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Hamlet

William Shakespeare

Acto V; Escena 5
En un cementerio.
Entran dos enterradores con palas, etc.

1er. ENTERRADOR.- ¿Y ha de sepultarse en cristiana tierra la que deliberadamente buscó su propia
muerte?

2° ENTERRADOR.- Te digo que sí; conque abre ya su tumba. La justicia ha reconocido el cadáver y
dispuso que le den cristiana sepultura.

1er. ENTERRADOR.- ¿Cómo puede ser, a menos que ella se haya ahogado tratando de salvarse?

2° ENTERRADOR.- Así lo han creído.

1er. ENTERRADOR.- Debe haber sido en defensa propia; no puede haber sido de otra manera. Aquí
está el punto de la dificultad. Si yo me ahogo voluntariamente, esto supone una acción, y toda
acción consta de tres partes, que son: hacer, actuar y ejecutar, de donde se infiere que ella se
ahogó voluntariamente.

2° ENTERRADOR.- No, sólo escúchame, buen cavador ...

1er. ENTERRADOR.- Yo te diré. Mira, aquí está el agua ... Bien. Aquí está un hombre ... Muy bien. Si
el hombre va hacia el agua y se ahoga a sí mismo; por equis o por ye; el caso es que él va. Fíjate en
eso. Pero si el agua viene hacia él y lo ahoga, entonces no se ahoga por sí mismo ... Luego, el que
no es culpable de su propia muerte, no se acorta la vida.

2° ENTERRADOR.- Pero, ¿existe una ley?

1er. ENTERRADOR.- Sí, claro que sí, y por ella se guía el juez que examina el asunto.

2° ENTERRADOR.- ¿Quieres que te diga la verdad? Si la muerta no hubiera sido una buena mujer,
no la enterrarían en forma cristiana.

1er. ENTERRADOR.- En efecto, dices bien; y es muy lamentable que los grandes personajes de este
mundo tengan privilegios entre todos los demás cristianos, para ahogarse o ahorcarse ellos
mismos. Vamos por mi pala. No hay caballeros más antiguos que los jardineros, los cavadores y los
que hacen tumbas: ellos continúan con la tarea de Adán.

2° ENTERRADOR.- ¿Él era un caballero?

1er. ENTERRADOR.- Como que fue el primero que portó armas.
2° ENTERRADOR.- Pero si no tenía ninguna.

1er. ENTERRADOR.- ¿Acaso eres un cabeza dura? ¿Cómo entiendes las Escrituras? Las Escrituras
dicen que Adán fue un cavador. ¿Podía él cavar sin usar sus armas? Te voy a hacer otra pregunta, y
si no me contestas adecuadamente, confiesa que eres un ...

2° ENTERRADOR.- Adelante.

1er. ENTERRADOR.- ¿Quién es el que construye edificios más fuertes que los que hacen los
albañiles, los constructores de barcos o los carpinteros?

2° ENTERRADOR.- El que hace la horca, porque esta armazón sobrevive a mil usuarios.

1er. ENTERRADOR.- Me gusta tu agudeza, en buena fe. La horca está bien hecha; pero, ¿para
quién está bien hecha? Está bien hecha para los que hacen mal. Ahora bien; tú haces mal en decir
que la horca es más fuerte que una iglesia; por lo cual, la horca podría ser buena para ti ... Pero
volvamos a la pregunta.

2° ENTERRADOR.- ¿Quién construye más fuerte que un albañil, un fabricante de barcos o un
carpintero?

1er. ENTERRADOR.- Ya dímelo de una vez y sales del apuro.

2° ENTERRADOR.- Bien, ahora te lo diré.

1er. ENTERRADOR.- Vamos.

2° ENTERRADOR.- ¡Vaya! No puedo adivinar.

Entran Hamlet y Horacio, a lo lejos.

1er. ENTERRADOR.- No te rompas la cabeza acerca de eso. Eres un asno torpe que no mejora su
paso por más que lo apaleen. Cuando te hagan esta pregunta, responde: Un constructor de
tumbas. Pues las casas que él hace durarán hasta el día del Juicio Final. Anda, ve a la taberna y
tráeme una jarra de licor. (Sale el 2° Enterrador; el 1er. Eneterrador cava y canta).

En mi juventud, cuando tuve amor, amé,
mis sentimientos eran muy bellos;
pero a causa de mi vocación no me casé,
y mis sentimientos no fueron correspondidos.

HAMLET.- ¿Tendrá este hombre conciencia de lo que hace, para abrir una tumba y cantar al mismo
tiempo?

HORACIO.- La costumbre le ha hecho ya familiar esa actividad.

HAMLET.- Así es. La mano que se usa poco, tiene más delicado el tacto.
1er. ENTERRADOR. (Canta).

Pero la edad con sus furtivos pasos,
entre sus garras me atrapó,
arrojándome a la fosa
cual si fuese tierra yo.

(Saca una calavera de la fosa).

HAMLET.- Esa calavera tenía una lengua en otro tiempo, y con ella podía cantar ... ¡Cómo la arroja
al suelo el tunante, cual si fuera la quijada que utilizó Caín para el primer asesinato! ... Y la que
está maltratando ahora este bruto probablemente fue la cabeza de un estadista, de esos que
pretenden engañar al cielo mismo. ¿No lo crees así?

HORACIO.- Tal vez, mi señor.

HAMLET.- O la de algún cortesano que diría: Buenos días, excelentísimo señor. ¿Cómo está usted,
mi venerado señor?. Pudiera también ser la del caballero fulano, que elogiaba el potro del
caballero zutano, para pedírselo prestado después. ¿No es verdad?

HORACIO.- Sí, mi señor.

HAMLET.- Y mira ahora. Está en poder del señor gusano, golpeada y estropeada por la pala de un
enterrador. Grandes revoluciones veríamos aquí si tuviéramos ingenio para observarlas. Pero,
¿costó acaso tan poco la formación de estos huesos a la naturaleza, para que jueguen con ellos a
los bolos? ¡Oh! Me resulta doloroso pensar en eso.

1er. ENTERRADOR. (Canta).

Un pico y una pala,
y un lienzo para envolver;
y hacer un pozo de barro
para tal huésped poner.

(Saca otra calavera).

HAMLET.- Y esa otra, ¿por qué no podría ser la calavera de un abogado? ¿Adónde están sus
equívocos y sutilezas ahora; sus casos, sus interpretaciones y sus engaños? ¿Por qué soporta ahora
que este rudo bribón lo golpee con la pala sucia y no presenta una demanda contra él? ¡Oh! Este
quizás fue en otros tiempos un gran comprador de tierras, con sus reglamentos, reconocimientos,
ganancias, recibos y cobros. ¿Es esta la ganancia de sus ganancias y el cobro de sus cobranzas;
venir a terminar en una calavera llena de lodo? ¿Podrán sus documentos de compra-venta
asegurarle un espacio más grande que el de un par de contratos? ¿Cabrán todas las ganancias de
sus propiedades en esta caja para que al heredero no le quede ninguna?

HORACIO.- Claro que no, mi señor.

HAMLET.- ¿No se hacen los pergaminos de piel de borrego?
HORACIO.- Sí, señor, y de piel de ternera también.

HAMLET.- Pues son más irracionales que las terneras y los borregos aquellos que fundan su
felicidad en la posesión de tales pergaminos ... Le hablaré a este hombre. Oye tú, ¿de quién es esta
fosa?

1er. ENTERRADOR.- Mía, señor. (Canta).

... y hacer un pozo de barro
para tal huésped poner.

HAMLET.- Sí, creo que es tuya porque ahora estás adentro.

1er. ENTERRADOR.- Usted está afuera, señor; por lo tanto, no es suya. Por mi parte, aunque yo no
esté adentro, de todos modos es mía.

HAMLET.- Tú estás adentro y dices que es tuya, pero esta fosa es para un muerto, no para un vivo;
así que tú mientes.

1er. ENTERRADOR.- Es una mentira viviente, señor; por lo tanto, se la regresaré.

HAMLET.- ¿Para qué hombre cavas esa sepultura?

1er. ENTERRADOR.- Para ningún hombre, señor.

HAMLET.- ¿Para qué mujer, entonces?

1er. ENTERRADOR.- Tampoco es para una mujer.

HAMLET.- ¿Pues qué será enterrado ahí?

1er. ENTERRADOR.- Un cadáver que fue mujer, señor, pero ahora está muerta y su alma descansa
en paz.

HAMLET. (Aparte).- ¡Qué pícaro es! Debemos hablarle claramente o sus equívocos nos
confundirán. Desde hace tres años he notado cuánto se va refinando la época en que vivimos ...
Por vida mía, Horacio, que el villano sigue tan de cerca al cortesano, que muy pronto le desollará
el talón ... ¿Cuánto tiempo has sido enterrador?

1er. ENTERRADOR.- Desde hace muchos años. Yo llegué aquí el día que nuestro último rey Hamlet
venció a Fortimbrás.

HAMLET.- ¿Y cuánto tiempo hace de eso?

1er. ENTERRADOR.- ¿No lo sabe? Si hasta los tontos lo saben. Fue exactamente el mismo día en
que nació el joven Hamlet, el que está loco y fue enviado a Inglaterra.
HAMLET.- ¡Vaya! ¿Y por qué fue enviado a Inglaterra?

1er. ENTERRADOR.- ¿Por qué? ... Porque está loco, y allá recobrará su juicio. Y si no lo recobra,
poco importa.

HAMLET.- ¿Por qué?

1er. ENTERRADOR.- Porque en Inglaterra todos son tan locos como él, y no se verá diferente.

HAMLET.- ¿Y cómo se volvió loco?

1er. ENTERRADOR.- Dicen que de un modo muy extraño.

HAMLET.- ¿De qué modo extraño?

1er. ENTERRADOR.- Habiendo perdido el entendimiento.

HAMLET.- ¿Acerca de qué?

1er. ENTERRADOR.- Acerca de Dinamarca ... Yo he sido enterrador aquí por espacio de treinta
años, desde que era niño.

HAMLET.- ¿Cuánto tiempo puede estar enterrado un hombre sin corromperse?

1er. ENTERRADOR.- Si no estaba ya podrido antes de morir -como sucede actualmente con
muchos cuerpos delicados, que no hay por donde cargarlos-, podrá durar cosa de ocho o nueve
años. Y un curtidor durará nueve años.

HAMLET.- ¿Por qué durará más que cualquier otro?

1er. ENTERRADOR.- Porque tiene un pellejo tan curtido por su oficio, que puede resistir mucho
tiempo el agua; y el agua, señor, es lo que más pronto destruye a cualquier muerto. He aquí una
calavera que ha estado enterrada veintitrés años.

HAMLET.- ¿De quién era?

1er. ENTERRADOR.- De un hijo de puta loco. ¿De quién piensa que haya sido?

HAMLET.- No lo sé.

1er. ENTERRADOR.- ¡Mala peste en él y en sus travesuras! Una vez me vació una jarra de vino del
Rhin sobre la cabeza. Esta calavera, señor, es la de Yorick, el bufón del Rey.

HAMLET. (Toma la calavera).- ¿Ésta?

1er. ENTERRADOR.- Esa misma.
HAMLET.- ¡Ay, pobre Yorick! Yo lo conocí, Horacio ... Era un hombre sumamente gracioso y de la
más fecunda imaginación. Me acuerdo que siendo yo niño me llevó miles de veces sobre sus
hombros; ¡Y ahora su vista me llena de horror! Y mi pecho se agita. Aquí estuvieron aquellos labios
que yo besé muchas veces. ¿Dónde están ahora tus burlas, tus brincos, tus canciones, y aquellos
chistes brillantes que animaban la mesa con alegre estrépito? ¿No te burlas ahora de tu propia
sonrisa? ¿Se te han caído completamente los músculos? Entra en el tocador de alguna dama y dile
que, por más que se ponga una gruesa capa de pintura en el rostro, llegará a tener esta apariencia.
Haz que se ría de eso ... Horacio, dime una cosa.

HORACIO.- ¿Qué cosa, mi señor?

HAMLET.- ¿Piensas que Alejandro tuvo esta apariencia debajo de la tierra?

HORACIO.- Creo que sí.

HAMLET.- ¿Y olería así? ¡Uf! (Pone la calavera en el suelo).

HORACIO.- De la misma manera, mi señor.

HAMLET.- ¡A qué bajos usos regresaremos, Horacio! ¿Por qué no podrá la imaginación seguir las
ilustres cenizas de Alejandro hasta encontrarlas tapando la boca de algún barril?

HORACIO.- Sería considerado muy extraño pensar de esa manera.

HAMLET.- No, por mi fe que no; sólo hay que llegar hasta allá con modestia y sin violencia alguna.
Como si dijéramos: Alejandro murió, Alejandro fue sepultado, Alejandro se convirtió en polvo, el
polvo es tierra y de la tierra hacemos barro. ¿Y por qué este barro, en que fue convertido, no
habrá podido tapar un barril de cerveza? El gran César, muerto y convertido en barro, puede tapar
un agujero para impedir que pase el aire. ¡Oh! ¡Aquella tierra que tuvo atemorizado al mundo,
servirá de resane a una pared que proteja contra el viento invemal! ... Pero espera, ¡espera un
momento! Aquí llegan el Rey, la Reina y los cortesanos.


Hamlet

William Shakespeare

Acto III; Escena II
CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA

Claudio
Tú, mi amada Gertrudis, deberás también retirarte, porque hemos dispuesto que Hamlet al venir
aquí, como si fuera casualidad, encuentre a Ofelia. Su padre y yo, testigos los más aptos para el fin,
nos colocaremos donde veamos sin ser vistos. Así podremos juzgar de lo que entre ambos pase, y
en las acciones y palabras del Príncipe conoceremos si es pasión de amor el mal de que adolece.
Gertrudis
Voy a obedeceros, y por mi parte, Ofelia, ¡oh, cuánto desearía que tu rara hermosura fuese el
dichoso origen de la demencia de Hamlet! Entonces yo debería esperar que tus prendas amables
pudieran para vuestra mutua felicidad restituirle su salud perdida.

Ofelia
Yo, señora, también quisiera que fuese así.

Escena III

CLAUDIO, POLONIO, OFELIA

Polonio
Paséate por aquí, Ofelia. Si Vuestra Majestad gusta, podemos ya ocultarnos. Haz que lees en este
libro; esta ocupación disculpará la soledad del sitio... ¡Materia es, por cierto, en que tenemos
mucho de que acusarnos! ¡Cuántas veces con el semblante de la devoción y la apariencia de
acciones piadosas, engañamos al diablo mismo!

Claudio
Demasiado cierto es... ¡Qué cruelmente ha herido esa reflexión mi conciencia! El rostro de la
meretriz, hermoseada con el arte, no es más feo despojado de los afeites, que lo es mi delito
disimulado en palabras traidoras. ¡Oh! ¡Qué pesada carga me oprime!

Polonio
Ya le siento llegar; señor, conviene retirarnos.


Escena IV

HAMLET, OFELIA

Hamlet
Ser o no ser, ésa es la pregunta. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes
de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida
resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los
dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos
solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el
considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado
este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace
nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la
insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más
indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de
los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud
con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una
vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte (aquel país
desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir
los males que nos cercan; antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento?
Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices
pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan
camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos. Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña,
espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones.

Ofelia
¿Cómo os habéis sentido, señor, en todos estos días?

Hamlet
Muchas gracias. Bien.

Ofelia
Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo restituiros mucho tiempo ha, y os
pido que ahora las toméis.

Hamlet
No, yo nunca te dí nada.

Ofelia
Bien sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis palabras, de tan suave aliento
compuestas que aumentaron con extremo su valor, pero ya disipado aquel perfume, recibidlas,
que un alma generosa considera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto
de quien los dio. Vedlos aquí.

Hamlet
¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?

Ofelia
Señor...

Hamlet
¿Eres hermosa?

Ofelia
¿Qué pretendéis decir con eso?

Hamlet
Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza.

Ofelia
¿Puede, acaso, tener la hermosura mejor compañera que la honestidad?

Hamlet
Sin duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en una alcahueta, antes
que la honestidad logre dar a la hermosura su semejanza. En otro tiempo se tenía esto por una
paradoja; pero en la edad presente es cosa probada... Yo te quería antes, Ofelia.

Ofelia
Así me lo dabais a entender.
Hamlet
Y tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la virtud ingerirse tan perfectamente en
nuestro endurecido tronco, que nos quite aquel resquemor original... Yo no te he querido nunca.

Ofelia
Muy engañada estuve.

Hamlet
Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores? Yo soy
medianamente bueno; pero al considerar algunas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que
mi madre no me hubiese parido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con más pecados
sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para darles forma, ni tiempo para
llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y
la tierra? Todos somos insignes malvados; no creas a ninguno de nosotros, vete, vete a un
convento... ¿En dónde está tu padre?

Ofelia
En casa está, señor.
Hamlet
Sí, pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere hacer locuras, las haga dentro de su
casa. Adiós.

Ofelia
¡Oh! ¡Mi buen Dios! Favorecedle.
Hamlet
Si te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en la castidad, aunque seas
tan pura como la nieve; no podrás librarte de la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero...
escucha: si tienes necesidad de casarte, cásate con un tonto, porque los hombres avisados saben
muy bien que vosotras los convertís en fieras... Al convento y pronto. Adiós.

Ofelia
¡El Cielo, con su poder, le alivie!

Hamlet
He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La naturaleza os dio una cara y vosotras os
hacéis otra distinta. Con esos brinquillos, ese pasito corto, ese hablar aniñado, pasáis por
inocentes y convertís en gracia vuestros defectos mismos. Pero, no hablemos más de esta materia,
que me ha hecho perder la razón... Digo sólo que de hoy en adelante no habrá más casamientos;
los que ya están casados (exceptuando uno) permanecerán así; los otros se quedarán solteros...
Vete al convento, vete.


Escena V

OFELIA sola

Ofelia
¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del cortesano, la lengua del
sabio, la espada del guerrero, la esperanza y delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo
de la gentileza, que estudian los más advertidos: todo, todo se ha aniquilado. Y yo, la más
desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel de sus promesas suaves, veo
ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado, como la campana sonora que se hiende.
Aquella incomparable presencia, aquel semblante de florida juventud alterado con el frenesí. ¡Oh!
¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo que vi, para ver ahora lo que veo!


Romeo y Julieta

William Shakespeare

Acto V; Escena III
PARIS Muchacho, dame la antorcha y aléjate. No, apágala; no quiero que me vean. Ahora échate al
pie de esos tejos y pega el oído a la hueca tierra. Así no habrá pisada que no oigas en este
cementerio, con un suelo tan blando de tanto cavar tumbas. Un silbido tuyo será aviso de que
alguien se acerca. Dame esas flores. Haz lo que te digo, vamos.
PAJE [aparte] Me asusta quedarme aquí solo en el cementerio, pero lo intentaré. [Sale. ] PARIS
cubre la tumba de flores.
PARIS Flores a esta flor en su lecho nupcial. Mas, ay, tu dosel no es más que polvo y piedra. Con
agua de rosas lo he de rociar cada noche, o con lágrimas de pena. Las exequias que desde ahora te
consagro son mis flores cada noche con mi llanto. Silba el PAJE. Me avisa el muchacho; viene
alguien. ¿Qué pie miserable se acerca a estas horas turbando mis ritos de amor y mis honras?
Entran ROMEO y BALTASAR con una antorcha, una azada y una barra de hierro. ¡Cómo! ¿Con
antorcha? Noche, ocúltame un instante. [Se esconde.]
ROMEO Dame la azada y la barra de hierro. Ten, toma esta carta. Haz por entregarla mañana
temprano a mi padre y señor. Dame la antorcha. Te lo ordeno por tu vida: por más que oigas o
veas, aléjate y no interrumpas mi labor. Si desciendo a este lecho de muerte es por contemplar el
rostro de mi amada, pero, sobre todo, por quitar de su dedo un valioso anillo, un anillo que he de
usar en un asunto importante. Así que vete. Si, por recelar, vuelves y me espías para ver qué más
cosas me propongo, por Dios, que te haré pedazos y te esparciré por este insaciable cementerio. El
momento y mi propósito son fieros, más feroces y mucho más inexorables que un tigre
hambriento o el mar embravecido.
BALTASAR Me iré, señor, y no os molestaré.
ROMEO Con eso me demuestras tu amistad. Toma: vive y prospera. Adiós, buen amigo.
BALTASAR [aparte] Sin embargo, me esconderé por aquí. Su gesto no me gusta y sospecho su
propósito. [Se esconde.]
ROMEO Estómago odioso, vientre de muerte, saciado del manjar más querido de la tierra, así te
obligo a abrir tus mandíbulas podridas y, en venganza, te fuerzo a tragar más alimento. Abre la
tumba.
PARIS Este es el altivo Montesco desterrado, el que mató al primo de mi amada, haciendo que ella,
según dicen, muriese de la pena. Seguro que ha venido a profanar los cadáveres. Voy a detenerle.
[Desenvaina.] ¡Cesa tu impía labor, vil Montesco! ¿Pretendes vengarte más allá de la muerte?
¡Maldito infame, date preso! Obedece y ven conmigo, pues has de morir.
ROMEO Es verdad, y por eso he venido. Querido joven, no provoques a un desesperado; huye y
déjame. Piensa en estos muertos y teme por tu vida. Te lo suplico, no añadas a mi cuenta otro
pecado moviéndome a la furia. ¡Márchate! Por Dios, más te aprecio que a mí mismo, pues vengo
armado contra mí mismo. No te quedes; vete. Vive y después di que el favor de un loco te dejó
vivir.
PARIS Rechazo tus súplicas y por malhechor te prendo.
ROMEO ¿Así que me provocas? Pues toma, muchacho. Luchan. [Entra el PAJE de Paris.]
PAJE ¡Dios del cielo, están luchando! Llamaré a la guardia. [Sale.]
PARIS ¡Ah, me has matado! Si tienes compasión, abre la tumba y ponme al lado de Julieta.
[Muere.]
ROMEO Te juro que lo haré. A ver su cara. ¡El pariente de Mercucio, el Conde Paris! ¿Qué decía mi
criado mientras cabalgábamos que mi alma agitada no escuchaba? Creo que dijo que Paris iba a
casarse con Julieta. ¿Lo dijo? ¿O lo he soñado? ¿O me he vuelto loco oyéndole hablar de Julieta y
creo que lo dijo? Ah, dame la mano: tú estás conmigo en el libro de la adversidad. Voy a enterrarte
en regio sepulcro. ¿Sepulcro? No, salón de luz, joven muerto: aquí yace Julieta, y su belleza
convierte el panteón en radiante cámara de audiencias. Muerte, yace ahí, enterrada por un
muerto. [Coloca a PARIS en la tumba.] ¡Cuántas veces los hombres son felices al borde de la
muerte! Quienes los vigilan lo llaman el último relámpago. ¿Puedo yo llamar a esto relámpago?
Ah, mi amor, mi esposa, la Muerte, que robó la dulzura de tu aliento, no ha rendido tu belleza, no
te ha conquistado. En tus labios y mejillas sigue roja tu enseña de belleza, y la Muerte aún no ha
izado su pálida bandera. Tebaldo, ¿estás ahí, en tu sangrienta mortaja? ¿Qué mejor favor puedo
yo hacerte que, con la misma mano que segó tu juventud, matar la del que ha sido tu enemigo?
Perdóname, primo. ¡Ah, querida Julieta! ¿Cómo sigues tan hermosa? ¿He de creer que la
incorpórea Muerte se ha enamorado y que la bestia horrenda y descarnada te guarda aquí, en las
sombras, como amante? Pues lo temo, contigo he de quedarme para ya nunca salir de este palacio
de lóbrega noche. Aquí, aquí me quedaré con los gusanos, tus criados. Ah, aquí me entregaré a la
eternidad y me sacudiré de esta carne fatigada el yugo de estrellas adversas. ¡Ojos, mirad por
última vez! ¡Brazos, dad vuestro último abrazo! Y labios, puertas del aliento, ¡sellad con un beso
un trato perpetuo con la ávida Muerte! Ven, amargo conductor; ven, áspero guía. Temerario
piloto, ¡lanza tu zarandeado navío contra la roca implacable! Brindo por mi amor. [Bebe.] ¡Ah, leal
boticario, tus drogas son rápidas! Con un beso muero. Cae. Entra FRAY LORENZO con linterna,
palanca y azada.
FRAY LORENZO ¡San Francisco me asista! ¿En cuántas tumbas habré tropezado esta noche?
¿Quién va?
BALTASAR Un amigo, alguien que os conoce.
FRAY LORENZO Dios te bendiga. Dime, buen amigo, ¿de quién es esa antorcha que en vano da luz
a calaveras y gusanos? Parece que arde en el panteón de los Capuletos.
BALTASAR Así es, venerable señor, y allí está mi amo, a quien bien queréis.
FRAY LORENZO ¿Quién es?
BALTASAR Romeo.
FRAY LORENZO ¿Cuánto lleva ahí?
BALTASAR Media hora larga.
FRAY LORENZO Ven al panteón.
BALTASAR Señor, no me atrevo. Mi amo cree que ya me he ido y me amenazó terriblemente con
matarme si me quedaba a observar sus intenciones.
FRAY LORENZO Entonces quédate; iré solo. Tengo miedo. Ah, temo que haya ocurrido una
desgracia.
BALTASAR Mientras dormía al pie del tejo, soñé que mi amo luchaba con un hombre y que le
mataba. [Sale.]
FRAY LORENZO ¡Romeo! Se agacha y mira la sangre y las armas. ¡Ay de mí! ¿De quién es la sangre
que mancha las piedras de la entrada del sepulcro? ¿Qué hacen estas armas sangrientas y sin
dueño junto a este sitio de paz? ¡Romeo! ¡Qué pálido! ¿Quién más? ¡Cómo! ¿Paris? ¿Y empapado
de sangre? ¡Ah, qué hora fatal ha causado esta triste desgracia! [Se despierta JULIETA.] La dama se
mueve.
JULIETA Ah, padre consolador, ¿dónde está mi esposo? Recuerdo muy bien dónde debo hallarme,
y aquí estoy. ¿Dónde está Romeo?
FRAY LORENZO Oigo ruido, Julieta. Sal de ese nido de muerte, infección y sueño forzado. Un poder
superior a nosotros ha impedido nuestro intento. Vamos, sal. Tu esposo yace muerto en tu regazo
, y también ha muerto Paris. Ven, te confiaré a una comunidad de religiosas. Ahora no hablemos:
viene la guardia. Vamos, Julieta; no me atrevo a seguir aquí. Sale.
JULIETA Marchaos, pues yo no pienso irme. ¿Qué es esto? ¿Un frasco en la mano de mi amado? El
veneno ha sido su fin prematuro. ¡Ah, egoísta! ¿Te lo bebes todo sin dejarme una gota que me
ayude a seguirte? Te besaré: tal vez quede en tus labios algo de veneno, para que pueda morir con
ese tónico. Tus labios están calientes.
GUARDIA [dentro] ¿Por dónde, muchacho? Guíame.
JULIETA ¿Qué? ¿Ruido? Seré rápida. Puñal afortunado, voy a envainarte. Oxídate en mí y deja que
muera. Se apuñala y cae. Entra el PAJE [de Paris] y la guardia.
PAJE Este es el lugar, ahí donde arde la antorcha.
GUARDIA 1 Hay sangre en el suelo; buscad por el cementerio. Id algunos; prended a quien halléis.
[Salen algunos GUARDIAS.] ¡Ah, cuadro de dolor! Han matado al conde y sangra Julieta, aún
caliente y recién muerta, cuando llevaba dos días enterrada. ¡Decídselo al Príncipe, avisad a los
Capuletos, despertad a los Montescos! Los demás, ¡buscad! [Salen otros GUARDIAS.] Bien vemos
la escena de tales estragos, pero los motivos de esta desventura, si no nos los dicen, no los
vislumbramos. Entran GUARDIAS con [BALTASAR] el criado de Romeo.
GUARDIA 2 Esté es el criado de Romeo; estaba en el cementerio.
GUARDIA 1 Vigiladle hasta que venga el Príncipe. Entra un GUARDIA con FRAY LORENZO.
GUARDIA 3 Aquí hay un fraile que tiembla, llora y suspira. Le quitamos esta azada y esta pala
cuando salía por este lado del cementerio.
GUARDIA 1 Muy sospechoso. Vigiladle también. Entra el PRINCIPE con otros.
PRÍNCIPE ¿Qué desgracia ha ocurrido tan temprano que turba mi reposo? Entran CAPULETO y la
SEÑORA CAPULETO.
CAPULETO ¿Qué ha sucedido que todos andan gritando?
SEÑORA CAPULETO En las calles unos gritan "¡Romeo!"; otros, "¡Julieta!"; otros, "¡Paris!"; y todos
vienen corriendo hacia el panteón.
PRÍNCIPE ¿Qué es lo que tanto os espanta?
GUARDIA 1 Alteza, ahí yace asesinado el Conde Paris; Romeo, muerto; y Julieta, antes muerta,
acaba de morir otra vez.
PRÍNCIPE ¡Buscad y averiguad cómo ha ocurrido este crimen!
GUARDIA 1 Aquí están un fraile y el criado de Romeo, con instrumentos para abrir las tumbas de
estos muertos.
CAPULETO ¡Santo cielo! Esposa, mira cómo se desangra nuestra hija. El puñal se equivocó. Debiera
estar en la espalda del Montesco y se ha envainado en el pecho de mi hija.
SEÑORA CAPULETO ¡Ay de mí! Esta escena de muerte es la señal que me avisa del sepulcro. Entra
MONTESCO.
PRÍNCIPE Venid, Montesco: pronto os habéis levantado para ver a vuestro hijo tan pronto caído.
MONTESCO Ah, Alteza, mi esposa murió anoche: el destierro de mi hijo la mató de pena. ¿Qué
otro dolor amenaza mi vejez?
PRÍNCIPE Mirad y veréis.
MONTESCO ¡Qué desatención! ¿Quién te habrá enseñado a ir a la tumba delante de tu padre?
PRÍNCIPE Cerrad la boca del lamento hasta que podamos aclarar todas las dudas y sepamos su
origen, su fuente y su curso. Entonces seré yo el guía de vuestras penas y os acompañaré, si cabe,
hasta la muerte. Mientras, dominaos; que la desgracia ceda a la paciencia. Traed a los
sospechosos.
FRAY LORENZO Yo soy el que más; el menos capaz y el más sospechoso (pues la hora y el sitio me
acusan) de este horrendo crimen. Y aquí estoy para inculparme y exculparme, condenado y
absuelto por mí mismo.
PRÍNCIPE Entonces decid ya lo que sabéis.
FRAY LORENZO Seré breve, pues la vida que me queda no es muy larga para la premiosidad.
Romeo, ahí muerto, era esposo de Julieta y ella, ahí muerta, fiel esposa de Romeo: yo los casé. El
día del secreto matrimonio fue el postrer día de Tebaldo, cuya muerte intempestiva desterró al
recién casado. Por él, no por Tebaldo, lloraba Julieta. Vos, por apagar ese acceso de dolor, queríais
casarla con el Conde Paris a la fuerza. Entonces vino a verme y, desquiciada, me pidió algún
remedio que la librase del segundo matrimonio, pues, si no, se mataría en mi celda. Yo, entonces,
instruido por mi ciencia, le entregué un narcótico, que produjo el efecto deseado, pues le dio el
aspecto de una muerta. Mientras, a Romeo le pedí por carta que viniera esta noche y me ayudase
a sacarla de su tumba temporal, por ser la hora en que el efecto cesaría. Mas Fray Juan, el
portador de la carta, se retrasó por accidente y hasta anoche no me la devolvió. Entonces, yo solo,
a la hora en que Julieta debía despertar, vine a sacarla de este panteón, pensando en tenerla
escondida en mi celda hasta poder dar aviso a Romeo. Pero al llegar, unos minutos antes de que
ella despertara, vi que yacían muertos el noble Paris y el fiel Romeo. Cuando despertó, le pedí que
saliera y aceptase la divina voluntad, pero entonces un ruido me hizo huir y ella, en su
desesperación, no quiso venir y, por lo visto, se dio muerte. Esto es lo que sé; el ama es
conocedora de este matrimonio. Si algún daño se ha inferido por mi culpa, que mi vida sea
sacrificada, aunque sea poco antes de su hora, con todo el rigor de nuestra ley.
PRÍNCIPE Siempre os he tenido por hombre venerable. ¿Y el criado de Romeo? ¿Qué dice a esto?
BALTASAR A mi amo hice saber la muerte de Julieta, y desde Mantua él vino a toda prisa a este
lugar, a este panteón. Me dijo que entregase esta carta a su padre sin demora y, al entrar en la
tumba, me amenazó de muerte si no me iba y le dejaba solo.
PRÍNCIPE Dame la carta; la leeré. ¿Dónde está el paje del conde que avisó a la guardia? Dime, ¿qué
hacía tu amo en este sitio?
PAJE Quería cubrir de flores la tumba de su amada. Me pidió que me alejase; así lo hice. Al punto
llegó alguien con antorcha dispuesto a abrir la tumba. Mi amo le atacó y yo corrí a llamar a la
guardia.
PRÍNCIPE La carta confirma las palabras del fraile, el curso de este amor, la noticia de la muerte; y
aquí dice que compró a un humilde boticario un veneno con el cual vino a morir y yacer con
Julieta. ¿Dónde están los enemigos, Capuleto y Montesco? Ved el castigo a vuestro odio: el cielo
halla medios de matar vuestra dicha con el amor, y yo, cerrando los ojos a vuestras discordias,
pierdo dos parientes. Todos estamos castigados.
CAPULETO Hermano Montesco, dame la mano: sea tu aportación a este matrimonio, que no
puedo pedir más.
MONTESCO Pero yo sí puedo darte más: haré a Julieta una estatua de oro y, mientras Verona lleve
su nombre, no habrá efigie que tan gran estima vea como la de la constante y fiel Julieta.
CAPULETO Tan regio yacerá Romeo a su lado. ¡Pobres víctimas de padres enfrentados!
PRÍNCIPE Una paz sombría nos trae la mañana: no muestra su rostro el sol dolorido. Salid y
hablaremos de nuestras desgracias. Perdón verán unos; otros, el castigo, pues nunca hubo historia
de más desconsuelo que la que vivieron Julieta y Romeo.
Salen todos.




Romeo y Julieta

William Shakespeare

Acto II, Escena 2


Romeo:- ¡Silencio! ¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el Oriente, y
Julieta, el sol! ¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna, lánguida y pálida de sentimiento
porque tú, su doncella, la has aventajado en hermosura! ¡No la sirvas, que es envidiosa! Su tocado
de vestal es enfermizo y amarillento, y no son sino bufones los que lo usan, ¡Deséchalo! ¡Es mi
vida, es mi amor el que aparece!… Habla… más nada se escucha; pero, ¿qué importa? ¡Hablan sus
ojos; les responderé!…Soy demasiado atrevido. No es a mi a quien habla. Do de las más
resplandecientes estrellas de todo el cielo, teniendo algún quehacer ruegan a sus ojos que brillen
en sus esferas hasta su retorno. ¿Y si los ojos de ella estuvieran en el firmamento y las estrellas en
su rostro? ¡El fulgor de sus mejillas avergonzaría a esos astros, como la luz del día a la de una
lámpara! ¡Sus ojos lanzarían desde la bóveda celestial unos rayos tan claros a través de la región
etérea, que cantarían las aves creyendo llegada la aurora!… ¡Mirad cómo apoya en su mano la
mejilla! ¡Oh! ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Quién fuera guante de esa mano
para poder tocar esa mejilla!

Julieta:- ¡Ay de mí!

Romeo:- Habla. ¡Oh! ¡Habla otra vez ángel resplandeciente!… Porque esta noche apareces tan
esplendorosa sobre mi cabeza como un alado mensajero celeste ante los ojos extáticos y
maravillados de los mortales, que se inclinan hacia atrás para verle, cuando él cabalga sobre las
tardas perezosas nubes y navega en el seno del aire.

Julieta:- ¡Oh Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehusa tu nombre; o, si
no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una Capuleto.

Romeo:- (Aparte) ¿Continuaré oyéndola, o le hablo ahora?

Julieta:- ¡Sólo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco! ¿Qué es
Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre.
¡Oh, sea otro nombre! ¿Qué hay en un nombre? ¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato
perfume con cualquiera otra denominación! De igual modo Romeo, aunque Romeo no se llamara,
conservaría sin este título las raras perfecciones que atesora. ¡Romeo, rechaza tu nombre; y a
cambio de ese nombre, que no forma parte de ti, tómame a mi toda entera!
Romeo:- Te tomo la palabra. Llámame sólo “amor mío” y seré nuevamente bautizado. ¡Desde
ahora mismo dejaré de ser Romeo!

Julieta:- ¿Quién eres tú, que así, envuelto en la noche, sorprendes de tal modo mis secretos?

Romeo:- ¡No sé cómo expresarte con un nombre quien soy! Mi nombre, santa adorada, me es
odioso, por ser para ti un enemigo. De tenerla escrita, rasgaría esa palabra.

Julieta:- Todavía no he escuchado cien palabras de esa lengua, y conozco ya el acento. ¿No eres tú
Romeo y Motesco?

Romeo:- Ni uno ni otro, hermosa doncella, si los dos te desagradan.

Julieta:- Y dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y para qué? Las tapias del jardín son altas y difíciles
de escalar, y el sitio, de muerte, considerando quién eres, si alguno de mis parientes te
descubriera.

Romero:- Con ligeras alas de amor franquee estos muros, pues no hay cerca de piedra capaz de
atajar el amor; y lo que el amor puede hacer, aquello el amor se atreve a intentar. Por tanto, tus
parientes no me importan.

Julieta:- ¡Te asesinarán si te encuentran!

Romero:- ¡Ay! ¡Más peligro hallo en tus ojos que en veinte espadas de ellos! Mírame tan sólo con
agrado, y quedo a prueba de su enemistad.

Julieta:- ¡Por cuanto vale el mundo, no quisiera que te viesen aquí!

Romeo:- El manto de la noche me oculta a sus miradas; pero, si no me quieres, déjalos que me
hallen aquí. ¡Es mejor que termine mi vida víctima de su odio, que se retrase mi muerte falto de tu
amor.

Julieta:- ¿Quién fue tu guía para descubrir este sitio?

Romeo:- Amor, que fue el primero que me incitó a indagar; él me prestó consejo y yo le presté mis
ojos. No soy piloto; sin embargo, aunque te hallaras tan lejos como la más extensa ribera que baña
el más lejano mar, me aventuraría por mercancía semejante.

Julieta:- Tú sabes que el velo de la noche cubre mi rostro; si así lo fuera, un rubor virginal verías
teñir mis mejillas por lo que me oíste pronunciar esta noche. Gustosa quisiera guardar las formas,
gustosa negar cuanto he hablado; pero, ¡adiós cumplimientos! ¿Me amas? Sé que dirás: sí, yo te
creeré bajo tu palabra. Con todo, si lo jurases, podría resultar falso, y de los perjurios de los
amantes dicen que se ríe Júpiter. ¡Oh gentil Romeo! Si de veras me quieres, decláralo con
sinceridad; o, si piensas que soy demasiado ligera, me pondré desdeñosa y esquiva, y tanto mayor
será tu empeño en galantearme. En verdad, arrogante Montesco, soy demasiado apasionada, y
por ello tal vez tildes de liviana mi conducta; pero, créeme, hidalgo, daré pruebas de ser más
sincera que las que tienen más destreza en disimular. Yo hubiera sido más reservada, lo confieso,
de no haber tú sorprendido, sin que yo me apercibiese, mi verdadera pasión amorosa.
¡Perdóname, por tanto, y no atribuyas a liviano amor esta flaqueza mía, que de tal modo ha
descubierto la oscura noche!

Romeo:- Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de los árboles…

Julieta:- No jures por la luna, que es su rápida movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas
a imitar su inconstancia.

Romeo:- ¿Pues por quién juraré?

Julieta:- No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que
adoro y en quien he de creer.

Romeo:- ¿Pues por quién juraré?

Julieta:- No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche oír tales promesas
que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece.
Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas haya llegado abrirse, animado por las brisas del estío, el
capullo de esta flor. Adiós, ¡ojalá caliente tu pecho en tan dulce clama como el mío!

Romeo:- ¿Y no me das más consuelo que ése?

Julieta:- ¿Y qué otro puedo darte esta noche?

Romeo:- Tu fe por la mía.

Julieta:- Antes de la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez.

Romeo:- ¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela?

Julieta:- Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afán
de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los abismos de la mar. ¡Cuando más te doy,
más quisiera date!… Pero oigo ruido dentro. ¡Adiós no engañes mi esperanza… Ama, allá voy…
Guárdame fidelidad, Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida.

Romeo:- ¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un
delicioso sueño

Julieta:- (Asomada otra vez a la ventana) Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado,
si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de cómo y cuando quieres celebrar
la sagrada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo.

Ama:- (Llamando dentro) ¡Julieta!

Julieta:- Ya voy. Pero si son torcidas tus intenciones, suplícote que…

Ama:- ¡Julieta!
Julieta:- Ya corro… Suplícote que desistas de tu empeño, y me dejes a solas con mi dolor. Mañana
irá el mensajero…

Romeo:- Por la gloria…

Julieta:- Buenas noches.

Romeo:- No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor como el
estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el niño que deja sus juegos
para tornar al estudio.

Julieta:- (Otra vez a la ventana) ¡Romeo! ¡Romeo! ¡Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrería,
para llamar de lejos a los halcones¡ Si yo pudiera hablar a gritos, penetraría mi voz hasta en la
gruta de la ninfa Eco, y llegaría a ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo.

Romeo:- ¡Cuán grado suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de los
amantes! Más dulce es que la música en oído atento.

Julieta:- ¡Romeo!

Romeo:- ¡Alma mía!

Julieta:- ¿A qué hora irá mi criado mañana?

Romeo:- A las nueve.

Julieta:- No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que llegue. No sé para qué te he llamado.

Romeo:- ¡Déjame quedar aquí hasta que lo pienses!

Julieta:- Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que pensaba, recordando
tu dulce compañía.

Romeo:- Para que siga tu olvido no he de irme.

Julieta:- Ya es de día. Vete… Pero no quisiera que te alejaras más que el breve trecho que
consiente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujeto de una cuerda de seda, y que a veces le
suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltar…

Romeo:- ¡Ojalá fuera yo ese pajarillo!

Julieta:- ¿Y qué quisiera yo sino que lo fueras? Aunque recelo que mis caricias habían de matarte.
¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no sé cómo arrancarme de los
hierros de esta ventana.
Romeo:- ¡Qué el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera yo el sueño,
ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aquí voy a la celda donde mora mi piadoso
confesor, para pedirle ayuda y consejo en este trance.

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Cuatro escenas de Shakespeare

  • 1. Hamlet William Shakespeare Acto V; Escena 5 En un cementerio. Entran dos enterradores con palas, etc. 1er. ENTERRADOR.- ¿Y ha de sepultarse en cristiana tierra la que deliberadamente buscó su propia muerte? 2° ENTERRADOR.- Te digo que sí; conque abre ya su tumba. La justicia ha reconocido el cadáver y dispuso que le den cristiana sepultura. 1er. ENTERRADOR.- ¿Cómo puede ser, a menos que ella se haya ahogado tratando de salvarse? 2° ENTERRADOR.- Así lo han creído. 1er. ENTERRADOR.- Debe haber sido en defensa propia; no puede haber sido de otra manera. Aquí está el punto de la dificultad. Si yo me ahogo voluntariamente, esto supone una acción, y toda acción consta de tres partes, que son: hacer, actuar y ejecutar, de donde se infiere que ella se ahogó voluntariamente. 2° ENTERRADOR.- No, sólo escúchame, buen cavador ... 1er. ENTERRADOR.- Yo te diré. Mira, aquí está el agua ... Bien. Aquí está un hombre ... Muy bien. Si el hombre va hacia el agua y se ahoga a sí mismo; por equis o por ye; el caso es que él va. Fíjate en eso. Pero si el agua viene hacia él y lo ahoga, entonces no se ahoga por sí mismo ... Luego, el que no es culpable de su propia muerte, no se acorta la vida. 2° ENTERRADOR.- Pero, ¿existe una ley? 1er. ENTERRADOR.- Sí, claro que sí, y por ella se guía el juez que examina el asunto. 2° ENTERRADOR.- ¿Quieres que te diga la verdad? Si la muerta no hubiera sido una buena mujer, no la enterrarían en forma cristiana. 1er. ENTERRADOR.- En efecto, dices bien; y es muy lamentable que los grandes personajes de este mundo tengan privilegios entre todos los demás cristianos, para ahogarse o ahorcarse ellos mismos. Vamos por mi pala. No hay caballeros más antiguos que los jardineros, los cavadores y los que hacen tumbas: ellos continúan con la tarea de Adán. 2° ENTERRADOR.- ¿Él era un caballero? 1er. ENTERRADOR.- Como que fue el primero que portó armas.
  • 2. 2° ENTERRADOR.- Pero si no tenía ninguna. 1er. ENTERRADOR.- ¿Acaso eres un cabeza dura? ¿Cómo entiendes las Escrituras? Las Escrituras dicen que Adán fue un cavador. ¿Podía él cavar sin usar sus armas? Te voy a hacer otra pregunta, y si no me contestas adecuadamente, confiesa que eres un ... 2° ENTERRADOR.- Adelante. 1er. ENTERRADOR.- ¿Quién es el que construye edificios más fuertes que los que hacen los albañiles, los constructores de barcos o los carpinteros? 2° ENTERRADOR.- El que hace la horca, porque esta armazón sobrevive a mil usuarios. 1er. ENTERRADOR.- Me gusta tu agudeza, en buena fe. La horca está bien hecha; pero, ¿para quién está bien hecha? Está bien hecha para los que hacen mal. Ahora bien; tú haces mal en decir que la horca es más fuerte que una iglesia; por lo cual, la horca podría ser buena para ti ... Pero volvamos a la pregunta. 2° ENTERRADOR.- ¿Quién construye más fuerte que un albañil, un fabricante de barcos o un carpintero? 1er. ENTERRADOR.- Ya dímelo de una vez y sales del apuro. 2° ENTERRADOR.- Bien, ahora te lo diré. 1er. ENTERRADOR.- Vamos. 2° ENTERRADOR.- ¡Vaya! No puedo adivinar. Entran Hamlet y Horacio, a lo lejos. 1er. ENTERRADOR.- No te rompas la cabeza acerca de eso. Eres un asno torpe que no mejora su paso por más que lo apaleen. Cuando te hagan esta pregunta, responde: Un constructor de tumbas. Pues las casas que él hace durarán hasta el día del Juicio Final. Anda, ve a la taberna y tráeme una jarra de licor. (Sale el 2° Enterrador; el 1er. Eneterrador cava y canta). En mi juventud, cuando tuve amor, amé, mis sentimientos eran muy bellos; pero a causa de mi vocación no me casé, y mis sentimientos no fueron correspondidos. HAMLET.- ¿Tendrá este hombre conciencia de lo que hace, para abrir una tumba y cantar al mismo tiempo? HORACIO.- La costumbre le ha hecho ya familiar esa actividad. HAMLET.- Así es. La mano que se usa poco, tiene más delicado el tacto.
  • 3. 1er. ENTERRADOR. (Canta). Pero la edad con sus furtivos pasos, entre sus garras me atrapó, arrojándome a la fosa cual si fuese tierra yo. (Saca una calavera de la fosa). HAMLET.- Esa calavera tenía una lengua en otro tiempo, y con ella podía cantar ... ¡Cómo la arroja al suelo el tunante, cual si fuera la quijada que utilizó Caín para el primer asesinato! ... Y la que está maltratando ahora este bruto probablemente fue la cabeza de un estadista, de esos que pretenden engañar al cielo mismo. ¿No lo crees así? HORACIO.- Tal vez, mi señor. HAMLET.- O la de algún cortesano que diría: Buenos días, excelentísimo señor. ¿Cómo está usted, mi venerado señor?. Pudiera también ser la del caballero fulano, que elogiaba el potro del caballero zutano, para pedírselo prestado después. ¿No es verdad? HORACIO.- Sí, mi señor. HAMLET.- Y mira ahora. Está en poder del señor gusano, golpeada y estropeada por la pala de un enterrador. Grandes revoluciones veríamos aquí si tuviéramos ingenio para observarlas. Pero, ¿costó acaso tan poco la formación de estos huesos a la naturaleza, para que jueguen con ellos a los bolos? ¡Oh! Me resulta doloroso pensar en eso. 1er. ENTERRADOR. (Canta). Un pico y una pala, y un lienzo para envolver; y hacer un pozo de barro para tal huésped poner. (Saca otra calavera). HAMLET.- Y esa otra, ¿por qué no podría ser la calavera de un abogado? ¿Adónde están sus equívocos y sutilezas ahora; sus casos, sus interpretaciones y sus engaños? ¿Por qué soporta ahora que este rudo bribón lo golpee con la pala sucia y no presenta una demanda contra él? ¡Oh! Este quizás fue en otros tiempos un gran comprador de tierras, con sus reglamentos, reconocimientos, ganancias, recibos y cobros. ¿Es esta la ganancia de sus ganancias y el cobro de sus cobranzas; venir a terminar en una calavera llena de lodo? ¿Podrán sus documentos de compra-venta asegurarle un espacio más grande que el de un par de contratos? ¿Cabrán todas las ganancias de sus propiedades en esta caja para que al heredero no le quede ninguna? HORACIO.- Claro que no, mi señor. HAMLET.- ¿No se hacen los pergaminos de piel de borrego?
  • 4. HORACIO.- Sí, señor, y de piel de ternera también. HAMLET.- Pues son más irracionales que las terneras y los borregos aquellos que fundan su felicidad en la posesión de tales pergaminos ... Le hablaré a este hombre. Oye tú, ¿de quién es esta fosa? 1er. ENTERRADOR.- Mía, señor. (Canta). ... y hacer un pozo de barro para tal huésped poner. HAMLET.- Sí, creo que es tuya porque ahora estás adentro. 1er. ENTERRADOR.- Usted está afuera, señor; por lo tanto, no es suya. Por mi parte, aunque yo no esté adentro, de todos modos es mía. HAMLET.- Tú estás adentro y dices que es tuya, pero esta fosa es para un muerto, no para un vivo; así que tú mientes. 1er. ENTERRADOR.- Es una mentira viviente, señor; por lo tanto, se la regresaré. HAMLET.- ¿Para qué hombre cavas esa sepultura? 1er. ENTERRADOR.- Para ningún hombre, señor. HAMLET.- ¿Para qué mujer, entonces? 1er. ENTERRADOR.- Tampoco es para una mujer. HAMLET.- ¿Pues qué será enterrado ahí? 1er. ENTERRADOR.- Un cadáver que fue mujer, señor, pero ahora está muerta y su alma descansa en paz. HAMLET. (Aparte).- ¡Qué pícaro es! Debemos hablarle claramente o sus equívocos nos confundirán. Desde hace tres años he notado cuánto se va refinando la época en que vivimos ... Por vida mía, Horacio, que el villano sigue tan de cerca al cortesano, que muy pronto le desollará el talón ... ¿Cuánto tiempo has sido enterrador? 1er. ENTERRADOR.- Desde hace muchos años. Yo llegué aquí el día que nuestro último rey Hamlet venció a Fortimbrás. HAMLET.- ¿Y cuánto tiempo hace de eso? 1er. ENTERRADOR.- ¿No lo sabe? Si hasta los tontos lo saben. Fue exactamente el mismo día en que nació el joven Hamlet, el que está loco y fue enviado a Inglaterra.
  • 5. HAMLET.- ¡Vaya! ¿Y por qué fue enviado a Inglaterra? 1er. ENTERRADOR.- ¿Por qué? ... Porque está loco, y allá recobrará su juicio. Y si no lo recobra, poco importa. HAMLET.- ¿Por qué? 1er. ENTERRADOR.- Porque en Inglaterra todos son tan locos como él, y no se verá diferente. HAMLET.- ¿Y cómo se volvió loco? 1er. ENTERRADOR.- Dicen que de un modo muy extraño. HAMLET.- ¿De qué modo extraño? 1er. ENTERRADOR.- Habiendo perdido el entendimiento. HAMLET.- ¿Acerca de qué? 1er. ENTERRADOR.- Acerca de Dinamarca ... Yo he sido enterrador aquí por espacio de treinta años, desde que era niño. HAMLET.- ¿Cuánto tiempo puede estar enterrado un hombre sin corromperse? 1er. ENTERRADOR.- Si no estaba ya podrido antes de morir -como sucede actualmente con muchos cuerpos delicados, que no hay por donde cargarlos-, podrá durar cosa de ocho o nueve años. Y un curtidor durará nueve años. HAMLET.- ¿Por qué durará más que cualquier otro? 1er. ENTERRADOR.- Porque tiene un pellejo tan curtido por su oficio, que puede resistir mucho tiempo el agua; y el agua, señor, es lo que más pronto destruye a cualquier muerto. He aquí una calavera que ha estado enterrada veintitrés años. HAMLET.- ¿De quién era? 1er. ENTERRADOR.- De un hijo de puta loco. ¿De quién piensa que haya sido? HAMLET.- No lo sé. 1er. ENTERRADOR.- ¡Mala peste en él y en sus travesuras! Una vez me vació una jarra de vino del Rhin sobre la cabeza. Esta calavera, señor, es la de Yorick, el bufón del Rey. HAMLET. (Toma la calavera).- ¿Ésta? 1er. ENTERRADOR.- Esa misma.
  • 6. HAMLET.- ¡Ay, pobre Yorick! Yo lo conocí, Horacio ... Era un hombre sumamente gracioso y de la más fecunda imaginación. Me acuerdo que siendo yo niño me llevó miles de veces sobre sus hombros; ¡Y ahora su vista me llena de horror! Y mi pecho se agita. Aquí estuvieron aquellos labios que yo besé muchas veces. ¿Dónde están ahora tus burlas, tus brincos, tus canciones, y aquellos chistes brillantes que animaban la mesa con alegre estrépito? ¿No te burlas ahora de tu propia sonrisa? ¿Se te han caído completamente los músculos? Entra en el tocador de alguna dama y dile que, por más que se ponga una gruesa capa de pintura en el rostro, llegará a tener esta apariencia. Haz que se ría de eso ... Horacio, dime una cosa. HORACIO.- ¿Qué cosa, mi señor? HAMLET.- ¿Piensas que Alejandro tuvo esta apariencia debajo de la tierra? HORACIO.- Creo que sí. HAMLET.- ¿Y olería así? ¡Uf! (Pone la calavera en el suelo). HORACIO.- De la misma manera, mi señor. HAMLET.- ¡A qué bajos usos regresaremos, Horacio! ¿Por qué no podrá la imaginación seguir las ilustres cenizas de Alejandro hasta encontrarlas tapando la boca de algún barril? HORACIO.- Sería considerado muy extraño pensar de esa manera. HAMLET.- No, por mi fe que no; sólo hay que llegar hasta allá con modestia y sin violencia alguna. Como si dijéramos: Alejandro murió, Alejandro fue sepultado, Alejandro se convirtió en polvo, el polvo es tierra y de la tierra hacemos barro. ¿Y por qué este barro, en que fue convertido, no habrá podido tapar un barril de cerveza? El gran César, muerto y convertido en barro, puede tapar un agujero para impedir que pase el aire. ¡Oh! ¡Aquella tierra que tuvo atemorizado al mundo, servirá de resane a una pared que proteja contra el viento invemal! ... Pero espera, ¡espera un momento! Aquí llegan el Rey, la Reina y los cortesanos. Hamlet William Shakespeare Acto III; Escena II CLAUDIO, GERTRUDIS, POLONIO, OFELIA Claudio Tú, mi amada Gertrudis, deberás también retirarte, porque hemos dispuesto que Hamlet al venir aquí, como si fuera casualidad, encuentre a Ofelia. Su padre y yo, testigos los más aptos para el fin, nos colocaremos donde veamos sin ser vistos. Así podremos juzgar de lo que entre ambos pase, y en las acciones y palabras del Príncipe conoceremos si es pasión de amor el mal de que adolece.
  • 7. Gertrudis Voy a obedeceros, y por mi parte, Ofelia, ¡oh, cuánto desearía que tu rara hermosura fuese el dichoso origen de la demencia de Hamlet! Entonces yo debería esperar que tus prendas amables pudieran para vuestra mutua felicidad restituirle su salud perdida. Ofelia Yo, señora, también quisiera que fuese así. Escena III CLAUDIO, POLONIO, OFELIA Polonio Paséate por aquí, Ofelia. Si Vuestra Majestad gusta, podemos ya ocultarnos. Haz que lees en este libro; esta ocupación disculpará la soledad del sitio... ¡Materia es, por cierto, en que tenemos mucho de que acusarnos! ¡Cuántas veces con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas, engañamos al diablo mismo! Claudio Demasiado cierto es... ¡Qué cruelmente ha herido esa reflexión mi conciencia! El rostro de la meretriz, hermoseada con el arte, no es más feo despojado de los afeites, que lo es mi delito disimulado en palabras traidoras. ¡Oh! ¡Qué pesada carga me oprime! Polonio Ya le siento llegar; señor, conviene retirarnos. Escena IV HAMLET, OFELIA Hamlet Ser o no ser, ésa es la pregunta. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? Cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con sólo un puñal. ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida molesta si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la Muerte (aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna) nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan; antes que ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes, así la natural tintura del valor se debilita con los barnices
  • 8. pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos. Pero... ¡la hermosa Ofelia! Graciosa niña, espero que mis defectos no serán olvidados en tus oraciones. Ofelia ¿Cómo os habéis sentido, señor, en todos estos días? Hamlet Muchas gracias. Bien. Ofelia Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo restituiros mucho tiempo ha, y os pido que ahora las toméis. Hamlet No, yo nunca te dí nada. Ofelia Bien sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis palabras, de tan suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su valor, pero ya disipado aquel perfume, recibidlas, que un alma generosa considera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto de quien los dio. Vedlos aquí. Hamlet ¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta? Ofelia Señor... Hamlet ¿Eres hermosa? Ofelia ¿Qué pretendéis decir con eso? Hamlet Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza. Ofelia ¿Puede, acaso, tener la hermosura mejor compañera que la honestidad? Hamlet Sin duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en una alcahueta, antes que la honestidad logre dar a la hermosura su semejanza. En otro tiempo se tenía esto por una paradoja; pero en la edad presente es cosa probada... Yo te quería antes, Ofelia. Ofelia Así me lo dabais a entender.
  • 9. Hamlet Y tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la virtud ingerirse tan perfectamente en nuestro endurecido tronco, que nos quite aquel resquemor original... Yo no te he querido nunca. Ofelia Muy engañada estuve. Hamlet Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar algunas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me hubiese parido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para darles forma, ni tiempo para llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra? Todos somos insignes malvados; no creas a ninguno de nosotros, vete, vete a un convento... ¿En dónde está tu padre? Ofelia En casa está, señor. Hamlet Sí, pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere hacer locuras, las haga dentro de su casa. Adiós. Ofelia ¡Oh! ¡Mi buen Dios! Favorecedle. Hamlet Si te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en la castidad, aunque seas tan pura como la nieve; no podrás librarte de la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero... escucha: si tienes necesidad de casarte, cásate con un tonto, porque los hombres avisados saben muy bien que vosotras los convertís en fieras... Al convento y pronto. Adiós. Ofelia ¡El Cielo, con su poder, le alivie! Hamlet He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos. La naturaleza os dio una cara y vosotras os hacéis otra distinta. Con esos brinquillos, ese pasito corto, ese hablar aniñado, pasáis por inocentes y convertís en gracia vuestros defectos mismos. Pero, no hablemos más de esta materia, que me ha hecho perder la razón... Digo sólo que de hoy en adelante no habrá más casamientos; los que ya están casados (exceptuando uno) permanecerán así; los otros se quedarán solteros... Vete al convento, vete. Escena V OFELIA sola Ofelia
  • 10. ¡Oh! ¡Qué trastorno ha padecido esa alma generosa! La penetración del cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero, la esperanza y delicias del estado, el espejo de la cultura, el modelo de la gentileza, que estudian los más advertidos: todo, todo se ha aniquilado. Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado, como la campana sonora que se hiende. Aquella incomparable presencia, aquel semblante de florida juventud alterado con el frenesí. ¡Oh! ¡Cuánta, cuánta es mi desdicha, de haber visto lo que vi, para ver ahora lo que veo! Romeo y Julieta William Shakespeare Acto V; Escena III PARIS Muchacho, dame la antorcha y aléjate. No, apágala; no quiero que me vean. Ahora échate al pie de esos tejos y pega el oído a la hueca tierra. Así no habrá pisada que no oigas en este cementerio, con un suelo tan blando de tanto cavar tumbas. Un silbido tuyo será aviso de que alguien se acerca. Dame esas flores. Haz lo que te digo, vamos. PAJE [aparte] Me asusta quedarme aquí solo en el cementerio, pero lo intentaré. [Sale. ] PARIS cubre la tumba de flores. PARIS Flores a esta flor en su lecho nupcial. Mas, ay, tu dosel no es más que polvo y piedra. Con agua de rosas lo he de rociar cada noche, o con lágrimas de pena. Las exequias que desde ahora te consagro son mis flores cada noche con mi llanto. Silba el PAJE. Me avisa el muchacho; viene alguien. ¿Qué pie miserable se acerca a estas horas turbando mis ritos de amor y mis honras? Entran ROMEO y BALTASAR con una antorcha, una azada y una barra de hierro. ¡Cómo! ¿Con antorcha? Noche, ocúltame un instante. [Se esconde.] ROMEO Dame la azada y la barra de hierro. Ten, toma esta carta. Haz por entregarla mañana temprano a mi padre y señor. Dame la antorcha. Te lo ordeno por tu vida: por más que oigas o veas, aléjate y no interrumpas mi labor. Si desciendo a este lecho de muerte es por contemplar el rostro de mi amada, pero, sobre todo, por quitar de su dedo un valioso anillo, un anillo que he de usar en un asunto importante. Así que vete. Si, por recelar, vuelves y me espías para ver qué más cosas me propongo, por Dios, que te haré pedazos y te esparciré por este insaciable cementerio. El momento y mi propósito son fieros, más feroces y mucho más inexorables que un tigre hambriento o el mar embravecido. BALTASAR Me iré, señor, y no os molestaré. ROMEO Con eso me demuestras tu amistad. Toma: vive y prospera. Adiós, buen amigo. BALTASAR [aparte] Sin embargo, me esconderé por aquí. Su gesto no me gusta y sospecho su propósito. [Se esconde.] ROMEO Estómago odioso, vientre de muerte, saciado del manjar más querido de la tierra, así te obligo a abrir tus mandíbulas podridas y, en venganza, te fuerzo a tragar más alimento. Abre la tumba. PARIS Este es el altivo Montesco desterrado, el que mató al primo de mi amada, haciendo que ella, según dicen, muriese de la pena. Seguro que ha venido a profanar los cadáveres. Voy a detenerle. [Desenvaina.] ¡Cesa tu impía labor, vil Montesco! ¿Pretendes vengarte más allá de la muerte? ¡Maldito infame, date preso! Obedece y ven conmigo, pues has de morir.
  • 11. ROMEO Es verdad, y por eso he venido. Querido joven, no provoques a un desesperado; huye y déjame. Piensa en estos muertos y teme por tu vida. Te lo suplico, no añadas a mi cuenta otro pecado moviéndome a la furia. ¡Márchate! Por Dios, más te aprecio que a mí mismo, pues vengo armado contra mí mismo. No te quedes; vete. Vive y después di que el favor de un loco te dejó vivir. PARIS Rechazo tus súplicas y por malhechor te prendo. ROMEO ¿Así que me provocas? Pues toma, muchacho. Luchan. [Entra el PAJE de Paris.] PAJE ¡Dios del cielo, están luchando! Llamaré a la guardia. [Sale.] PARIS ¡Ah, me has matado! Si tienes compasión, abre la tumba y ponme al lado de Julieta. [Muere.] ROMEO Te juro que lo haré. A ver su cara. ¡El pariente de Mercucio, el Conde Paris! ¿Qué decía mi criado mientras cabalgábamos que mi alma agitada no escuchaba? Creo que dijo que Paris iba a casarse con Julieta. ¿Lo dijo? ¿O lo he soñado? ¿O me he vuelto loco oyéndole hablar de Julieta y creo que lo dijo? Ah, dame la mano: tú estás conmigo en el libro de la adversidad. Voy a enterrarte en regio sepulcro. ¿Sepulcro? No, salón de luz, joven muerto: aquí yace Julieta, y su belleza convierte el panteón en radiante cámara de audiencias. Muerte, yace ahí, enterrada por un muerto. [Coloca a PARIS en la tumba.] ¡Cuántas veces los hombres son felices al borde de la muerte! Quienes los vigilan lo llaman el último relámpago. ¿Puedo yo llamar a esto relámpago? Ah, mi amor, mi esposa, la Muerte, que robó la dulzura de tu aliento, no ha rendido tu belleza, no te ha conquistado. En tus labios y mejillas sigue roja tu enseña de belleza, y la Muerte aún no ha izado su pálida bandera. Tebaldo, ¿estás ahí, en tu sangrienta mortaja? ¿Qué mejor favor puedo yo hacerte que, con la misma mano que segó tu juventud, matar la del que ha sido tu enemigo? Perdóname, primo. ¡Ah, querida Julieta! ¿Cómo sigues tan hermosa? ¿He de creer que la incorpórea Muerte se ha enamorado y que la bestia horrenda y descarnada te guarda aquí, en las sombras, como amante? Pues lo temo, contigo he de quedarme para ya nunca salir de este palacio de lóbrega noche. Aquí, aquí me quedaré con los gusanos, tus criados. Ah, aquí me entregaré a la eternidad y me sacudiré de esta carne fatigada el yugo de estrellas adversas. ¡Ojos, mirad por última vez! ¡Brazos, dad vuestro último abrazo! Y labios, puertas del aliento, ¡sellad con un beso un trato perpetuo con la ávida Muerte! Ven, amargo conductor; ven, áspero guía. Temerario piloto, ¡lanza tu zarandeado navío contra la roca implacable! Brindo por mi amor. [Bebe.] ¡Ah, leal boticario, tus drogas son rápidas! Con un beso muero. Cae. Entra FRAY LORENZO con linterna, palanca y azada. FRAY LORENZO ¡San Francisco me asista! ¿En cuántas tumbas habré tropezado esta noche? ¿Quién va? BALTASAR Un amigo, alguien que os conoce. FRAY LORENZO Dios te bendiga. Dime, buen amigo, ¿de quién es esa antorcha que en vano da luz a calaveras y gusanos? Parece que arde en el panteón de los Capuletos. BALTASAR Así es, venerable señor, y allí está mi amo, a quien bien queréis. FRAY LORENZO ¿Quién es? BALTASAR Romeo. FRAY LORENZO ¿Cuánto lleva ahí? BALTASAR Media hora larga. FRAY LORENZO Ven al panteón. BALTASAR Señor, no me atrevo. Mi amo cree que ya me he ido y me amenazó terriblemente con matarme si me quedaba a observar sus intenciones. FRAY LORENZO Entonces quédate; iré solo. Tengo miedo. Ah, temo que haya ocurrido una desgracia.
  • 12. BALTASAR Mientras dormía al pie del tejo, soñé que mi amo luchaba con un hombre y que le mataba. [Sale.] FRAY LORENZO ¡Romeo! Se agacha y mira la sangre y las armas. ¡Ay de mí! ¿De quién es la sangre que mancha las piedras de la entrada del sepulcro? ¿Qué hacen estas armas sangrientas y sin dueño junto a este sitio de paz? ¡Romeo! ¡Qué pálido! ¿Quién más? ¡Cómo! ¿Paris? ¿Y empapado de sangre? ¡Ah, qué hora fatal ha causado esta triste desgracia! [Se despierta JULIETA.] La dama se mueve. JULIETA Ah, padre consolador, ¿dónde está mi esposo? Recuerdo muy bien dónde debo hallarme, y aquí estoy. ¿Dónde está Romeo? FRAY LORENZO Oigo ruido, Julieta. Sal de ese nido de muerte, infección y sueño forzado. Un poder superior a nosotros ha impedido nuestro intento. Vamos, sal. Tu esposo yace muerto en tu regazo , y también ha muerto Paris. Ven, te confiaré a una comunidad de religiosas. Ahora no hablemos: viene la guardia. Vamos, Julieta; no me atrevo a seguir aquí. Sale. JULIETA Marchaos, pues yo no pienso irme. ¿Qué es esto? ¿Un frasco en la mano de mi amado? El veneno ha sido su fin prematuro. ¡Ah, egoísta! ¿Te lo bebes todo sin dejarme una gota que me ayude a seguirte? Te besaré: tal vez quede en tus labios algo de veneno, para que pueda morir con ese tónico. Tus labios están calientes. GUARDIA [dentro] ¿Por dónde, muchacho? Guíame. JULIETA ¿Qué? ¿Ruido? Seré rápida. Puñal afortunado, voy a envainarte. Oxídate en mí y deja que muera. Se apuñala y cae. Entra el PAJE [de Paris] y la guardia. PAJE Este es el lugar, ahí donde arde la antorcha. GUARDIA 1 Hay sangre en el suelo; buscad por el cementerio. Id algunos; prended a quien halléis. [Salen algunos GUARDIAS.] ¡Ah, cuadro de dolor! Han matado al conde y sangra Julieta, aún caliente y recién muerta, cuando llevaba dos días enterrada. ¡Decídselo al Príncipe, avisad a los Capuletos, despertad a los Montescos! Los demás, ¡buscad! [Salen otros GUARDIAS.] Bien vemos la escena de tales estragos, pero los motivos de esta desventura, si no nos los dicen, no los vislumbramos. Entran GUARDIAS con [BALTASAR] el criado de Romeo. GUARDIA 2 Esté es el criado de Romeo; estaba en el cementerio. GUARDIA 1 Vigiladle hasta que venga el Príncipe. Entra un GUARDIA con FRAY LORENZO. GUARDIA 3 Aquí hay un fraile que tiembla, llora y suspira. Le quitamos esta azada y esta pala cuando salía por este lado del cementerio. GUARDIA 1 Muy sospechoso. Vigiladle también. Entra el PRINCIPE con otros. PRÍNCIPE ¿Qué desgracia ha ocurrido tan temprano que turba mi reposo? Entran CAPULETO y la SEÑORA CAPULETO. CAPULETO ¿Qué ha sucedido que todos andan gritando? SEÑORA CAPULETO En las calles unos gritan "¡Romeo!"; otros, "¡Julieta!"; otros, "¡Paris!"; y todos vienen corriendo hacia el panteón. PRÍNCIPE ¿Qué es lo que tanto os espanta? GUARDIA 1 Alteza, ahí yace asesinado el Conde Paris; Romeo, muerto; y Julieta, antes muerta, acaba de morir otra vez. PRÍNCIPE ¡Buscad y averiguad cómo ha ocurrido este crimen! GUARDIA 1 Aquí están un fraile y el criado de Romeo, con instrumentos para abrir las tumbas de estos muertos. CAPULETO ¡Santo cielo! Esposa, mira cómo se desangra nuestra hija. El puñal se equivocó. Debiera estar en la espalda del Montesco y se ha envainado en el pecho de mi hija. SEÑORA CAPULETO ¡Ay de mí! Esta escena de muerte es la señal que me avisa del sepulcro. Entra MONTESCO. PRÍNCIPE Venid, Montesco: pronto os habéis levantado para ver a vuestro hijo tan pronto caído.
  • 13. MONTESCO Ah, Alteza, mi esposa murió anoche: el destierro de mi hijo la mató de pena. ¿Qué otro dolor amenaza mi vejez? PRÍNCIPE Mirad y veréis. MONTESCO ¡Qué desatención! ¿Quién te habrá enseñado a ir a la tumba delante de tu padre? PRÍNCIPE Cerrad la boca del lamento hasta que podamos aclarar todas las dudas y sepamos su origen, su fuente y su curso. Entonces seré yo el guía de vuestras penas y os acompañaré, si cabe, hasta la muerte. Mientras, dominaos; que la desgracia ceda a la paciencia. Traed a los sospechosos. FRAY LORENZO Yo soy el que más; el menos capaz y el más sospechoso (pues la hora y el sitio me acusan) de este horrendo crimen. Y aquí estoy para inculparme y exculparme, condenado y absuelto por mí mismo. PRÍNCIPE Entonces decid ya lo que sabéis. FRAY LORENZO Seré breve, pues la vida que me queda no es muy larga para la premiosidad. Romeo, ahí muerto, era esposo de Julieta y ella, ahí muerta, fiel esposa de Romeo: yo los casé. El día del secreto matrimonio fue el postrer día de Tebaldo, cuya muerte intempestiva desterró al recién casado. Por él, no por Tebaldo, lloraba Julieta. Vos, por apagar ese acceso de dolor, queríais casarla con el Conde Paris a la fuerza. Entonces vino a verme y, desquiciada, me pidió algún remedio que la librase del segundo matrimonio, pues, si no, se mataría en mi celda. Yo, entonces, instruido por mi ciencia, le entregué un narcótico, que produjo el efecto deseado, pues le dio el aspecto de una muerta. Mientras, a Romeo le pedí por carta que viniera esta noche y me ayudase a sacarla de su tumba temporal, por ser la hora en que el efecto cesaría. Mas Fray Juan, el portador de la carta, se retrasó por accidente y hasta anoche no me la devolvió. Entonces, yo solo, a la hora en que Julieta debía despertar, vine a sacarla de este panteón, pensando en tenerla escondida en mi celda hasta poder dar aviso a Romeo. Pero al llegar, unos minutos antes de que ella despertara, vi que yacían muertos el noble Paris y el fiel Romeo. Cuando despertó, le pedí que saliera y aceptase la divina voluntad, pero entonces un ruido me hizo huir y ella, en su desesperación, no quiso venir y, por lo visto, se dio muerte. Esto es lo que sé; el ama es conocedora de este matrimonio. Si algún daño se ha inferido por mi culpa, que mi vida sea sacrificada, aunque sea poco antes de su hora, con todo el rigor de nuestra ley. PRÍNCIPE Siempre os he tenido por hombre venerable. ¿Y el criado de Romeo? ¿Qué dice a esto? BALTASAR A mi amo hice saber la muerte de Julieta, y desde Mantua él vino a toda prisa a este lugar, a este panteón. Me dijo que entregase esta carta a su padre sin demora y, al entrar en la tumba, me amenazó de muerte si no me iba y le dejaba solo. PRÍNCIPE Dame la carta; la leeré. ¿Dónde está el paje del conde que avisó a la guardia? Dime, ¿qué hacía tu amo en este sitio? PAJE Quería cubrir de flores la tumba de su amada. Me pidió que me alejase; así lo hice. Al punto llegó alguien con antorcha dispuesto a abrir la tumba. Mi amo le atacó y yo corrí a llamar a la guardia. PRÍNCIPE La carta confirma las palabras del fraile, el curso de este amor, la noticia de la muerte; y aquí dice que compró a un humilde boticario un veneno con el cual vino a morir y yacer con Julieta. ¿Dónde están los enemigos, Capuleto y Montesco? Ved el castigo a vuestro odio: el cielo halla medios de matar vuestra dicha con el amor, y yo, cerrando los ojos a vuestras discordias, pierdo dos parientes. Todos estamos castigados. CAPULETO Hermano Montesco, dame la mano: sea tu aportación a este matrimonio, que no puedo pedir más. MONTESCO Pero yo sí puedo darte más: haré a Julieta una estatua de oro y, mientras Verona lleve su nombre, no habrá efigie que tan gran estima vea como la de la constante y fiel Julieta. CAPULETO Tan regio yacerá Romeo a su lado. ¡Pobres víctimas de padres enfrentados!
  • 14. PRÍNCIPE Una paz sombría nos trae la mañana: no muestra su rostro el sol dolorido. Salid y hablaremos de nuestras desgracias. Perdón verán unos; otros, el castigo, pues nunca hubo historia de más desconsuelo que la que vivieron Julieta y Romeo. Salen todos. Romeo y Julieta William Shakespeare Acto II, Escena 2 Romeo:- ¡Silencio! ¿Qué resplandor se abre paso a través de aquella ventana? ¡Es el Oriente, y Julieta, el sol! ¡Surge, esplendente sol, y mata a la envidiosa luna, lánguida y pálida de sentimiento porque tú, su doncella, la has aventajado en hermosura! ¡No la sirvas, que es envidiosa! Su tocado de vestal es enfermizo y amarillento, y no son sino bufones los que lo usan, ¡Deséchalo! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece!… Habla… más nada se escucha; pero, ¿qué importa? ¡Hablan sus ojos; les responderé!…Soy demasiado atrevido. No es a mi a quien habla. Do de las más resplandecientes estrellas de todo el cielo, teniendo algún quehacer ruegan a sus ojos que brillen en sus esferas hasta su retorno. ¿Y si los ojos de ella estuvieran en el firmamento y las estrellas en su rostro? ¡El fulgor de sus mejillas avergonzaría a esos astros, como la luz del día a la de una lámpara! ¡Sus ojos lanzarían desde la bóveda celestial unos rayos tan claros a través de la región etérea, que cantarían las aves creyendo llegada la aurora!… ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Mirad cómo apoya en su mano la mejilla! ¡Oh! ¡Quién fuera guante de esa mano para poder tocar esa mejilla! Julieta:- ¡Ay de mí! Romeo:- Habla. ¡Oh! ¡Habla otra vez ángel resplandeciente!… Porque esta noche apareces tan esplendorosa sobre mi cabeza como un alado mensajero celeste ante los ojos extáticos y maravillados de los mortales, que se inclinan hacia atrás para verle, cuando él cabalga sobre las tardas perezosas nubes y navega en el seno del aire. Julieta:- ¡Oh Romeo, Romeo! ¿Por qué eres tú Romeo? Niega a tu padre y rehusa tu nombre; o, si no quieres, júrame tan sólo que me amas, y dejaré yo de ser una Capuleto. Romeo:- (Aparte) ¿Continuaré oyéndola, o le hablo ahora? Julieta:- ¡Sólo tu nombre es mi enemigo! ¡Porque tú eres tú mismo, seas o no Montesco! ¿Qué es Montesco? No es ni mano, ni pie, ni brazo, ni rostro, ni parte alguna que pertenezca a un hombre. ¡Oh, sea otro nombre! ¿Qué hay en un nombre? ¡Lo que llamamos rosa exhalaría el mismo grato perfume con cualquiera otra denominación! De igual modo Romeo, aunque Romeo no se llamara, conservaría sin este título las raras perfecciones que atesora. ¡Romeo, rechaza tu nombre; y a cambio de ese nombre, que no forma parte de ti, tómame a mi toda entera!
  • 15. Romeo:- Te tomo la palabra. Llámame sólo “amor mío” y seré nuevamente bautizado. ¡Desde ahora mismo dejaré de ser Romeo! Julieta:- ¿Quién eres tú, que así, envuelto en la noche, sorprendes de tal modo mis secretos? Romeo:- ¡No sé cómo expresarte con un nombre quien soy! Mi nombre, santa adorada, me es odioso, por ser para ti un enemigo. De tenerla escrita, rasgaría esa palabra. Julieta:- Todavía no he escuchado cien palabras de esa lengua, y conozco ya el acento. ¿No eres tú Romeo y Motesco? Romeo:- Ni uno ni otro, hermosa doncella, si los dos te desagradan. Julieta:- Y dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y para qué? Las tapias del jardín son altas y difíciles de escalar, y el sitio, de muerte, considerando quién eres, si alguno de mis parientes te descubriera. Romero:- Con ligeras alas de amor franquee estos muros, pues no hay cerca de piedra capaz de atajar el amor; y lo que el amor puede hacer, aquello el amor se atreve a intentar. Por tanto, tus parientes no me importan. Julieta:- ¡Te asesinarán si te encuentran! Romero:- ¡Ay! ¡Más peligro hallo en tus ojos que en veinte espadas de ellos! Mírame tan sólo con agrado, y quedo a prueba de su enemistad. Julieta:- ¡Por cuanto vale el mundo, no quisiera que te viesen aquí! Romeo:- El manto de la noche me oculta a sus miradas; pero, si no me quieres, déjalos que me hallen aquí. ¡Es mejor que termine mi vida víctima de su odio, que se retrase mi muerte falto de tu amor. Julieta:- ¿Quién fue tu guía para descubrir este sitio? Romeo:- Amor, que fue el primero que me incitó a indagar; él me prestó consejo y yo le presté mis ojos. No soy piloto; sin embargo, aunque te hallaras tan lejos como la más extensa ribera que baña el más lejano mar, me aventuraría por mercancía semejante. Julieta:- Tú sabes que el velo de la noche cubre mi rostro; si así lo fuera, un rubor virginal verías teñir mis mejillas por lo que me oíste pronunciar esta noche. Gustosa quisiera guardar las formas, gustosa negar cuanto he hablado; pero, ¡adiós cumplimientos! ¿Me amas? Sé que dirás: sí, yo te creeré bajo tu palabra. Con todo, si lo jurases, podría resultar falso, y de los perjurios de los amantes dicen que se ríe Júpiter. ¡Oh gentil Romeo! Si de veras me quieres, decláralo con sinceridad; o, si piensas que soy demasiado ligera, me pondré desdeñosa y esquiva, y tanto mayor será tu empeño en galantearme. En verdad, arrogante Montesco, soy demasiado apasionada, y por ello tal vez tildes de liviana mi conducta; pero, créeme, hidalgo, daré pruebas de ser más sincera que las que tienen más destreza en disimular. Yo hubiera sido más reservada, lo confieso,
  • 16. de no haber tú sorprendido, sin que yo me apercibiese, mi verdadera pasión amorosa. ¡Perdóname, por tanto, y no atribuyas a liviano amor esta flaqueza mía, que de tal modo ha descubierto la oscura noche! Romeo:- Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de los árboles… Julieta:- No jures por la luna, que es su rápida movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas a imitar su inconstancia. Romeo:- ¿Pues por quién juraré? Julieta:- No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quien he de creer. Romeo:- ¿Pues por quién juraré? Julieta:- No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche oír tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas haya llegado abrirse, animado por las brisas del estío, el capullo de esta flor. Adiós, ¡ojalá caliente tu pecho en tan dulce clama como el mío! Romeo:- ¿Y no me das más consuelo que ése? Julieta:- ¿Y qué otro puedo darte esta noche? Romeo:- Tu fe por la mía. Julieta:- Antes de la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez. Romeo:- ¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela? Julieta:- Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afán de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los abismos de la mar. ¡Cuando más te doy, más quisiera date!… Pero oigo ruido dentro. ¡Adiós no engañes mi esperanza… Ama, allá voy… Guárdame fidelidad, Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida. Romeo:- ¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un delicioso sueño Julieta:- (Asomada otra vez a la ventana) Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de cómo y cuando quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo. Ama:- (Llamando dentro) ¡Julieta! Julieta:- Ya voy. Pero si son torcidas tus intenciones, suplícote que… Ama:- ¡Julieta!
  • 17. Julieta:- Ya corro… Suplícote que desistas de tu empeño, y me dejes a solas con mi dolor. Mañana irá el mensajero… Romeo:- Por la gloria… Julieta:- Buenas noches. Romeo:- No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor como el estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el niño que deja sus juegos para tornar al estudio. Julieta:- (Otra vez a la ventana) ¡Romeo! ¡Romeo! ¡Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrería, para llamar de lejos a los halcones¡ Si yo pudiera hablar a gritos, penetraría mi voz hasta en la gruta de la ninfa Eco, y llegaría a ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo. Romeo:- ¡Cuán grado suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de los amantes! Más dulce es que la música en oído atento. Julieta:- ¡Romeo! Romeo:- ¡Alma mía! Julieta:- ¿A qué hora irá mi criado mañana? Romeo:- A las nueve. Julieta:- No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que llegue. No sé para qué te he llamado. Romeo:- ¡Déjame quedar aquí hasta que lo pienses! Julieta:- Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que pensaba, recordando tu dulce compañía. Romeo:- Para que siga tu olvido no he de irme. Julieta:- Ya es de día. Vete… Pero no quisiera que te alejaras más que el breve trecho que consiente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujeto de una cuerda de seda, y que a veces le suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltar… Romeo:- ¡Ojalá fuera yo ese pajarillo! Julieta:- ¿Y qué quisiera yo sino que lo fueras? Aunque recelo que mis caricias habían de matarte. ¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no sé cómo arrancarme de los hierros de esta ventana.
  • 18. Romeo:- ¡Qué el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera yo el sueño, ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aquí voy a la celda donde mora mi piadoso confesor, para pedirle ayuda y consejo en este trance.