, l.c.
10 Lc 15, 21-24.
11 JUAN PABLO II, Encíclica pes in misericordia, n.º 6.
12 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., n.º 178.
13 Lc 15, 31-32.
14 JUAN PABLO II, Rosarium Virginis Mariae, 21
15 Cfr. SAN CLEMENTE ROMANO, Carta a los Corintios, cap. 7, 8, 13.
16 Jn 4, 5-6.
17 Jn 4, 7.
18 Jn 4, 7.
19 Jn 4, 8.
20 Jn 4, 10.
21 Jn 4, 11-12.
22 Cfr. FLAVIO JOSEFO, Antigüedades judaicas, 11, 8, 6.
23 Cfr. ETIENNE GILSON, Elementos de filosofía cristiana, Rialp, Madrid 1970, pág. 331.
24 Jn 4, 13-14.
25 Cfr. LOUIS CLAUDE FILLION, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, 8.ª edic. española, Madrid 1965, pág.
318.
26 Jn 4, 15.
27 Cfr. SAN ALFONSO M. LIGORO, Práctica del amor a Jesucristo, 9.ª ed. 2001, Rialp, Madrid, págs.
134-135.
28 Jn 4, 16.
29 Jn 4, 17.
30 Jn 4, 17-18.
31 F. MIGUEL WILLIAM, La Vida de Jesús en el país y pueblo de Israel, Espasa-Calpe, Madrid, 6.ª ed.
1964, pág. 138.
32 Jn 4, 19.
33 Jn 4, 20.
34 Jn 4, 21-22.
35 Jn 4, 25.
36 Jn 4, 26.
37 Jn 4, 28.
38 Cfr, JUAN PABLO II, o.c., 21.
51
IV. LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
EL TABOR
Seis días después de haber anunciado a sus discípulos lo mucho que tendría que sufrir,
su muerte y su resurrección, tomó Jesús consigo a Pedro y a Santiago y a Juan su
hermano, y subiendo con ellos solos a un alto monte, se transfiguró en su presencia 1.
Así como la Transfiguración fue inmediatamente precedida por el anuncio oficial de la
Pasión, fue inmediatamente seguida del mismo anuncio.
Pedro, Santiago y Juan, «los íntimos entre los íntimos», como los llama San Juan
Crisóstomo, sus amigos del alma. Son los mismos que acompañaron a Jesús cuando la
resurrección de la hija de Jairo y los que estarán más cerca de Él durante la agonía en el
huerto de Getsemaní. Los demás discípulos se quedaron en una aldea cercana al Tabor.
Este monte, de singular belleza, con un perfil semiesférico, se levanta simétrico y
gracioso, pues sus vertientes siempre verdes, cubiertas con césped, árboles y arbustos de
hoja perenne, contrastan con la ausencia de vegetación en las próximas colinas. Su altura
no es grande, pero por estar aislado, parece más alto de lo que es en realidad. Y desde su
cima se pisan espléndidos panoramas, dando la impresión de que se observan desde gran
altura, pues todo aparece allá abajo hasta que se pierde la vista en la lejanía.
Emprendieron la subida ya bastante avanzada la tarde y no volverán a los suyos hasta
el día siguiente. Tardaron una hora en subir. La noche la pasarán en el monte. Llegados a
la cima, Jesús se recogió en oración. Una vez más le vemos preferir las horas sosegadas
de la noche para estar en intimidad con el Padre.
EN LA ORACIÓN
Y mientras estaba orando, apareció persa la figura de su semblante y su vestido se
volvió blanco y refulgente 2, de forma que sus vestidos aparecieron resplandecientes y
de un candor extremado como la nieve, tan blancos que no hay lavandero en el mundo
que así pudiese blanquearlos 3.
Y eso que en la antigüedad clásica algunos personajes importantes vestían túnicas de
lino con un brillo famoso, que podía compararse con la nieve. Pero el ingenio humano es
nada frente al poder de Dios. Por eso, los vestidos de Jesús no sólo tenían una blancura
extraordinaria, sino que iluminaban. Blancos como la luz, resplandecían.
52
El cuerpo del Señor se transfiguró, de modo que su rostro se puso resplandeciente
como el sol 4. Sus facciones, que seguían siendo las mismas, adquirieron una belleza
única y un deslumbrante resplandor. Se ha visto a personas santas que en ciertos
momentos de su vida se han transfigurado: en la Comunión, en la oración, o en el
momento de la muerte5. El Éxodo nos enseña que cuando Moisés descendió del Sinaí
traía el rostro tan resplandeciente que los hombres de su pueblo no podían fijar su mirada
en él 6.
Los evangelistas sugieren que esta luz no caía sobre él, sino que de él procedía. Pero
en esta ocasión, ya no es el caudal de hermosura, que desde un alma santa se desborda
luminosamente en su cabeza. Es la Humanidad de Cristo, unida a la Segunda Persona de
la Santísima Trinidad, que a través de un rostro de hombre muestra su esplendor. La
Transfiguración no es un milagro, sino la suspensión de un prodigio habitual, por el que
Jesús velaba, por amor a nosotros, la gloria que le pertenecía y con cuyo resplandor
hubiera iluminado sin cesar su Humanidad santa mientras durara su vida en la tierra.
Pero no era conveniente para la finalidad de la Encarnación esta gloria. Ahora la
muestra para movernos al deseo del cielo que se nos dará. Con esta esperanza
comprendemos que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la
gloria futura que se ha de manifestar en nosotros 7.
Y se vieron de repente dos personajes que conversaban con él, los cuales eran Moisés
y Elías, que aparecieron de forma gloriosa y hablaban de su salida del mundo, la cual
estaba para verificarse en Jerusalén 8.
Eran Moisés y Elías dos testigos de la Transfiguración que acudían enviados por el
cielo, como los tres apóstoles habían sido traídos por Jesús. Eran necesarios dos o tres
testigos para dar fe de un hecho, según el Deuteronomio9. Los dos, grandes personajes
del Antiguo Testamento y muy queridos por Dios. Moisés representaba la Ley, y Elías a
los profetas. Hablan de la Pasión, por la que había de pasar antes de elevarse al cielo. La
Cruz proyectaba su sombra sobre la Transfiguración.
Llegó la conversación a su término y los dos personajes que habían venido
comenzaron a despedirse. Era de noche. Entonces Pedro, tomando la palabra, dijo a
Jesús: Señor, qué bien estamos aquí; si quieres, hagamos aquí tres tiendas, una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías 10. No sabía lo que decía. Se había olvidado de las
limitaciones de su vida en la tierra y, fuera de sí por las maravillas que veía, quería
continuar disfrutando de ellas.
LA VOZ DEL PADRE
De pronto, mientras Pedro hablaba, se produjo un nuevo cambio en la escena: una
nube resplandeciente envolvió a Jesús y a sus dos compañeros Moisés y Elías. Una nube
parecida a otras, que muchos siglos antes en la vida del pueblo de Israel, habían
manifestado la presencia de Dios. Y una voz que salía de la nube decía:
53
—Este es mi querido Hijo, en quien tengo todas mis complacencias; a él habéis de
escuchar 11.
¡A Él habéis de escuchar!
Era la voz del Padre. Daba del Hijo un nuevo testimonio. Con la breve exhortación del
final, manifiesta que Jesús es el legislador supremo de la nueva Alianza, confirma
totalmente su doctrina como Maestro infalible y manda que todos le obedezcamos como
Rey omnipotente. Su pueblo podrá cerrarle las puertas y no recibirle, pero Él será
siempre el Amado de Dios.
Al oír la voz de Dios, los discípulos cayeron sobre su rostro en tierra y quedaron
poseídos de un gran espanto 12. Asustados, arrojados sobre la tierra, se cubrieron los
ojos con las manos, sin ánimo para levantar la mirada. Así permanecieron hasta que
Jesús se llegó a ellos, los tocó y les dijo:
—Levantaos y no tengáis miedo 13.
Y alzando los ojos, no vieron a nadie, sino sólo al
Señor, con su aspecto de siempre. La Transfiguración había pasado; pero quedó
impresa en su alma de un modo imborrable. Hemos asistido, al contemplar la
Transfiguración, a una de las pruebas más contundentes de la naturaleza y misión divinas
de Jesús.
«Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo
lugar en el Monte Tabor. La gloria de la pinidad resplandece en el rostro de Cristo,
mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo “escuchen”14 y se
dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión»15.
Como Pedro, arrebatado por la aparición y visión divina, transfigurado por la
transfiguración, desasido del mundo, seamos nosotros también; volvamos al Creador:
¡Qué bien se está aquí!16.
¿Y María? ¿Se enteraría, estando en Nazaret, de lo que había ocurrido sobre el monte
Tabor?
1 Mt 17, 1-2.
2 Lc 9, 29.
3 Mc 9, 2.
4 Mt 17, 2.
5 Cfr. LOUIS CLAUDE FILLION, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, II, pág. 289, Rialp, Madrid 2000.
6 Ex 34, 29.
7 Rom 8, 18.
8 Lc 9, 30-31.
9 19, 15.
10 Mt 17, 4.
11 Mt 17, 5.
54
12 Mt 17, 6.
13 Mt 17, 7.
14 Cfr. Lc 9, 35 par.
15 JUAN PABLO II, o.c, 21.
16 Cfr. SAN ANASTASIO EL SINAÍTA, Sermón en el día de la Transfiguración, n. 8.
55
V. LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA, EXPRESIÓN
SACRAMENTA DEL MISTERIO PASCUAL
EN EL CENÁCULO
Estamos tú y yo en el Cenáculo. Hemos subido por la escalera que arranca del patio y
termina en un extremo de la sala. En el otro, junto a las ventanas, Pedro y Juan 1 han
preparado todo lo necesario para la celebración de la Cena Pascual. Es una sala
espaciosa, que está en el primer piso de la casa. Adornada con alfombras y tapices, con
poca luz, pues ya son las primeras horas de la noche 2 del Jueves Santo. Aunque se
hubiera intentado iluminarla más profusamente, tampoco se disiparían las sombras del
todo, porque la luz que desprenden las lámparas de aceite es poco intensa.
Sabiendo lo que sabemos, pero como si no supiéramos nada, logramos entrar sin ser
notados. La escalera que nos ha traído al Cenáculo continúa hacia la azotea, cruzando el
paño interior de la pared hacia el piso de arriba. Y deja dentro de la sala el volumen de
su paso, pues está tapiada y cerrada en sí misma, Nos escondemos debajo con el
propósito de asistir sin ser vistos a la Última Cena. Contemplaremos todo.
Oímos el sonido de las trompetas de plata del Templo dando la señal de comenzar este
rito a todas las familias de la ciudad. Presenciamos la entrada del Señor y de los
apóstoles, que ocupan los panes preparados en semicírculo. Como es la costumbre ahora
por influencia de romanos y griegos. Antes los judíos comían el cordero pascual de pie,
los lomos ceñidos y el báculo en la mano, como viajeros a punto de emprender el
camino.
Nos impresiona vivamente ver que Jesús se levanta, se quita el manto, se ciñe una
toalla y se pone a lavar los pies de sus discípulos 3. Vemos desde nuestro escondite la
cara de asombro de los Apóstoles, sorprendidos. En plena conciencia de su pinidad, se
rebaja al extremo de hacer oficio de esclavo con sus criaturas humanas. Un gesto para la
enseñanza de todos nosotros.
Oímos las palabras de Jesús y deducimos la amarga espina que lleva clavada en el
corazón por Judas. A éste le resbala todo. Tiene ya su sistema de justificación. Y nos
asusta la cerrazón en la que podemos caer los hombres, apegados a caprichos personales.
Y Jesús llega a ponerse a los pies de Judas, para lavárselos. Y Judas no se conmueve.
LA EUCARISTÍA
56
Seguimos atentos el proceso de la Cena, y nos aproximamos a su fin, «hasta que se
pasa al verdadero Sacramento de la Pascua», en frase de San Jerónimo4, pues tomando
Jesús un pan ázimo, lo bendice, lo parte en trozos pequeños y lo da a sus discípulos
diciendo:
TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL: PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUE
SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS.
Del mismo modo, toma el cáliz que había circulado ya varias veces entre los apóstoles
durante la Cena pascual, vierte vino tinto, que es el más corriente en la tierra, da gracias
de nuevo, lo bendice y lo da a sus discípulos diciendo:
TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL: PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI
SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁ
DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR TODOS LOS HOMBRES PARA EL
PERDÓN DE LOS PECADOS. HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.
Cuando el Salvador pronuncia estas palabras tan sencillas de la consagración, se opera
un cambio en la sustancia, de modo que el pan que tenía en sus manos, ya no es pan, se
ha convertido en su Cuerpo; y el vino que tiene la copa, ya no es vino, se ha convertido
en su Sangre. Él nos había dicho antes: Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí
mora, y yo en él 5.
Parece ser que la copa que utilizó el Señor en su Última Cena no tenía la forma de
nuestros cálices actuales. Era un vaso, según los datos arqueológicos, de boca muy ancha
y poca profundidad, sobre un pie muy bajo y con dos asas pequeñas, según los usos
judíos de aquel tiempo, por influjo también de Grecia y Roma.
El ritual judío ordenaba que el vino se rebajara con un poco de agua en las copas de la
cena pascual. La que contenía la Sangre del Señor fue pasando de uno a otro de los
Once, hasta que bebieron de ella todos 6.
Cuando nuestro Señor manda a los Apóstoles «haced esto en conmemoración mía» no
se trata, pues, de recordar meramente una cena, sino de renovar su propio sacrificio
pascual del calvario, que está anticipadamente presente en la Última Cena7.
De esta manera tan sencilla instituye el Señor el Sacramento del Altar. Tú y yo
sentimos la necesidad, puestos ya de rodillas, de callar y adorar. Pensamos que estas
palabras son de las más importantes que pronunciaron los labios del Salvador. Con ellas
funda el Sacrificio de la nueva Alianza, el Sacramento de la Eucaristía y el Sacerdocio
cristiano.
No quiso el Señor que la Pascua cristiana fuera un hecho pasajero. Por eso, al mismo
tiempo que el Sacramento de la Eucaristía, fundó el Sacramento del Orden, dando a sus
apóstoles —y en ellos a sus sucesores en el sacerdocio— el poder de producir la
transubstanciación como lo hizo Él mismo.
Al día siguiente, en su inmolación, Jesús será la víctima cruenta de valor infinito, y
será Él mismo quien la ofrezca como sumo sacerdote de la Nueva Alianza. Quiso,
además, sacrificarse incesantemente por nosotros a su pino Padre, como víctima
incruenta: para eso fundó el Sacramento del Orden, que da a los ordenados la capacidad
de renovar «in persona Christi» el santo sacrificio del Calvario.
57
La Eucaristía es «la principal y central razón de ser del Sacramento del sacerdocio,
nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que
ella»8. «Cada vez que en la Iglesia se conmemora el sacrificio de Cristo, hay una
aplicación a un nuevo momento en el tiempo y una nueva presencia en el espacio del
único sacrificio de Cristo, que ahora está en la gloria»9.
EL AMOR
«No nos legará un simple regalo que nos haga evocar su memoria (...). Bajo las
especies del pan y del vino está Él, realmente presente: con su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su pinidad»10
.
El Señor prolonga la conversación. Se detiene mucho tiempo con los Apóstoles. Ésta
es la cena de despedida. Jesús los instruye:
—Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros; que como yo os
he amado, vosotros os améis también los unos a los otros. En esto conocerán todos que
sois mis discípulos, si tuviereis un tal amor unos a otros 11.
Les anuncia las negaciones de Pedro, les exhorta a la confianza y promete el Espíritu
Santo. Les dice:
—La paz os dejo, mi paz os doy (...) No se turbe vuestro corazón, ni se acobarde 12.
Son las diez de la noche cuando los vemos salir. Los seguimos. Fuera luce
esplendorosa la luna llena. Por las vacías calles de piedra, a la luz de la luna, se
encaminan hacia la puerta de la muralla de Jerusalén, que les permite salir y dirigirse a
Getsemaní. Mientras, les habla de la vid y de los sarmientos, de la Ley del amor, del
odio del mundo, de la acción del Espíritu Santo, de la alegría venidera. Vienen después
palabras de despedida a unos discípulos que están tristes y asustados. Y, por fin, la
impresionante oración sacerdotal, de la que unas palabras suyas se nos clavaron en el
alma:
Que todos sean una misma cosa, y que como tú, ¡oh Padre!, estás en mí y yo en ti, así
sean ellos una misma cosa en nosotros 13.
Misterio de luz es también la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace
alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino. Excepto en
Caná, en los misterios de luz la presencia de María queda en el transfondo y nada nos
dicen los Evangelios sobre su presencia en el Cenáculo. Pero el cometido que desempeña
en Caná acompaña toda la misión de Cristo. Y las palabras del Padre en el Jordán se
convierten en los labios de María en Caná en su gran invitación materna dirigida a toda
la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga»14. Es como el telón de fondo
mariano de todos los misterios de luz 15.
Tú y yo nos preguntamos: ¿Dónde estará María? Queremos estar con Ella.
Pensamos en la pureza, humildad y devoción con que recibiría María la primera vez la
Sagrada Eucaristía. Y la segunda, y la tercera y siempre. Cada vez sería una unión
58
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Luces del rosario - Juan Antonio González Lobato

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  • 6. LUCES DEL ROSARIO © Juan Antonio González Lobato, 2008 © Ediciones RIALP, S.A., 2008 Alcalá, 290 - 28027 MADRID (España) www.rialp.com ediciones@rialp.com Fotografía de portada: Nicolás Poussin. Descanso en la huída a Egipto (1655-1657). Museo del Ermitage. S. Petersburgo. ISBN eBook: 978-84-321-4121-8 ePub: Digitt.es Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. 6
  • 7. ÍNDICE Portada Créditos INTRODUCCIÓN MISTERIOS GOZOSOS I. LA ANUNCIACIÓN En casa de María La Virgen El plan de Dios II. LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA En el camino Apostolado personal Santificación III. EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS EN BELÉN Ángeles cantando Pastores Pobreza IV. LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA La purificación 7
  • 8. La Presención de Jesús Simeón y Ana V. EL NIÑO PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO La llegada a Jerusalén De vuelta El segundo día El encuentro MISTERIOS DE LUZ I. BAUTISMO DE JESÚS II. LAS BODAS DE CANÁ III. JESÚS ANUNCIA EL REINO DE DIOS INVITANDO A LA CONVERSIÓN Una parábola La locura del pecado Volver Una escena Iniciar el diálogo La confidencia IV. LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS El Tabor En la oración 8
  • 9. La voz del padre V. LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA, EXPRESIÓN SACRAMENTA DEL MISTERIO PASCUAL En el Cenáculo La Eucaristía El amor MISTERIOS DOLOROSOS I. LA ORACIÓN EN EL HUERTO En el Huerto Los discípulos se duermen Hágase tu voluntad Sudor de sangre II. LA FLAGELACIÓN En el pretorio Los azotes Por qué III. CORONACIÓN DE ESPINAS La burla de la investidura La burla del homenaje Ecce homo IV. JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS 9
  • 10. La Cruz Camino del Calvario Hijas de Jerusalén V. CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR Jesús es clavado en la Cruz Jesús en la Cruz La muerte de Jesús MISTERIOS GLORIOSOS I. LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR Al amanecer Fieles ante lo imposible Los obstáculos II. LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR En Galilea La Ascensión La oración, arma única III. LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO Pentecostés Efectos Tres mil bautizados 10
  • 11. IV. LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA El dogma En la Escritura y en la Tradición Explicación del dogma V. LA CORONACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA El Magisterio Reina y Madre 11
  • 12. INTRODUCCIÓN «El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio», así comienza Juan Pablo II su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae del 16 de octubre de 2002. Uno de esos santos aludidos por el Papa nos dio el siguiente consejo: «Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños..., rezar como rezan los niños (...). —¿Quieres amar a la Virgen? —Pues, ¡trátala! ¿Cómo? —Rezando bien el Rosario de nuestra Señora»1. Por eso, he intentado hacerme niño al escribir estas páginas e invito al lector a que se haga niño también, imitando a San Josemaría en este tono que él supo mantener en su Santo Rosario, pues de los que se hacen como niños es el reino de los cielos2. Por mi parte, sólo he pretendido ayudar a los que quieran introducirse en los momentos del Santo Evangelio, que el Rosario nos sugiere, «a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos»3. El Rosario es a la vez meditación y súplica4. Por eso en el tercer Misterio de Luz presento una doble reflexión: una referida a una parábola, y la otra a una escena de la vida pública de Jesús. Entiendo que así se cumple mejor el enunciado del Misterio. La Santísima Virgen, a quien dirigimos nuestra plegaria, es tan poderosa en su intercesión por ser la Reina del Cielo, que el Papa la saluda con estas palabras de Dante: «Mujer, eres tan grande y tanto vales, que quien desea una gracia y no recurre a ti, quiere que su deseo vuele sin alas»5. 12
  • 13. 1 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Santo Rosario, Rialp, Madrid, 48.ª ed. 2003. Introducción. 2 Cfr. Mt 18, 3. 3 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 22. 4 JUAN PABLO II, o.c., 16. 5 JUAN PABLO II, III, l.c. 13
  • 14. MISTERIOS GOZOSOS «El primer ciclo, el de los “misterios gozosos”, se caracteriza efectivamente por el gozo que produce el acontecimiento de la encarnación» (JUAN PABLO II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 20). 14
  • 15. I. LA ANUNCIACIÓN EN CASA DE MARÍA Vamos a hacernos niños tú y yo. Amigos y vecinos de María, que sabiendo lo que sabemos, pero como si no supiéramos nada, nos escondemos entre los pliegues de la cortina que hace de puerta en el aposento de la Virgen, con el propósito de contemplar la Anunciación. Es ya mediodía y nos hemos adelantado al Arcángel. Estamos en primavera, que en toda la región es tan rotunda y explosiva. Ha aparecido de pronto. Toda Galilea se ha vestido de verde. Las fuentes, los manantiales, los trigales, las viñas y los olivares participan festivos de la misma alegría. Nazaret, donde estamos, cuyo nombre no se menciona ni una sola vez en los libros del Antiguo Testamento ni en las tablas militares de Roma, es sólo un pueblecito perdido en la campiña galilea, de unas cuantas casas bajas de color de tierra, que forman una única calle, que nadie pensó jamás empedrar. Tortuosa, según las inmediatas conveniencias de los constructores. Y en medio, la casa donde vive María. Es la única enjalbegada, y la blancura de su cal resalta más por el contraste de los geranios rojos, que en macetas improvisadas y simétricas hacen brillar sus colores al sol. Hemos pasado bajo el tejadillo de la entrada a un patio con amplias piedras enlosado; a la derecha aparece una vieja puerta de madera de dos hojas horizontales, que cuando se deja abierta la parte superior sirve de ventana. Es la única luz natural del portal. En el portal, a la izquierda está el aposento de María. Y a su entrada, esta cortina entre cuyos pliegues nos encontramos tú y yo. La Virgen, niña aún, está en oración. ¿O quizá también hilando junto a la rueca? No ha advertido nuestra presencia. Podemos contemplar en silencio la habitación: paredes blancas, blanquísimas, en las que no ha ido bien la plomada; el techo, semiexcavado en la roca y de maderas viejas; el suelo, de tierra apisonada; un camastro de madera en un rincón y una estera de aneas; una abertura en la pared de la derecha por donde se asoma la primavera, y nada más. En la habitación de María todo lo superfluo está ausente. Hay, si acaso, un taburete de madera y, sobre él, un vaso de barro donde se marchita perfumando una azucena. LA VIRGEN Nada más. Pero está Ella. Es una Niña bellísima de trece a quince años. ¿Cómo será, cuando el poder de Dios, que es infinito, y el amor de Dios, que también lo es, se 15
  • 16. pusieron en juego para hacer en Ella la criatura más maravillosa de toda la Creación? Cuando Dios quiso hacer su obra maestra, no hizo un hombre, tampoco un ángel, hizo una Niña. ¿Cómo será? Si tú y yo hubiéramos tenido poder para hacer a nuestras madres, las hubiéramos adornado —es una idea que aprendí de San Josemaría— con todas las virtudes y gracias que hubiéramos podido. El Dios de poder infinito tuvo que hacer a su madre. Él, que tantas otras cosas admirables creó, que nos llenan de embeleso. ¿Cómo será? ¿Cómo será? Cuando Ester, elegida por su extraordinaria belleza entre todas las mujeres del Imperio del rey Asuero, por lo que salvó a su pueblo, es sólo figura de María. Si así era la figura, ¿cómo será la Virgen por ella figurada? Y el ángel, habiendo entrado donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres 1. La Anunciación a María y la Encarnación del Verbo es el acontecimiento más maravilloso y más trascendental de la Historia. María es elegida entre las muchachas de su pueblo, pero designada por Dios desde la eternidad, sin que lo sospechara. Vivía como una más: iba con un cántaro a la cadera por agua a la fuente, lavaba la ropa en el arroyo, barría la puerta de su casa. Desconocida de los hombres y de Ella misma. Mientras ocurría la Anunciación, nada fuera de lo ordinario sucedía a los ojos de los demás. Al oír tales palabras la Virgen se turbó 2. Mírala. La rosa blanca que vimos al llegar se ha vuelto roja de pudor y de humildad por el saludo de un ángel. Más que por su presencia, por la sensación que experimenta ante los elogios toda persona humilde. In sermone eius 3, dice expresamente el Evangelio, por las palabras del ángel. Éstas, después del saludo Dios te salve, que era usado entre los hebreos, son tres piropos —piedra de fuego, significa en su origen— y expresan la triple grandeza de María: respecto a ella misma, llena de gracia «corresponde a aquella plenitud de complacencia por parte de la Santísima Trinidad de que la Virgen María gozó desde el momento de su inmaculada concepción»4. Manifiestan el honor y la dignidad de la Virgen. Con estas palabras, jamás oídas, se dice que María es asiento de todas las gracias divinas. Respecto a Dios, el ángel le dice: el Señor es contigo. San Agustín nos enseña que es como si dijera: «Más que contigo, Él está en tu corazón, se forma en tu vientre, llena tu alma, está en tu seno» 5. Y respecto a las demás, bendita tú entre las mujeres. María está ante los ojos de Dios por encima de todas las mujeres, de Sara, Ana, Débora, Raquel, Judith, Ester, etc., pues sólo Ella es la elegida para ser Madre de Dios. Es la única Inmaculada. Siento que estas palabras del ángel son como un trueno, de esos que se oyen en los días de tormenta, que van rodando de nube en nube, con la particularidad de que en este caso su volumen 16
  • 17. aumenta con el tiempo, pues en este aplauso constante cada día somos más —millones— los que la aclamamos con alegría: ¡Bendita tú entre todas las mujeres! Lo más natural es abandonarse a la turbación. Y no pensar. Pero María no se abandona, et cogitabat qualis esset ista salutatio 6. Y púsose a considerar qué significaría una tal salutación. Serena, mujer, señora. Baja la cabeza mientras piensa. Mírala, ruborizada hasta el comienzo del cabello en su frente virginal. EL PLAN DE DIOS Es una oportunidad, que el ángel aprovecha: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios (...) darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo; (...) y su Reino no tendrá fin 7. La Virgen entendió que iba a ser Madre de Dios. A cualquier joven israelita le hubiesen hecho perder la cabeza las palabras que acabamos de oír: Rey, grande, trono. Pero María calla. Su silencio llena los momentos más líricos de la Historia del mundo, que se agolpa detenida ante los labios de esta Doncellita. Tu suerte y la mía pendiente de ellos. María levanta su cabeza ruborizada, alarga la mano como si dijera: Espera, una pregunta: —Quomodo fiet istud, quoniam virum non cognosco? 8. ¿Cómo ha de ser eso, pues yo no conozco varón? «La voz de nuestra Madre agolpa en mi memoria, por contraste, todas la impurezas de los hombres..., las mías también» 9. El ángel se apresura a contestar: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra (...) 10. El fruto de su vientre será obra del Espíritu Santo. La Virgen será después de la Encarnación el nuevo Tabernáculo de Dios. El rezo del Angelus por toda la Tierra lo recuerda constantemente. ¿Aceptará ahora María? Una vez conocida la voluntad de Dios, se entrega con obediencia pronta y libre de condiciones. San Bernardo, doce siglos más tarde, animaba a María a manifestar pronto su decisión: «Mira que el ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo de que se vuelva al Señor que le envió»11. —He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra 12. Y comenzó la revolución más gigantesca de los siglos. Hecha, no por legiones de Roma, no por sabios de Grecia, no por sacerdotes de Jerusalén, sino por una Niña escondida en un rincón de Nazaret: Tú y yo somos ahora cristianos por Ella. A la Anunciaci6n <<apunta toda la historia de la salvaoi6n, es mas, en oierto modo, la historia misma del mundm> 13 El angel debi6 retirarse andando hacia atnis, puntillas. 17
  • 18. 1 Lc 1, 28, en la Vulgata. 2 Lc 1, 29. 3 Lc 1, 29. 4 KAROL WOJTYLA, Signo de contradicción, Madrid, 1978, pág. 49. 5 SAN AGUSTÍN, Sermo de Nativitate Domini, 4. 6 Lc 1, 29. 7 Lc 1, 30-33. 8 Lc 1, 34. 9 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Santo Rosario, La Anunciación. 10 Lc 1, 35. 11 SAN BERNARDO, Homilía 4 sobre la Anunciación. 12 Lc 1, 38. 13 JUAN PABLO IT, Carta Apostólica Rosariurn Virginis l1.4ariae, 20. 18
  • 19. II. LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA Por aquellos días partió María y se fue apresuradamente a las montañas, a una ciudad de Judá. Y habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel 1. EN EL CAMINO Ahora, tú y yo, vamos a sentarnos junto al camino por donde va a pasar la Niña Virgen, que emprende un viaje largo y difícil. Está llena de gozo y siente la necesidad de comunicarlo. Y lo quiere hacer a la única que sabe, según la revelación del ángel, que, de momento, puede entenderla. Es Ayn-Karim el pueblecito de destino, donde vive Isabel. ¿Cómo consiguió que la dejaran partir sin decir el motivo del viaje? Pues sería indiscreto comunicar lo que el ángel le ha dicho, de parte de Dios, como un secreto. El Evangelio nos informa de que, por aquellos días, marchó deprisa, cum festinatione 2. «Y porque la caridad lo soporta todo 3, y “la gracia del Espíritu Santo no conoce demoras ni tardanzas”, como dice San Ambrosio (...), la tierna y delicada doncella María, sin atender a las dificultades del viaje, se pone inmediatamente en camino» 4. El campo se viste de fiesta a su paso. Ya han cesado las lluvias, ya han brotado las flores, ya se llenó todo de fecundidad y belleza, ya han brotado las vides, que regalan el verdor de sus sarmientos recientes a la alegría de toda la campiña. A lo lejos, más allá de las viñas lejanas, se recortan en el horizonte las montañas azules. Y un cielo limpio, muy limpio y azul, que llena el alma de paz y alegría. Se oye de vez en cuando en los árboles el arrullo de la tórtola. Incorporada a una caravana, de las que vienen de Oriente, a la que se suman los viajeros que van en la misma dirección, así como se separan de ella cuando se aproximan a sus lugares de destino, confundida entre las gentes que caminan entre los camellos y otras bestias de carga, a solas con su secreto gozoso, María anda con prisa, impulsada por el amor y la alegría. Por un camino de tierra, con viejísimas huellas de pezuñas de animales cargados con todos los afanes de los hombres. La caravana pasa delante de nosotros, nadie habla en ella, caminan en silencio, sólo oímos el sordo ruido de los largos vestidos orientales y el rechinar de las correas que fijan los fardos a las albardas de los animales. Y Cristo va con la Virgen. Nadie lo sabe. Los viajeros sólo ven una niña. Una niña ciertamente es el primer apóstol de Cristo. Discreta, sin ruido, sin llamar la atención. Pisando los caminos trillados por los hombres. Como una más. Y lleva en su corazón el gran secreto del Cielo. Hija de David, con sangre de reyes, y vestida con túnica roja y manto azul, como las demás muchachas de su pueblo. Este 19
  • 20. viaje es un ejemplo para todos los que después la vamos a llamar bienaventurada. APOSTOLADO PERSONAL ¿Será el gozo rebosante lo que la hace andar ligera? ¡El Salvador ya está con nosotros! Sólo Ella lo sabe. El esperado por miles de años acaba de llegar. ¡Hay que comunicarlo! No importa que por el momento sólo se pueda informar a una sola persona, ni que esté a cuatro días de camino, allá en los montes de Judea. Tampoco que la mensajera sea una niña. ¡Hay que comunicarlo! Y la Niña Virgen se puso en camino con diligencia. Debía hacer un esfuerzo constante para someter su prisa personal al paso más lento de la caravana. Cuando termina de pasar la caravana nos vamos detrás de ella. Queremos discretamente acompañar a la Señora. Alguna vez, por la misma senda, hecha a base de pisadas, nos encontramos con otra caravana que viene en dirección contraria. Una de ellas tiene que deshacerse y desplegarse para que pase la otra. Si los hombres y mujeres que viajan en ellas supieran, de pronto, quién es esa niña, caerían de rodillas. Es la Madre de Dios, es la Reina del Cielo, es el Sagrario viviente, y pasa como una más entre las mujeres que viajan con Ella. Los viajeros, sudorosos y llenos de polvo de todos los caminos, que van y vienen, sólo ven una niña. Van como hoy, a lo suyo. Cada uno oculta sus afanes, sus proyectos, sus angustias, en su inútil andar apremiante, pero se esfuman enseguida sus huellas. Por ese mismo camino María sube, confundida entre ellos. También Ella va a lo suyo: lo suyo es de Dios. Andar por los caminos del mundo, sí; pero a impulsos del amor y del apostolado. Las huellas de la Virgen no se pierden. Quedan imborrables. SANTIFICACIÓN Y Ayn-Karim, el pueblecito silencioso de casitas bajas de color de tierra, pegadas a la montaña, recibe en sus calles, sin advertirlo, la visita de una doncella galilea, que se persona en el dintel de la casa de sus primos. «Llegamos. —Es la casa donde va a nacer Juan, el Bautista. —Isabel aclama, agradecida, a la Madre de su Redentor: ¡Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre! —¿De dónde a mí tanto bien, que venga la Madre de mi Señor a visitarme? 5. El Bautista nonnato se estremece6. —La humildad de María se vierte en el Magnificat... —Y tú y yo, que somos —que éramos— unos soberbios, prometemos que seremos humildes» 7. 20
  • 21. Tan pronto como Isabel oyó la voz de María, se sintió llena del Espíritu Santo, se estremeció su hijo en su seno y conoció en esta Niña a la Madre del Señor. El niño Juan, aún no nacido, ¿recibió entonces la gracia de quedar libre del pecado original? La emoción extraordinaria de Isabel, que se descubre en su lenguaje rimado, se expresa al decir en alta voz: Bendita tú entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor 8. Son las palabras de una anciana a una Niña, de la madre del precursor a la madre del Mesías, de una madre a otra. Isabel, iluminada por Dios, conoce el misterio de la Encarnación, y sabe que aquella Niña es ya la Madre de Dios y será, aunque sus ojos ven sólo una niña nazarena, la Reina del Cielo. En el Magnificat de María, primicias del Evangelio que se trasmiten cantando, se amalgaman dos notas discordantes, la grandeza y la humildad. En el cántico de María hay también una ley, mil veces comprobada en la historia de cada alma y en la historia del mundo, que consiste en que Dios humilla a los poderosos y ensalza a los humildes. Y contiene por fin una profecía, pues no duda en anunciarnos que la llamarán bienaventurada todas las generaciones. ¿Aceptarán los sabios del mundo esta predicción? Antes de la era cristiana, una niña campesina, pobre, ignorada en Roma, en Atenas y en Jerusalén, desconocida en su propia tierra, y natural de un lugar perdido en los campos de Galilea, proclama que las generaciones futuras la llamarán afortunada. Sus huellas serán imborrables. Mi alma glorifica al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava, por tanto ya desde ahora me llamarán bienaven[turada todas las generaciones 9. «El regocijo se percibe en la escena del encuentro con Isabel, donde la voz misma de María y la presencia de Cristo en su seno hacen “saltar de alegría”10 a Juan»11. Han pasado veinte siglos y podemos comprobar la exactitud de sus palabras. Cualquiera puede verificar si realmente ]a humanidad !a alaba mas que a los po derosos 21
  • 22. mas recientes, mas que a los Sumos Sacer•do tes, y m is que a Octaviano C6sar Augusto, en aquellos dias amo del mundo. 1 Lc 1, 39-40. 2 Lc 1, 39. 3 1 Cor 13, 7. 4 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, Las glorias de María. II. Meditaciones sobre la Virgen, Ediciones Palabra, Madrid 1978, pág. 125. 5 Lc 1, 42-43. 6 Lc 1, 41. 7 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., Visitación de Nuestra Señora. 8 Lc 1, 42-45. 9 Lc 1, 46-48. 10 Lc 1, 44. 11 JUAN PABLO II, o.c., 20. 22
  • 23. III. EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS EN BELÉN Cuando un inmenso silencio reinaba en todo y la noche, siguiendo su curso, llegaba a la mitad de su carrera, tu omnipotente palabra, Señor, descendió del Cielo, desde el trono real1. ÁNGELES CANTANDO Es de noche. Por los campos de Belén, tú y yo sin rumbo. No hablamos al caminar y no sabemos por qué andamos. Silencio. Una paz nueva sentimos en el alma. No se oye nada. Sólo el ladrido lejano de un perro, y mucho después otro. Y, más próximo, el suave tintineo de las esquilas de las ovejas que se acomodan en los apriscos de las majadas cercanas. Y luego el silencio que llena siempre la noche. Un inmenso silencio reina en todo. El cielo cuajado de estrellas, que parecen tocarse con la mano, como si se acercaran. Y en la silueta negra de la colina que se recorta en el horizonte, unos cuantos puntos luminosos que son otras tantas hogueras de pastores. Bajo la inmensidad de la bóveda celeste nos sentimos muy pequeños, sin relieve, casi planos, pegados a la tierra. Y nos llegan aromas suaves del campo que no sabemos distinguir. La noche, siguiendo su curso, está llegando a la mitad de su carrera. Sentimos en la belleza y dulzura de esta noche un presentimiento de milagros, como si Dios nos visitara. Y todo, mientras, duerme en el mundo: los rebaños en los apriscos, los hombres en Jerusalén y en Damasco, en Atenas y en Roma; duermen entre las selvas los pueblos bárbaros; y también ignora el misterio de esta noche el mundo desconocido, en su lejanía y en su tardío despertar. Se presiente la llegada de una nueva vida, de una dulce revolución. Es que Dios va a visitar la tierra. Es una noche de amor. ¿Qué harán los hombres? ¿Se empeñarán en vivir como si Dios no hubiese venido y seguirán manchando el mundo de sangre? De pronto, nos sorprenden luminosos chorros de ángeles que bajan y suben sobre un punto de la colina cercana, y oímos un programa en canción: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad 2. Es el Cielo, que descorre sus velos un instante mientras el mundo está dormido. Nos quedamos confusos y no sabemos qué hacer. Clavados en el suelo, miramos con los ojos muy abiertos hacia arriba, y no vemos nada, solamente las estrellas de antes. Intentamos escuchar, pero se ha hecho de nuevo el silencio... Y, como antes, nos siguen llegando los aromas suaves del campo. 23
  • 24. PASTORES El murmullo de hombres que se nos acercan corriendo nos llega pronto. Son pastores y zagales que han recibido el anuncio de un ángel y han visto, como nosotros, al cortejo celestial bajar y subir cantando. Nos unimos a ellos y, mientras corremos juntos, nos informan: Son unos pastores de aquellos contornos, que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño durante la noche. De improviso un ángel del Señor se les presentó y la gloria del Señor los rodeó de luz y se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor 3 (...). De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios 4. Y corremos mientras todo el mundo duerme. Ahora sólo se oyen los pasos de nuestra carrera hacia el Señor. Así llegamos a una gruta que sirve de establo. Con los pastores la encontramos sin dudar, aunque es la primera vez que vamos todos. En su sencillez tienen la ventaja de ir derechos a Jesús, aunque sea de noche. «Y en Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el pesebre 5. Frío. — Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas dulces y encendidas!»6. Un Niño hermoso sobre un pesebre. La Virgen, junto a Él, mirándole atenta. Al otro lado, una hoguera que arde en el rincón, y José, que anda activo trayendo leña. Es una gruta muy pobre en la que no hay ni lo más necesario. Nos arrodillamos todos. Nadie se atreve a hablar. María no quita los ojos de su hijo, que es su Dios. Yo, mientras lo miro, comienzo a recordar lo que sabía: el pecado original, los hombres de todos los siglos, el Mesías —Dios hecho Hombre, Rey—, el mundo que ahora está dormido. Me contaron que cuando se acercaba el momento del nacimiento del Niño, todo en el establo se llenó de luz, la borriquilla y el buey, el pesebre y la roca del suelo, las telarañas del techo y las piedras que lo construían, las paredes y las alforjas colgadas en ellas, el montón de heno en donde José preparó un acomodo para María. Pero era una luz que no sólo iluminaba las cosas, sino que salía de las cosas mismas, haciéndolas luminosas. De esta manera, el pobre y rústico establo se convirtió en el lugar más bello del mundo. A José «le pareció que toda la gruta estaba en llamas y que María estaba rodeada de una luz sobrenatural. José miró esto como Moisés la zarza ardiendo (...). He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que las lámparas encendidas por José no eran ya visibles (...). El resplandor en torno de ella crecía por momentos (...). Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrilla ante las rodillas de María»7, que le adoraba. 24
  • 25. POBREZA El Niño nace pobre: es el Rey de reyes y nace en el más completo desasimiento. Es ésta su primera lección a los hombres. Es también la primera condición para seguirlo y para continuar la revolución sobrenatural que ha iniciado. Pues es necesario —me dices — el desprendimiento para ser útil, ya que no se puede servir a la vez a dos señores. Jesucristo quiso nacer pobre. Tiene una cuna prestada por un animal, y, por colchoncito, las frías y toscas pajas que han sobrado del pienso. El Señor puso más empeño en desprenderse de las cosas que los hombres en atesorarlas, para enseñarnos que la pobreza es condición indispensable para tener una visión objetiva de la vida. Y ésta nos es necesaria para no errar el camino. Amar la pobreza es amar sus consecuencias. Por eso no se vive la pobreza cuando se gasta sin razón, o se deja de ganar aquello que para un obrero supondría un esfuerzo considerable. Jesús vestirá con decoro y cuidará de las cosas, pues jamás convertirá en instrumentos de comodidad lo que son medios de apostolado. Él mismo, que no tendrá donde reclinar la cabeza, se quitará sus vestiduras antes de la flagelación. Así los golpes no podrán romperlas8. Para convertirse a Cristo es preciso desprenderse de las criaturas, pues el pecado original abrió en el corazón del hombre una tremenda capacidad de idolatría: ellas, de suyo buenas, se tornaron malas por la concupiscencia. Ya no se las busca porque llevan a Dios, sino porque dan goce. El hombre se abalanzó sobre las cosas sin medida, y quedó su corazón esclavo de ellas, sin paz y sin alegría. «Venid a ver al Hijo de Dios, no en el seno del Padre, sino en los brazos de la Madre; no entre los coros de los ángeles, sino entre unos viles animales; no a la diestra de la Majestad en las alturas, sino reclinado en un pesebre de bestias; no tronando ni relampagueando en el cielo, sino llorando y temblando de frío en un establo»9. Nuestro amor, que es todo para Dios, debe ser conservado por la templanza, esa medida en el uso de las cosas. Deseamos que en nuestra vida, como en Belén, haya ausencia de lo superfluo y pobreza de lo necesario, elección constante de lo peor y desnudez completa del corazón. «Repleta de gozo es la escena de Belén, donde el nacimiento del pino Niño, el Salvador del mundo, es cantado por los ángeles y anunciado a los pastores como “una gran alegría”10»11. El Rey tiene por palacio, un establo; por trono, un pesebre; por cortesanos, unos pastores. Y, entre los pastores, tú y yo. 25
  • 26. 1 Sb 18, 14-15. 2 Lc 2, 14. 3 Lc 2, 8-11. 4 Lc 2, 13. 5 Lc 2, 7. 6 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Santo Rosario. Nacimiento de Jesús. 7 ANNA KATHARINA EMMERICH, Vida de María Madre. Sol de Fátima, Madrid, 1983. Nacimiento de Jesús. 8 LUIS DE LA PALMA, La Pasión del Señor, Cuadernos Palabra, Madrid 1996, pág. 115. 9 LUIS DE GRANADA, Vida de Jesucristo, Rialp, Madrid, 4.ª ed. 1997, cap. 4. 10 Lc 2, 10. 11 JUAN PABLO II, Rosarium Virginis Mariae, 20. 26
  • 27. IV. LA PURIFICACIÓN DE NUESTRA SEÑORA LA PURIFICACIÓN Acompañamos ahora tú y yo, niños, a la Sagrada Familia en su viaje a Jerusalén. En los días pasados nos hemos hecho sus amigos y nos admiten contentos junto a ellos. Nosotros caminamos alegres para hacerles compañía y servirles en lo que se pudiera ofrecer. Jesús va dormido en los brazos de su Madre. Es el mismo camino que María y José anduvieron antes que Jesús naciera, en dirección contraria. Piensan regresar hoy mismo a Belén, después de haber cumplido en el Templo con dos preceptos de la Ley de Moisés. Uno es la purificación de María. Según el Levítico1, la mujer que daba a luz quedaba impura. Y cuarenta u ochenta días después, según se tratase de niño o niña, estaban obligadas las madres hebreas a presentarse en el Templo de Jerusalén para ser purificadas de la legal impureza que pesaba sobre ellas. María, siempre virgen, no estaba comprendida en esta disposición porque su concepción fue virginal, y virginal fue también su parto. No obstante, la Virgen Santísima, aunque no estaba obligada, quiso someterse como una más a lo dispuesto por la Ley. La purificación de las madres hebreas se hacía por la mañana. A continuación de la incensación y de la ofrenda del sacrificio perpetuo. Después de entrar en el atrio de las Mujeres, se situaban en la grada más alta de la escalinata que conducía al atrio de Israel. El sacerdote las rociaba con agua lustral y recitaba sobre ellas las oraciones prescritas. La parte principal del rito, sin embargo, consistía en la oblación de dos sacrificios: el primero llevaba el nombre técnico de «sacrificio por el pecado», expiatorio, de una tórtola o un pichón. El segundo era un holocausto, y la víctima exigida por la ley era un cordero de un año, para los ricos, o una tórtola o pichón para los pobres. De las dos tórtolas ofrecidas por María, una fue escogida como víctima de expiación, y el oficiante cortó el cuello del ave sin separarlo del cuerpo, derramando su sangre al pie del altar, y la otra, que servía de holocausto, en las brasas del altar de bronce, fue quemada íntegramente. «¿Aprenderás con este ejemplo, niño tonto, a cumplir, a pesar de todos los sacrificios personales, la Santa Ley de Dios? ¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! —Expiar, y, por encima de la expiación, el Amor. —Un amor que sea cauterio, que abrase la roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de nuestro corazón»2. 27
  • 28. LA PRESENTACIÓN DE JESÚS El segundo precepto que se proponían cumplir en el Templo era el de la Presentación de Jesús y su rescate. Ya, en Belén, cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno 3. En el Éxodo estaba escrito: «Conságrame todo primogénito. Todos los primogénitos de los hijos de Israel son míos, tanto de hombres como de ganados»4. Al principio se habían destinado al ejercicio de las funciones sacerdotales todos los primogénitos del pueblo, pero cuando el culto fue reservado exclusivamente a la tribu de Leví, los primogénitos de las demás tribus no eran dedicados al culto, pero para mostrar que seguían siendo propiedad especial de Dios, se estableció el rito de la presentación y rescate. En tal rito se aplicaba lo estipulado para los sacrificios en general: un cordero o, si eran pobres, un par de tórtolas. Incluso un puñadito de harina, si eran indigentes. Y así, todos estos primogénitos eran entregados a Yahvé y luego rescatados. Por Jesús se ofreció la ofrenda de los pobres. SIMEÓN Y ANA Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el Niño Jesús sus padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre Él, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes sacar en paz de este mundo a tu siervo, según tu palabra: porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has puesto ante la faz de todos los pueblos, como luz que ilumina a los gentiles y gloria de Israel, tu pueblo 5. Cántico sublime de noble sencillez y bella dulzura, que deja a María y José sobrecogidos de admiración. No les decía nada nuevo, pero no podían permanecer sin admirarse ante las milagrosas manifestaciones que Dios iba colocando en cada uno de 28
  • 29. los misterios de la infancia de Jesús. Simeón bendijo a los padres, y, como si de pronto viera entre las luces y la gloria futura de Jesús oscuros nubarrones, con el Niño todavía en sus brazos, se vuelve a María y con acento de dolor profundo, añade: Mira, éste ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción —y a tu misma alma la traspasará una espada—, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones6. Parece que vemos temblar los labios y los brazos de Simeón mientras pronuncia estas palabras, pues ante sus ojos pasa rápidamente el misterio de Jesús, y advierte con soberana angustia la ingratitud de su pueblo para el Redentor, el cual es para él motivo de inmensa alegría. Los hombres se pidirán en dos bandos: el de los que reconocerán a Jesús como Mesías y el de los que rechazarán su mensaje y su ley. Él mismo nos dirá que su venida a este mundo produciría una separación entre buenos y malos, pues la indiferencia frente a Jesús es imposible. «Jesús, que ha venido para la salvación de todos los hombres, será sin embargo signo de contradicción, porque algunos se obstinarán en rechazarlo, y para estos Jesús será su ruina. Para otros, en cambio, al aceptarlo con fe, Jesús será su salvación, librándolos del pecado en esta vida y resucitándolos para la vida eterna. Las palabras dirigidas a la Virgen anuncian que María habría de estar íntimamente unida a la obra redentora de su Hijo. La espada de la que habla Simeón expresa la participación de María en los sufrimientos del Hijo; en su dolor inenarrable, que traspasa el alma. El Señor sufrió en la Cruz por nuestros pecados; también son los pecados de cada uno de nosotros los que han forjado la espada de dolor de nuestra Madre. En consecuencia, tenemos un deber de desagravio no sólo con Dios, sino también con su Madre, que es también Madre nuestra»7. Es la primera vez que oímos hablar de los padecimientos que esperan a Jesús y a su Madre. Los sufrimientos de María tendrán como único motivo los dolores de su Hijo, su persecución y su muerte. Jamás ningún ser humano podía haber pensado que los pecados de los hombres llegaran a tanto. María y José no olvidarán nunca las palabras de Simeón, pues «la presentación en el templo, a la vez que expresa la dicha de la consagración y extasía al viejo Simeón, contiene también la profecía»8. Se acercó otra persona al grupo bendito, conocida y recomendable por sus virtudes y su fe, traída igualmente por la inspiración del Espíritu Santo. Era una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años de casada, y había permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro, sin apartarse del Templo, sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y alababa a Dios, y hablaba de Él (del Niño) a todos los que esperaban la redención de Jerusalén9. Con María y José volvemos a Belén. El Niño reposa abandonado en los brazos de José, y se duerme en ellos. El Dios Omnipotente, dormido en los brazos de un hombre justo. María y José comentan con sus impresiones personales los sucesos del día. Tú y yo no nos cansamos de escucharlos. Quisieramos llevar al Nino en nuestros brazos, pero 29
  • 30. Jose no lo cree oportuno. Por eso nos contentamos con mirarle dormido. Y no nos cansamos de hacerlo. 1 Lev 12, 2-8. 2 San Josemaría Escrivá. o.c.,Purificación de la Virgen. 3 Lc 2, 21. 4 Ex 13, 2. 5 San Josemaría Escrivá. o.c.,Purificación de la Virgen. 6 Lc 2, 34-35. 7 Santos Evangelios, Ediciones Universidad de Navarra, nota a Lc 2, 34-35. 8 JUAN PABLO II, o.c., 20. 9 Lc 2, 38. 30
  • 31. V. EL NIÑO PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO LA LLEGADA A JERUSALÉN Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron como era costumbre 1. Los caminos que conducen a la ciudad están atestados de peregrinos que vienen de todas las comarcas del país y de otros pueblos de las riberas del Mediterráneo. Cuanto más nos acercamos al fin del viaje, más aumenta la densidad de los caminantes en las vías que terminan en Jerusalén. Por la noche brillan las estrellas en el firmamento. Se levantan campamentos provisionales, para descansar del camino y emprender la marcha con las primeras luces del alba. Los ojos inmaculados de María miran con frecuencia a las estrellas. Le parece como si quisieran hablarle en su silencio y lejanía. Y le hablan de la grandeza inalcanzable de la Creación y de la gloria de Dios, de este único Dios a quien ella cuida ahora en la grata figura de un niño. Por fin, aparece a lo lejos la silueta de las murallas y torres de la ciudad y del Templo. Todos se alegran y avivan el paso. Los ojos del Niño lo ven todo. Es la primera vez que viene a la ciudad desde Nazaret. Yo le digo: ¡Señor! Ahora que vamos a entrar, quiero hacerme un niño como tú y caminar en tu compañía. Sé que lo sabes todo, que eres un gran misterio y que eres mi mejor amigo. Que me deje llevar por lo que veo y oigo en ti y que tu misterio no me retraiga, sino que en él tenga mi seguridad y mi consuelo. En la ciudad, por las calles que conducen al Templo, la muchedumbre se estruja para ir en la misma dirección. María lleva a Jesús de la mano: ¡tiene en su mano virginal la mano de Dios! Las explanadas del Templo permiten un caminar más libre y desahogado. Los himnos y los salmos cantados por la multitud no cesan nunca. El Señor del Templo, en la hermosa figura de un niño galileo, entra en el Templo del Señor. La sangre de los corderos sacrificados corría en canalitos adecuados a la vista de todos. María siente un sobresalto al verla. Aquella sangre era un símbolo augusto. Cuatro lustros más, y se realizará el sacrificio significado. Aquel precioso cordero que ella de la mano llevaba será la Víctima, y su sangre será entonces la derramada. Fuera de los tres nadie lo sospecha. Los israelitas alaban a Dios cantando sin descubrir que le tienen junto a sí. DE VUELTA 31
  • 32. El dieciséis de Nisán comienza el regreso. Se desmontan las grandes tiendas de lona de las afueras de la ciudad, que se prepararon para dar cabida a tantos peregrinos que no cabían dentro. Se inicia el regreso hacia las distintas tierras y regiones de donde vinieron. La costumbre en las peregrinaciones a Jerusalén era caminar en dos grupos: uno de hombres y otro de mujeres. En cualquiera de los dos, los niños podían integrarse. Por eso sus padres no advirtieron que Jesús se había quedado en Jerusalén: cada uno suponía que iría con el grupo del otro. El alegre regreso hacia casa, acompañado de las canciones de los caminantes, alabando a Dios con himnos y salmos, pronto se vio turbado por un presentimiento del corazón inmaculado de María: ¿Y Jesús? ¿Dónde estará Jesús?... Es verdad que podía venir con el grupo de José, pero, ¿y si no es así?... La Inmaculada se da prisa para salir de dudas y comprueba la certeza de su presentimiento. Desde la primera sospecha de la ausencia de Jesús, la Virgen y José ya no vivieron para otra cosa que no fuera para buscarlo. Y aumenta su angustia y su solicitud con las horas del día. Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos2. Pienso que el primer presentimiento lo tuvo María al principio de la jornada. Cualquier madre que pierde a su hijo se siente presa de una angustia suprema y ya no vive para otra cosa que no sea encontrarlo, sin que otro interés quepa en su alma, inaccesible al desaliento y al cansancio, temerosa de mil sospechas. Hemos de pensar, en este caso, en quiénes son el hijo y la madre. María y José verían pasar las horas del día con el desasosiego propio de quienes saben que con la luz se les marchaba la oportunidad de seguir la búsqueda. Mirarían al cielo con deseos de detener la noche. Y la noche se echaba encima despiadadamente, implacable, indiferente a la angustia de sus corazones. Cuando se terminó la primera jornada y llegó el momento de reagruparse las familias para acampar, Jesús seguía sin aparecer. Se ha acabado la última oportunidad que ofrecía el día. Brillan las estrellas en el firmamento. Bajo la serenidad del cielo estrellado, el corazón de la Virgen se agita y se atormenta; ha perdido al Dios de las estrellas: «Llora María. —Por demás hemos corrido tú y yo de grupo en grupo, de caravana en caravana: no le han visto. —José, tras hacer inútiles esfuerzos por no llorar, llora también...Y tú...Y yo»3. EL SEGUNDO DÍA Por la noche, venciendo la modorra de los indiferentes y los peligros de la oscuridad, María y José continuaron la búsqueda de Jesús, «y como no lo encontrasen, retornaron a Jerusalén en busca suya» 4. Han de desandar el camino que hicieron el día anterior. Con sus corazones oprimidos inician muy de mañana la búsqueda. La luz que riega el sol por los campos consuela y alivia su tormento. En la primera parte del día, apenas encuentran 32
  • 33. a nadie en los caminos vacíos. Los grupos que han salido de Jerusalén esta mañana aún están lejos. La joven madre camina decidida a pesar del cansancio. El cuerpo en tensión, el alma anhelante, los ojos muy abiertos, los oídos atentos: busca a Jesús. Es verdad que la primavera siria se viste de fiesta como para agasajar a la Señora. Pero ella no puede admirar las flores, ni el cantar de los pájaros, ni la belleza de los campos, porque tiene su alma y su vida empleadas en la tarea urgente de encontrar a su Hijo. Vestida como las mujeres de su pueblo, túnica encarnada y manto azul, y en medio de un camino del mundo, busca a Jesús. A mediodía comienzan a aparecer nuevos grupos de vuelta, por el mismo camino. Solamente María y José van contra corriente buscando a Cristo, querían descubrirle desde lejos en cada niño que viene jugando y saltando en los grupos de regreso. ¿Será Jesús?... ¡Señor! ¡Así quiero yo buscarte! En los demás. De esta manera transcurre la segunda jornada. Para cada figura humana que aparece, la búsqueda ansiosa y el sobresalto: ¿Será Jesús? Llegan a Jerusalén ya de noche. Brillan de nuevo las estrellas. Silenciosas. ¡Si ellas hablaran!... El corazón de María, más turbado, pero Jesús está más cerca. La segunda noche de zozobras pasa lentamente, con los sobresaltos y angustias del corazón de la más pura de las madres, de la más limpia hija de Dios. Las luces del alba vuelven a traer alivio al corazón de la Inmaculada. En las primeras horas de la mañana, se dirigen al Templo, buscando allí a Jesús con preferencia. EL ENCUENTRO Por las calles, por las dependencias del Templo, sigue incesante la búsqueda. De pronto, ya en el ámbito del Templo, la madre oye el timbre de la voz del niño y se vuelve expectante. Allí está Jesús. Su corazón late más deprisa. Sentado en medio de los doctores: les escuchaba y les preguntaba 5. Los que le oyen están pasmados. Sus padres contemplan la escena maravillados. El corazón se acelera. María no aguanta más y se le escapa un grito: —¡Hijo! Todos miran a aquella mujer afortunada, que es madre de tal hijo. Cuando el Niño está junto a ellos, María le pregunta con el admirable equilibrio de quien sabe que aquel niño es su Hijo, pero también su Dios: —¿Por qué te has portado así con nosotros? Mira cómo tu padre y yo, llenos de aflicción, te hemos andado buscando. Jesús da una respuesta llena de madurez y autoridad: 33
  • 34. —¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que yo debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?6 María y José escuchan estas palabras como si todo se fulminara en un momento, y su voz llenara sus corazones, el Templo, el mundo, el firmamento entero; como si no hubiese nada delante de ellos fuera de la voz de Jesús: es la primera gran manifestación de Dios en la voz de su Hijo. Los padres guardan silencio. Sienten que sus corazones se resquebrajan. La vida de familia en Nazaret ha de terminar un día. ¡Surge el recuerdo de la misión! Él no ha venido sólo a ser un buen hijo de sus padres. Tres corazones sufren un desgarro. La voluntad de Dios ha de cumplirse. La dulce paz de Nazaret tiene que terminar un día. Es inútil aferrarse a ella. «Y por eso cuando la razón o la honra de Dios lo pide, debe el verdadero cristiano pasar de vuelo sobre todas las cosas humanas y poner debajo de los pies todas las criaturas»7. Y ésa es la misión santa de todas las madres: conducir al hijo al encuentro de su propio destino, y dejarlo después solo frente a su responsabilidad. No querer retenerlo. El hijo pertenece a Dios. Y a la misión señalada por Dios es a donde las madres han de conducir a sus hijos. «Los padres que aman de verdad (...), después de los consejos y de las consideraciones oportunas, han de retirarse con delicadeza»8. Los hijos tenemos que amar mucho a los nuestros, pues es un gratísimo precepto del Señor. Pero la familia de sangre no puede ser obstáculo para el cumplimiento de la misión santa señalada por Dios. Es dura esta doctrina, tan dura que los hombres la entienden con dificultad. Jesús lo sabía. Por eso quiso dejarnos, y precisamente a esa edad en que comienzan las dificultades, esa lección en su ejemplo. Jesús no pidió permiso para quedarse: se quedó sin que sus padres lo advirtiesen 9. «Gozoso y dramático al mismo tiempo es también el episodio (...). La revelación de su misterio de Hijo, dedicado enteramente a las cosas del Padre, anuncia aquella radicalidad evangélica que, ante las exigencias absolutas del Reino, cuestiona hasta los más profundos lazos de afecto humano»10. María sufrió lo indecible. Pero era necesario que tú, amigo, y yo aprendiéramos la lección. 1 Lc 2, 41. 2 Lc. 2, 44. 3 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., El Niño perdido. 4 Lc. 2, 45. 5 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., El Niño perdido. 34
  • 35. 6 Lc 2, 48-49. 7 LUIS DE GRANADA, o.c., cap. IX. 8 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid, 21.ª ed. 2003, nº. 104. 9 Lc 2, 43. 10 JUAN PABLO II, o.c., 20. 35
  • 36. MISTERIOS DE LUZ «Pasando de la vida de infancia y de la vida de Nazaret a la vida pública de Jesús, la contemplación nos lleva a los misterios que se pueden llamar de manera especial “misterios de luz”. En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es “la luz del mundo” (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino» (JUAN PABLO II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 21). 36
  • 37. I. BAUTISMO DE JESÚS El Jordán corre mansamente. Es mediodía. En la ribera derecha está Juan bautizando. En la otra orilla, a lo largo del río hasta que se pierde a la vista, una frondosa arboleda. Ni una nube en el cielo. Cerca estan la desembocadura del río y la ciudad de Jericó. Gozamos de una temperatura muy agradable. Todos sonríen al salir del agua. Tú y yo hemos venido arrastrados por el fluir de la gente. Las cercanías del Jordán, siempre vacías y silenciosas, desde la llegada de Juan se han visto invadidas por muchedumbres incontables que vienen con general alborozo para ver y escuchar a este hombre que es la penitencia personificada, pues viste un saco de pelos de camello, y traía un ceñidor de cuero a la cintura, sustentándose de langostas y miel silvestre1. Vienen, pues, a encontrarle las gentes de Jerusalén, de toda la Judea, de la ribera del Jordán, y los habitantes de la Perea y Galilea que, confesando sus pecados, reciben de su mano el bautismo en el río2. Es un bautismo para mover a la penitencia3. Una lavadura exterior que provoca en las almas el deseo de una purificación personal, para hacerse más gratos a los ojos de Dios y ser dignos de participar en el reino anunciado. Todos oímos su mensaje: —Haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos 4. Lo que nos pide Juan es una transformación total del alma, un cambio radical de los sentimientos más íntimos, una conversión sincera y definitiva, una ruptura con la vida anterior, en lo que ésta tuviera contrario al querer de Dios. En medio de su actividad, Juan ve acercarse a un varón de unos treinta años5, en el que se advierte un algo inexplicable para nosotros, que mantiene al Bautista parado y en silencio, mientras fija los ojos muy abiertos en el que viene hacia él. Juan, que no conocía a Jesús de vista, porque desde su niñez había vivido en el desierto, fue iluminado interiormente en el momento mismo en que Jesús se acercaba. Jesús, por su parte, quería someterse en todo a la Ley hasta que con su muerte de cruz se iniciara la Nueva Alianza, en la que la gracia y la verdad iluminarían las tinieblas y se sustituirían las imágenes por la realidad. Quiso, en consecuencia, cumplir la voluntad de su Padre y someterse al bautismo de Juan. Además quiso con ello mezclarse con los pecadores, ya que, sin tener pecado alguno, cargó sobre sí los pecados de todos. Decidió seguir la senda de la penitencia con todo rigor durante su vida. Y animarnos a la misma, dejándonos su ejemplo elocuente. Y nosotros, mirando en la misma dirección, con la muchedumbre, guardamos la misma actitud que Juan. Todos asombrados, la boca y los ojos abiertos, observamos aquella majestad y señorío con que Jesús de Nazaret se aproxima. Ha dejado a su Madre y la sosegada vida de su pueblo y viene, como uno más, a recibir el bautismo en el Jordán. 37
  • 38. Juan se resiste a ello diciendo: —Yo debo ser bautizado de ti, ¿y tú vienes a mí? A lo que responde Jesús, con voz dulce y sosegada: —Déjame hacer ahora, que así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia. Juan entonces condesciende con él 6. No es necesario que Jesús se bautice, pues es impecable; pero convenía que, como se había sometido a otros ritos anteriores de la Antigua Ley, se sometiera al bautismo de Juan en el momento en que inaugura su misión de Redentor y de víctima por los pecadores. El bautismo de Jesús es uno de los puntos culminantes de su vida. Aun siendo purísimos, el sol, la luna y las estrellas, ¿no se bañan en el mar?7 Toda la concurrencia, al ver a Jesús acercarse a Juan, nos retiramos respetuosamente, y alejados nos mantenemos mientras dura el diálogo entre ellos. Juan le bautizó en el Jordán 8. Y al salir del agua, estando Jesús en oración, se rasga el cielo, y vemos bajar sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma y posarse sobre Él mismo; y, acompañada de una gran luz, oímos esta voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado: en ti tengo puestas todas mis delicias 9. Todos caemos de rodillas. Tú, lleno de entusiasmo, me decías: —¡Yo lo he visto, yo lo he oído! Ya mi vida no puede ser como antes. Ha sido una manifestación de la Santísima Trinidad. Lo comunicaré a todos los que me encuentre y seguiré propagándolo: Yo lo he visto, yo lo he oído. Aunque el cielo se haya cerrado de nuevo, y no vea más que lo que antes veía, a pesar de que haya vuelto el silencio después de aquella voz y no oiga más que el murmullo del río y del viento... Yo lo he visto, yo lo he oído. —Tienes razón: Nada puede ser como antes. En cada bautismo se repetirá en cierto modo lo que ocurrió en el Jordán: se abrirá el Cielo, que es la herencia del nuevo cristiano; el Espíritu Santo descenderá sobre él; y el Padre celestial le hará hijo suyo, y, en consecuencia, le reconoce como hermano de Jesucristo y miembro del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. «Con aquella aparición y con aquella voz quedó Jesús solemnemente acreditado por Dios como el Mesías prometido; pues se cumplieron las señales que habían vaticinado los profetas: a) Dios le ha de ungir con el Espíritu Santo, que descenderá sobre él en toda su plenitud10; b) Él es el Hijo eterno de Dios, igual a Él en su esencia11; c) Él es el predilecto de Dios12. No lo fue Jesús por el bautismo, pues ya lo era en su sacratísima humanidad desde el momento mismo de la Encarnación; pero Dios lo quiso atestiguar solemnemente en esta ocasión»13. Ya sé que ser cristiano no es tarea fácil. «El cristianismo no es camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años»14; el Señor nos pide más. ¡Yo lo he visto, yo lo he oído! 38
  • 39. Desde ahora nuestra misión en la vida es cumplir puntualmente lo que Él quiera. No hemos nacido para otra cosa. «La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. (...) Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando el mundo»15. «Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él (...) entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto16, y el Espíritu Santo desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera»17. Se abren los cielos para manifestar que a los bautizados queda expedita la vía hacia ellos18. María, la Madre de Jesús, estaba en Nazaret cuando se produjo esta manifestación de Dios, ¿cómo se enteraría de ella? 1 Mc 1, 6. 2 Cfr. Mt 3, 5. 3 Cfr. Mt 3, 11. 4 Mt 3, 2. 5 Cfr. Lc 3, 23. 6 Cfr. Mt 3, 14-15. 7 Cfr. SAN MELITÓN, Pitra, Analecta sacra, t. 2, pp. 3-5. 8 Mc 1, 9. 9 Cfr. Lc 3, 21-22. 10 Cfr. Is 11, 2 ss; 61, 1; Act 10, 38. 11 Cfr. Ps 2, 6 ss; 44, 7 ss; 71, 6 ss. Is 7, 14; 8, 13-14; 9, 6; 35, 4; Mich 5, 2; Ierem 23, 6; 33, 16; Dan 7, 13 s.; 9, 24; Zach 12, 8-10; 13,7; Malach 3, 1. 12 II Reg 7, 13 s; 12, 25; Is 42, 1. 13 SCHUSTER-HOLZAMMER, Historia Bíblica, Nuevo Testamento, pág. 136. 14 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n.º 57. 15 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., n.º 65. 16 Cfr. Mt 3, 17 par. 17 JUAN PABLO II, o.c., 21. 18 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 39, a. 5. 39
  • 40. II. LAS BODAS DE CANÁ Tú y yo, aunque somos niños, estamos invitados por el novio. Sus padres habían vivido, como sus antepasados, en esta finca de las afueras de Caná, compuesta por una casa grande que encierra anchos espacios y por este patio empedrado con amplias losas y rodeado de este peristilo con sus arcadas interiores, que ha sido testigo de tantos juegos nuestros infantiles. Y, en medio, el brocal de piedra del pozo, con su armazón de hierro y su garrucha, preside nuestra presencia, como tantas veces anteriores. Fuera de la vivienda y en todas las direcciones, viñas y campos de labor, con el alegre verdor de la campiña de Galilea. A la sombra de algunos sitios de los acogedores soportales se habían dispuesto las mesas y los panes para el banquete de bodas. Todavía quedan viandas y dulces en bandejas dispersas, y los criados se apresuran en sacar jarras de vino, según lo va consumiendo la concurrencia. En un lugar del pórtico, precisamente el que está próximo a la puerta por donde salían los criados con los manjares, junto a las demás mujeres en sosegada tertulia, se hallaba la madre de Jesús 1. En otro lugar distante, también dentro de los soportales, en parecida conversación se encontraban los varones invitados y, entre ellos, Jesús con sus discípulos 2. Hace tiempo que ha terminado el banquete, pero los invitados siguen hablando y bebiendo en amigable convivencia. Sin que nadie lo advirtiera, María se ha levantado del lugar que entre las mujeres ocupaba y se dirige hacia el grupo de los hombres. Sus pasos no se oyen en la sala. A mitad de camino entre los dos grupos, ha llamado a su hijo con los ojos y espera. Jesús ha abandonado su lugar y ha salido al encuentro de su madre, que cuando le puede hablar en voz baja, le dice: —No tienen vino 3. ¿Cómo pudo ser que María fuese la primera en darse cuenta de ese bochorno y vergüenza que a los esposos amenazaba? Porque viviendo en los demás, estando atenta a lo que los otros pudieran necesitar, captó alguna mirada inteligente entre los sirvientes, o advirtió que cada vez tardaban más en sacar nuevas jarras llenas, o entendió cualquier otro gesto que a los demás se nos escapa. Que si es una condición femenina estar en los detalles, en esta ocasión sólo ella se da cuenta. Mujer por antonomasia. Manifiesta su cuidado y vigilancia, su participación en las circunstancias que pueden afligir a los demás, y su oficio maternal de intercesora. Tres palabras. Sólo tres contiene su oración. La fe, la esperanza y la caridad que pone en ellas no las podemos escuchar, pero Jesús sí. María no impone su súplica, presenta una necesidad con estas virtudes sublimes. A pesar de todo, el Hijo trata de eludir la petición de su madre con diez palabras: 40
  • 41. —Quid mihi et tibi est, mulier? Nondum venit hora mea 4. No la pudimos oír, pero es muy posible que esta frase fuera pronunciada por el Señor en dos momentos separados: —¿Qué nos va a mí y a ti, mujer? —El primero. Los romanos y los griegos usaban la palabra mujer cuando se dirigían a una señora principal, princesa o reina. La frase aramea correspondiente encierra una delicadeza de sentimiento, que ni el griego ni el latín han podido traducir. Y como viera a María inconmovible en su fe, acudió a un argumento supremo: —Aún no ha llegado mi hora. —El segundo momento. La hora de Dios. La hora eterna no ha llegado. Con estas palabras de Jesús, cualquiera hubiera dado el asunto por concluido, pues hubiera entendido claramente que no se podía hacer nada. María entiende que sí. ¿Por qué entiende que sí, si está claro que Jesús ha dicho que no? Aparte de la omnipotencia suplicante de María, es también un modo muy humano de proceder el usado por Jesús, con el que decimos que no pero queremos que entiendan que sí. Pero por encima de las palabras hay un mutuo entendimiento entre María y Jesús, que a nosotros se nos escapa. Ella sabía que Jesús haría, a pesar de todo, lo que pedía. Los hombres en su grupo, y las mujeres en el suyo, no son conscientes de esta oración sublime de la madre de Jesús, de su poder, que consigue de su Hijo cuanto quiere. ¡Dichosos los que la invitan a todas sus cosas! Como entiende que sí, pues conoce el corazón de su Hijo mejor que nadie, se dirige a los criados, que conscientes del problema se habían agrupado discretamente ante lo que parecía una amenaza común, y señalando con el dedo a Jesús, les dice: —Haced lo que él os diga 5. Había allí, junto al pozo, en medio del patio, seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, a estas horas casi vacías pues se habían utilizado al comienzo del banquete, cada una con capacidad de dos o tres metretas 6. La metreta equivalía a un poco menos de cuarenta litros, por lo que podían contener en total de quinientos a setecientos litros. Jesús manda que las llenen: —Llenad de agua aquellas tinajas 7 . Los sirvientes se emplean a fondo en la obra que les ha indicado el Señor. Y aunque les pareciera original la petición y fuera de lo ordinario, obedecen sin ninguna vacilación. No saben en qué va a terminar aquello, pero su misión de momento está clara. Y responden con generosidad en lo que se les pide hacer. Et impleverunt eas usque ad summum 8. Y las llenaron hasta arriba. Hasta que no podía caber más. Jesús les dijo después: Sacad ahora y llevad al maestresala 9. Apenas probó el maestresala el agua convertida en vino, como él no sabía de dónde era, aunque sí lo sabían los sirvientes que lo habían sacado, llamó al esposo y le dijo: Todos sirven al principio el vino mejor y cuando los convidados han bebido ya a 41
  • 42. satisfacción, sacan el más flojo; tú, al contrario, has reservado el buen vino para lo último. Así en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros, con que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron más en él 10. «Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María»11. Cuando toda la concurrencia se admira del milagro, cuando no se piensa ni se habla de otra cosa, cuando todos se apresuran a probar el agua convertida en vino y abren sus almas a Dios, María ya está sentada donde antes estaba, sin que su ausencia haya sido notada. Dios se reservó hacer prodigios inusitados para inducir a los hombres a adorarlo a través de estas maravillas, ya que no prestamos atención a las constantes obras de Dios a las que estamos acostumbrados12. Después de esto pasó a Cafarnaún con su madre, sus parientes y sus discípulos, y, entre ellos, tú y yo. En Cafarnaún vivían Pedro, Andrés, Juan y Santiago. Allí llamó Jesús a Mateo en su trabajo, mientras cobraba impuestos; allí con preferencia enseñó Jesús y obró muchos milagros: curó al siervo del Centurión, a la suegra de Pedro, al hijo del funcionario real, a la hemorroisa, al que fue introducido por el tejado, etc. Y resucitó a la hija de Jairo. Allí hizo la promesa de la Eucaristía. Por el camino íbamos pensando en el milagro del Señor y en la maravillosa atención maternal de María, que lo hizo posible. «Entre tantos invitados de una de esas ruidosas bodas campesinas, a la que acuden personas de varios poblados, María advierte que falta el vino. Se da cuenta Ella sola, y enseguida. ¡Qué familiares nos resultan las escenas de la vida de Cristo! Porque la grandeza de Dios convive con lo ordinario, con lo corriente. Es propio de una mujer, y de una ama de casa atenta, advertir un descuido, estar en esos detalles pequeños que hacen agradable la existencia humana: y así actuó María»13. Tú le dijiste a la Virgen que querías estar siempre junto a ella, contar con ella en todo y para todo y responder, en lo que quisiera pedirte, como los criados de la boda, hasta que no pudieras hacerlo mejor: Usque ad summum. 1 Jn 2, 1. 2 Jn 2, 2. 3 Jn 2, 3. 4 Jn 2, 4. 5 Jn 2, 5. 6 Jn 2, 6. 7 Jn 2, 7. 8 Jn 2, 7. 42
  • 43. 9 Jn 2, 8. 10 Jn 2, 9-11. 11 JUAN PABLO II, Rosarium Virginis Mariae, 21. 12 Cfr. SAN AGUSTÍN, Comentario al Evangelio de San Juan, 8, 1. 13 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, n.º 141. 43
  • 44. III. JESÚS ANUNCIA EL REINO DE DIOS INVITANDO A LA CONVERSIÓN El Señor, cuando oyó que Juan había sido encarcelado, se retiró a Galilea 1 . Y desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos 2 . Tú y yo habíamos oído hablar de Jesús. Eran sus enseñanzas tan llenas de vida que atraían con fuerza a todos, y un día, al caer de la mañana, vimos en torno de Él un numeroso grupo. Nos acercamos para oírle. Había entre el grupo sinvergüenzas conocidos y pecadores públicos, a los que Jesús trataba con afecto, muy lejos de la dureza de jueces inflexibles que les ofrecían los fariseos. Llegamos a tiempo para escucharle: UNA PARÁBOLA Un hombre tenía dos hijos; el más joven de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Y les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo más joven, reuniéndolo todo, se fue a un país lejano y malgastó allí su fortuna viviendo lujuriosamente 3. Todos escuchamos con la boca abierta. Yo pienso que es el drama de siempre, el drama de hoy. Los hombres se suceden en la historia, y presentan la misma ceguera porque traen el mismo desorden original en su naturaleza y no les sirve la experiencia ajena. Cada uno cree que él es el centro del mundo, la soberbia personal les impide ver más allá de sus ca- prichos, de sus pasiones, de su egoísmo. Desamora- dos, no les importa el dolor de los que sufren por su causa y les quieren bien. «A mí no me pasará, dicen» cuando se les hace ver parecidas desgracias. Y luego les pasa. Todos pensamos en casos conocidos. El padre sufre en silencio y respeta la voluntad de su hijo. Aunque sabe perfectamente en qué acabará aquella locura. Como Dios, que quiere que le sirva- mos en libertad. Pues «Dios no quiere esclavos, sino hijos, y respeta nuestra libertad»4 Las palabras del Señor hacen pensar en una familia de buena posición económica que vive casi autárquicamente en una finca muy bien administrada, le- jos de otras fincas y de otros grupos sociales, que ocupa una casa amplia en medio de pastizales y tierras de labor. El sueño dorado de cualquier hombre es despreciado por el pródigo, que se da prisa en vender su fortuna y alejarse a caballo de la casa de su padre, sin volver la cara, 44
  • 45. para correr tras su proyecto del momento. No quiere escuchar ninguna razón distinta a su capricho insensato. La locura del pecado Irse a un país lejano se hace siempre que se le vuelve la espalda a Dios. Cuando se vive sin Él, o se pierde la gracia. Irse a un país lejano es vivir en pecado. En un país lejano y mientras duró el dinero, abundaron los amigos. Y fue quedándose solo a medida que la bolsa se vaciaba. «Después de gastar todo, hubo una gran hambre en aquella región y él empezó a pasar necesidad. De resultas se puso a servir a un morador de aquella tierra, el cual lo mandó a su granja a guardar cerdos. Allí deseaba con ansia henchir su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie se las daba» 5. Siempre pasa lo mismo. En el orden sobrenatural tanto como en el natural. Es verdad que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero no sólo el hombre de cada generación, con frecuencia es el mismo inpiduo el que da los tropezones. El fin trágico es como acaba siempre el camino del soberbio. Su hambre nos habla del vacío que siente el hombre cuando se ha alejado de Dios, así como esa servidumbre en la que vino a caer nos manifiesta la esclavitud del que ha pecado. En el joven de la historia, la penosa situación en la que se había colocado le hizo ponerse en razón y volver en sí: ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre tienen pan en abundancia, y yo perezco aquí de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: padre, he pecado contra el Cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose se puso en camino hacia la casa de su padre6. Ponerse en razón y volver en sí. La extrema diferencia entre su personal situación de miseria en la que se había sumergido y el recuerdo de lo que había abandonado es el principio externo de su conversión. Ahora, un dueño cruel que prefiere a los cerdos; antes, un amor paterno lleno de ternura. Ahora, un hambre atormentadora; antes, con su padre, todos vivían en abundancia. Ahora está solo, sin que nadie se interese por él; en casa de su padre, todos los suyos le rodeaban de cariño. Es la suya una actitud penitente, que termina en una firme resolución y en una confesión sincera. Y sin esperar más se puso en camino. Mientras duró todo su alejamiento —pensamos— al padre no se le caía ni un solo instante del corazón el hijo ausente. Cuando se sentaba a la mesa familiar, los ojos y el pensamiento del padre se dirigían en silencio hacía aquel lugar vacío, en donde él mismo había ordenado que se siguiera colocando su cubierto como si estuviera presente. Las pausas de su actividad siempre estaban ocupadas por el recuerdo del pródigo. Algunos notaron que los ojos del padre se habían hecho más pequeños desde la partida del ingrato y que la ilusión que antes ponía en sus proyectos había desaparecido. 45
  • 46. Muchos le veían andar por los campos y detenerse con frecuencia para mirar hacia el lugar del horizonte por donde vio a su hijo desaparecer la última vez. Su consuelo principal era esperar que volviera. El hijo sabía, a pesar de sus locuras, que su padre, como Dios, era bueno y comprensivo. Dios espera siempre el arrepentimiento y la vuelta del pecador. Volver «La vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición, esa conversión del corazón que supone el deseo de cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida (...). Volver hacia la casa del Padre, por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios. Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda (...), hace falta sólo que abramos el corazón (...), que nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos»7. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se compadeció; y corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y le dio mil besos 8. «Estas son las palabras del libro sagrado: le dio mil besos, se lo comía a besos. ¿Se puede hablar más humanamente? ¿Se puede describir de manera más gráfica el amor paternal de Dios por los hombres?»9. Mientras que el padre le besaba y le abrazaba lleno de alegría, comenzó a decirle el hijo: «Padre, he pecado contra el Cielo y contra ti: ya no soy digno de llamarme hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus criados: —Pronto, traed aquí el vestido más precioso y ponédsele, ponedle un anillo en el dedo, y calzadle las sandalias; traed el ternero cebado y matadlo, y vamos a celebrarlo con un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado. Y se pusieron a celebrarlo 10 . La alegría del padre «indica un bien inviolado: un hijo, por más que sea pródigo, no deja de ser hijo real de su padre; indica, además, un bien hallado de nuevo (...), la vuelta a la verdad de sí mismo»11. «La alegría es un bien cristiano. Únicamente se oculta con la ofensa a Dios»12. La alegría del Padre, con la que parece que quiere tirar la casa por la ventana, y su espléndido recibimiento, que algunos no comprenden, comenzando por su hermano mayor, no es un premio al comportamiento anterior del pródigo, sino la manifestación de esa felicidad que produce su regreso en el corazón de quien le quiere. La recuperación del hijo es un valor que está por encima de cualquier cálculo material: Hijo mío, respondió el padre, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: mas era muy justo el tener un banquete, y regocijarnos, por cuanto este, tu hermano, había 46
  • 47. muerto, y ha resucitado; estaba perdido y se ha hallado 13. «Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (...) iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo»14. A pesar de todo, vemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a Él. Noé predicó la penitencia, y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón a Dios15. ¿Tenía madre el hijo pródigo? Nosotros sí, que es también la madre de Dios y causa de nuestra alegría. UNA ESCENA En su camino a Galilea, quiso pasar por Samaría. Llegó, pues, a la ciudad de Samaría, llamada Sicar... Aquí estaba la fuente de Jacob. Jesús, pues, cansado del camino, se sentó así sobre la fuente 16. Jesús cansado. Lleva ocho horas andando. Desde las cuatro de la mañana, pues cuando se hacen viajes a pie, para que cunda el día, se aprovecha la madrugada. Cansado y bajo el sol del mediodía. Sentado en la primera pila de piedra del abrevadero. No hay una sombra que se apiade del cansancio del Señor. Solo. Los discípulos han ido a la ciudad a comprar de comer. Sudoroso. Sus sandalias, sus pies y la parte inferior de sus vestidos, con el polvo del camino. El rostro arrebatado por el sol, el calor y el cansancio. Sus codos apoyados en las rodillas, el mentón en sus manos. Tiene sed. Tiene hambre. Delante de él, las mieses blancas ya y a punto para la siega, que se pierden en el horizonte, sobre la llanura más extensa de los montes de Efraín. Al mirar estas mieses, sus negros ojos penetrantes, que atraviesan inmutables los tiempos y los espacios, ven otras mieses de otros campos, de otros siglos. Es conmovedor ver al Señor agotado. Sólo se escuchan en el silencio las cigarras, que con su estridente y monótono ruido hacen más pesado el calor del mediodía. Las espigas apenas se oyen al ser movidas suavemente por el viento. Es principio del verano. Vino una mujer samaritana a sacar agua17. Había salido de su casa con la hora más fuerte del sol. Cuando están los caminos y el pozo desiertos, cuando nadie va por agua. No quiere que las muchachas de su pueblo critiquen, con su pudor y su vergüenza, la mala vida de ella. Venía sola. Con su cántaro a la cadera, bajo el velo blanco de anchas rayas azul pálido, brillan para ella sola los collares de su cuello y las sortijas y pulseras de sus manos, que la dejan tan vacía como los caminos que transita. 47
  • 48. Solamente las mieses vigorosas de uno y otro lado del camino, como blandas murallas, eran los mudos testigos de su paso. No advertía que su vida era un trasiego inútil. Cuando entró en el escenario, centrado por el pozo, oculto antes por las mieses, al final del último recodo del camino, advirtió que hoy no iba a estar sola. Un extraño peregrino está sentado de espaldas a ella junto al brocal. Inmediatamente se dispuso a no saludar. Primero, por hombre y, después, por judío. Estaba mal visto que un hombre y una mujer hablaran en campo descubierto. Por otra parte los samaritanos y los judíos tenían una antigua enemistad. Y así, como si hubiera entrado en la escena una sombra, se puso a trabajar la mujer, y extraía agua de uno de los pozos más profundos de Palestina. Jesús oye el caer del saco de piel de cabra en el umbrío fondo del pozo, y el retorno de las gotas que se desprenden al izarlo, como una música rústica y fresca, que alegran el ambiente de sequedad y de silencio. Y el derramarse del agua extraída en el cántaro de barro, cada vez con notas nuevas, hasta que rebosa. Iniciar el diálogo La mujer se muestra indiferente a la presencia del Señor. Hace su trabajo como si estuviera sola, pero sus ojos observan a la vez al peregrino con una mirada esquiva, dispuesta a recogerse en la indiferencia al primer riesgo de ser sorprendida. Cuando, sin cambiar su discreta postura, ha recogido la larga cuerda y se ha puesto el cántaro a la cadera, Jesús se vuelve a ella y le dice: —Da mihi bibere. ¡Dame de beber!18. La petición es una oportunidad para la mujer de crecerse más. Estima que sea una ocasión para humillar a su rival, y responde: —¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? 19. El aceptar hablar con el Señor, es sin embargo el primer paso hacia la conversión. Jesús, sin entrar en el terreno social o político que presenta la mujer, desvía la conversación hacia algo más personal e importante, pues no excluye a nadie de su Reino, y le dice: —Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice dame de beber, puede ser que tú le hubieras pedido a él, y él te hubiera dado agua viva 20. Ya se ha iniciado la conversación, es el comienzo de la amistad. Jesús empieza aludiendo a las cosas materiales inmediatas, al agua que tiene la mujer en su cántaro, y enseguida eleva el pensamiento a cuestiones más altas. La mujer no se siente tan segura como antes: su alma empieza a abrirse al misterio. Tiene abrazado su cántaro de barro, su cántaro de siempre, en el que únicamente ha querido apagar su sed, pero su interés y sus ojos están ya en Jesús. Hay tres cuestiones en las palabras del Señor que la inquietan: «don de Dios», «quién es el que te dice» y «agua viva». Quiere disimular el cambio que en ella comienza a operarse. Está de pie junto al pozo, deja sobre el brocal el saco de cabra y la cuerda y mira al fondo, inclinándose. Abajo hay 48
  • 49. agua viva, pero quien le habla no tiene ni cuerda ni con qué sacarla, y, mientras acompaña sus palabras con una sonrisa amable, dice: —Señor, tú no tienes con qué sacarla, y el pozo es profundo: ¿dónde tienes, pues, esa agua viva?¿Eres tú por ventura mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él mismo, y sus hijos y sus ganados? 21. Interesada por el misterio y abrazada al agua de su cántaro. Es posible que contestara estas palabras con cierto retintín. Asoma el orgullo nacional de los samaritanos, que cuentan a Jacob entre sus ascendientes 22. La aparente serenidad de la mujer, sin embargo, es traicionada por el «Señor» que se le escapa. Antes ha hablado a Cristo de «tú». Al tomar en serio las palabras de Jesús, da otro paso en su transformación. Y afloran sus sentimientos religiosos. Jesús no se ofende. Iniciado el trato de amistad, lo que importa es mantener el diálogo, así podrá seguir iluminando su alma. La amistad no es una táctica, es un amor operativo. No hacemos amigos para hacer apostolado, sino que hacemos apostolado con nuestros amigos para ser más amigos, pues la caridad es amistad, que consiste en amar y ser amado, pero más en amar que en ser amado23. Y somos amigos de todos. —Cualquiera que bebe de esta agua, tendrá otra vez sed; pero quien bebiere del agua que yo le daré, nunca jamás volverá a tener sed; antes, el agua que yo le daré vendrá a ser dentro de él un manantial de agua que manará sin cesar hasta la vida eterna 24. Jesús, con estas palabras, tampoco responde a las preguntas de la Samaritana; pero sí a su oculto presentimiento y a lo que importa para su conversión. Va derecho al eje principal de la conversación, sin tener en cuenta las cuestiones secundarias que plantea la mujer 25. —Señor, dame de ese agua, para que no tenga yo más sed, ni haya de venir aquí a sacarla 26. No sabe aún qué agua le ofrece el Señor. Pero la pide en su oración. La oración es algo que los hombres olvidan pronto. Sin embargo es tan necesaria que sin ella es imposible salvarse 27 . La confidencia Hasta aquí se ha ido fraguando la amistad, es ahora cuando empieza la confidencia, forzando la conversación sin perder tiempo. El Señor va a plantear la conducta de la mujer de una manera tan natural y delicada que nadie puede ofenderse. Pero, a pesar de todo, lo va a hacer cuando ya podía confiar en la amistad conseguida. —Anda, llama a tu marido, y vuelve con él aquí 28. La mujer cree que se ha equivocado el Señor y, lacónica, porque prefiere huir del tema, contesta con verdad: —No tengo marido 29. 49
  • 50. Pero está interiormente inquieta. Quisiera borrar su pasado maldito y se esfuerza para que su lucha no se manifieste al exterior. Pero el caminante cansado le habla aún más claro, lo que hace que ella vaya de sorpresa en sorpresa: —Tienes razón en decir que no tienes marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes, no es marido tuyo: en eso verdad has dicho 30. El tacto y la gracia del Señor harán que la mujer pase, de pecadora, a pregonera de Cristo. Su rostro, al oír al Señor, mitad frívolo, mitad sorprendido, llevándose la mano a la boca con el dedo índice curvado, y abriendo los ojos ampliamente, «replica con una de esas frases que siempre tienen a punto los orientales, especialmente las mujeres, en el momento crítico»31. Con ella confiesa su vergüenza y hace un acto de fe: —Señor, veo que eres un profeta 32. Se da cuenta de que tiene delante a un hombre extraordinario, que ve lo que hay en el alma y conoce el pasado, que sólo es patrimonio de la conciencia. E intenta desviar el pensamiento: —Nuestros padres adoraron a Dios en este monte —dice, señalando con su mano la cumbre del Garicím—, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar donde hay que adorarle 33. —Créeme, mujer, que viene la hora en que ni a este monte, ni a Jerusalén estará vinculada la adoración al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salud viene de los judíos 34. La Samaritana tiene, sin embargo, una inquietud religiosa sincera. Jesús ha hablado con tal delicadeza, que ella se siente completamente ganada por su bondad. No sabe qué admirar más: si su don profético o su mansedumbre. —Sé que va a venir el Mesías, el que se llama Cristo; cuando él venga, nos manifestará todas las cosas 35. La conversación, por caminos hacia la amistad y después en confidencia, ha elevado a la mujer constantemente. Ya está a la altura suficiente para escuchar lo que Jesús le va a revelar, cuando ella habla del Mesías esperado: —Soy yo, el que habla contigo 36. La información ha terminado y ella se ha convertido: dejando allí su cántaro 37, y toda la vida anterior que representa, corre a su pueblo a anunciar a Cristo. Hoy se la venera como santa. Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús invita a la conversión 38. 1 Mt 4, 12. 50
  • 51. 2 Mt 4, 17. 3 Lc 15, 11-13. 4 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., n.º 129. 5 Lc 15, 14-16. 6 Lc 15, 17-20. 7 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., n.º 64. 8 Lc 15, 20. 9 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, l.c. 10 Lc 15, 21-24. 11 JUAN PABLO II, Encíclica pes in misericordia, n.º 6. 12 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, o.c., n.º 178. 13 Lc 15, 31-32. 14 JUAN PABLO II, Rosarium Virginis Mariae, 21 15 Cfr. SAN CLEMENTE ROMANO, Carta a los Corintios, cap. 7, 8, 13. 16 Jn 4, 5-6. 17 Jn 4, 7. 18 Jn 4, 7. 19 Jn 4, 8. 20 Jn 4, 10. 21 Jn 4, 11-12. 22 Cfr. FLAVIO JOSEFO, Antigüedades judaicas, 11, 8, 6. 23 Cfr. ETIENNE GILSON, Elementos de filosofía cristiana, Rialp, Madrid 1970, pág. 331. 24 Jn 4, 13-14. 25 Cfr. LOUIS CLAUDE FILLION, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, 8.ª edic. española, Madrid 1965, pág. 318. 26 Jn 4, 15. 27 Cfr. SAN ALFONSO M. LIGORO, Práctica del amor a Jesucristo, 9.ª ed. 2001, Rialp, Madrid, págs. 134-135. 28 Jn 4, 16. 29 Jn 4, 17. 30 Jn 4, 17-18. 31 F. MIGUEL WILLIAM, La Vida de Jesús en el país y pueblo de Israel, Espasa-Calpe, Madrid, 6.ª ed. 1964, pág. 138. 32 Jn 4, 19. 33 Jn 4, 20. 34 Jn 4, 21-22. 35 Jn 4, 25. 36 Jn 4, 26. 37 Jn 4, 28. 38 Cfr, JUAN PABLO II, o.c., 21. 51
  • 52. IV. LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS EL TABOR Seis días después de haber anunciado a sus discípulos lo mucho que tendría que sufrir, su muerte y su resurrección, tomó Jesús consigo a Pedro y a Santiago y a Juan su hermano, y subiendo con ellos solos a un alto monte, se transfiguró en su presencia 1. Así como la Transfiguración fue inmediatamente precedida por el anuncio oficial de la Pasión, fue inmediatamente seguida del mismo anuncio. Pedro, Santiago y Juan, «los íntimos entre los íntimos», como los llama San Juan Crisóstomo, sus amigos del alma. Son los mismos que acompañaron a Jesús cuando la resurrección de la hija de Jairo y los que estarán más cerca de Él durante la agonía en el huerto de Getsemaní. Los demás discípulos se quedaron en una aldea cercana al Tabor. Este monte, de singular belleza, con un perfil semiesférico, se levanta simétrico y gracioso, pues sus vertientes siempre verdes, cubiertas con césped, árboles y arbustos de hoja perenne, contrastan con la ausencia de vegetación en las próximas colinas. Su altura no es grande, pero por estar aislado, parece más alto de lo que es en realidad. Y desde su cima se pisan espléndidos panoramas, dando la impresión de que se observan desde gran altura, pues todo aparece allá abajo hasta que se pierde la vista en la lejanía. Emprendieron la subida ya bastante avanzada la tarde y no volverán a los suyos hasta el día siguiente. Tardaron una hora en subir. La noche la pasarán en el monte. Llegados a la cima, Jesús se recogió en oración. Una vez más le vemos preferir las horas sosegadas de la noche para estar en intimidad con el Padre. EN LA ORACIÓN Y mientras estaba orando, apareció persa la figura de su semblante y su vestido se volvió blanco y refulgente 2, de forma que sus vestidos aparecieron resplandecientes y de un candor extremado como la nieve, tan blancos que no hay lavandero en el mundo que así pudiese blanquearlos 3. Y eso que en la antigüedad clásica algunos personajes importantes vestían túnicas de lino con un brillo famoso, que podía compararse con la nieve. Pero el ingenio humano es nada frente al poder de Dios. Por eso, los vestidos de Jesús no sólo tenían una blancura extraordinaria, sino que iluminaban. Blancos como la luz, resplandecían. 52
  • 53. El cuerpo del Señor se transfiguró, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol 4. Sus facciones, que seguían siendo las mismas, adquirieron una belleza única y un deslumbrante resplandor. Se ha visto a personas santas que en ciertos momentos de su vida se han transfigurado: en la Comunión, en la oración, o en el momento de la muerte5. El Éxodo nos enseña que cuando Moisés descendió del Sinaí traía el rostro tan resplandeciente que los hombres de su pueblo no podían fijar su mirada en él 6. Los evangelistas sugieren que esta luz no caía sobre él, sino que de él procedía. Pero en esta ocasión, ya no es el caudal de hermosura, que desde un alma santa se desborda luminosamente en su cabeza. Es la Humanidad de Cristo, unida a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que a través de un rostro de hombre muestra su esplendor. La Transfiguración no es un milagro, sino la suspensión de un prodigio habitual, por el que Jesús velaba, por amor a nosotros, la gloria que le pertenecía y con cuyo resplandor hubiera iluminado sin cesar su Humanidad santa mientras durara su vida en la tierra. Pero no era conveniente para la finalidad de la Encarnación esta gloria. Ahora la muestra para movernos al deseo del cielo que se nos dará. Con esta esperanza comprendemos que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros 7. Y se vieron de repente dos personajes que conversaban con él, los cuales eran Moisés y Elías, que aparecieron de forma gloriosa y hablaban de su salida del mundo, la cual estaba para verificarse en Jerusalén 8. Eran Moisés y Elías dos testigos de la Transfiguración que acudían enviados por el cielo, como los tres apóstoles habían sido traídos por Jesús. Eran necesarios dos o tres testigos para dar fe de un hecho, según el Deuteronomio9. Los dos, grandes personajes del Antiguo Testamento y muy queridos por Dios. Moisés representaba la Ley, y Elías a los profetas. Hablan de la Pasión, por la que había de pasar antes de elevarse al cielo. La Cruz proyectaba su sombra sobre la Transfiguración. Llegó la conversación a su término y los dos personajes que habían venido comenzaron a despedirse. Era de noche. Entonces Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: Señor, qué bien estamos aquí; si quieres, hagamos aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías 10. No sabía lo que decía. Se había olvidado de las limitaciones de su vida en la tierra y, fuera de sí por las maravillas que veía, quería continuar disfrutando de ellas. LA VOZ DEL PADRE De pronto, mientras Pedro hablaba, se produjo un nuevo cambio en la escena: una nube resplandeciente envolvió a Jesús y a sus dos compañeros Moisés y Elías. Una nube parecida a otras, que muchos siglos antes en la vida del pueblo de Israel, habían manifestado la presencia de Dios. Y una voz que salía de la nube decía: 53
  • 54. —Este es mi querido Hijo, en quien tengo todas mis complacencias; a él habéis de escuchar 11. ¡A Él habéis de escuchar! Era la voz del Padre. Daba del Hijo un nuevo testimonio. Con la breve exhortación del final, manifiesta que Jesús es el legislador supremo de la nueva Alianza, confirma totalmente su doctrina como Maestro infalible y manda que todos le obedezcamos como Rey omnipotente. Su pueblo podrá cerrarle las puertas y no recibirle, pero Él será siempre el Amado de Dios. Al oír la voz de Dios, los discípulos cayeron sobre su rostro en tierra y quedaron poseídos de un gran espanto 12. Asustados, arrojados sobre la tierra, se cubrieron los ojos con las manos, sin ánimo para levantar la mirada. Así permanecieron hasta que Jesús se llegó a ellos, los tocó y les dijo: —Levantaos y no tengáis miedo 13. Y alzando los ojos, no vieron a nadie, sino sólo al Señor, con su aspecto de siempre. La Transfiguración había pasado; pero quedó impresa en su alma de un modo imborrable. Hemos asistido, al contemplar la Transfiguración, a una de las pruebas más contundentes de la naturaleza y misión divinas de Jesús. «Misterio de luz por excelencia es la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la pinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo acredita ante los apóstoles extasiados para que lo “escuchen”14 y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión»15. Como Pedro, arrebatado por la aparición y visión divina, transfigurado por la transfiguración, desasido del mundo, seamos nosotros también; volvamos al Creador: ¡Qué bien se está aquí!16. ¿Y María? ¿Se enteraría, estando en Nazaret, de lo que había ocurrido sobre el monte Tabor? 1 Mt 17, 1-2. 2 Lc 9, 29. 3 Mc 9, 2. 4 Mt 17, 2. 5 Cfr. LOUIS CLAUDE FILLION, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, II, pág. 289, Rialp, Madrid 2000. 6 Ex 34, 29. 7 Rom 8, 18. 8 Lc 9, 30-31. 9 19, 15. 10 Mt 17, 4. 11 Mt 17, 5. 54
  • 55. 12 Mt 17, 6. 13 Mt 17, 7. 14 Cfr. Lc 9, 35 par. 15 JUAN PABLO II, o.c, 21. 16 Cfr. SAN ANASTASIO EL SINAÍTA, Sermón en el día de la Transfiguración, n. 8. 55
  • 56. V. LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA, EXPRESIÓN SACRAMENTA DEL MISTERIO PASCUAL EN EL CENÁCULO Estamos tú y yo en el Cenáculo. Hemos subido por la escalera que arranca del patio y termina en un extremo de la sala. En el otro, junto a las ventanas, Pedro y Juan 1 han preparado todo lo necesario para la celebración de la Cena Pascual. Es una sala espaciosa, que está en el primer piso de la casa. Adornada con alfombras y tapices, con poca luz, pues ya son las primeras horas de la noche 2 del Jueves Santo. Aunque se hubiera intentado iluminarla más profusamente, tampoco se disiparían las sombras del todo, porque la luz que desprenden las lámparas de aceite es poco intensa. Sabiendo lo que sabemos, pero como si no supiéramos nada, logramos entrar sin ser notados. La escalera que nos ha traído al Cenáculo continúa hacia la azotea, cruzando el paño interior de la pared hacia el piso de arriba. Y deja dentro de la sala el volumen de su paso, pues está tapiada y cerrada en sí misma, Nos escondemos debajo con el propósito de asistir sin ser vistos a la Última Cena. Contemplaremos todo. Oímos el sonido de las trompetas de plata del Templo dando la señal de comenzar este rito a todas las familias de la ciudad. Presenciamos la entrada del Señor y de los apóstoles, que ocupan los panes preparados en semicírculo. Como es la costumbre ahora por influencia de romanos y griegos. Antes los judíos comían el cordero pascual de pie, los lomos ceñidos y el báculo en la mano, como viajeros a punto de emprender el camino. Nos impresiona vivamente ver que Jesús se levanta, se quita el manto, se ciñe una toalla y se pone a lavar los pies de sus discípulos 3. Vemos desde nuestro escondite la cara de asombro de los Apóstoles, sorprendidos. En plena conciencia de su pinidad, se rebaja al extremo de hacer oficio de esclavo con sus criaturas humanas. Un gesto para la enseñanza de todos nosotros. Oímos las palabras de Jesús y deducimos la amarga espina que lleva clavada en el corazón por Judas. A éste le resbala todo. Tiene ya su sistema de justificación. Y nos asusta la cerrazón en la que podemos caer los hombres, apegados a caprichos personales. Y Jesús llega a ponerse a los pies de Judas, para lavárselos. Y Judas no se conmueve. LA EUCARISTÍA 56
  • 57. Seguimos atentos el proceso de la Cena, y nos aproximamos a su fin, «hasta que se pasa al verdadero Sacramento de la Pascua», en frase de San Jerónimo4, pues tomando Jesús un pan ázimo, lo bendice, lo parte en trozos pequeños y lo da a sus discípulos diciendo: TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL: PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS. Del mismo modo, toma el cáliz que había circulado ya varias veces entre los apóstoles durante la Cena pascual, vierte vino tinto, que es el más corriente en la tierra, da gracias de nuevo, lo bendice y lo da a sus discípulos diciendo: TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL: PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR TODOS LOS HOMBRES PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS. HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA. Cuando el Salvador pronuncia estas palabras tan sencillas de la consagración, se opera un cambio en la sustancia, de modo que el pan que tenía en sus manos, ya no es pan, se ha convertido en su Cuerpo; y el vino que tiene la copa, ya no es vino, se ha convertido en su Sangre. Él nos había dicho antes: Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí mora, y yo en él 5. Parece ser que la copa que utilizó el Señor en su Última Cena no tenía la forma de nuestros cálices actuales. Era un vaso, según los datos arqueológicos, de boca muy ancha y poca profundidad, sobre un pie muy bajo y con dos asas pequeñas, según los usos judíos de aquel tiempo, por influjo también de Grecia y Roma. El ritual judío ordenaba que el vino se rebajara con un poco de agua en las copas de la cena pascual. La que contenía la Sangre del Señor fue pasando de uno a otro de los Once, hasta que bebieron de ella todos 6. Cuando nuestro Señor manda a los Apóstoles «haced esto en conmemoración mía» no se trata, pues, de recordar meramente una cena, sino de renovar su propio sacrificio pascual del calvario, que está anticipadamente presente en la Última Cena7. De esta manera tan sencilla instituye el Señor el Sacramento del Altar. Tú y yo sentimos la necesidad, puestos ya de rodillas, de callar y adorar. Pensamos que estas palabras son de las más importantes que pronunciaron los labios del Salvador. Con ellas funda el Sacrificio de la nueva Alianza, el Sacramento de la Eucaristía y el Sacerdocio cristiano. No quiso el Señor que la Pascua cristiana fuera un hecho pasajero. Por eso, al mismo tiempo que el Sacramento de la Eucaristía, fundó el Sacramento del Orden, dando a sus apóstoles —y en ellos a sus sucesores en el sacerdocio— el poder de producir la transubstanciación como lo hizo Él mismo. Al día siguiente, en su inmolación, Jesús será la víctima cruenta de valor infinito, y será Él mismo quien la ofrezca como sumo sacerdote de la Nueva Alianza. Quiso, además, sacrificarse incesantemente por nosotros a su pino Padre, como víctima incruenta: para eso fundó el Sacramento del Orden, que da a los ordenados la capacidad de renovar «in persona Christi» el santo sacrificio del Calvario. 57
  • 58. La Eucaristía es «la principal y central razón de ser del Sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella»8. «Cada vez que en la Iglesia se conmemora el sacrificio de Cristo, hay una aplicación a un nuevo momento en el tiempo y una nueva presencia en el espacio del único sacrificio de Cristo, que ahora está en la gloria»9. EL AMOR «No nos legará un simple regalo que nos haga evocar su memoria (...). Bajo las especies del pan y del vino está Él, realmente presente: con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su pinidad»10 . El Señor prolonga la conversación. Se detiene mucho tiempo con los Apóstoles. Ésta es la cena de despedida. Jesús los instruye: —Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, vosotros os améis también los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis un tal amor unos a otros 11. Les anuncia las negaciones de Pedro, les exhorta a la confianza y promete el Espíritu Santo. Les dice: —La paz os dejo, mi paz os doy (...) No se turbe vuestro corazón, ni se acobarde 12. Son las diez de la noche cuando los vemos salir. Los seguimos. Fuera luce esplendorosa la luna llena. Por las vacías calles de piedra, a la luz de la luna, se encaminan hacia la puerta de la muralla de Jerusalén, que les permite salir y dirigirse a Getsemaní. Mientras, les habla de la vid y de los sarmientos, de la Ley del amor, del odio del mundo, de la acción del Espíritu Santo, de la alegría venidera. Vienen después palabras de despedida a unos discípulos que están tristes y asustados. Y, por fin, la impresionante oración sacerdotal, de la que unas palabras suyas se nos clavaron en el alma: Que todos sean una misma cosa, y que como tú, ¡oh Padre!, estás en mí y yo en ti, así sean ellos una misma cosa en nosotros 13. Misterio de luz es también la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo y su Sangre bajo las especies del pan y del vino. Excepto en Caná, en los misterios de luz la presencia de María queda en el transfondo y nada nos dicen los Evangelios sobre su presencia en el Cenáculo. Pero el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. Y las palabras del Padre en el Jordán se convierten en los labios de María en Caná en su gran invitación materna dirigida a toda la Iglesia de todos los tiempos: «Haced lo que él os diga»14. Es como el telón de fondo mariano de todos los misterios de luz 15. Tú y yo nos preguntamos: ¿Dónde estará María? Queremos estar con Ella. Pensamos en la pureza, humildad y devoción con que recibiría María la primera vez la Sagrada Eucaristía. Y la segunda, y la tercera y siempre. Cada vez sería una unión 58