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Tópicos del Seminario
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
ses@siu.buap.mx
ISSN (Versión impresa): 1665-1200
MÉXICO




                                                             2005
                                                    Verónica Estay Stange
                                               LA MANIPULACIÓN DEL TIEMPO
                                       Tópicos del Seminario, julio-diciembre, número 014
                                         Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
                                                        Puebla, México
                                                           pp. 67-86




                  Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal

                                 Universidad Autónoma del Estado de México

                                            http://redalyc.uaemex.mx
La manipulación del tiempo                                                 67

                                        Seducción, persuasión, manipulación.
                                                    Tópicos del Seminario, 14.
                                              Julio-diciembre 2005, pp. 67-86.




                  La manipulación del tiempo

                      Verónica Estay Stange
                     Universidad de París VIII




En un esfuerzo por discretizar lo que, desde el punto de vista del
devenir, aparece como una corriente temporal continua, el hom-
bre ha creado unidades de duración —años, horas, días, minutos,
segundos— que representan puntos de referencia a partir de los
cuales se organiza la vida social e individual. No obstante, la
existencia efectiva de tales unidades resulta posible únicamente
a condición de que ellas sean pensadas —y vividas— como un
objeto transitivo. En efecto, si nuestra propia condición tempo-
ral se define por el hecho de que toda acción humana se realiza
en (preposición que supone un procedimiento de espacialización)
o a través del tiempo —lo cual conduciría a la representación del
vivir como un encadenamiento de programas narrativos—, toda
certeza respecto a la interdefinición del sujeto y el tiempo vacila
cuando se trata ya no del pensar o del vivir inscritos en un marco
temporal, sino de pensar y vivir el tiempo mismo. Esta dificultad
se sitúa en la base de la famosa aporía planteada por San Agustín:

   ¿Qué es, entonces, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero
   explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé. Sin embargo, con toda
   seguridad afirmo saber que, si nada pasase, no habría tiempo pasado,
68                                                   Verónica Estay Stange

      y que si nada sobreviniese, no habría tiempo futuro, y que si nada
      hubiese, no habría tiempo presente.1


    El problema así formulado radica, pues, en la relación entre
el tiempo —considerado en su dimensión intransitiva, en tanto
objeto del pensar y del decir—, el lenguaje y el pensamiento.
    Teniendo en cuenta estas reflexiones, el presente trabajo se
limitará a señalar algunos de los interrogantes que surgen desde
el punto de vista semiótico cuando la aporía del tiempo se des-
plaza del ámbito conceptual al dominio de la percepción. Re-
montando el sentido de ciertos términos que servirán de base
para el análisis, me internaré en el terreno de las pre-condiciones
de la significación, con la finalidad de entender cómo las dificul-
tades para pensar y definir el tiempo pueden vincularse con la
experiencia primordial del sujeto que intenta asir y manipular un
objeto que, gracias a su (in)consistencia, se desintegra al contac-
to de la mano.
    ¿Quién no se ha entregado alguna vez a la tarea imposible de
retener un puñado de arena, de agua o de aire? Tal es el origen
sensible de este esfuerzo por aprehender y comprender el tiem-
po, esperando encontrar en su desvanecimiento —en la aporía de
su manipulación— su esencia misma.
    Con esta finalidad, volveré sobre el sentido original del
término manipulación, definiéndolo como la intervención de
un sujeto sobre un objeto para producir en él una transforma-
ción. Ahora bien, considerando la raíz etimológica de la pala-
bra (que da cuenta, a la vez, de su fundamento sensible), es
posible remitir la manipulación específicamente a la activi-
dad transformadora de la mano que obra —asociación que da
origen al término maniobrar, estrechamente ligado al de ma-
nipular— sobre un objeto previamente delimitado. Esta “uni-
dad de manipulación” cuya medida estaría determinada por la


  1
       San Agustín, Confesiones, Porrúa, Sepan Cuántos, México, 1984, p. 193.
La manipulación del tiempo                                                      69

mano misma, será para nosotros un manipulus, palabra latina
que significa puñado o manojo.2
    La mano que interviene sobre un manipulus de tiempo —un
manipulus cuyas fronteras serán puestas en cuestión: es en este
sentido preciso que abordaré el problema de la manipulación.
    Al respecto, algunos textos y notas de Valéry que remiten a la
oposición entre el instante y la duración, permitirán proponer
la existencia de una íntima relación entre la desintegración del tiem-
po por efecto de su manipulación —una especie de ablandamiento
de la duración que daría origen al instante— y una percepción
caracterizada por la distensión de la estructura cognitiva gracias
a la cual es posible discretizar y categorizar los objetos del mun-
do. Este proceso introduciría al sujeto en el ámbito de la conti-
nuidad. Atribuyendo a la manipulación del tiempo una tendencia
hacia la intransitividad que desembocaría en una actividad de
carácter propioceptivo, sugeriré que, al internarse en el terreno
del instante, el sujeto emprende el camino de retorno hacia su
propio origen: un origen tanto sensible como temporal.
    En primer lugar, es evidente que hablar de continuidad en el
dominio del instante conlleva problemas teóricos que no pueden
dejarse de lado. En este sentido, es preciso señalar que si bien la
filosofía del instante propuesta por Bachelard supone la primacía
de lo discontinuo sobre lo continuo, en esta teoría la discontinuidad
se refiere al modo en que los instantes —unidades cerradas y
aisladas— se suceden unos a otros para constituir el tiempo: un
tiempo puntuado por la emergencia del accidente, de la novedad.
Puesto que el instante carece de memoria, afirma Bachelard
retomando los postulados de Roupnel, no hay vínculo que lo rela-
cione con los instantes que se han ido y con aquéllos que ven-
drán: un instante que se va es un instante que muere. Por ello,
para los filósofos del instante, el tiempo está regido por lo

   2
      Los análisis desarrollados en este artículo sobre la etimología de los diver-
sos términos en español están basados en J. Corominas y A. Pascual, Diccionario
etimológico castellano e hispánico, Gredos, Madrid, 1992.
70                                                     Verónica Estay Stange

puntual y no por lo durativo —como Bergson lo supone—, cons-
tatación que les permite concluir que el tiempo es, en esencia,
discontinuo. De esta manera, los instantes (en tanto unidades
absolutas de tiempo), al ser observados sobre el plano horizontal
de la extensidad, se revelan como pertenecientes al ámbito de la
discontinuidad. No obstante, me parece que, analizado en inten-
sidad, en profundidad, el instante individual no está hecho sino
de tensiones formales, como sugiere el propio Bachelard al refe-
rirse a la “duración vertical” característica del instante poético,
donde se produce una “desmaterialización” que permite el desplie-
gue de una “causalidad formal” opuesta a la “causalidad eficiente”
propia del tiempo horizontal, sucesivo.3 Como veremos, esta
“duración vertical” es inseparable del sujeto que intenta apre-
henderla; así, resultaría posible atribuir al instante una continuidad
que, desde el punto de vista del discurso, se remonta en último
término a la tensividad propia del sujeto de la percepción y al
modo de existencia característico de la instancia última de la
enunciación, que es el cuerpo sensible.
    Retomando, igualmente, la propuesta del mismo filósofo de
acuerdo con la cual el instante es el terreno donde se manifiesta
la conciencia de sí, “la conciencia de una soledad”,4 sugeriré que la
“duración vertical” remite a un cuerpo que, al internarse en los
dominios del instante, vuelve sobre sí mismo, desmaterializándose
como el tiempo.
    He aquí algunas de las hipótesis de trabajo que orientarán el
curso de esta investigación.
    La intuición de tales vínculos entre el instante y el cuerpo
proviene no sólo de la asociación que la semiótica ha propuesto
recientemente entre el instante y la instancia, sino también de
ciertas observaciones reveladoras encontradas en algunos textos
de Valéry. Dada su naturaleza, estas reflexiones pueden y, más

  3
      Gaston Bachelard, “Instante poético e instante metafísico”, en La intuición
del instante, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, p. 121.
  4
      Op. cit., p. 15.
La manipulación del tiempo                                           71

aun, exigen ser desarrolladas y relacionadas unas con otras —la
riqueza misma de los textos de Valéry, ¿no reside acaso en las
infinitas combinaciones que ellos nos invitan a efectuar entre las
unidades, a la vez acabadas e inacabadas, que los constituyen?
    Dejando que las breves pero profundas propuestas del es-
critor conduzcan nuestra investigación, analicemos la nota
siguiente:

     La sola realidad es la sensación pura.
     La realidad es entonces instantánea.
     Ya que es la cosa incontestable, inimitable, indescriptible.5

    A partir de esta afirmación, sería posible desarrollar toda una
teoría de la realidad en relación con el cuerpo y el tiempo. Sin
embargo, adecuando el análisis a la medida de los objetivos pro-
puestos, quisiera retomar de esta reflexión justamente la premisa
que ella omite pero presupone: la sensación pertenece al dominio
del instante. A través de este enunciado implícito, el fragmento
citado vincula la realidad —a su vez ligada a la sensación— con
el instante. Luego, esta realidad es calificada como “incontestable,
inimitable, indescriptible”, caracterización que descansa sobre
otra premisa de acuerdo con la cual todos estos adjetivos estarían
referidos, en primer término, al instante.
    El vínculo entre sensación e instante representa ya un punto
de partida que nos permitirá pensar la actividad de la mano en
relación con el tiempo. En efecto, si es en el ámbito del instante
que la actividad inherente al cuerpo en general se vuelve mani-
fiesta, podemos suponer que, fuera del instante, otros compo-
nentes de la subjetividad se imponen sobre la instancia corporal,
de manera que esta última pasa a un segundo plano. Ahora bien,
considerando los distintos modos de interacción entre la mano y
los objetos del mundo, las modulaciones perceptivas del cuerpo
que se sumerge en el instante podrían manifestarse a través de la

 5
      Cahiers I, Gallimard, Paris, 1973, p. 1200.
72                                              Verónica Estay Stange

actividad cada vez menos transitiva e intelectiva —regida por el
intelecto— de una mano que moldea, luego pesa y delimita, en-
seguida palpa, y por último simplemente siente el conjunto de
fenómenos que la impresionan, terminando por sentirse ella misma
en el propio acto de tocar.
   Para el desarrollo de estas ideas, es necesario entonces deter-
minar la naturaleza de aquel otro régimen temporal donde el cuerpo
pierde su supremacía. Puesto que este último pertenece al ámbito
continuo de la tensividad, es claro que el dominio contrario debería
permitir el despliegue de una inteligencia discretizante.
   Ahora bien, si para Bergson la duración es un puro devenir
donde el pasado y el porvenir se reúnen indisolublemente,6 la
acción constituye “un desarrollo continuo que ubica entre la de-
cisión y el fin [...] una duración siempre original y real”. 7 De este
modo, desde el punto de vista de la acción, las aspectualidades
incoativa y terminativa enmarcan la duratividad, si bien ambas
representan límites externos impuestos a una duración pura que
Bergson considera como objetivamente mensurable a partir del sin-
cronismo, concepto basado en la postulación de un “continuo en
sí”.8 Tal objetividad será cuestionada por Bachelard al constatar
que la medida es relativa al instrumento de medición (argu-
mento que retomaremos en nuestro análisis sobre la manipula-
ción del tiempo), primera estrategia de este autor para negar el
carácter inmediato de la experiencia de la duración y para colocar
al centro de la reflexión sobre el tiempo la intuición (ésta sí,
inmediata) del instante.
   Así pues, la acción y la duración que ella presupone —una
duración vivida, inseparable del sujeto— constituye una unidad
discreta que “quiebra inevitablemente la continuidad del de-
venir vital”.9


 6
     Bachelard, op. cit., p. 20.
 7
     Ibid., p. 24.
 8
     Ibid., p. 47.
 9
     Ibid., p. 27.
La manipulación del tiempo                                            73

    Tomando en cuenta el carácter discreto de la duración
enmarcada por la acción y el tipo de actividad que esta discre-
tización exige por parte del sujeto que actúa, opondremos la du-
ración al instante como el eje de la extensidad al de la intensidad,
situando los fundamentos sensibles de tal oposición ya no desde
la perspectiva de la filosofía, sino desde el punto de vista del
lenguaje. Quizá analizando la relación existente entre estos dos
términos lograremos definir la naturaleza del tiempo, que se des-
morona entre los dedos de la mano.
    Respecto a la duración, el posible vínculo etimológico entre
esta palabra y el término dureza resulta ilustrativo. Lo mismo
ocurre con la palabra francesa durée, la cual comparte con el
vocablo español la raíz latina durare (durar, endurecer). Las re-
laciones que el régimen temporal de la duración mantiene con
lo sensible y lo inteligible son analizadas por Valéry en la “Intro-
ducción al método de Léonard de Vinci”, un ensayo donde el
autor francés deja al descubierto los procedimientos y las pre-
condiciones no sólo del pensamiento de un De Vinci consciente-
mente recreado por el discurso, sino también de su propio pensa-
miento. En este texto, la nota sobre el origen del término durée
está inmediatamente precedida por otras que se refieren, por un
lado, a la relación entre el pensamiento y una realidad que po-
dríamos llamar fenomenológica —relación que, de acuerdo con
nuestra interpretación, estaría fundada en una especie de retóri-
ca de la percepción donde la catacresis desempeñaría un papel
primordial—, y por otro, a las raíces etimológicas y sensibles del
primero de estos términos interactuantes. Las observaciones de
Valéry son las siguientes:

   Yo diría que lo más real que hay en el pensamiento es lo que no cons-
   tituye una imagen inocente de la realidad sensible; pero la observa-
   ción, por otra parte precaria y con frecuencia sospechosa, de lo que
   ocurre en nosotros, nos induce a creer que las variaciones de los mun-
   dos son comparables, lo cual permite expresar grosso modo el mundo
   psíquico propiamente dicho por metáforas tomadas del mundo sensi-
74                                                   Verónica Estay Stange

     ble, y particularmente de los actos y de las operaciones que podemos
     físicamente efectuar.
         Así: pensamiento, peso; aprehender; comprender; hipótesis, sínte-
     sis, etc.
         Duración proviene de duro. Lo cual viene, por otra parte, a otor-
     gar a ciertas imágenes visuales, táctiles, motrices, o a sus combina-
     ciones, valores dobles. 10

    Estas líneas proceden de una serie de notas acotadas al ensa-
yo original sobre De Vinci varios años después de su escritura.
Como hemos sugerido, ellas nos muestran lo que ocurre tras
bambalinas del pensamiento del autor, considerado en tanto fi-
gura textual. Tales reflexiones metadiscursivas se desarrollan
paralelamente al drama interior que supone el proceso dinámico
de generación e interacción de las llamadas ideas dentro de un
determinado sujeto, ideas que serían concebidas como imágenes
o visiones dinámicas que resultan de detenciones o discreti-
zaciones verbales, efectuadas sobre una masa continua de rela-
ciones.
    A partir de esta propuesta, es posible preguntarse si el modo
de aprehender las ideas en el tiempo no será también el modo de
aprehender el tiempo mismo, o al menos el concepto (el simula-
cro) que de él hemos construido. Es así como se constituiría la
unidad mínima (el manipulus) de duración que, aún desde el pun-
to de vista de la acción (durativa), es el ahora.
    El carácter discreto y mensurable del ahora en tanto deten-
ción de la continuidad temporal, pero sobre todo el vínculo que,
en principio, mantiene con la actividad intelectiva de la mano
—instrumento que, como el pensamiento y acaso en la base de
él, pesa, aprehende, comprende— será aún más claro si nos re-
mitimos al vocablo francés maintenant. En efecto, esta palabra
está compuesta por dos términos cuya asociación resulta signifi-
cativa: el sustantivo main (mano) y el verbo en participio tenant

 10
     En Théorie poétique et esthétique, Œuvres I, Gallimard, Bélgica, 1957, p.
1159 (Las cursivas son del autor).
La manipulación del tiempo                                       75

(teniente). Como reminiscencia del vínculo sobre el cual se fun-
da este vocablo que fue sustituido en español por la palabra aho-
ra, este último conserva en su léxico, por ejemplo, el término
mantener, que indica también una acción retentiva y durativa de
la mano.
    Si, apelando a la memoria de la lengua, dejamos que las con-
notaciones del maintenant francés se sumen al significado de
nuestro ahora, éste se nos mostrará entonces como un manipulus
—un puñado— propiamente dicho: como una unidad cuya me-
dida y peso estarían determinados por la mano.
    Ahora bien, he sugerido antes que en la constitución de este
manipulus la actividad de la mano se acercaría a la del pensa-
miento —al respecto, recordemos la asociación de Valéry entre
el pensar y el pesar. En efecto, la mano que (man)tiene un objeto
cualquiera, que lo aprehende y que luego, presumiblemente, re-
corre su superficie dentro de los límites establecidos buscando
determinar sus cualidades sensibles, se interna en un proceso de
análisis y síntesis que permite el juego dialéctico entre las partes
y el todo, condición indispensable para la identificación y la in-
dividuación de tal o cual objeto. En un último nivel de participa-
ción activa, este proceso desembocaría en la transformación del
objeto de acuerdo con un proyecto previamente establecido, pro-
yecto gracias al cual el resultado de la acción manipuladora —de
la maniobra— sería, justamente, una obra y no un producto aza-
roso.
    Así, la duración, ella misma extensión mensurable y
mensurada, se presenta como el tiempo propio del pensamiento,
este último concebido no como un término radicalmente opuesto
al cuerpo —ya que la semiótica ha hecho evidentes las múltiples
relaciones entre lo sensible y lo inteligible—, sino como un régi-
men lógico y racional que gobierna la percepción, permitiendo
así la discretización, el reconocimiento, la categorización y, fi-
nalmente, la transformación de los objetos del mundo. Este tipo
de percepción —que acaso desde su origen implica ya una trans-
formación, una manipulación elemental del objeto en cuestión—
76                                                      Verónica Estay Stange

estaría representado por los sentidos del tacto y de la vista en su
actividad háptica.11
   Para comprender el modo de existencia del cuerpo en la dura-
ción, y más precisamente, en este puñado de duración constitui-
do por el ahora, evoco entonces la simple imagen de una mano
que “pesa”, “aprecia”, y “evalúa un peso” —términos que corres-
ponden a las acepciones de la raíz pensus de la palabra pensar.
Puesto que la dureza, propiedad y posible raíz de la duración es,
sobre todo, una cualidad táctil que puede luego ser trasladada al
dominio visual.
   Para reforzar la asociación entre duración y dureza, conviene
remitirse, en el plano filosófico, a la relación establecida por
Bachelard entre la duración y la sustancia, fenómenos
interdependientes que, de acuerdo con el mismo autor, no nos
deparan más que “fantasmas”, ya que, sometidos a un “examen
microscópico”, ambos se desintegran: mientras el primero se
descompone en una “multiplicidad de acontecimientos”, de “ac-
tos” puntuales, el segundo se revela como una trama que enlaza
elementos heterogéneos.12
   A partir del análisis de la duración como dureza y de sus vín-
culos con el cuerpo, podríamos definir el instante como la desin-
tegración de la duración: como su enternecimiento, por efecto de
la manipulación. Al respecto, señala Valéry:

      La duración es de la naturaleza de una resistencia. El hombre que sos-
      tiene un peso a brazo tendido, se opone a algo. ¿A qué? —no directa-
      mente a la caída del peso— sino al dolor creciente. Límite de división
      o de separación.


 11
      Para un estudio detallado del pasaje de la sensibilidad (de la foria) pura al
modo de percepción discretizante y categorizante —dos extremos que van del
sentir al percibir—, cf. Raúl Dorra, “Entre el sentir y el percibir”, en Eric
Landowski (comp..), Semiótica, estesis, estética, São Paulo-Puebla, EDUC/BUAP,
1999.
  12
      Bachelard, op. cit., p. 37.
La manipulación del tiempo                                              77

      Él conserva el cero mediando cualquier destrucción. Hay una “dura-
      ción” no sólo porque él conserva, sino sobre todo porque esta conser-
      vación es finita. La duración es porque no puede durar. Toda dura-
      ción es ciclo.
      La sensación crece más allá de toda capacidad de soportar. Como si el
      peso creciera.
      [...] El esfuerzo se vuelve cada vez más “sensible”. El peso crece
      para la sensibilidad. El peso más débil deviene más fuerte que el
      brazo más fuerte. El funcionamiento tiende rápidamente a oponer-
      se a él mismo; pero no directamente.
      No hay “fuerzas” constantes para el organismo.13

   Es así como accedemos, en este caso a través del dolor, al
dominio de la sensibilidad pura, de la foria. El cuerpo que ya no
puede sostener el peso de un objeto, deja de sentir ese peso y ese
objeto para sentirse a sí mismo y a su propio dolor creciente. El
desenlace de una situación semejante es previsible: cuando las
fuerzas del brazo se agoten, el peso del objeto se tornará insopor-
table, la resistencia cederá y entonces el brazo, debilitado, dejará
caer el objeto.
   Sin embargo, de acuerdo con los estudios a él consagrados y,
sobre todo, de acuerdo con la propia experiencia, sabemos que la
naturaleza del tiempo es muy distinta de la de los otros objetos
del mundo o del conocimiento. Diez minutos medidos, aprehen-
didos por el reloj, son siempre diez minutos —aunque, siguien-
do a Bachelard, digamos que esta aparente objetividad no es más
que el resultado de una convención respecto del instrumento de
medición utilizado y respecto al punto de vista que determina las
“concomitancias” constitutivas del adverbio siempre—; pero
diez minutos vividos por una subjetividad consciente de sí mis-
ma, según que ellos sean minutos de espera o de recuerdo, de
preocupación o de gozo, parecen tener una extensión diferente, o
deberíamos tal vez decir un peso diferente. De cualquier modo,
consideremos el peso, fuerte o ligero, de una duración cualquie-

 13
       Cahiers I, op. cit., p. 1311.
78                                                       Verónica Estay Stange

ra, de un puñado de duración: lo que constituye un ahora (un
maintenant). Sostengamos —mantengamos— un tal peso a brazo
tendido; acaso este manipulus podrá darnos la medida de nues-
tras fuerzas. ¿Qué sucede entonces? El ahora limitado por las
fronteras de una acción (ahora corro, pero también ahora salto;
esto es, estoy saltando, aun si esta acción tiene una duración
mínima), el ahora que desde esta mirada se muestra como
durativo y transitivo, cuando es interrogado como un objeto
intransitivo, nos devuelve la pregunta intacta, dejándonos frente
a nosotros mismos en el acto de interrogar el ahora. Él nos reve-
la entonces la naturaleza del tiempo, que es y no es a la vez.
    Dicho de otro modo, la duración pierde su dureza, su consis-
tencia, apenas intentamos retener y transformar este manipulus.
    Quien alguna vez ha querido retener el ahora en sí, en su
duratividad, más allá (o más acá) de la acción que en él se des-
pliega, habrá experimentado entonces la inescrutable aporía de
la manipulación del tiempo. Puesto que el ahora pertenece al
pasado desde el momento mismo en que se lo enuncia, su apre-
hensión —que es, al mismo tiempo, su desintegración— exige el
paso del régimen temporal que se desarrolla sobre el eje de la
extensidad a aquél que se despliega sobre el eje de la intensidad,
donde la duratividad de la “acción” sería reemplazada por la pun-
tualidad —incoativa o terminativa— del “acto”, de la “decisión
instantánea”, del “impulso”.14 Es así como el ahora, reducido a
un comienzo o a un fin —uno de los puntos que delimitaban la
línea del devenir—, deja de ser la unidad de duración para trans-
formarse en la unidad del instante. Sin embargo, hemos dicho
que la profundización de esta unidad puntual nos revela, en tér-
minos de Bachelard, una “duración vertical” donde el sujeto y el
tiempo se “desmaterializan”, revelando su “causalidad formal”. 15
En este sentido, la mano produce sobre el ahora una doble desin-

 14
      Para profundizar en la oposición entre la “filosofía de la acción” y la “filo-
sofía del acto”, cf. Bachelard, op. cit., p. 24.
  15
      Cf. supra.
La manipulación del tiempo                                                 79

tegración: la primera extrae el acto puntual de la línea trazada
por la acción durativa, mientras que la segunda deja al descu-
bierto la trama constitutiva del acto (de percepción) —esto es, sus
pre-condiciones—, trama que se confunde con la del instante.
    Así pues, como resultado de la manipulación del tiempo, la
duración se disuelve y el acto de medir el tiempo, efectuado
siempre en relación con las cosas que pasan (como observaba
San Agustín), nos remite al acto primordial de medirse en el
tiempo.
    Valéry observaba que la duración existe como una propiedad
que el sujeto atribuye a los objetos, mientras que ella misma no
puede durar. No obstante, podríamos pensar que la duración de
la duración se confunde con la duración atribuida a los objetos,
como ocurre con la dureza. De esta manera, la duración y la du-
reza serían propiedades de la duración en tanto que propiedades
de los objetos. Cuando no hay objeto, los límites de la duración
se desvanecen.
    ¿Qué percibimos a través de esta duración enternecida o,
más precisamente, manida (ablandada al contacto de la mano),16
que ha perdido, por tanto, sus contornos? ¿Qué medimos, pe-
samos o pensamos cuando ya no hay duración ni peso alguno
por evaluar?
    Interroguemos nuevamente el ahora durativo, para ver lo que
nos queda tras su desintegración en acontecimientos y fenómenos
puntuales. Retomemos este puñado de duración. Imaginemos
ahora el gesto de la mano que se desplaza, que aprehende un
objeto semejante a la arena, al agua o al aire. Ahora la mano viene
hacia nosotros. Ahora se detiene frente a nuestros ojos. Lo que ve-
mos ahora, lo que sentimos ahora, es nuestra propia mano, fría por
el aire, mojada por el agua o sucia de arena. Buscando mantener el
ahora, nuestra mano se ha quedado vacía. Pronto, ella misma nos
aparecerá como extranjera, perdiendo también sus contornos.

 16
     Este adjetivo, derivado del sustantivo latino manus, evoca una actividad
enternecedora de la mano y se adjudica a la carne tierna o ligeramente pasada.
80                                                    Verónica Estay Stange

    Si nuestra hipótesis es válida, la manipulación del tiempo nos
ha conducido al reino del instante.
    El instante: enternecimiento de la duración y enternecimiento
del sujeto. Volveremos sobre ello.
    En términos más concretos, si en el instante donde culmina la
aporía de la manipulación del tiempo desaparecen las referen-
cias que permiten la discretización y la categorización del
mundo, el régimen de la sensibilidad se impone, de manera que
el pensamiento lógico y racional desaparece o acaso pasa a un
segundo plano, como un eco apenas audible. Y el cuerpo, dueño
del mundo, se transforma en su propio punto de referencia.
    Evocaré a continuación una de las obras de Valéry donde me
parece que estas ideas han sido puestas en práctica. “El baño” 17
describe las transformaciones perceptivas de un hombre que se
sumerge en el agua de una bañera. Esta última, comparada desde
el principio con “un sarcófago”, contiene un agua dulce y tran-
quila, “esposa de la forma del cuerpo”. El texto narra las nupcias
de estos dos personajes. En el curso de este proceso, es intere-
sante notar el desplazamiento del punto de vista que organiza el
discurso, desplazamiento que da cuenta de una disolución gra-
dual del cuerpo por su asimilación con el agua.
    En primer lugar, el enunciador —que habla siempre en tercera
persona y que por lo tanto carece de marcas textuales— se refiere a
un “desnudo” que “se dispone y se apacigua”. Esta visión
englobante del cuerpo es seguida por la imagen del “hombre”
que “deposita (en el agua) su estatura”. Pero pronto la atención
se desplaza hacia las partes: “un dedo”, o hacia sus propiedades:
el “peso de la carne venturosa”, “el calor de su sangre”. En este
punto, el personaje ya no es “el hombre” (este hombre), sino


 17
      Este texto se encuentra en las Notas de Mélange, Œuvres I, Gallimard, Bél-
gica, 1957, pp. 1727 y 1728. Según las referencias de esta edición, dicho texto
fue publicado en la Revue du Médecin el 7 de abril de 1930, y luego incluido en
Morceaux choisis y en Paul Valéry vivant, pp. 281-282, plaquette, Alès,
Imprimerie Benoît, 1953.
La manipulación del tiempo                                               81

“una persona”, es decir, “alguien”: “una persona se mezcla con
la plenitud indefinida que lo rodea; alguien se siente disolverse
lentamente”. Después de este discurso impersonal, queda claro
que “todo el cuerpo ahora no es más que un sueño agradable que
teje vagamente el pensamiento”.
    El cuerpo volverá entonces sobre él mismo, sin lograr ya re-
conocerse. Despojado de toda memoria y, por lo tanto, pendien-
do de un hilo, el pensamiento se entretendrá contemplando la
imagen de un pie o una rodilla que lo sorprenden al emerger
súbitamente del agua en calma. Para este pensamiento cuyo en-
tramado lógico se ha distendido, el cuerpo pierde su consistencia
y el sujeto su identidad. Este último se transforma así en un proto-
sujeto, un sujeto anterior al desembrague y demasiado cercano
al mundo como para permitir la aparición de la tercera persona.
    Pero el retorno a la propioceptividad representa también el
regreso del tiempo a su origen:

      El dulce momento se contempla y ve sus miembros límpidos bajo el
      cristal del agua. Lo que mira y habla consigo mismo se maravilla de la
      extensión y de la simetría de los miembros que él domina.18

   Si “lo que mira y habla” son los restos de un hombre, esta
frase puede también referirse “al dulce momento” igualmente
disperso, disuelto. Parecería que, como el cuerpo y el agua, el
hombre y el instante han contraído nupcias, se han fusionado.
“Lo que mira” y ya no reconoce, son ambas instancias ocupando
un mismo espacio y adoptando por consiguiente un mismo punto
de vista. El sujeto no es más duro que el instante: ¿ello no signi-
ficará acaso que estamos hechos de la misma sustancia manida
(esta suerte de no sustancia) que el tiempo?
   Semejante encuentro, como todos los grandes amores, no po-
día terminar sino en la muerte —y la imagen de la bañera como
un sarcófago adquiere aquí toda su fuerza: “Los ojos se pierden o

 18
      Loc. cit.
82                                                    Verónica Estay Stange

se cierran. La duración sin contacto se debilita. El espíritu se
abre las venas en un sueño”.
    A este análisis habría que agregar que, en lo que respecta a la
forma de la expresión, el texto no parece presentar particularida-
des que nos permitan deducir un estilo de escritura vinculado al
tema del instante, a menos que consideremos como un rasgo dis-
tintivo el largo aliento de la mayor parte de las frases, lo cual
produce un ritmo lento, distendido. Como el cuerpo en el agua,
la escritura se desliza, ondula, se recuesta. Y del mismo modo
que todo regresa a su origen, hacia lo posible (ya que “la propia
voluntad y la libertad general del ser se componen al capricho de
la onda”), el enunciador introduce al final una frase modalizada
que virtualiza el hecho referido y que da cuenta de una fusión del
punto de vista del enunciador con el del personaje: “Hay tal vez
en el aire deslavado y vaporoso un perfume cuya flor compleja
interroga los recuerdos (...)”.19
    Por otra parte, es evidente que esta poética, si hay alguna, no
corresponde a las características de la poética del instante que la
semiótica ha postulado desde el punto de vista de la extensidad.20
Al respecto, podríamos hablar de dos poéticas del instante, vin-
culadas con dos maneras de concebir este último término. He-
mos constatado antes que, de acuerdo con Bachelard, la sucesión
de instantes observada en extensidad traza una línea dicontinua.
De acuerdo con D. Bertrand, el discurso asociado a este tipo de
análisis del instante estaría caracterizado, por ejemplo, por la
ruptura de la sintaxis y por la emergencia violenta de frases cor-
tas y sin memoria. Pero visto en intensidad, el instante indivi-
dual nos remite a la continuidad del sujeto. La escritura que de él
se desprende sería entonces una escritura redonda, sin rupturas
sintácticas, modulada.

 19
     Las cursivas son mías.
 20
     Sobre este tema, cf. los estudios que D. Bertrand ha dedicado a la obra de
Louis Ferdinand Céline, en Fontanille y D. Bertrand (eds.), La flèche brisée du
temps. Sémiotique et temporalité, libro por publicar.
La manipulación del tiempo                                                    83

    Finalmente, quisiera señalar que tras la lectura de Mélanges,
una obra donde el cuerpo es puesto en discurso, me ha parecido
que el tiempo manido que da origen al instante podría presentar
dos aspectualidades vinculadas a la protensividad del proto-
sujeto, entendida ésta como orientación primitiva de la masa
fórica:21 una aspectualidad incoativa y una terminativa.
    Hemos estudiado aquí la aspectualidad terminativa. Ésta con-
siste entonces en una orientación desfavorable a la escisión de la
masa fórica, pues en nuestro ejemplo el proto-sujeto se fusiona
con el mundo para constituir una sola entidad y, cerrando los
ojos, se fusiona consigo mismo. Así, toda condición para la apa-
rición de la tercera persona es anulada, ya que ni el mundo, ni el
cuerpo, ni el sujeto cognitivo, logran ya distinguirse. Es por ello
que el discurso no podía terminar sino en la muerte: la muerte
del personaje —o al menos la muerte virtual de su “espíritu” que,
dejando de percibir el cuerpo, simula también la muerte de este
último— y el silencio del enunciador, que es una suerte de
muerte del discurso. En la obra de Valéry, los numerosos textos
constituidos alrededor del sujeto que se adormece darían cuenta
de este tipo de instante y de la forma de percepción (sensación)
corporal que lo caracteriza.
    Por su parte, el aspecto incoativo del instante, que supone una
actividad cada vez más intelectiva y transitiva del cuerpo, es de-
sarrollado en los textos que tratan el tema del despertar. En par-
ticular, sería interesante analizar el texto sin título incluido en
las notas de Mélanges, donde la primera frase anuncia:22 “Al co-
mienzo será el sueño”, un sueño que, en tanto comienzo, contie-
ne la posibilidad de un despertar final. En estos parajes de la
(in)conciencia y de lo posible, el sujeto durmiente es apenas aún
un “animal”, una masa amorfa, la virtualidad de una presencia:

 21
     Cf. Greimas y Fontanille, Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas
a los estados de ánimo, Siglo XXI, México, 1994.
  22
     Ibid., p. 1725 y 1726. Este texto fue publicado en ABC, Librairie du Sans
Pareil, Commerce, V, otoño 1925, pp. 5-14.
84                                                  Verónica Estay Stange

      Al comienzo será el sueño. Animal profundamente adormecido;
      tibia y tranquila masa misteriosamente aislada; arco cerrado de vida
      que transportas hacia el día mi historia y mis posibilidades, tú me
      ignoras, tú me conservas, tú eres mi permanencia inexpresable; tu
      tesoro es mi secreto. ¡Silencio, mi silencio! Ausencia, mi ausencia,
      oh mi forma cerrada, dejo todo pensamiento para contemplarte con todo
      mi corazón.23

   Enseguida, el relato profundiza aún más en el reino onírico
hasta virtualizar la orientación protensiva del sujeto durmiente
(ya que la posibilidad del despertar permanece como suspendi-
da). Es entonces cuando, del fondo del tiempo, se desprende el
instante redondo que silenciosamente se gestaba:

      Tú te has hecho una isla de tiempo, eres un tiempo que se ha despren-
      dido del enorme Tiempo donde tu duración indefinida subsiste y se
      eterniza como un anillo de humo. No existe más extraño, más piadoso
      pensamiento; no hay maravilla más próxima.24

    Pero poco a poco los fragmentos dispersos del cuerpo y del
tiempo comienzan a reunirse para reconstituir el sujeto y la
duración —el tiempo de la vigilia, dividido en presente, pasado
y futuro. Así, por un proceso gradual, modulado, la protensividad
se precipita a velocidad creciente hacia la escisión. Este proceso
está representado por el conflicto de instancias de la enunciación
(de múltiples yo que irrumpen como otros) y por la aparición
de los primeros indicios de las figuras del mundo, hasta llegar a
la configuración de la realidad. Por otro lado, este paso hacia la
vigilia se muestra como una toma de posesión del sujeto respec-
to a su yo consciente y respecto a su cuerpo —como un paulatino
habitar(se). Es interesante notar también que este recorrido, interior
primero y luego exterior, parece alcanzar su culminación en el
momento en que unos “labios [...] dibujan el acto de un discurso”,

 23
       Paul Valéry, op. cit., pp. 1727 y 1728.
 24
       Loc. cit.
La manipulación del tiempo                                                   85

como si el nacimiento del mundo y del yo como otros (instancias
que encarnarán la tercera persona) fuera posible, en último tér-
mino, gracias al brote repentino del lenguaje a través de un acto
de enunciación.
    Asimismo, el conflicto de voces y de instancias nos per-
mitiría suponer que esta suerte de poética (in)tensiva del instante
en relación con la presencia y la actividad corporales y manuales
—esta poética que Valéry nos ha permitido imaginar—, oscila-
ría entre la continuidad y la fractura, según que el sujeto se aleje
o se aproxime al desembrague.

      Apareceré a mis miembros como un prodigio, expulsaré la impotencia
      de mi tierra, ocuparé mi imperio hasta las uñas, tus extremidades me
      obedecerán y entraremos audazmente en el reino de nuestros ojos...
      Pero todavía no debemos renacer. Oh, descansa todavía, descansa en
      mí... Tengo miedo de encontrar desdichados pensamientos. Espere-
      mos separados que el trabajo inocente y monótono de las máquinas de
      la vida desgaste o destruya grano a grano la hora que nos divide toda-
      vía. Yo fui, tú eres, yo seré... Lo que será se deduce dulcemente de lo
      que ya no es. He aquí por qué mi ternura ansiosa está sobre ti... Ahora
      bien, esta Cosa se agita, y esta forma cambia de forma, y los labios
      que ella parece tender hacia ella misma dibujan el acto de un discurso.
      Nadie lo pronuncia a nadie, y hay un llamado, un amor, una solicitud
      suplicante, un balbuceo aislados en el universo, y sin ataduras, y sin
      alguien, ni éste ni aquél otro... Hay intentos de luz, esfuerzos torpes de
      resurrección. ¡Vamos! He aquí mi cansancio, el milagro, los cuerpos
      sólidos; mis problemas, mis proyectos ¡y el Día!25

   En conclusión, mientras el instante terminativo, que se
desintegra entre los dedos de la mano, consiste en la disolución
de la duración, el instante incoativo tiende hacia su recomposi-
ción, que supone el endurecimiento del instante por la aparición
de la diferencia, de los puntos de referencia y de las fronteras
que separan al sujeto de sí mismo, del mundo y del tiempo —o
de la idea del tiempo. La actividad de la mano se tornaría entonces

 25
      Loc. cit.
86                                            Verónica Estay Stange

cada vez más transitiva e intelectiva hasta culminar en la mani-
pulación, propiamente tal, de los objetos: una manipulación en
el tiempo, último grado de un proceso cuyo origen se pierde en la
aporía de la manipulación del tiempo.
    Llegados a este punto, estamos pues, en condiciones de com-
pletar la trayectoria de la mano que, en las líneas precedentes,
quiso apropiarse del tiempo. Fría por el aire, mojada por el agua
o sucia de arena, la habíamos dejado suspendida bajo nuestra
mirada, en el momento mismo en que comenzaba a perder sus
contornos. Lentamente, esta mano vacía se vuelve ajena: mi mano
ya no es mi mano, mi cuerpo y sus miembros van cobrando auto-
nomía. En esta desposesión de la conciencia, en este paulatino
deshabitarse, el sujeto se enternece, como la duración. El movi-
miento final, inevitable, consistirá así en el retorno de la mano al
origen de la instancia incierta que interroga y se interroga: a la
fuente sensible y temporal de la enunciación. Manido el sujeto,
manido el tiempo, la experiencia íntima del instante —íntima y
sin embargo nacida a flor de piel: íntima entonces como una
caricia— nos remite a la imagen de una mano que se posa dulce-
mente sobre el pecho de este yo cuyos últimos ecos, ahora, se
pierden en el silencio.

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  • 1. Tópicos del Seminario Benemérita Universidad Autónoma de Puebla ses@siu.buap.mx ISSN (Versión impresa): 1665-1200 MÉXICO 2005 Verónica Estay Stange LA MANIPULACIÓN DEL TIEMPO Tópicos del Seminario, julio-diciembre, número 014 Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Puebla, México pp. 67-86 Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal Universidad Autónoma del Estado de México http://redalyc.uaemex.mx
  • 2. La manipulación del tiempo 67 Seducción, persuasión, manipulación. Tópicos del Seminario, 14. Julio-diciembre 2005, pp. 67-86. La manipulación del tiempo Verónica Estay Stange Universidad de París VIII En un esfuerzo por discretizar lo que, desde el punto de vista del devenir, aparece como una corriente temporal continua, el hom- bre ha creado unidades de duración —años, horas, días, minutos, segundos— que representan puntos de referencia a partir de los cuales se organiza la vida social e individual. No obstante, la existencia efectiva de tales unidades resulta posible únicamente a condición de que ellas sean pensadas —y vividas— como un objeto transitivo. En efecto, si nuestra propia condición tempo- ral se define por el hecho de que toda acción humana se realiza en (preposición que supone un procedimiento de espacialización) o a través del tiempo —lo cual conduciría a la representación del vivir como un encadenamiento de programas narrativos—, toda certeza respecto a la interdefinición del sujeto y el tiempo vacila cuando se trata ya no del pensar o del vivir inscritos en un marco temporal, sino de pensar y vivir el tiempo mismo. Esta dificultad se sitúa en la base de la famosa aporía planteada por San Agustín: ¿Qué es, entonces, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé. Sin embargo, con toda seguridad afirmo saber que, si nada pasase, no habría tiempo pasado,
  • 3. 68 Verónica Estay Stange y que si nada sobreviniese, no habría tiempo futuro, y que si nada hubiese, no habría tiempo presente.1 El problema así formulado radica, pues, en la relación entre el tiempo —considerado en su dimensión intransitiva, en tanto objeto del pensar y del decir—, el lenguaje y el pensamiento. Teniendo en cuenta estas reflexiones, el presente trabajo se limitará a señalar algunos de los interrogantes que surgen desde el punto de vista semiótico cuando la aporía del tiempo se des- plaza del ámbito conceptual al dominio de la percepción. Re- montando el sentido de ciertos términos que servirán de base para el análisis, me internaré en el terreno de las pre-condiciones de la significación, con la finalidad de entender cómo las dificul- tades para pensar y definir el tiempo pueden vincularse con la experiencia primordial del sujeto que intenta asir y manipular un objeto que, gracias a su (in)consistencia, se desintegra al contac- to de la mano. ¿Quién no se ha entregado alguna vez a la tarea imposible de retener un puñado de arena, de agua o de aire? Tal es el origen sensible de este esfuerzo por aprehender y comprender el tiem- po, esperando encontrar en su desvanecimiento —en la aporía de su manipulación— su esencia misma. Con esta finalidad, volveré sobre el sentido original del término manipulación, definiéndolo como la intervención de un sujeto sobre un objeto para producir en él una transforma- ción. Ahora bien, considerando la raíz etimológica de la pala- bra (que da cuenta, a la vez, de su fundamento sensible), es posible remitir la manipulación específicamente a la activi- dad transformadora de la mano que obra —asociación que da origen al término maniobrar, estrechamente ligado al de ma- nipular— sobre un objeto previamente delimitado. Esta “uni- dad de manipulación” cuya medida estaría determinada por la 1 San Agustín, Confesiones, Porrúa, Sepan Cuántos, México, 1984, p. 193.
  • 4. La manipulación del tiempo 69 mano misma, será para nosotros un manipulus, palabra latina que significa puñado o manojo.2 La mano que interviene sobre un manipulus de tiempo —un manipulus cuyas fronteras serán puestas en cuestión: es en este sentido preciso que abordaré el problema de la manipulación. Al respecto, algunos textos y notas de Valéry que remiten a la oposición entre el instante y la duración, permitirán proponer la existencia de una íntima relación entre la desintegración del tiem- po por efecto de su manipulación —una especie de ablandamiento de la duración que daría origen al instante— y una percepción caracterizada por la distensión de la estructura cognitiva gracias a la cual es posible discretizar y categorizar los objetos del mun- do. Este proceso introduciría al sujeto en el ámbito de la conti- nuidad. Atribuyendo a la manipulación del tiempo una tendencia hacia la intransitividad que desembocaría en una actividad de carácter propioceptivo, sugeriré que, al internarse en el terreno del instante, el sujeto emprende el camino de retorno hacia su propio origen: un origen tanto sensible como temporal. En primer lugar, es evidente que hablar de continuidad en el dominio del instante conlleva problemas teóricos que no pueden dejarse de lado. En este sentido, es preciso señalar que si bien la filosofía del instante propuesta por Bachelard supone la primacía de lo discontinuo sobre lo continuo, en esta teoría la discontinuidad se refiere al modo en que los instantes —unidades cerradas y aisladas— se suceden unos a otros para constituir el tiempo: un tiempo puntuado por la emergencia del accidente, de la novedad. Puesto que el instante carece de memoria, afirma Bachelard retomando los postulados de Roupnel, no hay vínculo que lo rela- cione con los instantes que se han ido y con aquéllos que ven- drán: un instante que se va es un instante que muere. Por ello, para los filósofos del instante, el tiempo está regido por lo 2 Los análisis desarrollados en este artículo sobre la etimología de los diver- sos términos en español están basados en J. Corominas y A. Pascual, Diccionario etimológico castellano e hispánico, Gredos, Madrid, 1992.
  • 5. 70 Verónica Estay Stange puntual y no por lo durativo —como Bergson lo supone—, cons- tatación que les permite concluir que el tiempo es, en esencia, discontinuo. De esta manera, los instantes (en tanto unidades absolutas de tiempo), al ser observados sobre el plano horizontal de la extensidad, se revelan como pertenecientes al ámbito de la discontinuidad. No obstante, me parece que, analizado en inten- sidad, en profundidad, el instante individual no está hecho sino de tensiones formales, como sugiere el propio Bachelard al refe- rirse a la “duración vertical” característica del instante poético, donde se produce una “desmaterialización” que permite el desplie- gue de una “causalidad formal” opuesta a la “causalidad eficiente” propia del tiempo horizontal, sucesivo.3 Como veremos, esta “duración vertical” es inseparable del sujeto que intenta apre- henderla; así, resultaría posible atribuir al instante una continuidad que, desde el punto de vista del discurso, se remonta en último término a la tensividad propia del sujeto de la percepción y al modo de existencia característico de la instancia última de la enunciación, que es el cuerpo sensible. Retomando, igualmente, la propuesta del mismo filósofo de acuerdo con la cual el instante es el terreno donde se manifiesta la conciencia de sí, “la conciencia de una soledad”,4 sugeriré que la “duración vertical” remite a un cuerpo que, al internarse en los dominios del instante, vuelve sobre sí mismo, desmaterializándose como el tiempo. He aquí algunas de las hipótesis de trabajo que orientarán el curso de esta investigación. La intuición de tales vínculos entre el instante y el cuerpo proviene no sólo de la asociación que la semiótica ha propuesto recientemente entre el instante y la instancia, sino también de ciertas observaciones reveladoras encontradas en algunos textos de Valéry. Dada su naturaleza, estas reflexiones pueden y, más 3 Gaston Bachelard, “Instante poético e instante metafísico”, en La intuición del instante, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, p. 121. 4 Op. cit., p. 15.
  • 6. La manipulación del tiempo 71 aun, exigen ser desarrolladas y relacionadas unas con otras —la riqueza misma de los textos de Valéry, ¿no reside acaso en las infinitas combinaciones que ellos nos invitan a efectuar entre las unidades, a la vez acabadas e inacabadas, que los constituyen? Dejando que las breves pero profundas propuestas del es- critor conduzcan nuestra investigación, analicemos la nota siguiente: La sola realidad es la sensación pura. La realidad es entonces instantánea. Ya que es la cosa incontestable, inimitable, indescriptible.5 A partir de esta afirmación, sería posible desarrollar toda una teoría de la realidad en relación con el cuerpo y el tiempo. Sin embargo, adecuando el análisis a la medida de los objetivos pro- puestos, quisiera retomar de esta reflexión justamente la premisa que ella omite pero presupone: la sensación pertenece al dominio del instante. A través de este enunciado implícito, el fragmento citado vincula la realidad —a su vez ligada a la sensación— con el instante. Luego, esta realidad es calificada como “incontestable, inimitable, indescriptible”, caracterización que descansa sobre otra premisa de acuerdo con la cual todos estos adjetivos estarían referidos, en primer término, al instante. El vínculo entre sensación e instante representa ya un punto de partida que nos permitirá pensar la actividad de la mano en relación con el tiempo. En efecto, si es en el ámbito del instante que la actividad inherente al cuerpo en general se vuelve mani- fiesta, podemos suponer que, fuera del instante, otros compo- nentes de la subjetividad se imponen sobre la instancia corporal, de manera que esta última pasa a un segundo plano. Ahora bien, considerando los distintos modos de interacción entre la mano y los objetos del mundo, las modulaciones perceptivas del cuerpo que se sumerge en el instante podrían manifestarse a través de la 5 Cahiers I, Gallimard, Paris, 1973, p. 1200.
  • 7. 72 Verónica Estay Stange actividad cada vez menos transitiva e intelectiva —regida por el intelecto— de una mano que moldea, luego pesa y delimita, en- seguida palpa, y por último simplemente siente el conjunto de fenómenos que la impresionan, terminando por sentirse ella misma en el propio acto de tocar. Para el desarrollo de estas ideas, es necesario entonces deter- minar la naturaleza de aquel otro régimen temporal donde el cuerpo pierde su supremacía. Puesto que este último pertenece al ámbito continuo de la tensividad, es claro que el dominio contrario debería permitir el despliegue de una inteligencia discretizante. Ahora bien, si para Bergson la duración es un puro devenir donde el pasado y el porvenir se reúnen indisolublemente,6 la acción constituye “un desarrollo continuo que ubica entre la de- cisión y el fin [...] una duración siempre original y real”. 7 De este modo, desde el punto de vista de la acción, las aspectualidades incoativa y terminativa enmarcan la duratividad, si bien ambas representan límites externos impuestos a una duración pura que Bergson considera como objetivamente mensurable a partir del sin- cronismo, concepto basado en la postulación de un “continuo en sí”.8 Tal objetividad será cuestionada por Bachelard al constatar que la medida es relativa al instrumento de medición (argu- mento que retomaremos en nuestro análisis sobre la manipula- ción del tiempo), primera estrategia de este autor para negar el carácter inmediato de la experiencia de la duración y para colocar al centro de la reflexión sobre el tiempo la intuición (ésta sí, inmediata) del instante. Así pues, la acción y la duración que ella presupone —una duración vivida, inseparable del sujeto— constituye una unidad discreta que “quiebra inevitablemente la continuidad del de- venir vital”.9 6 Bachelard, op. cit., p. 20. 7 Ibid., p. 24. 8 Ibid., p. 47. 9 Ibid., p. 27.
  • 8. La manipulación del tiempo 73 Tomando en cuenta el carácter discreto de la duración enmarcada por la acción y el tipo de actividad que esta discre- tización exige por parte del sujeto que actúa, opondremos la du- ración al instante como el eje de la extensidad al de la intensidad, situando los fundamentos sensibles de tal oposición ya no desde la perspectiva de la filosofía, sino desde el punto de vista del lenguaje. Quizá analizando la relación existente entre estos dos términos lograremos definir la naturaleza del tiempo, que se des- morona entre los dedos de la mano. Respecto a la duración, el posible vínculo etimológico entre esta palabra y el término dureza resulta ilustrativo. Lo mismo ocurre con la palabra francesa durée, la cual comparte con el vocablo español la raíz latina durare (durar, endurecer). Las re- laciones que el régimen temporal de la duración mantiene con lo sensible y lo inteligible son analizadas por Valéry en la “Intro- ducción al método de Léonard de Vinci”, un ensayo donde el autor francés deja al descubierto los procedimientos y las pre- condiciones no sólo del pensamiento de un De Vinci consciente- mente recreado por el discurso, sino también de su propio pensa- miento. En este texto, la nota sobre el origen del término durée está inmediatamente precedida por otras que se refieren, por un lado, a la relación entre el pensamiento y una realidad que po- dríamos llamar fenomenológica —relación que, de acuerdo con nuestra interpretación, estaría fundada en una especie de retóri- ca de la percepción donde la catacresis desempeñaría un papel primordial—, y por otro, a las raíces etimológicas y sensibles del primero de estos términos interactuantes. Las observaciones de Valéry son las siguientes: Yo diría que lo más real que hay en el pensamiento es lo que no cons- tituye una imagen inocente de la realidad sensible; pero la observa- ción, por otra parte precaria y con frecuencia sospechosa, de lo que ocurre en nosotros, nos induce a creer que las variaciones de los mun- dos son comparables, lo cual permite expresar grosso modo el mundo psíquico propiamente dicho por metáforas tomadas del mundo sensi-
  • 9. 74 Verónica Estay Stange ble, y particularmente de los actos y de las operaciones que podemos físicamente efectuar. Así: pensamiento, peso; aprehender; comprender; hipótesis, sínte- sis, etc. Duración proviene de duro. Lo cual viene, por otra parte, a otor- gar a ciertas imágenes visuales, táctiles, motrices, o a sus combina- ciones, valores dobles. 10 Estas líneas proceden de una serie de notas acotadas al ensa- yo original sobre De Vinci varios años después de su escritura. Como hemos sugerido, ellas nos muestran lo que ocurre tras bambalinas del pensamiento del autor, considerado en tanto fi- gura textual. Tales reflexiones metadiscursivas se desarrollan paralelamente al drama interior que supone el proceso dinámico de generación e interacción de las llamadas ideas dentro de un determinado sujeto, ideas que serían concebidas como imágenes o visiones dinámicas que resultan de detenciones o discreti- zaciones verbales, efectuadas sobre una masa continua de rela- ciones. A partir de esta propuesta, es posible preguntarse si el modo de aprehender las ideas en el tiempo no será también el modo de aprehender el tiempo mismo, o al menos el concepto (el simula- cro) que de él hemos construido. Es así como se constituiría la unidad mínima (el manipulus) de duración que, aún desde el pun- to de vista de la acción (durativa), es el ahora. El carácter discreto y mensurable del ahora en tanto deten- ción de la continuidad temporal, pero sobre todo el vínculo que, en principio, mantiene con la actividad intelectiva de la mano —instrumento que, como el pensamiento y acaso en la base de él, pesa, aprehende, comprende— será aún más claro si nos re- mitimos al vocablo francés maintenant. En efecto, esta palabra está compuesta por dos términos cuya asociación resulta signifi- cativa: el sustantivo main (mano) y el verbo en participio tenant 10 En Théorie poétique et esthétique, Œuvres I, Gallimard, Bélgica, 1957, p. 1159 (Las cursivas son del autor).
  • 10. La manipulación del tiempo 75 (teniente). Como reminiscencia del vínculo sobre el cual se fun- da este vocablo que fue sustituido en español por la palabra aho- ra, este último conserva en su léxico, por ejemplo, el término mantener, que indica también una acción retentiva y durativa de la mano. Si, apelando a la memoria de la lengua, dejamos que las con- notaciones del maintenant francés se sumen al significado de nuestro ahora, éste se nos mostrará entonces como un manipulus —un puñado— propiamente dicho: como una unidad cuya me- dida y peso estarían determinados por la mano. Ahora bien, he sugerido antes que en la constitución de este manipulus la actividad de la mano se acercaría a la del pensa- miento —al respecto, recordemos la asociación de Valéry entre el pensar y el pesar. En efecto, la mano que (man)tiene un objeto cualquiera, que lo aprehende y que luego, presumiblemente, re- corre su superficie dentro de los límites establecidos buscando determinar sus cualidades sensibles, se interna en un proceso de análisis y síntesis que permite el juego dialéctico entre las partes y el todo, condición indispensable para la identificación y la in- dividuación de tal o cual objeto. En un último nivel de participa- ción activa, este proceso desembocaría en la transformación del objeto de acuerdo con un proyecto previamente establecido, pro- yecto gracias al cual el resultado de la acción manipuladora —de la maniobra— sería, justamente, una obra y no un producto aza- roso. Así, la duración, ella misma extensión mensurable y mensurada, se presenta como el tiempo propio del pensamiento, este último concebido no como un término radicalmente opuesto al cuerpo —ya que la semiótica ha hecho evidentes las múltiples relaciones entre lo sensible y lo inteligible—, sino como un régi- men lógico y racional que gobierna la percepción, permitiendo así la discretización, el reconocimiento, la categorización y, fi- nalmente, la transformación de los objetos del mundo. Este tipo de percepción —que acaso desde su origen implica ya una trans- formación, una manipulación elemental del objeto en cuestión—
  • 11. 76 Verónica Estay Stange estaría representado por los sentidos del tacto y de la vista en su actividad háptica.11 Para comprender el modo de existencia del cuerpo en la dura- ción, y más precisamente, en este puñado de duración constitui- do por el ahora, evoco entonces la simple imagen de una mano que “pesa”, “aprecia”, y “evalúa un peso” —términos que corres- ponden a las acepciones de la raíz pensus de la palabra pensar. Puesto que la dureza, propiedad y posible raíz de la duración es, sobre todo, una cualidad táctil que puede luego ser trasladada al dominio visual. Para reforzar la asociación entre duración y dureza, conviene remitirse, en el plano filosófico, a la relación establecida por Bachelard entre la duración y la sustancia, fenómenos interdependientes que, de acuerdo con el mismo autor, no nos deparan más que “fantasmas”, ya que, sometidos a un “examen microscópico”, ambos se desintegran: mientras el primero se descompone en una “multiplicidad de acontecimientos”, de “ac- tos” puntuales, el segundo se revela como una trama que enlaza elementos heterogéneos.12 A partir del análisis de la duración como dureza y de sus vín- culos con el cuerpo, podríamos definir el instante como la desin- tegración de la duración: como su enternecimiento, por efecto de la manipulación. Al respecto, señala Valéry: La duración es de la naturaleza de una resistencia. El hombre que sos- tiene un peso a brazo tendido, se opone a algo. ¿A qué? —no directa- mente a la caída del peso— sino al dolor creciente. Límite de división o de separación. 11 Para un estudio detallado del pasaje de la sensibilidad (de la foria) pura al modo de percepción discretizante y categorizante —dos extremos que van del sentir al percibir—, cf. Raúl Dorra, “Entre el sentir y el percibir”, en Eric Landowski (comp..), Semiótica, estesis, estética, São Paulo-Puebla, EDUC/BUAP, 1999. 12 Bachelard, op. cit., p. 37.
  • 12. La manipulación del tiempo 77 Él conserva el cero mediando cualquier destrucción. Hay una “dura- ción” no sólo porque él conserva, sino sobre todo porque esta conser- vación es finita. La duración es porque no puede durar. Toda dura- ción es ciclo. La sensación crece más allá de toda capacidad de soportar. Como si el peso creciera. [...] El esfuerzo se vuelve cada vez más “sensible”. El peso crece para la sensibilidad. El peso más débil deviene más fuerte que el brazo más fuerte. El funcionamiento tiende rápidamente a oponer- se a él mismo; pero no directamente. No hay “fuerzas” constantes para el organismo.13 Es así como accedemos, en este caso a través del dolor, al dominio de la sensibilidad pura, de la foria. El cuerpo que ya no puede sostener el peso de un objeto, deja de sentir ese peso y ese objeto para sentirse a sí mismo y a su propio dolor creciente. El desenlace de una situación semejante es previsible: cuando las fuerzas del brazo se agoten, el peso del objeto se tornará insopor- table, la resistencia cederá y entonces el brazo, debilitado, dejará caer el objeto. Sin embargo, de acuerdo con los estudios a él consagrados y, sobre todo, de acuerdo con la propia experiencia, sabemos que la naturaleza del tiempo es muy distinta de la de los otros objetos del mundo o del conocimiento. Diez minutos medidos, aprehen- didos por el reloj, son siempre diez minutos —aunque, siguien- do a Bachelard, digamos que esta aparente objetividad no es más que el resultado de una convención respecto del instrumento de medición utilizado y respecto al punto de vista que determina las “concomitancias” constitutivas del adverbio siempre—; pero diez minutos vividos por una subjetividad consciente de sí mis- ma, según que ellos sean minutos de espera o de recuerdo, de preocupación o de gozo, parecen tener una extensión diferente, o deberíamos tal vez decir un peso diferente. De cualquier modo, consideremos el peso, fuerte o ligero, de una duración cualquie- 13 Cahiers I, op. cit., p. 1311.
  • 13. 78 Verónica Estay Stange ra, de un puñado de duración: lo que constituye un ahora (un maintenant). Sostengamos —mantengamos— un tal peso a brazo tendido; acaso este manipulus podrá darnos la medida de nues- tras fuerzas. ¿Qué sucede entonces? El ahora limitado por las fronteras de una acción (ahora corro, pero también ahora salto; esto es, estoy saltando, aun si esta acción tiene una duración mínima), el ahora que desde esta mirada se muestra como durativo y transitivo, cuando es interrogado como un objeto intransitivo, nos devuelve la pregunta intacta, dejándonos frente a nosotros mismos en el acto de interrogar el ahora. Él nos reve- la entonces la naturaleza del tiempo, que es y no es a la vez. Dicho de otro modo, la duración pierde su dureza, su consis- tencia, apenas intentamos retener y transformar este manipulus. Quien alguna vez ha querido retener el ahora en sí, en su duratividad, más allá (o más acá) de la acción que en él se des- pliega, habrá experimentado entonces la inescrutable aporía de la manipulación del tiempo. Puesto que el ahora pertenece al pasado desde el momento mismo en que se lo enuncia, su apre- hensión —que es, al mismo tiempo, su desintegración— exige el paso del régimen temporal que se desarrolla sobre el eje de la extensidad a aquél que se despliega sobre el eje de la intensidad, donde la duratividad de la “acción” sería reemplazada por la pun- tualidad —incoativa o terminativa— del “acto”, de la “decisión instantánea”, del “impulso”.14 Es así como el ahora, reducido a un comienzo o a un fin —uno de los puntos que delimitaban la línea del devenir—, deja de ser la unidad de duración para trans- formarse en la unidad del instante. Sin embargo, hemos dicho que la profundización de esta unidad puntual nos revela, en tér- minos de Bachelard, una “duración vertical” donde el sujeto y el tiempo se “desmaterializan”, revelando su “causalidad formal”. 15 En este sentido, la mano produce sobre el ahora una doble desin- 14 Para profundizar en la oposición entre la “filosofía de la acción” y la “filo- sofía del acto”, cf. Bachelard, op. cit., p. 24. 15 Cf. supra.
  • 14. La manipulación del tiempo 79 tegración: la primera extrae el acto puntual de la línea trazada por la acción durativa, mientras que la segunda deja al descu- bierto la trama constitutiva del acto (de percepción) —esto es, sus pre-condiciones—, trama que se confunde con la del instante. Así pues, como resultado de la manipulación del tiempo, la duración se disuelve y el acto de medir el tiempo, efectuado siempre en relación con las cosas que pasan (como observaba San Agustín), nos remite al acto primordial de medirse en el tiempo. Valéry observaba que la duración existe como una propiedad que el sujeto atribuye a los objetos, mientras que ella misma no puede durar. No obstante, podríamos pensar que la duración de la duración se confunde con la duración atribuida a los objetos, como ocurre con la dureza. De esta manera, la duración y la du- reza serían propiedades de la duración en tanto que propiedades de los objetos. Cuando no hay objeto, los límites de la duración se desvanecen. ¿Qué percibimos a través de esta duración enternecida o, más precisamente, manida (ablandada al contacto de la mano),16 que ha perdido, por tanto, sus contornos? ¿Qué medimos, pe- samos o pensamos cuando ya no hay duración ni peso alguno por evaluar? Interroguemos nuevamente el ahora durativo, para ver lo que nos queda tras su desintegración en acontecimientos y fenómenos puntuales. Retomemos este puñado de duración. Imaginemos ahora el gesto de la mano que se desplaza, que aprehende un objeto semejante a la arena, al agua o al aire. Ahora la mano viene hacia nosotros. Ahora se detiene frente a nuestros ojos. Lo que ve- mos ahora, lo que sentimos ahora, es nuestra propia mano, fría por el aire, mojada por el agua o sucia de arena. Buscando mantener el ahora, nuestra mano se ha quedado vacía. Pronto, ella misma nos aparecerá como extranjera, perdiendo también sus contornos. 16 Este adjetivo, derivado del sustantivo latino manus, evoca una actividad enternecedora de la mano y se adjudica a la carne tierna o ligeramente pasada.
  • 15. 80 Verónica Estay Stange Si nuestra hipótesis es válida, la manipulación del tiempo nos ha conducido al reino del instante. El instante: enternecimiento de la duración y enternecimiento del sujeto. Volveremos sobre ello. En términos más concretos, si en el instante donde culmina la aporía de la manipulación del tiempo desaparecen las referen- cias que permiten la discretización y la categorización del mundo, el régimen de la sensibilidad se impone, de manera que el pensamiento lógico y racional desaparece o acaso pasa a un segundo plano, como un eco apenas audible. Y el cuerpo, dueño del mundo, se transforma en su propio punto de referencia. Evocaré a continuación una de las obras de Valéry donde me parece que estas ideas han sido puestas en práctica. “El baño” 17 describe las transformaciones perceptivas de un hombre que se sumerge en el agua de una bañera. Esta última, comparada desde el principio con “un sarcófago”, contiene un agua dulce y tran- quila, “esposa de la forma del cuerpo”. El texto narra las nupcias de estos dos personajes. En el curso de este proceso, es intere- sante notar el desplazamiento del punto de vista que organiza el discurso, desplazamiento que da cuenta de una disolución gra- dual del cuerpo por su asimilación con el agua. En primer lugar, el enunciador —que habla siempre en tercera persona y que por lo tanto carece de marcas textuales— se refiere a un “desnudo” que “se dispone y se apacigua”. Esta visión englobante del cuerpo es seguida por la imagen del “hombre” que “deposita (en el agua) su estatura”. Pero pronto la atención se desplaza hacia las partes: “un dedo”, o hacia sus propiedades: el “peso de la carne venturosa”, “el calor de su sangre”. En este punto, el personaje ya no es “el hombre” (este hombre), sino 17 Este texto se encuentra en las Notas de Mélange, Œuvres I, Gallimard, Bél- gica, 1957, pp. 1727 y 1728. Según las referencias de esta edición, dicho texto fue publicado en la Revue du Médecin el 7 de abril de 1930, y luego incluido en Morceaux choisis y en Paul Valéry vivant, pp. 281-282, plaquette, Alès, Imprimerie Benoît, 1953.
  • 16. La manipulación del tiempo 81 “una persona”, es decir, “alguien”: “una persona se mezcla con la plenitud indefinida que lo rodea; alguien se siente disolverse lentamente”. Después de este discurso impersonal, queda claro que “todo el cuerpo ahora no es más que un sueño agradable que teje vagamente el pensamiento”. El cuerpo volverá entonces sobre él mismo, sin lograr ya re- conocerse. Despojado de toda memoria y, por lo tanto, pendien- do de un hilo, el pensamiento se entretendrá contemplando la imagen de un pie o una rodilla que lo sorprenden al emerger súbitamente del agua en calma. Para este pensamiento cuyo en- tramado lógico se ha distendido, el cuerpo pierde su consistencia y el sujeto su identidad. Este último se transforma así en un proto- sujeto, un sujeto anterior al desembrague y demasiado cercano al mundo como para permitir la aparición de la tercera persona. Pero el retorno a la propioceptividad representa también el regreso del tiempo a su origen: El dulce momento se contempla y ve sus miembros límpidos bajo el cristal del agua. Lo que mira y habla consigo mismo se maravilla de la extensión y de la simetría de los miembros que él domina.18 Si “lo que mira y habla” son los restos de un hombre, esta frase puede también referirse “al dulce momento” igualmente disperso, disuelto. Parecería que, como el cuerpo y el agua, el hombre y el instante han contraído nupcias, se han fusionado. “Lo que mira” y ya no reconoce, son ambas instancias ocupando un mismo espacio y adoptando por consiguiente un mismo punto de vista. El sujeto no es más duro que el instante: ¿ello no signi- ficará acaso que estamos hechos de la misma sustancia manida (esta suerte de no sustancia) que el tiempo? Semejante encuentro, como todos los grandes amores, no po- día terminar sino en la muerte —y la imagen de la bañera como un sarcófago adquiere aquí toda su fuerza: “Los ojos se pierden o 18 Loc. cit.
  • 17. 82 Verónica Estay Stange se cierran. La duración sin contacto se debilita. El espíritu se abre las venas en un sueño”. A este análisis habría que agregar que, en lo que respecta a la forma de la expresión, el texto no parece presentar particularida- des que nos permitan deducir un estilo de escritura vinculado al tema del instante, a menos que consideremos como un rasgo dis- tintivo el largo aliento de la mayor parte de las frases, lo cual produce un ritmo lento, distendido. Como el cuerpo en el agua, la escritura se desliza, ondula, se recuesta. Y del mismo modo que todo regresa a su origen, hacia lo posible (ya que “la propia voluntad y la libertad general del ser se componen al capricho de la onda”), el enunciador introduce al final una frase modalizada que virtualiza el hecho referido y que da cuenta de una fusión del punto de vista del enunciador con el del personaje: “Hay tal vez en el aire deslavado y vaporoso un perfume cuya flor compleja interroga los recuerdos (...)”.19 Por otra parte, es evidente que esta poética, si hay alguna, no corresponde a las características de la poética del instante que la semiótica ha postulado desde el punto de vista de la extensidad.20 Al respecto, podríamos hablar de dos poéticas del instante, vin- culadas con dos maneras de concebir este último término. He- mos constatado antes que, de acuerdo con Bachelard, la sucesión de instantes observada en extensidad traza una línea dicontinua. De acuerdo con D. Bertrand, el discurso asociado a este tipo de análisis del instante estaría caracterizado, por ejemplo, por la ruptura de la sintaxis y por la emergencia violenta de frases cor- tas y sin memoria. Pero visto en intensidad, el instante indivi- dual nos remite a la continuidad del sujeto. La escritura que de él se desprende sería entonces una escritura redonda, sin rupturas sintácticas, modulada. 19 Las cursivas son mías. 20 Sobre este tema, cf. los estudios que D. Bertrand ha dedicado a la obra de Louis Ferdinand Céline, en Fontanille y D. Bertrand (eds.), La flèche brisée du temps. Sémiotique et temporalité, libro por publicar.
  • 18. La manipulación del tiempo 83 Finalmente, quisiera señalar que tras la lectura de Mélanges, una obra donde el cuerpo es puesto en discurso, me ha parecido que el tiempo manido que da origen al instante podría presentar dos aspectualidades vinculadas a la protensividad del proto- sujeto, entendida ésta como orientación primitiva de la masa fórica:21 una aspectualidad incoativa y una terminativa. Hemos estudiado aquí la aspectualidad terminativa. Ésta con- siste entonces en una orientación desfavorable a la escisión de la masa fórica, pues en nuestro ejemplo el proto-sujeto se fusiona con el mundo para constituir una sola entidad y, cerrando los ojos, se fusiona consigo mismo. Así, toda condición para la apa- rición de la tercera persona es anulada, ya que ni el mundo, ni el cuerpo, ni el sujeto cognitivo, logran ya distinguirse. Es por ello que el discurso no podía terminar sino en la muerte: la muerte del personaje —o al menos la muerte virtual de su “espíritu” que, dejando de percibir el cuerpo, simula también la muerte de este último— y el silencio del enunciador, que es una suerte de muerte del discurso. En la obra de Valéry, los numerosos textos constituidos alrededor del sujeto que se adormece darían cuenta de este tipo de instante y de la forma de percepción (sensación) corporal que lo caracteriza. Por su parte, el aspecto incoativo del instante, que supone una actividad cada vez más intelectiva y transitiva del cuerpo, es de- sarrollado en los textos que tratan el tema del despertar. En par- ticular, sería interesante analizar el texto sin título incluido en las notas de Mélanges, donde la primera frase anuncia:22 “Al co- mienzo será el sueño”, un sueño que, en tanto comienzo, contie- ne la posibilidad de un despertar final. En estos parajes de la (in)conciencia y de lo posible, el sujeto durmiente es apenas aún un “animal”, una masa amorfa, la virtualidad de una presencia: 21 Cf. Greimas y Fontanille, Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas a los estados de ánimo, Siglo XXI, México, 1994. 22 Ibid., p. 1725 y 1726. Este texto fue publicado en ABC, Librairie du Sans Pareil, Commerce, V, otoño 1925, pp. 5-14.
  • 19. 84 Verónica Estay Stange Al comienzo será el sueño. Animal profundamente adormecido; tibia y tranquila masa misteriosamente aislada; arco cerrado de vida que transportas hacia el día mi historia y mis posibilidades, tú me ignoras, tú me conservas, tú eres mi permanencia inexpresable; tu tesoro es mi secreto. ¡Silencio, mi silencio! Ausencia, mi ausencia, oh mi forma cerrada, dejo todo pensamiento para contemplarte con todo mi corazón.23 Enseguida, el relato profundiza aún más en el reino onírico hasta virtualizar la orientación protensiva del sujeto durmiente (ya que la posibilidad del despertar permanece como suspendi- da). Es entonces cuando, del fondo del tiempo, se desprende el instante redondo que silenciosamente se gestaba: Tú te has hecho una isla de tiempo, eres un tiempo que se ha despren- dido del enorme Tiempo donde tu duración indefinida subsiste y se eterniza como un anillo de humo. No existe más extraño, más piadoso pensamiento; no hay maravilla más próxima.24 Pero poco a poco los fragmentos dispersos del cuerpo y del tiempo comienzan a reunirse para reconstituir el sujeto y la duración —el tiempo de la vigilia, dividido en presente, pasado y futuro. Así, por un proceso gradual, modulado, la protensividad se precipita a velocidad creciente hacia la escisión. Este proceso está representado por el conflicto de instancias de la enunciación (de múltiples yo que irrumpen como otros) y por la aparición de los primeros indicios de las figuras del mundo, hasta llegar a la configuración de la realidad. Por otro lado, este paso hacia la vigilia se muestra como una toma de posesión del sujeto respec- to a su yo consciente y respecto a su cuerpo —como un paulatino habitar(se). Es interesante notar también que este recorrido, interior primero y luego exterior, parece alcanzar su culminación en el momento en que unos “labios [...] dibujan el acto de un discurso”, 23 Paul Valéry, op. cit., pp. 1727 y 1728. 24 Loc. cit.
  • 20. La manipulación del tiempo 85 como si el nacimiento del mundo y del yo como otros (instancias que encarnarán la tercera persona) fuera posible, en último tér- mino, gracias al brote repentino del lenguaje a través de un acto de enunciación. Asimismo, el conflicto de voces y de instancias nos per- mitiría suponer que esta suerte de poética (in)tensiva del instante en relación con la presencia y la actividad corporales y manuales —esta poética que Valéry nos ha permitido imaginar—, oscila- ría entre la continuidad y la fractura, según que el sujeto se aleje o se aproxime al desembrague. Apareceré a mis miembros como un prodigio, expulsaré la impotencia de mi tierra, ocuparé mi imperio hasta las uñas, tus extremidades me obedecerán y entraremos audazmente en el reino de nuestros ojos... Pero todavía no debemos renacer. Oh, descansa todavía, descansa en mí... Tengo miedo de encontrar desdichados pensamientos. Espere- mos separados que el trabajo inocente y monótono de las máquinas de la vida desgaste o destruya grano a grano la hora que nos divide toda- vía. Yo fui, tú eres, yo seré... Lo que será se deduce dulcemente de lo que ya no es. He aquí por qué mi ternura ansiosa está sobre ti... Ahora bien, esta Cosa se agita, y esta forma cambia de forma, y los labios que ella parece tender hacia ella misma dibujan el acto de un discurso. Nadie lo pronuncia a nadie, y hay un llamado, un amor, una solicitud suplicante, un balbuceo aislados en el universo, y sin ataduras, y sin alguien, ni éste ni aquél otro... Hay intentos de luz, esfuerzos torpes de resurrección. ¡Vamos! He aquí mi cansancio, el milagro, los cuerpos sólidos; mis problemas, mis proyectos ¡y el Día!25 En conclusión, mientras el instante terminativo, que se desintegra entre los dedos de la mano, consiste en la disolución de la duración, el instante incoativo tiende hacia su recomposi- ción, que supone el endurecimiento del instante por la aparición de la diferencia, de los puntos de referencia y de las fronteras que separan al sujeto de sí mismo, del mundo y del tiempo —o de la idea del tiempo. La actividad de la mano se tornaría entonces 25 Loc. cit.
  • 21. 86 Verónica Estay Stange cada vez más transitiva e intelectiva hasta culminar en la mani- pulación, propiamente tal, de los objetos: una manipulación en el tiempo, último grado de un proceso cuyo origen se pierde en la aporía de la manipulación del tiempo. Llegados a este punto, estamos pues, en condiciones de com- pletar la trayectoria de la mano que, en las líneas precedentes, quiso apropiarse del tiempo. Fría por el aire, mojada por el agua o sucia de arena, la habíamos dejado suspendida bajo nuestra mirada, en el momento mismo en que comenzaba a perder sus contornos. Lentamente, esta mano vacía se vuelve ajena: mi mano ya no es mi mano, mi cuerpo y sus miembros van cobrando auto- nomía. En esta desposesión de la conciencia, en este paulatino deshabitarse, el sujeto se enternece, como la duración. El movi- miento final, inevitable, consistirá así en el retorno de la mano al origen de la instancia incierta que interroga y se interroga: a la fuente sensible y temporal de la enunciación. Manido el sujeto, manido el tiempo, la experiencia íntima del instante —íntima y sin embargo nacida a flor de piel: íntima entonces como una caricia— nos remite a la imagen de una mano que se posa dulce- mente sobre el pecho de este yo cuyos últimos ecos, ahora, se pierden en el silencio.