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Mr. Seratyn
El pueblo tenía trece años desde su fundación, aún no tenía nombre, la
gran mayoría de los habitantes provenían de Mirasath, una ciudad costera que
quedó sumergida bajo las aguas del mar de una manera inusual en solo minutos.
Se habían establecido en aquellas tierras los pocos que había sobrevivido a la
gran ola, pero sabían que lo tenían merecido, escondían un secreto, pero bajo el
agua preferían dejarlo.
Las callejuelas llenas de lodo, le daban el aspecto de ser una granja, ni
hablar de los diferentes animales que las albergaban. Las casitas de barro eran
las delimitantes del laberinto de calles. Era un lugar de extrema pobreza y
enfermedad, los leprosos en las esquinas y llenos de moscas eran lacerantes a la
percepción, algunas familias ya habían muerto por este padecer y la plaga se
extendía como las aguas del río. Ellos culpaban a una maldición que desde su
ciudad se cernía sobre ellos acechándoles para recordarles lo que habían hecho,
pero había pasado mucho desde aquello, y apenas estaba surgiendo la
enfermedad, por lo que algunos trataban de no relacionarlo.
Mr. Seratyn, el andrajoso pordiosero, vivía de las ratas y de aquellas
migajas que rara vez encontraba en los deshechos, o de algunos animalillos que
cazaba de vez en cuando en el bosque. Sus ropas mugrientas y todo el barro le
daban el aspecto de provenir de las mismas bóvedas que las ratas, las uñas lo
familiarizaban más a estos roedores de largas colas. Pasaba la mayor parte del
día durmiendo alrededor de los perros. Algunos amablemente le daban un poco
de su pan, aunque ocurriera de manera sucinta. Nada era más intolerable y
tortuoso que los piojos, aun dormido, sus uñas largas rascaban su cabeza y a
veces se hacía cortadas, se bañaba pocas veces a la semana, pues era demasiado
largo el recorrido hasta el río como para hacerlo todos los días.
Particularmente esa mañana su genio era atorrante y muy pesado de
sobrellevar, estaba muy frustrado, y pidió a su único amigo no acercarse a él en
todo el día, fundamentalmente en la noche. Ya estaba harto de la miseria que se
infiltraba por cada poro y lo ataba desde las entrañas diciéndole al oído con sus
longitudinales dientes demoniacos que estaría junto a él por el resto de la vida.
Este demonio mísero llegaba lentamente desde algún orificio y entraba a sus
sueños para atormentarle con un tridente, y decirle que era hora de hacer uso de
su herencia, de pronunciar las dulces palabras herejes para abrir paso a una
nueva vida. Lo había estado evitando desde que tenía ocho años, pero se había
afincado sobre su cordura en los últimos meses. Esa noche sería el momento.
3(1) Aquelarre: o sabbat, es una
reunión de brujas, brujos o
hechiceros en honor a Satanás.
Llevaba consigo un pedazo de espejo, caminaba apaciblemente por la
campiña, el hálito natural se detenía en él llevándose el nauseabundo olor de
tres días de vida con los perros. Veía a lo lejos las farolas expuestas en las
esquinas de las casas. –Ya no más pobreza –, expresó en la soledad.
Se detuvo bajo la noche, sabía por la luna en qué momento exacto tenía
que comenzar a hacer el ritual. Su madre le había dicho que justo cuando la luna
estaba en lo alto, el Todopoderoso tenía que cruzar la página del libro del destino
y esto le tomaría tres minutos en los que quitaba los ojos de la humanidad para
escribir la nueva fecha en el pergamino. Miró el pedazo de cristal y lo pasó por
su muñeca viendo un nuevo color en su piel sucia. Comenzó a trazar sobre la
hierba una serie de figuras geométricas de distintos tamaños conectadas entre
sí, una fisura en pleno ritual permitió que el recuerdo más significativo de su
vida lo trasladara a cuando tenía ocho años. Su mamá lo había puesto bajo una
pila de maderos, y le había ordenado no salir de allí hasta que estuviera seguro,
comprendió mucho después lo que le había dicho anteriormente, sus ancestros
pertenecieron a un aquelarre (1), y de generación en generación la tradición era
trasmitida, la vida de quienes practicaban las artes oscuras terminaba cuando el
contrato que hacían al pactar con el demonio caducaba, y aquella noche sus
abuelos y su mamá tenían que irse, ninguno estaba triste, parecían orgullosos,
un día antes lo habían llevado a la mesa de altar donde le habían enseñado la
invocación de contrato, mostrándole los trazos que tenía que hacer con su
propia sangre, pero le habían advertido que solo lo hiciera cuando ya las
esperanzas hubieran escapado de su ser, en el fondo, querían romper con la
tradición. Vio a través de una ranura que cuatro personas con túnicas y máscaras
doradas con joyas se acercaban con espadas en mano, sus parientes se
arrodillaron ante ellos y abrieron los brazos en señal de recibimiento, los
encapuchados blandieron sus espadas y dos cabezas cayeron, no fueron
suficiente cinco espadazos para separar la cabeza de su madre, y él hipnotizado,
no dejó de mirar sorprendido. Después escuchó una oración que entendió
perfectamente en un lenguaje encriptado que desde siempre había comprendido
“Que el fuego nos reciba con algarabía”.
Parpadeó y volvió al presente, terminó de trazar y se alejó. La impetración
la hacía con vigor idealizando su propósito, el viento se hizo fuerte y Dios no
estaba mirando, tampoco la luna, los lobos aullaban para recibir al príncipe de
las tinieblas, y allí estaba, en medio de un circulo, pero nadie podía verle en su
forma original, por lo que Mr. Seratyn se arrodilló mirando el suelo y pidiendo
tres favores.
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(1) Cofradía: S. Hermandad,
gremio, compañía.
Quería tener bajo su mando a la cofradía (1) que había matado a sus
familiares, ya que una cofradía no podía controlar a otra, y a cambio siete recién
nacidos serían sacrificados en su honor, el segundo favor consistía en ser
acreedor de una fortuna incalculable a cambio de su alma, en el tercero pidió
tener los conocimientos de artes oscuras que poseyeron todos sus ancestros. Su
negociante asintió y le indicó la fecha en la que vendría por él. Dicho esto, le
dejó una roca de múltiples tonos violáceos, y le instruyó a meterla en un bolsillo
e ir cada media noche a un río y extraer de este las rocas bajo el agua,
introducirlas en un jarrón, y al llegar al pueblo, se convertirían en oro, en cuanto
a los cuatro seres enmascarados, le dio instrucciones de colocarse frente a un
espejo manchado con sangre de macho cabrío, y poseyendo en la mano derecha
los cuernos del animal, ordenar a la hermandad “Jemedsis” salir de su escondite
y postrarse a sus pies. Para tener el conocimiento, tenían que pasar seis meses
desde esa noche para obtener por arte de magia todo en su cabeza. Al final,
delante de él apareció un pergamino que leyó detenidamente hasta las letras más
pequeñas, casi inentendibles, firmó con su sangre y de pluma el dedo índice.
Esperó todo un día hasta llegar antes de la media noche al río, había
robado una vasija, así que con la roca en el bolsillo, comenzó desesperado a
meter las pequeñas piedras en el artefacto hasta que lo hubo llenado. Regresó
con el peso del objeto en ambos brazos, sacó una de las rocas y no se sorprendió
al ver que era de oro, de cosas más sorprendentes había sido testigo de niño.
En muy pocas noches había conseguido reunir lo suficiente para ordenar
la construcción de una mansión gigantesca cercada por una verja extensa. Los
pueblerinos no dejaron de especular sobre él, pero callaron cuando dedicó su
total atención a ellos. Ordenó meses después, demoler todas las casas para
construirlas con bloques de roca sólida, el barro ya no estaba en las calles, un
revestimiento de piedras regulares las arropaba, expulsó la pobreza dando de su
fortuna una pensión para cada familia todos los meses, y así, ya no hubo más
llanto por hambre o preocupaciones.
Había creado pasadizos secretos a través de las paredes, uno conducía
hasta una gran habitación blanca con una mesa de oro en el centro, en una de
las paredes había una pintura de una figura con cuernos, y un rincón un espejo
bordeado con ornamentos negros de hierro. Había ordenado a su fiel amigo de
las calles, quien ahora era su mano derecha, matar a un macho cabrío y traer su
sangre, por lo que llevaba un recipiente no mayor que su puño. Hizo una cruz
invertida en el espejo, se miró crucificado, y ansioso en la lengua de los
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congregados de la noche llamó a la cofradía, y tal como había dicho Satanás,
ordenó la postración de los cuatro. En el espejo ya no estaba su silueta, estaba
una de las misteriosas figuras, como lo recordaba, esta salió y otra más apareció,
así hasta sumar cuatro, acto seguido se hincaron hasta pegar al suelo sus frentes.
Él se fue hasta la mesa de oro, que no era más que un altar, y por nombres que
solo él conocía los llamó, dos hombres y dos mujeres habitaban las máscaras
ostentosas. Había cumplido el segundo de sus pedidos, ahora tenía que
responder con el sacrificio prometido.
A sus nuevos sirvientes pidió esa misma noche siete recién nacidos, y no
demoraron en traerlos ante él. Al verlos llorar sobre la mesa negó ser capaz de
matarlos, no era para nada alguien frío, y esa noche no se había preparado para
darles muerte. Sus ojos grises pasaban de uno a otro infante. Sus abuelos traían
uno que otro día, a un niño diferente con el que jugaba hasta que caía la noche
y no volvía a verlo jamás, lo llevaban a la mesa de piedra y lo entregaban a su
maestro, pero él solo dedujo fácilmente esto cuando ya fue mayor.
No le habían alistado para hacer tal cosa, si tan solo le hubieran concebido
participar en un ritual no tendría tantos escrúpulos como ahora. Podía pedirle a
Tobías que los matara por él, pero no tendría validez el ritual. Salió de la sala
por un pasillo muy estrello en el que podía accederse colocándose de lado, giró
la manija y salió por el espejo, quería un sorbo de ron, y no cogió una copa,
llevó la botella a su boca tragando como si fuera agua, Tobías estaba oculto tras
la puerta, había visto a los cuatro nuevos huéspedes entrar con niños, sabía a lo
que se debía, Mr. Seratyn no podía contar del pacto, pero Tobías no era ningún
tonto, lo supo dese el comienzo conociendo el pasado de su amigo y ahora amo,
pero la lealtad estaba delante de cualquier otra cosa aun en esa época, y estaría
a su lado sin importar nada.
Estaba sudando, se quitó la ropa sin tener vergüenza, estaba bajo el
encanto del licor. Entró de nuevo a la habitación y de pie, exactamente en el
mismo lugar seguía el cuarteto, cogió de nuevo el cuchillo tambaleándose, dijo
las palabras correspondientes y apuñaló en el corazón a cada uno de los bebés,
La sangre tierna caía en raudales desde la mesa de oro, cargaría hasta en el
infierno con las muertes, pero iría con el consuelo de que había hecho mucho
por su pueblo y siete vidas lo valían, incluso su alma.
Una sensación de extraño alivio y excitación se apoderaba lentamente
desde su pecho hacia la piernas y brazos, se sintió seducido por la sangre que
llamaba su nombre desde la mesa, lo incitaba a mezclarse en ella, así que sin
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tener mucha noción de la realidad y de lo que consideraba bien o mal, se acostó
y llenó su piel con la sangre. Aquellas túnicas se despojaron de los cuatro
cuerpos, las máscaras también habían quedado en el suelo, los cuerpos
exhibiendo desnudes se acercaron a su amo y pasaron sus lenguas probando la
sangre en su tez, tocaron su cabello dorado y besaron sus labios rosados,
lamieron sus pies y su virilidad. Celebraron de esta forma el sacrifico, uniéndose
unos a otros de manera carnal y burlando a Dios, pintando las paredes de
secretos malditos y paganos, entregándose a las costumbres satánicas que se
llevaban a cabo en prados, bosques y montañas. No le debía más que su alma,
pero idolatró esa noche involuntariamente a quién aún le debía un favor.
Una mañana despertó con todo el conocimiento de sus ancestros, tal como
lo había acordado. Las cosas ya no eran vistas del mismo modo, más allá de la
materia, en otra dimensión proyectada en esta, observaba diferentes colores y
microtemperaturas donde había diablillos ajenos a visiones ordinarias. Los
olores ya no eran los mismos, se sentía fascinado, el lenguaje del mundo estaba
decodificado para él, y con ello la manipulación de mucha cosas a través de
palabras, brebajes, sacrificios, mezclas, etc. Lo primero que hizo esa mañana
fue comprar ciento quince ovejas que llevó en compañía del cuarteto de brujos
a la pradera donde había realizado el pacto. Los enmascarados iban
tranquilamente al pueblo sugestionando a todos con aspectos mediocres, por lo
que no se limitaban en cumplir ninguna tarea delicada como conseguir ciertas
hiervas, velas u otras cosas que me ameritaban un conjuro. Por lo general, las
denominadas artes oscuras, se ejercían en favor del mal, las cofradías estaban
podridas desde las entrañas, la poción irrevertible y letal de crueldad estaba
aferrada a las mentes que lo practicaban, pero Mr. Seratyn trataba de mantenerse
cauto a este efecto alejando los deseos de muerte de aquellos inquisidores que
venían por él a causa de las leyendas que en un momento se fueron con el viento
hasta los pueblos y grandes ciudades. Tuvo que ordenar una semana antes a su
pequeño séquito, trazar alrededor de su cama una estrella de cinco puntas con
inscripciones secretas para mantener alejado al halado demonio de alas
membranosas que susurraba ambiciones y acciones perversas y maquiavélicas,
había funcionado, conciliaba el sueño tranquilamente en la onírica.
Aquella tarde purgó al pueblo desde el valle, mentalizó el establecimiento
hospitalario donde habían dispuesto a todos los enfermos de lepra que eran más
de cien, tal como lo había deducido, niños, mujeres y hombres llagosos
esperando por la muerte como única sanación, cargarían en sus hombros una
maldición que renacerían con cada generación venidera, pudo verlo al expandir
su mente sobre los contagiados, los demonios de enfermedades estaban pegados
3(1) Aquelarre: o sabbat, es una
reunión de brujas, brujos o
hechiceros en honor a Satanás.
Llevaba consigo un pedazo de espejo, caminaba apaciblemente por la
campiña, el hálito natural se detenía en él llevándose el nauseabundo olor de
tres días de vida con los perros. Veía a lo lejos las farolas expuestas en las
esquinas de las casas. –Ya no más pobreza –, expresó en la soledad.
Se detuvo bajo la noche, sabía por la luna en qué momento exacto tenía
que comenzar a hacer el ritual. Su madre le había dicho que justo cuando la luna
estaba en lo alto, el Todopoderoso tenía que cruzar la página del libro del destino
y esto le tomaría tres minutos en los que quitaba los ojos de la humanidad para
escribir la nueva fecha en el pergamino. Miró el pedazo de cristal y lo pasó por
su muñeca viendo un nuevo color en su piel sucia. Comenzó a trazar sobre la
hierba una serie de figuras geométricas de distintos tamaños conectadas entre
sí, una fisura en pleno ritual permitió que el recuerdo más significativo de su
vida lo trasladara a cuando tenía ocho años. Su mamá lo había puesto bajo una
pila de maderos, y le había ordenado no salir de allí hasta que estuviera seguro,
comprendió mucho después lo que le había dicho anteriormente, sus ancestros
pertenecieron a un aquelarre (1), y de generación en generación la tradición era
trasmitida, la vida de quienes practicaban las artes oscuras terminaba cuando el
contrato que hacían al pactar con el demonio caducaba, y aquella noche sus
abuelos y su mamá tenían que irse, ninguno estaba triste, parecían orgullosos,
un día antes lo habían llevado a la mesa de altar donde le habían enseñado la
invocación de contrato, mostrándole los trazos que tenía que hacer con su
propia sangre, pero le habían advertido que solo lo hiciera cuando ya las
esperanzas hubieran escapado de su ser, en el fondo, querían romper con la
tradición. Vio a través de una ranura que cuatro personas con túnicas y máscaras
doradas con joyas se acercaban con espadas en mano, sus parientes se
arrodillaron ante ellos y abrieron los brazos en señal de recibimiento, los
encapuchados blandieron sus espadas y dos cabezas cayeron, no fueron
suficiente cinco espadazos para separar la cabeza de su madre, y él hipnotizado,
no dejó de mirar sorprendido. Después escuchó una oración que entendió
perfectamente en un lenguaje encriptado que desde siempre había comprendido
“Que el fuego nos reciba con algarabía”.
Parpadeó y volvió al presente, terminó de trazar y se alejó. La impetración
la hacía con vigor idealizando su propósito, el viento se hizo fuerte y Dios no
estaba mirando, tampoco la luna, los lobos aullaban para recibir al príncipe de
las tinieblas, y allí estaba, en medio de un circulo, pero nadie podía verle en su
forma original, por lo que Mr. Seratyn se arrodilló mirando el suelo y pidiendo
tres favores.
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confundirse con el rey debido a sus piedras preciosas. El anciano casi parecía
una tortuga, movía sus frágiles piernas temblorosas y Mr. Seratyn no pudo sentir
más que pena y ofensa por el hecho de haberle enviado a un “combatiente”
eclesiástico enfermo e indigno de él, tenía expectativa, y para tratarse de la
magnitud del rumor que los había traído allí, le consideraban un rival incapaz
de siquiera sugestionar, que era lo mínimo que podía hacer un hechicero.
- ¿Mr. Seratyn? – la voz ronca del viejo preguntó.
- Sí, soy yo – respondió sin más.
Mientras llevaran la señal de la cruz no podía penetrar en sus mentes, era
una barrera dimensional que bloqueaba cualquier intento por husmear en sus
cabezas, los demonios si podía hacerlo con normalidad dependiendo de cuán
fuerte sería la persona mentalmente, o para ser específico, de lo claro que
estaban sus ideas.
- Hemos venido a juzgaros bajo las reglas de nuestro padre Dios y la
orden de la iglesia.
- ¿Juzgarme? ¿De qué se me acusáis?
- De brujería, pacto con el demonio, asesinato y herejía.
- ¿Bajo el nombre de Dios habéis dicho? – volteó para ver a los cuatro
con una sonrisa.
- ¿Tenéis prueba de ello?
- Los habitantes de esta ciudad están aterrorizados, ellos son la prueba.
- Ustedes les aterrorizan. Pero no perdamos tiempo, y que comience el
juicio.
Las personas salieron de sus casas en pequeños grupos hasta concentrarse
en la plaza. Habían dispuesto una mesa rectangular y varias sillas a metros
delante de esta. La gente estaba conmocionada y asustada, temían que
encontraran culpable a Mr. Seratyn y lo quemaran dejándolos desamparados.
En poco tiempo el lugar estaba abarrotado, algunos treparon hasta los árboles,
techos y muros para observar mejor. Habían llevado consigo a un verdugo.
Comenzaron por poner a lo largo de la mesa un conjunto de legajos que
el casi centenario leyó detenidamente por su incapacidad visual. En el lugar de
testigos solo había una mujer, y aunque no hubiera ninguna, el “sospechoso”
sabía que sería suficiente para condenarle, así funcionaba aquello, con mucho
protocolo que de igual modo te mantendría en un solo camino. No pensaban en
llevarlo a la ciudad para un juicio porque juraban que se desharían de él en el
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mismo pueblo, una hoguera lo solucionaría todo.
La mujer pudo haber sido inducida a decir lo que él quería con solo
mirarla, pero intentaba ser justo, y escuchó con atención su acusación. Había
visto cómo Dherekhel irrumpía en su casa sigilosamente y tomaba a su niña
dormida, y antes de que pudiera reaccionar, cayó en un profundo sueño. La
mujer desesperada lloraba maldiciendo a Mr. Seratyn, y entendió que sería
suficiente para que ejecutaran a los cinco ese día, pero como antes había
pensado, no valía la pena que muriera por siete vidas pudiendo ofrecer una
mejor a los que iban naciendo. Todo estaba arreglado para esa misma tarde,
fueron hallados culpables de practicar la hechicería, y también en el resto de
todas las sospechas ya nombradas.
Los tenían rodeados en espera de que terminasen de arreglar las cinco
pilas de leña que los quemarían. Algunas personas gritaban que debían ser
liberados, y que la mujer estaba mintiendo, pero el anciano los exhortó a que
estaban siendo manipulados por el demonio y que cuanto antes los quemaran,
purgarían sus absurdas ideas.
La cofradía no expresaba nada en sus rostros, sabían que no terminaría
allí.
Los guiaron hasta las hogueras, amarraron sus manos tras los troncos y
les rociaron aceite, Mr. Seratyn no dejaba de sonreír de lado. Los guardias con
antorchas en mano se posicionaron cada uno frente a los cinco, y de pronto todos
los habitantes cayeron al suelo de golpe, el estruendo fue fuerte, el sacerdote
asustado miró a su alrededor impresionado, y dirigió después su mirada a los
ojos de Seratyn.
- ¡Maldito demonio! ¡Arderás en el infierno!
- Arderemos, arderemos en el infierno – pronunció, y acto seguido las
antorchas se apagaron, y sus amarres cedieron.
Los guardias retrocedieron asustados y salieron corriendo dejando atrás
al sacerdote. Mr. Seratyn bajó sin apuro de la hoguera y caminó lentamente
hasta el viejo que solo había avanzado siete metros. Se colocó frente a él y le
quitó el collar con el crucifijo de plata, ahora era vulnerable, los demás fueron
por los guardias.
- No debéis temerme a mí, en el infierno encontraréis cosas peores, os
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lo garantizo.
Miró a través de aquellos ojos de antaño, había sido responsable de
decenas de muertes inocentes, alguien que castigaba de manera deliberada tenía
que ser castigado, no por la ley de Dios, porque en ella no había castigo ni
intenciones de reprender a “los suyos”, él mismo se encargaría de hacerlo pagar
por sus pecados.
- No soy piadoso con los injustos, tenéis que saberlo. Así que moriréis
como uno de nosotros, Icarus.
Tiró al anciano de un golpe, de nuevo esa posesión en la cabeza le incitaba
a cosas malas, a dejar fluir el veneno en su interior. –Mátalo, mátalo, mátalo. Se
lo merece, es tu deber – sonaba como si se lo gritaran. Miró su rostro en los
vidriosos ojos del vejete, no estaba solo en ellos, había algo o alguien a su lado,
una sombra, era el demonio de dientes afilados que siempre lo había
acompañado. Acercó sus manos queriendo acariciar los pliegues de piel en la
cara ajena, los labios del individuo estaban temblando, Mr. Seratyn pronunció
una oración y enseguida los ojos de Icarus se llenaron de sangre haciéndolo
gritar y revolcarse como una víbora.
- Es menos de lo que merecéis.
Se acercó a una antorcha y a un recibiente con aceite, era música para sus
oídos los chillidos desesperantes de Icarus, arrojó sobre su cuerpo una cantidad
considerable de líquido inflamable y segundos después la antorcha. Se sentó en
un banco mientras lo veía arder y retorcerse como un gusano. Cubrió su nariz
con un pañuelo azul que sacó de su bolsillo, el olor a carne era tolerante, lo que
detestaba era a quien pertenecía. Esperó hasta que el fuego cesara, lo ató a una
soga y esperó a que Tobías, que estaba en un árbol, bajara y se llevara el cadáver.
Desmontaron las hogueras luego de haber quemado a los guardias, se
llevaron el carruaje y los caballos. Las personas despertaron a la media noche
del sueño inducido, no recordaban nada de lo vivido el día anterior, y como si
nada, regresaron a sus casas. Pero Mr. Seratyn y el resto sabían que el rey y los
inquisidores estarían esperando a los enviados, y al ver que no llegaban,
vendrían por ellos, entonces cientos de hombres se alzarían contra el pueblo y
dudaban poder contra todos ellos.
Pensaba en su habitación secreta cómo hacerle frente al asunto, le gustaba
11(1) Pentalfa: estrella de cinco puntas.
acostarse en la mesa dorada que esperaba no usar nunca más, era fría y espaciosa,
noches antes había quemado el cuadro el híbrido ser. En el techo había una
claraboya circular con un trébol de cuatro hojas, no lo diseñó con la intención
de cumplir con parámetros respecto al altar, le recordaban a su madre, el número
cuatro esa su favorito, su padre jamás lo conoció, sabía que lo habían ofrecido
a un ser llamado Lilith, después que él nació. Cuando nacías en una cofradía,
este tipo de sacrificios, entre otras cosas, eran ordinarias, incluso, muchas veces
tuvo que ir a cazar aves específicas encargadas por su familia, fue así como
pudo valerse por sí mismo cuando estuvo en las calles.
No tuvo otra opción, más que enviar a uno de sus servidores a encantar
al rey. Tenía que hacerse pasar por una doncella y vaciar una pócima en la copa
que tenía que beber el soberano, así se opondría y evitaría enviar a más
inquisidores. Esa misma noche ordenó la búsqueda de algunas hierbas y conejos.
Las velas negras fueron colocadas en cada punta del pentalfa (1), habría una
recepción enérgica a la dimensión de las almas, donde todo tipo de energías
deambulaban en el aire, y podían ser usadas con las palabras, figuras, sustancias
y sacrificios correctos. El bol de vidrio contenía la sangre de doce conejos
negros, una gota por animal, alzó ambas manos y exhortó a las energías lúgubres
entrar al recipiente, y cuando hubo finalizado, entregó un pequeño frasco a
Seraket y la envió al castillo.
Aparentemente había resuelto un problema, pero esa noche, en la
nebulosa de sus sueños, una figura advirtió de su llegada. Estaba en el rio donde
había cogido las piedras, hacía mucho frío, luego apareció en la entrada al
pueblo, cerca del puente que lo conectaba con el resto del mundo, y al otro lado
estaba una mujer de vestido esmeralda, por sus pechos podía concluirse. Era
aquella bruja que había dominado el mar, parecía tener algún padecimiento,
pero era su aspecto real, un rostro monstruoso y desfigurado, su boca era enorme
al igual que los dientes, sus ojos negros como la noche y la piel escamosa y
amarillenta, le preguntó sobre sus intereses allí, a lo que ella respondió que
venía por todos aquellos que habitaban Jhazafet, pero el negó con la cabeza.
- ¿Sabéis a qué estáis enfrentándote, bruja?
- ¿A un traidor? ¿Crees que estaréis libre del contrato por esto? ¿Qué
seréis absuelto? – rió histéricamente.
- Os enviaré allí antes que yo, estaré esperándote, no tardes mucho.
- ¿Qué tal si regreso en ocho años? cuando ya tu contrato haya expirado.
- Entonces, me dejas sin opción. Iré por vuestra repulsiva presencia, y
os exhibiré en la plaza, para que ellos mismos os maten.
12
Pero aquella no fue la única noche en la que sostuvo su encuentro con
ella, tampoco en la realidad dejó de perturbarle sin encontrar la manera de
bloquearla. Estaba en el bar compartiendo con sus conocidos más cercanos,
personas sin mucha cultura, él la había obtenido de algunas páginas, o libros
que entraba en la basura, estaba interesado en el mundo, los hechiceros solían
ser personas muy inteligentes, porque para conocer los mundos más allá de este,
había que al menos tener una desarrollo basto de este. Reía y de vez en cuando
bailaba con alguna dama que osadamente le tomaba la mano, lo hacía cada vez
que se tomaba un descanso entre cada libro que terminaba de su circular
biblioteca bajo tierra en la que leía magia negra y transcribía sus conocimientos.
Las lámparas del sitio comenzaron a oscilar y todos dejaron de bailar, los
violines dejaron de chillar y las voces se apagaron, había algo que nadie más
que los cuatro allí podían ver, ya que Seraket no había regresado de su misión.
Súbitamente se sintió un pequeño temblor, y un polvo negro empezó a
colarse entre las ranuras del techo de madera, también se escuchaba una especie
de zumbido y el espacio comenzó a oler a azufre. Las lámparas iniciaron a
apagarse lentamente, y los presentes asustados y boquiabiertos estaban por vivir
un infierno. Conocía qué tipo de demonios provocaban el fenómeno, pero no el
por qué interrumpían de esa manera, lo peor estaba por comenzar. El silencio
duró solo un par de parpadeos cuando todo se halló en oscuridad, y el escandalo
empezó a ensordecerlo, las cosas se rompían, vidrios, sillas mesas, y lo que
parecía que eran escobas, pero no había más de dos y el mismo *Crac* se
repetía, él estaba agachado sin poder ver nada, incomprensible cubría sus oídos,
y como todo humano, estaba asustado, debido a su trance no reaccionó en
defender a nadie. Las ventanas estaban cerradas por el frío invernal, pero
parecía que estaban en la cima de alguna colina donde los vientos eran voraces,
lo causaban los aleteos demoníacos. Para cuando las velas se encendieron de
nuevo, ninguna voz se manifestó, y solo miembros esparcidos, sangre e
intestinos se encontraban a lo largo y ancho del local, a excepción de los tres
enmascarados y Mr. Seratyn que sobre el suelo y lleno de sangre estaba asustado
leyendo una frase en el techo que rezaba lo siguiente, “Vengo por los míos”.
En la gran artesa de plata se mantuvo sumergido en aguas de la “hierba
de Salomé”, servían para calmar los nervios, y empleada con leche de cabra y
algunas bayas, hacían una potente pócima que creaba ilusiones. En el agua veía
reflejada la brillante sangre y las cabezas con los ojos volteados y las lenguas
afuera, habían muerto treinta personas, y quería tener la cabeza de la bruja en
sus manos, quería arrancársela él mismo. *¡Toc, toc!*, sonó la puerta y
13
reaccionó, indicó la intrusión, era Dherekhel, su chaqueta bordada de dorado en
la tela satín negra era más llamativa que la de Manthus, en su forma ilusoria era
un joven que usaba peluca blanca de rollitos, pero en su forma real su cara
anónima y túnica de capucha eran lo que más destacaba, pero Mr. Seratyn era
excepción en todo, y ya antes le había visto sin ella, y comprendió por qué
mantenerse oculto tras una máscara, en la frente habían sido marcados con una
tatuaje triangular que hacía referencia a un cuerpo que no habitaba alma, todo
era posible en la magia negra, incluso, volver de la muerte, y los cuatro lo habían
hecho, sin embargo, no era igual no poder morir de nuevo.
El rebullicio de pueblerinos venía con antorchas, trinchetes, cuchillos y
demás, se aproximaban por el sendero hasta su casa en algarabía. Pensaban que
había sido su causa lo ocurrido dos horas antes, habían descubierto la escena
sangrienta, e iracundos iban por venganza sin mostrar el miedo que llevaban
clavados en sus corazones. Tenían que quemar al hechicero, pensaban.
Mr. Seratyn dio la cara, salió tranquilamente con el ahora trío, Seraket
había logrado darle la pócima al rey, pero descubrieron después que era una
bruja y sin poder hacer mucho, la quemaron, pero lo realmente importante
habían sido el cumplimiento del objetivo, Edriek lo había visto en una visión.
Se habían callado apenas le vieron salir por las puertas, y casi dejaron de respirar
cuando salió de las verjas poniéndose frente a ellos sin decir nada con las manos
atrás.
- Vinieron a quemarme. Entonces, vayamos a eso – caminó hacia ellos,
y estos se apartaron.
Fue caminando como si fuese el guía, nadie decía nada, “les daría el
gusto”. Llegaron a la plaza donde ya hecha estaba una hoguera, fue hasta ella y
ordenó que lo amarraran, estaban sorprendidos por su disposición, en realidad
no tenía deseos de morir, a última hora daría un discurso que lo dejaría libre, si
él moría, ellos también en poco tiempo.
Parpadeó y ella estaba frente a él, aquella mujer infernal de apariencia
terrible, él miraba de un lado a otro percatándose de que solo estaba en su cabeza,
nadie más, ni su séquito podía percibirla, la bruja se acercó al verdugo con la
antorcha, era Icarus con la piel ennegrecida y humeante, de sus cuencas salía
sangre y comenzó a caminar de manera afectada hacia el cúmulo de leña. Mr.
Seratyn se movía de un lado a otro para zafarse de las ataduras en manos y
tobillos, se aceleró cuando el viejo estuvo más cerca, nadie hacía nada. Gritó
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por su salvación cuando ya el fuego se hacía más grande bajo él, sintiendo el
calor. El humo le afectaba la vista, los cerró, seguía intentando desesperado
quedar libre. Tosía imposibilitado a respirar bien, el calor se acentuaba, estaba
sudando, intentó hacer que lloviera, nada pasó, tampoco las llamas se extinguían,
algo andaba mal, pero ya era tarde, las llamaradas ya estaban sobre su cuerpo,
la parte inferior comenzó a quemarse, y Mr. Seratyn apretaba los dientes para
no gritar y llorar, el infierno sería peor, pensó. La tela de la ropa se le pegaba
terriblemente de la piel, estaba tragando el olor y humo que despedía su ser. No
soportó estar callado mientras flameaba, sobre todo cuando su cara ya estaba
quemándose.
Dejó de sentir dolor, ahora su cuerpo carcomido se sentía refrescado, tal
cual sumergido en medio de un lago de aguas tranquilas y serenas como la noche.
No podía abrir los ojos, había tardado en tener una leve noción de dónde se
encontraba, solo por el tacto percibía que sumergido en el lodo por la viscosidad,
alzó sus manos para hallar algo que le sirviera de soporte para salir del barro,
aguantaba la respiración trabajosamente por la presión en su pecho, sus
miembros palparon lo que parecía el borde que contenía el fango, se impulsó
con dificultad sintiendo que su peso estaba triplicado, sacó su cabeza de la
prisión, había aire fresco, descansó su parte superior en la superficie, luego salió
por completo, quitó de sus párpados el cieno y comenzó a gatear, había hierba,
no pensaba que la vida pudiera nacer en aquel lugar. El “lodo” caía de su cuerpo,
pero el fango no era rojo ni olía mal, era sangre y le revolvió el estómago
haciéndole expulsar la cena, escupió para eliminar el desagradable sabor, volteó
para ver de dónde había salido, y al hacerlo, vio las entrañas revueltas de un
cordero lleno de moscas verdosas, había emergido de su interior, vomitó de
nuevo negando lo que había pasado. Comenzó a quitarse con las manos la
sangre pegajosa, y bajo el revestimiento rojo, descubrió pequeñas burbujas en
su piel, e iban apareciendo unas más llenas de pus, tocó su cara y el estupor se
avecinó, se contorsionaron sus labios igual que la boca de un pez, era como
tener un montón de ciruelas clavadas en la piel enrojecida y sensible, no dejaba
de tocarse aquí y allá, tembloroso y con un fuego enfermizo en el cuerpo, porque
tenía una fiebre producto de la infección.
Pasó, que clavó la mirada en una de las ciruelas en la mano, la acercó y
observó que estaba moviéndose algo dentro de la montaña amarilla e infectada,
quería salir, y salió de golpe un gusano, lo aplastó con la otra mano
inmensamente asqueado y lloró del dolor, no del que se había causado, el resto
de los pequeños globos estaban reventándose dejando salir a los demás. Mr.
Seratyn no tenía de lejos su aspecto habitual, era una bola de sangre llagosa con
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solo unos pequeños montones de cabello descontinuos, estaba desnudo
empapado de una brillante mucosidad.
- ¿Por esto los has salvado? –musitaron una serie de jovencitas con las
pieles expuestas.
Los cabellos ondulados eran mecidos delicadamente por la brisa nocturna,
y solo cuando susurraron unísonas, la luna dejó mostrar su rostro, luego ellas
comenzaron a danzar alrededor de un ser de relevante presencia ancestral y peso
en la jerarquía demoníaca, era Leonardo el inspector de magina negra, estaba
en presencia de lo que parecía un Sabbat, jamás había visto uno, pero sí a
Leonardo muchas veces las noches en los que los suyos iban a aquellas
reuniones nocturnas. Las féminas de tez resplandeciente parecían haber hurtado
la apariencia de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, tocaban sus partes íntimas
mientras daban vueltas como ninfas del viento, el tiempo y espacio se hicieron
un poco densos, Leonardo lo miraba negando y extendiendo su mano con la
intensión de seducirlo y conducirlo hasta él. El infierno era abstracto según lo
que hasta ese momento estaba viviendo. Las mujeres se encimaron sobre
Leonardo y despojaron sus ropas, clavaron en él sus dientes como murciélagos
haciendo salir la sangre a chorros, mientras lo hacían tocaban su miembro y
ellas en sus entrepiernas, no era lo que ocurría exactamente en un Sabbat, así
que concluyó en que era una reunión sodomítica que se llevaba a cabo los jueves,
el contacto con seres del inframundo se consolidaba en todas las maneras
posibles. Los seis pares de ojos le invitaban a unirse, transmitían a su mente una
mejora de su condición física. Dejándose poseer por la fuerza del llamado,
comenzó a gatear lentamente hasta ellos, y a medida que lo hacía, su piel sanaba
considerablemente, las llagas se evaporaban, su fiebre aminoraba, se puso de
pie y sonrió al estar a un metro de tomar la mano sangrienta de Leonardo que
tenía un anillo escarlata en el dedo anular de la mano izquierda, fue extendiendo
la suya para cogerla, pero enseguida todo se disolvió y regresó a la realidad en
su artesa con el agua roja, salió asustado y cogió la toalla para llamar a su
séquito.
Concluyeron los tres en que la bruja había traspasado barreras imposibles
para otros practicantes de magia, muros que ella había hecho caer por su notable
fuerza. Le estaba jugando una mala pasada, según el análisis del trío, se burlaba
de Mr. Seratyn por no ser un hechicero autentico adorador de su maestro,
reprochaba la bondad hacia personas que quizás tarde o temprano le quemaría,
sobre aquellos que habían quemado a muchos de su calaña, le odiaba por
protegerlos, y esto lo había manifestado en la ilusión. Leonardo era la
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representación de una invitación a la reivindicación, a una alianza con ella y con
la tradición en la que había nacido, el cordero representaba el nacimiento en un
cristo caduco, expresando así que su abnegación era putrefacta e invalida luego
del tratado.
El agua alterada fue lanzada en el interior de un pozo en el prado,
cualquiera que no fuese hechicero podía sin mucho caer en la locura. La carrera
había comenzado, estaban en juego su cordura y la vida de los pueblerinos, la
bruja ya estaba en aquellos parajes, y al parecer quería jugar con él antes de dar
muerte a los habitantes de Jhazafet.
Se dirigió en la mañana al pueblo, todos le veía temeroso, una carreta con
varias partes humanas pasó al lado de la suya, vio por la ventanilla. Seguramente
ya todos pensaban que había sido su culpa, la adversaria había sido capaz de
enviar una considerable magnitud de demonios que arrasaron con todos en el
lugar, eso ameritada conocimientos de magia muy antigua que se hallaba difusa
y difícil de manipular en su cabeza, además que requería de sacrificios y
deterioraría rápidamente su aspecto. Hallaría el modo de revertir el poder sobre
él y el pueblo.
Convocó a una reunión en la plaza, todos asistieron, y sin rodeos comenzó
a vociferar.
- No daré vueltas al asunto. Vosotros sois acreedores de una maldición
¿O me equivoco? – pero las expresiones de culpabilidad y el silencio
le otorgaron la razón –. Veo que es cierto, la bruja que creyeron matar
hace más de trece años está con vida, y viene por ustedes.
Algunos se persignaron y emitieron alaridos, otros se cubrieron las bocas.
Los susurros fueron constantes.
- Lo que ocurrió anoche fue su causa. Sabéis las cosas que hago, y las
habéis callado hasta ahora, agradezco ello, y por eso y más, os
prometo que traeré ante vosotros a la bruja, y os juzgaréis como mejor
creáis. Pero necesitare de la vida de uno de vosotros – miró a todos
antes de seguir – ¿Quién desea sacrificaros por vuestro pueblo?
Increíblemente varias manos fueron alzadas, y entre todas las doncellas,
divisó a una justo en el fondo, tenía una energía potente y sería más fácil hacer
contacto con el ser endemoniado.
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Llevaron a la joven a la mansión, el séquito la bañó con ciertas sustancias
y la prepararon para la ceremonia en el estudio secreto. La vistieron de negro y
vendaron sus ojos. Apartaron del centro de la habitación la mesa dorada,
colocaron una silla de madera y allí a la chica que no se negó a nada, conocía la
historia de la terrible bruja desde niña y prefería morir en lugar de su familia.
La amarraron del asiento de manos y tobillos, trazaron alrededor un círculo de
sangre animal con otras figuras angulares, dispusieron seis velas y rocas
específicas.
Se sentó fuera del círculo frente a ella, ordenó la salida de la cofradía, y
comenzó la impetración. Pedía la presencia de la temible bruja, imploraba la
manifestación de ella mediante el cuerpo de la joven, y no pasó mucho tiempo
hasta que la muchacha comenzó a retorcerse, él abrió los ojos, los tenía cerrados,
ella abría la boca como queriendo dejar salir algo de su interior, babeaba como
un epiléptico y sacudía su cabeza de un lado a otro. Escarabajos golpeaban las
ventanas de vidrio, el relinchar de los caballos era provocado por el miedo a una
extraña presencia en la mansión, pero la perdió tan pronto como había llegado,
así que optó por otro método.
Hacía un viaje espiritual en busca del ente maligno, recorrió los jardines,
las fachadas, los senderos, cuevas, el bosque, y por último el pueblo. Caminó
los callejones y exploró cada esquina, las casas y la iglesia que había quedado
a mitad de construcción, él había lanzado un conjuro abúlico sobre los
trabajadores, solían dormirse en plena construcción, y al final descontinuaron
la creación de la capilla, creía que no necesitaban un templo para adorar a quien
no los ayudaría. Vio hacía la taberna y divisó las almas en pena de los asesinados,
los cuerpos trastabillaban y tanteaban en el suelo buscando el resto de sus
cuerpos empapándose de una sangre podrida, ennegrecida y lodosa,
trabajosamente hacía un esfuerzo por armarse, pero solo serían libres si Mr.
Seratyn mataba a la bruja, continuó su recorrido por las solitarias calles
arropadas de una espesa oscuridad casi como un muro que le impedía seguir.
Crujo calles, viró su cabeza como una cobra creyendo ver la figura de la mujer
demonio.
Después de deambular por casi media hora, su respiración comenzó a
hacerse pesada y gélida, como si par de icebergs se le hubieran clavado en los
pulmones, se apretujó el pecho queriendo sanar el dolor, pero no pudo. Estaba
rodeado de seis casas, una alteración de ese plano dimensional idéntico a la
realidad, con la opción de ser modificado. Las casitas grises que jamás había
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visto representaban un juego, en una se hallaría ella. Dudoso, giraba sin saber
cuál de todas escoger, ninguna parecía tener algo que la diferenciara de las otras,
así que se acercó a la que estaba a su izquierda, empujó la puerta y las bisagras
sonaron, estaba oscuro, pasó inseguro y la puerta tras él se cerró. Tropezó con
algo en el suelo, se agachó despacio y pretendió palpar para tener una noción
de qué se trataba, era algo frío y de metal, parecía ser una cruz con algo en el
centro. Un velón negro se encendió sobre la mesa socavada, en su mano vio un
símbolo muy reconocido alegórico de la adoración a Satanás, comprendió de
qué se trataba. Había ido a ese pueblo porque muchas veces en sus sueños el
demonio le susurraba seguir a la multitud que iba a esas tierras, se percató de
que había sido conducido allí por ciertos factores, y al final el resultado sería
empaparse con la tradición familiar para darle el alma al diablo.
- Te has dado cuanta – una voz gutural sonó a su espalda. Pero él no
volteó.
- Ahora lo entiendo, ellos no fueron su objetivo desde el principio ¿no
es así, Luzbel?
- Lo has sido tú antes que ellos. No me correspondes como lo hizo la
zorra de tu madre y los anatemas de tus abuelos. Pero no puedo exigir
mucho cuando querían mantenerte a raya de esto.
- Tienes mi alma ¿Qué más deseáis?
- Tu adoración, Seratyn Jhazafet, es lo que más me nutre.
- Hicimos un trato, y no estaba en los términos. Cazaré a tu bruja,
maestro, pero no tendrás de mi adoración.
- No puedo violar el contrato, solo queda esperar al día de tu rapto para
hacer que tragues cada una de tus palabras, Seratyn.
- Hasta entonces, vuelve a tus aposentos, Luzbel – dijo irónicamente.
No estaba en aquella casa, así que salió cuando nada hubo tras él. Ingresó
a otra, y esta se iluminó enseguida. Había una escotilla, la abrió y empezó a
descender.
La madera de los peldaños crujía levemente, por lo que se detenía antes
de dar un paso, no era diferente de la casa anterior, todo oscuro, sentía que miles
de ojos lo escrutaban, que era la carnada de un lago de pirañas, el temor oscilaba,
solo pensar en las cosas que le haría a la bruja, le daban ánimos de seguir. Llegó
a un soporte regular, y una disnea le atracó, también una sofocación súbita e
insufrible, se tiró al suelo con ambas manos en la garganta, sentía la cabeza
arder como cuando estaba en la hoguera, tosió y escupió, se fue con ello la
jaqueca, se incorporó y caminó en la oscuridad, se alejaba de la luz que
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iluminaba las escaleras desde la escotilla, recordó una pintura que había visto
en casa de uno de sus pocos amigos, eran cristianos, y tenían en lo alto de una
de las paredes de la sala un cuadro con una escalera que se perdía entre las nubes,
decían que a través de ella subirían a estar con Dios, tres días después la casa se
vino abajo, y Arid subió prematuramente las escaleras con su familia, pero ese
no era el caso, y él no tenía unos peldaños que lo acercarían a Dios, había un
hoyo bastante espacioso por el que le arrojarían hasta tocar fondo y no gritaría
porque estaba listo para asumir su destino, pero todavía faltaba mucho para ese
día.
El *tap* de sus zapatos en la madera era lo único audible, temía que de
pronto algunas manos salieran desde el suelo partiendo la madera y lo atrajeran
a las entrañas de la tierra. Al fondo una luz tenue se pegaba a la entrada de una
cueva de propiedades grises, las estalactitas asombrosamente pronunciadas
goteaban causando un pequeño eco del goteo, la luz no procedía de ningún lugar
en específico, era fantasmal. Se aventuró al camino recto, de delimitante
negrura, el suelo húmedo le proporcionó inseguridad, por lo que redujo la
velocidad a la que iba. No había corrientes de aire, pero escuchaba susurros
incomprensibles de varios seres del presente plano, volteó molesto por el sonido,
no había más que el camino que dejaba, retornó su vista, continuaron los
murmullos en una lengua oculta incluso para los brujos.
Al fin vio una variable, era una puerta al final del recorrido, la empujó
para salir de nuevo a la redoma encerrada por las casas. Estaba cansado y
desesperándose, cerró los ojos para exigirse paciencia, podía calcularse en su
transpiración que estaba perdiendo los estribos de su embarcación mental que
hacía frente a una tormenta en mar adentro provocado por el Poseidón del que
tanto había leído.
Al azar seleccionó otra vivienda y pasó afanado, en el interior había un
laberinto de cráneos perfectamente apilados y con jeroglíficos, salían ratas de
los huesos y chillaban al caer. Las jugarretas de la mujer lo estaban hartando
considerablemente, golpeó una de las paredes y de nuevo el * ¡Hiiiic!* de las
ratas. Toda la búsqueda por no saber el nombre de la bruja.
Continúo el indeseado recorrido escuchando de vez en cuando gritos de
dolor, se dejaba guiar por estos hasta no hallar nada del lugar de que provenían,
no veía el momento de capturarla, y como si sus suplicas hubieran sido
aceptadas por la buena suerte, llegó al corazón de los confusos callejones.
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(1) Cofradía: S. Hermandad,
gremio, compañía.
Quería tener bajo su mando a la cofradía (1) que había matado a sus
familiares, ya que una cofradía no podía controlar a otra, y a cambio siete recién
nacidos serían sacrificados en su honor, el segundo favor consistía en ser
acreedor de una fortuna incalculable a cambio de su alma, en el tercero pidió
tener los conocimientos de artes oscuras que poseyeron todos sus ancestros. Su
negociante asintió y le indicó la fecha en la que vendría por él. Dicho esto, le
dejó una roca de múltiples tonos violáceos, y le instruyó a meterla en un bolsillo
e ir cada media noche a un río y extraer de este las rocas bajo el agua,
introducirlas en un jarrón, y al llegar al pueblo, se convertirían en oro, en cuanto
a los cuatro seres enmascarados, le dio instrucciones de colocarse frente a un
espejo manchado con sangre de macho cabrío, y poseyendo en la mano derecha
los cuernos del animal, ordenar a la hermandad “Jemedsis” salir de su escondite
y postrarse a sus pies. Para tener el conocimiento, tenían que pasar seis meses
desde esa noche para obtener por arte de magia todo en su cabeza. Al final,
delante de él apareció un pergamino que leyó detenidamente hasta las letras más
pequeñas, casi inentendibles, firmó con su sangre y de pluma el dedo índice.
Esperó todo un día hasta llegar antes de la media noche al río, había
robado una vasija, así que con la roca en el bolsillo, comenzó desesperado a
meter las pequeñas piedras en el artefacto hasta que lo hubo llenado. Regresó
con el peso del objeto en ambos brazos, sacó una de las rocas y no se sorprendió
al ver que era de oro, de cosas más sorprendentes había sido testigo de niño.
En muy pocas noches había conseguido reunir lo suficiente para ordenar
la construcción de una mansión gigantesca cercada por una verja extensa. Los
pueblerinos no dejaron de especular sobre él, pero callaron cuando dedicó su
total atención a ellos. Ordenó meses después, demoler todas las casas para
construirlas con bloques de roca sólida, el barro ya no estaba en las calles, un
revestimiento de piedras regulares las arropaba, expulsó la pobreza dando de su
fortuna una pensión para cada familia todos los meses, y así, ya no hubo más
llanto por hambre o preocupaciones.
Había creado pasadizos secretos a través de las paredes, uno conducía
hasta una gran habitación blanca con una mesa de oro en el centro, en una de
las paredes había una pintura de una figura con cuernos, y un rincón un espejo
bordeado con ornamentos negros de hierro. Había ordenado a su fiel amigo de
las calles, quien ahora era su mano derecha, matar a un macho cabrío y traer su
sangre, por lo que llevaba un recipiente no mayor que su puño. Hizo una cruz
invertida en el espejo, se miró crucificado, y ansioso en la lengua de los
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cerca de ella, así que la amarraron a la fogata, pero ¿Para quienes eran el resto?
- Ella no pudo haber entrado aquí sin ayuda, mucho menos a mi casa –
dijo para que todos oyeran mirando a los tres enmascarados –. Desde
hace mucho había previsto una traición, es una pena lo ineludible que
suele ser el destino – expresó sarcásticamente – ¡Atadlos! – los señaló
y los guardias procedieron.
No hubo resistencia de los sirvientes, habían subestimado el poder de su
amo, ahora arderían. Él mismo prendió fuego a las hogueras y no parpadeó
deleitándose viendo los cuerpos calcinándose de los cuatro, sonreía por haberse
deshecho de las escorias que había en el pueblo, y todos le estuvieron
inmensamente agradecidos luego de esa noche.
Había trascurrido nueve años, era la primavera de febrero, y la mayor
celebración se llevaba a cabo el 20 de ese mes, ya que el día siguiente sería el
cumpleaños del líder del pueblo. Los pueblerinos dedicaban todo su esfuerzo,
tiempo y dinero en hacer algo digno de su héroe. Desde tempranas horas la
emoción se mecía de por todo el sitio, la algarabía era inmensa, y las tareas eran
distribuidas y asumidas con mucha responsabilidad, era un verdadero honor
quedar a cargo de algún pedido relacionado al evento de esa noche. En manos
de los niños quedaba la decoración, llevaban escaleras para colocar en lo alto
de las casas ramos de flores y lámparas, los hombres habían salido de caza antes
del alba, competían entre ellos la captura de la mejor gacela, y las mujeres en
grupos, se disputaban el mejor sabor en la comida, dulces y bebidas.
Esa mañana disfrutó de su jardín, nunca lo había hecho. Vio muchas
mariposas e insectos, deseó ser uno para no tener raciocinio ni sentido de la
responsabilidad. El sol brillaba agradablemente, había trascurrido como
segundos nueve años en los que había mantenido los peligros lejos de su
localidad. Le preocupaba lo desprotegido que estaría el lugar. En todo ese
tiempo había conocido a muchas doncellas con las que compartió en la
intimidad, pero no fue capaz de engendrar un hijo, no podía soportar tener uno
y saber que de algún modo la tradición continuaría, quería ser el eslabón débil
en el que la cadena cedería, caería al suelo y jamás pudiera sostener una
costumbre sofocante como esa. Aunque había hecho muchas cosas buenas, no
había vivido de manera tranquila por la misma causa, tener a demonios encima
de él a cada lugar al que iba era una tortura, sentir perder los estribos y asesinar
a quien no compartía la misma opinión, le hacían tener que luchar consigo
mismo. Sin dudas, no podía llamarse vida, pero había respirado a través de sus
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amigos, de las mujeres, de los niños que crecían fuertes y de aquellos jóvenes
que voluntariamente se entregaban para estar a su disposición, era esta la
recompensa y consuelo de no haberle hecho arrepentirse del pacto y de cómo
usaba sus poderes. La magia, pensaba, era una energía potente que carecía de
inclinaciones en su estado natural, sin embargo, eran las maneras de obtenerla
lo que cambiaban, lo mismo su forma de ampliación, y gracias a esto, dedicó
horas nocturnas a buscar una manera de eludir su destino, deseaba permanecer
en aquellas tierras, seguir recibiendo y protegiendo la amabilidad de su gente.
Thomas se convertiría en el heredero de sus bienes, y aunque le había
rogado ser aprendiz de la magia negra para seguir protegiendo a todos, fue
rechazado por su propio bien.
Era de noche, había escogido sus mejores ropas, desde las zapatillas hasta
la cinta que sujetaba su cabello eran de color negro, estaba de luto por sí mismo,
no era vanidoso por lo general, pero hizo una pequeña excepción esa noche.
Metió entre sus ropas un pergamino sobre el cual había trabajado ocho años
provocándole más insomnio del que le causaban las voces, secuela del portal
que había abierto Ghail, la bruja cuyo nombre había revelado camino a su
incineración, la brecha permitía que en ocasiones lidiar con la realidad fuera
más pesado que nada, veía gusanos donde había flores, duendes donde había
niños, y así la alteración de toda verdad.
Había inscrito también un libro con todo lo que venía a su cabeza, lo había
enterrado en aquel valle donde había concretado el pacto, lo había hecho con la
intención de tener más claras sus ideas, y ya que era el día en que sería arrastrado
al infierno, decidió deshacerse del libro esa tarde.
Salió en su nuevo carruaje adornado con decenas tipos de flores. Podía
escucharse el alboroto y la incandescencia concentrada en el centro. Los
violines eran sublimes, movía su mano de un lado a otro con una batuta
imaginaria, ladeaba su cabeza presa de una extraña sensación de emoción. Bajó
despacio y una ovación le dio la bienvenida, todas las cabezas se agacharon en
su presencia, él les devolvió el gesto. Para ellos era su único rey. Se sentó en
una silla dorada sobre una base de madera, como si fuese un santo en el pedestal.
Había una gran fogata en el centro del espacio, y una mesa longitudinal llena de
todo tipo de comida. Los niños le trajeron una corona de lilas, se la colocó
pensando que había sido la mejor de todas las celebraciones. Aplaudía a los
bailarines, y pronto lo invitaron a unirse a un baile tradicional alrededor de la
fogata. Se agachaba, giraba, se movía como pez y saltaba como todos, reía y
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saludaba mientras lo hacía. El Adonis del pueblo estaba más que contento, pero
Tobías no se molestaba en incorporarse a la celebración, no podía sonreír
sabiendo que su amigo y jefe estaba por dejar esa tierra.
Los artistas del fuego y equilibrio traídos de la ciudad hicieron el máximo
esfuerzo por sorprenderlo, y no solo eso, el traga espadas ganó una reverencia
por su parte.
La luna casi estaba en su punto más alto, se levantó del “trono” y dio unas
palabras de agradecimiento por la molestia que se habían tomado al preparar
semejante evento, y sobre todo haber sido su compañía a lo largo del tiempo. El
silencio perduró largo rato después de sus palabras.
Aprovechó que nadie la veía para escabullirse de la multitud, caminaba
un poco apresurado por la calle solitaria. Ya podía irse tranquilo.
Le quedaban unos pocos minutos antes de las doce. Se sentó en la grama
y comenzó a recordar su primera vez allí, cuando estaba lleno de suciedad y
piojos, parecía que tenía el cabello castaño por el lodo, y a veces hasta le
confundían con una estatua. Mr. Seratyn habría muerto de infección, hambre o
le hubieran contagiado con lepra de no haber hecho el tratado, ahora nada podía
cambiar el rumbo de su destino. Encontraría a su familia en las lavas del infierno,
y de seguro Ghail lo esperaba ansiosa.
- Es el momento – la voz del demonio, Mr. Seratyn volteó para verlo ya
que se iría con él, y encantado cerraba así su existencia entre los
humanos.
La desaparición de Mr. Seratyn conmocionó a los habitantes. Unos pocos
lo habían visto irse hasta la colina sin volver. Las hipótesis fueron del mismo
contexto, pero producidas de diferentes maneras. Había pagado su cuota, el
diablo lo había llevado a sus dominios, le había halado de los pies hasta
arrastrarlo, otros decían que lo había desaparecido sin más, pero nadie tenía la
total certeza de lo que había pasado con el señorito. Quedaría inmortalizado en
una leyenda local que sobreviviría en los siglos posteriores, y que cuya
credibilidad quedaría obsoleta como un cuento para asustar a los niños, ya que
una nada podía evidenciarlo, más que las voces de los abuelos que repetían la
misma historia que le habían contado sus padres. Mr. Seratyn había logrado con
su sacrificio lo que muchos no habían podido, gracias a él el pueblo se hizo
ciudad, y continuamente una metrópolis, de haber no haber sido por la
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purgación de la lepra y la bruja, hubiera desaparecido y solo como pueblo
fantasma y maldito hubiera prevalecido hasta el fin de los tiempos.
En realidad, vivirían sin saber con exactitud el final, si es que lo había.
Respirarían, envejecerían y morirían, incluso reencarnarían sin saber que entre
ellos, siempre estaría el famoso hechicero.
- ¿Estáis ansioso? ¿Soy la única alma que os produce esa sensación? –
preguntó Mr. Seratyn al demonio.
- No juegues conmigo, Seratyn, puedo hacer lo que quiera contigo ahora
mismo…
- ¡Cof, cof! –carraspeó para interrumpirle –. Eso es lo que pensáis.
Sacó de su chaleco el pergamino doblado, las manos blancas del ángel
caído lo sujetaron y sus ojos recorrieron las líneas sin dejar de sorprenderlo.
“La octava cláusula estipulaba lo siguiente: si el contratante llegase a interferir en el destino del
contratado antes de la expiración del documento, el tratado perderá su validez de acuerdo a la
considerable intrusión, como recompensa por la intromisión, el contratado podrá conservar los
favores pedidos y quedará absuelto del termino general que beneficiare al contratante.”
El demonio que vestía ropa de otro tiempo, no soportó no reír ante su
grave error, sobre todo por lo bajo que había caído al subestimar a Mr. Seratyn
que había probado ser más ávido que el mismísimo diablo. Cayo en la seducción
de su propio contrato.
- Creíste que no leía las clausulas, e infligiste tu propio acuerdo al mandar
a aquellos demonios a la taberna, la hiciste culpable a ella, querías que me
acercara lo suficiente para que me convenciera de adorarte. Lo que no sabes, es
que me sobreestimaste al pensar que nada podía desafiarte, Luzbel. Así que
ahora, el alma que pudo ser tuya, me pertenece.
- Estaré esperándote – sonrió de lado sin dejar de verlo sardónicamente.
- ¿Cuántos milenios? He oído de la alquimia, y la piedra filosofal (1) que
tanto se busca. Probaré suerte en nuevos terrenos, hasta entonces, no esperes de
pie.
Y dicho aquello, el demonio desapareció con el fiasco en mano. No había
tal clausula en el contrato, no había términos, pero él había trabajado
arduamente en hallar el modo a través de la magia, de engañarlo, y después de
largos años, encontró la manera de crear una ilusión indetectable y eterna, ahora
5
congregados de la noche llamó a la cofradía, y tal como había dicho Satanás,
ordenó la postración de los cuatro. En el espejo ya no estaba su silueta, estaba
una de las misteriosas figuras, como lo recordaba, esta salió y otra más apareció,
así hasta sumar cuatro, acto seguido se hincaron hasta pegar al suelo sus frentes.
Él se fue hasta la mesa de oro, que no era más que un altar, y por nombres que
solo él conocía los llamó, dos hombres y dos mujeres habitaban las máscaras
ostentosas. Había cumplido el segundo de sus pedidos, ahora tenía que
responder con el sacrificio prometido.
A sus nuevos sirvientes pidió esa misma noche siete recién nacidos, y no
demoraron en traerlos ante él. Al verlos llorar sobre la mesa negó ser capaz de
matarlos, no era para nada alguien frío, y esa noche no se había preparado para
darles muerte. Sus ojos grises pasaban de uno a otro infante. Sus abuelos traían
uno que otro día, a un niño diferente con el que jugaba hasta que caía la noche
y no volvía a verlo jamás, lo llevaban a la mesa de piedra y lo entregaban a su
maestro, pero él solo dedujo fácilmente esto cuando ya fue mayor.
No le habían alistado para hacer tal cosa, si tan solo le hubieran concebido
participar en un ritual no tendría tantos escrúpulos como ahora. Podía pedirle a
Tobías que los matara por él, pero no tendría validez el ritual. Salió de la sala
por un pasillo muy estrello en el que podía accederse colocándose de lado, giró
la manija y salió por el espejo, quería un sorbo de ron, y no cogió una copa,
llevó la botella a su boca tragando como si fuera agua, Tobías estaba oculto tras
la puerta, había visto a los cuatro nuevos huéspedes entrar con niños, sabía a lo
que se debía, Mr. Seratyn no podía contar del pacto, pero Tobías no era ningún
tonto, lo supo dese el comienzo conociendo el pasado de su amigo y ahora amo,
pero la lealtad estaba delante de cualquier otra cosa aun en esa época, y estaría
a su lado sin importar nada.
Estaba sudando, se quitó la ropa sin tener vergüenza, estaba bajo el
encanto del licor. Entró de nuevo a la habitación y de pie, exactamente en el
mismo lugar seguía el cuarteto, cogió de nuevo el cuchillo tambaleándose, dijo
las palabras correspondientes y apuñaló en el corazón a cada uno de los bebés,
La sangre tierna caía en raudales desde la mesa de oro, cargaría hasta en el
infierno con las muertes, pero iría con el consuelo de que había hecho mucho
por su pueblo y siete vidas lo valían, incluso su alma.
Una sensación de extraño alivio y excitación se apoderaba lentamente
desde su pecho hacia la piernas y brazos, se sintió seducido por la sangre que
llamaba su nombre desde la mesa, lo incitaba a mezclarse en ella, así que sin

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La maldición familiar de Mr. Seratyn

  • 1. 1
  • 2. 2 Mr. Seratyn El pueblo tenía trece años desde su fundación, aún no tenía nombre, la gran mayoría de los habitantes provenían de Mirasath, una ciudad costera que quedó sumergida bajo las aguas del mar de una manera inusual en solo minutos. Se habían establecido en aquellas tierras los pocos que había sobrevivido a la gran ola, pero sabían que lo tenían merecido, escondían un secreto, pero bajo el agua preferían dejarlo. Las callejuelas llenas de lodo, le daban el aspecto de ser una granja, ni hablar de los diferentes animales que las albergaban. Las casitas de barro eran las delimitantes del laberinto de calles. Era un lugar de extrema pobreza y enfermedad, los leprosos en las esquinas y llenos de moscas eran lacerantes a la percepción, algunas familias ya habían muerto por este padecer y la plaga se extendía como las aguas del río. Ellos culpaban a una maldición que desde su ciudad se cernía sobre ellos acechándoles para recordarles lo que habían hecho, pero había pasado mucho desde aquello, y apenas estaba surgiendo la enfermedad, por lo que algunos trataban de no relacionarlo. Mr. Seratyn, el andrajoso pordiosero, vivía de las ratas y de aquellas migajas que rara vez encontraba en los deshechos, o de algunos animalillos que cazaba de vez en cuando en el bosque. Sus ropas mugrientas y todo el barro le daban el aspecto de provenir de las mismas bóvedas que las ratas, las uñas lo familiarizaban más a estos roedores de largas colas. Pasaba la mayor parte del día durmiendo alrededor de los perros. Algunos amablemente le daban un poco de su pan, aunque ocurriera de manera sucinta. Nada era más intolerable y tortuoso que los piojos, aun dormido, sus uñas largas rascaban su cabeza y a veces se hacía cortadas, se bañaba pocas veces a la semana, pues era demasiado largo el recorrido hasta el río como para hacerlo todos los días. Particularmente esa mañana su genio era atorrante y muy pesado de sobrellevar, estaba muy frustrado, y pidió a su único amigo no acercarse a él en todo el día, fundamentalmente en la noche. Ya estaba harto de la miseria que se infiltraba por cada poro y lo ataba desde las entrañas diciéndole al oído con sus longitudinales dientes demoniacos que estaría junto a él por el resto de la vida. Este demonio mísero llegaba lentamente desde algún orificio y entraba a sus sueños para atormentarle con un tridente, y decirle que era hora de hacer uso de su herencia, de pronunciar las dulces palabras herejes para abrir paso a una nueva vida. Lo había estado evitando desde que tenía ocho años, pero se había afincado sobre su cordura en los últimos meses. Esa noche sería el momento.
  • 3. 3(1) Aquelarre: o sabbat, es una reunión de brujas, brujos o hechiceros en honor a Satanás. Llevaba consigo un pedazo de espejo, caminaba apaciblemente por la campiña, el hálito natural se detenía en él llevándose el nauseabundo olor de tres días de vida con los perros. Veía a lo lejos las farolas expuestas en las esquinas de las casas. –Ya no más pobreza –, expresó en la soledad. Se detuvo bajo la noche, sabía por la luna en qué momento exacto tenía que comenzar a hacer el ritual. Su madre le había dicho que justo cuando la luna estaba en lo alto, el Todopoderoso tenía que cruzar la página del libro del destino y esto le tomaría tres minutos en los que quitaba los ojos de la humanidad para escribir la nueva fecha en el pergamino. Miró el pedazo de cristal y lo pasó por su muñeca viendo un nuevo color en su piel sucia. Comenzó a trazar sobre la hierba una serie de figuras geométricas de distintos tamaños conectadas entre sí, una fisura en pleno ritual permitió que el recuerdo más significativo de su vida lo trasladara a cuando tenía ocho años. Su mamá lo había puesto bajo una pila de maderos, y le había ordenado no salir de allí hasta que estuviera seguro, comprendió mucho después lo que le había dicho anteriormente, sus ancestros pertenecieron a un aquelarre (1), y de generación en generación la tradición era trasmitida, la vida de quienes practicaban las artes oscuras terminaba cuando el contrato que hacían al pactar con el demonio caducaba, y aquella noche sus abuelos y su mamá tenían que irse, ninguno estaba triste, parecían orgullosos, un día antes lo habían llevado a la mesa de altar donde le habían enseñado la invocación de contrato, mostrándole los trazos que tenía que hacer con su propia sangre, pero le habían advertido que solo lo hiciera cuando ya las esperanzas hubieran escapado de su ser, en el fondo, querían romper con la tradición. Vio a través de una ranura que cuatro personas con túnicas y máscaras doradas con joyas se acercaban con espadas en mano, sus parientes se arrodillaron ante ellos y abrieron los brazos en señal de recibimiento, los encapuchados blandieron sus espadas y dos cabezas cayeron, no fueron suficiente cinco espadazos para separar la cabeza de su madre, y él hipnotizado, no dejó de mirar sorprendido. Después escuchó una oración que entendió perfectamente en un lenguaje encriptado que desde siempre había comprendido “Que el fuego nos reciba con algarabía”. Parpadeó y volvió al presente, terminó de trazar y se alejó. La impetración la hacía con vigor idealizando su propósito, el viento se hizo fuerte y Dios no estaba mirando, tampoco la luna, los lobos aullaban para recibir al príncipe de las tinieblas, y allí estaba, en medio de un circulo, pero nadie podía verle en su forma original, por lo que Mr. Seratyn se arrodilló mirando el suelo y pidiendo tres favores.
  • 4. 4 (1) Cofradía: S. Hermandad, gremio, compañía. Quería tener bajo su mando a la cofradía (1) que había matado a sus familiares, ya que una cofradía no podía controlar a otra, y a cambio siete recién nacidos serían sacrificados en su honor, el segundo favor consistía en ser acreedor de una fortuna incalculable a cambio de su alma, en el tercero pidió tener los conocimientos de artes oscuras que poseyeron todos sus ancestros. Su negociante asintió y le indicó la fecha en la que vendría por él. Dicho esto, le dejó una roca de múltiples tonos violáceos, y le instruyó a meterla en un bolsillo e ir cada media noche a un río y extraer de este las rocas bajo el agua, introducirlas en un jarrón, y al llegar al pueblo, se convertirían en oro, en cuanto a los cuatro seres enmascarados, le dio instrucciones de colocarse frente a un espejo manchado con sangre de macho cabrío, y poseyendo en la mano derecha los cuernos del animal, ordenar a la hermandad “Jemedsis” salir de su escondite y postrarse a sus pies. Para tener el conocimiento, tenían que pasar seis meses desde esa noche para obtener por arte de magia todo en su cabeza. Al final, delante de él apareció un pergamino que leyó detenidamente hasta las letras más pequeñas, casi inentendibles, firmó con su sangre y de pluma el dedo índice. Esperó todo un día hasta llegar antes de la media noche al río, había robado una vasija, así que con la roca en el bolsillo, comenzó desesperado a meter las pequeñas piedras en el artefacto hasta que lo hubo llenado. Regresó con el peso del objeto en ambos brazos, sacó una de las rocas y no se sorprendió al ver que era de oro, de cosas más sorprendentes había sido testigo de niño. En muy pocas noches había conseguido reunir lo suficiente para ordenar la construcción de una mansión gigantesca cercada por una verja extensa. Los pueblerinos no dejaron de especular sobre él, pero callaron cuando dedicó su total atención a ellos. Ordenó meses después, demoler todas las casas para construirlas con bloques de roca sólida, el barro ya no estaba en las calles, un revestimiento de piedras regulares las arropaba, expulsó la pobreza dando de su fortuna una pensión para cada familia todos los meses, y así, ya no hubo más llanto por hambre o preocupaciones. Había creado pasadizos secretos a través de las paredes, uno conducía hasta una gran habitación blanca con una mesa de oro en el centro, en una de las paredes había una pintura de una figura con cuernos, y un rincón un espejo bordeado con ornamentos negros de hierro. Había ordenado a su fiel amigo de las calles, quien ahora era su mano derecha, matar a un macho cabrío y traer su sangre, por lo que llevaba un recipiente no mayor que su puño. Hizo una cruz invertida en el espejo, se miró crucificado, y ansioso en la lengua de los
  • 5. 5 congregados de la noche llamó a la cofradía, y tal como había dicho Satanás, ordenó la postración de los cuatro. En el espejo ya no estaba su silueta, estaba una de las misteriosas figuras, como lo recordaba, esta salió y otra más apareció, así hasta sumar cuatro, acto seguido se hincaron hasta pegar al suelo sus frentes. Él se fue hasta la mesa de oro, que no era más que un altar, y por nombres que solo él conocía los llamó, dos hombres y dos mujeres habitaban las máscaras ostentosas. Había cumplido el segundo de sus pedidos, ahora tenía que responder con el sacrificio prometido. A sus nuevos sirvientes pidió esa misma noche siete recién nacidos, y no demoraron en traerlos ante él. Al verlos llorar sobre la mesa negó ser capaz de matarlos, no era para nada alguien frío, y esa noche no se había preparado para darles muerte. Sus ojos grises pasaban de uno a otro infante. Sus abuelos traían uno que otro día, a un niño diferente con el que jugaba hasta que caía la noche y no volvía a verlo jamás, lo llevaban a la mesa de piedra y lo entregaban a su maestro, pero él solo dedujo fácilmente esto cuando ya fue mayor. No le habían alistado para hacer tal cosa, si tan solo le hubieran concebido participar en un ritual no tendría tantos escrúpulos como ahora. Podía pedirle a Tobías que los matara por él, pero no tendría validez el ritual. Salió de la sala por un pasillo muy estrello en el que podía accederse colocándose de lado, giró la manija y salió por el espejo, quería un sorbo de ron, y no cogió una copa, llevó la botella a su boca tragando como si fuera agua, Tobías estaba oculto tras la puerta, había visto a los cuatro nuevos huéspedes entrar con niños, sabía a lo que se debía, Mr. Seratyn no podía contar del pacto, pero Tobías no era ningún tonto, lo supo dese el comienzo conociendo el pasado de su amigo y ahora amo, pero la lealtad estaba delante de cualquier otra cosa aun en esa época, y estaría a su lado sin importar nada. Estaba sudando, se quitó la ropa sin tener vergüenza, estaba bajo el encanto del licor. Entró de nuevo a la habitación y de pie, exactamente en el mismo lugar seguía el cuarteto, cogió de nuevo el cuchillo tambaleándose, dijo las palabras correspondientes y apuñaló en el corazón a cada uno de los bebés, La sangre tierna caía en raudales desde la mesa de oro, cargaría hasta en el infierno con las muertes, pero iría con el consuelo de que había hecho mucho por su pueblo y siete vidas lo valían, incluso su alma. Una sensación de extraño alivio y excitación se apoderaba lentamente desde su pecho hacia la piernas y brazos, se sintió seducido por la sangre que llamaba su nombre desde la mesa, lo incitaba a mezclarse en ella, así que sin
  • 6. 6 tener mucha noción de la realidad y de lo que consideraba bien o mal, se acostó y llenó su piel con la sangre. Aquellas túnicas se despojaron de los cuatro cuerpos, las máscaras también habían quedado en el suelo, los cuerpos exhibiendo desnudes se acercaron a su amo y pasaron sus lenguas probando la sangre en su tez, tocaron su cabello dorado y besaron sus labios rosados, lamieron sus pies y su virilidad. Celebraron de esta forma el sacrifico, uniéndose unos a otros de manera carnal y burlando a Dios, pintando las paredes de secretos malditos y paganos, entregándose a las costumbres satánicas que se llevaban a cabo en prados, bosques y montañas. No le debía más que su alma, pero idolatró esa noche involuntariamente a quién aún le debía un favor. Una mañana despertó con todo el conocimiento de sus ancestros, tal como lo había acordado. Las cosas ya no eran vistas del mismo modo, más allá de la materia, en otra dimensión proyectada en esta, observaba diferentes colores y microtemperaturas donde había diablillos ajenos a visiones ordinarias. Los olores ya no eran los mismos, se sentía fascinado, el lenguaje del mundo estaba decodificado para él, y con ello la manipulación de mucha cosas a través de palabras, brebajes, sacrificios, mezclas, etc. Lo primero que hizo esa mañana fue comprar ciento quince ovejas que llevó en compañía del cuarteto de brujos a la pradera donde había realizado el pacto. Los enmascarados iban tranquilamente al pueblo sugestionando a todos con aspectos mediocres, por lo que no se limitaban en cumplir ninguna tarea delicada como conseguir ciertas hiervas, velas u otras cosas que me ameritaban un conjuro. Por lo general, las denominadas artes oscuras, se ejercían en favor del mal, las cofradías estaban podridas desde las entrañas, la poción irrevertible y letal de crueldad estaba aferrada a las mentes que lo practicaban, pero Mr. Seratyn trataba de mantenerse cauto a este efecto alejando los deseos de muerte de aquellos inquisidores que venían por él a causa de las leyendas que en un momento se fueron con el viento hasta los pueblos y grandes ciudades. Tuvo que ordenar una semana antes a su pequeño séquito, trazar alrededor de su cama una estrella de cinco puntas con inscripciones secretas para mantener alejado al halado demonio de alas membranosas que susurraba ambiciones y acciones perversas y maquiavélicas, había funcionado, conciliaba el sueño tranquilamente en la onírica. Aquella tarde purgó al pueblo desde el valle, mentalizó el establecimiento hospitalario donde habían dispuesto a todos los enfermos de lepra que eran más de cien, tal como lo había deducido, niños, mujeres y hombres llagosos esperando por la muerte como única sanación, cargarían en sus hombros una maldición que renacerían con cada generación venidera, pudo verlo al expandir su mente sobre los contagiados, los demonios de enfermedades estaban pegados
  • 7. 3(1) Aquelarre: o sabbat, es una reunión de brujas, brujos o hechiceros en honor a Satanás. Llevaba consigo un pedazo de espejo, caminaba apaciblemente por la campiña, el hálito natural se detenía en él llevándose el nauseabundo olor de tres días de vida con los perros. Veía a lo lejos las farolas expuestas en las esquinas de las casas. –Ya no más pobreza –, expresó en la soledad. Se detuvo bajo la noche, sabía por la luna en qué momento exacto tenía que comenzar a hacer el ritual. Su madre le había dicho que justo cuando la luna estaba en lo alto, el Todopoderoso tenía que cruzar la página del libro del destino y esto le tomaría tres minutos en los que quitaba los ojos de la humanidad para escribir la nueva fecha en el pergamino. Miró el pedazo de cristal y lo pasó por su muñeca viendo un nuevo color en su piel sucia. Comenzó a trazar sobre la hierba una serie de figuras geométricas de distintos tamaños conectadas entre sí, una fisura en pleno ritual permitió que el recuerdo más significativo de su vida lo trasladara a cuando tenía ocho años. Su mamá lo había puesto bajo una pila de maderos, y le había ordenado no salir de allí hasta que estuviera seguro, comprendió mucho después lo que le había dicho anteriormente, sus ancestros pertenecieron a un aquelarre (1), y de generación en generación la tradición era trasmitida, la vida de quienes practicaban las artes oscuras terminaba cuando el contrato que hacían al pactar con el demonio caducaba, y aquella noche sus abuelos y su mamá tenían que irse, ninguno estaba triste, parecían orgullosos, un día antes lo habían llevado a la mesa de altar donde le habían enseñado la invocación de contrato, mostrándole los trazos que tenía que hacer con su propia sangre, pero le habían advertido que solo lo hiciera cuando ya las esperanzas hubieran escapado de su ser, en el fondo, querían romper con la tradición. Vio a través de una ranura que cuatro personas con túnicas y máscaras doradas con joyas se acercaban con espadas en mano, sus parientes se arrodillaron ante ellos y abrieron los brazos en señal de recibimiento, los encapuchados blandieron sus espadas y dos cabezas cayeron, no fueron suficiente cinco espadazos para separar la cabeza de su madre, y él hipnotizado, no dejó de mirar sorprendido. Después escuchó una oración que entendió perfectamente en un lenguaje encriptado que desde siempre había comprendido “Que el fuego nos reciba con algarabía”. Parpadeó y volvió al presente, terminó de trazar y se alejó. La impetración la hacía con vigor idealizando su propósito, el viento se hizo fuerte y Dios no estaba mirando, tampoco la luna, los lobos aullaban para recibir al príncipe de las tinieblas, y allí estaba, en medio de un circulo, pero nadie podía verle en su forma original, por lo que Mr. Seratyn se arrodilló mirando el suelo y pidiendo tres favores.
  • 8. 8 confundirse con el rey debido a sus piedras preciosas. El anciano casi parecía una tortuga, movía sus frágiles piernas temblorosas y Mr. Seratyn no pudo sentir más que pena y ofensa por el hecho de haberle enviado a un “combatiente” eclesiástico enfermo e indigno de él, tenía expectativa, y para tratarse de la magnitud del rumor que los había traído allí, le consideraban un rival incapaz de siquiera sugestionar, que era lo mínimo que podía hacer un hechicero. - ¿Mr. Seratyn? – la voz ronca del viejo preguntó. - Sí, soy yo – respondió sin más. Mientras llevaran la señal de la cruz no podía penetrar en sus mentes, era una barrera dimensional que bloqueaba cualquier intento por husmear en sus cabezas, los demonios si podía hacerlo con normalidad dependiendo de cuán fuerte sería la persona mentalmente, o para ser específico, de lo claro que estaban sus ideas. - Hemos venido a juzgaros bajo las reglas de nuestro padre Dios y la orden de la iglesia. - ¿Juzgarme? ¿De qué se me acusáis? - De brujería, pacto con el demonio, asesinato y herejía. - ¿Bajo el nombre de Dios habéis dicho? – volteó para ver a los cuatro con una sonrisa. - ¿Tenéis prueba de ello? - Los habitantes de esta ciudad están aterrorizados, ellos son la prueba. - Ustedes les aterrorizan. Pero no perdamos tiempo, y que comience el juicio. Las personas salieron de sus casas en pequeños grupos hasta concentrarse en la plaza. Habían dispuesto una mesa rectangular y varias sillas a metros delante de esta. La gente estaba conmocionada y asustada, temían que encontraran culpable a Mr. Seratyn y lo quemaran dejándolos desamparados. En poco tiempo el lugar estaba abarrotado, algunos treparon hasta los árboles, techos y muros para observar mejor. Habían llevado consigo a un verdugo. Comenzaron por poner a lo largo de la mesa un conjunto de legajos que el casi centenario leyó detenidamente por su incapacidad visual. En el lugar de testigos solo había una mujer, y aunque no hubiera ninguna, el “sospechoso” sabía que sería suficiente para condenarle, así funcionaba aquello, con mucho protocolo que de igual modo te mantendría en un solo camino. No pensaban en llevarlo a la ciudad para un juicio porque juraban que se desharían de él en el
  • 9. 9 mismo pueblo, una hoguera lo solucionaría todo. La mujer pudo haber sido inducida a decir lo que él quería con solo mirarla, pero intentaba ser justo, y escuchó con atención su acusación. Había visto cómo Dherekhel irrumpía en su casa sigilosamente y tomaba a su niña dormida, y antes de que pudiera reaccionar, cayó en un profundo sueño. La mujer desesperada lloraba maldiciendo a Mr. Seratyn, y entendió que sería suficiente para que ejecutaran a los cinco ese día, pero como antes había pensado, no valía la pena que muriera por siete vidas pudiendo ofrecer una mejor a los que iban naciendo. Todo estaba arreglado para esa misma tarde, fueron hallados culpables de practicar la hechicería, y también en el resto de todas las sospechas ya nombradas. Los tenían rodeados en espera de que terminasen de arreglar las cinco pilas de leña que los quemarían. Algunas personas gritaban que debían ser liberados, y que la mujer estaba mintiendo, pero el anciano los exhortó a que estaban siendo manipulados por el demonio y que cuanto antes los quemaran, purgarían sus absurdas ideas. La cofradía no expresaba nada en sus rostros, sabían que no terminaría allí. Los guiaron hasta las hogueras, amarraron sus manos tras los troncos y les rociaron aceite, Mr. Seratyn no dejaba de sonreír de lado. Los guardias con antorchas en mano se posicionaron cada uno frente a los cinco, y de pronto todos los habitantes cayeron al suelo de golpe, el estruendo fue fuerte, el sacerdote asustado miró a su alrededor impresionado, y dirigió después su mirada a los ojos de Seratyn. - ¡Maldito demonio! ¡Arderás en el infierno! - Arderemos, arderemos en el infierno – pronunció, y acto seguido las antorchas se apagaron, y sus amarres cedieron. Los guardias retrocedieron asustados y salieron corriendo dejando atrás al sacerdote. Mr. Seratyn bajó sin apuro de la hoguera y caminó lentamente hasta el viejo que solo había avanzado siete metros. Se colocó frente a él y le quitó el collar con el crucifijo de plata, ahora era vulnerable, los demás fueron por los guardias. - No debéis temerme a mí, en el infierno encontraréis cosas peores, os
  • 10. 10 lo garantizo. Miró a través de aquellos ojos de antaño, había sido responsable de decenas de muertes inocentes, alguien que castigaba de manera deliberada tenía que ser castigado, no por la ley de Dios, porque en ella no había castigo ni intenciones de reprender a “los suyos”, él mismo se encargaría de hacerlo pagar por sus pecados. - No soy piadoso con los injustos, tenéis que saberlo. Así que moriréis como uno de nosotros, Icarus. Tiró al anciano de un golpe, de nuevo esa posesión en la cabeza le incitaba a cosas malas, a dejar fluir el veneno en su interior. –Mátalo, mátalo, mátalo. Se lo merece, es tu deber – sonaba como si se lo gritaran. Miró su rostro en los vidriosos ojos del vejete, no estaba solo en ellos, había algo o alguien a su lado, una sombra, era el demonio de dientes afilados que siempre lo había acompañado. Acercó sus manos queriendo acariciar los pliegues de piel en la cara ajena, los labios del individuo estaban temblando, Mr. Seratyn pronunció una oración y enseguida los ojos de Icarus se llenaron de sangre haciéndolo gritar y revolcarse como una víbora. - Es menos de lo que merecéis. Se acercó a una antorcha y a un recibiente con aceite, era música para sus oídos los chillidos desesperantes de Icarus, arrojó sobre su cuerpo una cantidad considerable de líquido inflamable y segundos después la antorcha. Se sentó en un banco mientras lo veía arder y retorcerse como un gusano. Cubrió su nariz con un pañuelo azul que sacó de su bolsillo, el olor a carne era tolerante, lo que detestaba era a quien pertenecía. Esperó hasta que el fuego cesara, lo ató a una soga y esperó a que Tobías, que estaba en un árbol, bajara y se llevara el cadáver. Desmontaron las hogueras luego de haber quemado a los guardias, se llevaron el carruaje y los caballos. Las personas despertaron a la media noche del sueño inducido, no recordaban nada de lo vivido el día anterior, y como si nada, regresaron a sus casas. Pero Mr. Seratyn y el resto sabían que el rey y los inquisidores estarían esperando a los enviados, y al ver que no llegaban, vendrían por ellos, entonces cientos de hombres se alzarían contra el pueblo y dudaban poder contra todos ellos. Pensaba en su habitación secreta cómo hacerle frente al asunto, le gustaba
  • 11. 11(1) Pentalfa: estrella de cinco puntas. acostarse en la mesa dorada que esperaba no usar nunca más, era fría y espaciosa, noches antes había quemado el cuadro el híbrido ser. En el techo había una claraboya circular con un trébol de cuatro hojas, no lo diseñó con la intención de cumplir con parámetros respecto al altar, le recordaban a su madre, el número cuatro esa su favorito, su padre jamás lo conoció, sabía que lo habían ofrecido a un ser llamado Lilith, después que él nació. Cuando nacías en una cofradía, este tipo de sacrificios, entre otras cosas, eran ordinarias, incluso, muchas veces tuvo que ir a cazar aves específicas encargadas por su familia, fue así como pudo valerse por sí mismo cuando estuvo en las calles. No tuvo otra opción, más que enviar a uno de sus servidores a encantar al rey. Tenía que hacerse pasar por una doncella y vaciar una pócima en la copa que tenía que beber el soberano, así se opondría y evitaría enviar a más inquisidores. Esa misma noche ordenó la búsqueda de algunas hierbas y conejos. Las velas negras fueron colocadas en cada punta del pentalfa (1), habría una recepción enérgica a la dimensión de las almas, donde todo tipo de energías deambulaban en el aire, y podían ser usadas con las palabras, figuras, sustancias y sacrificios correctos. El bol de vidrio contenía la sangre de doce conejos negros, una gota por animal, alzó ambas manos y exhortó a las energías lúgubres entrar al recipiente, y cuando hubo finalizado, entregó un pequeño frasco a Seraket y la envió al castillo. Aparentemente había resuelto un problema, pero esa noche, en la nebulosa de sus sueños, una figura advirtió de su llegada. Estaba en el rio donde había cogido las piedras, hacía mucho frío, luego apareció en la entrada al pueblo, cerca del puente que lo conectaba con el resto del mundo, y al otro lado estaba una mujer de vestido esmeralda, por sus pechos podía concluirse. Era aquella bruja que había dominado el mar, parecía tener algún padecimiento, pero era su aspecto real, un rostro monstruoso y desfigurado, su boca era enorme al igual que los dientes, sus ojos negros como la noche y la piel escamosa y amarillenta, le preguntó sobre sus intereses allí, a lo que ella respondió que venía por todos aquellos que habitaban Jhazafet, pero el negó con la cabeza. - ¿Sabéis a qué estáis enfrentándote, bruja? - ¿A un traidor? ¿Crees que estaréis libre del contrato por esto? ¿Qué seréis absuelto? – rió histéricamente. - Os enviaré allí antes que yo, estaré esperándote, no tardes mucho. - ¿Qué tal si regreso en ocho años? cuando ya tu contrato haya expirado. - Entonces, me dejas sin opción. Iré por vuestra repulsiva presencia, y os exhibiré en la plaza, para que ellos mismos os maten.
  • 12. 12 Pero aquella no fue la única noche en la que sostuvo su encuentro con ella, tampoco en la realidad dejó de perturbarle sin encontrar la manera de bloquearla. Estaba en el bar compartiendo con sus conocidos más cercanos, personas sin mucha cultura, él la había obtenido de algunas páginas, o libros que entraba en la basura, estaba interesado en el mundo, los hechiceros solían ser personas muy inteligentes, porque para conocer los mundos más allá de este, había que al menos tener una desarrollo basto de este. Reía y de vez en cuando bailaba con alguna dama que osadamente le tomaba la mano, lo hacía cada vez que se tomaba un descanso entre cada libro que terminaba de su circular biblioteca bajo tierra en la que leía magia negra y transcribía sus conocimientos. Las lámparas del sitio comenzaron a oscilar y todos dejaron de bailar, los violines dejaron de chillar y las voces se apagaron, había algo que nadie más que los cuatro allí podían ver, ya que Seraket no había regresado de su misión. Súbitamente se sintió un pequeño temblor, y un polvo negro empezó a colarse entre las ranuras del techo de madera, también se escuchaba una especie de zumbido y el espacio comenzó a oler a azufre. Las lámparas iniciaron a apagarse lentamente, y los presentes asustados y boquiabiertos estaban por vivir un infierno. Conocía qué tipo de demonios provocaban el fenómeno, pero no el por qué interrumpían de esa manera, lo peor estaba por comenzar. El silencio duró solo un par de parpadeos cuando todo se halló en oscuridad, y el escandalo empezó a ensordecerlo, las cosas se rompían, vidrios, sillas mesas, y lo que parecía que eran escobas, pero no había más de dos y el mismo *Crac* se repetía, él estaba agachado sin poder ver nada, incomprensible cubría sus oídos, y como todo humano, estaba asustado, debido a su trance no reaccionó en defender a nadie. Las ventanas estaban cerradas por el frío invernal, pero parecía que estaban en la cima de alguna colina donde los vientos eran voraces, lo causaban los aleteos demoníacos. Para cuando las velas se encendieron de nuevo, ninguna voz se manifestó, y solo miembros esparcidos, sangre e intestinos se encontraban a lo largo y ancho del local, a excepción de los tres enmascarados y Mr. Seratyn que sobre el suelo y lleno de sangre estaba asustado leyendo una frase en el techo que rezaba lo siguiente, “Vengo por los míos”. En la gran artesa de plata se mantuvo sumergido en aguas de la “hierba de Salomé”, servían para calmar los nervios, y empleada con leche de cabra y algunas bayas, hacían una potente pócima que creaba ilusiones. En el agua veía reflejada la brillante sangre y las cabezas con los ojos volteados y las lenguas afuera, habían muerto treinta personas, y quería tener la cabeza de la bruja en sus manos, quería arrancársela él mismo. *¡Toc, toc!*, sonó la puerta y
  • 13. 13 reaccionó, indicó la intrusión, era Dherekhel, su chaqueta bordada de dorado en la tela satín negra era más llamativa que la de Manthus, en su forma ilusoria era un joven que usaba peluca blanca de rollitos, pero en su forma real su cara anónima y túnica de capucha eran lo que más destacaba, pero Mr. Seratyn era excepción en todo, y ya antes le había visto sin ella, y comprendió por qué mantenerse oculto tras una máscara, en la frente habían sido marcados con una tatuaje triangular que hacía referencia a un cuerpo que no habitaba alma, todo era posible en la magia negra, incluso, volver de la muerte, y los cuatro lo habían hecho, sin embargo, no era igual no poder morir de nuevo. El rebullicio de pueblerinos venía con antorchas, trinchetes, cuchillos y demás, se aproximaban por el sendero hasta su casa en algarabía. Pensaban que había sido su causa lo ocurrido dos horas antes, habían descubierto la escena sangrienta, e iracundos iban por venganza sin mostrar el miedo que llevaban clavados en sus corazones. Tenían que quemar al hechicero, pensaban. Mr. Seratyn dio la cara, salió tranquilamente con el ahora trío, Seraket había logrado darle la pócima al rey, pero descubrieron después que era una bruja y sin poder hacer mucho, la quemaron, pero lo realmente importante habían sido el cumplimiento del objetivo, Edriek lo había visto en una visión. Se habían callado apenas le vieron salir por las puertas, y casi dejaron de respirar cuando salió de las verjas poniéndose frente a ellos sin decir nada con las manos atrás. - Vinieron a quemarme. Entonces, vayamos a eso – caminó hacia ellos, y estos se apartaron. Fue caminando como si fuese el guía, nadie decía nada, “les daría el gusto”. Llegaron a la plaza donde ya hecha estaba una hoguera, fue hasta ella y ordenó que lo amarraran, estaban sorprendidos por su disposición, en realidad no tenía deseos de morir, a última hora daría un discurso que lo dejaría libre, si él moría, ellos también en poco tiempo. Parpadeó y ella estaba frente a él, aquella mujer infernal de apariencia terrible, él miraba de un lado a otro percatándose de que solo estaba en su cabeza, nadie más, ni su séquito podía percibirla, la bruja se acercó al verdugo con la antorcha, era Icarus con la piel ennegrecida y humeante, de sus cuencas salía sangre y comenzó a caminar de manera afectada hacia el cúmulo de leña. Mr. Seratyn se movía de un lado a otro para zafarse de las ataduras en manos y tobillos, se aceleró cuando el viejo estuvo más cerca, nadie hacía nada. Gritó
  • 14. 14 por su salvación cuando ya el fuego se hacía más grande bajo él, sintiendo el calor. El humo le afectaba la vista, los cerró, seguía intentando desesperado quedar libre. Tosía imposibilitado a respirar bien, el calor se acentuaba, estaba sudando, intentó hacer que lloviera, nada pasó, tampoco las llamas se extinguían, algo andaba mal, pero ya era tarde, las llamaradas ya estaban sobre su cuerpo, la parte inferior comenzó a quemarse, y Mr. Seratyn apretaba los dientes para no gritar y llorar, el infierno sería peor, pensó. La tela de la ropa se le pegaba terriblemente de la piel, estaba tragando el olor y humo que despedía su ser. No soportó estar callado mientras flameaba, sobre todo cuando su cara ya estaba quemándose. Dejó de sentir dolor, ahora su cuerpo carcomido se sentía refrescado, tal cual sumergido en medio de un lago de aguas tranquilas y serenas como la noche. No podía abrir los ojos, había tardado en tener una leve noción de dónde se encontraba, solo por el tacto percibía que sumergido en el lodo por la viscosidad, alzó sus manos para hallar algo que le sirviera de soporte para salir del barro, aguantaba la respiración trabajosamente por la presión en su pecho, sus miembros palparon lo que parecía el borde que contenía el fango, se impulsó con dificultad sintiendo que su peso estaba triplicado, sacó su cabeza de la prisión, había aire fresco, descansó su parte superior en la superficie, luego salió por completo, quitó de sus párpados el cieno y comenzó a gatear, había hierba, no pensaba que la vida pudiera nacer en aquel lugar. El “lodo” caía de su cuerpo, pero el fango no era rojo ni olía mal, era sangre y le revolvió el estómago haciéndole expulsar la cena, escupió para eliminar el desagradable sabor, volteó para ver de dónde había salido, y al hacerlo, vio las entrañas revueltas de un cordero lleno de moscas verdosas, había emergido de su interior, vomitó de nuevo negando lo que había pasado. Comenzó a quitarse con las manos la sangre pegajosa, y bajo el revestimiento rojo, descubrió pequeñas burbujas en su piel, e iban apareciendo unas más llenas de pus, tocó su cara y el estupor se avecinó, se contorsionaron sus labios igual que la boca de un pez, era como tener un montón de ciruelas clavadas en la piel enrojecida y sensible, no dejaba de tocarse aquí y allá, tembloroso y con un fuego enfermizo en el cuerpo, porque tenía una fiebre producto de la infección. Pasó, que clavó la mirada en una de las ciruelas en la mano, la acercó y observó que estaba moviéndose algo dentro de la montaña amarilla e infectada, quería salir, y salió de golpe un gusano, lo aplastó con la otra mano inmensamente asqueado y lloró del dolor, no del que se había causado, el resto de los pequeños globos estaban reventándose dejando salir a los demás. Mr. Seratyn no tenía de lejos su aspecto habitual, era una bola de sangre llagosa con
  • 15. 15 solo unos pequeños montones de cabello descontinuos, estaba desnudo empapado de una brillante mucosidad. - ¿Por esto los has salvado? –musitaron una serie de jovencitas con las pieles expuestas. Los cabellos ondulados eran mecidos delicadamente por la brisa nocturna, y solo cuando susurraron unísonas, la luna dejó mostrar su rostro, luego ellas comenzaron a danzar alrededor de un ser de relevante presencia ancestral y peso en la jerarquía demoníaca, era Leonardo el inspector de magina negra, estaba en presencia de lo que parecía un Sabbat, jamás había visto uno, pero sí a Leonardo muchas veces las noches en los que los suyos iban a aquellas reuniones nocturnas. Las féminas de tez resplandeciente parecían haber hurtado la apariencia de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, tocaban sus partes íntimas mientras daban vueltas como ninfas del viento, el tiempo y espacio se hicieron un poco densos, Leonardo lo miraba negando y extendiendo su mano con la intensión de seducirlo y conducirlo hasta él. El infierno era abstracto según lo que hasta ese momento estaba viviendo. Las mujeres se encimaron sobre Leonardo y despojaron sus ropas, clavaron en él sus dientes como murciélagos haciendo salir la sangre a chorros, mientras lo hacían tocaban su miembro y ellas en sus entrepiernas, no era lo que ocurría exactamente en un Sabbat, así que concluyó en que era una reunión sodomítica que se llevaba a cabo los jueves, el contacto con seres del inframundo se consolidaba en todas las maneras posibles. Los seis pares de ojos le invitaban a unirse, transmitían a su mente una mejora de su condición física. Dejándose poseer por la fuerza del llamado, comenzó a gatear lentamente hasta ellos, y a medida que lo hacía, su piel sanaba considerablemente, las llagas se evaporaban, su fiebre aminoraba, se puso de pie y sonrió al estar a un metro de tomar la mano sangrienta de Leonardo que tenía un anillo escarlata en el dedo anular de la mano izquierda, fue extendiendo la suya para cogerla, pero enseguida todo se disolvió y regresó a la realidad en su artesa con el agua roja, salió asustado y cogió la toalla para llamar a su séquito. Concluyeron los tres en que la bruja había traspasado barreras imposibles para otros practicantes de magia, muros que ella había hecho caer por su notable fuerza. Le estaba jugando una mala pasada, según el análisis del trío, se burlaba de Mr. Seratyn por no ser un hechicero autentico adorador de su maestro, reprochaba la bondad hacia personas que quizás tarde o temprano le quemaría, sobre aquellos que habían quemado a muchos de su calaña, le odiaba por protegerlos, y esto lo había manifestado en la ilusión. Leonardo era la
  • 16. 16 representación de una invitación a la reivindicación, a una alianza con ella y con la tradición en la que había nacido, el cordero representaba el nacimiento en un cristo caduco, expresando así que su abnegación era putrefacta e invalida luego del tratado. El agua alterada fue lanzada en el interior de un pozo en el prado, cualquiera que no fuese hechicero podía sin mucho caer en la locura. La carrera había comenzado, estaban en juego su cordura y la vida de los pueblerinos, la bruja ya estaba en aquellos parajes, y al parecer quería jugar con él antes de dar muerte a los habitantes de Jhazafet. Se dirigió en la mañana al pueblo, todos le veía temeroso, una carreta con varias partes humanas pasó al lado de la suya, vio por la ventanilla. Seguramente ya todos pensaban que había sido su culpa, la adversaria había sido capaz de enviar una considerable magnitud de demonios que arrasaron con todos en el lugar, eso ameritada conocimientos de magia muy antigua que se hallaba difusa y difícil de manipular en su cabeza, además que requería de sacrificios y deterioraría rápidamente su aspecto. Hallaría el modo de revertir el poder sobre él y el pueblo. Convocó a una reunión en la plaza, todos asistieron, y sin rodeos comenzó a vociferar. - No daré vueltas al asunto. Vosotros sois acreedores de una maldición ¿O me equivoco? – pero las expresiones de culpabilidad y el silencio le otorgaron la razón –. Veo que es cierto, la bruja que creyeron matar hace más de trece años está con vida, y viene por ustedes. Algunos se persignaron y emitieron alaridos, otros se cubrieron las bocas. Los susurros fueron constantes. - Lo que ocurrió anoche fue su causa. Sabéis las cosas que hago, y las habéis callado hasta ahora, agradezco ello, y por eso y más, os prometo que traeré ante vosotros a la bruja, y os juzgaréis como mejor creáis. Pero necesitare de la vida de uno de vosotros – miró a todos antes de seguir – ¿Quién desea sacrificaros por vuestro pueblo? Increíblemente varias manos fueron alzadas, y entre todas las doncellas, divisó a una justo en el fondo, tenía una energía potente y sería más fácil hacer contacto con el ser endemoniado.
  • 17. 17 Llevaron a la joven a la mansión, el séquito la bañó con ciertas sustancias y la prepararon para la ceremonia en el estudio secreto. La vistieron de negro y vendaron sus ojos. Apartaron del centro de la habitación la mesa dorada, colocaron una silla de madera y allí a la chica que no se negó a nada, conocía la historia de la terrible bruja desde niña y prefería morir en lugar de su familia. La amarraron del asiento de manos y tobillos, trazaron alrededor un círculo de sangre animal con otras figuras angulares, dispusieron seis velas y rocas específicas. Se sentó fuera del círculo frente a ella, ordenó la salida de la cofradía, y comenzó la impetración. Pedía la presencia de la temible bruja, imploraba la manifestación de ella mediante el cuerpo de la joven, y no pasó mucho tiempo hasta que la muchacha comenzó a retorcerse, él abrió los ojos, los tenía cerrados, ella abría la boca como queriendo dejar salir algo de su interior, babeaba como un epiléptico y sacudía su cabeza de un lado a otro. Escarabajos golpeaban las ventanas de vidrio, el relinchar de los caballos era provocado por el miedo a una extraña presencia en la mansión, pero la perdió tan pronto como había llegado, así que optó por otro método. Hacía un viaje espiritual en busca del ente maligno, recorrió los jardines, las fachadas, los senderos, cuevas, el bosque, y por último el pueblo. Caminó los callejones y exploró cada esquina, las casas y la iglesia que había quedado a mitad de construcción, él había lanzado un conjuro abúlico sobre los trabajadores, solían dormirse en plena construcción, y al final descontinuaron la creación de la capilla, creía que no necesitaban un templo para adorar a quien no los ayudaría. Vio hacía la taberna y divisó las almas en pena de los asesinados, los cuerpos trastabillaban y tanteaban en el suelo buscando el resto de sus cuerpos empapándose de una sangre podrida, ennegrecida y lodosa, trabajosamente hacía un esfuerzo por armarse, pero solo serían libres si Mr. Seratyn mataba a la bruja, continuó su recorrido por las solitarias calles arropadas de una espesa oscuridad casi como un muro que le impedía seguir. Crujo calles, viró su cabeza como una cobra creyendo ver la figura de la mujer demonio. Después de deambular por casi media hora, su respiración comenzó a hacerse pesada y gélida, como si par de icebergs se le hubieran clavado en los pulmones, se apretujó el pecho queriendo sanar el dolor, pero no pudo. Estaba rodeado de seis casas, una alteración de ese plano dimensional idéntico a la realidad, con la opción de ser modificado. Las casitas grises que jamás había
  • 18. 18 visto representaban un juego, en una se hallaría ella. Dudoso, giraba sin saber cuál de todas escoger, ninguna parecía tener algo que la diferenciara de las otras, así que se acercó a la que estaba a su izquierda, empujó la puerta y las bisagras sonaron, estaba oscuro, pasó inseguro y la puerta tras él se cerró. Tropezó con algo en el suelo, se agachó despacio y pretendió palpar para tener una noción de qué se trataba, era algo frío y de metal, parecía ser una cruz con algo en el centro. Un velón negro se encendió sobre la mesa socavada, en su mano vio un símbolo muy reconocido alegórico de la adoración a Satanás, comprendió de qué se trataba. Había ido a ese pueblo porque muchas veces en sus sueños el demonio le susurraba seguir a la multitud que iba a esas tierras, se percató de que había sido conducido allí por ciertos factores, y al final el resultado sería empaparse con la tradición familiar para darle el alma al diablo. - Te has dado cuanta – una voz gutural sonó a su espalda. Pero él no volteó. - Ahora lo entiendo, ellos no fueron su objetivo desde el principio ¿no es así, Luzbel? - Lo has sido tú antes que ellos. No me correspondes como lo hizo la zorra de tu madre y los anatemas de tus abuelos. Pero no puedo exigir mucho cuando querían mantenerte a raya de esto. - Tienes mi alma ¿Qué más deseáis? - Tu adoración, Seratyn Jhazafet, es lo que más me nutre. - Hicimos un trato, y no estaba en los términos. Cazaré a tu bruja, maestro, pero no tendrás de mi adoración. - No puedo violar el contrato, solo queda esperar al día de tu rapto para hacer que tragues cada una de tus palabras, Seratyn. - Hasta entonces, vuelve a tus aposentos, Luzbel – dijo irónicamente. No estaba en aquella casa, así que salió cuando nada hubo tras él. Ingresó a otra, y esta se iluminó enseguida. Había una escotilla, la abrió y empezó a descender. La madera de los peldaños crujía levemente, por lo que se detenía antes de dar un paso, no era diferente de la casa anterior, todo oscuro, sentía que miles de ojos lo escrutaban, que era la carnada de un lago de pirañas, el temor oscilaba, solo pensar en las cosas que le haría a la bruja, le daban ánimos de seguir. Llegó a un soporte regular, y una disnea le atracó, también una sofocación súbita e insufrible, se tiró al suelo con ambas manos en la garganta, sentía la cabeza arder como cuando estaba en la hoguera, tosió y escupió, se fue con ello la jaqueca, se incorporó y caminó en la oscuridad, se alejaba de la luz que
  • 19. 19 iluminaba las escaleras desde la escotilla, recordó una pintura que había visto en casa de uno de sus pocos amigos, eran cristianos, y tenían en lo alto de una de las paredes de la sala un cuadro con una escalera que se perdía entre las nubes, decían que a través de ella subirían a estar con Dios, tres días después la casa se vino abajo, y Arid subió prematuramente las escaleras con su familia, pero ese no era el caso, y él no tenía unos peldaños que lo acercarían a Dios, había un hoyo bastante espacioso por el que le arrojarían hasta tocar fondo y no gritaría porque estaba listo para asumir su destino, pero todavía faltaba mucho para ese día. El *tap* de sus zapatos en la madera era lo único audible, temía que de pronto algunas manos salieran desde el suelo partiendo la madera y lo atrajeran a las entrañas de la tierra. Al fondo una luz tenue se pegaba a la entrada de una cueva de propiedades grises, las estalactitas asombrosamente pronunciadas goteaban causando un pequeño eco del goteo, la luz no procedía de ningún lugar en específico, era fantasmal. Se aventuró al camino recto, de delimitante negrura, el suelo húmedo le proporcionó inseguridad, por lo que redujo la velocidad a la que iba. No había corrientes de aire, pero escuchaba susurros incomprensibles de varios seres del presente plano, volteó molesto por el sonido, no había más que el camino que dejaba, retornó su vista, continuaron los murmullos en una lengua oculta incluso para los brujos. Al fin vio una variable, era una puerta al final del recorrido, la empujó para salir de nuevo a la redoma encerrada por las casas. Estaba cansado y desesperándose, cerró los ojos para exigirse paciencia, podía calcularse en su transpiración que estaba perdiendo los estribos de su embarcación mental que hacía frente a una tormenta en mar adentro provocado por el Poseidón del que tanto había leído. Al azar seleccionó otra vivienda y pasó afanado, en el interior había un laberinto de cráneos perfectamente apilados y con jeroglíficos, salían ratas de los huesos y chillaban al caer. Las jugarretas de la mujer lo estaban hartando considerablemente, golpeó una de las paredes y de nuevo el * ¡Hiiiic!* de las ratas. Toda la búsqueda por no saber el nombre de la bruja. Continúo el indeseado recorrido escuchando de vez en cuando gritos de dolor, se dejaba guiar por estos hasta no hallar nada del lugar de que provenían, no veía el momento de capturarla, y como si sus suplicas hubieran sido aceptadas por la buena suerte, llegó al corazón de los confusos callejones.
  • 20. 4 (1) Cofradía: S. Hermandad, gremio, compañía. Quería tener bajo su mando a la cofradía (1) que había matado a sus familiares, ya que una cofradía no podía controlar a otra, y a cambio siete recién nacidos serían sacrificados en su honor, el segundo favor consistía en ser acreedor de una fortuna incalculable a cambio de su alma, en el tercero pidió tener los conocimientos de artes oscuras que poseyeron todos sus ancestros. Su negociante asintió y le indicó la fecha en la que vendría por él. Dicho esto, le dejó una roca de múltiples tonos violáceos, y le instruyó a meterla en un bolsillo e ir cada media noche a un río y extraer de este las rocas bajo el agua, introducirlas en un jarrón, y al llegar al pueblo, se convertirían en oro, en cuanto a los cuatro seres enmascarados, le dio instrucciones de colocarse frente a un espejo manchado con sangre de macho cabrío, y poseyendo en la mano derecha los cuernos del animal, ordenar a la hermandad “Jemedsis” salir de su escondite y postrarse a sus pies. Para tener el conocimiento, tenían que pasar seis meses desde esa noche para obtener por arte de magia todo en su cabeza. Al final, delante de él apareció un pergamino que leyó detenidamente hasta las letras más pequeñas, casi inentendibles, firmó con su sangre y de pluma el dedo índice. Esperó todo un día hasta llegar antes de la media noche al río, había robado una vasija, así que con la roca en el bolsillo, comenzó desesperado a meter las pequeñas piedras en el artefacto hasta que lo hubo llenado. Regresó con el peso del objeto en ambos brazos, sacó una de las rocas y no se sorprendió al ver que era de oro, de cosas más sorprendentes había sido testigo de niño. En muy pocas noches había conseguido reunir lo suficiente para ordenar la construcción de una mansión gigantesca cercada por una verja extensa. Los pueblerinos no dejaron de especular sobre él, pero callaron cuando dedicó su total atención a ellos. Ordenó meses después, demoler todas las casas para construirlas con bloques de roca sólida, el barro ya no estaba en las calles, un revestimiento de piedras regulares las arropaba, expulsó la pobreza dando de su fortuna una pensión para cada familia todos los meses, y así, ya no hubo más llanto por hambre o preocupaciones. Había creado pasadizos secretos a través de las paredes, uno conducía hasta una gran habitación blanca con una mesa de oro en el centro, en una de las paredes había una pintura de una figura con cuernos, y un rincón un espejo bordeado con ornamentos negros de hierro. Había ordenado a su fiel amigo de las calles, quien ahora era su mano derecha, matar a un macho cabrío y traer su sangre, por lo que llevaba un recipiente no mayor que su puño. Hizo una cruz invertida en el espejo, se miró crucificado, y ansioso en la lengua de los
  • 21. 21 cerca de ella, así que la amarraron a la fogata, pero ¿Para quienes eran el resto? - Ella no pudo haber entrado aquí sin ayuda, mucho menos a mi casa – dijo para que todos oyeran mirando a los tres enmascarados –. Desde hace mucho había previsto una traición, es una pena lo ineludible que suele ser el destino – expresó sarcásticamente – ¡Atadlos! – los señaló y los guardias procedieron. No hubo resistencia de los sirvientes, habían subestimado el poder de su amo, ahora arderían. Él mismo prendió fuego a las hogueras y no parpadeó deleitándose viendo los cuerpos calcinándose de los cuatro, sonreía por haberse deshecho de las escorias que había en el pueblo, y todos le estuvieron inmensamente agradecidos luego de esa noche. Había trascurrido nueve años, era la primavera de febrero, y la mayor celebración se llevaba a cabo el 20 de ese mes, ya que el día siguiente sería el cumpleaños del líder del pueblo. Los pueblerinos dedicaban todo su esfuerzo, tiempo y dinero en hacer algo digno de su héroe. Desde tempranas horas la emoción se mecía de por todo el sitio, la algarabía era inmensa, y las tareas eran distribuidas y asumidas con mucha responsabilidad, era un verdadero honor quedar a cargo de algún pedido relacionado al evento de esa noche. En manos de los niños quedaba la decoración, llevaban escaleras para colocar en lo alto de las casas ramos de flores y lámparas, los hombres habían salido de caza antes del alba, competían entre ellos la captura de la mejor gacela, y las mujeres en grupos, se disputaban el mejor sabor en la comida, dulces y bebidas. Esa mañana disfrutó de su jardín, nunca lo había hecho. Vio muchas mariposas e insectos, deseó ser uno para no tener raciocinio ni sentido de la responsabilidad. El sol brillaba agradablemente, había trascurrido como segundos nueve años en los que había mantenido los peligros lejos de su localidad. Le preocupaba lo desprotegido que estaría el lugar. En todo ese tiempo había conocido a muchas doncellas con las que compartió en la intimidad, pero no fue capaz de engendrar un hijo, no podía soportar tener uno y saber que de algún modo la tradición continuaría, quería ser el eslabón débil en el que la cadena cedería, caería al suelo y jamás pudiera sostener una costumbre sofocante como esa. Aunque había hecho muchas cosas buenas, no había vivido de manera tranquila por la misma causa, tener a demonios encima de él a cada lugar al que iba era una tortura, sentir perder los estribos y asesinar a quien no compartía la misma opinión, le hacían tener que luchar consigo mismo. Sin dudas, no podía llamarse vida, pero había respirado a través de sus
  • 22. 22 amigos, de las mujeres, de los niños que crecían fuertes y de aquellos jóvenes que voluntariamente se entregaban para estar a su disposición, era esta la recompensa y consuelo de no haberle hecho arrepentirse del pacto y de cómo usaba sus poderes. La magia, pensaba, era una energía potente que carecía de inclinaciones en su estado natural, sin embargo, eran las maneras de obtenerla lo que cambiaban, lo mismo su forma de ampliación, y gracias a esto, dedicó horas nocturnas a buscar una manera de eludir su destino, deseaba permanecer en aquellas tierras, seguir recibiendo y protegiendo la amabilidad de su gente. Thomas se convertiría en el heredero de sus bienes, y aunque le había rogado ser aprendiz de la magia negra para seguir protegiendo a todos, fue rechazado por su propio bien. Era de noche, había escogido sus mejores ropas, desde las zapatillas hasta la cinta que sujetaba su cabello eran de color negro, estaba de luto por sí mismo, no era vanidoso por lo general, pero hizo una pequeña excepción esa noche. Metió entre sus ropas un pergamino sobre el cual había trabajado ocho años provocándole más insomnio del que le causaban las voces, secuela del portal que había abierto Ghail, la bruja cuyo nombre había revelado camino a su incineración, la brecha permitía que en ocasiones lidiar con la realidad fuera más pesado que nada, veía gusanos donde había flores, duendes donde había niños, y así la alteración de toda verdad. Había inscrito también un libro con todo lo que venía a su cabeza, lo había enterrado en aquel valle donde había concretado el pacto, lo había hecho con la intención de tener más claras sus ideas, y ya que era el día en que sería arrastrado al infierno, decidió deshacerse del libro esa tarde. Salió en su nuevo carruaje adornado con decenas tipos de flores. Podía escucharse el alboroto y la incandescencia concentrada en el centro. Los violines eran sublimes, movía su mano de un lado a otro con una batuta imaginaria, ladeaba su cabeza presa de una extraña sensación de emoción. Bajó despacio y una ovación le dio la bienvenida, todas las cabezas se agacharon en su presencia, él les devolvió el gesto. Para ellos era su único rey. Se sentó en una silla dorada sobre una base de madera, como si fuese un santo en el pedestal. Había una gran fogata en el centro del espacio, y una mesa longitudinal llena de todo tipo de comida. Los niños le trajeron una corona de lilas, se la colocó pensando que había sido la mejor de todas las celebraciones. Aplaudía a los bailarines, y pronto lo invitaron a unirse a un baile tradicional alrededor de la fogata. Se agachaba, giraba, se movía como pez y saltaba como todos, reía y
  • 23. 23 saludaba mientras lo hacía. El Adonis del pueblo estaba más que contento, pero Tobías no se molestaba en incorporarse a la celebración, no podía sonreír sabiendo que su amigo y jefe estaba por dejar esa tierra. Los artistas del fuego y equilibrio traídos de la ciudad hicieron el máximo esfuerzo por sorprenderlo, y no solo eso, el traga espadas ganó una reverencia por su parte. La luna casi estaba en su punto más alto, se levantó del “trono” y dio unas palabras de agradecimiento por la molestia que se habían tomado al preparar semejante evento, y sobre todo haber sido su compañía a lo largo del tiempo. El silencio perduró largo rato después de sus palabras. Aprovechó que nadie la veía para escabullirse de la multitud, caminaba un poco apresurado por la calle solitaria. Ya podía irse tranquilo. Le quedaban unos pocos minutos antes de las doce. Se sentó en la grama y comenzó a recordar su primera vez allí, cuando estaba lleno de suciedad y piojos, parecía que tenía el cabello castaño por el lodo, y a veces hasta le confundían con una estatua. Mr. Seratyn habría muerto de infección, hambre o le hubieran contagiado con lepra de no haber hecho el tratado, ahora nada podía cambiar el rumbo de su destino. Encontraría a su familia en las lavas del infierno, y de seguro Ghail lo esperaba ansiosa. - Es el momento – la voz del demonio, Mr. Seratyn volteó para verlo ya que se iría con él, y encantado cerraba así su existencia entre los humanos. La desaparición de Mr. Seratyn conmocionó a los habitantes. Unos pocos lo habían visto irse hasta la colina sin volver. Las hipótesis fueron del mismo contexto, pero producidas de diferentes maneras. Había pagado su cuota, el diablo lo había llevado a sus dominios, le había halado de los pies hasta arrastrarlo, otros decían que lo había desaparecido sin más, pero nadie tenía la total certeza de lo que había pasado con el señorito. Quedaría inmortalizado en una leyenda local que sobreviviría en los siglos posteriores, y que cuya credibilidad quedaría obsoleta como un cuento para asustar a los niños, ya que una nada podía evidenciarlo, más que las voces de los abuelos que repetían la misma historia que le habían contado sus padres. Mr. Seratyn había logrado con su sacrificio lo que muchos no habían podido, gracias a él el pueblo se hizo ciudad, y continuamente una metrópolis, de haber no haber sido por la
  • 24. 24 purgación de la lepra y la bruja, hubiera desaparecido y solo como pueblo fantasma y maldito hubiera prevalecido hasta el fin de los tiempos. En realidad, vivirían sin saber con exactitud el final, si es que lo había. Respirarían, envejecerían y morirían, incluso reencarnarían sin saber que entre ellos, siempre estaría el famoso hechicero. - ¿Estáis ansioso? ¿Soy la única alma que os produce esa sensación? – preguntó Mr. Seratyn al demonio. - No juegues conmigo, Seratyn, puedo hacer lo que quiera contigo ahora mismo… - ¡Cof, cof! –carraspeó para interrumpirle –. Eso es lo que pensáis. Sacó de su chaleco el pergamino doblado, las manos blancas del ángel caído lo sujetaron y sus ojos recorrieron las líneas sin dejar de sorprenderlo. “La octava cláusula estipulaba lo siguiente: si el contratante llegase a interferir en el destino del contratado antes de la expiración del documento, el tratado perderá su validez de acuerdo a la considerable intrusión, como recompensa por la intromisión, el contratado podrá conservar los favores pedidos y quedará absuelto del termino general que beneficiare al contratante.” El demonio que vestía ropa de otro tiempo, no soportó no reír ante su grave error, sobre todo por lo bajo que había caído al subestimar a Mr. Seratyn que había probado ser más ávido que el mismísimo diablo. Cayo en la seducción de su propio contrato. - Creíste que no leía las clausulas, e infligiste tu propio acuerdo al mandar a aquellos demonios a la taberna, la hiciste culpable a ella, querías que me acercara lo suficiente para que me convenciera de adorarte. Lo que no sabes, es que me sobreestimaste al pensar que nada podía desafiarte, Luzbel. Así que ahora, el alma que pudo ser tuya, me pertenece. - Estaré esperándote – sonrió de lado sin dejar de verlo sardónicamente. - ¿Cuántos milenios? He oído de la alquimia, y la piedra filosofal (1) que tanto se busca. Probaré suerte en nuevos terrenos, hasta entonces, no esperes de pie. Y dicho aquello, el demonio desapareció con el fiasco en mano. No había tal clausula en el contrato, no había términos, pero él había trabajado arduamente en hallar el modo a través de la magia, de engañarlo, y después de largos años, encontró la manera de crear una ilusión indetectable y eterna, ahora
  • 25. 5 congregados de la noche llamó a la cofradía, y tal como había dicho Satanás, ordenó la postración de los cuatro. En el espejo ya no estaba su silueta, estaba una de las misteriosas figuras, como lo recordaba, esta salió y otra más apareció, así hasta sumar cuatro, acto seguido se hincaron hasta pegar al suelo sus frentes. Él se fue hasta la mesa de oro, que no era más que un altar, y por nombres que solo él conocía los llamó, dos hombres y dos mujeres habitaban las máscaras ostentosas. Había cumplido el segundo de sus pedidos, ahora tenía que responder con el sacrificio prometido. A sus nuevos sirvientes pidió esa misma noche siete recién nacidos, y no demoraron en traerlos ante él. Al verlos llorar sobre la mesa negó ser capaz de matarlos, no era para nada alguien frío, y esa noche no se había preparado para darles muerte. Sus ojos grises pasaban de uno a otro infante. Sus abuelos traían uno que otro día, a un niño diferente con el que jugaba hasta que caía la noche y no volvía a verlo jamás, lo llevaban a la mesa de piedra y lo entregaban a su maestro, pero él solo dedujo fácilmente esto cuando ya fue mayor. No le habían alistado para hacer tal cosa, si tan solo le hubieran concebido participar en un ritual no tendría tantos escrúpulos como ahora. Podía pedirle a Tobías que los matara por él, pero no tendría validez el ritual. Salió de la sala por un pasillo muy estrello en el que podía accederse colocándose de lado, giró la manija y salió por el espejo, quería un sorbo de ron, y no cogió una copa, llevó la botella a su boca tragando como si fuera agua, Tobías estaba oculto tras la puerta, había visto a los cuatro nuevos huéspedes entrar con niños, sabía a lo que se debía, Mr. Seratyn no podía contar del pacto, pero Tobías no era ningún tonto, lo supo dese el comienzo conociendo el pasado de su amigo y ahora amo, pero la lealtad estaba delante de cualquier otra cosa aun en esa época, y estaría a su lado sin importar nada. Estaba sudando, se quitó la ropa sin tener vergüenza, estaba bajo el encanto del licor. Entró de nuevo a la habitación y de pie, exactamente en el mismo lugar seguía el cuarteto, cogió de nuevo el cuchillo tambaleándose, dijo las palabras correspondientes y apuñaló en el corazón a cada uno de los bebés, La sangre tierna caía en raudales desde la mesa de oro, cargaría hasta en el infierno con las muertes, pero iría con el consuelo de que había hecho mucho por su pueblo y siete vidas lo valían, incluso su alma. Una sensación de extraño alivio y excitación se apoderaba lentamente desde su pecho hacia la piernas y brazos, se sintió seducido por la sangre que llamaba su nombre desde la mesa, lo incitaba a mezclarse en ella, así que sin