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El declive de los centros urbanos de las
grandes ciudades latinoamericanas
SERGIO PLAZA CEREZO. Universidad Complutense de Madrid.
RESUMEN
A partir de una visión global sobre las grandes ciudades lati-
noamericanas, se analiza el fenómeno compartido del declive
del centro urbano histórico y tradicional. Su abandono por las
capas más pudientes amenaza el carácter inclusivo y diverso
de este espacio público, definitorio desde el trazado primige-
nio de las antiguas ciudades coloniales. El resultado es una
realidad urbana distópica, cuyo relato es el desencuentro, en
un contexto de grandes diferencias sociales e inseguridad ciu-
dadana. No obstante, muchos centros urbanos, desde Lima
hasta Medellín, registran una resiliencia notable. El pequeño
comercio tradicional y los establecimientos hosteleros emble-
máticos no resultan ajenos a esta capacidad de resistencia.
Se analizan numerosas experiencias urbanas, a partir de los
esfuerzos del autor por recorrer y alcanzar una visión de los
centros urbanos de las metrópolis latinoamericanas.
PALABRAS CLAVE: Urbanismo, economía urbana, América
Latina, grandes ciudades, centro urbano, calle principal,
gentrificación.
E
l alma de una ciudad queda resumida en un conjunto de
avenidas y calles principales. Jane Jacobs (1961) plantea-
ba cómo una urbe sin un centro fuerte e inclusivo se limi-
ta a una colección de intereses dispersos. La vitalidad de
unas calles con usos mixtos, capaces de atraer a gente diferente
durante horarios diversos, resulta fundamental para forjar ciuda-
des vivas e interesantes.
Octavio Paz (1950) defendía que, gracias al influjo del ca-
tolicismo, había un lugar para todo el mundo en la sociedad
colonial de Nueva España, a pesar de su carácter jerárquico.
Las ciudades coloniales de Hispanoamérica fueron edificadas a
partir de un centro inclusivo, cuya plaza de armas era punto de
encuentro de la ciudadanía. El gran teatro del mundo barroco:
lugar para ver y ser visto. El Renacimiento reivindicaba la ra-
cionalidad del plano de damero desde la tradición grecolatina.
Chueca Goitia (1968) también advierte un paralelismo entre la
estructura de las plazas mayores de España y el patio de las
mezquitas islámicas.
El antropólogo Adrián Waldmann (2008) recoge la existencia
de un clasismo subliminal en los itinerarios de los paseos por la
Paseo Ahumada, Santiago de Chile. Foto: Licencia internacional Creative Commons.
Distribución y Consumo 1 2019 - Vol. 4
Plaza Mayor de Santa Cruz de la Sierra hasta tiempos recientes.
Los ciudadanos más humildes daban la vuelta al recinto por su
borde externo, dejando el área central para el disfrute de las
familias más pudientes.
Las plazas de armas continúan siendo tanto referente para
celebraciones y manifestaciones. Sin embargo, los centros
históricos y sus ensanches aledaños pierden relevancia en la
trama urbana de las grandes metrópolis latinoamericanas. El
desplazamiento de los segmentos sociales más acomodados
a unas áreas residenciales cada vez más alejadas tiene como
correlato la aparición de nuevas centralidades en las periferias.
La vinculación de la clase alta y media-alta con el centro tradi-
cional de sus ciudades se reduce de forma gradual. Se pueden
advertir dos razones principales para explicar este fenómeno:
el influjo de la cultura suburbana estadounidense; y los efectos
del patrón de crecimiento desequilibrado registrado en tantas
áreas metropolitanas latinoamericanas durante las últimas dé-
cadas, caracterizado por las grandes desigualdades sociales, el
ascenso de la inseguridad ciudadana y el policentrismo.
La influencia ejercida por el modelo urbanístico de los Esta-
dos Unidos, auténtico instrumento de “poder blando”, ha con-
tribuido al declive de los centros tradicionales de las metrópolis
latinoamericanas. El éxodo masivo de la clase media estadou-
nidense hacia unos suburbios cada vez más lejanos ha confor-
mado el “American Way of Life”. Los Angeles es el paradigma de
la “no-ciudad” diseñada para el automóvil.
Urbes como Lima o Bogotá han registrado una expansión ex-
traordinaria con la llegada masiva de inmigrantes procedentes
de las zonas rurales desde los años cuarenta del siglo XX. La
zona metropolitana correspondiente a la Ciudad de México su-
pera con creces los veinte millones de habitantes. Las antiguas
urbes criollas se tornaron más desiguales, indígenas y mesti-
zas. Los nuevos capitalinos proceden del “interior”, un concep-
to geográfico indefinido con fuertes connotaciones psicológicas,
asociado con atraso y lejanía.
Un nuevo enfoque defiende cómo dicho crecimiento simbo-
liza el triunfo de unas ciudades que ofrecen oportunidades
-véanse Glaeser (2010) y Saunders (2010)-. Una vez que los
asentamientos informales se integran en los municipios, queda
posibilitada la vía para la movilidad social ascendente. La “cla-
se C” de Brasil ha sido glosada como una nueva clase media
baja surgida en la favela.
Sin embargo, una dinámica de crecimiento desequilibrado,
que patentiza las carencias de infraestructuras y servicios pú-
blicos, conlleva la aparición de deseconomías de aglomeración.
La polución atmosférica; la congestión del tráfico viario; la ex-
pansión excesiva del sector informal; el déficit de viviendas dig-
nas; y el aumento de la inseguridad ciudadana, dentro de un
contexto marcado por desigualdades sociales extremas, consti-
tuyen algunas problemáticas.
Los cascos históricos de las grandes ciudades latinoameri-
canas ya comenzaron a perder notoriedad cuando la clase alta
desplazó su residencia hacia los nuevos ensanches, a partir de
finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Se edifica-
ron villas señoriales en barrios con encanto, que dejaban en-
trever la influencia de las vanguardias arquitectónicas, desde
Medellín (El Prado) hasta San José de Costa Rica (Amón).
Un centro urbano, comprendido como espacio público de re-
ferencia principal que comparten todas las clases sociales, se
asemeja a una balanza. El equilibrio se alcanza cuando todos los
ciudadanos registran un sentimiento de pertenencia e inclusión.
Nadie está fuera de lugar, porque el centro es de todos. La rela-
ción de las diversas clases sociales con la calle más emblemática
permite medir la evolución histórica de dicha adscripción.
Madero (Ciudad de México), Florida (Buenos Aires), Ahumada
(Santiago de Chile), Junín (Medellín), Jirón de la Unión (Lima) o
la calle Primera (San José de Costa Rica) han ostentado durante
mucho tiempo una posición de primacía. La vía principal para
las compras y el paseo. Sinónimos de elegancia y buen gusto.
Los comercios más refinados y los mejores cafés se ubicaban
en sus tramos.
La balanza que mide la composición de fuerzas sociales
dentro de dicho espacio público nació desequilibrada. Estas
arterias configuraban la pasarela de la clase alta durante la
Plaza Mayor de Lima. Foto: Licencia internacional Creative Commons. Avenida Carabobo, Medellín. Foto: Licencia internacional Creative Commons.
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 2 2019 - Vol. 4
primera mitad del siglo XX. La letra de “Isabelita”, la canción
compuesta por el cineasta argentino Manuel Romero, lo re-
fleja a la perfección: “A las cinco por Florida, muy bien vesti-
da pasa Isabel; su silueta distinguida es perseguida como la
miel (…) cuando fina y elegante, rosa fragante pasa Isabel, va
arrastrando tras su gracia y aristocracia todo un tropel”. Un
anciano de la clase media-alta de Medellín me relataba un re-
cuerdo de juventud, cuando los muchachos se apostaban en
las esquinas de la calle Junín para ver pasar a las chicas más
lindas y elegantes. El respeto de la ciudadanía a la vía más
glamurosa resultaba manifiesto en todos los órdenes. Unos
señores mayores me comentaban cómo, antaño, para pasear
por la calle Primera de San José, “había que llevar corbata”. Y
las mujeres más distinguidas portaban sombrero en Jirón de
la Unión (Lima).
Henri Lefebvre (1968) reivindica el derecho de la ciudadanía
a unas urbes apropiadas por la alta burguesía, como ocurriera
con el París del Barón Haussmann. La expansión de los estratos
sociales medios y los aires igualitaristas de los años sesenta de-
mocratizarían la vinculación con la arteria principal de las capi-
tales latinoamericanas. Así, para Beatriz Sarlo (2018), Lavalle,
la calle de los cines de Buenos Aires y perpendicular a Florida,
era “la fiesta de las capas medias y bajas”.
Buenos Aires constituirá un caso especial por la fortaleza de
su clase media, engrosada por los inmigrantes europeos de pri-
mera y segunda generación. Las comedias de Manuel Romero
reflejan el acceso al ocio de los miembros de la clase media-
baja en el centro del Buenos Aires de los años treinta y cuarenta
del siglo XX. Juan José Sebreli (2010) advierte la encarnación
de aquel estrato social de nuevo cuño en el personaje de “Cati-
ta”, interpretado por Niní Marshall, en aquel Buenos Aires don-
de la irrupción de las pizzerías de la calle Corrientes supuso
toda una revolución.
La trama de “Isabelita” (1940), obra maestra del cine argenti-
no, se repite en las comedias de Manuel Romero. Los romances
interclasistas donde jóvenes de la aristocracia criolla se inser-
tan de incógnito en un grupo de amigos de clase media-baja. El
personaje interpretado por Paulina Singerman descubre el dis-
creto encanto del Buenos Aires de la clase media, con placeres
como comer pizza. Un mundo nuevo se le abre a aquella joven
inquieta y consentida, procedente de una clase alta que perma-
necía cerrada sobre sí misma. “Isabelita”, cuya banda sonora
es la canción con el mismo nombre, refleja aquella transición
desde un centro urbano patricio al triunfo de una clase media
que marcará su impronta.
La balanza de los centros urbanos de las metrópolis latinoa-
mericanas se había equilibrado hacia unos espacios públicos
más inclusivos. Sin embargo, aquel escenario entraría en crisis
algunas décadas después. El predominio inicial de la clase alta
(fase I) dio lugar a la hegemonía de la clase media (fase II). El
círculo se cierra con el acceso masivo de la clase baja a los
centros urbanos (fase III), que tiene como correlato su abando-
no por parte de los estratos más acomodados y la erosión de
la clase media por sucesivas crisis económicas a partir de los
años ochenta del siglo XX.
La huella de la clase media resulta fundamental para que un
centro urbano tenga un carácter inclusivo. Si este estrato social
se debilita, la desconexión será absoluta entre los segmentos
de bajo y alto poder adquisitivo.
EL DECLIVE DE LOS CENTROS URBANOS HISTÓRICOS
Y TRADICIONALES
Las ciudades coloniales de América Latina se fundaron con as-
piraciones utópicas propias del Renacimiento dentro del espa-
cio público compartido. Por el contrario, un “apartheid” espacial
creciente entre ricos y pobres simboliza la evolución hacia un
patrón de ciudad distópica y fallida, cuyo relato es el desen-
cuentro. El declive del centro urbano tradicional implica la desa-
parición de los lugares de encuentro interclasistas.
Los estratos sociales más acomodados huyen hacia la “no-
ciudad”, recreada en unas periferias cada vez más lejanas. Se
articulan nuevas centralidades en torno a centros comerciales
que son espacios privatizados, donde quedan garantizadas la
seguridad, el aire acondicionado y unos pavimentos en buen
estado. Una vez quebrado el centro inclusivo, la opción residen-
cial de los barrios cerrados, auténticas fortalezas, gana enteros
entre los segmentos de clase alta y media-alta. Se trata de los
“countries” de Pilar (Gran Buenos Aires) o las “ciudadelas” de
San Borondón (Guayaquil) –véase, para un análisis detallado
del caso argentino, Vidal-Koppmann (2014)-.
Un centro urbano, comprendido como
espacio público de referencia principal
que comparten todas las clases
sociales, se asemeja a una balanza.
El equilibrio se alcanza cuando
todos los ciudadanos registran un
sentimiento de pertenencia e inclusión.
Nadie está fuera de lugar, porque el
centro es de todos. La relación de las
diversas clases sociales con la calle
más emblemática permite medir la
evolución histórica de dicha adscripción
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 3 2019 - Vol. 4
La fractura étnica y las desigualdades sociales intersectan en
clave territorial: la población más “blanqueada” predomina en
los “malls” suntuosos de Latinoamérica, frente a unos centros
urbanos más mestizos, mulatos e indígenas. En definitiva, la
pervivencia de la divisoria entre la llamada “gente de razón” y
las “castas” en la ciudad colonial.
Las personas mayores con una posición acomodada residen-
tes en los suburbios mantienen una cierta vinculación con el
centro, prorrogando las rutinas de juventud. Sin embargo, mu-
chos jóvenes desconocen el casco histórico de sus ciudades.
Los abuelos de Miraflores llevan a sus nietos para que conoz-
can la Plaza de Armas de Lima. Un estudiante me confesaba
que solo se trasladaba al Zócalo cuando sus familiares de Es-
paña viajaban a la Ciudad de México. Una abuela chilena me
relataba que su nieta se desplazó por primera vez al centro de
Santiago para tramitar su pasaporte…
Lefebvre (1968) resalta que el centro del casco histórico de
Beijing (Plaza de Tiananmén) se encuentre a la puerta de la
“Ciudad Prohibida”, residencia de los antiguos emperadores de
China. Algunos enclaves marcan fronteras oficiosas. Un joven
de posición acomodada de Santiago de Chile me confesaba que
apenas traspasaba la Plaza de Italia, situada a medio camino
entre el barrio burgués de Providencia y el centro urbano. Pre-
cisamente, su carácter “fronterizo”, como puerta de la “ciudad
prohibida” (el casco histórico) fomenta la vitalidad urbana. Un
lugar frecuentado por un público diverso, donde se encuentra
la “Fuente Alemana”, establecimiento señero para degustar el
“sandwich” chileno. Otro ejemplo lo encontramos en “La Mon-
señor”, un tramo de avenida situado entre el borde donde ter-
mina el casco histórico de Santa Cruz de la Sierra y la entrada a
los barrios pudientes. Sus cafés destilan el discreto encanto de
la clase media y un grado notable de inclusividad.
La renuncia al centro tradicional por parte de los jóvenes tilda-
dos como “pitucos”, “fresas” o “cuicos” anticipa un escenario de
pesadilla. Richard Sennett (1970) enfatiza el carácter adolescen-
te del suburbio frente a la ciudad adulta, cuya diversidad enseña
a resolver los conflictos. De la misma forma, frente a la ciudad
peligrosa, el centro comercial, tan consustancial a la periferia me-
tropolitana, “produce serenidad porque es muy fácil de conocer
y sus cambios son también sencillos de descifrar” (Sarlo, 2009:
25). Si la homogeneidad de las periferias con un perfil residencial
alto deriva en el desconocimiento del otro, la película hispano-
mexicana “La zona” (2007), dirigida por Rodrigo Pla, refleja la de-
riva autoritaria que puede darse en los barrios cerrados.
Los corredores suburbanos de una prosperidad mal digeri-
da se alejan de forma exponencial del centro urbano. La inse-
guridad ciudadana propulsa, junto al deseo de diferenciación
social, la huida de las clases acomodadas hacia las periferias.
Las metrópolis latinoamericanas se encuentran entre las más
peligrosas del planeta, con tipologías criminales tan autóctonas
como el “secuestro express”, denominado en México el “viaje
de los millonarios”.
La desconexión espacial no es la solución. Se puede recordar
aquella metáfora del personaje foráneo que pretende aban-
donar la ciudad en cuarentena, retratada por Albert Camus
(1947), sin entender que toda la población cercada compartía
un destino colectivo.
LAS DIFERENCIAS ENTRE EL DÍA Y LA NOCHE
Muchos centros urbanos se despueblan una vez que cae la no-
che. La peligrosidad se masca en el ambiente. Y toca abando-
nar el lugar. Ante el riesgo de tomar un taxi a pie de calle, triun-
fan compañías de radiotaxi con nombres como “Taxi seguro”
(Lima) y aplicaciones tipo “Uber”.
Mi hermano, el sociólogo Ernesto Plaza Cerezo, denomina “sín-
drome de Cenicienta” a la ansiedad de la ciudadanía por aban-
Plaza de Armas, Santiago de chile. Foto: Licencia internacional Creative
Commons.
Avenida Ayacucho, Medellín. Foto: Licencia internacional Creative Com-
mons.
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 4 2019 - Vol. 4
donar el centro urbano de tantas urbes latinoamericanas antes
del anochecer. Los horarios de los establecimientos comercia-
les aportan una información valiosa. La emblemática confitería
“Astor”, fundada en 1930 en la calle Junín, arteria principal del
casco histórico de Medellín, cierra a las 18.30-19 horas. Un es-
cenario que recuerda a la ciudad distópica novelada por Zamiatin
(1924), donde solo hay una hora al día para pasear.
Los hoteles del centro urbano son más baratos que los esta-
blecimientos equivalentes ubicados en las nuevas centralida-
des, convertidas en oasis para los turistas internacionales. Los
hoteles de lujo han abandonado el centro para establecerse en
barrios elegantes como Jardins (Sao Paulo) o Polanco (Ciudad
de México). Los términos “zona rosa” o “zona viva” son habi-
tuales en numerosas urbes. Muchos hoteles emblemáticos del
centro cierran o pierden categoría. Las fotografías expuestas en
la planta baja del “Hotel Nutibara” muestran las celebraciones
de la alta burguesía antioqueña durante los años cincuenta. Se
trataba del alojamiento más elegante de Medellín, elegido mu-
cho tiempo después por Pablo Escobar para organizar sus fies-
tas durante la madrugada. La decadencia actual resulta más
que evidente, desde el acondicionamiento de sus habitaciones
hasta la presencia exclusiva de establecimientos de comida rá-
pida en sus dependencias.
Medellín ha sido laureada por unas políticas urbanas que tra-
tan de anular la vinculación de su marca-ciudad con el narco-
tráfico. Su metro ha creado una cultura cívica, prolongándose
dicha infraestructura hasta los asentamientos informales de los
cerros a través de un sistema de Metrocable. Sin embargo, no
se ha logrado detener el declive del centro histórico.
El “Hotel Nutibara” se ubica en una plaza principal, frente al
Museo de Botero, un contenedor cultural que contribuye a re-
forzar la centralidad del casco histórico. Sin embargo, la visión
nocturna de la plaza resulta desoladora desde la terraza del bar
del Nutibara, que ofrece un espectáculo de marginalidad extre-
ma, especialmente cuando los últimos vendedores ambulantes
abandonan dicho entorno. El recorrido de apenas setenta me-
tros para alcanzar la panadería más cercana puede convertirse
en un infierno.
Una vez que los sectores sociales más acomodados minimi-
zan su relación con el centro tradicional de las metrópolis lati-
noamericanas, desaparecen los establecimientos comerciales
y hosteleros de gama más alta. La oferta se adapta a un público
con un bajo nivel adquisitivo, dentro de unos espacios públi-
cos que han perdido diversidad. Algunas cadenas de comida
rápida practican la discriminación de mercados, sin distribuir
los productos más “gourmet” en los locales más populares del
centro –tales como hamburguesas elaboradas con carne del
tipo Angus-.
La reubicación de establecimientos emblemáticos hacia los
centros alternativos se impone. Desde hace décadas, el mítico
“café Haití” se encuentra en la plaza principal de Miraflores,
que ejerce como centro real de Lima, a partir de su carácter
inclusivo como barrio de clase media. A partir de los daños su-
fridos por el terremoto de 2010, la “heladería Tavelli” cerró sus
puertas en el casco histórico de Santiago de Chile, quedando
abierto el establecimiento de Providencia (un barrio burgués pa-
rejo a Miraflores). Una antigua confitería italiana del centro de
San José de Costa Rica ya solo mantiene abierta la sucursal del
barrio universitario de San Pedro.
La cadena colombiana de cafeterías “Juan Valdez” se ha
afianzado como marca internacional, pero resulta llamativa su
ausencia del casco histórico de Medellín. Sus únicos estableci-
mientos a pie de calle se encuentran en el Poblado, suburbio
reconvertido en el centro más vivo del área metropolitana. La
vida nocturna, los hoteles de lujo y los principales centros co-
merciales se encuentran en dicho distrito, cuyo desarrollo in-
mobiliario no resulta ajeno al lavado de dinero procedente del
narcotráfico. Sin embargo, Patiño Villa (2015: 142) ya advierte
un desplazamiento de la clase más pudiente hacia Rionegro,
mucho más lejos del centro de Medellín, “por medio de condo-
minios cerrados cada vez más aislados”.
El cierre de las salas de cine ha reducido la vitalidad de los
centros urbanos tradicionales. Su antigua concentración en
calles específicas como Lavalle (Buenos Aires) o Pierola (Lima)
favorecía unas economías de aglomeración que multiplicaban
la atracción de público. El gerente orensano de la “confitería
Richmond” recordaba con añoranza los tiempos en que, gra-
cias a los cines de Lavalle, había que pedir a los clientes que
abandonaran el local más allá de las dos de la madrugada. La
última vez que visité dicho café (2011) había apenas cuatro o
Un “apartheid” espacial creciente entre ricos y pobres simboliza la evolución
hacia un patrón de ciudad distópica y fallida, cuyo relato es el desencuentro.
El declive del centro urbano tradicional implica la desaparición de los lugares
de encuentro interclasistas
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 5 2019 - Vol. 4
cinco clientes media hora antes del cierre, que, en los últimos
años, se había adelantado hasta las 22 horas. La clausura de
este icono, donde Borges tomaba el té en la sobremesa, sim-
boliza la decadencia de la calle Florida. El Richmond albergaba
la memoria de Buenos Aires dentro de un escenario grandioso,
repleto de espejos y columnatas.
El Caravelle constituye el reducto de los últimos emigrantes
italianos en Buenos Aires. Según me ha contado algún infor-
mante, varios cafetines similares congregaban a los jóvenes
“tanos” durante los sábados por la tarde de los años cincuenta
del siglo XX en la calle Lavalle. Otro efecto inducido por la con-
centración de cines en dicho espacio. Una nostálgica Beatriz
Sarlo (2018) considera que Lavalle ha evolucionado desde “ca-
lle festiva” a “corredor deteriorado y, en ocasiones, siniestro”.
Los vendedores ambulantes crecen de forma exponencial en
aquellas calles principales donde se ha iniciado la decadencia.
A partir de una dinámica de “círculo vicioso”, dicho fenómeno
acelera el declive. Estos agentes económicos actúan como go-
rrones (“free riders”). Se benefician de una ubicación central sin
pagar impuestos. El bullicio asociado a los mercados informales
también propicia un aumento de la delincuencia.
Un comercio ambulante excesivo puede arruinar un centro ur-
bano. Cuando visité San Salvador (2004), su centro histórico se
encontraba al borde del colapso, imposibilitando de facto una
visita a pie del distrito. Un comerciante que regentaba un local
decadente se negaba a clausurar un negocio con tradición fami-
liar. Se quejaba acerca de cómo bien pareciera que “en General
Escalón hubiera otro Dios”, refiriéndose a la avenida principal
del centro moderno, donde se ubican los principales centros
comerciales. Entre otras desgracias, se había producido un ase-
sinato a la puerta de su tienda.
La Avenida Sexta era la vía más comercial del centro histó-
rico de la Ciudad de Guatemala. Siempre recordaré cómo los
escaparates de las tiendas formales quedaban ocultos por la
superposición de los tenderetes ambulantes (2004). Una viuda
asturiana regentaba una librería que tenía el encanto del deca-
dentismo. La buena mujer lamentaba la frecuencia con la que
los viandantes se orinaban a la entrada del local.
Lima ha adoptado algunas medidas interesantes para que el
comercio informal contribuya a hacer ciudad. La legalización de
los vendedores ambulantes establecidos en el centro comercial
“Polvos azules” constituye todo un ejemplo. De la misma forma,
se ha favorecido la concentración de libreros ambulantes en
dos enclaves del centro histórico.
Los terremotos también pueden contribuir al declive de los
centros urbanos. La Ciudad de Managua quedó destruida en
1972. Las zonas comerciales y residenciales de perfil alto se
concentran en torno a un único eje viario en la salida de la ca-
pital. El palacio presidencial, la catedral y las ruinas de algunos
edificios aislados permanecen en el centro. Un desierto urbano
propio de una película de ciencia ficción.
Una señora mayor, residente en el edificio ruinoso de la anti-
gua farmacia Managua, reconvertido en asentamiento informal,
me contó una historia de realismo mágico (2004). El día pre-
vio al terremoto habrían aparecido tres jóvenes muy blancas,
ataviadas con vestidos del mismo color, que pronunciaron una
sentencia profética: “Ay, Managua, Managua, ciudad violenta y
traicionera”.
Los nuevos centros de la Ciudad de México se han ido alejan-
do del Zócalo de forma gradual. La clase creativa puso de moda
la llamada “zona rosa” en los años sesenta, dentro del eje viario
del Paseo de la Reforma. Posteriormente, retomaría el relevo
Polanco, un distrito plagado de restaurantes que mantiene una
vitalidad urbana. Las últimas tendencias apuntan hacia el de-
sarrollo de Santa Fe, un enclave demasiado retirado que está
absorbiendo una parte del centro financiero. Un informante me
comentaba con ironía que los judíos ricos viven en Santa fe,
mientras que los judíos pobres residen en Polanco.
CLASES SOCIALES,CIUDAD Y COMERCIO
La ordenación espacial de las clases sociales resulta evidente
en Santiago de Chile. En una primera fase, el centro vivo emigró
a Providencia, donde impera un espíritu de clase media. La pro-
longación del mismo corredor conduce a Las Condes, el distrito
más exclusivo de la ciudad. La avenida de Isidora Goyenechea
ejerce como “milla de oro” capitalina: un agrupamiento que in-
cluye boutiques lujosas, la tienda de vinos más exclusiva y res-
taurantes vascos muy caros. Las áreas residenciales para las
clases más pudientes de Santiago prosiguen su expansión, más
allá de Las Condes, hacia la cordillera andina.
Los centros de la clase alta siempre son poco inclusivos. Un
nivel económico más alto y la distancia potencian la segrega-
ción, la privatización del espacio público y la primacía de los
centros comerciales. Por el contrario, los barrios burgueses pri-
Ciudad de México. Foto: Licencia internacional Creative Commons.
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 6 2019 - Vol. 4
migenios, los primeros ensanches, que son ciudad –en vez de
suburbio- y tienen un largo recorrido urbano vinculado a la clase
media, tales como Providencia (Santiago), La Condesa (Ciudad
de México), la colonia Roma (idem) o Miraflores (Lima), son bas-
tante más inclusivos que los barrios específicos de clase alta.
Las iglesias evangélicas reclutan sus feligreses entre la po-
blación más humilde. Su visibilidad resulta manifiesta en los
centros urbanos de Latinoamérica durante los domingos, cuan-
do dichos espacios se vacían. Todo un símbolo de la evolución
de los antiguos espacios públicos interclasistas, donde se re-
duce la presencia de las clases más pudientes. El casco his-
tórico de Santiago de Chile constituye un ejemplo. Estas orga-
nizaciones religiosas suelen alquilar o adquirir antiguas salas
de cine para celebrar actos multitudinarios. Un fenómeno que
llega hasta las principalísimas 18 de julio (Montevideo) y Lavalle
(Buenos Aires). Una comerciante de origen palestino, minoría
muy presente en el ramo minorista del centro de Santa Cruz
de la Sierra, recuerda con nostalgia los tiempos en los que “La
Velasco”, antigua calle principal, era como “la Quinta Avenida”,
ubicación favorita de las tiendas más selectas. De forma simbó-
lica, el antiguo cine más importante de la ciudad, que ocupa un
espléndido edificio “art decó” en dicho emplazamiento, se ha
reconvertido en una iglesia evangélica.
LA RESILIENCIA DE LOS CENTROS URBANOS
Los cascos históricos y centros urbanos tradicionales situados
en los primeros ensanches de las metrópolis latinoamericanas
registran una gran resiliencia. Se atribuye al escritor español
Camilo José Cela la sentencia “quien resiste gana”. Las modas
internacionales cambian. La generación con edades compren-
didas entre los 20-38 años (los “millennials”) registra un sesgo
hacia un modo de vida urbanita, incluso en los Estados Unidos,
donde los sociólogos ya estudian la decadencia de los subur-
bios (véase Gallagher, 2013).
La regeneración de los centros urbanos se encuentra con un
nuevo peligro. Su apropiación por parte de los sectores más aco-
modados a través de operaciones inmobiliarias que conlleven
procesos de gentrificación y expulsión de los vecinos menos pu-
dientes. La Ciudad de Panamá lo corrobora. Si la clase alta tien-
de a desplazarse a zonas residenciales “tipo Miami” de carácter
suburbano, como Ciudad del Este, una población muy humilde
se concentra en el casco histórico, catalogado como patrimonio
de la Humanidad por la UNESCO. Las rehabilitaciones proliferan
a medida que profesionales adinerados de los Estados Unidos
adquieren inmuebles. La expulsión de una población de bajos
ingresos que vive de alquiler es el resultado. En un contexto dual,
los niños que juegan en la Plaza de Armas no pueden tomarse un
helado en “Saint Clement”, una heladería francesa muy exclusi-
va. El nuevo paseo marítimo (“Cinta Costera”), constituye una in-
fraestructura estratégica que une el centro moderno con el casco
histórico; pero la revalorización inmobiliaria de este último distrito
supone una externalidad negativa.
La competitividad turística como “ciudad patrimonio de la Hu-
manidad” refuerza la centralidad del casco histórico de Quito.
La apertura de hoteles con encanto en edificios de arquitectura
colonial resulta significativa. Al contrario que en Medellín, sí hay
cafeterías de la cadena “Juan Valdez” en el casco histórico de
Cartagena de Indias. Los estudiantes universitarios aumentan
el grado de diversidad en sus calles, evitando su conversión en
parque temático para turistas.
La Cartagena colonial constituye un enclave donde queda ga-
rantizada la seguridad. La gentrificación avanza. La “Esquina
San Diegana” es un bar que preserva la raigambre popular de
un pequeño barrio dentro del recinto amurallado. Su encargado
nos comenta que ya no conoce a ningún vecino, ya que la gente
adinerada está comprando todas las casas. La proximidad del
“Hotel Sofitel”, ubicado en el convento de Santa Clara, acelera
el proceso.
Los centros de la clase alta siempre
son poco inclusivos. Un nivel
económico más alto y la distancia
potencian la segregación, la
privatización del espacio público y la
primacía de los centros comerciales
Avenida de Mayo, Buenos Aires. Foto: Licencia internacional Creative
Commons.
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 7 2019 - Vol. 4
Getsemaní es un barrio histórico situado extramuros, donde resi-
den familias muy humildes; pero, la gentrificación también está en
marcha. El bar de copas más popular de Cartagena, muy frecuen-
tado por turistas internacionales, se ubica dentro de sus lindes.
La inestabilidad política y la vulnerabilidad del Estado de
Derecho han sido una lacra en América Latina. Los golpes de
estado militares de los años setenta del siglo XX, acompañados
de sendos toques de queda, así como las subsiguientes dicta-
duras, contribuyeron al declive de la vida nocturna en el centro
de Santiago de Chile y Buenos Aires. Por su parte, la barbarie
terrorista debilitó la movilidad urbana y la vitalidad del casco
histórico de la capital de Perú.
Probablemente, Lima sea la metrópolis latinoamericana más
resiliente. Hoteles clásicos, bares antiguos y pequeño comercio
de calidad fijan la centralidad de los espacios urbanos como
iconos de la identidad. Algunos emblemas limeños mantuvieron
sus puertas abiertas durante los peores años de Sendero Lumi-
noso, aplicando aquello de “quien resiste gana”.
Las banderas italianas ondeaban en las inmediaciones de la
plaza de armas de Lima hace décadas. Una parte significativa
del pequeño comercio del centro estaba en manos de emigran-
tes genoveses, originarios de Rapallo. Estos paisanos mante-
nían unos fuertes lazos de solidaridad mutua. Sus descendien-
tes todavía regentan numerosos establecimientos. Me gustaría
destacar dos bares entrañables, que mantienen su decoración
original de los años treinta: “Queirolo” y “Cordano”. Se trata
lugares muy concurridos, donde se pueden degustar “sangu-
ches” de jamón del país, pastas o causa limeña. A medida que
el centro renacía, se modificaban las horas de cierre, pasando,
en uno de los casos, desde las 22 horas hasta las dos horas
de la madrugada. Una clienta de clase media me comentaba
cómo, durante los años más duros del terrorismo, nunca dejó
de desplazarse al casco histórico para comprar su ejemplar de
la revista española “Hola”.
El escritor peruano-alemán Bernd Zettel (2006: 35) rememora
sus vivencias adolescentes durante los primeros años sesenta del
siglo XX. Por aquel entonces, la Plaza de San Martín era el puro
centro, “el barrio de los mayores, de los que trabajaban en las tien-
das, oficinas, despachos, el barrio de los extranjeros del Hotel Bolí-
var o del Crillón y, más entrada la noche, el de los noctámbulos de
las boites y de los bares”. Sin embargo, para un muchacho de fa-
milia acomodada “no era ese el barrio de los colegios, los amigos,
las fiestas, los paseos, las visitas a las chicas”. La brecha espacial
entre ambos mundos comenzaba a ensancharse.
Los dos mejores hoteles de la Lima de los años sesenta del si-
glo XX se encontraban a escasa distancia. Si uno de ellos cerró
sus puertas (el “Hotel Crillón”), el “Gran Hotel Bolívar” aguantó
el vendaval de violencia y decadencia que se abatió sobre el
centro urbano. La experiencia de alojarse en el Bolívar (2012)
resultó memorable. Las habitaciones se mantenían como en los
años de la “Belle Epoque”; los propios empleados gestionaban
el negocio; y las dos plantas más elevadas se encontraban clau-
suradas. A pesar de las circunstancias, el Gran Hotel Bolívar
sobrevivía a viento y marea, con sus leyendas incluidas.
Muchos limeños se desplazan al bar del establecimiento,
situado en la Plaza de San Martín, para degustar su famoso
“pisco sour” durante los fines de semana. Los grandes hoteles
crean centralidad en su entorno. Y el Bolívar no es una excep-
ción. Un efecto de arrastre: la concentración aledaña de libre-
rías de lance y casas de cambio en sus inmediaciones.
Sin embargo, la recuperación del centro histórico, acompaña-
da de una revalorización inmobiliaria, ha tenido como correla-
to la expulsión de los libreros de Jirón Quilca para construir un
moderno centro comercial. Se trata de una mala noticia; pero,
su reubicación en Rimac, busca la regeneración de un espacio
degradado, que tiene gran valor monumental como ensanche
ilustrado de la Lima virreinal en el siglo XVIII y digno escenario
de las vivencias de “La Perricholi”.
La apertura del primer establecimiento de la cadena de ca-
feterías de “Starbucks” en el centro histórico de Lima en 2013
(junto a Jirón de la Unión) anuncia un retorno incipiente de la
clase media más pudiente a esta zona de la ciudad. El entorno
de la Bolsa de Lima conforma un enclave, donde se ha estable-
cido la prestigiosa “confitería San Antonio”, antes solo presente
en los barrios más acomodados.
Los comercios con una oferta de bienes y servicios de gama
media y alta resultan fundamentales para que los centros his-
tóricos recuperen su diversidad, evitando su pauperización. Por
Hotel Nutibara, Fachada, Medellin. Foto: Licencia internacional Creative
Commons.
Larcomar, Lima. Foto: Licencia internacional Creative Commons.
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 8 2019 - Vol. 4
ejemplo, la “librería El Virrey” y un restaurante del afamado Gas-
tón Acurio refuerzan la centralidad del entorno de la Plaza de
Armas de Lima.
Muchos negocios familiares con gran tradición resisten en
sus emplazamientos primigenios. Los hijos y nietos de sus pri-
meros clientes suelen vivir lejos del centro, pero mantienen el
vínculo con la tienda en cuestión. Una historia que se repite, tal
como ocurre con una camisería selecta de la decadente calle
Junín de Medellín, donde también resisten dos cafeterías his-
tóricas muy selectas, que integran la memoria afectiva de la
ciudad. Esta arteria mantendrá el tipo mientras pervivan Astor
–con sus mazapanes alemanes- y Versalles –donde se sirven
excelentes pizzas argentinas-.
Las plazas de armas ejercen como emplazamientos para la
representación del poder. Catedral y palacio presidencial com-
parten estos espacios públicos tan señeros en Lima, Quito o la
Ciudad de México. La preservación de los lugares de trabajo
de los funcionarios en los centros urbanos resulta fundamen-
tal para mantener la diversidad de usos y transeúntes. Cuántos
restaurantes se pueden encontrar en el centro de Lima orienta-
dos a este público de clase media. Por el contrario, la construc-
ción de centros cívicos aislados solo sirve para restar vitalidad
a los centros urbanos.
Si “el viaje en metro es lección de unidad en la diversidad”,
como argumenta Monsiváis (1995), las inversiones en trans-
porte público promueven la cohesión social y territorial. El casco
histórico de Lima internaliza una parte del dinamismo burgués
de Miraflores vía Metrobús, una conexión eficiente y segura que
propicia una simbiosis entre ambos lugares.
La antigua aristocracia criolla lleva mucho tiempo sin residir
en los centros históricos de las capitales latinoamericanas. Una
excepción simboliza la resiliencia del casco histórico limeño.
Los descendientes de Jerónimo de Aliaga todavía residen en la
casa erigida en el solar asignado al conquistador segoviano por
Francisco Pizarro en las inmediaciones del Palacio Presidencial.
Una mansión con la típica balconada de madera, característica
de la arquitectura colonial. La luz tenue del interior de la vivien-
da refleja el decadentismo propio de una película de Visconti.
Los glamurosos cabarets que aparecen en las películas de la
Edad de Oro del cine mexicano (años cuarenta y cincuenta del
siglo XX) se ubicaban en la avenida de San Juan de Letrán (ac-
tual Lázaro Cárdenas). Sin embargo, la vida nocturna del centro
histórico de la Ciudad de México, atenazado por la inseguridad
ciudadana, ha quedado muy empequeñecida. En este contexto,
locales como el “Café Popular”, donde sirven unos excelentes
huevos a la ranchera durante las 24 horas del día en las cerca-
nías del Zócalo, o poder cenar en un restaurante tan emblemá-
tico para las clases acomodadas como “El cardenal”, son faros
que contribuyen a hacer ciudad y reforzar el espacio público
interclasista ¿Y qué decir del “Salón Málaga”? Un bar mítico
donde sólo se escucha música de tango y bolero, auténtico oa-
sis nocturno en el peligroso centro de Medellín.
Buenos Aires ha sido pionera en la creación de la figura de los
“cafés y bares notables”. Un apoyo público a establecimientos
que integran tanto la memoria afectiva como la autoestima de
la ciudad. Por su parte, la campaña “Medellín sí sabe” agrupa
desde pastelerías históricas a sencillos puestos para degustar
jugos o arepas. Las capitales latinoamericanas deberían seguir
el ejemplo, máxime cuando avanzan por doquier los “no-luga-
res” encarnados en franquicias clónicas. La preservación de los
emblemas hosteleros refuerza la vitalidad de los centros urba-
nos y su carácter diverso. Marc Augé (2015) enfatiza cómo las
ciudades más acogedoras son aquellas en las que encuentra
el equivalente del “bistrot” parisino, auténtica prolongación del
propio domicilio.
“La Hacienda”, un clásico para degustar la bandeja paisa,
amortigua el declive de la calle Junín de Medellín. Por su parte,
el “café de la Opera”, la “chocolatería El Moro” y la “cafetería
Sanborns” ubicada en el icónico Palacio de los Azulejos preser-
van la identidad del centro histórico de la Ciudad de México.
La experiencia de tomar un café en “Florida Garden” (Buenos
Aires) realza el interés de la calle Florida. La posibilidad de de-
Los grandes almacenes pertenecen
al centro de las grandes ciudades,
frente al carácter suburbial de los
centros comerciales. La clausura de
un establecimiento señero simboliza
el hundimiento del casco histórico
gustar un chocolate con humitas en el “café Niza” enriquece la
oferta de ocio en el casco histórico de Quito. El Haití, “café con
piernas” situado en el Paseo de Ahumada de Santiago de Chile
representa un icono urbano, repleto de hombres mayores perte-
necientes a todos los estratos de la clase media.
Los grandes almacenes pertenecen al centro de las grandes
ciudades, frente al carácter suburbial de los centros comercia-
les. La clausura de un establecimiento señero simboliza el hun-
dimiento del casco histórico de San Salvador. La calle Florida de
Buenos Aires decayó en paralelo al cierre de “Harrods” y “Gath
y Chaves”. Precisamente, la trama de una de las películas de
Manuel Romero que ensalzan la vitalidad de la clase media por-
teña, titulada “Elvira Fernández, vendedora de tienda” (1942),
gira en torno a unos grandes almacenes. Las esplendorosas
“Galerías Pacífico” y los múltiples pasajes comerciales del en-
torno todavía contribuyen a neutralizar el declive de Florida.
Por todo ello, resulta importante que “El Palacio de Hierro”,
fundado por antiguos inmigrantes franceses, mantenga sus
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 9 2019 - Vol. 4
puertas abiertas en las cercanías del Zócalo de la Ciudad de
México. Los descendientes de los “barcelonnettes” todavía re-
gentan numerosos comercios clásicos, incluidos ámbitos como
la imaginería religiosa.
Los agrupamientos de establecimientos comerciales de un
mismo ramo en una calle o barrio permiten internalizar unas
economías de aglomeración. La atracción de público vía un
“efecto imán”. La rivalidad puerta con puerta alienta un mayor
esfuerzo entre los competidores. Todos estos fenómenos de es-
pecialización fomentan la vitalidad de los centros urbanos tradi-
cionales. La concentración de joyerías constituye un clásico, ya
sea en Buenos Aires (calle Libertad) o Ciudad de México (en tor-
no al Monte de Piedad, fundado en el siglo XVIII). Lo mismo pue-
de decirse de las librerías de lance, desde Santiago de Chile (ca-
lle San Diego), hasta la Ciudad de México (calle Donceles). Las
tiendas de imaginería religiosa (Quito) constituyen otro ejemplo
muy latinoamericano, así como los talleres para su reparación
(Ciudad de México). La muestra puede seguir: tiendas de alfom-
bras (calle Viamonte de Buenos Aires); instrumentos musicales
(inmediaciones de la avenida Pierola de Lima); zapaterías (en
los aledaños de las plazas de armas de Lima y Santiago); etc.
Los agrupamientos hosteleros también refuerzan la vitali-
dad urbana. Los tiempos de esplendor de la “Zona Rosa” de
la Ciudad de México ya han pasado, pero su concentración de
restaurantes coreanos ejerce un “efecto llamada”. Toda una
herencia del cosmopolitismo de este distrito bohemio. La mis-
ma observación se puede realizar sobre Capón, antiguo barrio
chino de Lima aledaño al centro histórico. Sus enormes chifas,
especializadas en platos chino-peruanos como el arroz chaufa,
son un reclamo para muchos capitalinos de clase media. Toda
una tradición limeña.
Los emigrantes extranjeros de extracción modesta suelen ele-
gir emplazamientos centrales como punto de reunión, ya sean
nicaragüenses en San José o peruanos en Santiago de Chile. La
proliferación de restaurantes asociados a esta última colectivi-
dad refuerza la vitalidad del entorno de la Plaza de Armas, espe-
cialmente durante los domingos. Por su parte, el parque donde
se reúnen los “nicas” de Costa Rica está rodeado de casas de
empeño y locutorios gestionados por “paisas” colombianos.
Un anticuario del centro de Santa Cruz de la Sierra lamenta
que “ya casi no hay centro” (2019), disgustado por el cierre de
los restantes establecimientos de su gremio. De forma intuitiva,
el buen hombre capta cómo “el todo es más que la suma de las
partes”, fundamento de los fenómenos de concentración espa-
cial del comercio minorista más especializado. Sin la existencia
de un agrupamiento, se reducen los incentivos para que los co-
leccionistas de clase media y alta se desplacen al centro para
comprar antigüedades.
La zona metropolitana de San José de Costa Rica se ha exten-
dido a lo largo de un estrecho corredor este-oeste, incorporado
pueblecitos con casas blancas tipo andaluz. El centro comercial
más exclusivo y el hotel más lujoso se encuentran en Escazú,
donde también proliferan urbanizaciones cerradas muy elitis-
tas. Por su parte, las oficinas de las empresas transnacionales
se concentran en Lindora, un parque empresarial muy distante
de la capital.
El centro de San José se despuebla por la noche, todo un sím-
bolo de su declive. Sin embargo, la urbe diurna resiste. La calle
Primera, vía principal, tiene como epicentro vivo un agrupamiento
cultural: la plaza compartida por el Teatro Nacional y el “Gran Ho-
tel Costa Rica”, un establecimiento clásico que conserva intacta
la suite en la que se alojaron John y Jacqueline Kennedy. Las dos
librerías principales de la ciudad y un pequeño teatro indepen-
diente se agrupan en las inmediaciones de este oasis urbano.
El “Hotel Holiday Inn” también induce su propia centralidad. A
partir de la demanda turística, se han agrupado varias galerías
de arte en sus inmediaciones. Un mercado muy vivo constituye
otro foco del centro de la capital de los “ticos”. Por otra parte,
La Soledad, un barrio anejo al centro ha experimentado una
revitalización. El desvío de las paradas de autobús y una “gen-
trificación rosa” incipiente han propiciado el cambio. Un enclave
bohemio y liberal donde, entre otras cosas, están los mejores
restaurantes asiáticos de San José.
Según plantea de forma acertada Sudjic (2017), algunas vías
señeras son marcas en sí mismas. La calle Corrientes de Bue-
nos Aires simboliza el viejo esplendor de la clase media por-
teña. Todo el mundo recuerda el lema de Corrientes: “la que
nunca duerme”. Algunas postales editadas en los años sesenta
del siglo XX nos muestran su visión nocturna con luces de neón
y fondo repleto de gente y automóviles.
La avenida de Santa Fe registra una gran vitalidad y man-
tiene un comercio minorista selecto. Se trata de la puerta de
entrada a Barrio Norte y Recoleta, donde reina el discreto en-
Confitería Richmond, Buenos Aires. Foto: Licencia internacional
Creative Commons.
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 10 2019 - Vol. 4
canto de la burguesía. Santa Fe también representa el acceso
a Palermo. A partir de un proceso de gentrificación, los dis-
tritos de “Palermo Soho” y “Palermo Hollywood” han ganado
atractivo tanto para los porteños más pudientes como para
expatriados y turistas. Una amalgama de bares de copas, res-
taurantes cosmopolitas con estética neoyorquina, boutiques
que combinan un toque de elegancia e informalidad, etc. La
placita Serrano constituye el epicentro de este nuevo Palermo
global que está de moda.
Sin embargo, la Avenida de Mayo, con su arquitectura de pos-
tín, experimenta el declive. Se trata de la frontera que anuncia
la cercanía de Constitución, un distrito que se adentra en el sur
degradado de Buenos Aires. Esta arteria tan principal tenía su
propia marca como “avenida de los españoles”. Una película de
Torre Nilsson recoge un diálogo entre dos protagonistas de cla-
se alta. Uno de ellos comenta con ironía la mayor probabilidad
de reencontrarse en París que en la avenida de Mayo, donde
solo había gallegos. Se trataba del punto de referencia para
emigrantes y exiliados españoles: cafés, restaurantes, hoteles
baratos y cartelera teatral con artistas ibéricos.
Algunos ancianos todavía se reúnen en el “bar La Embajada”,
pero el flujo migratorio finalizó en los años sesenta. Quién tuvo
retuvo: un agrupamiento de restaurantes españoles, cuyos pla-
tos se alejan de forma creciente de los paladares ibéricos, se
mantiene en la zona.
La concentración de servicios vinculados al ocio constituye
el soporte del tramo principal de la avenida Corrientes, situado
entre Callao y Florida. Todo un fenómeno de economías de aglo-
meración, a partir del agrupamiento de teatros, librerías, pizze-
rías, restaurantes tradicionales, cafés, heladerías y quioscos de
prensa. Las sinergias articulan un círculo virtuoso. Así, su am-
biente decae aquellos días en lo que no hay funciones teatrales.
El cruce entre Corrientes y Callao conforma un lugar estra-
tégico para tomar el pulso a la ciudad: el puro centro. Los en-
cuestadores suelen premiar a los informantes que rellenan sus
cuestionarios con una consumición en el “café de la Opera”. La
avenida mantiene el tono durante el verano, cuando la ciudad
se vacía. Muchos argentinos del interior hacen una escala en
su desplazamiento a destinos turísticos como Mar del Plata o
Pinamar, con el objeto de disfrutar de librerías y teatro en “la
que nunca duerme”.
A partir de su vocación de clase media, Corrientes siempre
ha tenido un carácter inclusivo. La concentración de “cafés
notables” y locales emblemáticos, tales como la “heladería Ve-
suvio”, donde siempre me siento como en casa, potencia su
carácter acogedor. El atractivo que ejerce la oferta de ocio de
otras zonas de la ciudad sobre los sectores más acomodados
enfatiza el carácter más popular de Corrientes. La apertura de
nuevas pizzerías en los últimos años lo ratifica. Sin embargo, el
“efecto imán” amortigua el declive.
El declive de la vida nocturna en una amplia zona del microcen-
tro porteño contrasta con la gran concentración de restaurantes de
lujo en el cercano Puerto Madero, un barrio convertido en punta de
lanza de Buenos Aires como ciudad global, con icono arquitectóni-
co incluido –el puente diseñado por Santiago Calatrava-. La rehabi-
litación de los viejos almacenes portuarios se ha complementado
con la construcción de rascacielos a partir de los años noventa del
siglo XX. Usos residenciales en mayor grado que sedes empresa-
riales; escasez de equipamientos públicos; y una población redu-
cida, en la medida que el motivo de inversión adquiere primacía
en la compra de apartamentos. A partir de una visión muy crítica,
Alejandra Daiha (2014) enfatiza la influencia ejercida por el estilo
de Miami y la idea del “country vertical” con condominios autosufi-
cientes para vecinos de alto poder adquisitivo.
Un enclave seguro con buenos pavimentos y un cuerpo de
policía (Naval) diferente al que patrulla por las calles del resto
de la ciudad. Un paraíso para turistas; y todo un centro alter-
nativo orientado a porteños pudientes y expatriados. Un taxis-
ta sabio me hizo el siguiente comentario hace algunos años:
“Puerto Madero no es Buenos Aires; se trata de Disneylandia”.
La zona metropolitana de Santa Cruz de la Sierra supe-
ra los dos millones de habitantes. La ciudad por la que cir-
culaban los carretones tirados por bueyes apenas contaba
con 42000 residentes en 1950. Una auténtica “boomtown”
que, en términos relativos, incluso proyecta unas estadísti-
cas más contundentes que Shenzhen, símbolo del milagro
económico chino.
La capital económica de Bolivia no cesa de expandirse a
partir del patrón latinoamericano precocinado en Miami. Los
barrios burgueses como Sirari o las Palmas, donde se con-
centran hoteles de lujo, restaurantes y sedes empresariales,
han ganado centralidad. Y las urbanizaciones cerradas proli-
feran en el distrito más retirado de Urubó.
Los pequeños comerciantes del centro histórico lamen-
tan de forma unánime la competencia que representan los
grandes “malls” de la periferia. Sin embargo, la Plaza Mayor
de Santa Cruz de la Sierra resiste. Sus vendedores de café,
uniformados y acreditados por el ayuntamiento, son figuras
entrañables dentro de la memoria afectiva de la ciudad. La
competencia por encontrar un banco libre por la tarde remite
a los “cien ojos” referidos por Jane Jacobs (1961), auténti-
ca vacuna contra la inseguridad ciudadana. Una buena ilu-
La Sexta Avenida, Guatemala. Foto: Licencia internacional Creative
Commons.
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 11 2019 - Vol. 4
minación ayuda. La integración urbanística con la manzana
adyacente ha habilitado un espacio público para actividades
lúdicas, desde conciertos hasta la ubicación de pinturas y
mesas para que los niños dibujen.
Exposiciones varias, contenidos museísticos, teatro y cine
refuerzan la centralidad del entorno de la Plaza Mayor en la
vida cultural de la ciudad. El antiguo Club Social, donde se
reunía la élite local, se ha democratizado; y ofrece almuer-
zos sabrosos para familias de clase media. Un sábado por
la noche la Taberna Irlandesa está atestada de jóvenes que
no viven en el centro. La vitalidad nocturna de este espacio
público durante los días laborables constituye todo un éxito.
Los bares de copas que habían emigrado al barrio de Equipe-
trol están retornando al centro.
La cultura de la esquina, configurada como epicentro de vi-
talidad urbana, constituye un clásico latinoamericano. La re-
cuperación del espacio situado frente a la catedral de Santa
Cruz resulta digna de mención. La reapertura de “La Pasca-
na”, antiguo café clásico de la ciudad, se ha visto acompaña-
da por el establecimiento de dos locales contiguos: “Lorca”,
donde hay actuaciones musicales en directo, y “Patrimonio”.
Este último integra un café con una casa-museo dentro un
precioso edificio de arquitectura republicana, donde tuvo su
residencia un prócer cruceño. Un hotel boutique completa una
esquina que, hasta tiempos muy recientes, estaba degradada
y quedaba vacía cuando los funcionarios de los edificios ale-
daños terminaban su jornada laboral y cerraban las imprentas
adyacentes.
Las señales de una incipiente gentrificación se extienden
por el damero, más allá de la Plaza Mayor. Se puede rese-
ñar la apertura de una glamurosa galería de arte en una calle
donde una señal advierte de la presencia de “palomillos” (la-
drones). Un bajo alquiler habría resultado un incentivo funda-
mental para establecerse en un entorno donde muchas casas
y locales comerciales se ofrecen en venta o alquiler. Toda una
apuesta de futuro.
Una gentrificación excesiva está resultando muy lesiva para
tantas ciudades globales en los países desarrollados, que re-
ciben desde hordas de turistas a expatriados de alto poder
adquisitivo. Sin embargo, ¿una gentrificación de baja intensi-
dad puede contribuir a mejorar el carácter del centro urbano
como espacio público interclasista en muchas metrópolis lati-
noamericanas?
La apropiación del centro urbano de las grandes ciudades
por parte de sectores sociales acomodados y turistas (Europa)
tiene como correlato su abandono por las clases medias y altas
(América Latina). En ambos casos opuestos, queda amenazado
el derecho a la ciudad.
Referencias bibliográficas

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Una gentrificación excesiva está resultando muy lesiva para tantas ciudades
globales en los países desarrollados, que reciben desde hordas de turistas
a expatriados de alto poder adquisitivo. Sin embargo, ¿una gentrificación de
baja intensidad puede contribuir a mejorar el carácter del centro urbano como
espacio público interclasista en muchas metrópolis latinoamericanas?
El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas
Distribución y Consumo 12 2019 - Vol. 4

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El declive de los centros históricos en ciudades latinoamericanas

  • 1. El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas SERGIO PLAZA CEREZO. Universidad Complutense de Madrid. RESUMEN A partir de una visión global sobre las grandes ciudades lati- noamericanas, se analiza el fenómeno compartido del declive del centro urbano histórico y tradicional. Su abandono por las capas más pudientes amenaza el carácter inclusivo y diverso de este espacio público, definitorio desde el trazado primige- nio de las antiguas ciudades coloniales. El resultado es una realidad urbana distópica, cuyo relato es el desencuentro, en un contexto de grandes diferencias sociales e inseguridad ciu- dadana. No obstante, muchos centros urbanos, desde Lima hasta Medellín, registran una resiliencia notable. El pequeño comercio tradicional y los establecimientos hosteleros emble- máticos no resultan ajenos a esta capacidad de resistencia. Se analizan numerosas experiencias urbanas, a partir de los esfuerzos del autor por recorrer y alcanzar una visión de los centros urbanos de las metrópolis latinoamericanas. PALABRAS CLAVE: Urbanismo, economía urbana, América Latina, grandes ciudades, centro urbano, calle principal, gentrificación. E l alma de una ciudad queda resumida en un conjunto de avenidas y calles principales. Jane Jacobs (1961) plantea- ba cómo una urbe sin un centro fuerte e inclusivo se limi- ta a una colección de intereses dispersos. La vitalidad de unas calles con usos mixtos, capaces de atraer a gente diferente durante horarios diversos, resulta fundamental para forjar ciuda- des vivas e interesantes. Octavio Paz (1950) defendía que, gracias al influjo del ca- tolicismo, había un lugar para todo el mundo en la sociedad colonial de Nueva España, a pesar de su carácter jerárquico. Las ciudades coloniales de Hispanoamérica fueron edificadas a partir de un centro inclusivo, cuya plaza de armas era punto de encuentro de la ciudadanía. El gran teatro del mundo barroco: lugar para ver y ser visto. El Renacimiento reivindicaba la ra- cionalidad del plano de damero desde la tradición grecolatina. Chueca Goitia (1968) también advierte un paralelismo entre la estructura de las plazas mayores de España y el patio de las mezquitas islámicas. El antropólogo Adrián Waldmann (2008) recoge la existencia de un clasismo subliminal en los itinerarios de los paseos por la Paseo Ahumada, Santiago de Chile. Foto: Licencia internacional Creative Commons. Distribución y Consumo 1 2019 - Vol. 4
  • 2. Plaza Mayor de Santa Cruz de la Sierra hasta tiempos recientes. Los ciudadanos más humildes daban la vuelta al recinto por su borde externo, dejando el área central para el disfrute de las familias más pudientes. Las plazas de armas continúan siendo tanto referente para celebraciones y manifestaciones. Sin embargo, los centros históricos y sus ensanches aledaños pierden relevancia en la trama urbana de las grandes metrópolis latinoamericanas. El desplazamiento de los segmentos sociales más acomodados a unas áreas residenciales cada vez más alejadas tiene como correlato la aparición de nuevas centralidades en las periferias. La vinculación de la clase alta y media-alta con el centro tradi- cional de sus ciudades se reduce de forma gradual. Se pueden advertir dos razones principales para explicar este fenómeno: el influjo de la cultura suburbana estadounidense; y los efectos del patrón de crecimiento desequilibrado registrado en tantas áreas metropolitanas latinoamericanas durante las últimas dé- cadas, caracterizado por las grandes desigualdades sociales, el ascenso de la inseguridad ciudadana y el policentrismo. La influencia ejercida por el modelo urbanístico de los Esta- dos Unidos, auténtico instrumento de “poder blando”, ha con- tribuido al declive de los centros tradicionales de las metrópolis latinoamericanas. El éxodo masivo de la clase media estadou- nidense hacia unos suburbios cada vez más lejanos ha confor- mado el “American Way of Life”. Los Angeles es el paradigma de la “no-ciudad” diseñada para el automóvil. Urbes como Lima o Bogotá han registrado una expansión ex- traordinaria con la llegada masiva de inmigrantes procedentes de las zonas rurales desde los años cuarenta del siglo XX. La zona metropolitana correspondiente a la Ciudad de México su- pera con creces los veinte millones de habitantes. Las antiguas urbes criollas se tornaron más desiguales, indígenas y mesti- zas. Los nuevos capitalinos proceden del “interior”, un concep- to geográfico indefinido con fuertes connotaciones psicológicas, asociado con atraso y lejanía. Un nuevo enfoque defiende cómo dicho crecimiento simbo- liza el triunfo de unas ciudades que ofrecen oportunidades -véanse Glaeser (2010) y Saunders (2010)-. Una vez que los asentamientos informales se integran en los municipios, queda posibilitada la vía para la movilidad social ascendente. La “cla- se C” de Brasil ha sido glosada como una nueva clase media baja surgida en la favela. Sin embargo, una dinámica de crecimiento desequilibrado, que patentiza las carencias de infraestructuras y servicios pú- blicos, conlleva la aparición de deseconomías de aglomeración. La polución atmosférica; la congestión del tráfico viario; la ex- pansión excesiva del sector informal; el déficit de viviendas dig- nas; y el aumento de la inseguridad ciudadana, dentro de un contexto marcado por desigualdades sociales extremas, consti- tuyen algunas problemáticas. Los cascos históricos de las grandes ciudades latinoameri- canas ya comenzaron a perder notoriedad cuando la clase alta desplazó su residencia hacia los nuevos ensanches, a partir de finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Se edifica- ron villas señoriales en barrios con encanto, que dejaban en- trever la influencia de las vanguardias arquitectónicas, desde Medellín (El Prado) hasta San José de Costa Rica (Amón). Un centro urbano, comprendido como espacio público de re- ferencia principal que comparten todas las clases sociales, se asemeja a una balanza. El equilibrio se alcanza cuando todos los ciudadanos registran un sentimiento de pertenencia e inclusión. Nadie está fuera de lugar, porque el centro es de todos. La rela- ción de las diversas clases sociales con la calle más emblemática permite medir la evolución histórica de dicha adscripción. Madero (Ciudad de México), Florida (Buenos Aires), Ahumada (Santiago de Chile), Junín (Medellín), Jirón de la Unión (Lima) o la calle Primera (San José de Costa Rica) han ostentado durante mucho tiempo una posición de primacía. La vía principal para las compras y el paseo. Sinónimos de elegancia y buen gusto. Los comercios más refinados y los mejores cafés se ubicaban en sus tramos. La balanza que mide la composición de fuerzas sociales dentro de dicho espacio público nació desequilibrada. Estas arterias configuraban la pasarela de la clase alta durante la Plaza Mayor de Lima. Foto: Licencia internacional Creative Commons. Avenida Carabobo, Medellín. Foto: Licencia internacional Creative Commons. El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 2 2019 - Vol. 4
  • 3. primera mitad del siglo XX. La letra de “Isabelita”, la canción compuesta por el cineasta argentino Manuel Romero, lo re- fleja a la perfección: “A las cinco por Florida, muy bien vesti- da pasa Isabel; su silueta distinguida es perseguida como la miel (…) cuando fina y elegante, rosa fragante pasa Isabel, va arrastrando tras su gracia y aristocracia todo un tropel”. Un anciano de la clase media-alta de Medellín me relataba un re- cuerdo de juventud, cuando los muchachos se apostaban en las esquinas de la calle Junín para ver pasar a las chicas más lindas y elegantes. El respeto de la ciudadanía a la vía más glamurosa resultaba manifiesto en todos los órdenes. Unos señores mayores me comentaban cómo, antaño, para pasear por la calle Primera de San José, “había que llevar corbata”. Y las mujeres más distinguidas portaban sombrero en Jirón de la Unión (Lima). Henri Lefebvre (1968) reivindica el derecho de la ciudadanía a unas urbes apropiadas por la alta burguesía, como ocurriera con el París del Barón Haussmann. La expansión de los estratos sociales medios y los aires igualitaristas de los años sesenta de- mocratizarían la vinculación con la arteria principal de las capi- tales latinoamericanas. Así, para Beatriz Sarlo (2018), Lavalle, la calle de los cines de Buenos Aires y perpendicular a Florida, era “la fiesta de las capas medias y bajas”. Buenos Aires constituirá un caso especial por la fortaleza de su clase media, engrosada por los inmigrantes europeos de pri- mera y segunda generación. Las comedias de Manuel Romero reflejan el acceso al ocio de los miembros de la clase media- baja en el centro del Buenos Aires de los años treinta y cuarenta del siglo XX. Juan José Sebreli (2010) advierte la encarnación de aquel estrato social de nuevo cuño en el personaje de “Cati- ta”, interpretado por Niní Marshall, en aquel Buenos Aires don- de la irrupción de las pizzerías de la calle Corrientes supuso toda una revolución. La trama de “Isabelita” (1940), obra maestra del cine argenti- no, se repite en las comedias de Manuel Romero. Los romances interclasistas donde jóvenes de la aristocracia criolla se inser- tan de incógnito en un grupo de amigos de clase media-baja. El personaje interpretado por Paulina Singerman descubre el dis- creto encanto del Buenos Aires de la clase media, con placeres como comer pizza. Un mundo nuevo se le abre a aquella joven inquieta y consentida, procedente de una clase alta que perma- necía cerrada sobre sí misma. “Isabelita”, cuya banda sonora es la canción con el mismo nombre, refleja aquella transición desde un centro urbano patricio al triunfo de una clase media que marcará su impronta. La balanza de los centros urbanos de las metrópolis latinoa- mericanas se había equilibrado hacia unos espacios públicos más inclusivos. Sin embargo, aquel escenario entraría en crisis algunas décadas después. El predominio inicial de la clase alta (fase I) dio lugar a la hegemonía de la clase media (fase II). El círculo se cierra con el acceso masivo de la clase baja a los centros urbanos (fase III), que tiene como correlato su abando- no por parte de los estratos más acomodados y la erosión de la clase media por sucesivas crisis económicas a partir de los años ochenta del siglo XX. La huella de la clase media resulta fundamental para que un centro urbano tenga un carácter inclusivo. Si este estrato social se debilita, la desconexión será absoluta entre los segmentos de bajo y alto poder adquisitivo. EL DECLIVE DE LOS CENTROS URBANOS HISTÓRICOS Y TRADICIONALES Las ciudades coloniales de América Latina se fundaron con as- piraciones utópicas propias del Renacimiento dentro del espa- cio público compartido. Por el contrario, un “apartheid” espacial creciente entre ricos y pobres simboliza la evolución hacia un patrón de ciudad distópica y fallida, cuyo relato es el desen- cuentro. El declive del centro urbano tradicional implica la desa- parición de los lugares de encuentro interclasistas. Los estratos sociales más acomodados huyen hacia la “no- ciudad”, recreada en unas periferias cada vez más lejanas. Se articulan nuevas centralidades en torno a centros comerciales que son espacios privatizados, donde quedan garantizadas la seguridad, el aire acondicionado y unos pavimentos en buen estado. Una vez quebrado el centro inclusivo, la opción residen- cial de los barrios cerrados, auténticas fortalezas, gana enteros entre los segmentos de clase alta y media-alta. Se trata de los “countries” de Pilar (Gran Buenos Aires) o las “ciudadelas” de San Borondón (Guayaquil) –véase, para un análisis detallado del caso argentino, Vidal-Koppmann (2014)-. Un centro urbano, comprendido como espacio público de referencia principal que comparten todas las clases sociales, se asemeja a una balanza. El equilibrio se alcanza cuando todos los ciudadanos registran un sentimiento de pertenencia e inclusión. Nadie está fuera de lugar, porque el centro es de todos. La relación de las diversas clases sociales con la calle más emblemática permite medir la evolución histórica de dicha adscripción El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 3 2019 - Vol. 4
  • 4. La fractura étnica y las desigualdades sociales intersectan en clave territorial: la población más “blanqueada” predomina en los “malls” suntuosos de Latinoamérica, frente a unos centros urbanos más mestizos, mulatos e indígenas. En definitiva, la pervivencia de la divisoria entre la llamada “gente de razón” y las “castas” en la ciudad colonial. Las personas mayores con una posición acomodada residen- tes en los suburbios mantienen una cierta vinculación con el centro, prorrogando las rutinas de juventud. Sin embargo, mu- chos jóvenes desconocen el casco histórico de sus ciudades. Los abuelos de Miraflores llevan a sus nietos para que conoz- can la Plaza de Armas de Lima. Un estudiante me confesaba que solo se trasladaba al Zócalo cuando sus familiares de Es- paña viajaban a la Ciudad de México. Una abuela chilena me relataba que su nieta se desplazó por primera vez al centro de Santiago para tramitar su pasaporte… Lefebvre (1968) resalta que el centro del casco histórico de Beijing (Plaza de Tiananmén) se encuentre a la puerta de la “Ciudad Prohibida”, residencia de los antiguos emperadores de China. Algunos enclaves marcan fronteras oficiosas. Un joven de posición acomodada de Santiago de Chile me confesaba que apenas traspasaba la Plaza de Italia, situada a medio camino entre el barrio burgués de Providencia y el centro urbano. Pre- cisamente, su carácter “fronterizo”, como puerta de la “ciudad prohibida” (el casco histórico) fomenta la vitalidad urbana. Un lugar frecuentado por un público diverso, donde se encuentra la “Fuente Alemana”, establecimiento señero para degustar el “sandwich” chileno. Otro ejemplo lo encontramos en “La Mon- señor”, un tramo de avenida situado entre el borde donde ter- mina el casco histórico de Santa Cruz de la Sierra y la entrada a los barrios pudientes. Sus cafés destilan el discreto encanto de la clase media y un grado notable de inclusividad. La renuncia al centro tradicional por parte de los jóvenes tilda- dos como “pitucos”, “fresas” o “cuicos” anticipa un escenario de pesadilla. Richard Sennett (1970) enfatiza el carácter adolescen- te del suburbio frente a la ciudad adulta, cuya diversidad enseña a resolver los conflictos. De la misma forma, frente a la ciudad peligrosa, el centro comercial, tan consustancial a la periferia me- tropolitana, “produce serenidad porque es muy fácil de conocer y sus cambios son también sencillos de descifrar” (Sarlo, 2009: 25). Si la homogeneidad de las periferias con un perfil residencial alto deriva en el desconocimiento del otro, la película hispano- mexicana “La zona” (2007), dirigida por Rodrigo Pla, refleja la de- riva autoritaria que puede darse en los barrios cerrados. Los corredores suburbanos de una prosperidad mal digeri- da se alejan de forma exponencial del centro urbano. La inse- guridad ciudadana propulsa, junto al deseo de diferenciación social, la huida de las clases acomodadas hacia las periferias. Las metrópolis latinoamericanas se encuentran entre las más peligrosas del planeta, con tipologías criminales tan autóctonas como el “secuestro express”, denominado en México el “viaje de los millonarios”. La desconexión espacial no es la solución. Se puede recordar aquella metáfora del personaje foráneo que pretende aban- donar la ciudad en cuarentena, retratada por Albert Camus (1947), sin entender que toda la población cercada compartía un destino colectivo. LAS DIFERENCIAS ENTRE EL DÍA Y LA NOCHE Muchos centros urbanos se despueblan una vez que cae la no- che. La peligrosidad se masca en el ambiente. Y toca abando- nar el lugar. Ante el riesgo de tomar un taxi a pie de calle, triun- fan compañías de radiotaxi con nombres como “Taxi seguro” (Lima) y aplicaciones tipo “Uber”. Mi hermano, el sociólogo Ernesto Plaza Cerezo, denomina “sín- drome de Cenicienta” a la ansiedad de la ciudadanía por aban- Plaza de Armas, Santiago de chile. Foto: Licencia internacional Creative Commons. Avenida Ayacucho, Medellín. Foto: Licencia internacional Creative Com- mons. El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 4 2019 - Vol. 4
  • 5. donar el centro urbano de tantas urbes latinoamericanas antes del anochecer. Los horarios de los establecimientos comercia- les aportan una información valiosa. La emblemática confitería “Astor”, fundada en 1930 en la calle Junín, arteria principal del casco histórico de Medellín, cierra a las 18.30-19 horas. Un es- cenario que recuerda a la ciudad distópica novelada por Zamiatin (1924), donde solo hay una hora al día para pasear. Los hoteles del centro urbano son más baratos que los esta- blecimientos equivalentes ubicados en las nuevas centralida- des, convertidas en oasis para los turistas internacionales. Los hoteles de lujo han abandonado el centro para establecerse en barrios elegantes como Jardins (Sao Paulo) o Polanco (Ciudad de México). Los términos “zona rosa” o “zona viva” son habi- tuales en numerosas urbes. Muchos hoteles emblemáticos del centro cierran o pierden categoría. Las fotografías expuestas en la planta baja del “Hotel Nutibara” muestran las celebraciones de la alta burguesía antioqueña durante los años cincuenta. Se trataba del alojamiento más elegante de Medellín, elegido mu- cho tiempo después por Pablo Escobar para organizar sus fies- tas durante la madrugada. La decadencia actual resulta más que evidente, desde el acondicionamiento de sus habitaciones hasta la presencia exclusiva de establecimientos de comida rá- pida en sus dependencias. Medellín ha sido laureada por unas políticas urbanas que tra- tan de anular la vinculación de su marca-ciudad con el narco- tráfico. Su metro ha creado una cultura cívica, prolongándose dicha infraestructura hasta los asentamientos informales de los cerros a través de un sistema de Metrocable. Sin embargo, no se ha logrado detener el declive del centro histórico. El “Hotel Nutibara” se ubica en una plaza principal, frente al Museo de Botero, un contenedor cultural que contribuye a re- forzar la centralidad del casco histórico. Sin embargo, la visión nocturna de la plaza resulta desoladora desde la terraza del bar del Nutibara, que ofrece un espectáculo de marginalidad extre- ma, especialmente cuando los últimos vendedores ambulantes abandonan dicho entorno. El recorrido de apenas setenta me- tros para alcanzar la panadería más cercana puede convertirse en un infierno. Una vez que los sectores sociales más acomodados minimi- zan su relación con el centro tradicional de las metrópolis lati- noamericanas, desaparecen los establecimientos comerciales y hosteleros de gama más alta. La oferta se adapta a un público con un bajo nivel adquisitivo, dentro de unos espacios públi- cos que han perdido diversidad. Algunas cadenas de comida rápida practican la discriminación de mercados, sin distribuir los productos más “gourmet” en los locales más populares del centro –tales como hamburguesas elaboradas con carne del tipo Angus-. La reubicación de establecimientos emblemáticos hacia los centros alternativos se impone. Desde hace décadas, el mítico “café Haití” se encuentra en la plaza principal de Miraflores, que ejerce como centro real de Lima, a partir de su carácter inclusivo como barrio de clase media. A partir de los daños su- fridos por el terremoto de 2010, la “heladería Tavelli” cerró sus puertas en el casco histórico de Santiago de Chile, quedando abierto el establecimiento de Providencia (un barrio burgués pa- rejo a Miraflores). Una antigua confitería italiana del centro de San José de Costa Rica ya solo mantiene abierta la sucursal del barrio universitario de San Pedro. La cadena colombiana de cafeterías “Juan Valdez” se ha afianzado como marca internacional, pero resulta llamativa su ausencia del casco histórico de Medellín. Sus únicos estableci- mientos a pie de calle se encuentran en el Poblado, suburbio reconvertido en el centro más vivo del área metropolitana. La vida nocturna, los hoteles de lujo y los principales centros co- merciales se encuentran en dicho distrito, cuyo desarrollo in- mobiliario no resulta ajeno al lavado de dinero procedente del narcotráfico. Sin embargo, Patiño Villa (2015: 142) ya advierte un desplazamiento de la clase más pudiente hacia Rionegro, mucho más lejos del centro de Medellín, “por medio de condo- minios cerrados cada vez más aislados”. El cierre de las salas de cine ha reducido la vitalidad de los centros urbanos tradicionales. Su antigua concentración en calles específicas como Lavalle (Buenos Aires) o Pierola (Lima) favorecía unas economías de aglomeración que multiplicaban la atracción de público. El gerente orensano de la “confitería Richmond” recordaba con añoranza los tiempos en que, gra- cias a los cines de Lavalle, había que pedir a los clientes que abandonaran el local más allá de las dos de la madrugada. La última vez que visité dicho café (2011) había apenas cuatro o Un “apartheid” espacial creciente entre ricos y pobres simboliza la evolución hacia un patrón de ciudad distópica y fallida, cuyo relato es el desencuentro. El declive del centro urbano tradicional implica la desaparición de los lugares de encuentro interclasistas El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 5 2019 - Vol. 4
  • 6. cinco clientes media hora antes del cierre, que, en los últimos años, se había adelantado hasta las 22 horas. La clausura de este icono, donde Borges tomaba el té en la sobremesa, sim- boliza la decadencia de la calle Florida. El Richmond albergaba la memoria de Buenos Aires dentro de un escenario grandioso, repleto de espejos y columnatas. El Caravelle constituye el reducto de los últimos emigrantes italianos en Buenos Aires. Según me ha contado algún infor- mante, varios cafetines similares congregaban a los jóvenes “tanos” durante los sábados por la tarde de los años cincuenta del siglo XX en la calle Lavalle. Otro efecto inducido por la con- centración de cines en dicho espacio. Una nostálgica Beatriz Sarlo (2018) considera que Lavalle ha evolucionado desde “ca- lle festiva” a “corredor deteriorado y, en ocasiones, siniestro”. Los vendedores ambulantes crecen de forma exponencial en aquellas calles principales donde se ha iniciado la decadencia. A partir de una dinámica de “círculo vicioso”, dicho fenómeno acelera el declive. Estos agentes económicos actúan como go- rrones (“free riders”). Se benefician de una ubicación central sin pagar impuestos. El bullicio asociado a los mercados informales también propicia un aumento de la delincuencia. Un comercio ambulante excesivo puede arruinar un centro ur- bano. Cuando visité San Salvador (2004), su centro histórico se encontraba al borde del colapso, imposibilitando de facto una visita a pie del distrito. Un comerciante que regentaba un local decadente se negaba a clausurar un negocio con tradición fami- liar. Se quejaba acerca de cómo bien pareciera que “en General Escalón hubiera otro Dios”, refiriéndose a la avenida principal del centro moderno, donde se ubican los principales centros comerciales. Entre otras desgracias, se había producido un ase- sinato a la puerta de su tienda. La Avenida Sexta era la vía más comercial del centro histó- rico de la Ciudad de Guatemala. Siempre recordaré cómo los escaparates de las tiendas formales quedaban ocultos por la superposición de los tenderetes ambulantes (2004). Una viuda asturiana regentaba una librería que tenía el encanto del deca- dentismo. La buena mujer lamentaba la frecuencia con la que los viandantes se orinaban a la entrada del local. Lima ha adoptado algunas medidas interesantes para que el comercio informal contribuya a hacer ciudad. La legalización de los vendedores ambulantes establecidos en el centro comercial “Polvos azules” constituye todo un ejemplo. De la misma forma, se ha favorecido la concentración de libreros ambulantes en dos enclaves del centro histórico. Los terremotos también pueden contribuir al declive de los centros urbanos. La Ciudad de Managua quedó destruida en 1972. Las zonas comerciales y residenciales de perfil alto se concentran en torno a un único eje viario en la salida de la ca- pital. El palacio presidencial, la catedral y las ruinas de algunos edificios aislados permanecen en el centro. Un desierto urbano propio de una película de ciencia ficción. Una señora mayor, residente en el edificio ruinoso de la anti- gua farmacia Managua, reconvertido en asentamiento informal, me contó una historia de realismo mágico (2004). El día pre- vio al terremoto habrían aparecido tres jóvenes muy blancas, ataviadas con vestidos del mismo color, que pronunciaron una sentencia profética: “Ay, Managua, Managua, ciudad violenta y traicionera”. Los nuevos centros de la Ciudad de México se han ido alejan- do del Zócalo de forma gradual. La clase creativa puso de moda la llamada “zona rosa” en los años sesenta, dentro del eje viario del Paseo de la Reforma. Posteriormente, retomaría el relevo Polanco, un distrito plagado de restaurantes que mantiene una vitalidad urbana. Las últimas tendencias apuntan hacia el de- sarrollo de Santa Fe, un enclave demasiado retirado que está absorbiendo una parte del centro financiero. Un informante me comentaba con ironía que los judíos ricos viven en Santa fe, mientras que los judíos pobres residen en Polanco. CLASES SOCIALES,CIUDAD Y COMERCIO La ordenación espacial de las clases sociales resulta evidente en Santiago de Chile. En una primera fase, el centro vivo emigró a Providencia, donde impera un espíritu de clase media. La pro- longación del mismo corredor conduce a Las Condes, el distrito más exclusivo de la ciudad. La avenida de Isidora Goyenechea ejerce como “milla de oro” capitalina: un agrupamiento que in- cluye boutiques lujosas, la tienda de vinos más exclusiva y res- taurantes vascos muy caros. Las áreas residenciales para las clases más pudientes de Santiago prosiguen su expansión, más allá de Las Condes, hacia la cordillera andina. Los centros de la clase alta siempre son poco inclusivos. Un nivel económico más alto y la distancia potencian la segrega- ción, la privatización del espacio público y la primacía de los centros comerciales. Por el contrario, los barrios burgueses pri- Ciudad de México. Foto: Licencia internacional Creative Commons. El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 6 2019 - Vol. 4
  • 7. migenios, los primeros ensanches, que son ciudad –en vez de suburbio- y tienen un largo recorrido urbano vinculado a la clase media, tales como Providencia (Santiago), La Condesa (Ciudad de México), la colonia Roma (idem) o Miraflores (Lima), son bas- tante más inclusivos que los barrios específicos de clase alta. Las iglesias evangélicas reclutan sus feligreses entre la po- blación más humilde. Su visibilidad resulta manifiesta en los centros urbanos de Latinoamérica durante los domingos, cuan- do dichos espacios se vacían. Todo un símbolo de la evolución de los antiguos espacios públicos interclasistas, donde se re- duce la presencia de las clases más pudientes. El casco his- tórico de Santiago de Chile constituye un ejemplo. Estas orga- nizaciones religiosas suelen alquilar o adquirir antiguas salas de cine para celebrar actos multitudinarios. Un fenómeno que llega hasta las principalísimas 18 de julio (Montevideo) y Lavalle (Buenos Aires). Una comerciante de origen palestino, minoría muy presente en el ramo minorista del centro de Santa Cruz de la Sierra, recuerda con nostalgia los tiempos en los que “La Velasco”, antigua calle principal, era como “la Quinta Avenida”, ubicación favorita de las tiendas más selectas. De forma simbó- lica, el antiguo cine más importante de la ciudad, que ocupa un espléndido edificio “art decó” en dicho emplazamiento, se ha reconvertido en una iglesia evangélica. LA RESILIENCIA DE LOS CENTROS URBANOS Los cascos históricos y centros urbanos tradicionales situados en los primeros ensanches de las metrópolis latinoamericanas registran una gran resiliencia. Se atribuye al escritor español Camilo José Cela la sentencia “quien resiste gana”. Las modas internacionales cambian. La generación con edades compren- didas entre los 20-38 años (los “millennials”) registra un sesgo hacia un modo de vida urbanita, incluso en los Estados Unidos, donde los sociólogos ya estudian la decadencia de los subur- bios (véase Gallagher, 2013). La regeneración de los centros urbanos se encuentra con un nuevo peligro. Su apropiación por parte de los sectores más aco- modados a través de operaciones inmobiliarias que conlleven procesos de gentrificación y expulsión de los vecinos menos pu- dientes. La Ciudad de Panamá lo corrobora. Si la clase alta tien- de a desplazarse a zonas residenciales “tipo Miami” de carácter suburbano, como Ciudad del Este, una población muy humilde se concentra en el casco histórico, catalogado como patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Las rehabilitaciones proliferan a medida que profesionales adinerados de los Estados Unidos adquieren inmuebles. La expulsión de una población de bajos ingresos que vive de alquiler es el resultado. En un contexto dual, los niños que juegan en la Plaza de Armas no pueden tomarse un helado en “Saint Clement”, una heladería francesa muy exclusi- va. El nuevo paseo marítimo (“Cinta Costera”), constituye una in- fraestructura estratégica que une el centro moderno con el casco histórico; pero la revalorización inmobiliaria de este último distrito supone una externalidad negativa. La competitividad turística como “ciudad patrimonio de la Hu- manidad” refuerza la centralidad del casco histórico de Quito. La apertura de hoteles con encanto en edificios de arquitectura colonial resulta significativa. Al contrario que en Medellín, sí hay cafeterías de la cadena “Juan Valdez” en el casco histórico de Cartagena de Indias. Los estudiantes universitarios aumentan el grado de diversidad en sus calles, evitando su conversión en parque temático para turistas. La Cartagena colonial constituye un enclave donde queda ga- rantizada la seguridad. La gentrificación avanza. La “Esquina San Diegana” es un bar que preserva la raigambre popular de un pequeño barrio dentro del recinto amurallado. Su encargado nos comenta que ya no conoce a ningún vecino, ya que la gente adinerada está comprando todas las casas. La proximidad del “Hotel Sofitel”, ubicado en el convento de Santa Clara, acelera el proceso. Los centros de la clase alta siempre son poco inclusivos. Un nivel económico más alto y la distancia potencian la segregación, la privatización del espacio público y la primacía de los centros comerciales Avenida de Mayo, Buenos Aires. Foto: Licencia internacional Creative Commons. El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 7 2019 - Vol. 4
  • 8. Getsemaní es un barrio histórico situado extramuros, donde resi- den familias muy humildes; pero, la gentrificación también está en marcha. El bar de copas más popular de Cartagena, muy frecuen- tado por turistas internacionales, se ubica dentro de sus lindes. La inestabilidad política y la vulnerabilidad del Estado de Derecho han sido una lacra en América Latina. Los golpes de estado militares de los años setenta del siglo XX, acompañados de sendos toques de queda, así como las subsiguientes dicta- duras, contribuyeron al declive de la vida nocturna en el centro de Santiago de Chile y Buenos Aires. Por su parte, la barbarie terrorista debilitó la movilidad urbana y la vitalidad del casco histórico de la capital de Perú. Probablemente, Lima sea la metrópolis latinoamericana más resiliente. Hoteles clásicos, bares antiguos y pequeño comercio de calidad fijan la centralidad de los espacios urbanos como iconos de la identidad. Algunos emblemas limeños mantuvieron sus puertas abiertas durante los peores años de Sendero Lumi- noso, aplicando aquello de “quien resiste gana”. Las banderas italianas ondeaban en las inmediaciones de la plaza de armas de Lima hace décadas. Una parte significativa del pequeño comercio del centro estaba en manos de emigran- tes genoveses, originarios de Rapallo. Estos paisanos mante- nían unos fuertes lazos de solidaridad mutua. Sus descendien- tes todavía regentan numerosos establecimientos. Me gustaría destacar dos bares entrañables, que mantienen su decoración original de los años treinta: “Queirolo” y “Cordano”. Se trata lugares muy concurridos, donde se pueden degustar “sangu- ches” de jamón del país, pastas o causa limeña. A medida que el centro renacía, se modificaban las horas de cierre, pasando, en uno de los casos, desde las 22 horas hasta las dos horas de la madrugada. Una clienta de clase media me comentaba cómo, durante los años más duros del terrorismo, nunca dejó de desplazarse al casco histórico para comprar su ejemplar de la revista española “Hola”. El escritor peruano-alemán Bernd Zettel (2006: 35) rememora sus vivencias adolescentes durante los primeros años sesenta del siglo XX. Por aquel entonces, la Plaza de San Martín era el puro centro, “el barrio de los mayores, de los que trabajaban en las tien- das, oficinas, despachos, el barrio de los extranjeros del Hotel Bolí- var o del Crillón y, más entrada la noche, el de los noctámbulos de las boites y de los bares”. Sin embargo, para un muchacho de fa- milia acomodada “no era ese el barrio de los colegios, los amigos, las fiestas, los paseos, las visitas a las chicas”. La brecha espacial entre ambos mundos comenzaba a ensancharse. Los dos mejores hoteles de la Lima de los años sesenta del si- glo XX se encontraban a escasa distancia. Si uno de ellos cerró sus puertas (el “Hotel Crillón”), el “Gran Hotel Bolívar” aguantó el vendaval de violencia y decadencia que se abatió sobre el centro urbano. La experiencia de alojarse en el Bolívar (2012) resultó memorable. Las habitaciones se mantenían como en los años de la “Belle Epoque”; los propios empleados gestionaban el negocio; y las dos plantas más elevadas se encontraban clau- suradas. A pesar de las circunstancias, el Gran Hotel Bolívar sobrevivía a viento y marea, con sus leyendas incluidas. Muchos limeños se desplazan al bar del establecimiento, situado en la Plaza de San Martín, para degustar su famoso “pisco sour” durante los fines de semana. Los grandes hoteles crean centralidad en su entorno. Y el Bolívar no es una excep- ción. Un efecto de arrastre: la concentración aledaña de libre- rías de lance y casas de cambio en sus inmediaciones. Sin embargo, la recuperación del centro histórico, acompaña- da de una revalorización inmobiliaria, ha tenido como correla- to la expulsión de los libreros de Jirón Quilca para construir un moderno centro comercial. Se trata de una mala noticia; pero, su reubicación en Rimac, busca la regeneración de un espacio degradado, que tiene gran valor monumental como ensanche ilustrado de la Lima virreinal en el siglo XVIII y digno escenario de las vivencias de “La Perricholi”. La apertura del primer establecimiento de la cadena de ca- feterías de “Starbucks” en el centro histórico de Lima en 2013 (junto a Jirón de la Unión) anuncia un retorno incipiente de la clase media más pudiente a esta zona de la ciudad. El entorno de la Bolsa de Lima conforma un enclave, donde se ha estable- cido la prestigiosa “confitería San Antonio”, antes solo presente en los barrios más acomodados. Los comercios con una oferta de bienes y servicios de gama media y alta resultan fundamentales para que los centros his- tóricos recuperen su diversidad, evitando su pauperización. Por Hotel Nutibara, Fachada, Medellin. Foto: Licencia internacional Creative Commons. Larcomar, Lima. Foto: Licencia internacional Creative Commons. El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 8 2019 - Vol. 4
  • 9. ejemplo, la “librería El Virrey” y un restaurante del afamado Gas- tón Acurio refuerzan la centralidad del entorno de la Plaza de Armas de Lima. Muchos negocios familiares con gran tradición resisten en sus emplazamientos primigenios. Los hijos y nietos de sus pri- meros clientes suelen vivir lejos del centro, pero mantienen el vínculo con la tienda en cuestión. Una historia que se repite, tal como ocurre con una camisería selecta de la decadente calle Junín de Medellín, donde también resisten dos cafeterías his- tóricas muy selectas, que integran la memoria afectiva de la ciudad. Esta arteria mantendrá el tipo mientras pervivan Astor –con sus mazapanes alemanes- y Versalles –donde se sirven excelentes pizzas argentinas-. Las plazas de armas ejercen como emplazamientos para la representación del poder. Catedral y palacio presidencial com- parten estos espacios públicos tan señeros en Lima, Quito o la Ciudad de México. La preservación de los lugares de trabajo de los funcionarios en los centros urbanos resulta fundamen- tal para mantener la diversidad de usos y transeúntes. Cuántos restaurantes se pueden encontrar en el centro de Lima orienta- dos a este público de clase media. Por el contrario, la construc- ción de centros cívicos aislados solo sirve para restar vitalidad a los centros urbanos. Si “el viaje en metro es lección de unidad en la diversidad”, como argumenta Monsiváis (1995), las inversiones en trans- porte público promueven la cohesión social y territorial. El casco histórico de Lima internaliza una parte del dinamismo burgués de Miraflores vía Metrobús, una conexión eficiente y segura que propicia una simbiosis entre ambos lugares. La antigua aristocracia criolla lleva mucho tiempo sin residir en los centros históricos de las capitales latinoamericanas. Una excepción simboliza la resiliencia del casco histórico limeño. Los descendientes de Jerónimo de Aliaga todavía residen en la casa erigida en el solar asignado al conquistador segoviano por Francisco Pizarro en las inmediaciones del Palacio Presidencial. Una mansión con la típica balconada de madera, característica de la arquitectura colonial. La luz tenue del interior de la vivien- da refleja el decadentismo propio de una película de Visconti. Los glamurosos cabarets que aparecen en las películas de la Edad de Oro del cine mexicano (años cuarenta y cincuenta del siglo XX) se ubicaban en la avenida de San Juan de Letrán (ac- tual Lázaro Cárdenas). Sin embargo, la vida nocturna del centro histórico de la Ciudad de México, atenazado por la inseguridad ciudadana, ha quedado muy empequeñecida. En este contexto, locales como el “Café Popular”, donde sirven unos excelentes huevos a la ranchera durante las 24 horas del día en las cerca- nías del Zócalo, o poder cenar en un restaurante tan emblemá- tico para las clases acomodadas como “El cardenal”, son faros que contribuyen a hacer ciudad y reforzar el espacio público interclasista ¿Y qué decir del “Salón Málaga”? Un bar mítico donde sólo se escucha música de tango y bolero, auténtico oa- sis nocturno en el peligroso centro de Medellín. Buenos Aires ha sido pionera en la creación de la figura de los “cafés y bares notables”. Un apoyo público a establecimientos que integran tanto la memoria afectiva como la autoestima de la ciudad. Por su parte, la campaña “Medellín sí sabe” agrupa desde pastelerías históricas a sencillos puestos para degustar jugos o arepas. Las capitales latinoamericanas deberían seguir el ejemplo, máxime cuando avanzan por doquier los “no-luga- res” encarnados en franquicias clónicas. La preservación de los emblemas hosteleros refuerza la vitalidad de los centros urba- nos y su carácter diverso. Marc Augé (2015) enfatiza cómo las ciudades más acogedoras son aquellas en las que encuentra el equivalente del “bistrot” parisino, auténtica prolongación del propio domicilio. “La Hacienda”, un clásico para degustar la bandeja paisa, amortigua el declive de la calle Junín de Medellín. Por su parte, el “café de la Opera”, la “chocolatería El Moro” y la “cafetería Sanborns” ubicada en el icónico Palacio de los Azulejos preser- van la identidad del centro histórico de la Ciudad de México. La experiencia de tomar un café en “Florida Garden” (Buenos Aires) realza el interés de la calle Florida. La posibilidad de de- Los grandes almacenes pertenecen al centro de las grandes ciudades, frente al carácter suburbial de los centros comerciales. La clausura de un establecimiento señero simboliza el hundimiento del casco histórico gustar un chocolate con humitas en el “café Niza” enriquece la oferta de ocio en el casco histórico de Quito. El Haití, “café con piernas” situado en el Paseo de Ahumada de Santiago de Chile representa un icono urbano, repleto de hombres mayores perte- necientes a todos los estratos de la clase media. Los grandes almacenes pertenecen al centro de las grandes ciudades, frente al carácter suburbial de los centros comercia- les. La clausura de un establecimiento señero simboliza el hun- dimiento del casco histórico de San Salvador. La calle Florida de Buenos Aires decayó en paralelo al cierre de “Harrods” y “Gath y Chaves”. Precisamente, la trama de una de las películas de Manuel Romero que ensalzan la vitalidad de la clase media por- teña, titulada “Elvira Fernández, vendedora de tienda” (1942), gira en torno a unos grandes almacenes. Las esplendorosas “Galerías Pacífico” y los múltiples pasajes comerciales del en- torno todavía contribuyen a neutralizar el declive de Florida. Por todo ello, resulta importante que “El Palacio de Hierro”, fundado por antiguos inmigrantes franceses, mantenga sus El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 9 2019 - Vol. 4
  • 10. puertas abiertas en las cercanías del Zócalo de la Ciudad de México. Los descendientes de los “barcelonnettes” todavía re- gentan numerosos comercios clásicos, incluidos ámbitos como la imaginería religiosa. Los agrupamientos de establecimientos comerciales de un mismo ramo en una calle o barrio permiten internalizar unas economías de aglomeración. La atracción de público vía un “efecto imán”. La rivalidad puerta con puerta alienta un mayor esfuerzo entre los competidores. Todos estos fenómenos de es- pecialización fomentan la vitalidad de los centros urbanos tradi- cionales. La concentración de joyerías constituye un clásico, ya sea en Buenos Aires (calle Libertad) o Ciudad de México (en tor- no al Monte de Piedad, fundado en el siglo XVIII). Lo mismo pue- de decirse de las librerías de lance, desde Santiago de Chile (ca- lle San Diego), hasta la Ciudad de México (calle Donceles). Las tiendas de imaginería religiosa (Quito) constituyen otro ejemplo muy latinoamericano, así como los talleres para su reparación (Ciudad de México). La muestra puede seguir: tiendas de alfom- bras (calle Viamonte de Buenos Aires); instrumentos musicales (inmediaciones de la avenida Pierola de Lima); zapaterías (en los aledaños de las plazas de armas de Lima y Santiago); etc. Los agrupamientos hosteleros también refuerzan la vitali- dad urbana. Los tiempos de esplendor de la “Zona Rosa” de la Ciudad de México ya han pasado, pero su concentración de restaurantes coreanos ejerce un “efecto llamada”. Toda una herencia del cosmopolitismo de este distrito bohemio. La mis- ma observación se puede realizar sobre Capón, antiguo barrio chino de Lima aledaño al centro histórico. Sus enormes chifas, especializadas en platos chino-peruanos como el arroz chaufa, son un reclamo para muchos capitalinos de clase media. Toda una tradición limeña. Los emigrantes extranjeros de extracción modesta suelen ele- gir emplazamientos centrales como punto de reunión, ya sean nicaragüenses en San José o peruanos en Santiago de Chile. La proliferación de restaurantes asociados a esta última colectivi- dad refuerza la vitalidad del entorno de la Plaza de Armas, espe- cialmente durante los domingos. Por su parte, el parque donde se reúnen los “nicas” de Costa Rica está rodeado de casas de empeño y locutorios gestionados por “paisas” colombianos. Un anticuario del centro de Santa Cruz de la Sierra lamenta que “ya casi no hay centro” (2019), disgustado por el cierre de los restantes establecimientos de su gremio. De forma intuitiva, el buen hombre capta cómo “el todo es más que la suma de las partes”, fundamento de los fenómenos de concentración espa- cial del comercio minorista más especializado. Sin la existencia de un agrupamiento, se reducen los incentivos para que los co- leccionistas de clase media y alta se desplacen al centro para comprar antigüedades. La zona metropolitana de San José de Costa Rica se ha exten- dido a lo largo de un estrecho corredor este-oeste, incorporado pueblecitos con casas blancas tipo andaluz. El centro comercial más exclusivo y el hotel más lujoso se encuentran en Escazú, donde también proliferan urbanizaciones cerradas muy elitis- tas. Por su parte, las oficinas de las empresas transnacionales se concentran en Lindora, un parque empresarial muy distante de la capital. El centro de San José se despuebla por la noche, todo un sím- bolo de su declive. Sin embargo, la urbe diurna resiste. La calle Primera, vía principal, tiene como epicentro vivo un agrupamiento cultural: la plaza compartida por el Teatro Nacional y el “Gran Ho- tel Costa Rica”, un establecimiento clásico que conserva intacta la suite en la que se alojaron John y Jacqueline Kennedy. Las dos librerías principales de la ciudad y un pequeño teatro indepen- diente se agrupan en las inmediaciones de este oasis urbano. El “Hotel Holiday Inn” también induce su propia centralidad. A partir de la demanda turística, se han agrupado varias galerías de arte en sus inmediaciones. Un mercado muy vivo constituye otro foco del centro de la capital de los “ticos”. Por otra parte, La Soledad, un barrio anejo al centro ha experimentado una revitalización. El desvío de las paradas de autobús y una “gen- trificación rosa” incipiente han propiciado el cambio. Un enclave bohemio y liberal donde, entre otras cosas, están los mejores restaurantes asiáticos de San José. Según plantea de forma acertada Sudjic (2017), algunas vías señeras son marcas en sí mismas. La calle Corrientes de Bue- nos Aires simboliza el viejo esplendor de la clase media por- teña. Todo el mundo recuerda el lema de Corrientes: “la que nunca duerme”. Algunas postales editadas en los años sesenta del siglo XX nos muestran su visión nocturna con luces de neón y fondo repleto de gente y automóviles. La avenida de Santa Fe registra una gran vitalidad y man- tiene un comercio minorista selecto. Se trata de la puerta de entrada a Barrio Norte y Recoleta, donde reina el discreto en- Confitería Richmond, Buenos Aires. Foto: Licencia internacional Creative Commons. El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 10 2019 - Vol. 4
  • 11. canto de la burguesía. Santa Fe también representa el acceso a Palermo. A partir de un proceso de gentrificación, los dis- tritos de “Palermo Soho” y “Palermo Hollywood” han ganado atractivo tanto para los porteños más pudientes como para expatriados y turistas. Una amalgama de bares de copas, res- taurantes cosmopolitas con estética neoyorquina, boutiques que combinan un toque de elegancia e informalidad, etc. La placita Serrano constituye el epicentro de este nuevo Palermo global que está de moda. Sin embargo, la Avenida de Mayo, con su arquitectura de pos- tín, experimenta el declive. Se trata de la frontera que anuncia la cercanía de Constitución, un distrito que se adentra en el sur degradado de Buenos Aires. Esta arteria tan principal tenía su propia marca como “avenida de los españoles”. Una película de Torre Nilsson recoge un diálogo entre dos protagonistas de cla- se alta. Uno de ellos comenta con ironía la mayor probabilidad de reencontrarse en París que en la avenida de Mayo, donde solo había gallegos. Se trataba del punto de referencia para emigrantes y exiliados españoles: cafés, restaurantes, hoteles baratos y cartelera teatral con artistas ibéricos. Algunos ancianos todavía se reúnen en el “bar La Embajada”, pero el flujo migratorio finalizó en los años sesenta. Quién tuvo retuvo: un agrupamiento de restaurantes españoles, cuyos pla- tos se alejan de forma creciente de los paladares ibéricos, se mantiene en la zona. La concentración de servicios vinculados al ocio constituye el soporte del tramo principal de la avenida Corrientes, situado entre Callao y Florida. Todo un fenómeno de economías de aglo- meración, a partir del agrupamiento de teatros, librerías, pizze- rías, restaurantes tradicionales, cafés, heladerías y quioscos de prensa. Las sinergias articulan un círculo virtuoso. Así, su am- biente decae aquellos días en lo que no hay funciones teatrales. El cruce entre Corrientes y Callao conforma un lugar estra- tégico para tomar el pulso a la ciudad: el puro centro. Los en- cuestadores suelen premiar a los informantes que rellenan sus cuestionarios con una consumición en el “café de la Opera”. La avenida mantiene el tono durante el verano, cuando la ciudad se vacía. Muchos argentinos del interior hacen una escala en su desplazamiento a destinos turísticos como Mar del Plata o Pinamar, con el objeto de disfrutar de librerías y teatro en “la que nunca duerme”. A partir de su vocación de clase media, Corrientes siempre ha tenido un carácter inclusivo. La concentración de “cafés notables” y locales emblemáticos, tales como la “heladería Ve- suvio”, donde siempre me siento como en casa, potencia su carácter acogedor. El atractivo que ejerce la oferta de ocio de otras zonas de la ciudad sobre los sectores más acomodados enfatiza el carácter más popular de Corrientes. La apertura de nuevas pizzerías en los últimos años lo ratifica. Sin embargo, el “efecto imán” amortigua el declive. El declive de la vida nocturna en una amplia zona del microcen- tro porteño contrasta con la gran concentración de restaurantes de lujo en el cercano Puerto Madero, un barrio convertido en punta de lanza de Buenos Aires como ciudad global, con icono arquitectóni- co incluido –el puente diseñado por Santiago Calatrava-. La rehabi- litación de los viejos almacenes portuarios se ha complementado con la construcción de rascacielos a partir de los años noventa del siglo XX. Usos residenciales en mayor grado que sedes empresa- riales; escasez de equipamientos públicos; y una población redu- cida, en la medida que el motivo de inversión adquiere primacía en la compra de apartamentos. A partir de una visión muy crítica, Alejandra Daiha (2014) enfatiza la influencia ejercida por el estilo de Miami y la idea del “country vertical” con condominios autosufi- cientes para vecinos de alto poder adquisitivo. Un enclave seguro con buenos pavimentos y un cuerpo de policía (Naval) diferente al que patrulla por las calles del resto de la ciudad. Un paraíso para turistas; y todo un centro alter- nativo orientado a porteños pudientes y expatriados. Un taxis- ta sabio me hizo el siguiente comentario hace algunos años: “Puerto Madero no es Buenos Aires; se trata de Disneylandia”. La zona metropolitana de Santa Cruz de la Sierra supe- ra los dos millones de habitantes. La ciudad por la que cir- culaban los carretones tirados por bueyes apenas contaba con 42000 residentes en 1950. Una auténtica “boomtown” que, en términos relativos, incluso proyecta unas estadísti- cas más contundentes que Shenzhen, símbolo del milagro económico chino. La capital económica de Bolivia no cesa de expandirse a partir del patrón latinoamericano precocinado en Miami. Los barrios burgueses como Sirari o las Palmas, donde se con- centran hoteles de lujo, restaurantes y sedes empresariales, han ganado centralidad. Y las urbanizaciones cerradas proli- feran en el distrito más retirado de Urubó. Los pequeños comerciantes del centro histórico lamen- tan de forma unánime la competencia que representan los grandes “malls” de la periferia. Sin embargo, la Plaza Mayor de Santa Cruz de la Sierra resiste. Sus vendedores de café, uniformados y acreditados por el ayuntamiento, son figuras entrañables dentro de la memoria afectiva de la ciudad. La competencia por encontrar un banco libre por la tarde remite a los “cien ojos” referidos por Jane Jacobs (1961), auténti- ca vacuna contra la inseguridad ciudadana. Una buena ilu- La Sexta Avenida, Guatemala. Foto: Licencia internacional Creative Commons. El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 11 2019 - Vol. 4
  • 12. minación ayuda. La integración urbanística con la manzana adyacente ha habilitado un espacio público para actividades lúdicas, desde conciertos hasta la ubicación de pinturas y mesas para que los niños dibujen. Exposiciones varias, contenidos museísticos, teatro y cine refuerzan la centralidad del entorno de la Plaza Mayor en la vida cultural de la ciudad. El antiguo Club Social, donde se reunía la élite local, se ha democratizado; y ofrece almuer- zos sabrosos para familias de clase media. Un sábado por la noche la Taberna Irlandesa está atestada de jóvenes que no viven en el centro. La vitalidad nocturna de este espacio público durante los días laborables constituye todo un éxito. Los bares de copas que habían emigrado al barrio de Equipe- trol están retornando al centro. La cultura de la esquina, configurada como epicentro de vi- talidad urbana, constituye un clásico latinoamericano. La re- cuperación del espacio situado frente a la catedral de Santa Cruz resulta digna de mención. La reapertura de “La Pasca- na”, antiguo café clásico de la ciudad, se ha visto acompaña- da por el establecimiento de dos locales contiguos: “Lorca”, donde hay actuaciones musicales en directo, y “Patrimonio”. Este último integra un café con una casa-museo dentro un precioso edificio de arquitectura republicana, donde tuvo su residencia un prócer cruceño. Un hotel boutique completa una esquina que, hasta tiempos muy recientes, estaba degradada y quedaba vacía cuando los funcionarios de los edificios ale- daños terminaban su jornada laboral y cerraban las imprentas adyacentes. Las señales de una incipiente gentrificación se extienden por el damero, más allá de la Plaza Mayor. Se puede rese- ñar la apertura de una glamurosa galería de arte en una calle donde una señal advierte de la presencia de “palomillos” (la- drones). Un bajo alquiler habría resultado un incentivo funda- mental para establecerse en un entorno donde muchas casas y locales comerciales se ofrecen en venta o alquiler. Toda una apuesta de futuro. Una gentrificación excesiva está resultando muy lesiva para tantas ciudades globales en los países desarrollados, que re- ciben desde hordas de turistas a expatriados de alto poder adquisitivo. Sin embargo, ¿una gentrificación de baja intensi- dad puede contribuir a mejorar el carácter del centro urbano como espacio público interclasista en muchas metrópolis lati- noamericanas? La apropiación del centro urbano de las grandes ciudades por parte de sectores sociales acomodados y turistas (Europa) tiene como correlato su abandono por las clases medias y altas (América Latina). En ambos casos opuestos, queda amenazado el derecho a la ciudad. Referencias bibliográficas AUGE, M. (2015): Elogio del bistrot, v.e.., Gallo Nero, Madrid, 2017. CAMUS, A. (1947): La peste, Seix Barral, v.e., Barcelona, 1983. CHUECA GOITIA, F. (1968): Breve historia del urbanismo, Alianza, Madrid, 1996. DAIHA, A. (2014): El barrio del poder. Vida secreta de Puerto Madero, Sudame- ricana, Buenos Aires. GALLAGHER, L. (2013): The End of the Suburbs, Penguin, Nueva York, 2014. GLAESER, E. (2011): Triumph of the City, Penguin Press, Nueva York. JACOBS, J. (1961): The Death and Life of Great American Cities, Vintage Books, Nueva York. LEFEBVRE, H. (1968): El derecho a la ciudad, v.e., Capitán Swing, Madrid, 2017. PATIÑO VILLA, C. (ed)(2015): Medellín: territorio, conflicto y Estado, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. PAZ, O. (1950): El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica, Ciudad de México, 1997. MONSIVAIS, C. (1995): Los rituales del caos, Ediciones Era, México, DF, 2012. SARLO, B. (2009): La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana, Siglo Veintiuno editores, Buenos Aires. SARLO, B. (2018): “Un show divino”, El País (Babelia), 7 de septiembre de 2018. SAUNDERS, D. (2010): Ciudad de llegada, v.e., Debate, Barcelona, 2014. SEBRELI, J.J. (2010): Cuadernos, Sudamericana, Buenos Aires. SENNETT, R. (1970): The Uses of Disorder, Pelican Books, Middlesex, 1973. SUDJIC, D. (2017): El lenguaje de las ciudades, v.e., Ariel, Barcelona. VIDAL-KOPPMANN, S. (2014): Countries y barrios cerrados, Dunken, Buenos Aires. WALDMANN,A. (2008): El hábitus camba. Estudio etnográfico sobre Santa Cruz de la Sierra, Editorial El País, Santa Cruz de la Sierra. ZAMIATIN, E. (1924): Nosotros, v.e., Akal, Madrid, 2017. ZETTEL, B. (2006): Lima la fácil, Ediciones Peisa, Lima. Una gentrificación excesiva está resultando muy lesiva para tantas ciudades globales en los países desarrollados, que reciben desde hordas de turistas a expatriados de alto poder adquisitivo. Sin embargo, ¿una gentrificación de baja intensidad puede contribuir a mejorar el carácter del centro urbano como espacio público interclasista en muchas metrópolis latinoamericanas? El declive de los centros urbanos de las grandes ciudades latinoamericanas Distribución y Consumo 12 2019 - Vol. 4