La leyenda cuenta la historia de una joven recién casada cuyo marido fue a la guerra. Un viejo avaro intentó seducirla, pero ella lo rechazó, por lo que él la mató. Su marido regresó y mató al asesino con su espada. Se intentó construir un templo con las monedas del asesino, pero fueron derribadas por su fantasma. Un peregrino sugirió usar agua bendita, lo que funcionó y se creó la Fuente de Cella.
TRIFOLIO DIA DE LA TIERRA.pdf Perdida libertad y educación social. • Pérdida ...
Modulo1
1. Leyenda de la Fuente de Cella
Una noche de otoño, de las primeras en que encendía la lumbre del hogar, pues el frío
comenzaba a acompañar mi vela, abrí la puerta para dejar pasar al que supuse peregrino.
Y no fue así. La figura del otro lado de la puerta, por su esbeltez, su delgadez, y sobre
todo su voz, descubrió bajo los mantos a una bella dama. Tras ella, dos guerreros y un
lacayo. Todos se reunieron junto al fuego, una vez acomodadas las caballerías. No es
lugar éste para relatar el motivo de su viaje, ni la nobleza de su estirpe. Tan sólo las
cenizas del hogar recogieron a la mañana siguiente las palabras desgranadas por aquella
mujer, ya entrada la noche, cuando contó la leyenda de la Fuente de Cella:
Sucedió no hace muchos años, en vida del rey Don Alfonso,
cuando se intentaba la conquista de la noble Teruel, arrebatada por
manos de los llamados sarracenos, a los que tanto debemos. Una
joven recién desposada vio partir a su amado camino de esforzadas
batallas. Eso esperaba un viejo, avaro y envidioso, quien no perdió
ocasión para requerirla de amores. Trataba la doncella de no
cruzarse con el avaro, más una mañana el destino quiso que los dos
sólos se encontraran. El desprecio de la joven no pudo soportarlo el
viejo quien, en un arrebato, arrojó el bello cuerpo contra las rocas.
Tiñó la inocente sangre de rojo la piedra, y una sombra cubrió el
despertar del amado. Acuciado por el desasosiego, abandonó su
lugar en la batalla y cabalgó hasta conocer su triste desdicha. Aún
caliente el cuerpo de su amada bajo la tierra, espada en mano y a la
vista de la muralla, fuera de la que corría asustado el malvado
avaro, el caballero quiso hacer justicia, sangre por sangre que el oro
no detuvo. Pues, en efecto, trató el avaro de aplacar con riquezas la
sed de venganza, y a puñados ante el desnudo hierro las ofrecía,
pero no sirvió de nada. La justa ira se desbordó, y el doliente
amado atravesó con su espada aquel corazón, seco ya por los años
y la maldad. Yació el cadaver y el sudario fue el mismo oro
ofrecido. Hubo quien quiso aprovechar tanta desdicha en beneficio
propio, pero las monedas malditas ardían en las manos de los que
osaban arrebatarlas. Decidió el pueblo santificarlas construyendo
un templo al santo del lugar, pero extraños sucesos lo impidieron.
Las piedras colocadas durante el día, eran derribadas durante la
noche, por la furia del espantoso espectro del viejo avaro. Al tercer
día, un peregrino acertó a pasar por aquellos campos de sangre, y al
oir el relato de lo acaecido, sentenció:
-Sólo el agua bendita puede servir de argamasa para estas piedras
regadas con el líquido de la venganza y la condenación. Hagan lo
que les digo, y el Todopoderoso les devolverá cien gotas de agua
por cada una. Mas no olviden quién es el Supremo Arquitecto.
Aléjense de El, y el agua traerá la enfermedad; olvídense de El, y
el manantial se convertirá en fuente de terribles plagas. Y sobre
todo, no ose nadie tocar el oro, pues es éste el origen de todo el
mal.