1. Buenos días Boston
Sonaba a los lejos... era como si no estuviera allí, lo oía, pero no me podía creer que
después de tanto tiempo, finalmente estaba pasando: el despertador era lo que me
"despertaba". Si, el despertador. Es increíble las cosas que uno puede echar de menos, o los
detalles tan efímeros que pueden llegar a tener tanto significado, como el hecho de
despertarse con el sonido de un despertador.
Hacia tanto tiempo que no era capaz de dormir, que me había olvidado por completo
la sensación de "ser despertada". Era increíble, tenia ganas de besar aquel pedazo de metal
blanco, y ponerlo en un pedestal, hoy el despertador se había convertido en mi ídolo. No
sabría explicar como me sentía. Abrí los ojos y por primera vez en meses no me ardían las
pupilas. Tenía hambre, incluso me apetecía, la verdad es que mataría, por un buen tazón de
café. Lo había quitado por completo de mi dieta, a los que solemos dormir poco, o casi nada
en mi caso, el café es el enemigo número uno. Me levanté y era increíble la sensación de
tocar el suelo con los pies realmente descansados.
Miré al reloj y vi que eran las nueve y treinta cinco... no me lo podía creer, ¿había
dormido que? ¿seis horas de un tirón? ¡Impresionante! Y realmente lo era, llegué a casa sobre
las tres, y recuerdo que me tumbé y fue como desenchufar un electrodoméstico de la
corriente, simplemente "off".
Y aquí estaba yo, recién despertada por mi nuevo mejor amigo. Tenía la espalda hecha
una mierda, supongo que es de esperarse cuando no has estado tumbada mas de dos horas
seguidas en los últimos seis meses. Pero me daba igual. Me levanté. Me puse mi bata amarilla
con las pequeñas mariposa azules que tanto me gustaban, y me dirigí a la cocina. Aún era
temprano, pero en este momento me hubiera comido un hamburguesa si la tuviera, pero
preferí dejarme llevar por la tentación de la cafeína que tanto añoraba.
Me subí en la amarilla y pequeña banqueta de madera de Loo se había olvidado en
casa cuando se fue, en realidad la escondí para que no se la llevará, vale, podía llegar de
sobra a los armarios de arriba sin necesidad de ningún tipo de apoyo, con mi 1,75 de estatura
no es difícil, pero me gustaba la sensación que daba. Es como flotar, no es lo mismo ver algo
desde abajo y alcanzarlo, que verlo al mismo nivel de tus ojos y escoger se cogerlo por arriba
y por el centro. Estúpido, lo sé.
Cogí la cafetera italiana, prácticamente había creado telarañas de los meses que
llevaba sin usarla, alcance el café que estaba escondido al fondo, y me dispuse a prepararlo.
Que bien olía. Era capaz de saborear el olor a casa de campo que desprendía el café recién
hecho, y añore una vez mas a mi madre. Le encantaba el café, era uno de sus vicios. Desde
que había dejado de fumar, había doblado su dosis de cafeína diaria, decía que estar alerta al
mundo le ayudaba a no tener ganas de fumar. Me gustaba como olía.
—Azúcar... azúcar... ¿donde estás? —Me pillé a mi misma hablando en voz baja con un
buen humor poco común en mi últimamente—. ¡Ahí estás pillín! —Y me reí de mi propia alegría
infantil.
Me encanta mi piso. Pequeño, pero lo tiene todo, al menos todo lo que necesito. Está
a la altura del número 330 de Beacon Street, a poca distancia de parque y del centro. Mi
habitación la había pintado de ocre, me recordaba al campo y las montañas. Mi cama es
amplia, no por ninguna razón en concreto, siempre me gusto el espacio, no es que
últimamente la utilizase demasiado, ni para dormir ni para otros fines que digamos.
2. Solo había comprado sabanas de seda, todas en tonos de beige y marrón, la seda me
transmite paz y suavidad, aún con el inverno y las noches más frías, buscar con los pies un
sitio en la cama que esté frío, y estar allí moviendo la punta de los dedos de un lado a otro
mientras intento volver a dormirme es algo a lo que me puedo resistirme. Tengo 3 almohadas,
todas ellas muy altas y extremadamente blandas, en una ocasión Anna se quedó a dormir, y
me dijo que poner la cabeza en una de estas almohadas era arriesgarse a morir asfixiada,
pero al día siguiente se compro una igual así que seguro se había arrepentido de su
comentario. Había puesto unas cortinas de algodón blanco muy fino, casi transparente. Eran
muy simples y llegaban casi al suelo. En verano cuando abría las ventanas el aire que entraba
por la ventana de este octava planta hacia volar las cortinas con un leve y sinuoso baile. El
baño es pequeño, pero había comprado un hermosa bañera de un estilo clásico con pies
forjados en hierro cuyos dibujos eran iguales a las raíces de un viejo arce. La cocina y el salón
son uno, bueno están divididos por un balcón, al estilo americano. No es que cocinara
demasiado, o me gustara cocinar pero tenia lo necesario para hacer una buena cena si así
fuera necesario. El salón.... ah... el salón. Solo hay un sofá, pero seria de cuatro plazas por lo
menos, la tela es de un verde oscuro con manchas claras y marrones. Le había puesto
muchos almohadones y era el mejor sitio del mundo para echarse una siesta... Dios cuanto
echaba de menos poder echar una siesta.
Tenía mi tazón de café.... que gusto. Me senté en el sofá, acurrucándome bien entre los
almohadones morados y verdes que tenía dispuesto al rededor de todo el respaldo, cogí el
mando a distancia y prendí la tele.
No echaban nada... que novedad. El hecho de tener tele de pago con más de 84
canales no significa necesariamente que encuentres algo que ver. Si, 84 canales y solo
había deporte, mas deporte, música, documentales... nada. Me di la vuelta intentando
alcanzar la revista que los de la tele a pago te mandan a casa, hacia tanto tiempo que no me
sentía tan descansada y no tenía un rato, o al menos ganas de ver una película, que no
estaba segura de ser la revista de este mes, pero valía la pena intentarlo, a lo mejor en los
canales de Paper View habría alguna película de estreno interesante.
Justo en este momento todo se paralizo. Fue como la noche anterior en la discoteca.
Me sentía tan bien que se me había olvidado por completo todo lo ocurrido, pero de pronto
todo volvió. Un flash, todo se movía lentamente, era como se el mundo empezara a girar al
revés. Aquel hormigueo me recorrió el cuerpo, desde la punta de mi dedo gordo del píe hasta
mi ultimo hilo de pelo. Y lo sentí. Aún que fuera muy similar a lo ocurrido en la discoteca, no
era lo mismo. No me invadió el miedo, sino ternura. Sentía ganas de llorar de emoción, me
sentía completamente abrumada por una sensación de placer y euforia que hasta este
momento desconocía. Cada poro de mi piel sudaba intensa y vivamente. Era como si tuvieran
vida propia. Sentí una leve brisa en la nuca, que me recordó la brisa del mar al atardecer, y el
mismo olor que un jardín repleto de jazmines.
Era increíble. Lo sentía y lo oía todo. Era como si no fuera más parte de mi, sino más
bien cada parte de mi fueran un ser diferente. Y justo en este momento oí a lo lejos como
sonaba el móvil.
Lo hacia muy bajo, casi inaudible, pero lo podía oír. Sin razón alguna sabia
perfectamente quién me llamaba, era Anna. Sabia porque lo hacia, se lo había prometido,
prometido salir nuevamente esta noche. Pero no quería, ni lo más mínimo, abandonar las
sensaciones y experiencias que estaba teniendo ahora mismo. Así que cerré los ojos, y el
móvil sonó otra vez, muy alto en esta ocasión, como el claxon de un coche avisándote de que
esta a punto de atropellarte, y lo oí:
—¡No lo hagas! ¡No contestes! —Sonó alto y claro como nunca jamás había oído nada.
3. En este instante todas las sensaciones, gustos, olores y sonidos que estaba
experimentando en los últimos minutos desaparecieran de golpe, y todo lo demás también.
No hubo ningún sonido más. Ni la tele, ni los coches, ni la ciudad tan viva que había fuera de
la ventana. Todo despareció. Era como estar en una burbuja totalmente al vacío, y lo oí como
se fuera el único sonido existente en todo el mundo:
—¡NO LO HAGAS!
Si no fuera por los almohadones de agarré al saltar, cayendo sobre ellos, estoy segura
que me habría roto algo. Me golpeé contra la pared del salón y me desplomé al suelo. Tenía
el corazón en la boca, me ardían las manos y el pecho, y sentía un enorme vacío en el
estomago como se estuviera a punto de vomitar.
—¿Que me está pasando? Me estoy volviendo loca, tiene que ser eso, o aún sigo
dormida y esto toda es una, o mejor, la peor pesadilla de toda mi vida —hable en voz alta
conmigo misma, intentado dar sentido a todo lo que acaba de ocurrir.
No sabría describir estos instantes, el móvil seguía sonando y me estaba volviendo
loca, sentía punzadas en la cabeza, como si los sesos me fueran a estallar. ¿Que había sido
todo eso?. Era como si algo, o alguien me infligiera todas aquellas sensaciones con la
intención de distraerme del resto del mundo, y por alguna razón no quería que cogiera el
teléfono. Si, sonaba a locura... y locura de la malas.
El teléfono dejo de sonar, solo había silencio. No sabia que esperar, que ocurriría
ahora. Pero tenia esta sensación, sensación de vacío, como si algo hubiera sido arrancado de
mi pecho. Añoraba todas aquellas sensaciones que había tenido hacia unos instante, como se
fueran parte de mi propia alma. Deseaba con locura volver a sentir... a sentirlo.
Cuanto mas pensaba mas loca y tonta me sentía. Lo más lógico seria que realmente
no me encontraba bien de la cabeza, y estaba teniendo todo tipo de alucinaciones, pero no lo
quería creer así. Tenia este sentimiento de amor, cariño, pasión que me pinchaba la piel como
agujas. Y sentía que estaba allí. Me levanté de un salto, fue a la cocina y cogí el cuchillo más
grande que encontré. En una ocasión Loo me dijo que sabia que jamás lo utilizaría para
cocinar, se notaba que me conocía bastante bien, pero que en caso de emergencia podría ser
una buena arma. Raras las cosas que uno recuerda en situaciones tan límites.
Hice un recogido por la casa, gritando y pegando voces, avisando a quién o que
estuviera por allí, que estaba armada y no dudaría en usar el cuchillo.
—No sé quién eres... pero será mejor que.. que... te vayas... o salgas, o lo que sea que
puedas hacer... pero no pienso... —Me interrumpí a mi misma. Que estúpida sonaba. Como
podía pensar que alguien seria capaz de infligirme todos aquellos sentimientos sin tan siquiera
tocarme o sin que le pudiera ver.
Fue entonces cuando me di cuenta que me entristecía la idea de que no hubiera nadie
allí. Como podía ser, como podía desear que hubiera alguien. Pero era así. Todo lo que había
experimentado era tan inmenso y inexplicable y no me daba miedo, porque nada más lejos de
lo que había ocurrido en la discoteca, no era como si quisiera infligirme algún tipo de daño o
seducirme, era como si realmente quisiera proteger... amarme.
—Camy, realmente has perdido los últimos tornillos que te quedaban... —dije en voz
alta.
El móvil sonó. Y justo cuando lo tenía en las manos, le oí:
—¡He dicho que no lo cojas!
No sabia que hacer: gritar, salir corriendo o contestar al móvil y decirle a Anna que
enviara una ambulancia con un billete solo de ida al manicomio mas cercano. Así que hice lo
único que no se me hubiera ocurrido hacer en otro momento.
—¿¿Quién demonios eres?? —No hubo respuesta. Claro que no. No había nadie allí.
4. Me sentí avergonzada de mi propia estupidez.
Volvió a sonar y me interrumpió nuevamente:
—No seas cabezona y deja el móvil sobre la mesa...
Ahora si que estaba real y completamente asustada. Tenía verdadero miedo. Empecé a
sollozar, no era lloro siquiera, sollozaba como los niños pequeños a los que se les quite su
juguete favorito. Y lo sentí. Sentí como me inundaba con una sensación de ternura, pena y
culpabilidad. Como cuando miras a alguien que realmente te ha hecho daño y ves en sus ojos
lo más puro y verdadero arrepentimiento que siente. Lo sentía hasta mis huesos, sentía lo
apenado y dolorido que estaba. Y eso se hacia cada vez mas raro, y me hacia llorar más.
Eso no era real, no había nadie más, no cabía tal posibilidad. Lo odiaba. Odiaba la
sensación y la desesperación que me estaba causando, pero a la vez sentía que lo necesitaba,
y desee con todas mis fuerzas que realmente existiera y estuviera a mi lado. Poder tocarlo,
verlo, entonces del mismo modo que había empezado, todo desapareció.
Me quedé sentada en suelo, con el móvil entre los dedos. Nunca me sentí tan sola en
toda mi vida, me tumbé y cerré los ojos.
Había perdido la noción del tiempo.
Me desperté en la misma posición en que me había tumbado, no todo es malo al
menos había podido dormir por segunda vez en seis meses. Miré al reloj y marcaban las dos
de la tarde. En el móvil tenia al menos diez llamadas perdidas de Anna, y otras tantas de Tom
y Marisa. Me imaginé a la pequeña y escandalosa Anna, gritando desesperada por el teléfono
diciendo que algo malo había pasado, poniendo a todos de los nervios, y apostaría toda mi
dinero, si lo tuviera, que estaban a punto de llamar a la puerta.
No sabia siquiera como me había dormido y porque no había oído sonar el móvil
ninguna vez. Así que hice lo único que tenía ganas, me levanté del suelo a trompicones, se me
habían dormido las piernas y la cadera de estar tumbada, mi casa me encantaba pero el suelo
es duro como en cualquier vivienda del planeta, fue al cuarto de baño, y abrí el grifo. El agua
salía a la temperatura ideal. Me metí en la bañera despacio y decidí no pensar en nada... ni
nadie.
Que dudas podría haber tenido de que iban a venir. El timbre sonaba, mejor gritaba,
una y otra vez, salí corriendo de la bañera, casi me mato al deslizarme con el agua que me
goteaba del pelo, y al coger el vídeo telefonillo, vi la cara de pánico que tenia Anna. Ni
siquiera pregunté, directamente di al botón de abrir, y me fue a vestir antes de que llamara a
la puerta, que al juzgar por su cara seria en menos de veinte segundos, porque estaba segura
que no esperaría el ascensor, subiría corriendo por las escaleras. —Quería a Anna. Era una
buena amiga. Sabía por supuesto que en el fondo era muy insegura y la mayor parte del
tiempo la dedicaba a ayudar a los demás con tal de no centrarse en sus propios problemas.
Ella y Marisa eran amigas desde niñas. Cuando llegué al Instituto, Marisa no lo tomó
demasiado bien. Me sentía como la "otra". Me había interpuesto entre las dos, y eso duele.
Así que dediqué casi todo un año en hacerme su amiga. La llamaba a todas horas, la buscaba
por todas partes, e intentaba que estuviera siempre presente. Quería ser amiga de Anna, pero
también tendría que quererla a ella porque el pack era indivisible. Hasta que un día me llamo
ella a casa. haría cosa de dos años que nos conocíamos, Anna había tenido un accidente de
coche, no fue nada grave, pero me llamo a MI. La primera persona a la que llamó. Y desde
entonces hemos sido las tres para todo—.
—¡Camille Bitterlone, abre ahora mismo o hecho la puñetera puerta abajo! —Había
soltado un taco. La cosa era más grave de lo que me había imaginado.
Cuando abrí me esperaba como mínimo un buen puñetazo en el brazo, no muy fuerte
porque conocía la fuerza de Anna, pero no fue así.
5. Se abalanzó sobre mi y me abrazo con todas sus fuerzas, mientras intentaba que las palabras
salieran de su boca:
—Nun... nunca, nunca másss en toda la vida que me, que me... —A duras penas podía
pronunciar—. ...me... vuelvas a hacer eso. No podría vivir sin ti. No vuelvas a hacerlo.
La abrace, y sin darme cuenta lloraba como una magdalena. En este momento vi con
el rabillo del ojo como llegaban Tom y Marisa, seguramente estuvieran aparcando, y vi como
Anna les hacia un señal con la mano para que cerrarán la puerta. Nos sentamos en el sofá, y
Marisa ya no se pudo contener:
—¡¿Que demonios te pasa Camy?! ¿Que te ha ocurrido? Eso no es propio de ti, nos
tenia muertos de preocupación. ¿Todo eso es por Louis? Mira te voy a decir lo que pienso —
dijo como si hiciera falta que le diera mi permiso—, ese tipo es un...
—Yo mejor me voy. —Le interrumpió Tom—. Vais a hablar de cosas de chicas, y todo
eso, no creo que Camy quiera que esté aquí... así que...
—Vale cariño. —dijo Anna con su voz más amable—. Llámame para ver a que hora
quedamos.
—Pero tu crees que ella...
—Tu vete vale... ya te llamaremos —Le interrumpió Marisa.
—Vale vale... —Se acerco a mi, me tocó la mano y dijo suavemente—, Me alegro de que
estés bien Campanilla..
—¡TOM! —sonaran al unísono mis dos amigas. Me conocían lo suficiente para saber
cuanto odiaba que me llamaran Campanilla. Odiaba el cuento de Peter Pan desde que en
segundo curso hicimos la obra, y el director se empeño que hiciera de Campanilla. La peor
experiencia de mi vida. Hacer el papel de un hada diminuta resulta tarea imposible, y ridícula,
para cualquier actor, o en mi caso alguien que necesita aprobar esta asignatura, eso cuando
se trata de teatro sin efectos especiales y todo eso, pero si encima mides mas de 1,70 de
estatura y Peter Pan no supera los 1,55... es realmente humillante.
—A ver Camy... ¿Que te ha pasado? No cogías el teléfono y ayer estabas... ida. Ya no
llamas casi nunca, siempre estas callada, y esas ojeras. Puedes confiar en noso...
—Pongamos los pingos en las ies —Interrumpió Marisa a Anna—, ¿Que ha pasado entre
tu y Loo? Sabemos que erais uña y carne, y de pronto se acabó... se muda a otra ciudad y te
deja aquí... no lo entiendo, quiero decir ¿tanto le querías que no eres capaz de levantar
cabeza? Porque la verdad, no es que se os viera demasiado apasionados...
—Marrr... un poquito de tacto por favor...
—No pasa nada —Les interrumpí en sus monólogos.
No me apetecía dar explicaciones o inventarme excusas a mis mejores amigas. Pero se
lo debía. Les debía la verdad. Claro que me refería a lo de Loo, lo que me estaba ocurriendo
en los últimos días ni se me ocurriría hablar de ello, ni yo sabia lo que estaba pasando, así
que intenté explicar lo mejor que pude.
—A ver si lo pillo: ¿Vivíais juntos pero no estabais juntos? ¿En cambio nos tenia a
NOSOTRAS pensando que si lo estabais? Eso me suena a traición... y de las gordas... —dijo
Marisa, y con razón, toda la razón.
—No... nunca os engañe, Loo me pidió que fuera así. —En esto no mentía—. Me pidió
que siguiéramos de este modo, además no salíamos con nadie...
—Vale. Intentaremos perdonarte.
—Yo ya te he perdonado —dijo Anna con su vocesilla aguda.
—Bien Anna... tu como siempre. Pero explícanos que esta pasando entonces... porque
de verdad, no lo entendemos.
No me apetecía hablar de ello, así que fui rápida y breve.
6. —Tengo insomnio. Solo esto. Duermo mal. Y me siento muy cansada. Pero si eso ya lo
sabéis, Anna incluso me ha recomendado unos cuantos "doctores".
—¿Insomnio? Si tu lo dices. Pero de todos modos no te quedaras sola unos cuantos
días..
—¡Estoy BIEN! —Interrumpí a Anna bruscamente.
—No. No lo estás. Y lo sabes. Así que saldremos esta noche nos emborracharemos y
te quedaras a dormir con nosotras... toda la semana.
No me puse a discutir el tema, las conocía demasiado bien como para saber que
tendrían centenas de razones por las cuales, una más incomoda que la anterior, yo debería
de hacerlas caso. Así que me resigné a asentir con la cabeza y me fue a la habitación a
preparar mis cosas.
A lo lejos las oía reírse en salón, me encantaba ver lo rápido que se les olvidan las
preocupaciones y lo felices que se sentían al creer que habían resuelto todos mis problemas.
Seguramente se reían de Bob Esponja o de los Simpsons, a las tres nos chiflaban estos dos
dibujos en concreto. Así que me sumergí en mis pensamientos. Aún seguía intentando
encontrar lógica a todo lo que me estaba ocurriendo, y no era capaz de encontrarla en ningún
sitio.
Decidí centrarme entonces en que ropa me llevaría, y en que me pondría esta noche,
no es que fuera exactamente coqueta, pero prefería llevarme algo de casa y no permitirlas que
lo eligieran de entre sus cortos y coloridos vestidos.
Las chicas llevaban viviendo juntas desde hace tres años. Me lo ofrecieran en su
momento, pero cuando vi este piso no quise estar en ningún otro lugar del mundo. Su piso
estaba en Harrison Avenue, cerca del Peters Park. Era un edificio antiguo, histórico como le
gustaba decir a Anna, pero totalmente reformado. Una vez dentro, todo es lujo, blanco, y
plastificado. A Marisa le encanta todo los tipos de tendencias. Los muebles son los típicos de
las revistas de decoración ultra modernas. Es muy amplio y grande, tiene tres habitaciones,
con sus baños individuales y un aseo a parte para los invitados. El salón mide al menos
sesenta metros cuadrados y esta pintado de un blanco glacial, que ha mi me da la sensación
de un enorme iceberg a punto de chocarse con el resto de la casa, que debido al color azul
oscuro de sus paredes se asemeja a un gran barco a la deriva. Pero es acogedor, Anna le dio
su toque personal, colgando uno que otro duendecillo verde, de los que no superan los diez
centímetros, en las esquinas mas ocultas de la casa. Decía que espantaban la mala suerte y
los malos espíritus, de hecho no se me ocurría un lugar mejor en el que estar ahora mismo.
—¿Puedo pasar?
—Claro que si... —contesté a Anna.
—Nos lo pasaremos bien esta noche y... ya lo sabes si hay algo que no hayas querido o
podido decir... búscame, soy toda oídos.
—Lo se hermosa... lo sé —contesté con dulzura.
En realidad no había nada en el mundo que quisiera con tanta fuerza mantener en
secreto como las experiencias que había tenido, no tanto la de ayer en la discoteca, pero si
las de hoy. Fue algo tan... íntimo. Fue muy profundo, y tenia la seguridad que solo me
pertenecía a mi, y... a "él".
Ni siquiera estaba segura de como sabia que era "él", o que realmente todo aquello
había ocurrido. Pero lo sentía. Había sentido toda clase emociones esta mañana, y me
negaba a creer que no había sido real. Y sentía tanta tristeza cuando me acordaba de la pena
y remordimiento que me transmitió cuando me puse a llorar... no quería haberle hecho daño...
sonaba a locura. Cuanto mas lo pensaba, mas a locura sonaba. Empezaba a imaginarme que
realmente hubo alguien, que realmente ocurrió.
7. Necesitaba salir de mi piso. Necesitaba este paseo a la disco, a lo mejor me olvidaría
de todo ello, y en el futuro me reiría del pequeño brote psicótico que había tenido.
—¿Lista?
—Si... vámonos.
Cerré la puerta detrás de mi y nos metimos en el ascensor.