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BIENVENIDOS Y BIENVENIDAS A
NUESTRO TALLER DE LITUGIA
Parroquia San José de Coro
TALLER
DE
LITURGIA
Tu Palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino.
Salmo 119, 105
EL MINISTERIO DEL LECTOR
ORACIÓN
¡Gloria a ti, oh Cristo, Palabra de Dios!
Gloria a ti cada día.
Gloria a ti, Palabra de Dios,
que te has hecho hombre
y te has manifestado con tu vida
y has desempeñado en la tierra tu misión
con la muerte y la resurrección.
Gloria a ti, Palabra de Dios,
que penetras lo íntimo de los corazones humanos
y les muestras el camino de la salvación.
Gloria a ti en esta tierra.
Gloria ti en todos los lugares del mundo,
donde hace más de dos mil años
te escuchan sus habitantes
y caminan a tu luz.
¡Gloria a ti, Palabra de Dios!
Palabra de Dios, que nunca pasarás
Gloria ti en la liturgia
memoria de nuestra redención.
¡Gloria a ti, Palabra de Dios!
Juan Pablo II. 23 de marzo de 1980.
LITURGIA DE LA PALABRA
(Orientaciones generales)
Estas guías son para ayudar a los lectores
a proclamar la Palabra de Dios en una forma espiritual
y para que impacte, ofreciendo algunos principios que son
básicos, requeridos por la misma naturaleza de la liturgia.
PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA
Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras es Dios mismo quien habla a su pueblo. Es un privilegio prestar
nuestra voz al Señor. He allí la dignidad del Ministerio de la Palabra. Cuando la asamblea escucha en comunidad los fieles no
solamente experimentan la unidad entre sí, sino también la misma presencia de Cristo, quien les habla en su palabra. Cuando la
Palabra de Dios se proclama en toda su pureza y verdad el Espíritu Santo abre los corazones de los fieles que la escuchan y la gracia y
el poder de Dios crea, obra, hace. La Palabra de Dios cumple su cometido. (Hech 16,14-15 Rm 1, 16 Stg 1,18).
ELEMENTOS Y MANIFESTACIONES
En primer lugar, la proclamación de la Palabra de Dios es un diálogo para la acción. En el acto comunicativo se produce:
emisión, intención y efecto. La palabra tiene poder, mucho más la Palabra de Dios, cuya finalidad es verbo (acción): oír, creer, aceptar,
convertir. Ejemplo: Yo escribo esta charla. Yendo más allá de lo fonético, fático, rético, la Palabra de Dios es acción de Dios, quien se
vale de medios para hacer su voluntad. De manera que nos encontramos con tres elementos trascendentes: Jesús (Palabra de Dios
encarnada), Biblia o Sagrada Escritura (Palabra de Dios escrita), Lectura (Palabra de Dios proclamada) en tres manifestaciones: Dios
que habla a su pueblo (lector), pueblo de Dios que escucha (fieles) Dios obrando en su Palabra por la acción del Espíritu Santo. Un
resultado: la fe por la escucha de la Palabra de Dios proclamada. (Romanos 10,17).
REQUISITOS
Para que los fieles lleguen a tener una estima viva de la Sagrada Escritura,
por la audición de las lecturas divinas, es necesario que los lectores que desempeñen este
ministerio sean verdaderos testimonios de la palabra que proclaman. El ministerio de la
Palabra requiere un entendimiento de las escrituras, conocimiento de los principios de la
liturgia, y habilidad para leer en público.
PREPARACIÓN GENERAL
La preparación general para el ministerio del lector incluye:
Dimensiones espirituales: oración acerca del texto y reflexión del contenido de su mensaje, esto puede hacerse solo o con
el grupo. Dimensiones bíblicas: el entendimiento y la interpretación del texto en forma suficiente para que despierte una respuesta de
parte de la asamblea. Incluye la lectura del pasaje en su contexto, la búsqueda de ayuda de comentarios bíblicos, documentos de la Iglesia
y otros materiales. Esto es formación. Dimensiones prácticas: es el uso del don de la voz en forma correcta y efectiva.
La preparación inmediata también es indispensable. Esto abarca la puntualidad, la localización de las lecturas en el
leccionario y la revisión del sistema de sonido. La revisión de los textos litúrgicos en curso, tratar el asunto del lenguaje con mucho cuidado
en las palabras, pronunciación y significado. El lector no debe tomarse la libertad de cambiar los textos de la liturgia ya aprobados.
MINISTROS PROCLAMADORES DE LA PALABRA
El servicio de los lectores es un Ministerio litúrgico. De preferencia se recomienda tener un lector diferente para cada
lectura. Es inapropiado que varias personas se dividan una sola lectura, excepto cuando se lee la Pasión del Señor.
Ordinariamente, la proclamación del Evangelio lo hace el diácono. En ausencia de un diácono lo hace el sacerdote
celebrante. En las misas concelebradas en ausencia de un diácono, uno de los celebrantes hace la proclamación del Evangelio, en lugar del
celebrante principal.
SÍMBOLOS EN LA LITURGIA DE LA PALABRA
El lector realiza su servicio consciente de ser uno más de los fieles que asiste a la asamblea por lo tanto tiene que
permanecer en toda la liturgia. Es impropio que el lector solamente participe activamente en la liturgia de la palabra y luego se retire.
Las lecturas se deben proclamar de libros litúrgicos que son los libros oficiales. Estos libros, por la dignidad que exige la
palabra de Dios, no deben ser sustituidos por otros subsidios de orden pastoral, por ejemplo, por la hojitas que se hacen para que los
fieles sigan las lecturas o las mediten personalmente.
En la procesión del Evangelio, el evangeliario puede acompañarse cuando sea apropiado con cirios
La Salmodia está diseñada para cantarse. Es lo propio del ministerio de música. Cuando solamente se recita pierde
mucho de su poder. Debido a que el Salmo Responsorial de la Misa es parte de la Liturgia de la Palabra, es recomendable que el
salmista o cantor lo cante desde el ambón.
En la aclamación del Evangelio o aleluya, el pueblo expresa con alegría su encuentro con el Señor que se hace presente
en su Palabra. Con la aclamación o “Aleluya” también expresa su fe en forma de canto. Si la aclamación del Evangelio no se canta, debe
omitirse.
El ministerio de música pertenece a los músicos. No es función de los lectores ser cantores del salmo responsorial ni de
la aclamación del evangelio. Se aconseja a los lectores que antes de la Misa se informen con los músicos acerca de esto.
El ambón debe estar en un lugar elevado, fijo, de diseño apropiado, y con la debida nobleza, que refleje la dignidad de
la palabra de Dios. Mantel, velas, flores, y otras decoraciones pueden colocarse alrededor.
NORMAS PARA LOS LECTORES
Se recomienda como preparación anterior a la misa:
Llegar puntualmente y con suficiente antelación.
Visitar al Santísimo (ofrecerle el servicio y pedir su bendición)
Buscar con anterioridad las lecturas asignadas y practicarlas.
Revisar el sonido, micrófono, libros en su lugar y lecturas, página apropiada debidamente marcada.
Ubicar el lugar de los lectores en el primer banco, de frente al altar. Es bueno recordar que los lectores forman parte de
los fieles en la asamblea.
Para el momento de la Liturgia de la Palabra: Tener pendiente los gestos: Manos unidas al dirigirse al ambón. Hacer la
reverencia al altar.
Proclamar la Palabra: leer como los heraldos del rey, sin comerse el libro, con soltura y en voz alta.
Leer siempre con la cabeza un poco levantada hace que La voz resulte más clara y sonora.
Si usa medios técnicos, coloque el micrófono frente a su boca sin desviarlo para no distorsionar la voz y el sonido.
Recuerde, la expresión “palabra de Dios” se dice después de la debida pausa y mirando a la asamblea.
Se debe leer sin afectación, ni comedia, ni teatro y al mismo tiempo escuchar y entender lo que se lee. Proclamar la
palabra no se improvisa, por eso habrá que hacer los ensayos necesarios para lograrlo con naturalidad, aplomo y espiritualidad, en la
conciencia de que estamos proclamando la Palabra de Dios que merece todo el respeto, veneración y amor de nuestra parte y que Dios
está hablando también al que lee.
El salmo no se proclama. Se canta, se recita o reza con voz clara y audible. Al leer debe comenzarse con la antífona, sin
anunciarlo y Siempre repetir la antífona junto con la asamblea (esto es caridad con la asamblea y signo de que se participa de la misma)
después de la recitación inicial y después de cada estrofa, levantando la cabeza. Si hay varios lectores, mientras uno lee los demás están
sentados. Al terminar, manos unidas al frente, reverencia ante el altar, regresan a su lugar.
LA VIGILANCIA EN EL SERVICIO
Asegúrense los lectores de repasar las lecturas diarias de la misa y en especial las del domingo En caso de que el lector
asignado esté enfermo o incapaz de proclamar el pasaje, cualquiera estará preparado para suplirlo. Si el lector asignado no ha llegado
quince minutos antes del comienzo de la misa, será sustituido. Sí llega, no puede quitar al sustituto. Si no puede asistir el día asignado
debe manifestarlo de antemano y con tiempo.
Se debe buscar con anticipación las fechas asignadas para el servicio. En cada capilla debe haber una cartelera y
programa con las asignaciones para cada misa (jamás llamar a una persona a proclamar en el momento de leer o pocos minutos antes
de comenzar la misa)
EL MINISTERIO DEL LECTOR
El lector es un Ministro de la Palabra que se dirige oficialmente a la Asamblea Cristiana haciendo presente el mensaje del
Señor. El Concilio Vaticano II ha puesto de relieve la importancia de la Palabra de Dios: "Se expresan de modo admirable los
múltiples tesoros de la única Palabra de Dios, ya sea en el transcurso del Año Litúrgico en el que se recuerda el misterio de Cristo
en su desarrollo, ya sea en la celebración de los sacramentos y sacramentales de la iglesia o en las respuestas de cada fiel a la acción
interna del Espíritu Santo, ya que entonces la misma celebración litúrgica que se sostiene y se apoya principalmente en la Palabra de
Dios, se convierte en un acontecimiento nuevo y enriquece esta palabra con una nueva interpretación, una nueva eficacia".
(Ordenación de las Lecturas de la Misa No. 3).
La Liturgia es por tanto lugar privilegiado donde la Palabra salvadora de Dios habla a su pueblo; "Cristo sigue anunciando
el Evangelio y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración" (Const de Litg 33).
De manera que, la Palabra de la Escritura, cuando se proclama en las celebraciones litúrgicas, constituye uno de los
modos de la misteriosa y real presencia del Señor entre los suyos como lo enseña el Vaticano II: "Él está presente en su Palabra, pues
cuando se lee en la Iglesia las Sagradas Escrituras, es él quien habla" (Const. De Liturgia 7).
LA MISIÓN DEL LECTOR
El lector viene a ser como el intermediario de Dios entre su Palabra revelada y el pueblo. Su función consiste en hacerse
mensajero y portavoz de la palabra de Dios. (Rm 10,15b) .
El lector litúrgico será el último eslabón para que la palabra de Dios llegue a su pueblo ofreciendo su voz, sus recursos
de intérprete para que se realice esta encarnación de la Palabra. El lector también participa de la misión profética de Cristo puesto que
es un signo vivo de la presencia del Señor.
"Por amor a esta Palabra y por agradecimiento a este don de Dios, el lector litúrgico tiene que hacer un acto de entrega
y un esfuerzo diligente; si su voz no suena, no resonará la Palabra de Dios; si su voz no se articula la palabra se volverá confusa; si no
ve bien el sentido el pueblo no podrá comprender la Palabra; si no da la debida expresión, la palabra perderá parte de su fuerza. Y no
vale apelar a la omnipotencia divina porque el camino de la omnipotencia también en la liturgia pasa por la encarnación". Luis A.
Schoekel (Consejos al lector, p 32).
Escuchar y acoger lo Palabra de Dios para Comunicarla al pueblo es la misión propia de este ministerio. El lector no
desempeñará bien su función si no tiene un amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura.
El lector, desempeñando su ministerio, ha de transmitir a los fieles "los tesoros bíblicos de la Iglesia" puestos a
disposición de los fieles en mayor abundancia en la mesa de la Palabra de Dios (Const. De la Divina Revelación No. 21 y de Liturgia No.
51). Por lo tanto, es necesario que se conozca la Palabra de Dios, que haya una lectura asidua y un estudio diligente que vaya
acompañado de la oración para entablar un diálogo entre Dios y el hombre. El lector tiene que familiarizarse con el mensaje bíblico en
su conjunto meditándolo personalmente, acogiendo con corazón de discípulo lo que va a comunicar al pueblo de Dios.
FORMACIÓN DE LOS LECTORES:
Los lectores deben ser aptos y preparados. Esto requiere un conocimiento y amor a la Sagrada Escritura y cualidades
humanas concernientes al arte de la comunicación, por ello habrá que prepararse en los siguientes puntos:
INSTRUCCIÓN BÍBLICA:
El lector debe captar el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entenderlo a la luz de la fe, el núcleo central
del mensaje revelado. No se trata de conocer aspectos exegéticos o de interpretación sino un conocimiento vital de la sagrada Escritura, a
la luz de la transmisión litúrgica.
INSTRUCCIÓN LITÚRGICA:
Esto se refiere, sobre todo, al sentido y estructura de la Liturgia de la Palabra con su relación a la parte de la liturgia del
sacramento. El lector debe conocer como esta elaborado el leccionario con los diferentes tiempos litúrgicos. Conocerá también los
criterios de ordenación y armonización de las lecturas entre sí, que le será muy útil para ayudar a los demás cuando haya que elegir algun
texto adecuado.
PREPARACIÓN TÉCNICA:
A la comunicación y a la lectura en público, ya sea de viva voz o con la ayuda del micrófono. El lector debe tener una
cierta capacitación de su función sin detrimento del amor y de la dedicación a la Sagrada Escritura. Por lo mismo, el arte de leer bien y
usar adecuadamente el micrófono hay que tomarlo con competencia y preparación.
TÉCNICAS PARA PROCLAMAR LA PALABRA DE DIOS
.
El que pronuncia lo que lee, descubre lo que está escrito,
dando a cada palabra y a cada frase su sentido exacto. Por eso el lector debe
proclamar correctamente, para ello es necesario: La preparación de la lectura
o conocimiento previo del texto que se va a proclamar. El lector debe estar
familiarizado con las palabras que va a leer. Hacerlas suyas especialmente cuando son
difíciles; Pronunciarlas correctamente y saber cuando hay que darles mayor intensidad.
En la preparación de la lectura hay que tener en cuenta el género literario
del texto bíblico, por ejemplo si es narrativo, lírico, meditativo, parenético,
o un poema o exhortación. No se trata de hacer una dramatización de sentimientos
o una ficción, sino actuar adecuadamente con sencillez y sin afectación, con
articulación y cómo la lectura debe llegar al auditorio sin que se pierda una palabra o sílaba.
Al leer hay que abrir la boca lo suficiente para que se escuchen perfectamente las vocales y para que las consonantes se
hagan sentir con nitidez. Al texto hay que darle vida. Aunque la lectura se haga con claridad se puede caer en la monotonía. El tono y el
ritmo que se den a la lectura serán importantes para evitar una continuidad fastidiosa; también hay que evitar la voz monocorde y el
tonillo y la voz “cantadita”. Las interrogaciones, paréntesis, serán una buena ocasión para subir o bajar la voz. Los finales de frase no
tienen porque hacer inflexiones de manera sistemática. Es conveniente tener presente la acústica del templo y la fuerza del micrófono,
porque resulta hiriente una voz muy fuerte que grita o chilla, como también una voz apagada y mortecina.
Ritmo de Proclamación: El ritmo es un elemento indispensable para comprender el texto que se proclama; cada lector
tiene su propio ritmo, incluso cada lectura exige lo suyo. Lo importante es que los oyentes entiendan el mensaje transmitido, así habrá
que equilibrar los movimientos en la lectura, imponer la atención, una voz sosegada y firme que anuncia y transmite el mensaje. La
lectura muy rápida resulta incomprensible y obligada a un esfuerzo mayor. La excesiva lentitud provoca apatía y aburrimiento o
inquietud y ansiedad.
La lectura del texto requiere un estilo natural que no se vaya a los extremos. Las pausas deben ser respetadas. Las pausas
del texto permiten respirar al lector y dar al auditorio a comprender lo que se está leyendo. Cada persona tiene su propio timbre por el
cual el público lo identifica. Leer con expresión: El lector debe identificarse con lo que lee para que la Palabra surja viva y espontánea y
penetre en el corazón del que escucha, por eso conviene sinceridad sin condicionamientos , claridad y precisión
Conducir al oyente a retener las palabras. Originalidad imprimiendo a la lectura un sello de distinción y personalidad de
acuerdo con los matices de cada texto. Misión y convicción como actitudes que encierran fuerza y perfección; recogimiento y respeto,
como responde a una acción sagrada.
CONCLUSIÓN: UN LECTOR CIVIL DEBE DOMINAR COMO MÍNIMO:
• El arte de leer en público
• Una buena respiración
• Una lectura correcta de las palabras
• Un conocimiento de las palabras
• Una buena dicción
• Un buen ritmo
• Un buen tono
• Un buen uso de las pausas
• Un buen volumen
• Una enfatización correcta
• Una adecuada lectura de los signos de puntuación
• Un timbre conveniente
• Un buen uso del micrófono
• Lectura de poesía
• Lectura bíblica
• Postura y presentación
LA LECTURA BIBLICA
El LECTOR, SIGNO VIVO DE LA PRESENCIA DE DIOS EN LA PALABRA QUE SE PROCLAMA.
Lo primero que hay que tener en cuenta al leer la Sagrada Escritura ante el Pueblo de Dios es que se está realizando un
ministerio que hace presente a Cristo.
En el Evangelio de San Lucas se nos dice que Jesús desempeñó el ministerio de lector de la Sagrada Escritura: «según su
costumbre entró en la Sinagoga el día sábado y se levantó para hacer la lectura» (Lc 4,16).
El Concilio Vaticano II nos dice que «cuando se lee la Sagrada Escritura en la Iglesia, es Jesús quien habla» (SC 7). El
lector debe entender que cuando lee, está ofreciéndole a Jesús su voz.
Debe usar al máximo el arte del buen leer para que la Palabra de Dios penetre en los corazones, ya que es su portavoz y
su primer intérprete. La primera predicación de la Palabra de Dios es la lectura misma; un buen lector despertará el interés y el amor
por la Biblia. San Agustín nos dice que en este mundo la Palabra de Dios «se nos da en letras, en sonidos, en textos y en la voz del lector
y del predicador»
CONOCIMIENTO Y CAPACITACIÓN
El lector debe entender el alcance de su ministerio: Si no pronuncia bien y no se le entiende, entonces la Palabra de Dios
ni siquiera llegará a los oyentes o quedará confusa. Si no le da bien el sentido, el Pueblo de Dios no podrá comprenderla debidamente.
Si no le da la debida expresión, la Palabra de Dios perderá energía y viveza. Si no lee pausadamente, dificultará la retención y asimilación
de la Palabra de Dios en el Pueblo. El timbre es personal puede ser modulado más no afectado.
Hay que pedirle a Dios la gracia de desempeñar bien este ministerio. Por eso el diácono le pide al sacerdote la bendición
antes de leer: «Bendíceme, Padre», y el sacerdote le responde: «el Señor esté en tu corazón y en tus labios para que anuncies
dignamente su Evangelio (su Santa Palabra)».
Conocimiento bíblico. Un lector bíblico «de oficio» debe conocer bien la Sagrada Escritura. No sólo debe dominar los
nombres de los Libros Santos y sus abreviaturas y ser capaz de encontrar cualquier cita de la Biblia, sino que también debería estar
familiarizado con los nombres de personajes y ciudades bíblicas y con los temas centrales.
La mejor preparación inmediata para un lector es meditar lo que va a leer y tratar no sólo de entender, sino también de
hacer propio su mensaje. El que vive lo que va a leer, lo leerá con vida. Un buen lector de la Biblia debe ser primero su oyente. Es aquel
que cuando lee escucha al Señor que le habla con su propia voz. El que lee la Palabra de Dios, debe leerla con convicción y testimonio
de vida, por esto choca que pase a leer la Biblia quien tiene conductas manifiestamente contrarias a lo que va a leer. El mismo
testimonio de la vida puede reforzar la lectura .
En la meditación el lector debe identificar las palabras o frases que sean «clave» del mensaje, es decir, que lo resumen o
lo explican o que subrayan algún aspecto fundamental del acontecimiento narrado.
(Practíquese esta selección de palabras o frases que sean clave con cuatro o cinco textos de la liturgia de los domingos y
examínese en grupo si estuvo bien o mal hecha).
El lector debe conocer y saber manejar los «Leccionarios» y los «Rituales de Sacramentos», que son los libros donde se
encuentran las lecturas «oficiales» de la Biblia ya separadas en trozos seleccionados para cada día del año o cada fiesta o para
determinado sacramento.
Hay que recordar que las lecturas de los domingos están escogidas para repetirse cada tres años (ciclos A. B y C) y las
lecturas diarias están seleccionadas en años pares e impares
En determinadas ocasiones hay la facultad de escoger lecturas especiales o formas largas o breves; para esto el lector
debe ponerse de acuerdo con el ministro que preside la celebración.
Una buena lectura depende de una buena interpretación. El lector deberá auxiliarse con la ayuda de «comentarios», es
decir, de libros que explican lo que va a leer.
Hágase ejercicio de lectura bíblica teniendo en cuenta diferentes géneros
literarios, estudiando el tono característico de cada uno y los elementos que hay que
trabajar más en dicho género Ejemplos:
Texto narrativo: Jue. 7, 16-22; 1 Sam. 17, 32-59
Deben manejarse de manera especial las intensidades y el ritmo, el cual en general
debe ser ligero. Tono claro de un testigo; los personajes que dialogan deben tener un tono
propio adecuado y con diversificación de tonos.
Texto legislativo: Lev. 2; Lev. 24,10-23
Deben trabajarse de modo especial los énfasis encuadrando las leyes. El tono debe ser
firme, con decisión, de autoridad.
Texto exhortativo (parenético): Ef 4,17.5,20; Col 3,5 4,6
Debe trabajarse el énfasis. El tono debe ser de convencimiento, tratando de llegar al
corazón y no sólo a la acción como en el caso de la ley, ni sólo el pensamiento como en el
caso de un texto doctrinal.
Texto oracional: Sal. 31(30); Sal. 22(21)
Debe trabajarse de manera especial el ritmo lento, el énfasis y los volúmenes suaves. El
tono debe ser de interioridad, de humildad, de quien espera del otro.
Texto homilético: Mt. 6, 25-34; Hech. 2 14-47
Debe trabajarse los volúmenes y las pausas que pueden ser muy largas. El
tono debe ser de convencimiento.
Texto doctrinal o magisterial: Heb. 10,1-18; St. 2, 14-26
Deben trabajarse dc modo especial los tonos para distinguir las subordinaciones, las
causas y efectos, etc.; volúmenes sin muchas variaciones. Magisterial, afirmativo, razonador,
un tanto alejado de los sentimientos.
Texto lírico: 2 Cor. 4, 7-5,10; Jer. 8, 18-23
Deben manejarse mucho las pausas, el ritmo, los tonos y señalar la experiencia y
vivencia personal, la emoción vivida.
Texto hímnico: Sal. 97(96); Sal. 98(97)
Deben predominar los tonos altos, pausas cortas, ritmo vivaz. El timbre debe ser firme,
sonoro, claro, invitatorio
NORMAS CONCRETAS PARA MINISTROS LECTORES RECONOCIDOS
(Quienes lo hacen sólo en su parroquia)
No debe iniciarse la lectura de la Palabra de Dios si las personas no están todavía acomodadas y debe esperarse a que
haya un silencio y un recogimiento que manifiesten el respeto a la Palabra de Dios y el deseo de que ésta penetre hasta el fondo de su
ser. Si es necesario, debe motivarse este silencio. (Prepárense algunos ejemplos de motivación)
Siempre debe iniciarse la lectura bíblica "proclamando" la procedencia del texto (lectura del Libro de...) y debe hacerse
una pausa después de este anuncio. Al final se termina diciendo «Palabra del Señor» para el Evangelio, o, «Palabra de Dios» para los
otros casos. Antes de decir esta frase debe hacerse una pausa larga, levantar la cabeza , mirar a la asamblea.
Siendo la lectura litúrgica una proclamación, ésta debe hacerse siempre en un volumen más alto de lo normal, aún
cuando se esté leyendo una plegaria o se esté contando una historieta.
Todo debe tener un tono de «anuncio hecho por los mensajeros del Rey”, no como un susurro. Ejemplos:
La lista de antecesores de Jesús escrita por San Mateo (Mt. 1,1-17) no debe de ser leída como quien lee una lista que da a
conocer qué alumnos van a una clase: en último caso se parecería más a una toma de asistencia hecha por el maestro. La historia del
diluvio no debe ser leída en tono de un cuento narrado por la abuelita, sino como la noticia transmitida a un pueblo y que le trae
consecuencias (Gen. 6-8).
La lectura de un verso que debe ser repetido por el pueblo, debe ser hecho con tal volumen que invite al pueblo no sólo a
repetir sino a aclamar con viveza. Ejemplos: En las antífonas del Salmo y de la oración de los fieles.
«Sabiendo que Jesús nos lleva a la cruz, pero de allí a la resurrección, repitamos después de cada frase: ¡Te seguiré donde
quiera que vayas!». «Como Jesús, el siervo de Dios, que endureció su rostro ante el dolor y no se echó para atrás ante el sufrimiento y la
muerte por salvar a su pueblo y cumplir así la voluntad de Dios, así, nosotros siguiendo a Jesús, digamos: ¡No me echaré para atrás,
Señor!». (Practíquese con los salmos responsoriales y peticiones de la Misa)
-
La proclamación bíblica debe ser sobria, no llegando nunca a la afectación teatral, por ejemplo, al llanto, al grito,
a la afectividad melosa... Todo lo que suene a fingimiento es contrario a una buena lectura bíblica. Ejemplos: Lam.3,1-66,
Job.10,1-22; Is.40,1-11; Cant.2,8-3,4
Como toda participación litúrgica, la lectura bíblica debe ser hecha de modo inteligente y consciente, es decir,
habiendo penetrado antes en su sentido y teniendo plena conciencia de que tal y tal palabra o frase hay que enfatizaría por ser
«clave». El ideal es llegar a ponerse de acuerdo con el predicador para enfatizar aquello que se va a subrayar o vivenciar en la
homilía.
El problema que se suscita para llegar a una verdadera participación inteligente del pueblo es cuando el texto
«oficial» tiene alguna palabra o frase que la mayoría de la gente del lugar no entiende o que suena en la región incluso como
«mala palabra», por ejemplo, "vaina". Lo más inteligente es «cambiar» lo que no se entiende y esto debería ser sugerido por
el lector a los pastores del lugar. Generalmente si el lector no entiende algo, menos lo entenderán muchas otras personas
Siendo la mayoría de los libros bíblicos «colecciones» de dichos, oráculos, hechos, se debe señalar con pausas
largas el cambio de situación o de temática; lo mismo dígase de muchos salmos que tienen pluralidad de interlocutores a
quienes se dirige el salmista. Ejemplos: Prov. 1,22; Os. 4, 1-19; Col. 3, 1-4~6; Sal. 66(65).
RECOMENDACIONES
La lectura litúrgica debe estar hecha desde un sitio propio llamado «ambón» debidamente arreglado. Es conveniente que
junto al ambón esté un cirio encendido que indique la presencia de Dios en la Palabra; también puede adornarse con flores o signos
especiales según las fiestas.
Recuérdese (en especial a los sacerdotes) que debe promoverse frecuentemente «honores» a la Palabra, desde la
incensación, el beso, el acompañamiento de luces, la presentación solemne del Evangeliario, levantándolo en alto al principio o al fin de
la lectura, la procesión solemne con el Evangeliario, la aclamación con vivas...
El Aleluya es el canto propio para la procesión con el Evangeliario. Cuando se hace antes del Evangelio los fieles deben
ponerse de pie como si fuera el himno nacional.
El leer la Palabra de Dios en la liturgia, excepto el Evangelio, es un ministerio que no debe ser realizado por quien es
sacerdote, si es que está presente algún lector capacitado. Sin embargo, la dignidad de la Palabra de Dios y el respeto al Pueblo exigen
que no pasen a leer personas que no tienen voz apropiada ni saben leer.
Se pueden contar por cientos las anécdotas de tonterías dichas en la liturgia por lectores no preparados, pero puestos por
el afán de hacer participar a la gente.
Los adolescentes y niños, principalmente en "Misas de niños", pueden participar como lectores. Ya en el siglo tercero hay
testimonios de que los adolescentes leían en las celebraciones litúrgicas; sin embargo, debe cuidarse sobremanera su preparación.
GESTICULACIÓN:
Aunque no se trata de declamar, sin embargo, el rostro no debe quedar frío ante lo que se está leyendo, sino que debe
expresar los sentimientos que se quieren transmitir, anticipando o prolongando el efecto de la palabra leída. Una buena lectura para
niños debe acentuar esta gesticulación, sin llegar a la exageración o a la morisqueta. El rostro del lector debe estar siempre sereno.
El lector bíblico debe transparentar su alegría por transmitir el mensaje evangélico.
POSTURA Y PRESENTACION:
Un buen lector comunica vida a la lectura también con sus actitudes. La manera de estar de pie debe indicar seguridad,
aplomo, dignidad, respeto a los oyentes. La lectura de las Escrituras en la Sinagoga se hacían de pie y luego el expositor se sentaba para
impartir la exhortación o enseñanza. Lc 4,16.
Debe tener los pies ligera y naturalmente separados; Es equivocado el estar en movimiento o balanceo continuo, agitado,
apoyado en un solo pie, sin saber dónde dejar las manos. Las manos pueden estar sosteniendo el libro o apoyadas en el atril o mesa de
lectura a uno y otro lado del libro; en algunos casos pueden estar sueltas pendiendo con naturalidad.
El desaliño o desaseo en su vestido o en su persona indica falta de respeto a los oyentes, pero el tipo de vestimenta debe
corresponder al objetivo y tipo de reunión. Y no ser llamativos que desvíen la atención
Es evidente que en una reunión litúrgica el lector debe ir dignamente vestido e incluso «como de fiesta» en las
celebraciones dominicales y festivas. En algunos lugares se pide a los lectores litúrgicos vestimentas especiales, es válido, pero, hay
que evitar toda clerigación de los laicos y exhibicionismo. En ninguna reunión formal se considera conveniente que pase a leer quien
lleva bermudas o pants. El lector debe cuidar también la manera de acercarse desde su lugar hasta el sitio donde se va a leer; toda
afectación es errónea.
CONTACTO VISUAL:
Un buen lector establece contacto visual con los oyentes principalmente antes de comenzar la lectura y al concluirla. Al
comenzar dirige la mirada al público para conectarse con él, principalmente con los más lejanos, y como diciendo "aquí estoy con
ustedes y ahora me voy a meter al libro, es el libro el que nos va a hablar"; y al final, como queriendo expresar: "ahora estoy de nuevo
con ustedes". Esto mismo puede hacerse al terminar o comenzar un párrafo importante de lo que esta leyendo.
- También puede dirigir la mirada al público para subrayar alguna frase importante; esto se realiza en una actitud contraria
a la anterior, es decir, como si en un instante sacara del libro al personaje que habla. La actitud general de un lector debe ser la de quien
mira con atención al libro "que le esta hablando".
Es erróneo fijar la mirada en una persona o estarla dirigiendo frecuentemente al auditorio como lo hace un orador o
alguien que les está contando un cuento a los niños casi de memoria.- El lector que pasea su mirada sobre los demás, es como si
quisiera afirmar "yo soy el que se los digo'“; por eso esta actitud es contraria de manera especial con la lectura de la Palabra de Dios, en
la cual el lector debe desaparecer de alguna manera para transparentar a Dios
Es muy distinta la actitud visual y comunicativa con el público de quien está leyendo" un sermón o una conferencia que él
mismo hizo: en este caso no debe perder el contacto con el público y debe girar el rostro y pasear su mirada de una parte a otra al igual
que el orador que dice de memoria o fabrica allí mismo su discurso. El ministro lector no debe bajar y subir los ojos y la cabeza a cada
momento como un sube y baja ni girarla como un ventilador. Hay pausas interiores o finales que pueden indicar este movimiento en el
momento adecuado.
EL COMENTADOR EN LA ASAMBLEA (MONITOR)
El comentador o monitor antes de las lecturas podrá hacer algunas explicaciones a manera de
introducción muy breve sobre las lecturas.
El presidente de la asamblea (sacerdote, obispo,…) ya de por sí realiza algunas
moniciones como “Oremos, fieles a la recomendación del Salvador..." lo mismo el diácono cuando
dice: “Arrodillémonos, podéis ir en paz, ...".
Las moniciones vienen del verbo "moneo" que significa avisar o amonestar. Esta
Palabra la compusieron los habitantes de Francia. En cambio los italianos la llaman "didascalias"
(enseñanzas), otros le llaman "invitatorios". El monitor es el comentador y guía. A él le toca
introducir a la intelección de la oración y de los ritos. Las moniciones harán una parte importante en
la liturgia que de ninguna manera la interrumpen sino que la perfeccionan y la presentan con mayor
claridad.
Las moniciones no pueden ser fijas, han de ser flexibles, breves y muy variables. No
hay que tomarlas literalmente sino hacerlas propias y decirlas y prepararlas por escrito, para evitar
el hacerse una voz difusa que no termine en nada.
Quien hace el oficio de comentador o monitor requiere que tenga una instrucción
religiosa y litúrgica apropiada. De otra manera puede caer en un cierto misticismo o en alguna
interpretación equivocada de los ritos.
Debe formarse teórica y prácticamente en la liturgia para formar una asamblea viva y
auténtica. Ha de contar con un espíritu de servicio, humanidad, caridad y respeto, evitando regaños
y llamadas de atención que de ninguna manera le corresponden hacer. Debe recordar que la
monición es una invitación, una exhortación y no una homilía.
Su espíritu debe ser positivo, lleno de una espiritualidad conformada por la fidelidad
a la palabra de Dios, con un deseo e inquietud de superarse; corregir las fallas y ser signo de unión
en la Asamblea. Tiene que recordar el ejemplo de Juan Bautista, que decía: "Es necesario que Él
(Cristo) crezca y yo disminuya". Por lo mismo el comentador no debe llamar la atención hacia sí
mismo, sino hacia la celebración, hacia Cristo que realiza sus misterios a través de las celebraciones
litúrgicas. Su espíritu debe estar encarnado por una interacción al pueblo, por una caridad y respeto
a la asamblea, una ejemplaridad cristiana y una capacidad para el trabajo en equipo.
Por lo tanto su actuación será con discreción, como comentador y guía; a él le toca
introducir a la Intelección de los sagrados misterios que celebran las acciones litúrgicas y lograr la
mayor atención de los fieles hacia ellas, un mayor recogimiento y participación devota.
LAS MONICIONES EN LA CELEBRACIÓN
La palabra monición, viene del verbo “moneo”, que significa
avisar, por lo que las moniciones, vienen a ser los avisos o exhortaciones
que se dirigen al pueblo para invitar, suscitar y dirigir su participación en la
celebración.
El pueblo tiene necesidad de ser guiado en su participación,
hay que indicarle las posturas corporales, dirigirle para el canto y las
respuestas, pero sobre todo, hacerle penetrar profundamente en la
plegaria eclesial, y en el conocimiento de los ritos.
La persona que realiza este ministerio o servicio, se llama,
monitor o comentador y es el que introduce a la asamblea en el sentido de
intelección de la acción litúrgica, también inducir a los fieles en la
espiritualidad de cada momento de la celebración.
CARACTERÍSTICAS DE LAS MONICIONES
1. Deben ser por su propia finalidad, breves y funcionales. Oportunas,
precisas, y apropiadas para el momento de la celebración
2. No deben ser excesivas, ni sobrepasar el objetivo de la celebración
3. Por su misma naturaleza, es indispensable que sean claras, contando
con una construcción gramatical simple.
4. Deben ser adaptadas a la comunidad para llegar a su completa
intelección.
5. Es recomendable que además de ser previamente realizadas, sean
escritas oportunamente para que sean leídas en el momento preciso.
I.- MONICIÓN DE ENTRADA
El monitor, desde el primer momento debe ambientar, y debe ser puente entre el presidente y el
pueblo. La finalidad de esta monición es la de lograr que entre los reunidos exista un ambiente de unión
fraterna, mismo que debe reinar en toda comunidad cristiana, consiguiendo de esta manera una digna
celebración al elevar juntos sus pensamientos a la contemplación del misterio litúrgico. Ejemplos:
• (Fiesta del Sagrado Corazón). Hermanos, nuestro nombre está escrito desde siempre en los
designios de Dios, contemplemos el amor del Padre que nos eligió para ser como su hijo, y nos ayude a
conseguirlo. Alegres, pues, meditemos con sencillez: Sí Dios con nosotros, ¿Quién contra nosotros?... sólo
el corazón de Dios puede ser nuestro modelo.
• (Cuaresma). La reconciliación con los hermanos, es el camino, y el signo para recuperar las
relaciones con Dios, pues la Iglesia, es el lugar de encuentro existencial con el Señor, reconciliación con
Dios, comporta una seria apertura hacia la comunidad, y una sincera atención a los hermanos.
• (Sanación) En nuestra vida diaria, cuando se nos hace duro y pesado el camino, sentimos la
necesidad de la voz alentadora de alguien que nos ayude a mantenernos en la lucha, de alguien que nos
haga entender que la vida es bella, que vale la pena vivirla. Dios como Padre bueno llega a nosotros en la
Eucaristía, abrámosle nuestro corazón para que Él pueda sanar nuestras heridas.
II.- MONICIÓN ANTES DE LAS LECTURAS
La lectura de la Sagrada Escritura es parte primordial en la asamblea
litúrgica. De esta manera la monición debe reflejar el significado y contenido de
éstas, haciendo una preparación mental para la correcta aceptación e
interpretación de la Homilía. Así el pueblo hace suya la palabra divina
mostrando su adhesión de fe al mensaje de Dios. La palabra de Dios es el
acceso mismo a los tesoros bíblicos, por lo que la monición a las lecturas es la
antesala para la preparación de éste gran banquete espiritual. Ejemplo:
«La Palabra que vamos a escuchar nos muestra a Dios
trabajando y descansando, con ese ritmo que se alterna en nuestra vida. Él
trabajó seis días y el séptimo descansó. Así debe ser nuestra existencia en este
mundo, y además, ofreciendo al Señor todo lo que hacemos como nos lo
ejemplificaron sus discípulos.»
III.- MONICIÓN ANTES DE LAS OFRENDAS
En La monición de ofrendas queremos presentar de manera palpable toda
la experiencia de la vida humana, en sus múltiples circunstancias uniéndolas
al sacrificio de Jesús en el altar. De esta manera los acontecimientos de la vida
de la comunidad son llevados a la liturgia, para que la luz purificadora de la
palabra se unan al Misterio Salvífico de Cristo. Expresamos así nuestro deseo
de colaborar con Dios en su obra de salvación. No es necesario describir cada
elemento de la ofrenda, vale una monición breve y dar paso a la música
mientras se hace la procesión. Ejemplo:
« Con el pan y el vino manifestamos ante el altar, nuestro deseo de seguir
y obedecer a Cristo recibiéndolo frecuentemente en la Eucaristía.»
IV.- MONICIÓN ANTES DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA
Esta monición es una corta exhortación, una sencilla y cordial actitud de alabanza,
invocación, memoria y oblación. Debe ser dicha o leída con espontaneidad y con tono
directo. Esta monición es el lazo de amor con el corazón de la celebración que es la
Plegaria Eucarística, destacando este aspecto. Debe ser una catequesis que resulte
eficaz a la hora de motivar para este momento de la celebración. Ejemplos:
«Este es el momento central de nuestra Eucaristía. Expresemos nuestra
gratitud porque Dios nos ha manifestado su amor de Padre, porque Cristo nos ha
salvado, y porque el Espíritu Santo está presente en nuestra celebración y la va a hacer
viva y fecunda.»
«Nos disponemos ahora a celebrar, una vez más, el memorial de la
muerte y resurrección de Jesús. Él con su muerte destruyó nuestra muerte, y con su
resurrección nos dio vida y esperanza. Aclamemos llenos de gratitud al Dios que nos
ama.»
V.- MONICIÓN A LA COMUNIÓN
Como sabemos, la comunión es la unión con Cristo. De esta manera su monición correspondiente debe expresar la
espiritualidad de los comulgantes y demostrar así la alegría reinante en su corazón, logrando así, una procesión fraternal de los que van
avanzando para recibir el Cuerpo de Cristo. Ejemplo:
• Por la Eucaristía Cristo está con nosotros, a nuestro lado, nos acompaña y se queda dentro de nosotros. Es el momento
de nuestra unión con su cuerpo. Acerquémonos a recibir al amigo con amor y en la esperanza de la vida eterna. Si no podemos
sacramentalmente, hagamos comunión espiritual con Él.
VI.- MONICIÓN FINAL
La monición de despedida señala la relación entre la Eucaristía y la vida diaria. Es el agradecimiento a Dios y nuestro compromiso
de vida. La liturgia no solo es la cumbre de la vida cristiana, a donde se llega por la participación, sino también la fuente de donde se
recibe el Espíritu de Cristo. La vida del cristiano que ha participado del Misterio de Cristo debe fortalecer la fe de la comunidad, ya que
con la despedida litúrgica no termina la vida cristiana; al contrario, cada persona debe regresar a sus quehaceres alabando,
bendiciendo, propagando la Palabra del Señor e implantando el Espíritu de Cristo en el hogar, en el trabajo, en la sociedad. Ejemplo:
• Nuestra celebración ha terminado. Hemos platicado con Jesús y recibido su fuerza. Dando gracias al Señor, vayamos
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  • 1. BIENVENIDOS Y BIENVENIDAS A NUESTRO TALLER DE LITUGIA Parroquia San José de Coro
  • 2. TALLER DE LITURGIA Tu Palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino. Salmo 119, 105 EL MINISTERIO DEL LECTOR
  • 3. ORACIÓN ¡Gloria a ti, oh Cristo, Palabra de Dios! Gloria a ti cada día. Gloria a ti, Palabra de Dios, que te has hecho hombre y te has manifestado con tu vida y has desempeñado en la tierra tu misión con la muerte y la resurrección. Gloria a ti, Palabra de Dios, que penetras lo íntimo de los corazones humanos y les muestras el camino de la salvación. Gloria a ti en esta tierra. Gloria ti en todos los lugares del mundo, donde hace más de dos mil años te escuchan sus habitantes y caminan a tu luz. ¡Gloria a ti, Palabra de Dios! Palabra de Dios, que nunca pasarás Gloria ti en la liturgia memoria de nuestra redención. ¡Gloria a ti, Palabra de Dios! Juan Pablo II. 23 de marzo de 1980.
  • 4. LITURGIA DE LA PALABRA (Orientaciones generales) Estas guías son para ayudar a los lectores a proclamar la Palabra de Dios en una forma espiritual y para que impacte, ofreciendo algunos principios que son básicos, requeridos por la misma naturaleza de la liturgia. PROCLAMACIÓN DE LA PALABRA Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras es Dios mismo quien habla a su pueblo. Es un privilegio prestar nuestra voz al Señor. He allí la dignidad del Ministerio de la Palabra. Cuando la asamblea escucha en comunidad los fieles no solamente experimentan la unidad entre sí, sino también la misma presencia de Cristo, quien les habla en su palabra. Cuando la Palabra de Dios se proclama en toda su pureza y verdad el Espíritu Santo abre los corazones de los fieles que la escuchan y la gracia y el poder de Dios crea, obra, hace. La Palabra de Dios cumple su cometido. (Hech 16,14-15 Rm 1, 16 Stg 1,18). ELEMENTOS Y MANIFESTACIONES En primer lugar, la proclamación de la Palabra de Dios es un diálogo para la acción. En el acto comunicativo se produce: emisión, intención y efecto. La palabra tiene poder, mucho más la Palabra de Dios, cuya finalidad es verbo (acción): oír, creer, aceptar, convertir. Ejemplo: Yo escribo esta charla. Yendo más allá de lo fonético, fático, rético, la Palabra de Dios es acción de Dios, quien se vale de medios para hacer su voluntad. De manera que nos encontramos con tres elementos trascendentes: Jesús (Palabra de Dios encarnada), Biblia o Sagrada Escritura (Palabra de Dios escrita), Lectura (Palabra de Dios proclamada) en tres manifestaciones: Dios que habla a su pueblo (lector), pueblo de Dios que escucha (fieles) Dios obrando en su Palabra por la acción del Espíritu Santo. Un resultado: la fe por la escucha de la Palabra de Dios proclamada. (Romanos 10,17).
  • 5. REQUISITOS Para que los fieles lleguen a tener una estima viva de la Sagrada Escritura, por la audición de las lecturas divinas, es necesario que los lectores que desempeñen este ministerio sean verdaderos testimonios de la palabra que proclaman. El ministerio de la Palabra requiere un entendimiento de las escrituras, conocimiento de los principios de la liturgia, y habilidad para leer en público. PREPARACIÓN GENERAL La preparación general para el ministerio del lector incluye: Dimensiones espirituales: oración acerca del texto y reflexión del contenido de su mensaje, esto puede hacerse solo o con el grupo. Dimensiones bíblicas: el entendimiento y la interpretación del texto en forma suficiente para que despierte una respuesta de parte de la asamblea. Incluye la lectura del pasaje en su contexto, la búsqueda de ayuda de comentarios bíblicos, documentos de la Iglesia y otros materiales. Esto es formación. Dimensiones prácticas: es el uso del don de la voz en forma correcta y efectiva. La preparación inmediata también es indispensable. Esto abarca la puntualidad, la localización de las lecturas en el leccionario y la revisión del sistema de sonido. La revisión de los textos litúrgicos en curso, tratar el asunto del lenguaje con mucho cuidado en las palabras, pronunciación y significado. El lector no debe tomarse la libertad de cambiar los textos de la liturgia ya aprobados. MINISTROS PROCLAMADORES DE LA PALABRA El servicio de los lectores es un Ministerio litúrgico. De preferencia se recomienda tener un lector diferente para cada lectura. Es inapropiado que varias personas se dividan una sola lectura, excepto cuando se lee la Pasión del Señor. Ordinariamente, la proclamación del Evangelio lo hace el diácono. En ausencia de un diácono lo hace el sacerdote celebrante. En las misas concelebradas en ausencia de un diácono, uno de los celebrantes hace la proclamación del Evangelio, en lugar del celebrante principal.
  • 6. SÍMBOLOS EN LA LITURGIA DE LA PALABRA El lector realiza su servicio consciente de ser uno más de los fieles que asiste a la asamblea por lo tanto tiene que permanecer en toda la liturgia. Es impropio que el lector solamente participe activamente en la liturgia de la palabra y luego se retire. Las lecturas se deben proclamar de libros litúrgicos que son los libros oficiales. Estos libros, por la dignidad que exige la palabra de Dios, no deben ser sustituidos por otros subsidios de orden pastoral, por ejemplo, por la hojitas que se hacen para que los fieles sigan las lecturas o las mediten personalmente. En la procesión del Evangelio, el evangeliario puede acompañarse cuando sea apropiado con cirios La Salmodia está diseñada para cantarse. Es lo propio del ministerio de música. Cuando solamente se recita pierde mucho de su poder. Debido a que el Salmo Responsorial de la Misa es parte de la Liturgia de la Palabra, es recomendable que el salmista o cantor lo cante desde el ambón. En la aclamación del Evangelio o aleluya, el pueblo expresa con alegría su encuentro con el Señor que se hace presente en su Palabra. Con la aclamación o “Aleluya” también expresa su fe en forma de canto. Si la aclamación del Evangelio no se canta, debe omitirse. El ministerio de música pertenece a los músicos. No es función de los lectores ser cantores del salmo responsorial ni de la aclamación del evangelio. Se aconseja a los lectores que antes de la Misa se informen con los músicos acerca de esto. El ambón debe estar en un lugar elevado, fijo, de diseño apropiado, y con la debida nobleza, que refleje la dignidad de la palabra de Dios. Mantel, velas, flores, y otras decoraciones pueden colocarse alrededor.
  • 7. NORMAS PARA LOS LECTORES Se recomienda como preparación anterior a la misa: Llegar puntualmente y con suficiente antelación. Visitar al Santísimo (ofrecerle el servicio y pedir su bendición) Buscar con anterioridad las lecturas asignadas y practicarlas. Revisar el sonido, micrófono, libros en su lugar y lecturas, página apropiada debidamente marcada. Ubicar el lugar de los lectores en el primer banco, de frente al altar. Es bueno recordar que los lectores forman parte de los fieles en la asamblea. Para el momento de la Liturgia de la Palabra: Tener pendiente los gestos: Manos unidas al dirigirse al ambón. Hacer la reverencia al altar. Proclamar la Palabra: leer como los heraldos del rey, sin comerse el libro, con soltura y en voz alta. Leer siempre con la cabeza un poco levantada hace que La voz resulte más clara y sonora. Si usa medios técnicos, coloque el micrófono frente a su boca sin desviarlo para no distorsionar la voz y el sonido. Recuerde, la expresión “palabra de Dios” se dice después de la debida pausa y mirando a la asamblea. Se debe leer sin afectación, ni comedia, ni teatro y al mismo tiempo escuchar y entender lo que se lee. Proclamar la palabra no se improvisa, por eso habrá que hacer los ensayos necesarios para lograrlo con naturalidad, aplomo y espiritualidad, en la conciencia de que estamos proclamando la Palabra de Dios que merece todo el respeto, veneración y amor de nuestra parte y que Dios está hablando también al que lee. El salmo no se proclama. Se canta, se recita o reza con voz clara y audible. Al leer debe comenzarse con la antífona, sin anunciarlo y Siempre repetir la antífona junto con la asamblea (esto es caridad con la asamblea y signo de que se participa de la misma) después de la recitación inicial y después de cada estrofa, levantando la cabeza. Si hay varios lectores, mientras uno lee los demás están sentados. Al terminar, manos unidas al frente, reverencia ante el altar, regresan a su lugar.
  • 8. LA VIGILANCIA EN EL SERVICIO Asegúrense los lectores de repasar las lecturas diarias de la misa y en especial las del domingo En caso de que el lector asignado esté enfermo o incapaz de proclamar el pasaje, cualquiera estará preparado para suplirlo. Si el lector asignado no ha llegado quince minutos antes del comienzo de la misa, será sustituido. Sí llega, no puede quitar al sustituto. Si no puede asistir el día asignado debe manifestarlo de antemano y con tiempo. Se debe buscar con anticipación las fechas asignadas para el servicio. En cada capilla debe haber una cartelera y programa con las asignaciones para cada misa (jamás llamar a una persona a proclamar en el momento de leer o pocos minutos antes de comenzar la misa) EL MINISTERIO DEL LECTOR El lector es un Ministro de la Palabra que se dirige oficialmente a la Asamblea Cristiana haciendo presente el mensaje del Señor. El Concilio Vaticano II ha puesto de relieve la importancia de la Palabra de Dios: "Se expresan de modo admirable los múltiples tesoros de la única Palabra de Dios, ya sea en el transcurso del Año Litúrgico en el que se recuerda el misterio de Cristo en su desarrollo, ya sea en la celebración de los sacramentos y sacramentales de la iglesia o en las respuestas de cada fiel a la acción interna del Espíritu Santo, ya que entonces la misma celebración litúrgica que se sostiene y se apoya principalmente en la Palabra de Dios, se convierte en un acontecimiento nuevo y enriquece esta palabra con una nueva interpretación, una nueva eficacia". (Ordenación de las Lecturas de la Misa No. 3). La Liturgia es por tanto lugar privilegiado donde la Palabra salvadora de Dios habla a su pueblo; "Cristo sigue anunciando el Evangelio y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración" (Const de Litg 33). De manera que, la Palabra de la Escritura, cuando se proclama en las celebraciones litúrgicas, constituye uno de los modos de la misteriosa y real presencia del Señor entre los suyos como lo enseña el Vaticano II: "Él está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia las Sagradas Escrituras, es él quien habla" (Const. De Liturgia 7).
  • 9. LA MISIÓN DEL LECTOR El lector viene a ser como el intermediario de Dios entre su Palabra revelada y el pueblo. Su función consiste en hacerse mensajero y portavoz de la palabra de Dios. (Rm 10,15b) . El lector litúrgico será el último eslabón para que la palabra de Dios llegue a su pueblo ofreciendo su voz, sus recursos de intérprete para que se realice esta encarnación de la Palabra. El lector también participa de la misión profética de Cristo puesto que es un signo vivo de la presencia del Señor. "Por amor a esta Palabra y por agradecimiento a este don de Dios, el lector litúrgico tiene que hacer un acto de entrega y un esfuerzo diligente; si su voz no suena, no resonará la Palabra de Dios; si su voz no se articula la palabra se volverá confusa; si no ve bien el sentido el pueblo no podrá comprender la Palabra; si no da la debida expresión, la palabra perderá parte de su fuerza. Y no vale apelar a la omnipotencia divina porque el camino de la omnipotencia también en la liturgia pasa por la encarnación". Luis A. Schoekel (Consejos al lector, p 32). Escuchar y acoger lo Palabra de Dios para Comunicarla al pueblo es la misión propia de este ministerio. El lector no desempeñará bien su función si no tiene un amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura. El lector, desempeñando su ministerio, ha de transmitir a los fieles "los tesoros bíblicos de la Iglesia" puestos a disposición de los fieles en mayor abundancia en la mesa de la Palabra de Dios (Const. De la Divina Revelación No. 21 y de Liturgia No. 51). Por lo tanto, es necesario que se conozca la Palabra de Dios, que haya una lectura asidua y un estudio diligente que vaya acompañado de la oración para entablar un diálogo entre Dios y el hombre. El lector tiene que familiarizarse con el mensaje bíblico en su conjunto meditándolo personalmente, acogiendo con corazón de discípulo lo que va a comunicar al pueblo de Dios.
  • 10. FORMACIÓN DE LOS LECTORES: Los lectores deben ser aptos y preparados. Esto requiere un conocimiento y amor a la Sagrada Escritura y cualidades humanas concernientes al arte de la comunicación, por ello habrá que prepararse en los siguientes puntos: INSTRUCCIÓN BÍBLICA: El lector debe captar el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entenderlo a la luz de la fe, el núcleo central del mensaje revelado. No se trata de conocer aspectos exegéticos o de interpretación sino un conocimiento vital de la sagrada Escritura, a la luz de la transmisión litúrgica. INSTRUCCIÓN LITÚRGICA: Esto se refiere, sobre todo, al sentido y estructura de la Liturgia de la Palabra con su relación a la parte de la liturgia del sacramento. El lector debe conocer como esta elaborado el leccionario con los diferentes tiempos litúrgicos. Conocerá también los criterios de ordenación y armonización de las lecturas entre sí, que le será muy útil para ayudar a los demás cuando haya que elegir algun texto adecuado. PREPARACIÓN TÉCNICA: A la comunicación y a la lectura en público, ya sea de viva voz o con la ayuda del micrófono. El lector debe tener una cierta capacitación de su función sin detrimento del amor y de la dedicación a la Sagrada Escritura. Por lo mismo, el arte de leer bien y usar adecuadamente el micrófono hay que tomarlo con competencia y preparación.
  • 11. TÉCNICAS PARA PROCLAMAR LA PALABRA DE DIOS . El que pronuncia lo que lee, descubre lo que está escrito, dando a cada palabra y a cada frase su sentido exacto. Por eso el lector debe proclamar correctamente, para ello es necesario: La preparación de la lectura o conocimiento previo del texto que se va a proclamar. El lector debe estar familiarizado con las palabras que va a leer. Hacerlas suyas especialmente cuando son difíciles; Pronunciarlas correctamente y saber cuando hay que darles mayor intensidad. En la preparación de la lectura hay que tener en cuenta el género literario del texto bíblico, por ejemplo si es narrativo, lírico, meditativo, parenético, o un poema o exhortación. No se trata de hacer una dramatización de sentimientos o una ficción, sino actuar adecuadamente con sencillez y sin afectación, con articulación y cómo la lectura debe llegar al auditorio sin que se pierda una palabra o sílaba. Al leer hay que abrir la boca lo suficiente para que se escuchen perfectamente las vocales y para que las consonantes se hagan sentir con nitidez. Al texto hay que darle vida. Aunque la lectura se haga con claridad se puede caer en la monotonía. El tono y el ritmo que se den a la lectura serán importantes para evitar una continuidad fastidiosa; también hay que evitar la voz monocorde y el tonillo y la voz “cantadita”. Las interrogaciones, paréntesis, serán una buena ocasión para subir o bajar la voz. Los finales de frase no tienen porque hacer inflexiones de manera sistemática. Es conveniente tener presente la acústica del templo y la fuerza del micrófono, porque resulta hiriente una voz muy fuerte que grita o chilla, como también una voz apagada y mortecina. Ritmo de Proclamación: El ritmo es un elemento indispensable para comprender el texto que se proclama; cada lector tiene su propio ritmo, incluso cada lectura exige lo suyo. Lo importante es que los oyentes entiendan el mensaje transmitido, así habrá que equilibrar los movimientos en la lectura, imponer la atención, una voz sosegada y firme que anuncia y transmite el mensaje. La lectura muy rápida resulta incomprensible y obligada a un esfuerzo mayor. La excesiva lentitud provoca apatía y aburrimiento o inquietud y ansiedad. La lectura del texto requiere un estilo natural que no se vaya a los extremos. Las pausas deben ser respetadas. Las pausas del texto permiten respirar al lector y dar al auditorio a comprender lo que se está leyendo. Cada persona tiene su propio timbre por el cual el público lo identifica. Leer con expresión: El lector debe identificarse con lo que lee para que la Palabra surja viva y espontánea y penetre en el corazón del que escucha, por eso conviene sinceridad sin condicionamientos , claridad y precisión
  • 12. Conducir al oyente a retener las palabras. Originalidad imprimiendo a la lectura un sello de distinción y personalidad de acuerdo con los matices de cada texto. Misión y convicción como actitudes que encierran fuerza y perfección; recogimiento y respeto, como responde a una acción sagrada. CONCLUSIÓN: UN LECTOR CIVIL DEBE DOMINAR COMO MÍNIMO: • El arte de leer en público • Una buena respiración • Una lectura correcta de las palabras • Un conocimiento de las palabras • Una buena dicción • Un buen ritmo • Un buen tono • Un buen uso de las pausas • Un buen volumen • Una enfatización correcta • Una adecuada lectura de los signos de puntuación • Un timbre conveniente • Un buen uso del micrófono • Lectura de poesía • Lectura bíblica • Postura y presentación LA LECTURA BIBLICA El LECTOR, SIGNO VIVO DE LA PRESENCIA DE DIOS EN LA PALABRA QUE SE PROCLAMA. Lo primero que hay que tener en cuenta al leer la Sagrada Escritura ante el Pueblo de Dios es que se está realizando un ministerio que hace presente a Cristo. En el Evangelio de San Lucas se nos dice que Jesús desempeñó el ministerio de lector de la Sagrada Escritura: «según su costumbre entró en la Sinagoga el día sábado y se levantó para hacer la lectura» (Lc 4,16). El Concilio Vaticano II nos dice que «cuando se lee la Sagrada Escritura en la Iglesia, es Jesús quien habla» (SC 7). El lector debe entender que cuando lee, está ofreciéndole a Jesús su voz.
  • 13. Debe usar al máximo el arte del buen leer para que la Palabra de Dios penetre en los corazones, ya que es su portavoz y su primer intérprete. La primera predicación de la Palabra de Dios es la lectura misma; un buen lector despertará el interés y el amor por la Biblia. San Agustín nos dice que en este mundo la Palabra de Dios «se nos da en letras, en sonidos, en textos y en la voz del lector y del predicador» CONOCIMIENTO Y CAPACITACIÓN El lector debe entender el alcance de su ministerio: Si no pronuncia bien y no se le entiende, entonces la Palabra de Dios ni siquiera llegará a los oyentes o quedará confusa. Si no le da bien el sentido, el Pueblo de Dios no podrá comprenderla debidamente. Si no le da la debida expresión, la Palabra de Dios perderá energía y viveza. Si no lee pausadamente, dificultará la retención y asimilación de la Palabra de Dios en el Pueblo. El timbre es personal puede ser modulado más no afectado. Hay que pedirle a Dios la gracia de desempeñar bien este ministerio. Por eso el diácono le pide al sacerdote la bendición antes de leer: «Bendíceme, Padre», y el sacerdote le responde: «el Señor esté en tu corazón y en tus labios para que anuncies dignamente su Evangelio (su Santa Palabra)». Conocimiento bíblico. Un lector bíblico «de oficio» debe conocer bien la Sagrada Escritura. No sólo debe dominar los nombres de los Libros Santos y sus abreviaturas y ser capaz de encontrar cualquier cita de la Biblia, sino que también debería estar familiarizado con los nombres de personajes y ciudades bíblicas y con los temas centrales. La mejor preparación inmediata para un lector es meditar lo que va a leer y tratar no sólo de entender, sino también de hacer propio su mensaje. El que vive lo que va a leer, lo leerá con vida. Un buen lector de la Biblia debe ser primero su oyente. Es aquel que cuando lee escucha al Señor que le habla con su propia voz. El que lee la Palabra de Dios, debe leerla con convicción y testimonio de vida, por esto choca que pase a leer la Biblia quien tiene conductas manifiestamente contrarias a lo que va a leer. El mismo testimonio de la vida puede reforzar la lectura .
  • 14. En la meditación el lector debe identificar las palabras o frases que sean «clave» del mensaje, es decir, que lo resumen o lo explican o que subrayan algún aspecto fundamental del acontecimiento narrado. (Practíquese esta selección de palabras o frases que sean clave con cuatro o cinco textos de la liturgia de los domingos y examínese en grupo si estuvo bien o mal hecha). El lector debe conocer y saber manejar los «Leccionarios» y los «Rituales de Sacramentos», que son los libros donde se encuentran las lecturas «oficiales» de la Biblia ya separadas en trozos seleccionados para cada día del año o cada fiesta o para determinado sacramento. Hay que recordar que las lecturas de los domingos están escogidas para repetirse cada tres años (ciclos A. B y C) y las lecturas diarias están seleccionadas en años pares e impares En determinadas ocasiones hay la facultad de escoger lecturas especiales o formas largas o breves; para esto el lector debe ponerse de acuerdo con el ministro que preside la celebración. Una buena lectura depende de una buena interpretación. El lector deberá auxiliarse con la ayuda de «comentarios», es decir, de libros que explican lo que va a leer.
  • 15. Hágase ejercicio de lectura bíblica teniendo en cuenta diferentes géneros literarios, estudiando el tono característico de cada uno y los elementos que hay que trabajar más en dicho género Ejemplos: Texto narrativo: Jue. 7, 16-22; 1 Sam. 17, 32-59 Deben manejarse de manera especial las intensidades y el ritmo, el cual en general debe ser ligero. Tono claro de un testigo; los personajes que dialogan deben tener un tono propio adecuado y con diversificación de tonos. Texto legislativo: Lev. 2; Lev. 24,10-23 Deben trabajarse de modo especial los énfasis encuadrando las leyes. El tono debe ser firme, con decisión, de autoridad. Texto exhortativo (parenético): Ef 4,17.5,20; Col 3,5 4,6 Debe trabajarse el énfasis. El tono debe ser de convencimiento, tratando de llegar al corazón y no sólo a la acción como en el caso de la ley, ni sólo el pensamiento como en el caso de un texto doctrinal. Texto oracional: Sal. 31(30); Sal. 22(21) Debe trabajarse de manera especial el ritmo lento, el énfasis y los volúmenes suaves. El tono debe ser de interioridad, de humildad, de quien espera del otro. Texto homilético: Mt. 6, 25-34; Hech. 2 14-47 Debe trabajarse los volúmenes y las pausas que pueden ser muy largas. El tono debe ser de convencimiento. Texto doctrinal o magisterial: Heb. 10,1-18; St. 2, 14-26 Deben trabajarse dc modo especial los tonos para distinguir las subordinaciones, las causas y efectos, etc.; volúmenes sin muchas variaciones. Magisterial, afirmativo, razonador, un tanto alejado de los sentimientos. Texto lírico: 2 Cor. 4, 7-5,10; Jer. 8, 18-23 Deben manejarse mucho las pausas, el ritmo, los tonos y señalar la experiencia y vivencia personal, la emoción vivida. Texto hímnico: Sal. 97(96); Sal. 98(97) Deben predominar los tonos altos, pausas cortas, ritmo vivaz. El timbre debe ser firme, sonoro, claro, invitatorio
  • 16. NORMAS CONCRETAS PARA MINISTROS LECTORES RECONOCIDOS (Quienes lo hacen sólo en su parroquia) No debe iniciarse la lectura de la Palabra de Dios si las personas no están todavía acomodadas y debe esperarse a que haya un silencio y un recogimiento que manifiesten el respeto a la Palabra de Dios y el deseo de que ésta penetre hasta el fondo de su ser. Si es necesario, debe motivarse este silencio. (Prepárense algunos ejemplos de motivación) Siempre debe iniciarse la lectura bíblica "proclamando" la procedencia del texto (lectura del Libro de...) y debe hacerse una pausa después de este anuncio. Al final se termina diciendo «Palabra del Señor» para el Evangelio, o, «Palabra de Dios» para los otros casos. Antes de decir esta frase debe hacerse una pausa larga, levantar la cabeza , mirar a la asamblea. Siendo la lectura litúrgica una proclamación, ésta debe hacerse siempre en un volumen más alto de lo normal, aún cuando se esté leyendo una plegaria o se esté contando una historieta. Todo debe tener un tono de «anuncio hecho por los mensajeros del Rey”, no como un susurro. Ejemplos: La lista de antecesores de Jesús escrita por San Mateo (Mt. 1,1-17) no debe de ser leída como quien lee una lista que da a conocer qué alumnos van a una clase: en último caso se parecería más a una toma de asistencia hecha por el maestro. La historia del diluvio no debe ser leída en tono de un cuento narrado por la abuelita, sino como la noticia transmitida a un pueblo y que le trae consecuencias (Gen. 6-8). La lectura de un verso que debe ser repetido por el pueblo, debe ser hecho con tal volumen que invite al pueblo no sólo a repetir sino a aclamar con viveza. Ejemplos: En las antífonas del Salmo y de la oración de los fieles. «Sabiendo que Jesús nos lleva a la cruz, pero de allí a la resurrección, repitamos después de cada frase: ¡Te seguiré donde quiera que vayas!». «Como Jesús, el siervo de Dios, que endureció su rostro ante el dolor y no se echó para atrás ante el sufrimiento y la muerte por salvar a su pueblo y cumplir así la voluntad de Dios, así, nosotros siguiendo a Jesús, digamos: ¡No me echaré para atrás, Señor!». (Practíquese con los salmos responsoriales y peticiones de la Misa) -
  • 17. La proclamación bíblica debe ser sobria, no llegando nunca a la afectación teatral, por ejemplo, al llanto, al grito, a la afectividad melosa... Todo lo que suene a fingimiento es contrario a una buena lectura bíblica. Ejemplos: Lam.3,1-66, Job.10,1-22; Is.40,1-11; Cant.2,8-3,4 Como toda participación litúrgica, la lectura bíblica debe ser hecha de modo inteligente y consciente, es decir, habiendo penetrado antes en su sentido y teniendo plena conciencia de que tal y tal palabra o frase hay que enfatizaría por ser «clave». El ideal es llegar a ponerse de acuerdo con el predicador para enfatizar aquello que se va a subrayar o vivenciar en la homilía. El problema que se suscita para llegar a una verdadera participación inteligente del pueblo es cuando el texto «oficial» tiene alguna palabra o frase que la mayoría de la gente del lugar no entiende o que suena en la región incluso como «mala palabra», por ejemplo, "vaina". Lo más inteligente es «cambiar» lo que no se entiende y esto debería ser sugerido por el lector a los pastores del lugar. Generalmente si el lector no entiende algo, menos lo entenderán muchas otras personas Siendo la mayoría de los libros bíblicos «colecciones» de dichos, oráculos, hechos, se debe señalar con pausas largas el cambio de situación o de temática; lo mismo dígase de muchos salmos que tienen pluralidad de interlocutores a quienes se dirige el salmista. Ejemplos: Prov. 1,22; Os. 4, 1-19; Col. 3, 1-4~6; Sal. 66(65).
  • 18. RECOMENDACIONES La lectura litúrgica debe estar hecha desde un sitio propio llamado «ambón» debidamente arreglado. Es conveniente que junto al ambón esté un cirio encendido que indique la presencia de Dios en la Palabra; también puede adornarse con flores o signos especiales según las fiestas. Recuérdese (en especial a los sacerdotes) que debe promoverse frecuentemente «honores» a la Palabra, desde la incensación, el beso, el acompañamiento de luces, la presentación solemne del Evangeliario, levantándolo en alto al principio o al fin de la lectura, la procesión solemne con el Evangeliario, la aclamación con vivas... El Aleluya es el canto propio para la procesión con el Evangeliario. Cuando se hace antes del Evangelio los fieles deben ponerse de pie como si fuera el himno nacional. El leer la Palabra de Dios en la liturgia, excepto el Evangelio, es un ministerio que no debe ser realizado por quien es sacerdote, si es que está presente algún lector capacitado. Sin embargo, la dignidad de la Palabra de Dios y el respeto al Pueblo exigen que no pasen a leer personas que no tienen voz apropiada ni saben leer. Se pueden contar por cientos las anécdotas de tonterías dichas en la liturgia por lectores no preparados, pero puestos por el afán de hacer participar a la gente. Los adolescentes y niños, principalmente en "Misas de niños", pueden participar como lectores. Ya en el siglo tercero hay testimonios de que los adolescentes leían en las celebraciones litúrgicas; sin embargo, debe cuidarse sobremanera su preparación.
  • 19. GESTICULACIÓN: Aunque no se trata de declamar, sin embargo, el rostro no debe quedar frío ante lo que se está leyendo, sino que debe expresar los sentimientos que se quieren transmitir, anticipando o prolongando el efecto de la palabra leída. Una buena lectura para niños debe acentuar esta gesticulación, sin llegar a la exageración o a la morisqueta. El rostro del lector debe estar siempre sereno. El lector bíblico debe transparentar su alegría por transmitir el mensaje evangélico. POSTURA Y PRESENTACION: Un buen lector comunica vida a la lectura también con sus actitudes. La manera de estar de pie debe indicar seguridad, aplomo, dignidad, respeto a los oyentes. La lectura de las Escrituras en la Sinagoga se hacían de pie y luego el expositor se sentaba para impartir la exhortación o enseñanza. Lc 4,16. Debe tener los pies ligera y naturalmente separados; Es equivocado el estar en movimiento o balanceo continuo, agitado, apoyado en un solo pie, sin saber dónde dejar las manos. Las manos pueden estar sosteniendo el libro o apoyadas en el atril o mesa de lectura a uno y otro lado del libro; en algunos casos pueden estar sueltas pendiendo con naturalidad. El desaliño o desaseo en su vestido o en su persona indica falta de respeto a los oyentes, pero el tipo de vestimenta debe corresponder al objetivo y tipo de reunión. Y no ser llamativos que desvíen la atención Es evidente que en una reunión litúrgica el lector debe ir dignamente vestido e incluso «como de fiesta» en las celebraciones dominicales y festivas. En algunos lugares se pide a los lectores litúrgicos vestimentas especiales, es válido, pero, hay que evitar toda clerigación de los laicos y exhibicionismo. En ninguna reunión formal se considera conveniente que pase a leer quien lleva bermudas o pants. El lector debe cuidar también la manera de acercarse desde su lugar hasta el sitio donde se va a leer; toda afectación es errónea.
  • 20. CONTACTO VISUAL: Un buen lector establece contacto visual con los oyentes principalmente antes de comenzar la lectura y al concluirla. Al comenzar dirige la mirada al público para conectarse con él, principalmente con los más lejanos, y como diciendo "aquí estoy con ustedes y ahora me voy a meter al libro, es el libro el que nos va a hablar"; y al final, como queriendo expresar: "ahora estoy de nuevo con ustedes". Esto mismo puede hacerse al terminar o comenzar un párrafo importante de lo que esta leyendo. - También puede dirigir la mirada al público para subrayar alguna frase importante; esto se realiza en una actitud contraria a la anterior, es decir, como si en un instante sacara del libro al personaje que habla. La actitud general de un lector debe ser la de quien mira con atención al libro "que le esta hablando". Es erróneo fijar la mirada en una persona o estarla dirigiendo frecuentemente al auditorio como lo hace un orador o alguien que les está contando un cuento a los niños casi de memoria.- El lector que pasea su mirada sobre los demás, es como si quisiera afirmar "yo soy el que se los digo'“; por eso esta actitud es contraria de manera especial con la lectura de la Palabra de Dios, en la cual el lector debe desaparecer de alguna manera para transparentar a Dios Es muy distinta la actitud visual y comunicativa con el público de quien está leyendo" un sermón o una conferencia que él mismo hizo: en este caso no debe perder el contacto con el público y debe girar el rostro y pasear su mirada de una parte a otra al igual que el orador que dice de memoria o fabrica allí mismo su discurso. El ministro lector no debe bajar y subir los ojos y la cabeza a cada momento como un sube y baja ni girarla como un ventilador. Hay pausas interiores o finales que pueden indicar este movimiento en el momento adecuado.
  • 21. EL COMENTADOR EN LA ASAMBLEA (MONITOR) El comentador o monitor antes de las lecturas podrá hacer algunas explicaciones a manera de introducción muy breve sobre las lecturas. El presidente de la asamblea (sacerdote, obispo,…) ya de por sí realiza algunas moniciones como “Oremos, fieles a la recomendación del Salvador..." lo mismo el diácono cuando dice: “Arrodillémonos, podéis ir en paz, ...". Las moniciones vienen del verbo "moneo" que significa avisar o amonestar. Esta Palabra la compusieron los habitantes de Francia. En cambio los italianos la llaman "didascalias" (enseñanzas), otros le llaman "invitatorios". El monitor es el comentador y guía. A él le toca introducir a la intelección de la oración y de los ritos. Las moniciones harán una parte importante en la liturgia que de ninguna manera la interrumpen sino que la perfeccionan y la presentan con mayor claridad. Las moniciones no pueden ser fijas, han de ser flexibles, breves y muy variables. No hay que tomarlas literalmente sino hacerlas propias y decirlas y prepararlas por escrito, para evitar el hacerse una voz difusa que no termine en nada. Quien hace el oficio de comentador o monitor requiere que tenga una instrucción religiosa y litúrgica apropiada. De otra manera puede caer en un cierto misticismo o en alguna interpretación equivocada de los ritos. Debe formarse teórica y prácticamente en la liturgia para formar una asamblea viva y auténtica. Ha de contar con un espíritu de servicio, humanidad, caridad y respeto, evitando regaños y llamadas de atención que de ninguna manera le corresponden hacer. Debe recordar que la monición es una invitación, una exhortación y no una homilía. Su espíritu debe ser positivo, lleno de una espiritualidad conformada por la fidelidad a la palabra de Dios, con un deseo e inquietud de superarse; corregir las fallas y ser signo de unión en la Asamblea. Tiene que recordar el ejemplo de Juan Bautista, que decía: "Es necesario que Él (Cristo) crezca y yo disminuya". Por lo mismo el comentador no debe llamar la atención hacia sí mismo, sino hacia la celebración, hacia Cristo que realiza sus misterios a través de las celebraciones litúrgicas. Su espíritu debe estar encarnado por una interacción al pueblo, por una caridad y respeto a la asamblea, una ejemplaridad cristiana y una capacidad para el trabajo en equipo. Por lo tanto su actuación será con discreción, como comentador y guía; a él le toca introducir a la Intelección de los sagrados misterios que celebran las acciones litúrgicas y lograr la mayor atención de los fieles hacia ellas, un mayor recogimiento y participación devota.
  • 22. LAS MONICIONES EN LA CELEBRACIÓN La palabra monición, viene del verbo “moneo”, que significa avisar, por lo que las moniciones, vienen a ser los avisos o exhortaciones que se dirigen al pueblo para invitar, suscitar y dirigir su participación en la celebración. El pueblo tiene necesidad de ser guiado en su participación, hay que indicarle las posturas corporales, dirigirle para el canto y las respuestas, pero sobre todo, hacerle penetrar profundamente en la plegaria eclesial, y en el conocimiento de los ritos. La persona que realiza este ministerio o servicio, se llama, monitor o comentador y es el que introduce a la asamblea en el sentido de intelección de la acción litúrgica, también inducir a los fieles en la espiritualidad de cada momento de la celebración. CARACTERÍSTICAS DE LAS MONICIONES 1. Deben ser por su propia finalidad, breves y funcionales. Oportunas, precisas, y apropiadas para el momento de la celebración 2. No deben ser excesivas, ni sobrepasar el objetivo de la celebración 3. Por su misma naturaleza, es indispensable que sean claras, contando con una construcción gramatical simple. 4. Deben ser adaptadas a la comunidad para llegar a su completa intelección. 5. Es recomendable que además de ser previamente realizadas, sean escritas oportunamente para que sean leídas en el momento preciso.
  • 23. I.- MONICIÓN DE ENTRADA El monitor, desde el primer momento debe ambientar, y debe ser puente entre el presidente y el pueblo. La finalidad de esta monición es la de lograr que entre los reunidos exista un ambiente de unión fraterna, mismo que debe reinar en toda comunidad cristiana, consiguiendo de esta manera una digna celebración al elevar juntos sus pensamientos a la contemplación del misterio litúrgico. Ejemplos: • (Fiesta del Sagrado Corazón). Hermanos, nuestro nombre está escrito desde siempre en los designios de Dios, contemplemos el amor del Padre que nos eligió para ser como su hijo, y nos ayude a conseguirlo. Alegres, pues, meditemos con sencillez: Sí Dios con nosotros, ¿Quién contra nosotros?... sólo el corazón de Dios puede ser nuestro modelo. • (Cuaresma). La reconciliación con los hermanos, es el camino, y el signo para recuperar las relaciones con Dios, pues la Iglesia, es el lugar de encuentro existencial con el Señor, reconciliación con Dios, comporta una seria apertura hacia la comunidad, y una sincera atención a los hermanos. • (Sanación) En nuestra vida diaria, cuando se nos hace duro y pesado el camino, sentimos la necesidad de la voz alentadora de alguien que nos ayude a mantenernos en la lucha, de alguien que nos haga entender que la vida es bella, que vale la pena vivirla. Dios como Padre bueno llega a nosotros en la Eucaristía, abrámosle nuestro corazón para que Él pueda sanar nuestras heridas. II.- MONICIÓN ANTES DE LAS LECTURAS La lectura de la Sagrada Escritura es parte primordial en la asamblea litúrgica. De esta manera la monición debe reflejar el significado y contenido de éstas, haciendo una preparación mental para la correcta aceptación e interpretación de la Homilía. Así el pueblo hace suya la palabra divina mostrando su adhesión de fe al mensaje de Dios. La palabra de Dios es el acceso mismo a los tesoros bíblicos, por lo que la monición a las lecturas es la antesala para la preparación de éste gran banquete espiritual. Ejemplo: «La Palabra que vamos a escuchar nos muestra a Dios trabajando y descansando, con ese ritmo que se alterna en nuestra vida. Él trabajó seis días y el séptimo descansó. Así debe ser nuestra existencia en este mundo, y además, ofreciendo al Señor todo lo que hacemos como nos lo ejemplificaron sus discípulos.»
  • 24. III.- MONICIÓN ANTES DE LAS OFRENDAS En La monición de ofrendas queremos presentar de manera palpable toda la experiencia de la vida humana, en sus múltiples circunstancias uniéndolas al sacrificio de Jesús en el altar. De esta manera los acontecimientos de la vida de la comunidad son llevados a la liturgia, para que la luz purificadora de la palabra se unan al Misterio Salvífico de Cristo. Expresamos así nuestro deseo de colaborar con Dios en su obra de salvación. No es necesario describir cada elemento de la ofrenda, vale una monición breve y dar paso a la música mientras se hace la procesión. Ejemplo: « Con el pan y el vino manifestamos ante el altar, nuestro deseo de seguir y obedecer a Cristo recibiéndolo frecuentemente en la Eucaristía.» IV.- MONICIÓN ANTES DE LA PLEGARIA EUCARÍSTICA Esta monición es una corta exhortación, una sencilla y cordial actitud de alabanza, invocación, memoria y oblación. Debe ser dicha o leída con espontaneidad y con tono directo. Esta monición es el lazo de amor con el corazón de la celebración que es la Plegaria Eucarística, destacando este aspecto. Debe ser una catequesis que resulte eficaz a la hora de motivar para este momento de la celebración. Ejemplos: «Este es el momento central de nuestra Eucaristía. Expresemos nuestra gratitud porque Dios nos ha manifestado su amor de Padre, porque Cristo nos ha salvado, y porque el Espíritu Santo está presente en nuestra celebración y la va a hacer viva y fecunda.» «Nos disponemos ahora a celebrar, una vez más, el memorial de la muerte y resurrección de Jesús. Él con su muerte destruyó nuestra muerte, y con su resurrección nos dio vida y esperanza. Aclamemos llenos de gratitud al Dios que nos ama.»
  • 25. V.- MONICIÓN A LA COMUNIÓN Como sabemos, la comunión es la unión con Cristo. De esta manera su monición correspondiente debe expresar la espiritualidad de los comulgantes y demostrar así la alegría reinante en su corazón, logrando así, una procesión fraternal de los que van avanzando para recibir el Cuerpo de Cristo. Ejemplo: • Por la Eucaristía Cristo está con nosotros, a nuestro lado, nos acompaña y se queda dentro de nosotros. Es el momento de nuestra unión con su cuerpo. Acerquémonos a recibir al amigo con amor y en la esperanza de la vida eterna. Si no podemos sacramentalmente, hagamos comunión espiritual con Él. VI.- MONICIÓN FINAL La monición de despedida señala la relación entre la Eucaristía y la vida diaria. Es el agradecimiento a Dios y nuestro compromiso de vida. La liturgia no solo es la cumbre de la vida cristiana, a donde se llega por la participación, sino también la fuente de donde se recibe el Espíritu de Cristo. La vida del cristiano que ha participado del Misterio de Cristo debe fortalecer la fe de la comunidad, ya que con la despedida litúrgica no termina la vida cristiana; al contrario, cada persona debe regresar a sus quehaceres alabando, bendiciendo, propagando la Palabra del Señor e implantando el Espíritu de Cristo en el hogar, en el trabajo, en la sociedad. Ejemplo: • Nuestra celebración ha terminado. Hemos platicado con Jesús y recibido su fuerza. Dando gracias al Señor, vayamos alegres