Los párrafos narrativos son aquellos que cuentan una sucesión de hechos o de acciones de manera cronológica. Suelen estar en distintos textos narrativos, como cuentos, novelas, leyendas, mitos, crónicas, biografías y noticias.
4. Un párrafo narrativo, por lo tanto, es aquel que cuenta una
situación. Suele tratarse de una enumeración sucesiva de hechos,
por lo general ordenada de manera cronológica.
9. “Al abrir la puerta, Harry encontró su casa revuelta. El
detective no se sorprendió, ya que sabía que lo habían estado
siguiendo. Por eso, decidió ingresar de manera sigilosa: quería
estar prevenido en caso que el invasor siguiera allí. Después de
recorrer todos los rincones de la vivienda, confirmó que estaba
solo. Entonces tomó el teléfono y marcó el número del alcalde.
Quería ponerlo al tanto de la situación”.
10. Un párrafo narrativo también puede estar desarrollado en primera persona:
“Lo vi caminando por el parque y lo reconocí al instante.
Primero dudé, pero luego me decidí y fui a encararlo. Le toqué
el hombro y, cuando se dio vuelta, lo miré fijo a los ojos, sin
hablar. Por supuesto, el también me reconoció enseguida. Tal
vez por eso atinó a tratar de escapar, aunque logré retenerlo. Lo
tomé del brazo y lo llevé por la fuerza hasta una zona apartada,
donde podía exigirle que me dijera la verdad sin ningún
testigo”.
12. El médico rural, de Felipe Trigo
Partió el tren, negro, largo, con sus dos locomotoras. Esteban y Jacinta, en el andén,
al pie de las maletas, le vieron alejarse entre el encinar, con una emoción de adiós a
algo doloroso de que había les arrancado y despedido para siempre. Fue en los dos
jóvenes, en los dos casi chiquillos, tan honda y compartida esta emoción, que, al
deshacerse las últimas volutas de vapor en el final del puente, ellos se miraron y
cogiéndose la mano. Jacinta se acercó a darle un beso y a ordenarle los encajes de la
gorra a su hijo, que dormía en brazos de la vieja y fiel criada; y Esteban, inundado
por la bondad de su mujer, sintió en los ojos humedad de lágrimas, en una dulce
angustia de la honradísima alegría que le causaba el poder empezar, al fin, a hacerla
venturosa.
13. Marianela, Benito Pérez Galdós
Se puso el sol. Tras el breve crepúsculo vino tranquila y oscura la
noche, en cuyo negro seno murieron poco a poco los últimos
rumores de la tierra soñolienta, y el viajero siguió adelante en su
camino, apresurando su paso a medida que avanzaba la noche. Iba
por angosta vereda, de esas que sobre el césped traza el constante
pisar de hombres y brutos, y subía sin cansancio por un cerro en
cuyas vertientes se alzaban pintorescos grupos de guinderos, hayas y
robles.
14. La catedral, de Vicente Blasco Ibáñez
Comenzaba a amanecer cuando Gabriel Luna llegó ante la catedral. En las
estrechas calles toledanas todavía era de noche. La azul claridad del alba,
que apenas, lograba deslizarse entre los aleros de los tejados, se esparcía
con mayor libertad en la plazuela del Ayuntamiento, sacando de la
penumbra la vulgar fachada del palacio del arzobispo y las dos torres
encaperuzadas de pizarra negra de la casa municipal, sombría construcción
de la época de Carlos V.
15. Galerna, de Joaquín Dicenta
Así, esclavizando a la hermosura de su que redora todo el mujerío montañés,
canta su cantar el boyero; y van los ecos del cantar extendiéndose por el
espacio en himno de amor, que sube y se pierde hacia los orientes de la luz.
¡Amanecer tibio de Julio, el aire te embellece con el musical de sus besos
sobre las hierbas enmollecidas por los brillantes del rocío; con su ir y venir
sobre las aguas del Cantábrico, que se deshace contra el ropaje en caireles de
espuma!... A tus resplandores va contorneándose el pueblecillo pescador.
16. El manuscrito de un loco de Charles Dickens
Las noches aquí son largas algunas veces, muy largas; pero nada son en comparación con
las inquietas noches y terribles ensueños de aquel tiempo. Su recuerdo me estremece.
Grandes, sombríos fantasmas con maliciosos rostros se sentaban en los rincones de mi
cuarto, y de noche se inclinaban sobre mí, incitándome a la locura. Me decían en voces
atronadoras que el suelo de la antigua casa en que murió el padre de mi padre, estaba aún
manchado de su sangre, derramada por su propia mano en el furor de su locura. Me
cubría los oídos con las manos, pero me gritaban y me gritaban hasta que el cuarto se
estremecía con sus acentos, y por todas partes oía que en la generación anterior a la suya
la locura durmió, pero que su abuelo había vivido por años con sus manos entre grillos,
para evitar que se hiciesen pedazos. Sabía que decían la verdad, lo sabía bien. Lo había
descubierto años hacía , aunque me lo quisieron ocultar.