Pregón de Navidad en Baeza 2015: La Navidad según San Juan de Ávila y Santa Teresa de Jesús

Pregón de Navidad 2015. Baeza
Bartolomé Cartas Cartas 1 / 38

Pregón de Navidad en Baeza, 2015
Teatro Montemar, 12 de diciembre
Bartolomé Cartas Cartas
Buenas noches:
Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Ilustre y Venerable Cofradía del
Santísimo Cristo del Calvario y Nuestra Señora de la Amargura. Autoridades eclesiásticas,
autoridades civiles, Sr. Presidente y Junta de Gobierno de la Agrupación Arciprestal de
Cofradías y Hermandades de nuestra ciudad. Señor Pregonero de la Navidad 2014,
compañero de pregón y amigo Rafael; muchas gracias por esta semblanza que has
realizado de mi persona; creo que te has excedido en elogios. Tú sí que eres una persona
comprometida con la Iglesia de Baeza, sus cofradías, hermandades y sus gentes. Eres
buena persona y lo ejemplificas con tu manera de ser; sirviendo de modelo para muchos.
Cofrades, hermanos y miembros de las juntas de gobierno de las cofradías y
hermandades de Baeza; amigos, compañeros y familiares:
cuando “La Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo del Calvario y Nuestra
Señora de la Amargura” contactó conmigo para ofrecerme leer el pregón de Navidad de este
año 2015, no daba crédito a mis oídos, y no es tópico; ni en el más remoto y feliz de mis
sueños hubiera pensado que yo podría haberme hecho acreedor de un honor semejante;
pues no pertenezco a la familia cofrade de la Ciudad de Baeza y, sin embargo, es una
cofradía quien propone a la persona que ha de pregonar la Navidad. Agradezco la confianza
depositada en mi persona y espero cumplir dignamente con el cometido. Asumida la tarea y
aceptado el reto me dispuse a redactar el pregón que ahora les leo.
PRIMERA PARTE
“Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía
reposará sobre sus hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios

Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaias 9, 6). Esto escribió el profeta Isaías 700
años antes del nacimiento de Jesús.
La Navidad cristiana, es la “Natividad” de Jesús, o lo que es lo mismo, la
conmemoración del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Uno, aunque desde pequeño criado y educado en el seno de una familia cristiana, y
por ende practicante de esta doctrina, no se siente capacitado para hablarles con autoridad
sobre el misterio de la Navidad, que es un misterio de fe: el misterio de la Encarnación de
Dios. Y, puesto que la fe es una cuestión personal e intransferible, considero, que quienes
mejor han podido y pueden arrojarnos luz sobre el dogma de la Encarnación, sin verme yo
hablando de cuestiones de las que no soy docto; decía que quienes mejor pueden
ilustrarnos sobre este dogma son algunas de las consagradas personalidades de la Iglesia
católica que, por añadidura, hicieron de nuestra ciudad de Baeza lo que antaño fue y mucho
de lo que ahora es; y cuyo mensaje siempre estará vigente.
SAN JUAN DE ÁVILA
En primer lugar voy a hablarles de San Juan de Ávila. San Juan de Ávila, denominado
“Apóstol de Andalucía”, reformador del clero y patrono del clero secular, proclamado Doctor
de la Iglesia en 2012 por el Papa Benedicto XVI, fue el fundador de la Universidad de
Baeza. En el libro titulado “Obras del Venerable Maestro Juan de Ávila”, Tomo I, se nos
narra el episodio de su nacimiento:
“Nació el Venerable Maestro Avila dia de la Epiphania (6, enero, 1500), Pasqua
solemne en la Iglesia, en que la Estrella guió aquellos Santos Reyes al pesebre de
Belén, donde conocieron, y adoraron al Salvador del mundo, con feliz pronóstico de
que el niño, que en este dia nació, havia de ser Estrella resplandeciente en la Iglesia
de Dios, que havia de encaminar a muchas almas al servicio de su Criador, …
El dia del Bautismo (de Juan de Ávila), ... fue el octavo, en que celebra la Iglesia
el Bautismo de Christo por el gran Bautista, de donde por ventura le llamaron Juan;
no es de menor mysterio, porque este dichoso niño havia de ser una clamorola voz de
Dios en el desierto del mundo, imitando al mayor de los nacidos en austeridad de
vida, y predicacion, reduciendo a tantos pecadores al Bautismo de la penitencia”.

La Navidad y San Juan de Ávila. ¿Cómo entendía Juan de Ávila la Navidad?
San Juan de Ávila predicó en púlpitos de iglesias y de conventos y escribió cientos de
sermones y cartas ascéticas, dirigidas a todo tipo de personas.
Para San Juan de Ávila la Navidad, ha de ser una búsqueda y encuentro ilusionante
con Jesús. Respecto a la Navidad nos dice en sus sermones y cartas:
"No vale buscar a Dios sin perseverancia y esperanza. Dos alforjas has de llevar
para buscar a Dios, que son confianza y perseverancia" … Vinieron (los Reyes)
determinados de perder la cabeza por el niño, y por esto lo hallaron" (Sermón 5).
La Navidad es una invitación a confiar en la misericordia de Dios y, a la vez, a
reflexionar sobre nuestra vida de cristianos:
"Es hoy día de las misericordias de Dios y que rebosa de alegría y de confianza
para los pecadores" "¿Qué cosa hay en el mundo que dé más confianza que es ver
estar a Cristo en un pesebre llorando por nuestros pecados?… Comencemos vida
nueva, pues el Niño la comienza". (Sermón 4).
El ambiente navideño es en buena medida mariano. Con María aprendemos a
descubrir la sencillez, humildad y pobreza del Niño:
"La Virgen nos lo dio niño, puesto en un pesebre, manso y humilde, para que
ninguno que quisiera ser remediado, tema de llegarse a Él" (Sermón 68).
La Navidad va a suponer una preparación para encontrarnos con el Señor, que nos
va a pedir que, fijándonos en su testimonio, renovemos nuestras vidas:
"Allegaos al pesebre y pedidle con fe: Señor, pues que tú te ablandaste,
ablándame a mí el corazón. Y de esta manera sin ninguna duda os dará Dios agua
para que reguéis vuestra casa llena de polvo.
¿Qué es menester más para el huésped que viene muerto de hambre y de frío y
desnudo? Que busquéis qué coma y qué se vista, y que lo calentéis" (Sermón 2)
San Juan de Ávila nos refiere lo que para él es Cristo: hermosura en todo su ser. En
su obra “Audi, filia” nos narra cómo Cristo es hermoso y cómo esta hermosura no es la del
cuerpo físico sino a los ojos de la fe:
“Y pues así es, parézcaos Cristo esposo hermoso. Siendo Dios es hermoso,
Palabra acerca del Padre. Hermoso también en el vientre de la Madre, adonde no
perdió la divinidad y tomó la humanidad. Hermoso el Verbo nacido infante, porque

aunque él era infante que no hablaba, cuando mamaba, cuando era traído en los
brazos, los cielos hablaron, los ángeles cantaron alabanzas, la estrella trujo a los
Reyes magos, fue adorado en el pesebre, como manjar de animales mansos.
Hermoso, pues, es en el cielo, hermoso en la tierra, hermoso en el vientre de la Madre,
y hermoso en los brazos de ella, hermoso en los milagros, hermoso en los azotes,
hermoso convidando a la vida, hermoso no temiendo en nada la muerte, hermoso
dejando su ánima cuando expiró, hermoso tornándola a tomar cuando resucitó,
hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro, hermoso en el cielo, hermoso en el
entendimiento, la suma y verdadera hermosura, la justicia es. Allí no le verás
hermoso, adonde le hallares no justo. Y pues en todas partes es justo, en todas partes
es hermoso”.
Además de sermones y cartas San Juan de Ávila también nos dejó algún villancico
como éste que dice:
VILLANCICO QUE DICEN DE SAN JUAN DE ÁVILA
“Sepan todos
que nuestro Dios es amor.
Fuego tiritando en hielo,
fría noche de Belén,
¿quién en el establo, quién
llora con tan dulce duelo?
Llanto en la tierra es del cielo,
niño llanto embajador
de nuestro Dios que es amor.
Cuando entre pajas te veo
de amor dulce tiritar,
sé que solo tu deseo
es ser amado y amar.
La tierra vino a incendiar
tierno fuego abrasador

Verte envuelto entre pañales
misterio de amores es;
no buscar propio interés
son de tu amor las señales.
Del pesebre en los umbrales
tiembla gélido el calor
Y la Madre con cariño,
cuando te ve en el portal,
te abraza, su tierno Niño,
te adora, Dios celestial.
Madre siempre virginal,
luz que grita con ardor
que nuestro Dios es amor”.
SANTA TERESA DE JESÚS
Otra mística y santa, Doctora de la Iglesia, Santa Teresa, reformadora de la orden
carmelita, también pasó por nuestra tierra. Su obra literaria y fundacional es prolija. En este
año 2015, que ahora termina, hemos conmemorado el V Centenario de su nacimiento en
todo el territorio nacional y con mayor intensidad en los lugares teresianos y carmelitanos.
Se han celebrado conferencias, congresos, exposiciones, conciertos, publicado libros,
discos,… La Navidad para la Orden del Carmelo reformado es una festividad de gozo. Santa
Teresa así lo siente y para estas fechas compuso varios poemas que, con música, se
transformarían en coplas y villancicos:
Al nacimiento de Jesús [01_SANTA-TERESA_Al nacimiento de
Jesus_AUDIO]

Hoy nos viene a redimir
un Zagal, nuestro pariente,
Gil, que es Dios omnipotente.
Por eso nos ha sacado
de prisión a Satanás;
mas es pariente de Bras,
y de Menga, y de Llorente.
¡Oh, que es Dios omnipotente!
Pues si es Dios, ¿cómo es vendido
y muere crucificado?
¿No ves que mató el pecado,
padeciendo el inocente?
Gil, que es dios omnipotente.
Mi fe, yo lo vi nacido
de una muy linda Zagala.
Pues si es Dios ¿cómo ha querido
estar con tan pobre gente?
¿No ves, que es omnipotente?
Déjate de esas preguntas,
muramos por le servir,
y pues El viene a morir
muramos con El, Llorente,
pues es Dios omnipotente.
La Navidad, era una fiesta muy celebrada entre las religiosas carmelitas.
Tradicionalmente se acompañaba de música y se cantaban villancicos, que en tiempos de la

santa se denominaban coplas. Las castañuelas y el tamboril eran instrumentos a los que la
mística arrancaba acordes para que adornasen sus composiciones poéticas.
[02_SANTA-TERESA_Pastores que velais_AUDIO]
Pastores que veláis
¡Ah, pastores que veláis,
por guardar vuestro rebaño,
mirad que os nace un Cordero,
Hijo de Dios Soberano!
Viene pobre y despreciado,
comenzadle ya a guardar,
que el lobo os le ha de llevar,
sin que le hayamos gozado.
Gil, dame acá aquel cayado
que no me saldrá de mano,
no nos lleven al Cordero:
¿no ves que es Dios Soberano?
¡Sonzas!, que estoy aturdido
de gozo y de penas junto.
¿Si es Dios el que hoy ha nacido,
cómo puede ser difunto?
¡Oh, que es hombre también junto!
La vida estará en su mano;
mirad, que es este el Cordero,
Hijo de Dios Soberano.
No sé para qué le piden,
pues le dan después tal guerra.
Mía fe, Gil, mejor será
que se nos torne a su tierra.

Si el pecado nos destierra,
y está el bien todo en su mano,
ya que ha venido, padezca
este Dios tan Soberano.
Poco te duele su pena;
¡oh, cómo es cierto del hombre,
cuando nos viene provecho,
el mal ajeno se esconde!
¿No ves que gana renombre
de pastor de gran rebaño?
Con todo, es cosa muy fuerte
que muera Dios Soberano.
Los villancicos de Santa Teresa están compuestos para la meditación y alegría del
convento, tienen un carácter comunitario en un ambiente pastoril, e introduce un diálogo con
unos personajes ficticios, figura literaria que estructura la composición poética:
En la festividad de los Santos Reyes
[03_SANTA TERESA_En la Fiesta de los Reyes_AUDIO]
Pues la estrella
es ya llegada,
vaya con los Reyes
la mi manada.
Vamos todas juntas
a ver el Mesías,
pues vemos cumplidas
ya las profecías.
Pues en nuestros días,
es ya llegada,
vaya con los Reyes

la mi manada.
Llevémosle dones
de grande valor,
pues vienen los Reyes,
con tan gran hervor.
Alégrese hoy
nuestra gran Zagala,
vaya con los Reyes
la mi manada.
No cures, Llorente,
de buscar razón,
para ver que es Dios
aqueste garzón.
Dale el corazón,
y yo esté empeñada:
vaya con los Reyes
la mi manada.
Respecto a la persona de San José, que fue el esposo de la Virgen María, Custodio y
padre de Jesús en la Tierra y apoyo de la familia de Nazaret, que aceptó los designios que
Dios tuvo para él, proclamado Patrono de la Iglesia Universal; podemos afirmar que en las
fiestas navideñas su protagonismo se encuentra relegado a un segundo plano; sin embargo,
no sucede así en la vida de Santa Teresa de Jesús, que lo venera hasta el punto que su
primera fundación conventual la llamó “Convento de San José”; y siempre invocará a aquel
santo en momentos de adversidad. Su intercesión la libró de una grave enfermedad, y así lo
narra en el capítulo 6 de su obra “El Libro de la Vida”:
EL LIBRO DE LA VIDA. Cap. 6

“Trata de lo mucho que debió al Señor en darle conformidad con tan grandes
trabajos, y cómo tomó por medianero y abogado al glorioso San José, y lo mucho que le
aprovechó.
[04_SANTA-TERESA_A San Jose_AUDIO]
Quedé de estos cuatro días de paroxismo de manera que sólo el Señor puede
saber los incomportables tormentos que sentía en mí: la lengua hecha pedazos de
mordida; la garganta, de no haber pasado nada y de la gran flaqueza que me ahogaba,
que aun el agua no podía pasar; toda me parecía estaba descoyuntada; con
grandísimo desatino en la cabeza; toda encogida, hecha un ovillo, porque en esto
paró el tormento de aquellos días, sin poderme menear, ni brazo ni pie ni mano ni
cabeza, más que si estuviera muerta, si no me meneaban; sólo un dedo me parece
podía menear de la mano derecha. Pues llegar a mí no había cómo, porque todo
estaba tan lastimado que no lo podía sufrir.
Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él.
Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma
este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo
hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta
las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado
Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros
santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso
Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a
entender que así como le fue sujeto en la tierra que como tenía el nombre de padre,
siendo ayo, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide.
Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara
en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí y a
otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas seré
corta más de lo que quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien
en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe
quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este
glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le
habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los

ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José
por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración,
tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino. Plega al Señor no
haya yo errado en atreverme a hablar en él; porque aunque publico serle devota, en
los servicios y en imitarle siempre he faltado.
Pues él hizo como quien es en hacer de manera que pudiese levantarme y andar
y no estar tullida; y yo como quien soy, en usar mal de esta merced”.
SAN JUAN DE LA CRUZ
El 13 de junio de 1579, San Juan de la Cruz, venía para Baeza a fundar un colegio de
estudios para su congregación. Baeza era la Universidad más prestigiosa de Andalucía,
fundada por Juan de Ávila. Y la casa de los descalzos carmelitas encuentra aquí un valioso
amparo.
DEL VERBO DIVINO
Desde el mismo momento en que San Juan de la Cruz se hace cómplice de la
aventura fundacional de Santa Teresa conoce las coplas y villancicos que animan las
representaciones y festejos de los conventos de Carmelitas Descalzos, y pronto se implica
en ellos con sus propias aportaciones poéticas. Existen testimonios de frailes que hacen
referencia al conocido gusto de San Juan de la Cruz por componer “coplas a lo divino”,
especialmente en Navidad, y dan a conocer una simpática procesión que gustaba realizar
en Nochebuena por las celdas pidiendo posada y cantando versos.
En una de las biografías del santo, del Padre Fray Alonso de la Madre de Dios, el
“Asturicense”, se nos narra cómo se desarrollaban estas veladas:
“Esta santa noche celebraba siempre con exceso de espíritu. Por lo que hizo en
una de ellas en Granada, siendo allí prior, se verá algo de lo que hacía en las demás.
Llegada la noche del santo Nacimiento, hizo poner a la madre de Dios en unas andas,
y, tomada en hombros, acompañada del siervo del Señor y de los religiosos que la
seguían caminado por el claustro, llegaban a las puertas que había en él a pedir
posada para aquella señora cercana al parto y para su esposo, que venían de camino.
Y llegados a la primera puerta pidiendo posada cantaron esta letra que el Santo

compuso: [05_SAN-JUAN-CRUZ_Del Verbo Divino_San-Juan-de-la-Cruz]
Del Verbo divino,
la Virgen preñada
viene de camino,
¿si le dais posada?.
Y su glosa se fue cantando a las demás puertas respondiéndoles de la parte de
adentro religiosos que había puesto allí, los cuales secamente les despedían.
Replicábales el Santo con tan tiernas palabras, así del explicar quién fuesen los
huéspedes que la pedían, de la cercanía del parto de la doncella, del tiempo que hacía
y hora que era, que el ardor de sus palabras y altezas que descubría enternecía los
pechos de quienes le oían y estampaba en sus almas este misterio y un amor grande
a Dios”.
Otra composición de San Juan de la Cruz es el “Romance del Nacimiento”
Del Nacimiento.
Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en un pesebre ponía,
entre unos animales
que a la sazón allí había.
Los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,

festejando el desposorio
que entre tales dos había.
Pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía.
Y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.
De las vivencias del Misterio de la Navidad, de dar cobijo en su corazón a este
misterio de Dios con nosotros, alumbró San Juan de la Cruz un romance: “In principio erat
Verbum”. Este Romance es el canto a la Santísima Trinidad, como misterio de Amor de
Dios, amor entrañable de Dios por los hombres y la salvación.
“En el principio moraba
El Verbo, y en Dios vivía,
en quien su felicidad
infinita poseía.
El mismo Verbo Dios era,
que el principio se decía;
Él moraba en el principio,
y principio no tenía.
Él era el mismo principio;
por eso de él carecía.

El Verbo se llama Hijo,
que del principio nacía;
hale siempre concebido
y siempre le concebía;
dale siempre su sustancia,
y siempre se la tenía.
Y así la gloria del Hijo
es la que en el Padre había
y toda su gloria el Padre
en el Hijo poseía.
Como amado en el amante
uno en otro residía,
y aquese amor que los une
en lo mismo convenía
con el uno y con el otro
en igualdad y valía.
Tres Personas y un amado
entre todos tres había,
y un amor en todas ellas
y un amante las hacía,
y el amante es el amado
en que cada cual vivía;
que el ser que los tres poseen
cada cual le poseía,
y cada cual de ellos ama
a la que este ser tenía.

Este ser es cada una,
y éste solo las unía
en un inefable nudo
que decir no se sabía;
por lo cual era infinito
el amor que las unía,
porque un solo amor tres tienen
que su esencia se decía;
que el amor cuanto más uno,
tanto más amor hacía”.
Para concluir esta referencia al “santo frailecico”, quiero recordarle que hoy, doce de
diciembre, es la víspera de la noche de aquel viernes de 1591 en que San Juan de la Cruz
nos dejó para irse a “cantar maitines al cielo” desde la vecina y hermana ciudad de Úbeda.
SAN JUAN BAUTISTA DE LA CONCEPCIÓN
Otro de los grandes místicos de la literatura española es Juan Bautista de la
Concepción. Juan Bautista nació en Almodóvar del Campo, muy probablemente pariente de
San Juan de Ávila y paisano suyo. Estudió teología en la Universidad de Baeza. Reformador
de la Orden trinitaria, en septiembre de 1606 se dispuso a realizar fundaciones de conventos
en Baeza. En este primer viaje aventurero hacia Jaén a través del Camino de Toledo, que
comunicaba la antigua capital de España con Granada, pasa por la Villa de El Mármol; y así
lo narran en su biografía:
“Yo salí (dice) de la Mancha para Baeza, y Granada, qual la Magestad de Dios
sabe, y mis compañeros pueden decir, tan nada, que ni aun para que me subieran en
brazos en un pollino estaba: un hombre más muerto, que vivo, y vivo retrato de
muerto. Pero como era enfermedad, que Dios me daba, en realidad de verdad no me
distraia los deseos interiores, antes asi adelgazado el cuerpo, me parece estaban más
puros, y en su punto, deseando agradar a Dios […] Con este pleito digo, que yo me
acosté, ó me eché en el suelo aquella noche que dormí en el Mármol, una legua de

Baeza, harto malo con calentura, vencida la naturaleza. Estuve asi toda la noche. A la
mañana fue tan grande el quebrantamiento, que sentí me daban un crugido todos los
huesos, y que me descendían, y bajaban a un ser amigable del cuerpo, en que yo me
vi mas carne, mas sensible, y mas para cosas exteriores” […] Entró en Baeza en la
mañana siguiente, y no hallando allí al Señor Obispo, partió, sin descansar, en busca
suya a la Ciudad de Jaen; y recibida la bendición de su Ilustrísima, le pidió permiso,
para tomar una casa en la Ciudad, y Universidad de Baeza, desde donde pudiesen los
Estudiantes acudir a las Aulas á oír las lecciones […]
La Navidad para Juan Bautista es el continuo recuerdo del misterio de la Concepción
virginal de Jesús, de la Encarnación del Verbo: “el Verbo, la Palabra, se hizo carne y habitó
entre nosotros”. La Inmaculada Concepción de María será el faro que oriente e ilumine la
vida de Juan Bautista y el motivo por el que desde joven profese una inmensa devoción a
María y a su perpetua virginidad. En una de las biografías del santo trinitario se relata el
motivo por el que éste adopta el sobrenombre de “de la Concepción”:
COMPENDIO DE LA VIDA, VIRTUDES Y MILAGROS DEL BEATO JUAN BAUTISTA DE LA
CONCEPCIÓN. Capítulo V
“De la devocion á Jesu Cristo, procede, dice el gran Padre San Bernardo, como
precisa consecuencia, la devocion á la Sacratisima Virgen su Madre. Tiernisima y
constante fue la que nuestro Beato profesó á esta Soberana Reina. Desde niño la
tomó por Madre, la obsequió como a Señora; en todas sus empresas imploró su
Patrocinio, y experimentó los copiosos efectos de su benignidad; y para asegurar mas
su proteccion eficáz, quando se hizo Descalzo, tomó por sobrenombre un Misterio de
esta Señora, llamandose Fr. Juan Bautista de la Concepcion. iQué gozo no seria el
suyo, si hubiera alcanzado el tiempo, en que, á peticion de un Rei Catolico, y Piadoso;
el Supremo Pastor de la Iglesia declaró por Patrona universal de sus dilatados
Dominios á esta Gran Madre con el titulo misterioso de su Inmaculada Concepcion!
Sin esto, siempre que lo proporcionaba la ocasion, hablaba altamente de las
excelencias de esta Soberana Emperatriz, cuya Concepcion en gracia desde el primer
instante de su ser, siempre confesó, veneró, y predicó, instituyendo en la Orden fiesta
principal de este Misterio”.

En sus reflexiones teológicas Juan Bautista de la Concepción considera que el
nacimiento de Jesús es un obsequio que la humanidad ha recibido de Dios Padre, que nos
da a su Hijo para que lo “consumamos” como manjar exquisito; y que, no por ser asequible a
todos es medicina baladí; más bien todo lo contrario: necesaria para la vida plena. Escribe
Juan Bautista en una de sus composiciones:
(Obras completas de San Juan Bautista de la Concepción, Tomo IV pag. 691)
“Una de las principales obras de Dios hombre fue dejarse en manjar para el
hombre. (…) Cuando a un enfermo le han dado muchos manjares y no mejora, sino
que antes empeora, traen manjares exquisitos y de lejos. Estaba la naturaleza humana
enferma, curábala Dios con mil remedios y hacíale platos exquisitos. No sólo no
sanaba, sino que cada día iba peor. Alto, pues, venga otro manjar exquisito y
particular de lejos: hágase Dios hombre para que el hombre sane... Aquí notaremos
qué fue la causa por qué la Virgen, luego como parió, echó a su hijo en un pesebre…
Respondo que, como veía que venía a ser manjar de hombre, luego se lo quiso dar al
hombre. El hombre, por el pecado, estaba hecho bestia. Va Cristo a buscarle al
pesebre, lugar donde las bestias se hallan. Y para que entienda el hombre, por
enfermo que esté, que puede comerlo, que ya está sazonado y maduro el que era
terrible, pues lo hallará puesto en paja y en pesebre… De manera que se da Dios en
manjar y para eso nace, y eso significa el venir de lejos y el ponerse en pesebre. En
esto se diferencia el manjar de los zapatos, del sayo, etc.: que los zapatos sirven para
los pies y el sombrero para la cabeza, pero el manjar sirve para todo el hombre,
principalmente para le conservar la vida, y da sustancia y fuerza a la cabeza, a los
ojos, a los pies y a las manos…”
El Niño Jesús en el pesebre es grandeza, llaneza y afabilidad, todo en una misma
persona y al mismo tiempo.
“¿Que mayor grandeza, que en su nacímiento se descolgasen tantos millares de
Angeles por esos ayres, que truxese pastores, y reyes, que le adorasen en un
pesebre, y en los brazos de una doncella? ¿Que mayor llaneza, y afabilidad, que
escoger Padres pobres, y nacer en un establo, solo, en compañía de bestias? ¿Que
mayor llaneza, que dexarse tentar de un demonio? ¿Que mayor grandeza, que venir
angeles del cielo a administrarle la comida?”

SEGUNDA PARTE
Una vez concluido este peregrinaje por algunas de nuestras más reconocidas
personalidades de la mística cristiana de los siglos XVI y XVII que, además, dejaron su
impronta en nuestra ciudad de Baeza; de cómo entendían ellas la Navidad, su ambiente,
sus protagonistas; todo ello elevado a un plano sublime y desde éste aterrizando en la
sencillez, para ser entendidas por el clero y pueblo llano y que sus pensamientos y
vivencias fuesen asequibles; una vez realizado este breve itinerario ideológico, quiero dar
un salto en el tiempo y retrotraerme a nuestros días: en un primer momento quiero hacer un
repaso vivencial de la Navidad de hace pocas décadas y, a continuación, del momento
actual.
En los días de Navidad abundan en las cadenas de televisión versiones
cinematográficas importadas, de obras literarias de célebres autores como: Charles Dickens,
Anton Chejov, Fiodor Dostoyevski, Hans Christian Andersen, etc; historias que tratan de
aclimatar y sensibilizar al espectador en lo que representan estas fechas; pero que poco
tienen que ver con nuestras tradiciones y costumbres; con la Natividad de Jesús.
Por el contrario, quiero hacerles partícipes de una historia que me contaron no hace
mucho. Es la historia de un niño llamado Antonio, cercano a mí y a ustedes: cercanía que
obedece al lugar donde se desarrolla y a la afinidad que, seguro, tienen sus vivencias con
las de muchos de ustedes.
La historia de Antonio y la Navidad.
Antonio nació en un pequeño pueblo, cercano a las dos señoriales ciudades de
Baeza y Úbeda. Creció y se educó en el seno de una familia de tradición católica. En su
casa convivía con sus abuelos maternos: Magdalena y Bartolomé; su hermano Valentín, que
le llevaba cuatro años, y sus padres: Paqui y Antonio.
La Navidad en la casa de Antonio se vivía de una manera especial. El ambiente
navideño se preparaba con semanas de antelación. Parte de estos preparativos
comenzaban con la matanza del marrano un mes antes; de aquí se sacaría no sólo buena
parte del sustento alimenticio de la familia para el año, la manteca para las tortas de

manteca, uno de los bocados culinarios típicos del invierno, y de la Navidad; sino también la
vejiga para la zambomba navideña con la que interpretar alegres villancicos.
Gran parte del entorno cotidiano de Antonio, desde que se despertaba por la mañana
hasta que se acostaba por la noche, estaba colmado de religiosidad. Cotidianeidad, de
ningún modo, empalagosa. Su despertar era recibido por su madre o su abuela con una
breve oración, que coreaban:
“Ya viene la luz del día
y el Señor que nos la envía,
los ángeles en el cielo,
no tienen tanta alegría,
como vos en el altar.
Virgen Sagrada María,
míranos con compasión,
no nos dejes Madre mía,
caer en la tentación”. Amén.
Muchos días, el ritual continuaba trayéndole al niño a la cama una uva dulce pinchada
en una aguja de hacer punto. Uvas recolectadas de la parra del corral de casa; las más
saludables entre las indultadas por la avispas. Se seleccionaban, limpiaban y sumergían en
aguardiente carrasqueño, en un tarro transparente con apariencia similar a la de los tarros
de botica; donde se maceraban durante semanas. Todo este proceso de elaboración y
resultado final confería a la uva un halo de poción medicinal, que, cual brebaje mágico de
irreductibles galos, vigorizaba a quienes la tomaban, afrontando el día con vitalidad.
Desde su más tierna y temprana infancia, Antonio, disfrutaba de la compañía de su
abuela Magdalena, quien le narraba historia de santos, le cantaba cancioncillas religiosas y
le recitaba poemas populares. Recuerda momentos como aquellos en los que, mientras ella
parsimoniosamente hacía la cama, mullendo la lana de los colchones y de la almohada,
alisando las sábanas y mantas con la caña de bambú, Antonio, sentado en su silla de enea
hecha a escala, escuchaba absorto a la abuela Magdalena. Recuerda aquel poema que
narraba el milagro de la curación de un ciego que cuidaba de un naranjel; y que no es más
que el episodio de la huída de la Sagrada Familia hacia Egipto, advertida por un ángel de
que el rey Herodes les buscaba para matar al Niño:

[06_Camina_la_Virgen_pura_AUDIO]
“Camina la Virgen pura
de Egipto para Belén,
con su Niñito en los brazos,
que más bello que el sol es.
A la mitad del camino
pidió el Niño de beber.
- No pidas agua, mi vida
no pidas agua, mi bien,
que van los ríos muy turbios
y ya no se pueden beber.
Un poquito más adelante
hay un verde naranjel
cargadito de naranjas
que ya más no puede tener.
Un ciego lo está cuidando,
ciego que no puede ver.
- Ciego, mi buen cieguecito,
si una naranja me dier
para la sed de este niño
un poquito entretener.
- Coja usted, buena señora,
coja usted, buena mujer,
y en cogiendo para el Niño,
coja las que quiera usted.
La Virgen, como era Virgen,
no cogía más que tres;
el Niño, como era niño,

todas las quiere coger;
cuantas el Niño cogía
volvían a florecer.
- Toma, ciego, este pañuelo,
limpia los ojos con él.
Apenas se fue la Virgen,
aquel ciego empezó a ver.
- ¿Quién sería esa Señora,
que me ha hecho tanto bien?
Si será la Virgen pura
y el Niñito de Belén,
si será la Virgen bella
y el glorioso San José”.
El hogar era entendido en el sentido más amplio y primigenio, como lugar o fuego
alrededor del cual se reúne y convive la familia, sus vecinos y amistades.
La sala de estar la componían: una lumbre, chimenea, mesa de camilla, sillas de
enea y una tarima-sofá de madera con cojines rellenos de lana, unos, y de farfolla de maíz,
otros. Allí se cocinaba, se comía, convivía la familia y alli se recibían las visitas. Anecdótico
de estas fechas navideñas, recuerda Antonio la visita de Francisco, el herrero; vecino y
amigo del abuelo Bartolomé. Sentados ambos frente a la lumbre, no eran pocas las
ocasiones que aquél, como si de una fijación se tratase, mirando hacia una estampa de la
Sagrada Familia, que había en la pared, lámina de un almanaque de otros años, donde
aparecía San José, con larga y poblada barba y un bastón en su mano izquierda; la Virgen
María, con la cabeza cubierta por un pañuelo azul y el Niño en su cuna entre pajas;
comentaba Francisco: “yo no comprendo como una mujer tan guapa y tan joven como la
Virgen pudo casarse con un hombre tan viejo y con esas barbas”. Comentario que
provocaba las risas de todos los presentes.
Los acontecimientos navideños de Antonio no podían rehuir el entorno rural y de
autosuficiencia en que vivía. Coincidían con el inicio de la campaña de aceituna: su madre
se iba a trabajar a un tajo y su padre, de profesión guarda rural, con más celo que el resto

del año, salía a vigilar las fincas del término. Mientras tanto él se quedaba en casa con su
hermano Valentín y sus abuelos. Eso sí, eran días de vacaciones escolares. Eran jornadas
propicias para la creatividad e imaginación. Se afanaban utensilios y juguetes propios de la
temporada y de las efemérides festivas: el abuelo Bartolomé les ayudaba a fabricar
zambombas, con latas y vegijas de cerdo; sonajeros, con listones de madera y chapas de
cerveza; escopetas y ballestas de madera; tirachinas; “hinques”, con palos de higuera y
puntas de acero, para jugar al “juego del hinque”. En resumidas cuentas juguetes sencillos,
pero elaborados con el corazón e imaginación.
La abuela Magdalena cocinaba el puchero en la lumbre de casa, amasaba tortas de
azúcar, de manteca, de pimiento molido; que luego llevaba en sus latas, al horno de Paco,
para cocer. Una vez cocidas las traía a casa y obsequiaba con una a cada uno de los
presentes, antes de que se enfriasen. Incluso las tortas las elaboraba a escala: pequeñas y
rellenas de chocolate, para los niños; grandes, para los mayores.
Para Antonio los días de Navidad eran los más felices del año. Y más felices aún los
días de lluvia, pues no se podía salir al campo, a la aceituna, y por ese motivo esos días
toda la familia permanecía en casa; acudían los tíos, los primos y amistades: eran días de
continuo trasiego, de idas y venidas. En estos días Antonio, su hermano Valentín y todos los
primos: Paco, Bartolomé, Mariana y Magdalena acudían a visitar a los abuelos; ocasión que
aprovechaban para pedir al abuelo Bartolomé que les contase historias legendarias junto a
la lumbre; y él, solicito, se prestaba rápidamente a complacerles. Eran historias en las que
los protagonistas se llamaban como ellos, tenían edades similares a ellos e incluso los
mismos nombres. Sufrían y disfrutaban toda clase de aventuras en lugares recónditos, con
animales de cualidades fantásticas, contra personas malvadas, aunque torpes; con lo que el
final resultaba siempre venturoso para los protagonistas.
El padre de Antonio, mientras tanto, desmigaba un pan, para hacer migas; que una
vez preparadas, se comían acompañadas de uno de los pocos melones que aún quedaban
colgados en las puntas del granero; ya que, como reza el refrán: “Para Santa Lucía, ni
melón malo ni uva podría”.
En estas tertulias al amor de la lumbre, los niños y mocicos planeaban las salidas
nocturnas que harían para pedir los aguilandos navideños. Una vez que llegaba la noche
quedaban en la plaza del pueblo y desde ahí comenzaba el itinerario. Empezando por la

calle Iglesia, calle Prado, continuando por la calle Eras, calle San Bartolomé, y así
sucesivamente hasta cumplir con todas las casas del pueblo; pertrechados con los
instrumentos que ya conocemos, alguna botella rizada de anis, panderetas, alguna que otra
cacerola desechada y, cómo no, un almirez. Se cantaban villancicos típicos:
ADAPTADOS AL LUGAR:
La Virgen coge aceituna,
Y san José va a varear,
Y el Niño, más jovencito,
Cogía las salteás.
Ande, ande, ande,
La marimorena,
Ande, ande, ande,
Que es la Nochebuena.
La Nochebuena se viene,
La Nochebuena se va,
Y nosotros nos iremos,
Y no volveremos más.
VILLANCICOS SOCARRONES:
En el portal de Belén,
Hay un viejo haciendo migas,
Se le cayó la cuchara,
Y acudieron las hormigas.
Ande, ande, ande,
La marimorena, …
Asómate a la ventana,
Y verás en la ventana,

Los hierros de la ventana,
Que están puestos en la ventana.
Ande, ande, ande,
La marimorena, …
JOCOSOS E IRREVERENTES:
Han entrado los ratones,
Y al pobre de San José,
Le han roído… los calzones.
Ande, ande, ande,
La marimorena, …
Hay un hombre haciendo botas,
Se le escapó la lezna,
Y se pinchó,… los dedos.
Ande, ande, ande,
La marimorena, …
Tras los villancicos se entonaba el monótono y machacón aguilando, que decía:
“¿De quién es esta casa grande,
Con ventanas y balcones?
Del señorito, Luis,
Que tiene muchos millones.
¡Ay! Quiriquiquí,
¡ay! Quiriquicuando,
De aquí no me voy

Sin el aguilando.
Si no me das aguilando,
Al Niño le voy a pedir,
Que te dé un dolor de muelas,
Que no te deje dormir,
¡Ay! Quiriquiquí,
¡Ay! Quiriquicuando,
De aquí no me voy
Sin el aguilando”.
Reiterativa cantinela, tras la cual, el vecino a quien iba dirigida, no le cabía más
remedio que sucumbir y salir a la puerta de casa a donar algunas monedas, mantecados o
golosinas.
Si la tarea impuesta por la propia cuadrilla de aguilanderos, es decir la visita a todas
las casas del pueblo, no se lograba terminar en una velada, se continuaba al día siguiente y
al siguiente, hasta rematarla.
En el día de Nochebuena la familia de Antonio compartía la alegría e ilusión de la
efemérides del nacimiento del Niño Jesús, nuestro Salvador. En casa se vivía, igual que el
resto de días de Navidad, un ambiente familiar, entusiasta, jovial y esperanzado. Llegada la
tarde-noche, abuelos, padres y hermano de Antonio cenaban un ave del corral, pollo o pavo,
cocinado en salsa enriquecida con finas hierbas, acompañado de mantecados, empanadillas
rellenas de cidra, tortas caseras, flores de sartén, alguna conserva al baño maría (tomate o
pimientos), así como algo de lo que iba quedando en el granero y alacenas: melones,
granadas, pan de hijo o higos pasos. Acabada la cena, todos se cambiaban de ropa para
asistir a la Misa del Gallo. Una vez en la iglesia y antes de comenzar la celebración, se
acercaban a ver el precioso Nacimiento que, días antes, todos los feligreses habían
montado con esmero en el altar situado a los pies de la hornacina de San Antón. Las
montañas eran piedras horadadas del campo; la hierba, musgo de las umbrías del camino
que, desde el pueblo, conducía a Baeza; el río y la estrella, de cartón y papel de plata; las

figuras, en gran cantidad y un tanto irregulares, de procedencias diversas; tampoco faltaba
el típico “cagón”, que los diseñadores del escenario colocaban estratégicamente en algún
lugar no muy visible, para impedirle protagonismo e irreverencias innecesarias dentro del
templo. Seguidamente, el párroco, Don Manuel, oficiaba la misa con cierta celeridad, pues
acabada ésta, debía salir raudo a oficiar otra en el pueblo vecino. No obstante, no faltaban
los villancicos mientras se llevaba a cabo la adoración del Niño, interpretados por las
mocicas y niños del pueblo; momento de mayor euforia y júbilo. Cuando Don Manuel se
marchaba, la alegría y jolgorio continuaban en la iglesia con la interpretación de villancicos,
no tan procaces como los de la petición de aguilandos.
Para Antonio el pueblo de Belén era enormemente parecido a su pueblo: pequeño,
con trabajos y profesiones propios de un pueblo rural (lavanderas, pastores, aceituneros,
carpinteros, herreros, …), campos y cuadras con ovejas, vacas, caballos; corrales con
gallinas, pavos, conejos; casi lo mismo que en su pueblo. Aunque algunas de las
profesiones, como las de segadores y trilladores, quedaban extemporáneas, por impropias
de esta época invernal.
El nacimiento de Jesús podría haber sucedido en un pueblo como el suyo y haber
sido él uno de los protagonistas de esta fantástica historia, lo mismo que lo era en las
historias que le contaba su abuelo Bartolomé. Podría haberse presentado junto a sus padres
y su hermano en ese establo donde había nacido el Niño; conocerlo y conocer a la Virgen
María y a su esposo San José. Podría haber ido y venido desde su casa al Portal; o lo que
es mejor, sus padres podrían haberles proporcinado un alojamiento más digno en su propia
casa. Y conocer a todos los visitantes de la Sagrada Familia, incluídos los Reyes Magos.
¿Quién sabe? Igual podría haber evitado, de alguna manera, la persecución de los niños
inocentes y del propio Niño Jesús por parte del rey Herodes: en las historias que le narraba
su abuelo Bartolomé, Antonio y sus acompañantes siempre acababan victoriosos.
Un acontecimiento que acudía recurrentemente a la memoria colectiva de la familia
era el de un sorteo extraordinario de la lotería de Navidad. Resulta que, hacía muchos años,
a la abuela Trinidad, abuela paterna de Antonio, cuando aún no se había casado con el
abuelo Valentín, fue agraciada con el segundo premio de este sorteo. Con el dinerillo que
obtuvo pudo comprarse un olivar, que le vino muy bien para aportarlo a la dote. Desde
entonces nunca más la suerte visitó a la familia.

El veintiocho de diciembre los mayores decían que se celebraba el Día de los
Inocentes; en un primer momento Antonio no sabía muy bien qué significaba eso de “los
inocentes”. Aunque, él hacía una rápida asociación mental y caía en la cuenta de que a su
tía Inocenta, mujer de su tío Antonio, la felicitaban ese día, y que algo tendría que ver su
nombre con estas efemérides. La abuela Magdalena era la encargada de explicarle el origen
de la festividad, que obedecía a la persecución y sacrificio de los niños menores de dos
años en Belén y su comarca a manos del rey Herodes, quien temía la usurpación del poder
terrenal de la mano del Mesías recién nacido. Una vez más, la abuela Magdalena, le
recitaba el conocido poema de la “huida de la Sagrada Familia hacia Egipto” o del “milagro
del ciego del naranjel”, esta vez contextualizado con la conmemoración. En ese “Día de los
Inocentes” se gastaban bromas varias. Se pedía algo prestado y se decía que no se
devolvía acompañando una cancioncilla que decía: “Inocentemente me lo has dao,
inocentemente me lo he quedao”.
El día de Nochevieja, Antonio festejaba la salida del año y entrada del nuevo en casa
con toda la familia. El padre encendía la radio de válvulas y esperaban a que se calentase, a
partir de ese momento ya podían sintonizar la emisora Radio Nacional, en onda media,
donde retransmitían las doce campanadas desde la Puerta del Sol de Madrid. Las uvas, que
ya no eran del terreno, se tomaban apresuradamente, formándose una gran bola en la boca
que impedía su correcta ingestión y provocando el consiguiente atragantamiento.
El primer día del Año Nuevo se respetaba laboralmente. Todos descansaban de las
labores de recolección de la aceituna. Las cosechas eran menos cuantiosas que las
actuales y la desesperación por finalizar pronto la campaña no existía. Una vez más,
Antonio y su hermano Valentín disfrutaban del Año Nuevo, en casa, con las historias del
abuelo Bartolomé, las tortillas de masa, las flores de maíz y las migas de su padre; y en la
plaza del pueblo, jugando con los amigos.
Poco a poco, y sin solución de continuidad, llegaba el Día de Reyes y el final de las
vacaciones. Con carta o sin ella, Antonio daba por seguro que sus deseos llegaban a los
Reyes Magos a través de sus padres. No obstante, a pesar de su corta edad, también era
consciente de que a su pueblo, y más concretamente a su casa, los Reyes se dignaban a
pasar poco. Quizá priorizaban los pueblos grandes, donde había niños y niñas más
exigentes o más necesitados de juguetes que los de su pueblo. El Día de Reyes podía

comprobar en la calle que a primos y amigos tampoco les habían visitado con excelencia:
recibían golosinas, alguna prenda de vestir, alguna pistola de plástico con gatillo y percutor
tirado por una goma; algún arco y flechas con ventosas. Y para las niñas, cocinitas con
variedad de cacharritos y alguna muñeca de las que cerraban y abrían los ojos, según se
pusiesen en posición horizontal o vertical, y que lloraban o se lamentaban cuando se les
apretaba en el pecho.
Antonio recordaba varios juguetes que siempre había visto en casa: un caballo de
cartón, con las patas rotas, un balón gris de cuero y una pequeña bicicleta azul, híbrido de
ciclomotor y bicicleta, sin frenos, sillines acolchados para conductor y acompañante, ruedas
macizas, cadena y piñón fijo, que cuando Antonio se embalaba la calle del Prado abajo,
tenía que abrir las piernas para no llenarse de cardenales las espinillas con los pedales. No
porque disfrutara de estos juguetes podía decir que fuesen de su propiedad. Los había
heredado de su hermano Valentín, porque los juguetes de antaño pertenecían a todos los
niños de la casa y había que tratarlos con mimo para que durasen el máximo tiempo posible
y al mayor número de niños.
Para el día de Reyes los padres de Antonio tenían como costumbre regalar el mejor
pollo del corral a un amigo de la familia. Esta persona se llamaba Melchor y celebraba su
onomástica este día. Cuando Antonio cumplió los ocho años los padres encomendaron
llevar el citado presente a aquél. De modo que, metido en una cesta de palma, cerrada con
un broche metálico, Antonio llevó el regalo al amigo de sus padres. Éste, al ver al pequeño
con la cesta, no pudo más que mandar que le comprasen un regalo de la tienda de Rita.
Quince juegos en una sola caja: “Juegos reunidos Geyper”.
Si no el primero, al menos uno de los primeros juguetes que Antonio pudo considerar
propio. Tenía: parchís, oca, palillos, ruleta, tres en raya, las ratas, otros tantos juegos raros,
damas,… y ajedrez. ¡Qué bonito el ajedrez! Con sus piezas blancas y negras: peones,
alfiles, torres, caballos, reinas y reyes. Y los movimientos de cada una de ellas: unas hacia
adelante y un solo cuadro; otras en diagonal y todos los cuadros que se quisiese; otras, un
solo cuadro, y en la dirección que se quisiese; otras en L,… y el más importante, el rey, que
había que preservar a toda costa; porque muerto éste, se acababa la partida. Desde aquél
año el Rey Mago preferido de Antonio se llamó Melchor.

Poco tiempo después, con la edad de nueve años, Antonio tomó la determinación de
hacerse monaguillo de Don Manuel, el párroco del pueblo. Don Manuel era un cura con
fama de estricto y serio, con lo que Antonio entró con un poco de reserva. Desde su
incorporación, todos comenzaron a mirar al niño con cierto asombro y respeto. Con el paso
del tiempo pudo comprobar que la fama que precedía al sacerdote estaba, en parte,
fundamentada, aunque no era del todo exacta. Don Manuel le adjudicó a Antonio una paga
mensual de cien pesetas, que el niño metía en su alcancía de cerdito, para evitar la
tentación de rescatarlas en cualquier momento de debilidad. El niño fue aprendiendo el
“oficio” con responsabilidad y seriedad, como correspondía al encargo que había asumido:
preparaba la vestimenta de misa con el color que correspondia a cada fecha del calendario
litúrgico; acompañándola con la bolsa de corporales y su paño a juego; el cáliz; las obleas;
las vinajeras; los libros de lecturas; conocía y ejecutaba los toques de campanas para misa
ordinaria, días festivos, repiques, volteos, toques de funeral, de misa de aniversario,…
Acompañaba puntualmente a Don Manuel en procesiones, bodas, comuniones, bautizos,
extremaunciones y funerales. En resumidas cuentas, Antonio llegó a ser la persona de
mayor confianza de Don Manuel; pues nunca le reprochaba nada y sí premiaba con
frecuencia. Recuerda cómo la práctica con aquel ajedrez de los “juegos reunidos”, que
meses antes le habían regalado, le sirvió para conocer las reglas de este juego, y ser un
poco más cómplice de Don Manuel, gran aficionado, con quien jugaba, llenando los tiempos
de espera entre toque y toque de campana, mientras llegaba la hora de la misa. Años
después, cuando el obispo Don Miguel Peinado destinó a Don Manuel a otro pueblo, le dejó
a Antonio, en recuerdo, el tablero y caja de piezas de ajedrez, que tantos buenos ratos les
habían reportado.
Las posteriores Navidades no fueron para Antonio tan emotivas como las de los
primeros de su vida. El entorno familiar se vió alterado: su hermano Valentín, cuatro años
mayor que él, tuvo que irse a vivir durante seis largos años a Lérida con su abuela Trinidad y
sus tíos paternos; la abuela Magdalena, que tanta bondad y religiosidad le había infundido,
murió joven en vísperas de Reyes de otro año; y él se escolarizó en Úbeda para poder
proseguir sus estudios.
Otra de las Navidades, Antonio, ahora huérfano de abuela protectora y en situación
sobrevenida de “hijo único”, por ausencia de su hermano, recibió una muy agradable

sorpresa de parte de sus padres: la deseada bicicleta de niño grande. Aquel año los Reyes
le trajeron una bicicleta “Orbea” negra, de barrón. Desde el sillín de cuero apenas llegaba a
alcanzar los pedales, por lo que buena parte de la conducción tenía que realizarla a medio
pedal o sentado sobre el barrón. Los frenos eran de varilla y las zapatas de goma, que
cuando se gastaban había que suplirlas con las suelas de las botas. Tres generaciones
habían hecho uso de la misma bicicleta: el tío Valentín, que la compró en los años cincuenta
del siglo XX, y fue su vehículo de ida y vuelta al trabajo en la estación Linares-Baeza; el tío
Pepe, hermano menor del anterior y, ahora, Antonio, sobrino de ambos. Remozada de
pintura, cubiertas y frenos nuevos, a todos los efectos, se podía considerar nueva. A Antonio
no le importaba que fuese de tercera mano, la ilusión de poseer y disponer para él solo de
este juguete tan deseado minimizaba cualquier pequeña pega.
Coincidiendo, casi, con la llegada de la esperada bicicleta, entró en casa la caja
retroiluminada: el televisor. Con él llegó la revolución, no sólo a la casa de Antonio sino a la
de todos los vecinos del pueblo. En estos primeros años, era un lujo poseer un televisor. Las
familias que lo tenían abrían las puertas de sus casas a las demás para hacerles partícipes
de las bondades de este electrodoméstico. Sin darse cuenta, habían metido al “caballo de
Troya” en los hogares. Desde ese momento, la atractiva novedad del televisor, en casa de
Antonio y en muchas otras tuvo el poder de invadir, hipnotizar y desplazar al protagonismo
que había ejercido el fuego de la chimenea, las tertulias y relatos del abuelo Bartolomé o las
salidas fuera de tono de Francisco, el herrero. Usurpó muchos de los tiempos consagrados
al diálogo familiar. Aunque situada en un rincón de la sala de estar, no por ello se podría
considerar discriminada. Había llegado para quedarse.
En una economía muy de autosuficiencia, la familia de Antonio se abastecía de lo que
podía elaborar en casa procedente de los propios cultivos y de animales del corral;
completada con algunos artículos de las tiendas de ultramarinos locales y de los pueblos
vecinos. Con la venida del televisor llegó el conocimiento de cosas hasta ahora ignotas, así
como la incitación al deseo y al consumo de bienes no tan cercanos. Y como no podía ser
de otra manera, alteró el espíritu de la Navidad.
La Navidad en el pueblo de Antonio dejó de ser la misma: la publicidad del televisor le
decía a los niños y niñas qué juguetes debían pedir a los Reyes, a los mayores qué regalos
hacerse, qué comer en estos días, cómo vestir, y les ofrecía la posibilidad de tomarse las

uvas de fin de año viendo el ambiente bullanguero y luminoso de la Puerta del Sol de
Madrid. El televisor instalado en casa había aportado una visión ecuménica de la vida que
desbordaba el ámbito local y comarcal de Antonio.
Los siguientes recuerdos navideños de Antonio irán asociados a la mayoría de edad e
incipiente adultez. Nunca antes había experimentado la añoranza y melancolía por la lejanía
familiar como cuando tuvo que hacer el servicio militar. En las navidades de ese año estaba
recién llegado a la capital. Los días, y en mayor medida, las noches; las imaginarias; las
guardias, con sus silencios; el monótono zumbido del tráfico de los coches, alterado por el
estridente sonido de sirenas de ambulancias y policía, le hacían sentirse desubicado:
literalmente, una gaviota en Madrid. Nunca antes la influencia de anuncios y consignas
publicitarias, llegadas a través de la televisión, habían causado tanta mella en él como la de
aquel anuncio estrenado pocos años antes y que decía (CANCIÓN: “VUELVE A CASA POR
NAVIDAD”: [07_Vuelve a casa por Navidad_AUDIO]
“Hace frío...
la nieve va cayendo lentamente...
ya hemos encendido el fuego del hogar,
y sólo nos falta que tú vengas,
¡y será la Navidad!
Vuelve a casa, vuelve...
que te esperamos;
vuelve a casa, vuelve...
necesitamos tu risa, tus caricias,
tus miradas y tus manos...
vuelve a tu hogar,
que hoy es Nochebuena
¡y mañana, Dios dirá!

por Navidad”.
Años más tarde, uno de los primeros trabajos de Antonio le llevó a la serranía de
Cádiz. Nuevamente, fines de semana en soledad, largos periodos de tiempo sin volver a
casa y, sobre todo, la lejanía de la familia y de su novia despertaban la añoranza en él. La
Navidad, una vez más, y la querencia al hogar avivaban la sensibilidad de Antonio, de
manera que la más mínima manifestación publicitaria, musical o de cualquier otra
naturaleza, relativa a estas fechas hacía aflorar la melancolía en su ánimo. El poder
sugerente de los anuncios de televisión y de radio; así como de ciertos temas musicales,
reincidentes, ya instalados en estas fechas, le suscitaban una miscelánea de sentimientos.
Las radio-cassettes y las cassettes musicales invadían los hogares y las guanteras de los
coches. Una nueva canción, candidata al éxito en las navidades, copaba el mercado
musical. La temática parecía seguir los pasos de Antonio. Hablaba de las Nocheviejas en
Madrid capital, donde él había hecho la “mili”; y de su Puerta del Sol, lugar desde el cual
hacía tiempo se venían retransmitiendo por radio y televisión las campanadas de fin de año:
[08_En_la_puerta_del_Sol_MECANO_AUDIO]
En la Puerta del Sol como el año que fue
otra vez el champán y las uvas y el alquitrán,
de alfombra están.
Los petardos que borran sonidos de ayer
y acaloran el ánimo para aceptar
que ya pasó uno más.
Y en el reloj de antaño como de año en año
cinco minutos más para la cuenta atrás.
Hacemos el balance de lo bueno y malo
cinco minutos antes de la cuenta atrás.
Marineros, soldados, solteros, casados,
amantes, andantes y alguno que otro

cura despistao.
Entre gritos y pitos los españolitos
enormes, bajitos hacemos por una vez
algo a la vez.
Y en el reloj de antaño como de año en año
cinco minutos más para la cuenta atrás.
Hacemos el balance de lo bueno y malo
cinco minutos antes de la cuenta atrás.
Antonio disfrutó de otros destinos laborales, se casó, tuvo una hija y le puso por
nombre Paz.
En esta nueva etapa de Antonio el hogar es otro, y sus miembros también, porque en
el viaje de la vida fueron bajándose seres queridos: la abuela Magdalena, el abuelo
Bartolomé, la abuela Trinidad, el tío Andrés, el tío Valentín, y su padre. De todos estos, su
hija Paz tuvo la suerte de conocer sólo al abuelo Antonio, que, en los pocos años que
estuvo con él, le transmitió mucha de la felicidad, generosidad y bondad que había
vivenciado en aquel primer hogar.
TERCERA PARTE
Llegado a esta altura del relato de la vida de Antonio, en una no muy difícil
transposición de personajes habrán podido adivinar que el protagonista de éste es, quien
tiene la suerte de leerles el presente pregón de exaltación de la Navidad, quien les habla,
Bartolomé Cartas Cartas.
Nada de lo que les he narrado del niño y del joven Antonio es inventado: Antonio soy
yo, Bartolomé, y el pequeño pueblo es mi pueblo, El Mármol; todo lo demás fue como les he
contado, porque “cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia”. He tenido la
inmensa suerte de vivir en el seno de una familia que, aunque de economía humilde, ha
sido y es rica y generosa en actos y en gestos; he tenido la suerte de nacer y crecer en El
Mármol, en tiempos de pocos medios y recursos, lo que me ha enseñado a valorar las

pequeñas cosas, agradecer cualquier deferencia a mi persona y a mi entorno; así como a
empatizar con los discriminados: fuentes, todas ellas, de las que he bebido y he transmitido
tanto a quienes me rodean como a mi quehacer cotidiano.
Pero volvamos, para ir terminando, a lo que nos trae aquí: el anuncio de la inminente
Navidad. Estamos en Adviento, del latín “adventus”, que significa “venida”, venida o
nacimiento de Jesús, es decir, el comienzo del año litúrgico cristiano y periodo de tiempo en
el que nos preparamos para la Navidad. Los baezanos podemos decir con propiedad que
San Andrés es el santo que abre las puertas al Adviento, porque en torno a su festividad
comienza.
El Adviento y la Navidad no pueden sustraerse de la época del año en la que están
ubicadas: final del otoño y comienzo del invierno. En el plano personal y familiar, debido a
mi profesión de maestro de colegio, Navidad es tiempo de vacaciones escolares; pero, no
por ello de descanso; porque alguna escapada hace uno al campo, no para ir “de campo”
sino “al campo”, a la aceituna, como muchos de ustedes también harán.
En casa, y cuando mi hija Paz era pequeña el ambiente navideño impregnaba los
días; días de ilusión por las vacaciones escolares; por el montaje del pequeño nacimiento,
ayudada por su madre, y esposa mía, Lola; por las luces y adornos de la casa y del árblol;
por el alumbrado de las calles; por las reuniones y comidas con los tíos y abuelos y por los
regalos de Reyes. Ahora, que está estudiando a 800 kms del hogar, me siento al otro lado
del espejo, evoco recuerdos y nostalgias de mi pasado, de aquellas músicas y canciones
vividas por mí; que a ella, a mi hija, si las escucha, seguramente, le dirán poco, porque no
forman parte de sus vivencias. Imagino que a ella le vendrán sentimietos similares a los que
yo tenía; pero asociados a situaciones propias. No obstante, soy consciente de que el
espíritu navideño lo lleva consigo todo el año: el otro día me envíaba una fotografía por
Whatsapp donde aparecía, como voluntaria, colaborando con un “banco de alimentos”. En
casa ha mamado que el espíritu de la Navidad no sólo son los preparativos de la mesa de
Nochebuena o Fin de año, las luces, los árboles decorados de espumillón y guirnaldas,
campanitas y estrellas; papás noeles; tiendas y grandes superficies abarrotadas de gente
comprando y vendiendo toda clase de artÍculos, mientras por la megafonía se escuchan
villancicos en sonido envolvente. Ella sabe, aunque entre un poco al trapo, que el espíritu
de la Navidad no es la superficialidad que tratan de imponernos las televisiones, las

grandes superficies comerciales e Internet cuando, de manera interesada nos adelantan el
Adviento al día de Todos los Santos y, por si no fuera suficiente, nos lo vuelven a precipitar
con el “Black Friday”, o viernes negro, que no es otra cosa que tres o cuatro días de
consumo compulsivo a finales de noviembre, empleando como pretexto la Navidad.
La vorágine que nos imponen los intereses comerciales no es la quietud con la que
los Evangelios nos narran el nacimiento de Jesús en una calmada y estrellada noche, con la
estrella de Belén guiando a los Magos de Oriente, un ángel heraldo de la buena nueva, los
pastores jubilosos por el nacimiento y la Sagrada Familia en el establo caldeado por el baho
de la mula y el buey; todos felices ante el nacimiento del Salvador.
Desde hace décadas la entrada de la televisión en los hogares fue el detonante que
trastocó el espíritu de la Navidad y el concepto católico de ésta. Comenzaron a invadirnos
personajes y símbolos de culturas ajenas a nuestra tradición: villancicos en inglés, árboles
de Navidad; Santa Claus y Papá Noël, que desconocen lo que sucedió en Belén, pero que
llegan en trineos tirados por renos voladores el día de Nochebuena para traer regalos a los
niños que se han portado bien.
Todo ello en una operación orquestada de suplantación del verdadero espíritu de la
Navidad que, recordamos, significa Natividad de Cristo.
Para los creyentes en Jesús, la Navidad es la ilusionante exposición de un proyecto
de vida feliz, que nos presenta al Niño Dios, desde un humilde pesebre, como ya nos
recordaban los místicos de los siglos XVI y XVII. Esa propuesta de felicidad consiste en
construir una sociedad donde se vivan los valores de solidaridad, amor, libertad, justicia,
verdad y paz.
Verdaderamente, en estas fechas rebrotan muchos de estos valores en forma de
campañas solidarias a favor de personas necesitadas: campañas de recogida de alimentos,
de ropa, de juguetes, etc. Loables son estas actividades y las personas que participan en
ellas. Pero no dejan de ser iniciativas parciales dentro de la globalidad de nuestra
humanidad, que siente necesidad de aquellos valores todo el año. El espíritu de la Navidad
no debería circunscribirse a este mes y pico del calendario anual, debería proyectarse a
todos los meses. Jesús está naciendo todo el año para quienes así actúan: que no
necesitan que llegue diciembre.

En mi colegio, el “Ángel López Salazar”, los días previos a las vacaciones de Navidad
la comunidad educativa se prepara y nos prepara el espíritu: nos hacemos partícipes de
campañas de recogida de alimentos, de ropa, de juguetes; adornamos y decoramos el
centro con motivos navideños, y, Emilia, la maestra de religión católica, junto con los
maestros y maestras de Educación Artística, en alardes de expresión plástica montan
“nacimientos” por distintos lugares del colegio; las madres invitan a los nuncios de los
Reyes Magos a que se pasen por el colegio y recojan las peticiones de todos los pequeños
y pequeñas, mientras otro grupo de madres, vestidas de ángeles, amenizan la estancia
cantando alegres villancicos. Y también participamos en la cabalgata de Reyes del
Ayuntamiento de Baeza.
Una vez decorado todo, con motivos religiosos y profanos, nos disponemos a entrar
en la Navidad. Los días de Navidad, propiamente dichos, los vive cada cual en el entorno
familiar, por coincidir con el periodo vacacional; pero buena parte del espíritu navideño se
ha sembrado en el colegio. Los valores de solidaridad, paz, amor, justicia o libertad que se
transmiten en el centro, propios del espíritu de la Navidad, no son exclusivos de estas
fechas ni excluyen a nadie sea cual sea su naturaleza, raza o confesión religiosa; por lo que
podemos ver toda clase de alumnado participando en actividades navideñas y de cualquier
índole, sin complejos de ningún tipo.
La Navidad es una forma de vida, es esperanza, fe en el nacimiento de Jesús
Salvador e ilusión que nos predispone a la felicidad.
Por último, no quiero terminar esta proclama sin agradecer a mi prima Paqui Molina el
haberme invitado a componer estas reflexiones que aquí les he dejado, que me han servido
personalmente para ahondar más en mis convicciones religiosas y de fe en el nacimiento de
nuestro Señor Jesucristo.
A la abuela Trinidad le vino a visitar la suerte en las navidades del año 1925 con el
segundo premio de la lotería de Navidad, y el número 24.466; este año me ha tocado a mí
en el 121.215, o lo que es lo mismo: doce, doce, quince; el doce de diciembre de dos mil
quince, día en que ha recaído sobre mí la fortuna y el privilegio de transmitirles este pregón
de exaltación de la Navidad en esta antigua, señorial y religiosa ciudad de Baeza.
Agradecer también a la “Ilustre y Venerable Cofradía del Santísimo Cristo del Calvario y
Nuestra Señora de la Amargura” la ocasión única que me ha brindado de anunciar a Baeza,

a los baezanos y a todos cuantos nos escuchen y vean, la llegada de la Navidad y, por
consiguiente, del nacimiento del Niño Jesús. Al pregonero del año pasado y presentador de
éste, Rafa Montiel, compañero y amigo, gracias por el ánimo que me diste para afrontar
este reto. Agradecer al amigo y compañero Sebastián Cano la ayuda desinteresada que me
ha prestado en la reproducción de los audios de este pregón; a mi familia, a mis abuelos, a
mis padres, a mi hija, a mi mujer, a mis amigos y a todos los asistentes, unos desde el cielo
y otros desde aquí, por haberme dado el apoyo e inspiración que necesitaba para escribir el
manifiesto que aquí les dejo. Y al Niño Jesús por haberme iluminado, en esta tarea.
Que este acto sea el preparatorio del parto de María, que nos trae a su hijo Jesús, el
Salvador.
Igual que el ángel dijo a los pastores, yo os digo: “No temáis. Mirad que vengo a
anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad
de Baeza, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Mt. 1.18-25).
Feliz Navidad 2015. He dicho.

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