La Virgen María se apareció a Santa Catalina Laboure en 1830 y le pidió que acuñara una medalla milagrosa con su imagen. La Virgen prometió que quien llevara la medalla recibiría gracias especiales y protección. Santa Catalina obedeció y la medalla milagrosa se difundió por todo el mundo, con numerosos testimonios de milagros. Santa Catalina permaneció en silencio sobre sus visiones hasta su muerte en 1876.