Un cargador de agua en la India tenía dos vasijas para transportar agua, una perfecta y otra agrietada que sólo podía llevar la mitad del agua. La vasija agrietada se sentía avergonzada por sus imperfecciones, pero el cargador le explicó que había sembrado flores a lo largo del camino que ella regaba con el agua que perdía, permitiéndole decorar el altar de su maestro con ellas.