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SUSPIRO<br />I<br />“Dulce traición”<br />22796592710<br />E<br />n lo oscuro y húmedo de una celda fría, me encuentro ensimismado en mis sentimientos aturdidores, que cuales puntiagudas lanzas de fuego atraviesan mí ser al recordar aquellas acciones que me condujeron a donde en este momento me encuentro. Enmarañada barba negra cubre gran parte de mi rostro magullado y envejecido, despertando el infantil temor de mirar mi reflejo en los charcos de amarillenta y pútrida agua que me rodean, y no poder reconocerme como lo hicieron aquellos que algún día lucharon junto a mí, hombro a hombro, para construir un prestigioso imperio, y luego, sin más, me traicionaron…Miento…Yo les traicioné…<br />Soy un moribundo mendigo, revestido con desgarradas vestimentas de extraños encajes y adornos dorados; soy un moribundo mendigo, que vive entre la oscuridad, confinado al olvido tras el pasar implacable del tiempo; soy un moribundo mendigo, que por amor -si, por amor- fue encarcelado y mil veces azotado. Ya no sé quien fui, sólo sé, que soy yo, un ente que ya ha muerto en su interior, pero su cuerpo sigue empecinado en vivir, palidecer y pudrirse en la soledad de este frío claustro impuesto, mientras acaricio una y otra vez, la gran cicatriz con la forma del rey solar que ostenta mi pecho descubierto, justo, donde debería estar mi corazón, en “bella” armonía de vil recuerdo otorgado por aquella dama que alguna vez amé con desenfreno y devoción. –Levantando mi rostro hacia la nada oscura dije con voz ronca e iracunda- ¡Pero que se levante de entre los cadáveres descompuestos que me rodean, aquel que nunca ha amado y el que nunca haya sido traicionado!.<br />Ella apareció en mí vida de un modo mágico y sin igual; ella apareció en mí vida, cual ángel guardián que surge y guarda en su regazo a su protegido, tras la muerte de mi padre, ella –cuyo nombre no puedo ni deseo recordar- me aconsejó y guió hasta convertirme en lo que fui, -¿Pero que fui, se preguntan?, ¡Hmph!, eso ya no importa- pero, con la parsimonia que tienen las víboras en su continuo y sigiloso mover, sus concejos comenzaron a revelarme contra aquellos a quienes quería, al unísono, que voces a lo bajo y rumores de traición me confundían hasta el día; aquel maldito día que impuse mi mandato: “Aprésenlos, Aniquílenlos y Exilien a los traidores”, ¡Oh Dios mío, pero que hice…!.<br />Después de eso, sólo recuerdo sus maquiavélicas y sobrenaturales carcajadas, que resonaban en las paredes de nuestro cuarto al compás de los truenos escalofriantes y el resplandor de los rayos cayentes que moldeaban su semi-desnuda y esbelta figura sentada sobre mí. Me miraba, pero no eran sus ojos; me hablaba, pero no era su voz, todo su ser atrapaba mis sentidos, no podía mover mí cuerpo, estaba totalmente sumido por sus encantos e indefenso, luego, levantó su diestra y esta comenzó a ser cubierta por flamas tornasoladas que iluminaban nuestros cuerpos, permitiéndome distinguir, el aterrador incrementar de la longitud de sus uñas y el filo de las mismas, y para culminar, con un tensar de su extremidad ahora bélica, la descendió sobre mí desnudes, dirigiéndome a un mar de oscuridad, dolor y agonía al unísono que sentía como mi pecho ardía en llamas y mi corazón se me era arrebatado, ¡Oh, dulce traición!<br />7686-283889Al abrir mis parpados pesados y adoloridos, me di cuenta de mí desdicha; me di cuenta que yacía en aquella celda y que había pasado una larga temporada inconsciente. Al levantar mí rostro, vi la silueta de alguien –era él, lo sé, su única extremidad alada lo delataba y ese olor a rosas negras que…- cubierto por una extraña y sobrenatural oscuridad que cumplía el capricho de no dejar ver a su penumbral amo; individuo que me miraba en silencio a través de aquel par de luceros dorados que destellaban en medio de la nada; aquellos orbes que alguna vez me atemorizaron, luego pude respetar y ahora, nuevamente al tenerlo frente a mí, me aterran. Después de un momento de análisis por parte de aquel uni-alado sujeto, desgarro el telar de silencio que nos separaba diciendo: “¿Dime en que es lo que crees… –si era él, el ángel sombrío; el ángel del silencio- …en este mundo; en este mundo de olvidados?”, no pude responderle ni sabía que decirle, pues ya no creo en nada. Y él prosiguió: “Estás muriendo y es el fin, pero nada ni nadie, podrá llevarse lo que sabes; nada ni nadie, podrá llevarse lo que puedes ver, simplemente vive si es menester que vivas y sólo lucha si es menester que luches.” Al culminar sus vocablos, de nuevo me invadió un terrible cansancio, influido tal vez, por el perfume de mi acompañante, derribándome y dirigiéndome a un estado de inconsciencia plena.<br />Basta de recuerdos; basta de soliloquios que rayan en lo absurdo; basta de todo esto, ya sólo me queda esperar la hora de mi muerte y que se acabe toda esta “bellísima” y oscura pesadilla en la cual ahora vivo, en este momento denso y tedioso, ya nadie me escucha, ni siquiera mis acompañantes en descomposición. Ya han pasado años desde la última vez que vi a mí víbora amada, y eternos meses desde que vi a mi uni-alado y fugas visitante.<br />Por fin la hora de mí muerte ha llegado, varios guardias imperiales irrumpen en mi fétida morada y me toman de los brazos, luego aprisionando mis muñecas una con la otra en mi retaguardia sobre mi cadera con unos fríos grilletes, me conducen a la luz, aquel resplandor que pensé que nunca iba a poder apreciar nuevamente, pero esta vil y cruel, atormenta mis ojos los cuales adoloridos buscan apartarse y ocultarse tras lo sucio de mis parpados, y mi rostro frunciéndose y contorsionándose busca sombra. Mientras mi ojos se acostumbran a la nueva luz, cual animal nocturno, escucho los gritos de euforia de miles de personas -o eso creía que eran, personas-, los cuales hacen que un escalofrió recorra todo mi magullado y lánguido cuerpo, al momento que una y otra vez tropiezo con las duras piedras del campo por donde me llevan, hasta comenzar a subir con algo de torpeza junto con mis “gentiles centinelas” una corta escalinata de mármol. Fue entonces que al llegar a la cúspide, levantando mi rostro y abriendo mis parpados, mis orbes oscuros se maravillaron con aquel espectáculo visual, estaba en el centro de un gran coliseo ovoide atiborrado hasta más no poder con los plebeyos del reino en las gradas, y en el árido terreno bajo, una cantidad incontable de soldados en formación perfecta y firmes se me son expuestos, pulcramente ataviados con armaduras segmentadas para su fluido movimientos en batalla y de color rojo carmesí –el color del imperio, rojo como la sangre; la sangre de aquellos valientes guerreros que murieron para poder cumplir un sueño de unidad y paz- que cubrían toda su anatomía sin dejar visible la carne y saturadamente adornadas con arabescos dorados y cuarzos negros que sobresalían en agudas punta justo en la zona central de sus pecheras como si esta piedra saliera de la carne del portador de la armadura. Al aclararse mi vista y apreciar tan magistral y nuevo ejército, pude apreciar con más detalle aquellas protecciones en la primera fila, que poseía duros guanteletes que les proporcionaban garras afiladas a sus dedos para desempeñarse en un combate sin armas, mientras estos tomaban con fuerza una gran lanza de punta de cristal negro, sus cascos, eran simplemente obras maestras de la herrería, con millares de segmentos que moldeaban un rostro demoníaco con un par de cuencas negrizas donde debería de estar sus ojos y un segmento de una sola pieza, que protege y cubre la parte superior de la cabeza en forma de cuernos que caen en punta a cada costado de sus rostros adornados con tribales dorados que se resaltan en lo rojizo del acero. Desde mi posición podía ver un sin fin de armas elevadas hacia los cielos en posición de descanso y firmeza que se perdían a lo lejos mientras los comandantes -aquellos que se reconocían a simple vista por lo negro y en extremo adornadas de sus armaduras que mantenían una larga capa roja con el estandarte bordado en oro a cuestas; aquel emblema imponente constituido por dos hachas cruzadas envueltas en una cinta dorada y un escudo de plata tras de ellas con un flameante león rojo gravado sobre este.- iban y venían dictando ordenes con voces guturales e imponentes. Retrocediendo un poco ante el aspecto de aquel nuevo ejército, sólo pude musitar a lo bajo: “Al parecer han cambiado las armaduras del ejercito…”.<br />22860-1774190De repente, el sonar de unas imponentes trompetas apocalípticas llamó mi atención, admirando como los inmensos portones de piedra y oro que formaban un obelisco detrás mío, se abrieron lenta y sonoramente permitiéndose ver a través del umbral un gigantesco palacio de altas torres de defensa y murallas de gran tamaño, para luego de aquel primer preámbulo admirar como se interna en el recinto una gran banda militar, que con sus redoblantes, trompetas y demás, anunciaban la llegada de alguien de la realeza, estos, son proseguidos de una docena de monjes vestidos con largas túnicas rojas que no permitían ver porción alguna de piel mientras se acercaban al gran altar donde mis escoltas y yo aguardábamos en espera de mi destino, luego, un gran carruaje negro, con forma de espiral escamada y brillante, cual gigantesca caracola que con su proximidad majestuosa e imponente altera el normal transcurrir de la tranquilidad del lugar al momento que un muy conocido perfume comienza a incrementarse en relación a la cercanía del transporte; grandes cuernos curvos en la parte baja le sirven como sustento ornamental de las grandes ruedas que giran paulatinamente sin emitir ruido alguno, es acarreado por una gran criatura de largas patas –conté seis en total- en extremo delgadas y peludas que terminan en agudas puntas purpúreas similares a la de una viuda negra; un gran torso amorfo y redondo, lleno de protuberancias y de ganglios inflamados desde donde sobresalían millares de tentáculos cubiertos de húmedas ventosas, cuyas puntas terminan en grandes órganos oculares negros, conforman aquella nunca antes vista criatura, distinguiéndose con más detalles mediante se adentra en el coliseo.<br />228601527810La congregación de seres en las tribunas gritaron de aparente emoción al ver como aquel carruaje se detiene frente al altar y los monjes se posicionan entorno al mismo en silencio preparados para la ceremonia, denotándose como una compuerta se abre hidráulicamente en el costado expuesto de aquella negruzca carroza liberando de forma intensa un gran hedor a rosas negras que por un momento me mareo y me hizo tambalear, siendo este expelido desde el oscuro y sobrenatural interior carente de luminiscencia alguna. Fue entonces, cuando le vi, era él, mis parpados se abrieron a su máximo esplendor por la sorpresa, más no retrocedí. Con parsimoniosos movimientos emergió del mar negro del carruaje, un joven de rasgos en extremo femeninos, de largos cabellos grises que parecían con vida propia -pues no cesaban de oscilar cual danza hipnotizante, incluso sin la presencia de lo refrescante del viento-, de tez blanca como la nieve y tan suave como la misma seda, -“¿Marcus?”– Pregunté casi sin voz mientras veía como el afamado ángel del silencio bajaba por completo del transporte, tensando con ímpetu su ala siniestra (la única que tenia, puesto que la otra se le fue cercenada en tiempos memorables), con pocas plumas, deteriorada y exponiendo el negro mirlo de su composición, extremidad que no le servía para volar, pero la mostraba como vehemente capricho narcisista de su descendencia angelical, siendo esta, hermosa a su modo, aquella sombra que goza de eternidad al escucharme no dijo palabra alguna, simplemente levantó su rostro y fijó su dorado y penetrante mirar frío sobre el mío apagado y doliente, para poder apreciar como una satírica sonrisa se formaba lentamente sobre sus plexos labiales teñidos de negro matiz, exponiendo así su perlada dentadura. Las vestimentas de Marcus eran siempre las mismas, telas de fina seda rojiza rasgada que envolvía su delgado y perfecto cuerpo, botas negras que se extienden hasta su rodillas formando una protección para las espinillas de sobrenatural acero, un faldón negro cual hakama que se interna dentro del calzado protector, sujetado por un cinturón rojizo que ostenta una hermosa rosa negra en su centro que muestra su lúgubre belleza plena totalmente florecida, su tronco superior se encuentra cubierto por una camisa totalmente ceñida, la cual se extiende por sus brazos hasta llegar a sus guanteletes compuestos del mismo material de sus extremidades inferiores, los cuales resaltaban la delgadez de sus falanges y lo largo de sus dedos.<br />Los ases dorados y anaranjados provistos por la deidad solar en lo alto, bañaban todo lo conocido con imponencia mientras veía como aquel afeminado sujeto levantaba su mano diestra y la dirigía hacia el oscuro umbral del carruaje, desde donde una blanca y frágil mano izquierda de largas uñas rojizas surgió de la nada tomando la del caballero que humildemente se la ofrece para ayudarle a bajar, en este momento, el silencio rotundo reinaba en el lugar, todos estábamos a la expectativa y luego, ella salió, su cuerpo fue besado de forma sensual y llamativa por los rayos tibios del sol y por ultimo bajó de su carruaje. Su vestido negro, ceñido en su cintura donde reposaba un cinturón constituido por millares de cuarzos negros en punta y suaves sedas trasparentes que colgaban hacia los suelos cual cola nupcial, casi mimetizándose con lo ancho del vestido en su cadera que se extendía hasta los suelos, su escote exageradamente prolongado, se extendía hasta su ombligo, lo cual me distrajo por unos momentos –no lo niego-, podía apreciar su piel blanca cual porcelana y hasta sentir su aroma, esto sólo me conllevó a una punzante decepción que me obligo a apartar mi mirada por unos momento hasta que le escuche decir, con aquel  timbre dulce y enternecedor que aún recordaba: “Es bueno volver a verte…–Escuchando sus palabras, sentí como la cicatriz de mí pecho ardía con intensidad, más seguí imperturbable.-…¿Acaso no me recuerdas, guerrero mío?, la pena y la lástima que siento por ti, me hacen vacilar, pero, la locura a hecho estragos en tu ser y yo estoy aquí hoy, para cesar tu sufrimiento, ya basta de luchar, ya no tienes que, simplemente déjate llevar y descansa.” Fue aquel momento en el cual, ella tomó con su diestra mi mentón tupido en negra barba, no sentía su piel y no era por mi pelaje, poseía un guante de satín negro que ocultaba su piel en esta única extremidad, prolongándose hasta un poco más arriba de su codo, de repente la miré, guiado principalmente por la suavidad y la sutileza de su mano, su perfecto y puntiagudo rostro me cautivo y me llenó de nostalgia, notando como su cabello castaño oscuro caía ondulante por detrás de sus orejas, resaltándose, una extraña tiara de cuarzo y plumas que circundaba su frente cual corona para luego pasar a sus rojizos labios los cuales se movían y acomodaban según la suavidad de sus palabras, más yo sabía que no estaba loco –o eso creo-, entonces, ¿A qué locura se refería?. Ella prosiguió mientras cruzaba su mirar con el mío de vez en vez; aquel mirar dulce y tibio que me enamoró con su color castaño claro: “Killeon, es para mí una tristeza profunda, tener que cumplir con mi deber de Reina, hoy serás condenado a muerte por el delito de alta traición y el querer asesinarme.” Al escucharla mis parpados nuevamente se abrieron de par en par, no creía en sus palabras; no creía en sus injurias, quise expresarme; quise decir que se equivocaba, que mentía, pero por alguna extraña razón estaba mudo y paralizado, más ella al momento que se apartó de mi, se dirigió a su pueblo en voz alta: “Amado reino, habitantes de Merídian, hoy estamos r1758511680495eunidos para apreciar la ejecución de un traidor más, el cual nos trajo rotunda decepción y tristeza, que pretendía acabar con el momento de paz y armonía que vive todo el Continente Terra…”, dirigiéndome una última mirada por encima de su hombro izquierdo culminó diciendo: “…Que esto sirva como lección para aquellos que se revelen a nuestro tonar de armonía.”, aquella mujer dio media vuelta y dirigiéndose a mis escoltas les ordena con una voz altiva y totalmente opuesta: “Prepárenlo.”, luego, acercándose al uni-alado mientras mis guardias me arrodillan y posan mí cabeza en un pedestal que hedía a sangre, ella posa su mano diestra y siniestra sobre el pecho de él y acercando su rostro al ajeno le susurra insinuante y coqueta: “Has tu trabajo...mi querido.”.<br />El andrógeno sujeto, asintiendo afirmativamente ante la orden de la reina, se aparta inexpresivo y posándose a mi costado derecho, levanta con fluidos movimientos su diestra y siniestra mano hacia los cielos, posando una sobre la otra como si entre ellas poseyera una mortal espada, lográndose percibir como pequeñas partículas de color carmesí y negro compuestas por Maná se empiezan a aglomerar entorno a sus manos y luego con un estallido fotónico una imponente espada común de filo magistral aparece firmemente sujetada y preparada para cumplir con su trabajo. Yo, sólo cerré mis parpados resignado y esperando a que aquel, quien alguna vez fue el más allegado de mis camaradas y ahora es mi vil verdugo, acabe con mi vida de un sólo tajo. Por un momento lo sentí dudoso, pero con un gesto de soberbia y el énfasis en su sonrisa cínica tirada hacia su lado izquierdo descendió su mortal artilugio cercenador para cortarme la cabeza, pero fue aquel el momento en el cual un sonido aturdidor producto de una explosión, me obligo a abrir mis parpados, por un momento pensé que era mi cabeza al rodar por las escaleras de mármol desprovista de su cuerpo, pero al ver la espada de mi verdugo girar en los aires envuelta en una bruma negriza y luego caer clavada sobre el infé328251606075rtil suelo arenoso varios metros alejado de su dueño, me di cuenta de la verdad, tres de los doce monjes estaban a mi costado izquierdo formando un triangulo y el que estaba en la cabeza poseía su mano diestra en dirección al angélico sujeto anteponiendo su palma con sus dedos totalmente estirados denotándose como de la susodicha un blanquecino humillo emerge. Umbra Eterna, –como todos lo conocían y temían- con su mano diestra un tanto entumecida por el impacto sorpresivo contra aquella emanación energética liberada por aquel monje, se aparta de mi y se posa al frente de su princesa para protegerla, la cual desde su retaguardia dice con suma tranquilidad: “Así que por fin se dignaron a aparecer...” Posando sus manos sobre la espalda de su protector le ordenó a todos sus guerreros en el lugar: “Soldados, acaben con ellos”, al culmino de sus vocablos la mentada fuerza armada en el campo, gritaron desgarradoramente y comenzaron una rápida arremetida hacia el centro del lugar, mientras entre gritos de terror y miedo los ciudadanos comienzan a evacuar la zona y los monjes restantes corren para no ser arrasados, siendo unos cuantos alcanzados por la pesada avalancha de hierro y metal acabando con sus vidas.<br />-3867151205230Tres individuos misteriosos vienen a rescatarme, pero…¿Por qué?, el suelo donde estoy postrado comienza a temblar por la imponente masa de soldados que se avecinan y miro con terror a mis rescatistas los cuales se inmutan ante el peligro inminente brindándome un hilo de esperanza que me motivó a levantarme, escuchando una voz particular, suave, tierna y gentil pero agresiva, que provenía de uno de los monjes a cuestas del líder, la cual, sin esperarse más, revela su identidad despojándose de aquella túnica que cubría su cuerpo, era Milla –tan efusiva y apresurada como siempre- la cual empuñando con su siniestra su fiel arco tallado con símbolos Feirés e incrustaciones doradas y con su diestra la cuerda y la flecha del mismo, apunta en dirección al protector de la reina mostrándose por completo su sensual y bien formado cuerpo revestido por pieles oscuras que cubren sus hombros y sus un tanto pequeños senos los cuales se insinúan ligeramente por el escote en “U” de la prenda que deja al descubierto su abdomen y su ombligo hasta llegar a su vientre cubierto por una pequeña falda que expone lo largo de sus piernas blancas que terminan en botas que se prolongan hasta las rodillas, fabricadas con la misma piel de sus ligeros atavíos. Su rostro el mismo que recuerdo hace años, pero con la diferencia de que ahora es más maduro y serio, sus labios rosados y pequeños eran iguales, aquellos que siempre mostraban una sonrisa y nunca un deje de tristeza al compás de sus ojos grandes y cafés oscuros casi negros, que siempre cargan el brillo de la vida y la alegría, y por último su cabello largo y negro que se ondeaba sin cesar mientras decía: “Umbra, apártate, es hora de acabar con todo esto, antes de que sea tarde.”, a lo cual aquel hermoso guardián respondió con aquel timbre sensual, tranquilo y atrayente que le caracteriza: “Pequeña, Oh dulce pequeña, dispara si te atreves; dispara si gustas, más te garantizo, que tu flecha no llegará a su objetivo.”, aquellas palabras fueron sutilmente tajantes y de un modo u otro influyeron sobre aquella joven mujer de raza Feiréd, ya que en sus ojos se comenzó a reflejar la duda y la inseguridad, más ella frunciendo el seño y respirando hondamente quiso ocultar aquellas emociones cuestionándole: “¿Por qué estas de su bando?, ¿Por qué traicionas al rey?, ¿Por qué te alzas en armas contra tus…amigos? por favor, dime que todo es una treta, que todo es parte del plan…”, sin embargo, pese a los cuestionamientos de ella, él no vocifera palabra alguna, mientras tanto, los escoltas que aún permanecían cerca a mí arremeten en contra del terceto, a lo cual, el segundo monje a cuestas del líder, se antepone a estos con una velocidad sobrenatural y escuchándose a lo lejos el sonido de un imponente trueno -que resuena más como un rugido; como si de un fiero dragón se tratase-, se ve como una hoja afilada entre las vestimentas surge rasgando y destrozando los finos y rojos telares, dirigiendo un tajo contundente de derecha a izquierda de forma horizontal hacia la zona abdominal de los entes hostiles, cortándoles en dos como si de suave mantequilla se tratara. Fue así, como Monx hace su aparición certera y ágil, como es común en él, después que cayeran casi incineradas aquellas vestimentas que le ocultaban, para luego al anteponer la punta de su espada y bajar la corta escalinata de mármol para esperar al ejercito que se aproxima mostrándose al ser iluminado su cuerpo musculoso y delgado proporcional a su baja estatura, su tronco superior se encontraría totalmente descubierto si no fuera por un chaleco rojo con adornos blancos con detalles dorados a su frente y un dragón blanco tejido en el espaldar, que posee entre sus garras un par de rayos amenazando con dejarlos caer sobre sus enemigos al unísono que ruge con agresividad y de sus ojos son emanadas centellas doradas. Un pantalón blanco y ancho cubría sus piernas y se introducía por dentro de unas amplias botas de tela color rojo que se amarraban en sus pantorrillas. Él, con su cabeza rasurada y como siempre con una burlona sonrisa entre sus labios se mantiene tranquilo y relajado al momento que sus ojos pequeños y oscuros se fijaban en sus próximas víctimas atreves de sus pequeños lentes cuadrados de marco delgado y de color rojizo, sin los cuales, no podría ver más allá de un metros de distancia. Por último, el monje líder, se despoja de su atuendo ceremonial exponiendo lo dorado y celestial de su armadura, llena de detalles en relieve en cuarzo blanquecino y arabescos con diversas ramificaciones pulcramente pulidas que forman en el centro de su pecho un para las blancas, que protege lo grueso y acuerpado de su anatomía, dejando sólo al descubierto su rostro varonil y de mejillas un poco prominentes que conjugan un semblante noble y tranquilo, con ojos profundos y claros y cabello negro muy corto, en su siniestra mano carga un báculo igualmente adornado, en cuya punta se encuentra fijo un gran y puntiagudo prisma. A este no le conocía pero al parecer él si a mí, puesto que se me acercó con rapidez y ayudándome a levantar me susurró: “Me disculpo por la tardanza, vinimos a rescatarte.”, luego Umbra virando su rostro hacia lateral derecho le susurra a su reina: “Será mejor que nos retiremos, mi señora, este patético espectáculo no es digno para usted.”, ella con una delicada sonrisa, asiente y mientras los soldados los evaden para no tocarlos, los ocultan al momento que se dirigen con tranquilidad a su carruaje, dejándonos rodeados y sin aparente escapatoria al unísono que ellos se retiran. Fue así como, el misterioso hombre de armadura dorada, Milla y Monx formaron nuevamente un triangulo entorno mío y alejándose para crear una espacio seguro arremetieron contra los soldados imperiales, iniciándose una ardua y sangrienta batalla, truenos y relámpagos en pleno y soleado día se escuchaban a lo lejos producto por los rápidos y electrizantes movimientos del joven Dragoon, el cántico de las hadas y el olor a polen adornaban los gráciles y fluidos movimientos de aquella joven Feiréd mientras lanza a diestra y siniestra sus certeras flechas y la Reina Solar, Elhia; aquella que desde el inicio de los tiempos ha gobernado el día, pareciese que cada vez brillaba con más intensidad al compás de los rápidos movimientos de hombre de dorada armadura que golpeaba y alejaba con emanaciones energéticas a sus enemigos.<br />243840-3096895Por más que estos guerreros luchaban para rescatarme, se ensimismaban en una batalla sin fin, pilas de cadáveres se formaban entorno nuestro, y no cesaban de llegar nuevos soldados a la batalla, no había escapatoria y cada vez notaba más cansancio en mis salvadores, suprimiéndolos en el centro, “Estamos perdidos…” dije en voz baja,  pero tal fue mi sorpresa, que con un gesto del líder, con un salto se situaron muy cerca a mí, y este hombre, levantando su prisma hacia los cielos advirtió: “¡No estamos perdidos, cúbranse los ojos!” a lo cual bajando mi rostro y cerrando mis parpados obedecí escuchando entre la oscuridad: “¡Solaris Lumen!”, de improvisto un destello nos cubrió encegueciendo a todos los soldados que nos rodeaban, los cuales gritaban de dolor por la luz intensa que -869951338580golpeaban sus ojos haciéndolos retroceder, como si el mismo sol hubiera descendido para atormentarlos con su increíble brillo más no con su calor, luego, sólo sentí un brusco halón y el graznar de varias gigantescas aves que nos llevaban consigo a la salvación.<br />
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Suspiro I, Dulce Traición

  • 1. SUSPIRO<br />I<br />“Dulce traición”<br />22796592710<br />E<br />n lo oscuro y húmedo de una celda fría, me encuentro ensimismado en mis sentimientos aturdidores, que cuales puntiagudas lanzas de fuego atraviesan mí ser al recordar aquellas acciones que me condujeron a donde en este momento me encuentro. Enmarañada barba negra cubre gran parte de mi rostro magullado y envejecido, despertando el infantil temor de mirar mi reflejo en los charcos de amarillenta y pútrida agua que me rodean, y no poder reconocerme como lo hicieron aquellos que algún día lucharon junto a mí, hombro a hombro, para construir un prestigioso imperio, y luego, sin más, me traicionaron…Miento…Yo les traicioné…<br />Soy un moribundo mendigo, revestido con desgarradas vestimentas de extraños encajes y adornos dorados; soy un moribundo mendigo, que vive entre la oscuridad, confinado al olvido tras el pasar implacable del tiempo; soy un moribundo mendigo, que por amor -si, por amor- fue encarcelado y mil veces azotado. Ya no sé quien fui, sólo sé, que soy yo, un ente que ya ha muerto en su interior, pero su cuerpo sigue empecinado en vivir, palidecer y pudrirse en la soledad de este frío claustro impuesto, mientras acaricio una y otra vez, la gran cicatriz con la forma del rey solar que ostenta mi pecho descubierto, justo, donde debería estar mi corazón, en “bella” armonía de vil recuerdo otorgado por aquella dama que alguna vez amé con desenfreno y devoción. –Levantando mi rostro hacia la nada oscura dije con voz ronca e iracunda- ¡Pero que se levante de entre los cadáveres descompuestos que me rodean, aquel que nunca ha amado y el que nunca haya sido traicionado!.<br />Ella apareció en mí vida de un modo mágico y sin igual; ella apareció en mí vida, cual ángel guardián que surge y guarda en su regazo a su protegido, tras la muerte de mi padre, ella –cuyo nombre no puedo ni deseo recordar- me aconsejó y guió hasta convertirme en lo que fui, -¿Pero que fui, se preguntan?, ¡Hmph!, eso ya no importa- pero, con la parsimonia que tienen las víboras en su continuo y sigiloso mover, sus concejos comenzaron a revelarme contra aquellos a quienes quería, al unísono, que voces a lo bajo y rumores de traición me confundían hasta el día; aquel maldito día que impuse mi mandato: “Aprésenlos, Aniquílenlos y Exilien a los traidores”, ¡Oh Dios mío, pero que hice…!.<br />Después de eso, sólo recuerdo sus maquiavélicas y sobrenaturales carcajadas, que resonaban en las paredes de nuestro cuarto al compás de los truenos escalofriantes y el resplandor de los rayos cayentes que moldeaban su semi-desnuda y esbelta figura sentada sobre mí. Me miraba, pero no eran sus ojos; me hablaba, pero no era su voz, todo su ser atrapaba mis sentidos, no podía mover mí cuerpo, estaba totalmente sumido por sus encantos e indefenso, luego, levantó su diestra y esta comenzó a ser cubierta por flamas tornasoladas que iluminaban nuestros cuerpos, permitiéndome distinguir, el aterrador incrementar de la longitud de sus uñas y el filo de las mismas, y para culminar, con un tensar de su extremidad ahora bélica, la descendió sobre mí desnudes, dirigiéndome a un mar de oscuridad, dolor y agonía al unísono que sentía como mi pecho ardía en llamas y mi corazón se me era arrebatado, ¡Oh, dulce traición!<br />7686-283889Al abrir mis parpados pesados y adoloridos, me di cuenta de mí desdicha; me di cuenta que yacía en aquella celda y que había pasado una larga temporada inconsciente. Al levantar mí rostro, vi la silueta de alguien –era él, lo sé, su única extremidad alada lo delataba y ese olor a rosas negras que…- cubierto por una extraña y sobrenatural oscuridad que cumplía el capricho de no dejar ver a su penumbral amo; individuo que me miraba en silencio a través de aquel par de luceros dorados que destellaban en medio de la nada; aquellos orbes que alguna vez me atemorizaron, luego pude respetar y ahora, nuevamente al tenerlo frente a mí, me aterran. Después de un momento de análisis por parte de aquel uni-alado sujeto, desgarro el telar de silencio que nos separaba diciendo: “¿Dime en que es lo que crees… –si era él, el ángel sombrío; el ángel del silencio- …en este mundo; en este mundo de olvidados?”, no pude responderle ni sabía que decirle, pues ya no creo en nada. Y él prosiguió: “Estás muriendo y es el fin, pero nada ni nadie, podrá llevarse lo que sabes; nada ni nadie, podrá llevarse lo que puedes ver, simplemente vive si es menester que vivas y sólo lucha si es menester que luches.” Al culminar sus vocablos, de nuevo me invadió un terrible cansancio, influido tal vez, por el perfume de mi acompañante, derribándome y dirigiéndome a un estado de inconsciencia plena.<br />Basta de recuerdos; basta de soliloquios que rayan en lo absurdo; basta de todo esto, ya sólo me queda esperar la hora de mi muerte y que se acabe toda esta “bellísima” y oscura pesadilla en la cual ahora vivo, en este momento denso y tedioso, ya nadie me escucha, ni siquiera mis acompañantes en descomposición. Ya han pasado años desde la última vez que vi a mí víbora amada, y eternos meses desde que vi a mi uni-alado y fugas visitante.<br />Por fin la hora de mí muerte ha llegado, varios guardias imperiales irrumpen en mi fétida morada y me toman de los brazos, luego aprisionando mis muñecas una con la otra en mi retaguardia sobre mi cadera con unos fríos grilletes, me conducen a la luz, aquel resplandor que pensé que nunca iba a poder apreciar nuevamente, pero esta vil y cruel, atormenta mis ojos los cuales adoloridos buscan apartarse y ocultarse tras lo sucio de mis parpados, y mi rostro frunciéndose y contorsionándose busca sombra. Mientras mi ojos se acostumbran a la nueva luz, cual animal nocturno, escucho los gritos de euforia de miles de personas -o eso creía que eran, personas-, los cuales hacen que un escalofrió recorra todo mi magullado y lánguido cuerpo, al momento que una y otra vez tropiezo con las duras piedras del campo por donde me llevan, hasta comenzar a subir con algo de torpeza junto con mis “gentiles centinelas” una corta escalinata de mármol. Fue entonces que al llegar a la cúspide, levantando mi rostro y abriendo mis parpados, mis orbes oscuros se maravillaron con aquel espectáculo visual, estaba en el centro de un gran coliseo ovoide atiborrado hasta más no poder con los plebeyos del reino en las gradas, y en el árido terreno bajo, una cantidad incontable de soldados en formación perfecta y firmes se me son expuestos, pulcramente ataviados con armaduras segmentadas para su fluido movimientos en batalla y de color rojo carmesí –el color del imperio, rojo como la sangre; la sangre de aquellos valientes guerreros que murieron para poder cumplir un sueño de unidad y paz- que cubrían toda su anatomía sin dejar visible la carne y saturadamente adornadas con arabescos dorados y cuarzos negros que sobresalían en agudas punta justo en la zona central de sus pecheras como si esta piedra saliera de la carne del portador de la armadura. Al aclararse mi vista y apreciar tan magistral y nuevo ejército, pude apreciar con más detalle aquellas protecciones en la primera fila, que poseía duros guanteletes que les proporcionaban garras afiladas a sus dedos para desempeñarse en un combate sin armas, mientras estos tomaban con fuerza una gran lanza de punta de cristal negro, sus cascos, eran simplemente obras maestras de la herrería, con millares de segmentos que moldeaban un rostro demoníaco con un par de cuencas negrizas donde debería de estar sus ojos y un segmento de una sola pieza, que protege y cubre la parte superior de la cabeza en forma de cuernos que caen en punta a cada costado de sus rostros adornados con tribales dorados que se resaltan en lo rojizo del acero. Desde mi posición podía ver un sin fin de armas elevadas hacia los cielos en posición de descanso y firmeza que se perdían a lo lejos mientras los comandantes -aquellos que se reconocían a simple vista por lo negro y en extremo adornadas de sus armaduras que mantenían una larga capa roja con el estandarte bordado en oro a cuestas; aquel emblema imponente constituido por dos hachas cruzadas envueltas en una cinta dorada y un escudo de plata tras de ellas con un flameante león rojo gravado sobre este.- iban y venían dictando ordenes con voces guturales e imponentes. Retrocediendo un poco ante el aspecto de aquel nuevo ejército, sólo pude musitar a lo bajo: “Al parecer han cambiado las armaduras del ejercito…”.<br />22860-1774190De repente, el sonar de unas imponentes trompetas apocalípticas llamó mi atención, admirando como los inmensos portones de piedra y oro que formaban un obelisco detrás mío, se abrieron lenta y sonoramente permitiéndose ver a través del umbral un gigantesco palacio de altas torres de defensa y murallas de gran tamaño, para luego de aquel primer preámbulo admirar como se interna en el recinto una gran banda militar, que con sus redoblantes, trompetas y demás, anunciaban la llegada de alguien de la realeza, estos, son proseguidos de una docena de monjes vestidos con largas túnicas rojas que no permitían ver porción alguna de piel mientras se acercaban al gran altar donde mis escoltas y yo aguardábamos en espera de mi destino, luego, un gran carruaje negro, con forma de espiral escamada y brillante, cual gigantesca caracola que con su proximidad majestuosa e imponente altera el normal transcurrir de la tranquilidad del lugar al momento que un muy conocido perfume comienza a incrementarse en relación a la cercanía del transporte; grandes cuernos curvos en la parte baja le sirven como sustento ornamental de las grandes ruedas que giran paulatinamente sin emitir ruido alguno, es acarreado por una gran criatura de largas patas –conté seis en total- en extremo delgadas y peludas que terminan en agudas puntas purpúreas similares a la de una viuda negra; un gran torso amorfo y redondo, lleno de protuberancias y de ganglios inflamados desde donde sobresalían millares de tentáculos cubiertos de húmedas ventosas, cuyas puntas terminan en grandes órganos oculares negros, conforman aquella nunca antes vista criatura, distinguiéndose con más detalles mediante se adentra en el coliseo.<br />228601527810La congregación de seres en las tribunas gritaron de aparente emoción al ver como aquel carruaje se detiene frente al altar y los monjes se posicionan entorno al mismo en silencio preparados para la ceremonia, denotándose como una compuerta se abre hidráulicamente en el costado expuesto de aquella negruzca carroza liberando de forma intensa un gran hedor a rosas negras que por un momento me mareo y me hizo tambalear, siendo este expelido desde el oscuro y sobrenatural interior carente de luminiscencia alguna. Fue entonces, cuando le vi, era él, mis parpados se abrieron a su máximo esplendor por la sorpresa, más no retrocedí. Con parsimoniosos movimientos emergió del mar negro del carruaje, un joven de rasgos en extremo femeninos, de largos cabellos grises que parecían con vida propia -pues no cesaban de oscilar cual danza hipnotizante, incluso sin la presencia de lo refrescante del viento-, de tez blanca como la nieve y tan suave como la misma seda, -“¿Marcus?”– Pregunté casi sin voz mientras veía como el afamado ángel del silencio bajaba por completo del transporte, tensando con ímpetu su ala siniestra (la única que tenia, puesto que la otra se le fue cercenada en tiempos memorables), con pocas plumas, deteriorada y exponiendo el negro mirlo de su composición, extremidad que no le servía para volar, pero la mostraba como vehemente capricho narcisista de su descendencia angelical, siendo esta, hermosa a su modo, aquella sombra que goza de eternidad al escucharme no dijo palabra alguna, simplemente levantó su rostro y fijó su dorado y penetrante mirar frío sobre el mío apagado y doliente, para poder apreciar como una satírica sonrisa se formaba lentamente sobre sus plexos labiales teñidos de negro matiz, exponiendo así su perlada dentadura. Las vestimentas de Marcus eran siempre las mismas, telas de fina seda rojiza rasgada que envolvía su delgado y perfecto cuerpo, botas negras que se extienden hasta su rodillas formando una protección para las espinillas de sobrenatural acero, un faldón negro cual hakama que se interna dentro del calzado protector, sujetado por un cinturón rojizo que ostenta una hermosa rosa negra en su centro que muestra su lúgubre belleza plena totalmente florecida, su tronco superior se encuentra cubierto por una camisa totalmente ceñida, la cual se extiende por sus brazos hasta llegar a sus guanteletes compuestos del mismo material de sus extremidades inferiores, los cuales resaltaban la delgadez de sus falanges y lo largo de sus dedos.<br />Los ases dorados y anaranjados provistos por la deidad solar en lo alto, bañaban todo lo conocido con imponencia mientras veía como aquel afeminado sujeto levantaba su mano diestra y la dirigía hacia el oscuro umbral del carruaje, desde donde una blanca y frágil mano izquierda de largas uñas rojizas surgió de la nada tomando la del caballero que humildemente se la ofrece para ayudarle a bajar, en este momento, el silencio rotundo reinaba en el lugar, todos estábamos a la expectativa y luego, ella salió, su cuerpo fue besado de forma sensual y llamativa por los rayos tibios del sol y por ultimo bajó de su carruaje. Su vestido negro, ceñido en su cintura donde reposaba un cinturón constituido por millares de cuarzos negros en punta y suaves sedas trasparentes que colgaban hacia los suelos cual cola nupcial, casi mimetizándose con lo ancho del vestido en su cadera que se extendía hasta los suelos, su escote exageradamente prolongado, se extendía hasta su ombligo, lo cual me distrajo por unos momentos –no lo niego-, podía apreciar su piel blanca cual porcelana y hasta sentir su aroma, esto sólo me conllevó a una punzante decepción que me obligo a apartar mi mirada por unos momento hasta que le escuche decir, con aquel timbre dulce y enternecedor que aún recordaba: “Es bueno volver a verte…–Escuchando sus palabras, sentí como la cicatriz de mí pecho ardía con intensidad, más seguí imperturbable.-…¿Acaso no me recuerdas, guerrero mío?, la pena y la lástima que siento por ti, me hacen vacilar, pero, la locura a hecho estragos en tu ser y yo estoy aquí hoy, para cesar tu sufrimiento, ya basta de luchar, ya no tienes que, simplemente déjate llevar y descansa.” Fue aquel momento en el cual, ella tomó con su diestra mi mentón tupido en negra barba, no sentía su piel y no era por mi pelaje, poseía un guante de satín negro que ocultaba su piel en esta única extremidad, prolongándose hasta un poco más arriba de su codo, de repente la miré, guiado principalmente por la suavidad y la sutileza de su mano, su perfecto y puntiagudo rostro me cautivo y me llenó de nostalgia, notando como su cabello castaño oscuro caía ondulante por detrás de sus orejas, resaltándose, una extraña tiara de cuarzo y plumas que circundaba su frente cual corona para luego pasar a sus rojizos labios los cuales se movían y acomodaban según la suavidad de sus palabras, más yo sabía que no estaba loco –o eso creo-, entonces, ¿A qué locura se refería?. Ella prosiguió mientras cruzaba su mirar con el mío de vez en vez; aquel mirar dulce y tibio que me enamoró con su color castaño claro: “Killeon, es para mí una tristeza profunda, tener que cumplir con mi deber de Reina, hoy serás condenado a muerte por el delito de alta traición y el querer asesinarme.” Al escucharla mis parpados nuevamente se abrieron de par en par, no creía en sus palabras; no creía en sus injurias, quise expresarme; quise decir que se equivocaba, que mentía, pero por alguna extraña razón estaba mudo y paralizado, más ella al momento que se apartó de mi, se dirigió a su pueblo en voz alta: “Amado reino, habitantes de Merídian, hoy estamos r1758511680495eunidos para apreciar la ejecución de un traidor más, el cual nos trajo rotunda decepción y tristeza, que pretendía acabar con el momento de paz y armonía que vive todo el Continente Terra…”, dirigiéndome una última mirada por encima de su hombro izquierdo culminó diciendo: “…Que esto sirva como lección para aquellos que se revelen a nuestro tonar de armonía.”, aquella mujer dio media vuelta y dirigiéndose a mis escoltas les ordena con una voz altiva y totalmente opuesta: “Prepárenlo.”, luego, acercándose al uni-alado mientras mis guardias me arrodillan y posan mí cabeza en un pedestal que hedía a sangre, ella posa su mano diestra y siniestra sobre el pecho de él y acercando su rostro al ajeno le susurra insinuante y coqueta: “Has tu trabajo...mi querido.”.<br />El andrógeno sujeto, asintiendo afirmativamente ante la orden de la reina, se aparta inexpresivo y posándose a mi costado derecho, levanta con fluidos movimientos su diestra y siniestra mano hacia los cielos, posando una sobre la otra como si entre ellas poseyera una mortal espada, lográndose percibir como pequeñas partículas de color carmesí y negro compuestas por Maná se empiezan a aglomerar entorno a sus manos y luego con un estallido fotónico una imponente espada común de filo magistral aparece firmemente sujetada y preparada para cumplir con su trabajo. Yo, sólo cerré mis parpados resignado y esperando a que aquel, quien alguna vez fue el más allegado de mis camaradas y ahora es mi vil verdugo, acabe con mi vida de un sólo tajo. Por un momento lo sentí dudoso, pero con un gesto de soberbia y el énfasis en su sonrisa cínica tirada hacia su lado izquierdo descendió su mortal artilugio cercenador para cortarme la cabeza, pero fue aquel el momento en el cual un sonido aturdidor producto de una explosión, me obligo a abrir mis parpados, por un momento pensé que era mi cabeza al rodar por las escaleras de mármol desprovista de su cuerpo, pero al ver la espada de mi verdugo girar en los aires envuelta en una bruma negriza y luego caer clavada sobre el infé328251606075rtil suelo arenoso varios metros alejado de su dueño, me di cuenta de la verdad, tres de los doce monjes estaban a mi costado izquierdo formando un triangulo y el que estaba en la cabeza poseía su mano diestra en dirección al angélico sujeto anteponiendo su palma con sus dedos totalmente estirados denotándose como de la susodicha un blanquecino humillo emerge. Umbra Eterna, –como todos lo conocían y temían- con su mano diestra un tanto entumecida por el impacto sorpresivo contra aquella emanación energética liberada por aquel monje, se aparta de mi y se posa al frente de su princesa para protegerla, la cual desde su retaguardia dice con suma tranquilidad: “Así que por fin se dignaron a aparecer...” Posando sus manos sobre la espalda de su protector le ordenó a todos sus guerreros en el lugar: “Soldados, acaben con ellos”, al culmino de sus vocablos la mentada fuerza armada en el campo, gritaron desgarradoramente y comenzaron una rápida arremetida hacia el centro del lugar, mientras entre gritos de terror y miedo los ciudadanos comienzan a evacuar la zona y los monjes restantes corren para no ser arrasados, siendo unos cuantos alcanzados por la pesada avalancha de hierro y metal acabando con sus vidas.<br />-3867151205230Tres individuos misteriosos vienen a rescatarme, pero…¿Por qué?, el suelo donde estoy postrado comienza a temblar por la imponente masa de soldados que se avecinan y miro con terror a mis rescatistas los cuales se inmutan ante el peligro inminente brindándome un hilo de esperanza que me motivó a levantarme, escuchando una voz particular, suave, tierna y gentil pero agresiva, que provenía de uno de los monjes a cuestas del líder, la cual, sin esperarse más, revela su identidad despojándose de aquella túnica que cubría su cuerpo, era Milla –tan efusiva y apresurada como siempre- la cual empuñando con su siniestra su fiel arco tallado con símbolos Feirés e incrustaciones doradas y con su diestra la cuerda y la flecha del mismo, apunta en dirección al protector de la reina mostrándose por completo su sensual y bien formado cuerpo revestido por pieles oscuras que cubren sus hombros y sus un tanto pequeños senos los cuales se insinúan ligeramente por el escote en “U” de la prenda que deja al descubierto su abdomen y su ombligo hasta llegar a su vientre cubierto por una pequeña falda que expone lo largo de sus piernas blancas que terminan en botas que se prolongan hasta las rodillas, fabricadas con la misma piel de sus ligeros atavíos. Su rostro el mismo que recuerdo hace años, pero con la diferencia de que ahora es más maduro y serio, sus labios rosados y pequeños eran iguales, aquellos que siempre mostraban una sonrisa y nunca un deje de tristeza al compás de sus ojos grandes y cafés oscuros casi negros, que siempre cargan el brillo de la vida y la alegría, y por último su cabello largo y negro que se ondeaba sin cesar mientras decía: “Umbra, apártate, es hora de acabar con todo esto, antes de que sea tarde.”, a lo cual aquel hermoso guardián respondió con aquel timbre sensual, tranquilo y atrayente que le caracteriza: “Pequeña, Oh dulce pequeña, dispara si te atreves; dispara si gustas, más te garantizo, que tu flecha no llegará a su objetivo.”, aquellas palabras fueron sutilmente tajantes y de un modo u otro influyeron sobre aquella joven mujer de raza Feiréd, ya que en sus ojos se comenzó a reflejar la duda y la inseguridad, más ella frunciendo el seño y respirando hondamente quiso ocultar aquellas emociones cuestionándole: “¿Por qué estas de su bando?, ¿Por qué traicionas al rey?, ¿Por qué te alzas en armas contra tus…amigos? por favor, dime que todo es una treta, que todo es parte del plan…”, sin embargo, pese a los cuestionamientos de ella, él no vocifera palabra alguna, mientras tanto, los escoltas que aún permanecían cerca a mí arremeten en contra del terceto, a lo cual, el segundo monje a cuestas del líder, se antepone a estos con una velocidad sobrenatural y escuchándose a lo lejos el sonido de un imponente trueno -que resuena más como un rugido; como si de un fiero dragón se tratase-, se ve como una hoja afilada entre las vestimentas surge rasgando y destrozando los finos y rojos telares, dirigiendo un tajo contundente de derecha a izquierda de forma horizontal hacia la zona abdominal de los entes hostiles, cortándoles en dos como si de suave mantequilla se tratara. Fue así, como Monx hace su aparición certera y ágil, como es común en él, después que cayeran casi incineradas aquellas vestimentas que le ocultaban, para luego al anteponer la punta de su espada y bajar la corta escalinata de mármol para esperar al ejercito que se aproxima mostrándose al ser iluminado su cuerpo musculoso y delgado proporcional a su baja estatura, su tronco superior se encontraría totalmente descubierto si no fuera por un chaleco rojo con adornos blancos con detalles dorados a su frente y un dragón blanco tejido en el espaldar, que posee entre sus garras un par de rayos amenazando con dejarlos caer sobre sus enemigos al unísono que ruge con agresividad y de sus ojos son emanadas centellas doradas. Un pantalón blanco y ancho cubría sus piernas y se introducía por dentro de unas amplias botas de tela color rojo que se amarraban en sus pantorrillas. Él, con su cabeza rasurada y como siempre con una burlona sonrisa entre sus labios se mantiene tranquilo y relajado al momento que sus ojos pequeños y oscuros se fijaban en sus próximas víctimas atreves de sus pequeños lentes cuadrados de marco delgado y de color rojizo, sin los cuales, no podría ver más allá de un metros de distancia. Por último, el monje líder, se despoja de su atuendo ceremonial exponiendo lo dorado y celestial de su armadura, llena de detalles en relieve en cuarzo blanquecino y arabescos con diversas ramificaciones pulcramente pulidas que forman en el centro de su pecho un para las blancas, que protege lo grueso y acuerpado de su anatomía, dejando sólo al descubierto su rostro varonil y de mejillas un poco prominentes que conjugan un semblante noble y tranquilo, con ojos profundos y claros y cabello negro muy corto, en su siniestra mano carga un báculo igualmente adornado, en cuya punta se encuentra fijo un gran y puntiagudo prisma. A este no le conocía pero al parecer él si a mí, puesto que se me acercó con rapidez y ayudándome a levantar me susurró: “Me disculpo por la tardanza, vinimos a rescatarte.”, luego Umbra virando su rostro hacia lateral derecho le susurra a su reina: “Será mejor que nos retiremos, mi señora, este patético espectáculo no es digno para usted.”, ella con una delicada sonrisa, asiente y mientras los soldados los evaden para no tocarlos, los ocultan al momento que se dirigen con tranquilidad a su carruaje, dejándonos rodeados y sin aparente escapatoria al unísono que ellos se retiran. Fue así como, el misterioso hombre de armadura dorada, Milla y Monx formaron nuevamente un triangulo entorno mío y alejándose para crear una espacio seguro arremetieron contra los soldados imperiales, iniciándose una ardua y sangrienta batalla, truenos y relámpagos en pleno y soleado día se escuchaban a lo lejos producto por los rápidos y electrizantes movimientos del joven Dragoon, el cántico de las hadas y el olor a polen adornaban los gráciles y fluidos movimientos de aquella joven Feiréd mientras lanza a diestra y siniestra sus certeras flechas y la Reina Solar, Elhia; aquella que desde el inicio de los tiempos ha gobernado el día, pareciese que cada vez brillaba con más intensidad al compás de los rápidos movimientos de hombre de dorada armadura que golpeaba y alejaba con emanaciones energéticas a sus enemigos.<br />243840-3096895Por más que estos guerreros luchaban para rescatarme, se ensimismaban en una batalla sin fin, pilas de cadáveres se formaban entorno nuestro, y no cesaban de llegar nuevos soldados a la batalla, no había escapatoria y cada vez notaba más cansancio en mis salvadores, suprimiéndolos en el centro, “Estamos perdidos…” dije en voz baja, pero tal fue mi sorpresa, que con un gesto del líder, con un salto se situaron muy cerca a mí, y este hombre, levantando su prisma hacia los cielos advirtió: “¡No estamos perdidos, cúbranse los ojos!” a lo cual bajando mi rostro y cerrando mis parpados obedecí escuchando entre la oscuridad: “¡Solaris Lumen!”, de improvisto un destello nos cubrió encegueciendo a todos los soldados que nos rodeaban, los cuales gritaban de dolor por la luz intensa que -869951338580golpeaban sus ojos haciéndolos retroceder, como si el mismo sol hubiera descendido para atormentarlos con su increíble brillo más no con su calor, luego, sólo sentí un brusco halón y el graznar de varias gigantescas aves que nos llevaban consigo a la salvación.<br />