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ESCRITOS DE FORMACIÓN
 EAS
                        Número 30 – Enero de 2008



                    LA VIRGEN MARÍA

La Anunciación y los momentos previos al nacimiento del Señor




COMUNIDADES CRISTIANAS COMPROMETIDAS EAS DE COLOMBIA
CIUDAD DE MEDELLÍN
COMITÉ DE FORMACIÓN

El comité de Formación genera documentos periódicamente para
beneficio de los EAS y su formación. Los invitamos a leer estos
documentos y reflexionar sobre ellos, ojalá algunas veces en
comunidad. Los invitamos a coleccionarlos y a divulgarlos.

Estos escritos se basan en recopilaciones de documentos de diversos
autores, incluyendo personas de los EAS, sometidos en algunos casos
a adaptaciones que los hagan más afines y prácticos para los EAS,
bajo la responsabilidad del comité.

Son bienvenidos los comentarios y los aportes.

En días pasados celebramos las fiestas de la Natividad, de la Sagrada
familia y de la Virgen María, Madre de Dios. Hemos preparado este
escrito con temas que quizás todos conocen, como un homenaje a
nuestros orígenes católicos hogareños, en los cuales era vital la
imagen de la Virgen María y como una celebración del papel central de
la Virgen en la venida de Jesucristo al mundo. Jesucristo es centro de
nuestra vida comunitaria y María, con su vida sencilla y su aceptación,
posibilitó que Jesucristo estuviera en medio de nosotros. Pensamos
que la presencia de María en nuestras comunidades es un hermoso
complemento a la presencia del Señor. Queremos con este escrito
motivar esa presencia y animar a que sea tema de conversación en
algunas de nuestras reuniones comunitarias.




                                  2
LA VIRGEN MARÍA

La Anunciación y los momentos previos al nacimiento del Señor

La Virgen María es una doncella judía escogida por Dios para ser la
Madre de Jesucristo. Siguiendo las palabras del Señor a Juan en la
cruz, es también Madre nuestra. El nombre de María, que en hebreo es
Miriam, significa: Excelsa, Doncella, Señora, Princesa.

Ya en las profecías del Antiguo Testamento hay menciones acerca de la
Virgen. En el libro del Génesis, 3, 15, se dice: "Pondré enemistad entre
ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; Ella te aplastará la cabeza, y
tú en vano intentarás morderle el talón".

La profecía de Isaías (7,14) dice “Pues el Señor mismo les va a dar una
señal: la joven está encinta y va tener un hijo al que pondrá por
nombre Emmanuel”. En el Evangelio de San Mateo, 1, 23, están
recogidas las palabras de Isaías.

En las tradiciones católicas, San Joaquín y a Santa Ana son los padres
de la Virgen María. Se menciona en la tradición que ellos llevaron a la
Virgen, cuando aún era una niña, al Templo de Jerusalén para
consagrarla al servicio de Dios.

En el evangelio de San Lucas, 1, 26 a 38, se narra en completo detalle
la Anunciación. Según el relato, Dios envió el Arcángel San Gabriel a la
Virgen, que vivía en Nazaret, cuidad de Galilea, para anunciarle que
era la mujer escogida desde toda la eternidad para ser la Madre del
futuro Redentor. María le responde al ángel, luego de su sorpresa, ya
que era una mujer Virgen, diciendo “Yo soy esclava del Señor; que
Dios haga conmigo como me has dicho

El Arcángel San Gabriel dijo a la Virgen: “Dios te salve, llena de gracia,
el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres. No temas,
María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu
seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será
grande y llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de
David, y reinará en la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá
fin”. María le pregunta: “¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con
ningún hombre?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre
ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo
santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios. También tu parienta
Isabel va a tener un hijo. a pesar de que es anciana; la que decían que
no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses. Para Dios no
hay nada imposible.”


                                    3
En el mismo evangelio, se narra que la Virgen, inspirada por el Espíritu
Santo visitó a su prima Isabel para servirle, ya que Isabel había
concebido un hijo en su vejez. A este hecho se le llama la Visitación.
Isabel recibió a la Virgen en su casa con estas palabras Lucas 1, 42-
45: “Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de
tu vientre. Y ¿de dónde a mí tanto bien que venga la madre de mi
Señor a visitarme? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se movió
de alegría en mi vientre. ¡Oh, bienaventurada tú, que has creído!
Porque se cumplirán las cosas que han dicho de parte del Señor

Al oír las alabanzas de Isabel, narra el evangelio que la Virgen
pronunció un cántico lleno de belleza y poesía, al que la Iglesia llama el
Magnificat.

Al respecto compartimos los comentarios del papa Juan Pablo Segundo
en su audiencia general del 6 de noviembre de 1996, sobre este bello
episodio y sobre la poesía de la Virgen: “En el Magníficat María celebra
la obra admirable de Dios”

María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra
con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese
cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el
ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el jubilo de su
espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado
personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura
pobre y sin influjo en la historia.

Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que
tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el
anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas
y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los mas nobles
deseos del alma humana.

Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el
sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del
Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la
humillación de su esclava» (Lc 1, 4648). Probablemente, el término
griego tapeinosis esta tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel.
Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril
(cf. 1S 1, 11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión
semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de
su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en
ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre
del Mesías.




                                    4
Las palabras «desde ahora me felicitaran todas las generaciones» (Lc
1, 48) toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la
primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1, 45). E1 cántico, con
cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y
ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo,
testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha
sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat
constituye la primicia de las diversas expresiones de culto,
transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia
manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret.

«El Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo y su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1, 49-
50).

¿Que son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso?
La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la
liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el
Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción
virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel.

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la
experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el
Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel
(cf. Lc 1, 37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y
fidelidad para con todo ser humano.

«Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón;
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los
hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc
1, 5153).

Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los
criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los
juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en
perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma
de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf.
Redemptoris Mater, 37).

Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un
modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae
la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón.

Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la
fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros




                                   5
padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1,
5455).

María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar
solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son
una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En
ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad
sobreabundantes.

El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad
de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen,
revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina
que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio
santo de la Encarnación del Verbo

La Virgen nos enseña algo muy especial en este episodio de la
Visitación: las virtudes de la humildad, la caridad, la generosidad, así
como el deseo de servir con prontitud. Ella permaneció con su prima
unos tres meses, y luego se volvió a Nazaret. Es esta una vivencia
clara de pequeña comunidad, de solidaridad. Por otra parte la Virgen
en su himno del Magnificat nos muestra los sentimientos y los carismas
proféticos que brotan en el alma cuando las personas se dejan llevar
de Dios y se inundan de poesía.

La Virgen María y el Nacimiento del Señor

José es el esposo de María y padre adoptivo de Jesús. Un hombre
escogido por Dios, virtuoso y santo para que cuidara a la Virgen y a
Jesús. Al respecto compartimos los comentarios del papa Juan Pablo
Segundo sobre la unión virginal de María y José, el 21 de agosto de
1997

El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, añade que
estaba "desposada con un hombre llamado José, de la casa de David"
(Lc. 1, 27). Estas informaciones parecen, a primera vista,
contradictorias.

Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje no indica
la situación de una mujer que ha contraído el matrimonio y por tanto
vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo. Pero, a diferencia
de cuanto ocurre en las culturas modernas, en la costumbre judaica
antigua la institución del noviazgo preveía un contrato y tenía
normalmente valor definitivo: efectivamente, introducía a los novios en
el estado matrimonial, si bien el matrimonio se cumplía plenamente
cuando el joven conducía a la muchacha a su casa.




                                   6
En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en la situación
de esposa prometida. Nos podemos preguntar por qué había aceptado
el noviazgo, desde el momento en que tenía el propósito de
permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta
dificultad, pero se limita a registrar la situación sin aportar
explicaciones. El hecho de que el evangelista, aun poniendo de relieve
el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como
esposa de José constituye un signo de que ambas noticias son
históricamente dignas de crédito.

Se puede suponer que entre José y María, en el momento de
comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida
virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María
la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y
quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el
crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal
de la virginidad.

El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: "José, hijo de
David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado
en ella es del Espíritu Santo" (Mt. 1, 20). De esta forma recibe la
confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el
camino del matrimonio. A través de la comunión virginal con la mujer
predestinada para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en la
realización de su designio de salvación.

El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a
José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el
ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del
misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de
relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese
asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño.

José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la
Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma
de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal
de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a
la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue
un verdadero matrimonio.

La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal
ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad
avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es
el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre
anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a
vivir con afecto virginal la relación esponsal con María.




                                    7
La cooperación de José en el misterio de la Encarnación comprende
también el ejercicio del papel paterno respecto de Jesús. Dicha función
le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños le invita
a poner el nombre al Niño: "Dará a luz un hijo y tú le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1,
21).

Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una
paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y progenitor,
una antigua monografía sobre la virginidad de María -el De Margarita
(siglo IV)- afirma que "los compromisos adquiridos por la Virgen y José
como esposos hicieron que él pudiese ser llamado con este nombre
(padre); un padre, sin embargo, que no ha engendrado". José, pues,
ejerció en relación con Jesús la función de padre, gozando de una
autoridad a la que el Redentor libremente se "sometió" (Lc. 2, 51),
contribuyendo a su educación y transmitiéndole el oficio de carpintero.

Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que vivió una
comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que también en la
muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. De esta
constante tradición cristiana se ha desarrollado en muchos lugares una
especial devoción a la santa Familia y en ella a san José. Custodio del
Redentor. El Papa León XIII, como es sabido, le encomendó el
patrocinio de toda la Iglesia.

José era descendiente de la familia real de David, dice el evangelio de
San Mateo (1,18). San José y la Virgen fueron a Belén, ciudad de
David, para obedecer el edicto del emperador César Augusto, que
ordenaba a todos sus súbitos que fueran a la ciudad de su estirpe para
empadronarse. Cuando San José y la Virgen llegaron a Belén, no
encontraron lugar para hospedarse a causa de una gran concurrencia
de forasteros, y se dirigieron a una cueva que servía de establo. La
Virgen estaba encinta, y como se le cumplieron los días del parto, dio a
luz al Señor Jesucristo; lo envolvió en pañales limpios y lo recostó en el
pesebre.

Mateo (2,11) narra que uno sabios de oriente llegaron al lugar del
nacimiento, y hallaron al niño con María, su madre y, postrándose, le
adoraron, y, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones de oro, incienso y
mirra.

La Virgen y la Vida del Señor

La Virgen y San José presentaron al Niño Jesús en el Templo, siguiendo
la costumbre desde Moisés, que todo carón primogénito fuero
presentado en el Templo (Lucas 2, 34-35).




                                    8
Narra el evangelio (Mateo 2,11) que Herodes, rey de Judea por
entonces, temiendo perder su reino por el advenimiento del Mesías,
proyectó asesinar al Niño Jesús, pero un ángel se apareció en sueños a
San José y él dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre y huye a
Egipto, y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al
niño para quitarle la vida" (S. Mateo 2,11). Jesús, María y José
estuvieron en Egipto hasta la muerte de Herodes, y luego regresaron a
Nazaret.

Cuando Jesús cumplió doce años la Virgen y Nazaret lo llevaron al
Templo en Jerusalén por la fiesta de Pascua y, a su regreso a Nazaret
no lo encontraron en la caravana en que iban, porque se había
quedado en el Templo sin que ellos se dieran cuenta. Lo buscaron
durante tres días y, al cabo de este tiempo, le hallaron en medio de los
Doctores de la Ley, oyéndoles y preguntándoles.

La primera intervención de la Virgen en la vida pública de Jesús fue
durante las bodas de Caná en Galilea, a las que fueron invitados Jesús
y su Madre, junto con los Apóstoles. La Virgen observó que faltaba vino
y, queriendo evitar que los novios pasaran una vergüenza, dijo a
Jesús: “No tienen vino.”, Después dijo a los sirvientes:”Haced lo que El
os diga (San Juan 2, 3-5)”. Con la mediación de la Virgen, Jesucristo
realizó su primer milagro, el de convertir en agua en vino.

La Virgen estuvo junto a la cruz de Jesús, llena de dolor, pero serena.
Narra el evangelio (Juan 19, 26-27) que Jesús mirando a la Virgen y
San Juan, que también estaba allí, dijo a Madre: “Mujer, ahí tienes a tu
hijo”; después, dirigiéndose al discípulo amado, dijo: “Ahí tienes a tu
madre”. En a tradición de la Iglesia, la Virgen será, a partir de ese
momento, la Madre espiritual de san Juan y de todos los cristianos,
pues ese apóstol nos representaba a todos.

Presencia de María en el Origen de la Iglesia

En su catequesis del 6 de Septiembre de 1995, Juan Pablo II, hace una
presentación clara sobre la presencia de la Virgen en los inicios del
cristianismo. La señala en términos comunitarios, y esto nos da un
espacio para reflexionar y para abrir más espacios a lo que significa
María en nuestra vida comunitaria EAS.

Después de haberme dedicado en las anteriores catequesis a
profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahora la
necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que vivió
perfectamente la santidad y constituye su modelo.

Es lo mismo que hicieron los padres del Concilio Vaticano II: después
de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histórico-salvífica del



                                   9
pueblo de Dios, quisieron completarla con la ilustración del papel de
María en la obra de la salvación. En efecto, el capítulo VIII de la
constitución conciliar Lumen gentium tiene como finalidad no sólo
subrayar el valor eclesiológico de la doctrina mariana, sino también
iluminar la contribución que la figura de la santísima Virgen ofrece a la
comprensión del misterio de la Iglesia.

Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo dirigir una
mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de la Iglesia, la
describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas, al comienzo de este
escrito neotestamentario que presenta la vida de la primera
comunidad cristiana, después de haber recordado uno por uno los
nombres de los Apóstoles (Hch 1, 13), afirma: "Todos ellos
perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de
algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos"
(Hch 1, 14).

En este cuadro destaca la persona de María, la única a quien se
recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. Ella
representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario con
respecto al ministerial o jerárquico.

En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en el cenáculo,
de algunas mujeres, manifestando así la importancia de la contribución
femenina en la vida de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos. Esta
presencia se pone en relación directa con la perseverancia de la
comunidad en la oración y con la concordia. Estos rasgos expresan
perfectamente dos aspectos fundamentales de la contribución
específica de las mujeres a la vida eclesial. Los hombres, más
propensos a la actividad externa, necesitan la ayuda de las mujeres
para volver a las relaciones personales y progresar en la unión de los
corazones.

"Bendita tú entre las mujeres" (Lc 1, 42), María cumple de modo
eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, impulsa en
todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Quién promueve,
mejor que ella, la concordia y el amor?

Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a los Once,
las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas, se unen a su
oración y, al mismo tiempo, testimonian la presencia en la Iglesia de
personas que, aunque no hayan recibido esa misión, son igualmente
miembros, con pleno título, de la comunidad congregada en la fe en
Cristo.

La presencia de María en la comunidad, que orando espera la efusión
del Espíritu (cf. Hch l, 14), evocan el papel que desempeñó en la



                                   10
encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35). El
papel de la Virgen en esa fase inicial y el que desempeña ahora, en la
manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están íntimamente
vinculados.

La presencia de María en los primeros momentos de vida de la Iglesia
contrasta de modo singular con la participación bastante discreta que
tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cuando el Hijo comienza
su misión, María permanece en Nazaret, aunque esa separación no
excluye algunos contactos significativos, como en Caná, y, sobre todo,
no le impide participar en el sacrificio del Calvario.

Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María cobra
notable importancia. Después de la Ascensión y en espera de
Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalmente en los
primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo.

Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve, que María se encontraba
en el cenáculo "con los hermanos de Jesús" (Hch 1, 14), es decir, con
sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No
se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que bajo la guía
de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia
espiritual de Cristo: "Quien cumpla la voluntad de Dios, --había dicho
Jesús--, ése es mi hermano, mi hermana, y mi madre» (Mc 3, 34).

En esa misma circunstancia, Lucas, define explícitamente a María "la
madre de Jesús" (Hch 1, 14), como queriendo sugerir que algo de la
presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la
madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su
presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la
Iglesia a Cristo Señor.

El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de diligente
cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia, María le
abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dios
omnipotente y misericordioso obró en ella.

Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la
Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a
quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las
disputas que a veces habían surgido entre ellos.

Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de
creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del
Espíritu Santo, necesario para su formación y su futuro, sino también
educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con
Dios.



                                  11
Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración y en
el encuentro con Dios, elemento central e indispensable para que la
obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el Señor su
comienzo y su motivación profunda.

Estas breves consideraciones muestran claramente que la relación
entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos
madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María
y compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en
la contemplación del rostro de la Theotókos.

La devoción de los católicos a la Virgen

Existe una tradición muy antigua de devoción a la Virgen. En las
palabras y en las vidas de los santos es patente esta devoción. Algunas
de las palabras dichas por santos son las siguientes:

- "La devoción a la Virgen es la llave del Paraíso" (S. Efrén)
- "María es la esclava misteriosa por la cual Dios baja a la tierra y los
hombres suben al Cielos" (S. Fulgencio)
- "La devoción a María es señal de salvación eterna" (San Bernardo)
- "Dios no nos salvará sin la intercesión de María" (S. Jerónimo)
-"María es la dispensadora de todas a las gracias y la gracia de nuestra
salvación viene por sus manos" (S: Bernardino de Siena)
-"La protección de María es más grande y poderosa de lo que podemos
nosotros entender" (S. Germán)
-"EL nombre de María es la alegría para el corazón, miel para los labios
y la melodía para el oído de sus devotos" (S. Antonio de Padua)
- "Los que trabajan en publicar las glorias de María tienen asegurado el
Cielo" (San Buenaventura)

El Concilio Vaticano II señala a los fieles de la Iglesia lo siguiente: "Que
tengan muy en consideración las prácticas y los ejercicios hacia Ella
recomendados por el Magisterio a lo largo de los siglos" (Const.
Dogmática Lumen gentium, n. 67)




Las manifestaciones populares y artísticas hacia la Virgen son comunes
en todos los lugares. En cada país donde hay fieles católicos suele
haber uno o varios Santuarios dedicados a la Virgen. Entre los más
visitados se encuentran:

- Nuestra Señora de Altötting Alemania
- Nuestra Señora de Luján Argentina



                                    12
-   Nuestra Señora de Mariazell Austria
-   Nuestra Señora de Monteagudo Bélgica
-   Nuestra Señora de Copacabana Bolivia
-   Nuestra Señora de la Aparecida Brasil
-   Nuestra Señora de Chiquinquirá y Las Lajas en Colombia
-   Nuestra Señora de la Caridad del Cobre Cuba
-   La Virgen de los Vázquez Chile
-   Nuestra Señora de la Nube Ecuador
-   Nuestra Señora de Pilar España
-   Nuestra Señora de Lourdes Francia
-   La Virgen del Rosario Guatemala
-   La Virgen de Suyapa Honduras
-   Reina de Irlanda Irlanda
-   Santa María la Mayor Italia
-   Nuestra Señora de Guadalupe en México
-   Nuestra Señora de Líbano Líbano
-   Nuestra Señora de Africa Marruecos
-   Nuestra Señora de Czestochowa Polonia
-   Nuestra Señora de Fátima Portugal
-   Nuestra Señora de la Paz San Salvador
-   Nuestra Señora de Einsiedeln Suiza
-   Nuestra Señora de Coromoto Venezuela

Manifestaciones de Amor a la Virgen

Abunda la poseía dedicada a la Virgen. Un ejemplo de muchos:

                                 A María

                    Brotaste bajo el palio azul del cielo,
                    ¡oh reina de blancura inmaculada!,
                    cual nieve resplandece derramada
                la gracia que el Señor te dio en su anhelo.

                  Tú brillas como el brillo de la espuma,
                no hay mancha en tu sentir, puro destello,
                   fulgor de amanecer, luz de lo bello,
                    lucero que alborea entre la bruma.

                    Nació, sobre tu pecho sin mancilla,
                       pudor de virginal delicadeza,
                    regazo sembrador de una semilla,

                   semilla excelsa y blanca, la pureza.
                    ¡Jesús logró en tu ser la maravilla
                  y ornó con doce estrellas tu grandeza!




                                    13
Blanca María Alonso Rodríguez



Fuentes consultadas

Sagrada Biblia

http://www.radioestrelladelmar.com/virgen/saber_virge.htm
http://www.corazones.org/maria/ensenanza/union_virginal_maria_jose.htm
http://www.corazones.org/maria/ensenanza/origenes_iglesia_maria.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Madonna_(arte)
http://www.encuentra.com/documento.php?f_doc=326&f_tipo_doc=9
http://www.tiempodepoesia.org/tiempo/blancamaria/blancamaria1/blancamaria1.ht
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  • 1. ESCRITOS DE FORMACIÓN EAS Número 30 – Enero de 2008 LA VIRGEN MARÍA La Anunciación y los momentos previos al nacimiento del Señor COMUNIDADES CRISTIANAS COMPROMETIDAS EAS DE COLOMBIA CIUDAD DE MEDELLÍN
  • 2. COMITÉ DE FORMACIÓN El comité de Formación genera documentos periódicamente para beneficio de los EAS y su formación. Los invitamos a leer estos documentos y reflexionar sobre ellos, ojalá algunas veces en comunidad. Los invitamos a coleccionarlos y a divulgarlos. Estos escritos se basan en recopilaciones de documentos de diversos autores, incluyendo personas de los EAS, sometidos en algunos casos a adaptaciones que los hagan más afines y prácticos para los EAS, bajo la responsabilidad del comité. Son bienvenidos los comentarios y los aportes. En días pasados celebramos las fiestas de la Natividad, de la Sagrada familia y de la Virgen María, Madre de Dios. Hemos preparado este escrito con temas que quizás todos conocen, como un homenaje a nuestros orígenes católicos hogareños, en los cuales era vital la imagen de la Virgen María y como una celebración del papel central de la Virgen en la venida de Jesucristo al mundo. Jesucristo es centro de nuestra vida comunitaria y María, con su vida sencilla y su aceptación, posibilitó que Jesucristo estuviera en medio de nosotros. Pensamos que la presencia de María en nuestras comunidades es un hermoso complemento a la presencia del Señor. Queremos con este escrito motivar esa presencia y animar a que sea tema de conversación en algunas de nuestras reuniones comunitarias. 2
  • 3. LA VIRGEN MARÍA La Anunciación y los momentos previos al nacimiento del Señor La Virgen María es una doncella judía escogida por Dios para ser la Madre de Jesucristo. Siguiendo las palabras del Señor a Juan en la cruz, es también Madre nuestra. El nombre de María, que en hebreo es Miriam, significa: Excelsa, Doncella, Señora, Princesa. Ya en las profecías del Antiguo Testamento hay menciones acerca de la Virgen. En el libro del Génesis, 3, 15, se dice: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; Ella te aplastará la cabeza, y tú en vano intentarás morderle el talón". La profecía de Isaías (7,14) dice “Pues el Señor mismo les va a dar una señal: la joven está encinta y va tener un hijo al que pondrá por nombre Emmanuel”. En el Evangelio de San Mateo, 1, 23, están recogidas las palabras de Isaías. En las tradiciones católicas, San Joaquín y a Santa Ana son los padres de la Virgen María. Se menciona en la tradición que ellos llevaron a la Virgen, cuando aún era una niña, al Templo de Jerusalén para consagrarla al servicio de Dios. En el evangelio de San Lucas, 1, 26 a 38, se narra en completo detalle la Anunciación. Según el relato, Dios envió el Arcángel San Gabriel a la Virgen, que vivía en Nazaret, cuidad de Galilea, para anunciarle que era la mujer escogida desde toda la eternidad para ser la Madre del futuro Redentor. María le responde al ángel, luego de su sorpresa, ya que era una mujer Virgen, diciendo “Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho El Arcángel San Gabriel dijo a la Virgen: “Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres. No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, y reinará en la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá fin”. María le pregunta: “¿Cómo podrá suceder esto, si no vivo con ningún hombre?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel va a tener un hijo. a pesar de que es anciana; la que decían que no podía tener hijos está encinta desde hace seis meses. Para Dios no hay nada imposible.” 3
  • 4. En el mismo evangelio, se narra que la Virgen, inspirada por el Espíritu Santo visitó a su prima Isabel para servirle, ya que Isabel había concebido un hijo en su vejez. A este hecho se le llama la Visitación. Isabel recibió a la Virgen en su casa con estas palabras Lucas 1, 42- 45: “Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre. Y ¿de dónde a mí tanto bien que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues tan pronto como oí tu saludo, mi hijo se movió de alegría en mi vientre. ¡Oh, bienaventurada tú, que has creído! Porque se cumplirán las cosas que han dicho de parte del Señor Al oír las alabanzas de Isabel, narra el evangelio que la Virgen pronunció un cántico lleno de belleza y poesía, al que la Iglesia llama el Magnificat. Al respecto compartimos los comentarios del papa Juan Pablo Segundo en su audiencia general del 6 de noviembre de 1996, sobre este bello episodio y sobre la poesía de la Virgen: “En el Magníficat María celebra la obra admirable de Dios” María, inspirándose en la tradición del Antiguo Testamento, celebra con el cántico del Magníficat las maravillas que Dios realizó en ella. Ese cántico es la respuesta de la Virgen al misterio de la Anunciación: el ángel la había invitado a alegrarse; ahora María expresa el jubilo de su espíritu en Dios, su salvador. Su alegría nace de haber experimentado personalmente la mirada benévola que Dios le dirigió a ella, criatura pobre y sin influjo en la historia. Con la expresión Magníficat, versión latina de una palabra griega que tenía el mismo significado, se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los mas nobles deseos del alma humana. Frente al Señor, potente y misericordioso, María manifiesta el sentimiento de su pequeñez: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava» (Lc 1, 4648). Probablemente, el término griego tapeinosis esta tomado del cántico de Ana, la madre de Samuel. Con él se señalan la «humillación» y la «miseria» de una mujer estéril (cf. 1S 1, 11), que encomienda su pena al Señor. Con una expresión semejante, María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías. 4
  • 5. Las palabras «desde ahora me felicitaran todas las generaciones» (Lc 1, 48) toman como punto de partida la felicitación de Isabel, que fue la primera en proclamar a María «dichosa» (Lc 1, 45). E1 cántico, con cierta audacia, predice que esa proclamación se irá extendiendo y ampliando con un dinamismo incontenible. Al mismo tiempo, testimonia la veneración especial que la comunidad cristiana ha sentido hacia la Madre de Jesús desde el siglo I. El Magníficat constituye la primicia de las diversas expresiones de culto, transmitidas de generación en generación, con las que la Iglesia manifiesta su amor a la Virgen de Nazaret. «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1, 49- 50). ¿Que son esas «obras grandes» realizadas en María por el Poderoso? La expresión aparece en el Antiguo Testamento para indicar la liberación del pueblo de Israel de Egipto o de Babilonia. En el Magníficat se refiere al acontecimiento misterioso de la concepción virginal de Jesús, acaecido en Nazaret después del anuncio del ángel. En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1, 37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano. «Él hace proezas con su brazo; dispersa a los soberbios de corazón; derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1, 5153). Con su lectura sapiencial de la historia, María nos lleva a descubrir los criterios de la misteriosa acción de Dios. El Señor, trastrocando los juicios del mundo, viene en auxilio de los pobres y los pequeños, en perjuicio de los ricos y los poderosos, y, de modo sorprendente, colma de bienes a los humildes, que le encomiendan su existencia (cf. Redemptoris Mater, 37). Estas palabras del cántico, a la vez que nos muestran en María un modelo concreto y sublime, nos ayudan a comprender que lo que atrae la benevolencia de Dios es sobre todo la humildad del corazón. Por ultimo, el cántico exalta el cumplimiento de las promesas y la fidelidad de Dios hacia el pueblo elegido: «Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros 5
  • 6. padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre» (Lc 1, 5455). María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes. El Magníficat, inspirado en el Antiguo Testamento y en la espiritualidad de la hija de Sión, supera los textos proféticos que están en su origen, revelando en la «llena de gracia» el inicio de una intervención divina que va mas allá de las esperanzas mesiánicas de Israel: el misterio santo de la Encarnación del Verbo La Virgen nos enseña algo muy especial en este episodio de la Visitación: las virtudes de la humildad, la caridad, la generosidad, así como el deseo de servir con prontitud. Ella permaneció con su prima unos tres meses, y luego se volvió a Nazaret. Es esta una vivencia clara de pequeña comunidad, de solidaridad. Por otra parte la Virgen en su himno del Magnificat nos muestra los sentimientos y los carismas proféticos que brotan en el alma cuando las personas se dejan llevar de Dios y se inundan de poesía. La Virgen María y el Nacimiento del Señor José es el esposo de María y padre adoptivo de Jesús. Un hombre escogido por Dios, virtuoso y santo para que cuidara a la Virgen y a Jesús. Al respecto compartimos los comentarios del papa Juan Pablo Segundo sobre la unión virginal de María y José, el 21 de agosto de 1997 El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, añade que estaba "desposada con un hombre llamado José, de la casa de David" (Lc. 1, 27). Estas informaciones parecen, a primera vista, contradictorias. Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje no indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimonio y por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo. Pero, a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en la costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía un contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivamente, introducía a los novios en el estado matrimonial, si bien el matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía a la muchacha a su casa. 6
  • 7. En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en la situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por qué había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tenía el propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situación sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, aun poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como esposa de José constituye un signo de que ambas noticias son históricamente dignas de crédito. Se puede suponer que entre José y María, en el momento de comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad. El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo" (Mt. 1, 20). De esta forma recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio. A través de la comunión virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en la realización de su designio de salvación. El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño. José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio. La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María. 7
  • 8. La cooperación de José en el misterio de la Encarnación comprende también el ejercicio del papel paterno respecto de Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños le invita a poner el nombre al Niño: "Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1, 21). Aun excluyendo la generación física, la paternidad de José fue una paternidad real, no aparente. Distinguiendo entre padre y progenitor, una antigua monografía sobre la virginidad de María -el De Margarita (siglo IV)- afirma que "los compromisos adquiridos por la Virgen y José como esposos hicieron que él pudiese ser llamado con este nombre (padre); un padre, sin embargo, que no ha engendrado". José, pues, ejerció en relación con Jesús la función de padre, gozando de una autoridad a la que el Redentor libremente se "sometió" (Lc. 2, 51), contribuyendo a su educación y transmitiéndole el oficio de carpintero. Los cristianos han reconocido siempre en José a aquel que vivió una comunión íntima con María y Jesús, deduciendo que también en la muerte gozó de su presencia consoladora y afectuosa. De esta constante tradición cristiana se ha desarrollado en muchos lugares una especial devoción a la santa Familia y en ella a san José. Custodio del Redentor. El Papa León XIII, como es sabido, le encomendó el patrocinio de toda la Iglesia. José era descendiente de la familia real de David, dice el evangelio de San Mateo (1,18). San José y la Virgen fueron a Belén, ciudad de David, para obedecer el edicto del emperador César Augusto, que ordenaba a todos sus súbitos que fueran a la ciudad de su estirpe para empadronarse. Cuando San José y la Virgen llegaron a Belén, no encontraron lugar para hospedarse a causa de una gran concurrencia de forasteros, y se dirigieron a una cueva que servía de establo. La Virgen estaba encinta, y como se le cumplieron los días del parto, dio a luz al Señor Jesucristo; lo envolvió en pañales limpios y lo recostó en el pesebre. Mateo (2,11) narra que uno sabios de oriente llegaron al lugar del nacimiento, y hallaron al niño con María, su madre y, postrándose, le adoraron, y, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. La Virgen y la Vida del Señor La Virgen y San José presentaron al Niño Jesús en el Templo, siguiendo la costumbre desde Moisés, que todo carón primogénito fuero presentado en el Templo (Lucas 2, 34-35). 8
  • 9. Narra el evangelio (Mateo 2,11) que Herodes, rey de Judea por entonces, temiendo perder su reino por el advenimiento del Mesías, proyectó asesinar al Niño Jesús, pero un ángel se apareció en sueños a San José y él dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para quitarle la vida" (S. Mateo 2,11). Jesús, María y José estuvieron en Egipto hasta la muerte de Herodes, y luego regresaron a Nazaret. Cuando Jesús cumplió doce años la Virgen y Nazaret lo llevaron al Templo en Jerusalén por la fiesta de Pascua y, a su regreso a Nazaret no lo encontraron en la caravana en que iban, porque se había quedado en el Templo sin que ellos se dieran cuenta. Lo buscaron durante tres días y, al cabo de este tiempo, le hallaron en medio de los Doctores de la Ley, oyéndoles y preguntándoles. La primera intervención de la Virgen en la vida pública de Jesús fue durante las bodas de Caná en Galilea, a las que fueron invitados Jesús y su Madre, junto con los Apóstoles. La Virgen observó que faltaba vino y, queriendo evitar que los novios pasaran una vergüenza, dijo a Jesús: “No tienen vino.”, Después dijo a los sirvientes:”Haced lo que El os diga (San Juan 2, 3-5)”. Con la mediación de la Virgen, Jesucristo realizó su primer milagro, el de convertir en agua en vino. La Virgen estuvo junto a la cruz de Jesús, llena de dolor, pero serena. Narra el evangelio (Juan 19, 26-27) que Jesús mirando a la Virgen y San Juan, que también estaba allí, dijo a Madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”; después, dirigiéndose al discípulo amado, dijo: “Ahí tienes a tu madre”. En a tradición de la Iglesia, la Virgen será, a partir de ese momento, la Madre espiritual de san Juan y de todos los cristianos, pues ese apóstol nos representaba a todos. Presencia de María en el Origen de la Iglesia En su catequesis del 6 de Septiembre de 1995, Juan Pablo II, hace una presentación clara sobre la presencia de la Virgen en los inicios del cristianismo. La señala en términos comunitarios, y esto nos da un espacio para reflexionar y para abrir más espacios a lo que significa María en nuestra vida comunitaria EAS. Después de haberme dedicado en las anteriores catequesis a profundizar la identidad y la misión de la Iglesia, siento ahora la necesidad de dirigir la mirada hacia la santísima Virgen, que vivió perfectamente la santidad y constituye su modelo. Es lo mismo que hicieron los padres del Concilio Vaticano II: después de haber expuesto la doctrina sobre la realidad histórico-salvífica del 9
  • 10. pueblo de Dios, quisieron completarla con la ilustración del papel de María en la obra de la salvación. En efecto, el capítulo VIII de la constitución conciliar Lumen gentium tiene como finalidad no sólo subrayar el valor eclesiológico de la doctrina mariana, sino también iluminar la contribución que la figura de la santísima Virgen ofrece a la comprensión del misterio de la Iglesia. Antes de exponer el itinerario mariano del Concilio, deseo dirigir una mirada contemplativa a María, tal como, en el origen de la Iglesia, la describen los Hechos de los Apóstoles. San Lucas, al comienzo de este escrito neotestamentario que presenta la vida de la primera comunidad cristiana, después de haber recordado uno por uno los nombres de los Apóstoles (Hch 1, 13), afirma: "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos" (Hch 1, 14). En este cuadro destaca la persona de María, la única a quien se recuerda con su propio nombre, además de los Apóstoles. Ella representa un rostro de la Iglesia diferente y complementario con respecto al ministerial o jerárquico. En efecto, la frase de Lucas se refiere a la presencia, en el cenáculo, de algunas mujeres, manifestando así la importancia de la contribución femenina en la vida de la Iglesia, ya desde los primeros tiempos. Esta presencia se pone en relación directa con la perseverancia de la comunidad en la oración y con la concordia. Estos rasgos expresan perfectamente dos aspectos fundamentales de la contribución específica de las mujeres a la vida eclesial. Los hombres, más propensos a la actividad externa, necesitan la ayuda de las mujeres para volver a las relaciones personales y progresar en la unión de los corazones. "Bendita tú entre las mujeres" (Lc 1, 42), María cumple de modo eminente esta misión femenina. ¿Quién, mejor que María, impulsa en todos los creyentes la perseverancia en la oración? ¿Quién promueve, mejor que ella, la concordia y el amor? Reconociendo la misión pastoral que Jesús había confiado a los Once, las mujeres del cenáculo, con María en medio de ellas, se unen a su oración y, al mismo tiempo, testimonian la presencia en la Iglesia de personas que, aunque no hayan recibido esa misión, son igualmente miembros, con pleno título, de la comunidad congregada en la fe en Cristo. La presencia de María en la comunidad, que orando espera la efusión del Espíritu (cf. Hch l, 14), evocan el papel que desempeñó en la 10
  • 11. encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 35). El papel de la Virgen en esa fase inicial y el que desempeña ahora, en la manifestación de la Iglesia en Pentecostés, están íntimamente vinculados. La presencia de María en los primeros momentos de vida de la Iglesia contrasta de modo singular con la participación bastante discreta que tuvo antes, durante la vida pública de Jesús. Cuando el Hijo comienza su misión, María permanece en Nazaret, aunque esa separación no excluye algunos contactos significativos, como en Caná, y, sobre todo, no le impide participar en el sacrificio del Calvario. Por el contrario, en la primera comunidad el papel de María cobra notable importancia. Después de la Ascensión y en espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente personalmente en los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo. Los Hechos de los Apóstoles ponen de relieve, que María se encontraba en el cenáculo "con los hermanos de Jesús" (Hch 1, 14), es decir, con sus parientes, como ha interpretado siempre la tradición eclesial. No se trata de una reunión de familia, sino del hecho de que bajo la guía de María, la familia natural de Jesús pasó a formar parte de la familia espiritual de Cristo: "Quien cumpla la voluntad de Dios, --había dicho Jesús--, ése es mi hermano, mi hermana, y mi madre» (Mc 3, 34). En esa misma circunstancia, Lucas, define explícitamente a María "la madre de Jesús" (Hch 1, 14), como queriendo sugerir que algo de la presencia de su Hijo elevado al cielo permanece en la presencia de la madre. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús y es, con su presencia en medio de la comunidad, el signo de la fidelidad de la Iglesia a Cristo Señor. El título de Madre, en este contexto, anuncia la actitud de diligente cercanía con la que la Virgen seguirá la vida de la Iglesia, María le abrirá su corazón para manifestarle las maravillas que Dios omnipotente y misericordioso obró en ella. Ya desde el principio María desempeña su papel de Madre de la Iglesia: su acción favorece la comprensión entre los Apóstoles, a quienes Lucas presenta con un mismo espíritu y muy lejanos de las disputas que a veces habían surgido entre ellos. Por último, María ejerce su maternidad con respecto a la comunidad de creyentes no sólo orando para obtener a la Iglesia los dones del Espíritu Santo, necesario para su formación y su futuro, sino también educando a los discípulos del Señor en la comunión constante con Dios. 11
  • 12. Así, se convierte en educadora del pueblo cristiano en la oración y en el encuentro con Dios, elemento central e indispensable para que la obra de los pastores y los fieles tenga siempre en el Señor su comienzo y su motivación profunda. Estas breves consideraciones muestran claramente que la relación entre María y la Iglesia constituye una relación fascinante entre dos madres. Ese hecho nos revela nítidamente la misión materna de María y compromete a la Iglesia a buscar siempre su verdadera identidad en la contemplación del rostro de la Theotókos. La devoción de los católicos a la Virgen Existe una tradición muy antigua de devoción a la Virgen. En las palabras y en las vidas de los santos es patente esta devoción. Algunas de las palabras dichas por santos son las siguientes: - "La devoción a la Virgen es la llave del Paraíso" (S. Efrén) - "María es la esclava misteriosa por la cual Dios baja a la tierra y los hombres suben al Cielos" (S. Fulgencio) - "La devoción a María es señal de salvación eterna" (San Bernardo) - "Dios no nos salvará sin la intercesión de María" (S. Jerónimo) -"María es la dispensadora de todas a las gracias y la gracia de nuestra salvación viene por sus manos" (S: Bernardino de Siena) -"La protección de María es más grande y poderosa de lo que podemos nosotros entender" (S. Germán) -"EL nombre de María es la alegría para el corazón, miel para los labios y la melodía para el oído de sus devotos" (S. Antonio de Padua) - "Los que trabajan en publicar las glorias de María tienen asegurado el Cielo" (San Buenaventura) El Concilio Vaticano II señala a los fieles de la Iglesia lo siguiente: "Que tengan muy en consideración las prácticas y los ejercicios hacia Ella recomendados por el Magisterio a lo largo de los siglos" (Const. Dogmática Lumen gentium, n. 67) Las manifestaciones populares y artísticas hacia la Virgen son comunes en todos los lugares. En cada país donde hay fieles católicos suele haber uno o varios Santuarios dedicados a la Virgen. Entre los más visitados se encuentran: - Nuestra Señora de Altötting Alemania - Nuestra Señora de Luján Argentina 12
  • 13. - Nuestra Señora de Mariazell Austria - Nuestra Señora de Monteagudo Bélgica - Nuestra Señora de Copacabana Bolivia - Nuestra Señora de la Aparecida Brasil - Nuestra Señora de Chiquinquirá y Las Lajas en Colombia - Nuestra Señora de la Caridad del Cobre Cuba - La Virgen de los Vázquez Chile - Nuestra Señora de la Nube Ecuador - Nuestra Señora de Pilar España - Nuestra Señora de Lourdes Francia - La Virgen del Rosario Guatemala - La Virgen de Suyapa Honduras - Reina de Irlanda Irlanda - Santa María la Mayor Italia - Nuestra Señora de Guadalupe en México - Nuestra Señora de Líbano Líbano - Nuestra Señora de Africa Marruecos - Nuestra Señora de Czestochowa Polonia - Nuestra Señora de Fátima Portugal - Nuestra Señora de la Paz San Salvador - Nuestra Señora de Einsiedeln Suiza - Nuestra Señora de Coromoto Venezuela Manifestaciones de Amor a la Virgen Abunda la poseía dedicada a la Virgen. Un ejemplo de muchos: A María Brotaste bajo el palio azul del cielo, ¡oh reina de blancura inmaculada!, cual nieve resplandece derramada la gracia que el Señor te dio en su anhelo. Tú brillas como el brillo de la espuma, no hay mancha en tu sentir, puro destello, fulgor de amanecer, luz de lo bello, lucero que alborea entre la bruma. Nació, sobre tu pecho sin mancilla, pudor de virginal delicadeza, regazo sembrador de una semilla, semilla excelsa y blanca, la pureza. ¡Jesús logró en tu ser la maravilla y ornó con doce estrellas tu grandeza! 13
  • 14. Blanca María Alonso Rodríguez Fuentes consultadas Sagrada Biblia http://www.radioestrelladelmar.com/virgen/saber_virge.htm http://www.corazones.org/maria/ensenanza/union_virginal_maria_jose.htm http://www.corazones.org/maria/ensenanza/origenes_iglesia_maria.htm http://es.wikipedia.org/wiki/Madonna_(arte) http://www.encuentra.com/documento.php?f_doc=326&f_tipo_doc=9 http://www.tiempodepoesia.org/tiempo/blancamaria/blancamaria1/blancamaria1.ht ml 14