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DIARIO
DE UN SILVESTRISTA I
ANA
MARLYN BECERRA BERDUGO
Dedico estas páginas a todos los que llevan la
bandera roja del silvestrismo en su corazón.-
Marlyn Becerra-
“No hay nada que el Silvestrismo no pueda
curar”
Ana.-
LA HISTORIA DE ANA
Después de tres copas de vino, pagué la cuenta y le pedí al
mesero un taxi, cuando subí a aquel automóvil, no sospechaba
los cambios que llegarían a mi vida, ni hasta donde me llevaría
abordarlo.
- ¿Dirección a la que va señorita? Preguntó el joven taxista.
- ¡Por favor! – Dije – ¿Puede dar algunas vueltas por la
ciudad? Necesito aire fresco.
Sin más, el taxista aceleró el automóvil y nos adentramos en las
calles de la ciudad. Durante un largo rato permanecimos en
silencio, bajé la ventanilla y respiré acompasadamente, llenando
mis pulmones del aire gélido de la noche, dejando que el viento
se llevara uno a uno, mis temores. Pensé en Rafael; sus celos
perturbaban mi vida, él insistía que la solución era casarnos.
- ¿Desea ir a algún lugar señorita? Preguntó el taxista.
- Sí, quisiera divertirme un poco, hoy es mi cumpleaños
¿Conoce un lugar bonito, donde la gente sea feliz?
- ¡Feliz cumpleaños! Exclamó. Luego de pensar un poco
contestó mi pregunta. Hay un bar muy alegre, se llama “Mi
Gente”, queda en un barrio sencillo y no sé si Usted desee
ir allí.
- Lléveme, me gusta el nombre, lo único que le pido es que
vuelva por mí en dos horas, me sentiré más segura si
Usted regresa.
- Sí, no hay problema señorita.
Agradecí la recomendación, pagué la carrera y me despedí de mi
guía nocturno. El lugar era sencillo, la música me llegaba cada
vez que abrían y cerraban la puerta, debí esperar unos veinte
minutos, ya que examinaban a cada cliente por medidas de
seguridad; pensé que Rafael moriría de un infarto, si me hubiese
visto, con mi vestido rosa y tacones de aguja, en un Bar como
este.
Cuando llegó mi momento de entrar, un joven agradable me
recibió dándome un folleto del lugar, me brindó una hermosa
sonrisa y me dejó pasar. Pensé que por una sonrisa como aquella,
valía la pena haber escapado por dos horas de los formalismos
que rodeaban mi vida.
Al entrar en el local, una señorita de cabello rubio platinado, me
ofreció una bebida blanca, servida en una pequeña copita, la
acepté entusiasmada. Me habían dado la bienvenida más calurosa
del mundo, el liquidó quemó mi garganta, era alcohol puro.
<<Así se celebra un cumpleaños>> Pensé.
Quería sentarme en la barra, dudé por un instante. Rafael decía
que era de mal gusto, que los hombres piensan que si una chica
se sienta en la barra, anda buscando fiesta. Yo no buscaba nada
malo, pero si quería fiesta, así que tomé un segundo trago de la
rubia y con determinación, busqué un sitio en la barra.
Como bien lo decía el nombre del local, era un lugar de gente,
estaba abarrotado esa noche, así que, en la primera silla
disponible me senté con la más mínima intención de pararme de
allí, hasta que me rescatara mi taxista, así que pedí al barman, la
bebida de la casa. Me fue imposible creer que el chico de la barra
era exactamente idéntico al de la puerta; cuando él me vio con la
boca abierta, sonrío de la forma más bella que puede hacerlo un
hombre, más hermoso que el chico de la recepción del Bar.
- ¡Gemelos! Logre leer de sus labios. Sonreí y le pedí a toda
voz, la bebida de la casa. La música en aquel lugar era
realmente alegre.
En instantes me sirvió una enorme copa con un líquido rojo, al
cual el joven de la barra prendió fuego y me pidió con señas que
apagara las llamas.
Soplé tan fuerte, como si se tratara de mi pastel de cumpleaños y
aplaudí, como si nadie me estuviera viendo, me acerqué a la copa
y di un pequeño sorbo a mi bebida. Fue increíble, no era dulce,
tan poco amarga, me hizo cosquillas en la garganta; y debo
confesar que me sentí feliz. El joven sonrío y me guiñó un ojo.
Con señas, cual si fuéramos mudos y sordos, le pregunte que
cómo se llamaba el trago, y en vez de gritar o dibujar palabras en
el aire, tomo un bolígrafo y en una servilleta escribió:
“Silvestrista”.
No entendí por qué recibía aquel nombre, pero igual pedí uno tras
otro, y creo que tomé muchos silvestristas. Mientras tomaba mis
bebidas calientes y alegres, se me acercaron varios jóvenes, pero
con mucha educación les insistí que esperaba a alguien. A la hora
de mi ingreso en aquel alegre lugar, el muchacho de la barra,
desapareció y lo sustituyó un chico moreno, debo decir que
aquello me incomodó un poco. Me encantaba esa sonrisa, estuve
a punto de pagar la cuenta e irme, pero recordé que mi taxi de
confianza aún demoraba.
- ¿Te puedo acompañar? El chico de los tragos rojos, estaba a mi
lado.
- ¡Claro!- Respondí. Me sentía totalmente fascinada, en sus ojos
brillaba un fuego, jamás en toda mi vida, había visto una mirada
tan resplandeciente.
- Creo bonita que te han gustado los silvestristas. Llevas unos
cuantos y no aparentas estar ebria.
- ¿Tienen mucho alcohol? Le miré hipnotizada.
- La mezcla es fuerte, no te digo los ingredientes porque me
robas la receta bonita. La punta de sus dedos tocó mi nariz. Aquel
gesto me hirvió la sangre, debí verme más roja que mi bebida,
pues me sentí muy sonrojada. Traté de comportarme como
siempre lo había hecho en mi vida, de forma fría y respetuosa, así
que le pregunte lo primero que se me vino a la cabeza.
- ¿Por qué mi bebida se llama Silvestrista? No tiene mucho
sentido, algo silvestre debería ser verde, no rojo.
El joven soltó una carcajada y todo su rostro se iluminó, pude
detallar sus hermosos ojos, su cabello era claro, no como la chica
del trago de alcohol, era un rubio mucho más oscuro.
- Se llama así por mi cantante favorito. ¿Nunca has
escuchado a Silvestre?
- ¡No! Conteste. En realidad ese nombre solo me hizo pensar
en los pajaritos de la selva.
Mi hermoso acompañante le hizo señas al otro barman, quien se
retiró a buscar algo, de pronto, la música del bar cambió por lo
que reconocí como vallenato, algo muy rápido, y en la enorme
pantalla del Bar, vi por primera vez a Silvestre, el cantante
aunque tenía sobrepeso, sus movimientos eran muy rápidos y
diferentes a cualquier baile que hubiera visto en videos; la gente
del bar lo conocía bien, todos aplaudían y bailaban como locos.
Mi acompañante de mirada radiante, me tomó de la mano y me
llevó a la pista de baile, no tuve tiempo de negarme, además los
tragos rojos “silvestristas” comenzaban a hacerme efecto; y mi
alegría se unió al gentilicio del local. Sin saber cómo bailar, no
hice más que moverme un poco y aplaudir, sentí lo que era ser
libre, me sentí feliz de estar allí con el hombre más lindo del
universo.
La melodía cambió y el vallenato del cantante se volvió
romántico, todos comenzaron a bailar tiernamente con sus
parejas, por lo que me dirigí a mi respectivo asiento, el joven a
mi lado, era hermoso, pero también era un desconocido. Recordé
que pronto me casaría; y que no debía mirar de esa forma a otro
hombre, lo que estaba haciendo era impropio y debía irme de
inmediato.
- ¿Te has molestado bonita? Preguntó el muchacho.
- ¡No! Solo estoy cansada. Dije enfadada conmigo misma.
- ¿Quieres otro trago? Lo invita la casa. Dijo sonriendo.
- ¡No! Eres muy amable, pero ya vienen a buscarme y estoy
algo mareada. Tome mí cartera, lo miré por última vez y
me fui de aquel alegre lugar a mi mundo real.
Cuando llegue a casa, cerré la puerta suavemente y me senté a
llorar, sin saber por qué. Me dolía el pecho, me quité los tacones
y los arrojé al pasillo. Recordé todas las enseñanzas de Rafael,
cosas que siempre me parecieron entupidas, como: <<Una mujer
decente no sale sola>> <<Debes usar tacones, son zapatos de
mujer, no los que usas>> <<Jamás debes aceptar un trago de
otro hombre, eso hablará muy mal de ti>>
¡ESTOY CANSADA DE QUE GOBIERNES MI VIDA! Grité al pasillo
oscuro de mi casa. Las lágrimas me golpearon de una forma
extraña, me levanté, estaba mareada. Conseguí la puerta que
buscaba, encendí la luz. El espejo me devolvió el espectro de una
mujer que no quería reconocer, los trastornos alimenticios que
padecía, por no querer engordar, se me notaban cada vez más,
estaba pálida y famélica. Dos gruesas gotas negras me marcaban
las mejillas ¡DETESTO EL MAQUILLAJE! Me dije a mí misma, y
frente al espejo me quité el vestido rosado, abrí la llave de la
regadera y me acosté en la bañera.
Pensé en ese instante que había bebido demasiado, mientras el
agua fría me calmaba el mareo. Unas cuantas lágrimas más
persistieron, hasta que recordé el rostro de los gemelos, eran
como ver al hombre de tu vida, dos veces. Su dulce rostro, su
mirada brillante y alegre, su retrato estaba impreso en mi
memoria.
¡NO! No, son los “silvestristas”… es mi vida la que me tiene mal.
Dije, caminando desnuda hacia mi habitación. Me gustaba sentir
la piel húmeda, que las gotas se deslizaran y el frío me calmara
las tristezas.
Sin saber cómo una insistente canción de vallenato, sonaba una y
otra vez, dentro de mi cabeza, para poder librarme de ella, me fui
a dormir.
RAFAEL
A la mañana siguiente, me desperté con un terrible dolor de
cabeza, los “silvestristas”, me habían estallado tan pronto toqué
la cama. Me tomé dos pastillas con un vaso de agua y unas gotas
de limón, y al encender mi celular pensé que el mundo se me
venía encima.
<<Rafael>>
Tenía nueve mensajes de voz y varios de texto, no escuché ni leí
ninguno, sabía perfectamente que Rafael estaba furioso, por no
haberme controlado la noche anterior. Como por arte de magia,
el teléfono dio un pitido y contesté.
- ¿AL MENOS ESTAS VIVA? Más que una pregunta, fue un
grito que retumbó en mi cerebro.
- ¿Es necesario que grites? Murmuré.
Increíblemente Rafael colgó la llamada, lamenté haberme portado
grosera, pero el dolor de cabeza no me permitió contestar nada
más. Dormí durante horas, era domingo y no trabajaría hasta el
día siguiente. A eso de las tres de la tarde y luego de una sopa de
cebollas, recuperé mi ser, y lo primero que se me vino a la mente
fue la melodía de la noche anterior, no recordaba la letra, pero
era agradable la alegría que emanaba de mis recuerdos, su
sonido estaba impregnado en mi memoria.
- No sé su nombre, no le pregunté su nombre.- susurré-
busqué mi cartera y encontré la servilleta “Silvestrista”,
nada más, ni un número telefónico, ni nada que me
indicara quién era. En el folleto del bar, solo había los
diferentes nombres de bebidas alcohólicas y sus precios,
ninguna información más.
Fue una semana insoportable, Rafael gritó, casi todos los días, me
regañó como a una niña, y no sentí las menores ganas de
disculparme, yo no había cometido ningún crimen, solo celebré
dos horas mi cumpleaños, era mi derecho, pero tampoco quise
agrandar el asunto y me mantuve al margen de la discusión.
Siempre que Rafael gritaba, yo me sumía en un silencio sepulcral.
- Ahora la señorita después de perderse toda una noche, no
me habla, ¿Qué hubieras dicho, si quien se va de fiesta soy
yo? El peor hombre del mundo… ¡Ana mírame cuando te
hablo! Sabrá Dios con quién estabas, o qué hiciste, te has
comportado como una cualquiera.
- Estas gritando Rafael; y así, de verdad que no puedo.
Durante días profesé las enormes ganas de regresar aquel
sencillo Bar, anhelaba saber el nombre del muchacho de bonita
sonrisa. Pero no me atrevía a ir sola de nuevo, sentía que
cometería un grave pecado. Por más que les pedí a mis decentes
amigas que me acompañaran, ninguna quiso ni por asomo ir a
aquel barrio, supuestamente peligroso. Insistían en que no era un
lugar para una mujer comprometida.
Dos semanas después de mi cumpleaños, decidí arreglar las cosas
con Rafael, así que fui a su casa. Para mí sorpresa había una
fiesta esa noche, y al llegar noté incomodidad en todos sus
amigos. Por lo visto no esperaban que asistiera. Los saludé como
si supiera que allí había una reunión, busqué a mi prometido con
la mirada y no lo vi, hasta que la cara que puso mi suegra me
mostró, que algo pasaba. Instintivamente fui a la habitación de
Rafael, no estaba solo, con él se encontraba una joven muy
bonita y muy alta, yo no entendía que ocurría.
Miré a Rafael y su rostro estaba blanco como la hoja de un papel,
la joven me miró y Dijo: ¡Soy su prometida! ¡Vamos a casarnos!
Creo que sentí en ese instante lo que en derecho se llama intenso
dolor, una cinta negra se desprendió de mis ojos, era como si
hubiera estado vendada hasta entonces, apreté mis puños y lo
miré, fue sorprendente ver como el hombre que dominaba mi
vida, era alguien que no dominaba la suya. Él bajo la mirada, lo
cual me bastó para marcharme.
Mi taxi esperaba afuera, alguien gritó algo, otra mano trató de
detenerme, escuche a alguien decir que no quería un escándalo,
creo que golpee a Rafael, a la muchacha o a ambos, no puedo
saberlo a ciencia cierta, solo sé que iba a la casa de mi madre por
un revolver. El intenso dolor produce un efecto mortal en la
persona que ha sido engañada y si aun viven es por obra del
destino.
Pensé en matarlos, pensé incluso en matarme. Durante años
había sido sumisa, buena chica, tranquila, una joven de buena
familia, y todo era una sucia mentira. Ahora entendía por qué me
trataba tan mal. Ahora entendía sus celos, y por qué me
manipulaba para ser la niña más ejemplar. Sentía a cada segundo
que mi corazón se quebraba y pronto explotaría. Pero una
melodía en mis recuerdos me llevó a otro lugar, le pedí al taxista
que cambiara el destino, que me llevara a “Mi Gente”, el taxista
diligentemente me dejó allí; y en la gran pantalla estaba
Silvestre, cantando y bailando. En la barra vi al otro barman, el
chico moreno, le pedí un “silvestrista” y me lo negó con la cabeza.
Observé el lugar, sin entender; y los labios del barman se
movieron para decir “Se ha ido”, le pedí un tequila. Decidí no
llorar, calmarme, si no me adueñaba de mis emociones cometería
una locura, sabía las consecuencias de matar a alguien, tanto
penales como espirituales, necesitaba controlarme y
precisamente eso hizo la música de Silvestre.
Por cosas de la vida, le di toda mi atención a Silvestre, y de
pronto en el escenario del video, en lo que parecía un concierto,
una niña especial lo saludaba, ella me enterneció el alma, y logré
dominarme por fin. Silvestre la sentó en sus piernas, le cantó,
bailaron juntos y el cantante dijo: “Dios te bendiga Melisa”, la
niña que él llamó Melisa, gritó emocionada por el micrófono y yo
allí delante de todo el mundo, me puse a llorar.
Esperé a que cerraran el bar, necesitaba saber sobre el chico
rubio o su hermano, y el barman de esa noche, me contó que los
gemelos se habían ido a probar suerte en otra parte.
Tomé un taxi a mi casa a las 4:00 de la mañana, ni siquiera
pregunte el nombre del silvestrista, porque no tenía sentido
saberlo. Una depresión absoluta se apoderó de mi alma, me
declaré enferma y durante días perdí la noción del tiempo. Tomé
pastillas para dormir y al despertar volví a tomarlas, duraba más
de 24 horas, completamente dormida; y al despertar lloraba
como si mi madre hubiera muerto. Dejé de comer, dejé de vivir
durante mucho tiempo, pensé en suicidarme una y otra vez, lo
único que lo evitó fue dormir, y dormir durante días. Poco a poco
volví a comer, y por obra y gracia del destino, aprendí a respirar
nuevamente y decidí levantarme de la cama y vivir.
Me fui de la ciudad y comencé de cero en otra, me entregué a mi
nuevo trabajo, y me recuperé poco a poco de mis complejos, lloré
noches enteras, tomé antidepresivos y pastillas para poder dormir
por las noches. Rafael había logrado hacerme un hoyo enorme en
el corazón; lo único bonito que recuerdo, durante ese tiempo de
vivir como un autómata, es la música del Silvestre, cuando más
triste o sola me sentía, él con sus melodías llenaba mi vida.
Colmó poco a poco mi corazón de su alegría y sin saber cómo o
por qué, me convertí en fanática o como se le dice a sus
seguidores, me bauticé “Silvestrista”.
TERESA
Una noche mientras trabajaba largas horas en el computador,
sentí un vacío tan grande, que decidí en ese instante que
necesitaba una ilusión, era el momento de aceptarlo, tomaría mis
vacaciones para irme por primera vez a un concierto de Silvestre
en Colombia.
Tomar la decisión y hacer las maletas fue cuestión de horas, dejé
la oficina en orden; y tras la puerta del despacho mi envestidura
de abogada, dije adiós a mis seres queridos y tomé un vuelo a
Valledupar, tenía suficiente dinero y dos meses completos para
llenar mi vida de alegría. Sin embargo, en la vida las cosas no son
color de rosa, y las enseñanzas cuando crees que han llegado,
apenas comienzan, el camino que había emprendido en el taxi la
noche de mi cumpleaños, apenas iniciaba.
Me hospedé en un hotel hermoso cercano al lugar donde se
realizaría el concierto, pero apenas bajé a comer algo, mi vida
cambio para siempre, el barman del restaurante, era el joven por
el cual, había conocido sobre Silvestre Dangond.
- ¡Hola bonita! El silvestrista estaba ante mí.
- ¡Eres tú! Dije sin poder creer lo que veían mis ojos. Él
sonrío y llenó mi vida con su existencia, olvidé por un
instante quién era yo misma y en donde estaba. Sus ojos
pardos eran penetrantes, que brillaban con tal intensidad,
que me sentí desarmada ante su existencia.
- ¿Qué haces tan lejos de casa? Preguntó, pero no pude
contestar, lo miré como si fuera irreal.
- ¡Soy Ana! Fue lo único que pude decirle.
- ¡Mathias!, no me dirás que has venido siguiéndome. Y su
carcajada me lleno el alma.
- ¡No! Dije. Vine a realizar un sueño, quiero que Silvestre me
conozca.
- ¿Ahora eres silvestrista? no esperaba menos.- Dijo.
- Sí, ahora soy muy alegre y te agradezco por haberme
presentado a mi Ídolo.
- Te traeré tu bebida, y tomaré mi descanso. Me guiñó un
ojo y regresó con una enorme copa roja.
Hablamos durante horas, me desahogué con Mathias, me disculpé
por salir tan groseramente del Bar aquella noche, pero le confesé
que me había sentido mal por divertirme y durante años me
arrepentí de haberlo hecho, le conté que fui a buscarlo al Bar días
después, y algunas cosas de las que pasaron con Rafael.
Él solo me pregunto si tenía novio actualmente, y nos reímos
durante horas. Sentí que había encontrado la felicidad, pero que
debía tener cuidado, no quería lastimar a nadie, y menos, que
volvieran a romperme el corazón.
Paseamos de día por Valledupar, y de noche, yo lo observaba
trabajar hasta tarde, así pasaron algunos días. Para el concierto
aún faltaba algún tiempo.
- Hoy te llevaré a conocer a alguien muy especial. Dijo
Mathias una tarde.
- ¿A dónde vamos? Quise saber.
- Hoy te presentaré a mi amiga Teresa, ella es una de las
Silvestristas más bellas que conozco, es alguien muy
especial y nadie en esta vida se parece a ella.
Es innegable que sentí celos de esas palabras, y hasta pensé que
Teresa sería su novia. Para mi sorpresa, era una chica de mi
edad, muy hermosa, pero estaba en sillas de ruedas.
- ¡Hola hermosa! - Dijo Mathias, y la chica se aferró a él
como si estuvieran despidiéndose. ¡Ella es Ana! Dijo
refiriéndose a mí. Y por primera vez conocí en la mirada de
alguien, las verdaderas ganas de vivir. Me acurruqué a su
lado y ella me dio un beso en la mejilla. Si el corazón de un
ser humano se puede encoger, el mío se volvió diminuto.
Verla con su pañoleta roja, cubriendo la calva donde alguna
vez existió un hermoso cabello, me lastimó el alma.
- ¡Hola Ana! Dijo abriendo sus ojos como platos. Mathias me
ha dicho que has venido a ver a Silvestre desde muy lejos.
Me parece increíble y muy divertido hacer algo así. Yo
quiero ir al concierto, pero mis padres no me dejan ir,
porque no pueden acompañarme, y aunque pudieran no
me llevarían, me tratan como si fuera un bebé.
- ¿Y si vamos los tres? Pregunté sin medir la responsabilidad
del compromiso que asumía ante aquella familia. Pero ya
no podía ir sin Teresa, era evidente que tenía una
enfermedad grave, y mi sueño de que Silvestre me
conociera, podía esperar. El rostro de Teresa se iluminó con
la idea y Mathias me dedicó su mejor sonrisa. Fue un
instante que jamás olvidaré, cada uno de nosotros se llenó
de felicidad infinita, cada cual por sus propios motivos.
Mathias me explico que Teresa sufría de Cáncer en el estomago, y
que los médicos hacía mucho, la habían desahuciado, la
quimioterapia había dado sus frutos pero el mal había ganado la
batalla. Durante días su historia me hizo sentir culpable, yo me
lamentaba por el engaño de un hombre, cuando existían personas
con verdaderos dolores y con más ganas de vivir que yo. Me
sentía avergonzada de haberme mantenido dormida durante
tanto tiempo, en lugar de luchar, perdí mucho tiempo de mi vida
en algo que simplemente no valía la pena.
Una tarde paseando con Teresa por una plaza de Valledupar, la
chica me agradeció que la apoyara a ir al concierto. Conduje su
silla de ruedas hasta una banca de la plaza y me senté a
contemplar a los niños correr detrás de las palomas.
- ¡Ana! Dijo Teresa. Tal vez no ahora, tal vez no después,
quizás dentro de unos años, estoy convencida que Silvestre
va a conocerte, y por eso quiero pedirte que le digas lo feliz
que me hizo; y que, sus ojos amarillos son como dos
solecitos que me iluminarán siempre, vaya a donde vaya.
Al decir esto dos enormes lágrimas brotaron de sus ojos.
- No digas tonterías Teresa. Dije secando su rostro. Se lo
dirás tu misma. Te prometo que haremos todo lo necesario
para acercarnos a él y que te de un besito en la mejilla.
- No creo Ana, acercarse es muy difícil, él es muy famoso, y
entiendo que no nos puede conocer, a todos y cada uno de
los silvestristas, pero tengo fe en ti Ana, tú le hablaras
algún día de la loquita de Teresa, y del amor tan grande
que le tuve.
- Te prometo que Silvestre sabrá que Teresa la más bella
silvestrista que ha existido… lo ama. Dije lanzándome a
llorar entre sus brazos. La amaba y aceptar que moriría me
causaba el dolor más grande del mundo. Lloramos juntas y
la Plaza Alfonso López fue testigo de mi promesa.
Aquella noche supliqué a Dios que curara a Teresa, que le diera
salud. Ella era demasiado joven y hermosa para morir, no era
justo que alguien tan puro sufriera así, habiendo tanta vida en
sus ojos cafés. Lloré hasta quedarme sin lágrimas.
Mi oración se quedó en el aire, pocos días antes del concierto,
Teresa había muerto; se había ido a ser feliz con Dios a otro
lugar. El día de su entierro me quedé al lado de su lápida, con
una rosa roja entre las manos, hasta que volví a formular mi
promesa, dejé la rosa arriba de todas las demás flores y nos
dijimos adiós.
El día del concierto de Silvestre, lloré y lloré, en la habitación del
hotel en los brazos de Mathias.
- ¡No puedo ir al concierto! Sollocé.
- Tienes que ir, es lo que Teresa quería.
- Por favor entiéndelo, ya no puedo ir, ella… ella.
- Si lo sé, ella se ha ido, pero no podías hacer nada, era
como mi hermanita y no pude hacer nada tampoco, pero
ella te dejó un encargo y debes cumplirle, vamos vístete de
rojo, Silvestrista… nos vamos.
Aquel primer concierto, aunque me rodeaban miles y miles de
personas, me sentí inmensamente sola, estaba tan triste, era
como si la muerte de Teresa me golpeara contra una pared, pero
a su vez, como si Rafael me volviera a engañar, como si toda la
depresión del mundo se alojara en mi corazón.
Logramos llegar hasta la baranda principal y me aferré allí
durante horas, era permanecer allí de pie o echarme a llorar sin
consuelo. La gente aclamaba, gritaba, el lugar estaba a no más
poder, miles y miles de historias en cada silvestrista, y Teresa,
allí debía estar Teresa, me aferré a esa idea, y las luces me
cegaron por un instante, mi cantante salía al escenario. Grité,
grité, grité durante todo el concierto, lloré y me abracé al pecho
de Mathias. Me sentí cansada y aunque estuve muy cerca,
Silvestre, él no pudo verme.
- ¡No le cumplimos a Teresa! Susurre al oído de Mathias,
cuando el concierto terminó. Él me abrazó y sin decirme
nada y sin darme casi cuenta, me besó. Allí en ese
instante, fui profundamente feliz.
CLUB DE TRES
Mi estadía en aquel hermoso lugar llegó a su fin, debía irme
dejando los sueños atrás, dejé a Mathias, escondí todos mis
sentimientos bajo llave, dejé rosas rojas en la lapida de Teresa, y
me marché, lo único que llevaba conmigo a flor de piel para que
la tristeza no me consumiera, era el recuerdo del concierto, las
canciones más alegres de Silvestre.
Mathias tenía su vida, y yo un lugar en el mundo, con realidades
y luchas que debían continuar, ni por un instante consideré la
idea de quedarme o rogarle al amor que me siguiera, porque
aprendí, que el amor llega y se queda contigo cuando debe llegar;
y cuando es todo para ti, sin obligar ni presionar, él simplemente
llega.
Pasó un año inmensamente largo antes de las vacaciones de
agosto, durante todo ese tiempo no abandoné mi pasión por el
silvestrismo, era lo que estaba conmigo y a mi lado en los
momentos de debilidad, pero la soledad era absoluta, así que
decidí inventar un Club de fan, digo inventar, ya que era la única
fan de mi ciudad o por lo menos así lo creí, las redes sociales
hicieron su labor y como quien recluta personal increíblemente
encontré en mi vida a dos almas gemelas, la primera de ellas una
hermosa niña de cabellos rubios llamada Amparo, la otra de ellas,
una morena silvestrista llamada Raquel, ambas eran mucho más
altas que yo.
En ese tiempo se daría un concierto de Silvestre en la ciudad, lo
cual me produjo ansiedad, no por su llegada, si no porque sabía
que las personas no lo conocían tanto como en Valledupar, así
que llenando vacíos, le entregue el corazón a un club de tres, y
con la ayuda de algunas amigas cómplices, ya que no fue fácil
que algunas aceptaran colocarse una camisa roja y me
acompañaran a promocionar el concierto, sin siquiera saber de
quién se trataba, otras personas a quienes les rogué su apoyo
prácticamente me cerraron las puertas de su amistad, e incluso
perdí falsas amistades de sociedad, que solo me consideraban su
amiga por tener una profesión exitosa o por haber sido novia de
un gran hombre, que en realidad sabemos que no era tal.
Esa tarde en que siendo abogado, con todas las ocupaciones que
ello me origina, me fui a la calle con volantes, pendones y fui
simplemente Ana, me acompañaron las increíbles nuevas amigas
Amparo y Raquel, conocerlas fue algo maravillo, ya que siendo
tan distintas, no fue necesario tomar café o contar intimidades
para llegar a ser las mejores amigas del mundo, y la locura en
cada una se distribuía perfectamente.
Luchamos durante días para vender entradas al concierto, cada
cierto tiempo le escribía a Mathias contándole los pormenores del
Club de Tres, durante ese año mantuvimos un trato algo distante
para no herirnos, pero evidentemente cada vez que recordaba el
único beso que nos dimos, el alma se me fragmentaba en
pedazos, que remendaba con mis ocupaciones del silvestrismo.
Llegado el día del concierto, ya no éramos un club ficticio,
teníamos miembros fundadores, verdaderos portadores del color
Rojo. Por decisión unánime, esperamos al querido Silvestre en el
Aeropuerto, desde la mañana, pero por cosas del destino, el cielo
se nos vino encima, el diluvio ocurrió y no dejó de llover,
estábamos eufóricos, entre la histeria y la tristeza, el torrencial
aguacero mantenía al artista preso en el aeropuerto de otra
ciudad y la distancia no fueron las horas, sino la duda de su
llegada.
Cantamos, lloramos, a ratos pensaba en que si Mathias estuviera
conmigo, la felicidad sería completa, tenía fe de que dejaría de
llover y por primera vez vería a Silvestre frente a frente.
Curiosamente me sentía cansada, como cuando tienes fiebre y
pensé que era la emoción del instante.
Eran las 10 de la noche cuando escuché gritos de las personas
que me acompañaban, caí en una especie de estado depresivo
incomprensible, no podía escuchar o entender, solo miré a
Amparo, con esa sonrisa radiante en ella y la felicidad que
emanaba de Raquel para entender… él había llegado.
Comencé a llorar, lloré por Rafael, llore por Teresa, lloré por
Mathias y nuestro amor inconcluso, cuando entre todos los que
estaban presentes, lo vi, no pude moverme y solo lloré, pensando
que él se iría inmediatamente al concierto. Nada más lejano de lo
que viví en ese instante. Es muy alto. Pensé.
- ¿Qué tal la espera? Preguntó Silvestre colocando su brazo
derecho en mi hombro.
No contesté, no pude, me aferre a él, lo abrace como nunca había
abrazado a un ser humano.
Las lágrimas aún las conservo en mi alma, al igual que la imagen
de sus ojos amarillos, increíblemente dorados, los solecitos de
Teresa, camino a la eternidad.
ROMEO Y JULIETA
Ante las emociones que vivimos ese día en el aeropuerto, le
fallé nuevamente a Teresa, lo único que pude hacer fue
entregarle un obsequio, en una versión de bolsillo, le regalé
“Romeo y Julieta”, el libro más hermoso que podía darle, pero los
sentimientos de mi amiga, su existencia y muerte, fueron
imposibles de expresar. Nuevamente derrotada por el tiempo,
esperé a que la vida me diera un instante más tranquilo, el cual
no llegó, por lo menos, no en ese momento.
Al día siguiente del concierto que no se realizó por el diluvio
intenso de la noche, entraba en un lugar frío y distante de la
alegría anterior, era hospitalizada, a tan solo calles de Silvestre.
Las calenturas del día anterior en realidad eran fiebre. Ingresaba
con Bronquitis a la clínica, derrotada, llorando en silencio, sin
fuerzas y delirante en fiebre.
En la noche pude ver entre pesadillas y altas fiebres, a una niña
hermosa al lado de mi cama, estaba sentada en una especie de
silla de ruedas de colores y susurraba palabras ininteligibles, los
ojitos que me observaban eran los de Teresa, no me acusaban, ni
perdonaban, simplemente me miraban.
Al despertar me sentí agotada, más que enferma, me sentía
incompleta.
SIRENA DORADA
Transcurrieron algunos meses, y en mi pecho se abrigaban los
vacíos más terribles que el amor pudiera ocasionar. Cuando
decides ser feliz para siempre y tu decisión ha llegado tarde,
puede ocurrirte, lo que me sucedió. Regresé por fin a Valledupar,
y para mi sorpresa, Mathias ya no trabajaba en el Hotel, no
conseguí dirección alguna a la que se hubiera mudado, nadie
supo darme razones del hombre que amaba. Cuando dejé de
recibir sus correos y llamadas telefónicas, sabía que algo andaba
muy mal, pero nunca creí que él desaparecería de mi vida.
Esa tarde en la que me rendí y acepté que se había marchado
para siempre, necesité el consuelo del único lugar que el valle
podía entregarme por completo; y como quien llora la muerte de
un ser amado, derramé mil lágrimas a orillas del Río Guatapuri,
allí sentada entre las rocas, observada únicamente por la enorme
escultura de una sirena dorada. Era irreal que Mathias ya no
estuviera en Valledupar. Sentí tanta soledad que pensé que en
cualquier momento me lanzaría a las aguas de aquel hermoso río,
y dejaría que se llevara el amor que me quemaba en el alma.
Miré mis pies y me dije: << Zapatos rojos>> me los quité y
hundí las piernas en aquellas aguas cristalinas, solo hasta
entonces pude calmar las tristezas de decisiones tardías.
En el Guatapurí vi el atardecer más hermoso, que jamás haya
visto, La Sirena brillaba como un sol, porque él se reflejaba en
ella, era como una Diosa de oro, que aplacaba con su hermosura
mi corazón fragmentado; en ese mismo instante hundí mis manos
en las aguas diciendo:
<<Te entrego mi amor y mi odio, que tus aguas se lleven lo que
me consume, me perdono y me amo, te perdono y te olvido
Rafael, nunca más volveré a sentir siquiera odio por tu nombre,
yo declaro que te vas río abajo, en la corriente del Guatapurí>>
Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, pude dormir en
paz, sin tristezas, entendiendo que tanta desolación no se debía a
Mathias, o a mis sueños inconclusos, ni siquiera tenía que ver con
mis promesas a Teresa, todo el malestar que arrastraba dentro
de mí, se debía a mi incapacidad de perdonar a Rafael. Estoy
convencida, que la vida, el destino o como quiera que se llame
esa Ley universal, Mathias debía alejarse de mí, para que yo
pudiera cicatrizar mis heridas.
Regresé a mi ciudad con toda la paz que un alma puede tener; y
sobre todo, dispuesta a seguir el Silvestrismo como una forma de
vida, conocer las historias de quienes persiguen una voz, no por
su potencia o mensaje, si no por la armonía que ella produce, ese
cantor de ojos amarillos y alma transparente.
Desde entonces decidí escribir este diario para ti, paciente lector
Silvestrista.
EL ZAPATO ROJO
En este episodio del diario rojo, quiero dejar constancia, de lo
mucho que se puede llegar a sufrir, por ser fan, no por obra del
artista al cual sigues, quién ni tiene idea de lo que podemos pasar
por estar buscando tal vez, lo que no se nos ha perdido.
Aquella noche Silvestre tendría una presentación, en una ciudad
cercana a la mía, que sería, realmente concurrida, y a la cual no
tenía planificado asistir por la inseguridad que ofrecen eventos
enormes, pero como en el corazón de un fan no manda la razón,
me presenté, aún a pesar del augurio en mis sueños, la noche
anterior. Cometí el error de acercarme más y más al barandaje
cercano a la tarima del evento, la multitud me sofocaba, pero la
meta, estaba allí ante mí, en donde sólo se interponían unas
cuantas miles de personas, en lugar de quedarme atrás, como
cualquier mujer sola y sensata debería haber hecho, paso a paso
fui conquistando terreno.
El problema no fue avanzar, ni el calor, ni siquiera la sensación de
claustrofobia que sentí en ese momento, sino la euforia de
quienes al igual que yo, empujaban buscando un lugar cercano a
la tarima. Faltaba muy poco para que se presentara Silvestre, y
eso me empujó a agacharme entre la multitud. Hoy recuerdo lo
que hice, y no se si reírme o llorar mis ideas sin sentido.
Comencé a avanzar entre los silvestristas, gateando poco a poco
y me gané algunos insultos, otros se reían y otros ni se dieron
cuenta de lo que hacía, en tres oportunidades me pisaron las
manos; no tengo idea qué me pasó en esa oportunidad, olvidé mi
edad, mi profesión, olvidé que era una dama, y me comporté
simplemente como una niña traviesa.
Al levantarme, observé que aún me faltaba bastante para llegar a
mi meta, pero en ese mismo instante, los músicos de la
agrupación hicieron acto de presencia, y la locura se desbordó en
todos los corazones allí presentes, en no se qué espacio, la
multitud se desplazó, corrimos hacia delante; y caí, sentí como
me detenía el áspero asfalto, y por unos instantes fui arrastrada
entre la marea, raspándome las manos, las rodillas e
increíblemente perdí uno de mis zapatos rojos favoritos. Alguien
me ayudó a ponerme de pie, y el dolor fue terrible, Silvestre salió
al escenario y todos brincamos de alegría. Sentí como un hilillo de
sangre brotaba de mi rodilla derecha, pero la emoción contuvo el
dolor, tampoco eché de menos mi zapato, y después de todo,
seguí avanzando, poco a poco, la multitud fue cediendo y por fin
llegue a la baranda en frente de la tarima, levante la vista y sus
ojos amarillos, se clavaron en mi, él me estaba esperando.
CAPITULO ESPECIAL
Para mi gran sorpresa, me miró directamente a los ojos y sentí,
que de alguna forma, entre la multitud, él me reconocía. No
puedo decir, qué cantaba, o cuál era la melodía, solo podía verlo
a él en la tarima y vivir ese instante de mirarnos, de sonreírnos
como un par de cómplices.
Cuando Silvestre terminó de cantar, las personas comenzaron a
mostrar sus pancartas, alguien a mi lado le dio un regalo, era
algo así, como un arreglo de frutas, e incluso vi una mano
extendiendo una gruesa cadena de oro, que él no acepto.
La magia de un concierto, ciertamente te hace ver a tu artista
como un ídolo, recordé en ese instante que llevaba en mi bolso
un pequeño obsequio para él; y sin saber, ni en qué momento lo
saqué, lo tendí hacia arriba con ambas manos, tal cual, como
ofreciendo mi sacrificio a ese ídolo, y él sin dejar de mirar a su
fan, lo recibió.
- ¿Cómo te llamas? Preguntó Silvestre.
- ¡ANA! Grité ¡SOY ANA! Como si la vida se me fuera a
gritos.
- Ana, te doy las gracias, que bonito detalle de tu parte - Su
voz era sincera, serena, simplemente como si estuviéramos
solos. Se quedó mirándome.
- ¡YO TE REGALÉ ROMEO Y JULIETA! Volví a gritar entre la
gente que me asfixiaba. Silvestre sonrió y me lanzó, tal
vez, el beso más hermoso que un ídolo haya lanzado a un
fan, en toda la existencia de la humanidad.
- ¡Lo recuerdo! Dijo Silvestre y volvió a sonreír.
- ¡TE AMO! Grité fuera de mí. ¡TE AMO! ¡TE AMO! Me había
convertido en toda una fan.
El concierto continuó y solo recuerdo haberme puesto a llorar,
nuevamente lloraba por él, por mí, por Teresa, por mis seres
queridos, y me sentí agradecida de poder ser correspondida en un
instante, Silvestre sabía que me llamaba Ana, yo era Ana.
Tal vez, todo haya sido circunstancial, es posible que esa noche,
hubiera podido saludar a cualquier otra de las chicas que gritaban
su nombre, pero juro por lo más grande que tengo, que es mi
alma, que él sabía que yo existía, que algo más que el destino,
hizo que me mirara a los ojos. Sentí que había pagado con sangre
ese instante en mi vida, la herida de la rodilla era insoportable,
pero vivir es precisamente eso, aprender a sentir.
Cuando se acabó el concierto, las luces se apagaron y la magia
llegó a su fin, debí caminar mucho para poder alejarme de allí y
conseguir como irme a casa, pero no hubo transporte, y estando
completamente sola, caminé y caminé durante horas, comenzó a
llover y lo que había sido maravilloso, se convirtió en una
pesadilla, yo llevaba puesta mi chaqueta roja, me apreté a ella y
el frío me caló en los huesos, al ver mis pies recordé que había
perdido un zapato, y los guijarros de la carretera me lastimaban
terriblemente la planta del pie.
Cuando más sola y cansada me sentí, una camioneta se estacionó
a la orilla de la carretera por donde iba, una puerta se abrió para
mí.
Dudé en acercarme, y una voz preciosa, me animó a subirme al
carro.
- ¡Ana apúrate!, te estás mojando.
Al subir, sentí un frío increíble, estaba totalmente empapada, y el
ardor de la rodilla me hizo gemir.
- ¿Te pasa algo Ana? Dijo él.
- ¿Usted me conoce? Pregunté sin ver al chofer, me
comenzaba a sentir, realmente mal. Tenía mucha fiebre. Y
sin poder más, me desmayé.
Cuando desperté, estaba en una hermosa habitación, una mesita
de noche alumbraba el lugar, no sabía dónde estaba, ni qué me
había pasado, la fiebre había bajado y alguien me había puesto
un pijama. Me toqué la pierna y tenía un vendaje.
- ¿Hola? Murmuré. ¿Hay alguien aquí? ¿Hola?
- Por fin despertaste, ya me tenías asustado Ana. Unos ojos
amarillos me miraban fijamente, mientras el dueño de ellos
sonreía, pensé en ese instante que estaba soñando, que
había perdido la razón, Silvestre estaba conmigo dentro de
aquella habitación. Las lágrimas brotaron sin sentido, sin
control. Recuerdo haber temblado, me senté en la cama y
seguí llorando.
- Creo que estabas perdida, te encontramos caminando
cerca del aeropuerto cuando íbamos hacia él, te reconocí,
eres la silvestrista del regalo. Te pedí que subieras, tenías
mucha fiebre y mandé a los músicos en el vuelo y me
regresé a cuidarte, no sabía a dónde llevarte, así que te
traje a mi habitación en el hotel y pedí a una mucama que
te atendiera, mientras fui a buscarte un médico. El doctor
atendió la herida que tienes en la rodilla y te vendó
también el pie, te inyectó para la fiebre. ¿No lo recuerdas?
- ¡No! Murmuré ¿Tú eres tú? Pregunté quedamente.
Silvestre se sentó al borde de la cama, y volvió a sonreír. ¿Qué
hace una muchachita, sola en un concierto tan grande? –
Preguntó - ¿Cómo se te ocurre andar caminando por la carretera
de madrugada?
- Quería verte.- respondí sin dejar de llorar.
- ¿Y tu zapato? Solo traías uno, te pareces a Cenicienta – Su
sonrisa fue realmente hermosa.
- Lo perdí en el concierto, me caí, me pegué en la rodilla y
perdí mi zapato rojo. Contesté, calmándome un poco,
sintiéndome avergonzada.
Él me miraba intensamente, como queriendo entender mi estado
de nervios, trataba de ayudarme, pero en realidad no sabía qué
hacer. Hubo un silencio hasta que lo rompió con una simple
pregunta.
- Ana, ¿Quién es Teresa?
- ¿Cómo sabes su nombre? Pregunté, mi corazón se aceleró.
Su mano tocó mi rostro y secó mis lágrimas. Era él, no era
un sueño.
- Ya es de noche, pasaste todo el tiempo delirando y
diciendo ese nombre y el mío.
- Hace unos años cuando comencé a ser tu fan, y a llenar mi
vida del silvestrismo, conocí en Valledupar a una dulce
muchachita, que te amaba, mucho más que yo, ella estaba
enferma y en sillas de rueda, el cáncer se llevaba sus
sueños. Teresa, decía que tus ojos eran sus soles, mi
amiga se aferró a tu música, a vivir por ti, yo le prometí
que en ese concierto al que iríamos ella y yo… tú la
conocerías. Teresa murió unos días antes, y le prometí en
su tumba que tú sabrías su historia, y que te diría que tú
eres su sol en la eternidad.
Lo abracé como si estuviera a punto de perderlo para siempre,
me aferré a su cuello y dejé que todo el dolor saliera de mi alma.
Él me abrazó y susurró palabras que no recuerdo. Nunca pensé
que mi ídolo fuera tan humano, cuando vi sus ojos nuevamente,
en ellos había lágrimas por Teresa, yo no podía pedirle nada mas
a la vida, había cumplido mi promesa.
- Ana debo irme, estoy retrasado para un concierto, pagué
los gastos del hotel, el médico dijo que descansaras,
duerme un poco, recupérate y ten cuidado con la pierna, la
herida tenía un vidrio muy grande, así que, debes limpiarla
hasta que cicatrice, tu ropa está lavada, la coloqué en el
armario ¿Quieres que llame a alguien? ¿Necesitas dinero?
- No, estaré bien, vivo cerca de esta Ciudad, no te
preocupes, gracias por haberme cuidado.
- Prométeme que no volverás a ser tan imprudente.
- Lo prometo, palabra de silvestrista. Mis palabras lo
hicieron reír, se acercó a la cama, colocó su frente junto a
la mía.
- Cuídate mucho mi muchachita – Dijo dándome un beso en
la frente. Me gusta mucho que me miren esos ojos negros
que tienes, así que te me cuidas.
Y se fue, dejando la habitación vacía, él llenó mi vida por
completo, y esos instantes a su lado fueron como un sueño. Un
lugar a donde mi alma ha aprendido a ser plenamente feliz, en los
sueños, puedo verlo seguido, recordar sus palabras, sus miradas,
su música. En mis sueños no hay tristezas, no hay depresiones, y
de vez en cuando Teresa me visita para saber que estoy bien.
A la mañana siguiente, busque mi ropa en el armario y junto a
ella había una hermosa caja roja con una tarjeta, mi corazón
comenzó a latir aceleradamente
<< Con amor para mi
Cenicienta Silvestrista.
Silvestre Dangond>>
<<Zapatos rojos>> sonreí.-
PALABRA DE SILVESTRISTA
En ese instante miré a mi gran hermana silvestrista, como si por
primera vez en la vida, entendiera que cuando te dicen no, la
respuesta es sí.
- ¡Ana te has vuelto loca! Dijo Amparo ¿Tu empleo? ¿Tu
familia?
- Lo siento Amparito, renuncio, me voy a Colombia. Respondí
mientras empacaba mi maleta. Necesito buscar a Mathias,
tengo que encontrarlo.
- Tú te vas es detrás de Silvestre, a mi no me engañas
¿Conocerlo no fue suficiente? Tienes que parar ya Ana.
Tomé su mano entre las mías, y sonreí lo mejor que pude.
- ¡Ven conmigo!
- ¿Qué?
- Vamos Amparo, vámonos de aquí, vente conmigo a
Cienaga.
- ¿Qué vamos hacer allí? ¿mi programa de radio? ¿De qué
vamos a vivir?
- El programa es muy importante, tienes razón, sin ti y sin
Raquel no hay silvestrismo en la ciudad, necesitamos
seguir luchando día a día por Silvestre en Venezuela.
Quiero que confíes en mí, he ahorrado algo y me cuidare
mucho, hay silvestristas que quiero conocer, además es
posible que alguno de ellos sepa dónde está Mathias.
- Ana Cienaga, es un pantano y queda muy lejos. Dijo
Amparo y sus ojos verdes me reprendieron.
- Confía en mí, estaré bien.
- ¿Y tu familia?
- Creen que voy a hacer unos estudios de derecho a
Colombia, por favor Amparo, nada de hablar con mi madre
¡Júralo!
- ¡Palabra de Silvestrista! Te mataré con mis propias manos,
si tengo que ir a buscarte, la herida de tu rodilla aún no
cicatriza y ahí vas en busca de acción y emoción.
- Tendré cuidado, no volverá a pasar, se lo prometí …
- Sí, sí, ya no me saques en cara el beso en la frente o me
olvido de nuestra amistad. Dijo Amparo, caminando de un
lado al otro en la habitación.
Tomé mi maleta y un bolso pequeño <<mis sueños caben en un
bolsito>> pensé. Me coloqué mis zapatos rojos, y dejé guardado
en un cofre, mi anillo de graduación. En mi habitación se quedaba
Ana la abogada, y quien llevaba la maleta, era Ana la Silvestrista.
Estaba feliz de irme por un buen tiempo, había renunciado al
bufete y retirado todos mis ahorros, incluso vendí, ropa, carteras,
tacones, y muchas cosas más, necesitaría todo el dinero que
pudiera llevar, porque, en el fondo de mi corazón, no deseaba
regresar. Tenía una carrera que me agobiaba, en la que debía ser
fría, calculadora y donde jamás los sentimientos deben
involucrarse, luego de 10 años de ejercer, necesitas “aire”.
Me despedí de Amparito y sin más, me llevé mis sueños a otra
parte.
En esta oportunidad no viaje en avión, para poder economizar,
me trasladé en autobús, no tenía idea de lo lejos que quedaba la
frontera, pasé 24 horas de viaje, al bajarme en Maracaibo, casi
grito, lo único bueno del viaje, fue lo mucho que pude pensar,
organicé mi mente, mis acciones, anote algunos planes, tache
otros cuantos, pero el primer destino en la lista sería Valledupar y
la meta sería llegar hasta Cienaga, en Magdalena – Colombia.
NO ME COMPARES CON
NADIE
Maracaibo, era el mejor lugar para empezar mis planes
silvestristas, en esa ciudad encontraría a alguien que más que
una aliada, sería mi amiga, y me ayudaría a estructurar lo que
sería mi próximo año de vida.
Una noche, de las tantas que viví en Valledupar, Mathias me
había dicho, que para conocer el silvestrismo tenía que ir a
Cienaga en el Magdalena – Colombia; que para poder entender
cómo se sentían las canciones de Silvestre en Venezuela, debía
encontrar a Lorayne López en Maracaibo, que no bailaría igual en
mi vida si llegaba a conocer a Sergio Tarazona de Bucaramanga,
y que, la punta de lanza de ser un verdadero fan estaba en la
Cienaga; y así, como el que busca encuentra, me fui detrás de la
pista, y estando en Maracaibo con la ayuda de las redes sociales,
conseguí a Lorayne.
En esos días se aproximaba el lanzamiento del nuevo CD de
nuestro artista, “No me compares con Nadie,” así que estando en
Maracaibo, me enteré que ya todos los silvestristas estaban en
Valledupar, Lorayne me esperaría en el valle para conocernos.
Cruce el puente de Maracaibo por primera vez en mi vida, y sentí
nostalgia, su larga distancia y lo bello de sus aguas se quedaron
grabadas en mi memoria, me imaginé a Silvestre cruzando ese
mismo puente, 10 años antes, cuando viajaba para ganarse la
vida en pequeños conciertos; al igual que yo, cruzaría ese puente
en busca de mis sueños, solo que en sentido contrario.
Una cosa es llegar a Valledupar en avión, y otra muy diferente es
llegar por carretera, en viajes anteriores, me había perdido la
belleza y sencillez de Maicao, así como del camino de La Guajira,
subir a un taxi pirata, fue igual de emocionante que un concierto,
el conductor no dejó de colocar vallenatos.
A orillas de la carretera observé en varias oportunidades mujeres
de piel tostada, con largos trajes de colores que ondeaban al
viento. A las dos horas de camino, nos detuvimos por agua y
café, era aún de mañana pero el calor ya era insoportable. En
aquel lugar lejano, me llamó la atención una pequeña niña
Guajira, llevaba puesta una sencilla manta roja, ella cubrió su
cabello con una tela igual a la del vestido, pensé en una niña
árabe del desierto. <<En la Guajira hay Beduinos>> susurré.
Pocas horas después, me bajaba nuevamente del sofocante
vehículo, pero el lugar más amado del planeta, nuevamente mis
pies me habían llevado al valle del Cacique Upar, la ciudad era un
bullicio de gente, vallas, pancartas, vehículos con sonido a todo
volumen, era el día del lanzamiento y llegaban a la región
silvestristas de todas partes.
Luego de dejar mi equipaje en el hotelcito económico en el que ya
había planeado quedarme. Pinté mi vida de rojo y me fui a la
caminata que daría Silvestre esa tarde, en donde me esperaban
dos grandes sorpresas.
Cuando le escribí por correo a Lorayne, y le pregunté donde nos
encontraríamos o cómo nos reconoceríamos, ella simplemente me
respondió, “te encontraré” respuesta que me dejó algo escéptica,
pero el silvestrismo te enseña que debes aprender a confiar, y
eso hice. Al llegar a la calle de la caravana roja, creí estar en un
concierto, la cantidad de gente desbordada por la calle y vestida
de rojo, me resultó impresionante, estaba convencida que no
lograría verme con Lorayne.
- ¡ANA! ¡ANA! Alguien gritó muy fuerte mi nombre. Cuál
sería mi sorpresa al voltearme, una muchacha de finos
rasgos guajiros, muy atractiva, me sonreía, vestida de
tricolor y rojo, se dirigió hacia mí con los brazos abiertos de
par en par. La reconocí inmediatamente era Lorayne López.
- ¡Te encontré Ana! Llevaba en las manos una enorme
bandera de Venezuela. Conocerla fue emocionante, no
estaba acostumbrada a sentir que conocía perfectamente a
una persona, aún cuando jamás la había visto en mi vida.
<<Esto es el silvestrismo>> pensé.
Me tomó de la mano, cuando aún no salía de mi asombro de
haberla encontrado, cuando gritó ¡ANA MIRA, ANA ES SERGIO!
Un joven corría hacia nosotras, la tomó en sus brazos y la alzó
como quien encuentra a una niña perdida, yo estaba
conmocionada, era como encontrar a los amigos del alma, Sergio
me vio, me abrazó fuertemente y me llamó por mi nombre, le
correspondí el abrazo. Su olor me es inolvidable, llevaba una
fragancia masculina y lo blanco de su piel me recordó a Silvestre.
Las redes sociales en nuestras vidas como silvestristas, son la
herramienta más poderosa que tenemos, incluso más que las
cartas o misivas en las guerras mundiales pasadas, nos
conocemos, vivimos pendientes los unos de los otros, reímos y
lloramos con nuestras historias, y si tu estás leyendo este diario,
estés donde estés, me conoces y se también, que algún día nos
conoceremos.
Esa tarde en la calle roja del silvestrismo, vi bailar a Sergio,
pensé que se le caería la cabeza, y como bien me había contado
Mathias, ya nada sería igual. La gente comenzó a gritar y
aglomerarse alrededor de un vehículo blanco, era una camioneta,
yo no entendía que pasaba, pero Sergio agarró a Lorayne y ella
me tomó de la mano y nos arrastró al centro del bullicio.
¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Coreaban el mar de gentes, unos
empujaban, otros lloraban, todos gritaban. Unos ojos amarillos
me observaron, él me sonreía y saludaba, cómo si fuera la
primera vez.
LA GRINGA
Intentamos acercarnos a Silvestre, pero la multitud nos fue
alejando más y más, todos gritaban, y él nos saludaba lanzando
besos y sonriendo, en varias oportunidades bailó en la camioneta
al son de la música del nuevo CD, la gente estaba como
hipnotizada por el ídolo.
- ¡Hora de irnos! Dijo Lorayne.
- ¡No! Vamos a seguir la caravana. Dijo bailando Sergio.
Lorayne me sacó del bullicio, y dejamos a Sergio brincando como
una cabra desenfrenada en la multitud.
- ¿A dónde vamos? Quise saber.
- Ana, tenemos que irnos ya, de lo contrario entraremos de
últimas al concierto, en cambio si nos calmamos y nos
vamos ahora mismo, entraremos de primeras y lograremos
estar adelante en el concierto, confía en mí.
Sus ojos brillaron con tal intensidad, que tomé su mano y salimos
corriendo en sentido opuesto a la caravana roja. Al llegar a una
avenida, Lorayne paró un taxi y lo abordamos.
- Rápido señor, al Parque de la Leyenda Vallenata. Dijo
Lorayne entregándole varios billetes.
El taxista como un rayó nos llevó a nuestro destino. De todas
partes llegaba gente, pero fuimos las primeras en llegar a las
puertas del parque. La nostalgia me golpeó de pronto. Recordé a
Mathias a mi lado unos años antes, después de la muerte de
Teresa, y sentí que no podría entrar sin él. Lorayne notó que algo
pasaba y me abrazó.
- Tranquila Ana, estaremos bien, sonríe Silvestre nos vio en
la caravana, estoy segura.
- Yo creo que me miró, pero entre tanta gente, no estoy
segura. Dije tratando de que Lorayne pensara que eso, era
lo que me tenía triste, no deseaba hablar de Mathias.
- Nos lanzó un beso, pero te quedaste petrificada, tienes que
animarte, esto apenas comienza.
Desde las tres de la tarde nos plantamos a las puertas del parque
de la Leyenda Vallenata, donde se realizaría el lanzamiento de
“NO ME COMPARES CON NADIE”, a cada segundo llegaban más y
más silvestristas, y a diferencia del lanzamiento de “EL
ORGINAL”, todos vestían de rojo, cantaban, gritaban, estaban por
todas partes, portando sonrisas en sus rostros, todo a mi
alrededor era un jolgorio.
A las seis de la tarde, éramos una larga masa roja que estaba a
punto de ingresar al parque, al abrirse las puertas, entramos y
luego de ser revisadas por la seguridad, teníamos el camino libre
para incorporarnos con calma hasta donde sería el concierto.
- ¡ANA CORRE! Gritó Lorayne.
Las muchachas que venían a mi espalda también corrían, y no
tuve más remedio que hacer lo mismo, entendí en ese instante,
que todos deseaban pegarse a la baranda como nosotras, esa era
realmente la meta. Corrí, corrí como si se tratara de mi vida.
Al llegar a las enormes puertas de entrada, nos detuvimos
jadeando y riendo. De forma estremecedora sonaba “LA
GRINGA”, y esa canción disipó mis tristezas, estaba donde quería
estar, y viviría lo que anhelaba vivir.
Al ingresar a las instalaciones del parque, me sorprendió su
inmensidad, estaba completamente vacío y pude detallarlo, su
belleza me deslumbró, ya que, la vez anterior lo había visto de
noche y la tristeza de la muerte de Teresa me consumía.
Por un instante imaginé a Alejandro Duran, en la tarima, tocando
“Un pedazo de acordeón”, el primer Rey vallenato me recibía en
mi imaginación, las lagrimas brotaron de la emoción y me lancé a
correr nuevamente.
Estaba en un lugar sagrado, donde año a año se realiza el festival
de la Leyenda Vallenata, me abracé a una baranda de hierro al
lado de Lorayne, las dos brincábamos de alegría, en instantes
estábamos rodeadas de la marea roja.
Durante horas el parque se fue llenando, las canciones de
Silvestre nos emocionaban a cada instante, el sonido era increíble
y la alegría de todos los silvestristas se unía en una sola voz, y
todos cantábamos a coro.
A las 10 de la noche, estaba totalmente exhausta, permanecimos
de pie pegadas al tubo, mientras entraba hasta el último
silvestrista, y las gradas parecían venirse encima con tantas
aclamaciones del ídolo.
Sentía a esa hora un dolor inenarrable en los pies, y me creía
incapaz de continuar. Lorayne llena de una vitalidad asombrosa
estaba como si nada, y se veía radiante, su forma de vestir con la
bandera venezolana la hacía resaltar entre los que estábamos de
rojo. Sonreí entendiendo porqué Mathias me había dicho que
debía conocerla, su forma de vivir el silvestrismo era autentico,
estaba al lado de una silvestrista que dejaba en claro, que
Venezuela estaba con Silvestre, manifestando su sentido de
pertenencia.
- ¡ANA, ANA! Gritó Lorayne.
Las luces se encendieron en la tarima y el clamor del pueblo fue
un coro infinito, un enjambre de dulces voces.
- ¡SILVESTRE!
- ¡SILVESTRE!
- ¡SILVESTRE!
Explicar lo emocionada que estaba me es casi imposible, el dolor
que me producían los pies me sacaron múltiples lágrimas, me
perdí, ya no era Ana, sino una Silvestrista unida a una masa de
gentes que saltaba, y casi sin darme cuenta, cuando Silvestre
salió a escena cantando, bailé y bailé como lo hacía Sergio, mi
cuerpo se convirtió en un trompo, me sentí feliz, eufórica, viva,
absolutamente convencida de que estaba viva. Lloré a rabiar,
grité hasta quedarme sin voz, bailé como jamás lo había hecho en
mi vida. Pero entre 33 mil personas, fue imposible que él me
viera. Así que simplemente bailé, bailé hasta más no poder.
- ¡SI SE VA A CAER EL PARQUE, QUE SE CAIGA! Gritó
Silvestre.
Cuando Juancho su acordeonero de entonces, comenzó a
interpretar “LA GRINGA”, sentí que el parque se caería. Al gritar y
bailar, mi mayor felicidad fue, que estaba convencida que esa
canción abriría las puertas de América al Silvestrismo.
Juancho de la Espriella tocó con tanto sentimiento el acordeón,
que cada sonido de aquella caja europea, manejaba nuestro
cuerpo como si fuéramos marionetas entre sus dedos. Estaba tan
emocionada que le di la espalda a Silvestre y por primera vez me
maravillé de la masa roja, que me acompañaba, más de 33 mil
almas felices, cada una con historias sorprendentes y tan
distintas, allí habían silvestristas de todas partes, adinerados y
humildes, hombres, mujeres y niños. Los amé a todos en ese
instante por llenar mi vida con su alegría.
- ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE
OLVIDO! Gritó Silvestre al interpretar otra canción.
Volví a mirarlo y mi ídolo repitió ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS
ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO! Y grité muy fuerte, era la frase
más espectacular que le había escuchado. Pensé en Rafael y yo la
grité ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE
OLVIDO!
Casi finalizando el concierto, pasó algo realmente hermoso,
Silvestre llamó al escenario al compositor de la canción “LA
GRINGA”, el joven era Isacc Calvo, un hombre sencillo que
ovacionamos los silvestristas. Según nos contó el propio Silvestre,
el muchacho era un vendedor de Butifarra, una especie de chorizo
que se come en Valledupar, y que se vende de forma muy sencilla
por la calle, pues bien, este hombre humilde y trabajador, ahora
tendría una oportunidad maravillosa de vivir mejor; ya que, con
el dinero de las regalías de otras canciones, había estudiado y se
había logrado graduar de abogado, pero que ahora obtendría
mucho más por su nueva composición, algo que me emocionó
mucho. Verlo cantar su canción y bailarla, me conmovió, porque
su vida había cambiado, como la mía, de forma contraria, pero
ser feliz, era lo más importante para ambos.
Al terminar el concierto caí en cuenta del dolor de mis pies, el
cansancio me embargó por completo, salimos satisfechos del
concierto, sin saber que afuera había un motín, muchísimas
personas se quedaron por fuera del concierto, la policía arrojó
bombas lacrimógenas en la calle para dispersar el tumulto, todos
corrimos y sin darme cuenta Lorayne y yo nos habíamos
separado, entre los árboles del parque fui en dirección contraria al
lugar del conflicto, cuando un caballo se me vino encima y caí a
tierra, no entendía que pasaba, el susto fue peor, el rostro de
Mathias estaba ante mí salido de la nada.
MARTIN
No era Mathias, quien casi me atropella con su caballo, al hablar
lo reconocí, su voz era distinta, era Martín, el hermano gemelo de
Mathias.
- Lo siento señorita, no la vi ¿Que hace de este lado del
parque? Preguntó apeándose del Caballo.
- Me asusté, buscaba una salida Martín.
- ¿Me conoce?
- Soy Ana, amiga de tu hermano Mathias.
- ¿Ana, eres tú? Me abrazó muy fuerte.
- Sí ¿Me conoces?
- ¡Sí! Eres el amor de mi hermano, claro que te conozco, ven
sube al caballo, salgamos de aquí.
Fue alentador sentarme, el caballo era enorme y me hacía sentir
como una princesa rescatada, pero por el hermano gemelo del
príncipe.
- ¿Qué ha pasado? Quise saber.
- Nada, todo bajo control, puedes estar tranquila, son solo
medidas para que la gente que no pudo entrar al concierto
y que se puso inquieta se dispersé, tú sabes, evitar
mayores problemas.
- ¿Pero caballos, por qué caballos? Me has dado un buen
susto.
- Dentro del parque nos es más fácil, la seguridad de los
silvestristas en general es nuestro trabajo en cada
lanzamiento. Hoy gracias al cielo, todo ha salido bien.
- ¡Menos mal! Dije.
- Buscaremos un taxi y podrás irte a casa.
- Martín, dónde está Mathias. Por qué te has hecho policía,
no entiendo nada.
- No soy policía, es un empleo nada más. Mi hermano está
en Sierra Nevada, o eso creo, hace ya unos meses que no
se comunica.
Saber noticias de Mathias me llenaba el alma, ver a su hermano
como si fuera su retrato, me resultaba terrible, quise besarlo. Él
sonreía de una forma tan encantadora que ir pegada a su pecho
para no caerme del caballo, era la peor de las torturas. Al llegar a
la calle, Martín desmontó del caballo y me ayudo a bajarme, el
dolor en los pies fue insoportable, estaba realmente adolorida.
- ¡Gracias Martín! Dile a Mathias que estoy en Colombia
cuando hables con él.
- ¿Dónde puede encontrarte?
- No puede. Mañana me voy del Valle, voy a buscarlo a la
Sierra Nevada.
El gemelo sonrió y su rostro iluminó mi vida, como si fuera el
propio Mathias, nos despedimos como los mejores amigos del
mundo, abordé un sencillo taxi y di gracias a Dios cuando me
lancé a mi pequeña cama de Hotel.
<<El destino no es cruel, es mi cómplice>> Pensé.
EL SUEÑO
Antes de quedarme dormida, llamé a Lorayne dejándole en la
contestadora un mensaje con lo ocurrido, para que no se
preocupara, le pedía que nos viéramos por la mañana en la plaza
Alfonzo López.
Mi último pensamiento antes de dormir fue confuso, primero en
mi mente vi a Mathias, pero luego se transformó en Silvestre,
tomé su mano y la oscuridad nos envolvió.
Soñé que caminábamos por un río, las aguas eran oscuras y el
torrente era impetuoso, sentir su mano cálida junto a la mía
parecía tan real, el sonido del agua era tan preciso. A nuestro
alrededor volaban cientos de mariposas.
- ¿Sabes que te amo? Dijo él. Y sus ojos me contemplaban
tan intensamente, que me sentí desarmada… lo deseaba.
- No, no lo sé, ¿Me amas? Contesté en mi sueño. Acariciando
su nariz lentamente y mis dedos tocaron sus labios.
- Amo tus ojos negros Ana. Dijo suavemente.
De pronto todo se oscureció, estaba sola de pie ante un espejo,
mi rostro había envejecido, mi cabello era canoso, me contemple
tocándome las arrugadas mejillas; y dos gruesas lágrimas
brotaron de mis ojos marchitos.
Desperté de pronto y toqué mis mejillas, estaba llorando, pero mi
piel era la misma.
- ¡Fue una pesadilla! Dije en voz alta.
Y al levantarme de la cama, todo el cuerpo me dolió, en especial
el cuello. Mi nueva forma de bailar la música vallenata me pasó
una fuerte factura, me sentía como si tuviera un latigazo cervical.
El dolor me hizo gemir; no había envejecido en lo absoluto, como
en el sueño, pero la columna ese día, fue el de una anciana de
100 años, como la mujer del espejo.
Al bañarme el agua cristalina y fría de Valledupar me devolvió el
alma al cuerpo, recordé que en el sueño, le tocaba los labios a mi
ídolo y mis mejillas se enrojecieron.
- M A T H I A S ¿Recuerdas Ana? Me dije. Cómo podía
desear tanto besar a Silvestre, cuando buscaba
desesperadamente al hombre que amaba, mis sueños
estaban traicionando mi corazón.
Cuando encontré a Lorayne en la plaza, nos abrazamos como
hermanas, le expliqué cómo me había perdido y quién me había
rescatado.
- Necesito tu ayuda. Dije.
- ¿Qué estas planeando? Preguntó Lorayne con los ojos como
platos.
- Voy en busca del hombre que amo.
- Silvestre se ha ido esta mañana de Valledupar Ana.
- Bueno, bueno, no me explique. Sonreí. Busco a alguien
muy especial en mi vida.
- ¡Por eso Silvestre! Y su respuesta nos hizo reír a las dos.
- Se llama Mathias, su hermano gemelo fue quien me ayudó
anoche y me dijo donde encontrarlo, pensaba irme a
Cienaga hoy, pero queda pospuesto, voy a buscarlo.
- ¿Dónde está? Preguntó Lorayne colocando las manos sobre
sus mejillas, como si le estuviera contando un cuento de
hadas.
- En la Sierra Nevada de Santa Marta.
- ¡Carajo! Exclamó, ¿Pero dónde? ¿Nabusimake?
- No, a la Sierra Nevada
- Por eso Ana, la Sierra Nevada es inmensa, y la población
que se puede visitar normalmente es Nabusimake.
- Entiendo, bueno si allí debo ir entonces.
- Tengo lo que necesitas, conozco alguien que te puede
llevar y estarás a salvo con él. Debemos ir a buscarlo, es
un gran amigo mío y estoy convencida que nos dirá que sí.
Pero debes pensar que vas hacer, si tu Mathias no está allí,
así que te recomiendo que si no lo encuentras sigas tu
camino a Cienaga, cualquier cosa, me llamas o me escribes
al correo, pero no te detengas, tu viaje es silvestrista, no
te apartes de tu camino, si has decidido ir a Cienaga allí es
a donde debes ir ¿Entendido?
- Palabra de silvestrista. Juré levantando mi mano derecha y
la abracé como si fuera una verdadera hermana.
<< Te encuentro o me encuentro a mi misma>> pensé.
NABUSIMAKE
José Luís, el hombre más alto que había visto en mi vida, era el
amigo de Lorayne, que aceptó llevarme a Nabusimake, sin
cobrarme absolutamente nada, subimos a su jeep, me despedí de
mi gran amiga, y confié en que lo que hacía era correcto, o eso
me decidí a creer.
Para mi sorpresa, José era venezolano, y llevaba mucho tiempo
viviendo en Valledupar, era muy robusto, pero de mirada dulce; y
que aunque era un completo y gigante desconocido, me sentía
segura a su lado.
- Llegaremos de noche chinita. Dijo él.
- No importa. Murmuré.
- Si importa bella, tendremos que quedarnos en un pueblito
y saldremos de nuevo al amanecer, el Jeep llega hasta
cierta parte, de allí subimos en mula o a caballo, depende
de quién nos los alquile.
- Ahora sí que no tengo idea a donde voy, no vamos es a
una población.
- Así es chinita, una población indígena. Y su carcajada ante
mi ignorancia me dio tranquilidad.
Viajamos en silencio, contemplé la carretera y dejé que mi mente
jugara viendo cosas por la ventana. Me imaginaba corriendo
agarrada de la mano con Silvestre. Entre los árboles veía como
nos mirábamos a los ojos, yo tocando sus mejillas y él mis
cabellos negros, yo sosteniendo fijamente mi mirada y él
reflejándose en mis ojos.
Estaba tan cambiada, antes solo importaban las decisiones
proferidas por los más altos tribunales de Venezuela, el
levantamiento del velo corporativo, la carga de la prueba y la
perfección del calculo de la antigüedad de los trabajadores; en
cambio ahora mi mente era un lugar de mariposas azules
bailando al sonido de un acordeón, en búsqueda de un amor y
anhelando los besos de un ídolo, siendo una mujer de veintiocho
que se ilusiona y apasiona como una de dieciocho.
Al anochecer descansamos en un pueblito a los pies de la Sierra
Nevada, el cansancio me venció enseguida, todavía me dolía
enormemente el cuello y mi columna seguía envejecida.
Mil mariposas azules alzaban el vuelo, yo estaba vestida con una
manta Wayuu, blanca como el algodón, descalza pisaba la tierra
de un lugar donde antes no había estado jamás, y de pronto unos
ojos amarillos me observaban, no se trataba de Silvestre, era
alguien más, algo que me hizo temblar de miedo.
Un hombre joven, de cabello dorado como el sol, me arrastró por
los aires, me sentí caer al vacío, como si volara en el sueño, la
brisa gélida, congelaba mis mejillas. Intenté gritar, pero no pude,
lloraba de miedo, un demonio con fuego en los ojos, me había
llevado con él.
- ¡NO! Grité despertando del sueño, estaba congelada de
miedo, algo o alguien estaba en la habitación, al encender
la luz, no había nada.
En la mañana salí de la habitación que había alquilado José Luis,
lo encontré en la cocina de la casita, tomando una enorme taza
humeante de café.
Una hermosa anciana me sirvió un poco de café y sentí que el
miedo desparecía.
- Chinita te vez espantosa, no dormiste bien, se te nota.
- ¡Pesadillas! – Fue todo lo que contesté.
- Coma algo. Usted esta flacucha.
- No tengo hambre. Murmuré frunciendo el seño.
- Coma, porque si se desmaya, la dejo botada en la sierra, ni
crea que la voy a estar cargando. Dijo dedicándome una
hermosa sonrisa.
Aunque ya acostumbraba a comer más, y había aumentado de
peso, los estragos de años pasados por no engordar, me hacían
ver algo hambrienta.
Desayunamos, tomé dos tazas de café más, pagamos a los
ancianos que nos habían atendido, y continuamos el viaje.
Había un poco de neblina pero el sol ya comenzaba a despejarla.
- ¡Ana mira! Ahí la tienes, la hermosa Sierra de Santa Marta.
Ante mí observe un cuadro pintado por la mano de Dios, era
imponente, nos acercábamos más y más a ella en el jeep, y
parecía que más lejos estaba. José Luís consiguió en donde dejar
el Jeep y alquiló un caballo para él y una mula para mí, debí
verme graciosa arriba del pobre animal, porque José no paraba
de reír, subimos la montaña en compañía de otros aldeanos que
también iban a Nabusimake.
- La columna se me va a romper José, no había otro
animalito mejor ¿verdad?
Las carcajadas de los hombres me enfurecieron y me concentré
en montar lo mejor posible, José no hacía más que reírse cada
vez que me quejaba, y la mula era tan fuerte que temía que me
arrojara en cualquier momento.
Después de que pasaran lo que fue para mí un siglo, nos
apeamos para comer algo y dar de beber a los animales, el clima
era encantador, pero en mucho tiempo me sería imposible volver
a sentarme como un ser normal, los dolores de espalda eran
insoportables.
<<Juro que si Mathias no está allí arriba, el día que lo vea lo
patearé>> Pensé.
Cuando por fin llegamos a nuestro destino, pensé que estaba en
otro mundo, el aire puro y el verdor de aquel lugar, era mágico,
me enamoré perdidamente de Nabusimake.
Era un lugar distinto a cualquier otro, habían muchas casitas de
piedra, eran circulares y por todas partes estaban sus habitantes,
los indígenas Arhuacos, con sus poporos y vestimentas blancas,
una mujer tenía una manta blanca como el algodón, la misma
manta de mi sueño, no era Wayuú, era Arhuaca, verla me hizo
sentir miedo.
- Conseguí donde quedarnos esta noche, aquí vive un
compadre, un Arhuaco que toca el acordeón, se que te vas
divertir mucho esta noche con nosotros, así no encuentres
a tu media costilla aquí.
- José ¿Cómo sabes que busco a un hombre?
- Y por qué más una señorita tan refinada se subiría a una
mula, no creo que hayamos venido por una mochila
Arhuaca.
Sonreí y fui a buscar a Mathias, caminé un buen rato, saludando e
intentando entender que haría un muchacho como él en un
asentamiento indígena. Está de más decir que no lo encontré,
pregunté a varios Arhuacos que hablaban muy bien el español,
pero nadie supo decirme, al parecer era normal que mucha gente
los visitara.
Al regresar con José Luís, él me esperaba con una mochila
Arhuaca blanca con negro, era hermosa.
- ¡Esto es para ti!
- ¡No puedo! Respondí.
- Sí puedes aceptarla, es un regalo, no seas malcriada, que
la compré con cariño, las tejen durante días, así que no son
económicas.
- ¡Gracias José! Dije colocándome de puntillas para darle un
beso en la mejilla, pero como no lo alcance, me alzó como
a una niña, y pude darle un beso. Sus mejillas se
enrojecieron como un tomate.
- ¿Conseguiste al hombre?
- Nada.
- En la noche le preguntamos a mi compadre, ven comamos
algo, muero de hambre, sería capaz de comerme una vaca
entera.
- Si, ya lo creo. Y los dos nos reímos a carcajadas.
EL DUENDE
Al atardecer, me alejé un poco de la población, deseaba estar
sola, comenzaba a hacer frío, y mi corazón como todas las
noches, intentaba llenarse de sentimientos de tristeza, el
compadre de José Luís, no había regresado de Pueblo Bello, el
pueblito donde nos atendieron, antes de subir la Sierra.
Caminé alejándome del sendero y subí a una cima, desde allí vi
como el sol se escondía lentamente, llenando el cielo de un
dorado entristecido. El dolor me rondaba el alma, intenté no
pensar en Mathias, y en su lugar busqué en mis recuerdos,
alguien que lograba espantarme la tristeza; pensé en Silvestre,
traté de alejar el dolor de no encontrar a Mathias, con la sonrisa
de ese amor secreto, que llevaba escondido dentro del alma.
- ¡TE AMO! Grité. ¡TE AMO! ¡TE AMO!
Una ventolera me arropó los pensamientos, y mis largos cabellos
flotaron como una bandera negra, las ramas de los árboles
crujieron soltando hojitas al viento. Creí que en ese instante, la
montaña conspiraba, llevando mi grito hasta Silvestre. Arrojé un
beso al aire y con toda mi fe, rogué para que llegara a sus
mejillas.
De pronto, me sentí observada y entendí que estaba
oscureciendo, que debía regresar con los demás. Mi piel se erizó
con una especie de escalofrío que me heló la sangre.
Estaba aterrada. Intenté correr, pero el camino era empedrado y
resbaloso, por más que me apresuraba no encontraba el sendero
de regreso.
- ¡Cálmate! Murmuré.
Frente a mí y salido de la nada, estaba el muchacho de mi
pesadilla, vestido de forma extraña, con una camisa blanca
manga larga y un pantalón mugriento de color amarillo. Al verlo a
los ojos, sentí pánico, su mirada era maligna.
- ¿QUIÉN ES USTED? Grité sin poder moverme lo más
mínimo, tenía increíblemente, el miedo jamás sentido
dentro del alma. ¡QUITESE O NO RESPONDO! Volví a gritar
y la voz se me quebró. ¡QUITESE! ¡QUITESE!
Cuando dio un paso hacia mí, salí corriendo en sentido contrario y
resbalé, caí al suelo, y unas manos me agarraron.
- ¡SUELTEME! Grité aterrada.
- ¡CÁLMATE ANA! cálmate, no pasa nada, soy yo José Jorge.
Con la poca claridad que quedaba, vi el rostro de otra persona, un
muchacho Arhuaco.
- Sácame de aquí, ayúdame, sácame de aquí ¡Ya! Dije
tocándole el rostro con desesperación.
El muchacho que me había ayudado, era el compadre de José
Luís, al enterarse que estaba vagando por el bosque, salió a
buscarme de inmediato.
Para calmarme me dieron varias bebidas calientes y me acostaron
en una hamaca dentro de una de las casitas, y José Jorge le pidió
a todos los presentes que nos dejaran solos. Todos obedecieron al
instante.
- Te incluye José Luís, sal un momento, debo hablar con ella.
- Chinita solo fue un susto, no paso nada reina. Dijo José
Luís a modo de que recobrara la compostura.
- ¡Salga compadre! Insistió el joven.
- ¡Aja! Ya me voy.
- ¡Ana! ¿Qué o a quién viste? Me preguntó el muchacho
cuando nos quedamos a solas.
- Era un muchacho muy bonito, pero me dio mucho miedo,
soñé con él anoche, antes de venir a Nabusimake.
- ¿Era humano? Preguntó mirándome fijamente.
- ¡Claro que era humano! ¿Qué quieres decir?
- Y entonces por qué estabas espantada cuando llegué.
- Me causó un susto de muerte, tú lo viste estaba justo
enfrente de mí, había fuego en su mirada.
- No Ana, no lo vi…. Mañana mismo te vas de la Sierra, eso
que viste es un duende.
- ¿Un qué? Pregunté confundida.
- Eres muy bonita Ana, ha sido una locura de mi compadre
traerte a esta tierra, y menos dejarte sola en el bosque,
eso ha sido lo peor, en la Sierra han desaparecido niñas y
jóvenes, el duende se las llevan y jamás las regresa.
- De qué carajo me estás hablando José Jorge ¡POR DIOS!
- El hombre que buscas no está aquí.
- ¿Cómo sabes?
- Lo sé porque se fue hace 3 días, Mathias habitó un tiempo
entre nosotros, luego siguió su camino, tú debes hacer lo
mismo mañana mismo. Nuestra montaña está llena de
misterios, Nabusimake, ese nombre por el que tú lo
conoces, significa “Donde nace el sol”, pero al atardecer, la
oscuridad se adueña de la montaña y no hay nada que se
pueda hacer hasta que salga el sol nuevamente. Créeme
Ana un duende se quiere llevar tu alma.
Durante toda la noche me fue difícil dormir, los ojos de lo que
fuera ese ser, se me habían clavado en la memoria. Desde la
hamaca en la que intenté dormir, podía escuchar los murmullos
de los Arhuacos hablando en su lengua alrededor del fuego que
habían encendido, mientras el sonido del acordeón de José Jorge,
se me antojaba tan triste y hermoso a la vez.
Pienso que tocaba aquellas melodías para calmar mi alma, y el
recuerdo de otros ojos amarillos, muy distintos a los del duende y
llenos de vida, me calmaron. No entendía cómo en momentos así,
con el miedo que tenía, recordar su mirada, o el olor de su piel
cuando lo abracé, o su voz, podían traerme tanta paz.
Fui quedándome dormida poco a poco. Desperté de un salto
cuando alguien dijo mi nombre ¡ANA! Fue un espantoso susurro
en mi mente, me levanté y sin saber lo que estaba haciendo, salí
de la casita circular. El aire era gélido y pude sentir mis pies
descalzos tocar el suelo, tenía puesta una manta Arhuaca, como
en el sueño que tanto me había asustando. De pronto como si
alguien me cargara, mi cuerpo se deslizó montaña arriba,
corriendo entre los árboles a una velocidad increíble.
¡SUELTAME! Grité aterrada. ¡SUELTAME!
Una voz dentro de mi cabeza me susurró ¡Te necesito Ana!
No permití que la tristeza me consumiera, empecé a cantar,
tarareaba torpemente algo, recordé como bailaba al son de la
música del acordeón de Juancho, cómo con los silvestristas
aplaudíamos y coreábamos ¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Mi corazón
se inundó de alegría hasta más no poder.Desperté en la hamaca,
con lágrimas en los ojos, todo el cuerpo me hormigueaba, había
tenido una espantosa pesadilla.
Por las rendijas de la casita se filtraba la luz del sol.
“Está naciendo el sol” pensé. Y levantándome deprisa salí y lo
busqué. Cerré mis ojos y sus rayos penetraron mis parpados. Mi
alma renacía con ese amanecer.
Al abrir los ojos, sentí un escozor en los brazos y piernas, tenía
como diminutos arañazos, y en el cabello ramitas y hojas.
Ahogué un grito ¡No fue un sueño!
ESPIRITU ERRANTE
Volví a entrar en la casita Arhuaca, busqué mi mochila y me
coloqué pantalones y camisa manga larga, no deseaba explicar
los rasguños que tenía, porque aunque quisiera, no podía
explicarlos. Desayuné ausente, no presté atención a la
conversación de José Luís y José Jorge, aquel lugar tan
encantador de día, era tan diferente de noche. La Sierra Nevada
era un lugar hermoso, pero estaba tan asustada que lo único que
deseaba era marcharme inmediatamente.
- Bueno tú decides Ana. Dijo José Luís, moviendo sus manos
sobre una hoja que tenían en la mesa.
- Decido ¿Qué?
- ¿Chinita es que no prestaste atención?
- No, lo siento, estaba distraída.
- Mi compadre va unos días hasta Bosconia, puedes ir con él
hasta allí y seguir sola hasta Cienaga, o puedes quedarte
conmigo en Pueblo Bello durante unos días, esperamos allí
un encargo de mi trabajo y luego te llevó hasta Aracataca.
- Quiero irme ya para Cienaga José, no deseo estar por estos
lugares… sigo mi camino.
- Si deseas puedes quedarte conmigo en Bosconia el tiempo
que necesites. Dijo José Jorge.
- Gracias pero prefiero continuar, si te parece bien.
- Lo importante es que bajemos ya de la Sierra, lo del
duende me preocupa. La última vez que alguien lo vio,
despareció una niña. Si estas preparada, podemos irnos.
- Cuentos de camino compadre, esa muchachita que se
perdió, no estaba tan niña, seguro se enamoró y se fue con
el novio. Afirmó José Luis.
- No lo creo, y prefiero no averiguarlo. Concluyó José Jorge.
Me fui de Nabusimake sin mirar atrás, sentía que si volteaba vería
al duende, fue una experiencia aterradora e inexplicable, pero me
aferré a mi entendimiento.
<< No puedo sentir más miedo, no voy a sentir miedo>> me
repetí una y otra vez, mientras mi mula pasito a pasito me
devolvía los dolores de la espalda.
Durante todo el descenso no pronuncié palabra, ni presté
atención a mis nuevos amigos. Incluso no había querido saber
donde estaría Mathias, preferí encerrarme en mi mente, me
sentía segura al lado de José Jorge, él era quien había espantado
al duende, su presencia le trasmitía paz a mi alma.
Al llegar a Pueblo Bello, me despedí de José Luís, y aunque me
puse de puntillas fue imposible alcanzar su mejilla, el me lanzó
una carcajada y como si fuera una bebé me cargó, me aferré a su
cuello y le di un tierno beso en la mejilla.
- Nos vemos en el Valle Chinita, y si no consigues al costillo,
te aceptaré como noviecita sin que me ruegues mucho. Y
su hermoso rostro rollizo iluminó mi vida.
- Que considerado eres, es bueno saber que hay opciones.
- Compadre cuídame la muchacha, que si le pasa algo
Lorayne me mata.
- Estará sana y salva, compadre. Dijo José Jorge
despidiéndose.
Subimos a un autobús que nos llevaría hasta Valencia de Jesús, y
de allí conseguimos un carrito hasta Bosconia. Me era imposible
dejar de pensar en la pesadilla de la noche anterior, me mantuve
callada hasta que José Jorge me sacó de mi mutismo.
- ¿Ana, qué pasó anoche?
- Nada. Contesté fríamente.
- No confías en mi ¿Acaso no te gusta como me visto? ¿Mi
traje no te da confianza? o crees que porque llevo el pelo
largo, ¿No soy de fiar?
- No digas eso, vistes como visten los Arhuacos, yo confío en
ti.
- No lo creo.
- Es que, creo que soñé algo extraño, es todo.
- El duende intentó llevarte, es eso ¿Verdad? No me mires
así Ana, Nabusimake es mi hogar, mi Sierra el centro de mi
mundo, pero eso no me aleja de la gente, he leído mucho,
y puedo hablarte de mi pueblo, cómo puedo hablarte del
tuyo.
- Si, anoche soné que algo me llevaba por la Sierra, pero
pensé en alguien muy especial para mí, su recuerdo me
llenó de fuerza, y el sueño se detuvo.
- ¿En realidad crees que fue un sueño?
- No se qué creer. Dije mostrando los arañazos diminutos en
mis brazos.
Él examinó mis leves heridas, y guardó silencio por un momento,
bajando la voz, para que el chofer y los otros pasajeros no nos
escucharan.
- ¡Sí! como pensé, no fue un sueño, no se qué hayas podido
pensar o en quién, la cuestión, es que te hizo dejar de
sentir miedo. Verás Ana cuando te enfrentas a cosas como
estas, llámalas como quieras llamarlas, para mí son
simplemente espíritus errantes, que a lo largo de los siglos
logran ser muy fuertes, y sobre todo, si les tienen miedo,
es vital controlar las emociones, para qué, eso que se te
acerca, se aleje y no sufras daño alguno. Ahora entiendes
por qué tenías que salir de allí hoy mismo.
- Si lo entiendo. Yo solo buscaba a alguien y me encontré
con cosas en las que no creía pudieran existir.
- ¡Mathias! Buen muchacho, me agrada su forma tranquila y
pausa con la que toma las cosas. Me habló de una dulce
mujer a la que amaba, de enormes ojos oscuros y cabello
negro, cuando te vi, entendí que eras la chica de Mathias.
- José, él te dijo a donde se iría. Dije con el rostro
enrojecido.
- No, solo conversamos de la Sierra, de los Arhuacos, de
nuestras costumbres, pero a donde iría, lo desconozco, me
imagino que regresó a Valledupar, allí tiene familia.
- ¿Crees que deba regresarme al valle?
- ¿Y perderte ir a Macondo? Sería una lastima.
- ¿Macondo? No te entiendo ¿El de la novela?
- Si luego de Bosconia y antes de llegar a Cienaga pasarás
por Aracataca.
- ¿QUE? grité de pronto. ¿ARACATACA? Dije emocionada,
mientras el chofer me miraba por el retrovisor a manera de
reproche. Baje la voz, no podía creer lo que me decía.
¿Aracataca tan cerca?
- Si, José Luís te dijo que si lo esperabas te llevaría hasta
allí.
- No lo escuché. Dije bajando la mirada.
Él me miró con sus hermosos ojos negros, como entendiendo lo
emocionada que me sentía, al saberme tan cerca de la Aracataca
de Gabriel García Márquez.
Tengo cosas que hacer por mi pueblo en Bosconia, pero allí vive
una prima muy querida, se llama Katherine Castaño, hablaremos
con ella para que te acompañe y puedas pasear tranquilamente
por Macondo, y aunque es muy joven y alegre, tiene un defecto…
es una silvestrista extremista.
Sonreí, el destino conspiraba en mi nombre.-
EL PARAISO SILVESTRISTA
Bosconia, el lugar más caliente del planeta, una hermosa
población con una temperatura de 45° grados según me comentó
José Jorge, y así lo sentí tan pronto me baje del vehículo.
- Ya te acostumbrarás.
- No lo creó, ahora entiendo cuando alguien dice que “es un
hervidero”.
- ¡Vamos Ana! deja el lloriqueo, creo que has pasado por
cosas peores.
Mis mejillas estaban enrojecidas, no sé decir, si fue porque me
sonrojé o por el intenso sol con el que me recibía aquel lejano
lugar. Llegamos a una pequeña casa donde nos aguardaban
familiares de José Jorge. Me pareció un lugar encantador, sobre
todo porque tenía la necesidad de ahorrar hasta último peso, así
que estaba dichosa de poder llegar a un lugar donde descansar.
Me prestaron un baño, y creo que duré una hora bajo la regadera,
el agua me reconfortó el espíritu, aunque los rasguños eran
pequeños me dolieron cuando pase el jabón por los brazos y
piernas. Decidí acostarme un buen rato, así que la tía de José
Jorge me condujo a la habitación donde dormiría aquella noche.
- Espero que puedas descansar un poco muchacha, lo bueno
de la habitación de Katherine es que el aire acondicionado
es el que más enfría en la casa. Lo malo son sus
obsesiones, pero es muy joven, cuando llegue, le diré que
no te moleste.
Al entrar en la habitación, agradecí su amabilidad. Al cerrar la
puerta ésta crujió bajo el pomo.
- ¡Dios santo! Exclamé. Deberían de echarle aceite, que
sonido tan espantoso. Al ver la habitación ahogué un grito.
Una enorme imagen de Silvestre me recibió, todas las paredes de
la habitación estaban forradas de fotos, afiches, recortes de
prensa, era el paraíso del silvestrismo. La cama tenía sabanas
rojas, en el tocador más fotos, y múltiples accesorios rojos.
“Esto es increíble” Pensé.
Me fascinó la habitación, encendí el aire acondicionado y sin
querer comencé a detallar todo cuanto me rodeaba.
La puerta crujió y entró una joven de enormes ojos y cabello
negro, llevaba al hombro una preciosa mochila roja.
- Soy Katherine dijo estrechándome la mano enérgicamente.
- Hola, soy Ana. Dije sonriendo.
- José Jorge me dijo que eres silvestrista ¿Es eso cierto?
- Si, lo soy.
- ¿Canción favorita?
- ¿Cómo? Pregunté sin entender.
- ¿Cuál es tu canción favorita de Silvestre Dangond?
Preguntó con gestos pausados como si le hablara a alguien
que no entiende el español.
- ¡Muchachita Bonita! Respondí inmediatamente.
- ¡Aja! Has ido a un concierto de Silvestre, ¿Cuál?
- El lanzamiento de “Cantinero” y “No me compares con
nadie”, además fui a uno en Venezuela en el cual me
enfermé muchísimo, si no hubiera…
La muchacha no me dejó terminar de hablar, cuando se me arrojó
encima y me dio un fuerte abrazo.
- Si, si eres silvestrista, que emoción, y desde Venezuela, es
increíble, tienes que conocer a los muchachos, te van a
adorar, ya los llamo, esta noche hay que salir a silvestriar.
La chica hablaba muy rápido, casi sin respirar. Comenzó a marcar
números en su celular y a caminar de un lugar a otro.
- ¿Muchis? Dijo Katherine. Amiga, noche roja… Sí, si, todo
según lo planeado, los espero en la esquina a las 12, va
otra Silvestrista, es de Venezuela, todos listos a las 12 en
punto. Vamos vestidos de forma discreta. Besos Muchis. SI
DE VENEZUELA.
Me brindó una sonrisa inmensa. Su alegría me recordó a Lorayne,
los silvestristas comenzaban a ser realmente especiales para mí.
Cuando desperté, era ya entrada la noche, no había tenido
pesadillas ni nada por el estilo, fue hermoso encender la lámpara
de la mesita de noche y estar rodeada del rostro de Silvestre, en
fotos que me llenaban de alegría, era una especie de santuario
fascinante.
Alguien tocó la puerta. Pensar en que escucharía el chirrido me
incomodó.
- ¡Pase!
- Pensé que aún dormías. Dijo José Jorge.
- No, ya puedo salir un rato, así me llevas a conocer.
- Ana son las 10 de la noche, dormiste varias horas,
acuéstate, mañana salimos temprano, vine para saber si
querías comer algo.
- No sabía que fuera tan tarde, gracias José pero no tengo
hambre.
- Descansa, mañana conversamos.
Me quedé recostada viendo el techo, unos enormes ojos amarillos
me observaban. Era increíble estar en el cuarto de una
Silvestrista Extrema. Nuevamente la puerta crujió al abrirse.
- Por Dios Katherine, échale aceite a esa puerta. Dije
incorporándome de la cama.
- Está todo listo Ana, tenemos una misión secreta, escucha,
no me mires así, presta atención esta noche vamos a
iniciarte en el verdadero Silvestrismo, ya teníamos
planeado el delito, pero…
- ¿Cuál delito, de qué carajo estás hablando?
- Queremos robarnos un afiche de Silvestre, es una especie
de anuncio antiguo, nos hemos cansado de pedirlo, y no
nos lo dan, así que la Muchis, los muchachos tú y yo, nos lo
vamos a robar.
- Pero ¿Qué dices? Imprime uno, o no se, mándalo a hacer,
no hay necesidad de hurtar nada.
- Decir robo es más emocionante.
- Es un hurto Kate, no hay violencia, además ni siquiera llega
a hurto, es una travesura.
- No me critiques el plan, vístete que después de eso te
llevaremos a Silvestriar, quiero ese anuncio de Silvestre y
vas a ayudarme a conseguirlo.
Su mirada brillante, llena de picardía me pareció única, así que
no pude negarme. Durante toda mi adolescencia, nunca hice
nada igual, ni siquiera por “Menudo”, y eso es decir mucho.
- A las doce está preparada. Dijo en un susurro. Vendrán por
nosotros en moto.
- ¿Qué? Dije al borde de un colapso nervioso. “Jamás me he
subido en una moto” pensé, sintiendo por primera vez en
mi vida lo que era la adrenalina en su mas alta proporción.
EL DELITO DE UN FAN
Salimos de puntillas de la casa de Katherine, José Jorge y su tía
debían estar profundamente dormidos, porque por más que
intentamos que no sonara la puerta del cuartel silvestrista, fue
imposible evitar que su chirrido se expandiera en un eco por el
pasillo.
Ya en la calle, sentí el vapor nocturno, y me resultó insufrible.
- No hay moros en la costa. Dijo casi en un susurro
Katherine. Moviendo la mano como fiscal de tránsito.
La seguí en silencio, como si aún José Jorge pudiera escucharnos.
El corazón lo tenía en la boca, por la adrenalina que me producía
la travesura silvestrista.
Recordé el traje verde manzana, del primer día del ejercicio de mi
profesión de abogado, llevaba tacones de aguja negros a juego
con el maletín, estaba perfectamente maquillada, apenas tenía 21
años e intentaba parecer de 30, me presenté en los Tribunales,
aparentando una seguridad en mi misma única, la envestidura de
alguien que lucharía por la justicia, aunque no supiera defenderse
del maltrato psicológico que no quería aceptar. En ese entonces
Rafael me indicaba cómo debía vestir, caminar, hablar, saludar.
Recordé la marioneta de mujer que era, escondiendo mi
espontaneidad y sencillez, detrás de la estampa de profesional
perfecta, en la que él me convirtió.
Ahora, seguía por una calle oscura a una muchachita y estábamos
a punto de cometer una leve infracción, a la cual ella llama “El
delito de un fan”. No pude más que sonreír. Ahora vestía de
forma sencilla y llevaba cruzada mi mochila arhuaca y mis
zapatos rojos.
Al llegar a la esquina, nos esperaban en moto, tres muchachos y
una chica, vestidos de colores oscuros, con excepción del que se
veía el más joven de todos, estaba completamente vestido de
rojo.
- ¿Tú eres bruto o qué? ¿Qué haces vestido de rojo?
Preguntó muy molesta Katherine.
- Pero bueno ¿Tú no le dijiste a La Muchis que era noche
roja? Se defendió el muchacho.
- Que bruto eres, es roja de silvestristas, pero habíamos
quedado en ser discretos, por si alguien nos veía ¡FABIAN
QUE ANIMAL ERES! Gritó Katherine perdiendo la
compostura.
- Eso despierten a todo el vecindario. Dijo la chica de la
moto.
- En fin, así no se puede. Chicos ella es Ana, es una
silvestrista de Venezuela, y va para Cienaga, así que
salúdenla como se merece.
Y uno a uno fue abrazándome sin despegarse, hasta que hicieron
una montonera que casi me asfixia, en mi vida me habían dado
un abrazo semejante, y mientras me abrazaban cada uno decía
una frase diferente, como un grito de guerra, lo cual me causo
mucha risa.
- Ana este galán que vez aquí es Gunter, viene de la Guajira. Dijo
presentándome al más morenito de todos.
Me estrechó la mano, y volvió a abrazarme, el calor que sentía
me tenía incomoda, pero traté de presentarle mi mejor sonrisa.
La Muchis y Oscar son Silvestristas extremos, y el de rojo, es
Fabián, no es inteligente pero toca como nadie la guitarra.
Todos nos reímos de semejante presentación. Hasta que de
pronto se escuchó un ruido en la calle, al parecer venía alguien.
- Vamos, vamos, apremió Gunter. ¡Ven Ana súbete!
Y sin pensarlo dos veces me subí a la moto del muchacho Guajiro.
Estaba eufórica, volvía a tener 21 años. Cuando arrancó la moto,
casi me caigo.
- Pequeña tendrás que abrazarme. Dijo acelerando de una
forma tan brusca, que me abracé a él, como si fuera el
hombre de mi vida. ¡Que Silvestre me cuide!
Mantuve los ojos cerrados, apretada a su cuerpo, la brisa era
agradable, pero el terror me dominaba.
“Toda mi vida cuidándome y venir a morir contra el asfalto, me
he vuelto loca”. Pensé
- ¡POR FAVOR NO CORRAS! Grité para hacerme oír por
encima del sonido de la moto. Por lo que Gunter
desaceleró, cosa que le agradezco aún hoy en día. Pensé
que moriría esa noche, del susto o en un accidente.
“Le prometí cuidarme, le prometí cuidarme” me repetía una y otra
vez, mientras me abrazaba al silvestrista.
Llegamos en lo que me pareció una eternidad a una avenida, y al
bajarme de la moto buscando oxigeno. Ante mí, el afiche mas
hermoso que hayan visto mis ojos.
Silvestre sonreía de oreja a oreja y se veía tan natural y alegre,
que quise inmediatamente robarme el anuncio.
- Oscar y Gunter apúrense, no hagan bulla, que nos pillan.
Dijo Katherine. ¡Rápido! ¡Rápido! Susurró.
- Muévanse, me matan los nervios. Dijo La Muchis.
Una luz se encendió en el local, los chicos bajaron el afiche y
salieron corriendo, me quedé absorta mirando la ventana y
observé que alguien se asomaba.
- ¡CORRE ANA! ¡CORRE! Dijeron al unísono.
Estaban a punto de vernos, cuando salí corriendo en dirección a
Gunter y me subí a la moto, arrancamos a toda velocidad y los
muchachos gritaban frases, muertos de risas. Entendí entonces
que se trataba de frases silvestristas.
- ¡CUANTAS VECES APAREZCAS, ESAS MISMAS VECES TE
OLVIDO! Grité emocionada.
Nos alejamos del lugar y fuimos a parar a una plaza, en donde
varios jóvenes escuchaban música y bailaban en plena calle. El
afiche Katherine lo había enrollado, si alguien lo veía se daría
cuenta y podría delatarnos, al parecer todos en Bosconia querían
el anuncio silvestrista, pero nadie se había atrevido a llevárselo,
el dueño despojado era un silvestrista a quien le tienen respeto
en todo el Municipio.
- Gunter sacó una pequeña botellita que reconocí como
Aguardiente, y un vasito de plástico. Se sirvió un trago,
levantó la mano como si se tratara de un ritual, y dijo:
“Comprar el tiquete no es lo mismo que entra al avión”. Y
los chicos respondieron ¡Salud! A la vez que se tomaba su
trago de aguardiente.
- Katherine hizo lo mismo y dijo “Que viva Colombia, que
vivan Ustedes y que viva yo” ¡Salud! Dijimos todos.
- Fabián brindó “Es que no es la plata, es el corazón” ¡Salud!
Repetimos riendo.
- La Muchis “Como todo en la vida no es fácil, se sufre, se
trabaja y se gana con sudor” ¡Salud!
- Oscar, brindó tomando de la propia botella “Es que unos
beben para olvidar y yo vivo, pa recordarla” ¡Salud!
- ¡Cuantas veces aparezcas, esas misma veces te olvido!
Brindé. Todos gritaron ¡SALUD ANA!, ¡SALUD!
LA MUCHIS
Fabián sacó de un viejo forro una preciosa y gastada guitarra,
nos sentamos en la plaza a su alrededor, y para mí, en ese
instante no hubo una persona más maravillosa en todo el
universo, vestido completamente de rojo, con una voz preciosa y
cantando al compás de las cuerdas, “La Indiferencia” una de las
primeras canciones que me aprendí de Silvestre.
Su voz y las sonrisas de los muchachos después del delito, me
hicieron sentir ganas de tomar, todo hubiera sido perfecto si
Mathias y sus tragos rojos, estuvieran allí conmigo.
Cantamos varias melodías, y la gente se acercó a cantar también,
y de repente éramos cualquier cantidad de voces coreando “Esa
mujer” “Que no se enteren” y “Cantinero”, si un extranjero ajeno
al silvestrismo nos hubiera visto, pensaría que hacíamos una
vigilia.
Oscar muy animado, consiguió algo que no había probado, un
roncito sumamente suave, hielo y limón. Un trago tras otro, unos
por felicidad, otros de despecho, otros a la salud de Silvestre,
otros a la salud de mis hermanos silvestristas.
Comprendí que el silvestrismo no era solamente seguir al ídolo, o
ir a sus conciertos, siquiera bailar en casa o en las fiestas, es un
sentimiento que nos une, como los mejores amigos del mundo,
sentir que no estás solo en tus penas o en tus alegrías, que vistes
de rojo porque te gusta decir que eres silvestrista, que bailas
como trompo, no para ti, sino para expresar tu felicidad por ser
único entre los demás, porque eres alguien que entiende
“Silvestriando ando.”
La Muchis tenía una sonrisa increíble, y contemplaba a Fabián
como yo lo hacía cada vez que miraba Mathias, pero también lo
miraba, cómo yo miro a Silvestre. Como puedes ver solamente, a
ese amor imposible, infinito, pero que jamás será tuyo, y que de
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Diario de un silvestrista

  • 1.
  • 2. DIARIO DE UN SILVESTRISTA I ANA MARLYN BECERRA BERDUGO
  • 3. Dedico estas páginas a todos los que llevan la bandera roja del silvestrismo en su corazón.- Marlyn Becerra-
  • 4. “No hay nada que el Silvestrismo no pueda curar” Ana.-
  • 5. LA HISTORIA DE ANA Después de tres copas de vino, pagué la cuenta y le pedí al mesero un taxi, cuando subí a aquel automóvil, no sospechaba los cambios que llegarían a mi vida, ni hasta donde me llevaría abordarlo. - ¿Dirección a la que va señorita? Preguntó el joven taxista. - ¡Por favor! – Dije – ¿Puede dar algunas vueltas por la ciudad? Necesito aire fresco. Sin más, el taxista aceleró el automóvil y nos adentramos en las calles de la ciudad. Durante un largo rato permanecimos en silencio, bajé la ventanilla y respiré acompasadamente, llenando mis pulmones del aire gélido de la noche, dejando que el viento se llevara uno a uno, mis temores. Pensé en Rafael; sus celos perturbaban mi vida, él insistía que la solución era casarnos. - ¿Desea ir a algún lugar señorita? Preguntó el taxista. - Sí, quisiera divertirme un poco, hoy es mi cumpleaños ¿Conoce un lugar bonito, donde la gente sea feliz? - ¡Feliz cumpleaños! Exclamó. Luego de pensar un poco contestó mi pregunta. Hay un bar muy alegre, se llama “Mi Gente”, queda en un barrio sencillo y no sé si Usted desee ir allí. - Lléveme, me gusta el nombre, lo único que le pido es que vuelva por mí en dos horas, me sentiré más segura si Usted regresa. - Sí, no hay problema señorita. Agradecí la recomendación, pagué la carrera y me despedí de mi guía nocturno. El lugar era sencillo, la música me llegaba cada
  • 6. vez que abrían y cerraban la puerta, debí esperar unos veinte minutos, ya que examinaban a cada cliente por medidas de seguridad; pensé que Rafael moriría de un infarto, si me hubiese visto, con mi vestido rosa y tacones de aguja, en un Bar como este. Cuando llegó mi momento de entrar, un joven agradable me recibió dándome un folleto del lugar, me brindó una hermosa sonrisa y me dejó pasar. Pensé que por una sonrisa como aquella, valía la pena haber escapado por dos horas de los formalismos que rodeaban mi vida. Al entrar en el local, una señorita de cabello rubio platinado, me ofreció una bebida blanca, servida en una pequeña copita, la acepté entusiasmada. Me habían dado la bienvenida más calurosa del mundo, el liquidó quemó mi garganta, era alcohol puro. <<Así se celebra un cumpleaños>> Pensé. Quería sentarme en la barra, dudé por un instante. Rafael decía que era de mal gusto, que los hombres piensan que si una chica se sienta en la barra, anda buscando fiesta. Yo no buscaba nada malo, pero si quería fiesta, así que tomé un segundo trago de la rubia y con determinación, busqué un sitio en la barra. Como bien lo decía el nombre del local, era un lugar de gente, estaba abarrotado esa noche, así que, en la primera silla disponible me senté con la más mínima intención de pararme de allí, hasta que me rescatara mi taxista, así que pedí al barman, la bebida de la casa. Me fue imposible creer que el chico de la barra era exactamente idéntico al de la puerta; cuando él me vio con la boca abierta, sonrío de la forma más bella que puede hacerlo un hombre, más hermoso que el chico de la recepción del Bar. - ¡Gemelos! Logre leer de sus labios. Sonreí y le pedí a toda voz, la bebida de la casa. La música en aquel lugar era realmente alegre.
  • 7. En instantes me sirvió una enorme copa con un líquido rojo, al cual el joven de la barra prendió fuego y me pidió con señas que apagara las llamas. Soplé tan fuerte, como si se tratara de mi pastel de cumpleaños y aplaudí, como si nadie me estuviera viendo, me acerqué a la copa y di un pequeño sorbo a mi bebida. Fue increíble, no era dulce, tan poco amarga, me hizo cosquillas en la garganta; y debo confesar que me sentí feliz. El joven sonrío y me guiñó un ojo. Con señas, cual si fuéramos mudos y sordos, le pregunte que cómo se llamaba el trago, y en vez de gritar o dibujar palabras en el aire, tomo un bolígrafo y en una servilleta escribió: “Silvestrista”. No entendí por qué recibía aquel nombre, pero igual pedí uno tras otro, y creo que tomé muchos silvestristas. Mientras tomaba mis bebidas calientes y alegres, se me acercaron varios jóvenes, pero con mucha educación les insistí que esperaba a alguien. A la hora de mi ingreso en aquel alegre lugar, el muchacho de la barra, desapareció y lo sustituyó un chico moreno, debo decir que aquello me incomodó un poco. Me encantaba esa sonrisa, estuve a punto de pagar la cuenta e irme, pero recordé que mi taxi de confianza aún demoraba. - ¿Te puedo acompañar? El chico de los tragos rojos, estaba a mi lado. - ¡Claro!- Respondí. Me sentía totalmente fascinada, en sus ojos brillaba un fuego, jamás en toda mi vida, había visto una mirada tan resplandeciente. - Creo bonita que te han gustado los silvestristas. Llevas unos cuantos y no aparentas estar ebria. - ¿Tienen mucho alcohol? Le miré hipnotizada. - La mezcla es fuerte, no te digo los ingredientes porque me robas la receta bonita. La punta de sus dedos tocó mi nariz. Aquel gesto me hirvió la sangre, debí verme más roja que mi bebida,
  • 8. pues me sentí muy sonrojada. Traté de comportarme como siempre lo había hecho en mi vida, de forma fría y respetuosa, así que le pregunte lo primero que se me vino a la cabeza. - ¿Por qué mi bebida se llama Silvestrista? No tiene mucho sentido, algo silvestre debería ser verde, no rojo. El joven soltó una carcajada y todo su rostro se iluminó, pude detallar sus hermosos ojos, su cabello era claro, no como la chica del trago de alcohol, era un rubio mucho más oscuro. - Se llama así por mi cantante favorito. ¿Nunca has escuchado a Silvestre? - ¡No! Conteste. En realidad ese nombre solo me hizo pensar en los pajaritos de la selva. Mi hermoso acompañante le hizo señas al otro barman, quien se retiró a buscar algo, de pronto, la música del bar cambió por lo que reconocí como vallenato, algo muy rápido, y en la enorme pantalla del Bar, vi por primera vez a Silvestre, el cantante aunque tenía sobrepeso, sus movimientos eran muy rápidos y diferentes a cualquier baile que hubiera visto en videos; la gente del bar lo conocía bien, todos aplaudían y bailaban como locos. Mi acompañante de mirada radiante, me tomó de la mano y me llevó a la pista de baile, no tuve tiempo de negarme, además los tragos rojos “silvestristas” comenzaban a hacerme efecto; y mi alegría se unió al gentilicio del local. Sin saber cómo bailar, no hice más que moverme un poco y aplaudir, sentí lo que era ser libre, me sentí feliz de estar allí con el hombre más lindo del universo. La melodía cambió y el vallenato del cantante se volvió romántico, todos comenzaron a bailar tiernamente con sus parejas, por lo que me dirigí a mi respectivo asiento, el joven a mi lado, era hermoso, pero también era un desconocido. Recordé que pronto me casaría; y que no debía mirar de esa forma a otro
  • 9. hombre, lo que estaba haciendo era impropio y debía irme de inmediato. - ¿Te has molestado bonita? Preguntó el muchacho. - ¡No! Solo estoy cansada. Dije enfadada conmigo misma. - ¿Quieres otro trago? Lo invita la casa. Dijo sonriendo. - ¡No! Eres muy amable, pero ya vienen a buscarme y estoy algo mareada. Tome mí cartera, lo miré por última vez y me fui de aquel alegre lugar a mi mundo real. Cuando llegue a casa, cerré la puerta suavemente y me senté a llorar, sin saber por qué. Me dolía el pecho, me quité los tacones y los arrojé al pasillo. Recordé todas las enseñanzas de Rafael, cosas que siempre me parecieron entupidas, como: <<Una mujer decente no sale sola>> <<Debes usar tacones, son zapatos de mujer, no los que usas>> <<Jamás debes aceptar un trago de otro hombre, eso hablará muy mal de ti>> ¡ESTOY CANSADA DE QUE GOBIERNES MI VIDA! Grité al pasillo oscuro de mi casa. Las lágrimas me golpearon de una forma extraña, me levanté, estaba mareada. Conseguí la puerta que buscaba, encendí la luz. El espejo me devolvió el espectro de una mujer que no quería reconocer, los trastornos alimenticios que padecía, por no querer engordar, se me notaban cada vez más, estaba pálida y famélica. Dos gruesas gotas negras me marcaban las mejillas ¡DETESTO EL MAQUILLAJE! Me dije a mí misma, y frente al espejo me quité el vestido rosado, abrí la llave de la regadera y me acosté en la bañera. Pensé en ese instante que había bebido demasiado, mientras el agua fría me calmaba el mareo. Unas cuantas lágrimas más persistieron, hasta que recordé el rostro de los gemelos, eran como ver al hombre de tu vida, dos veces. Su dulce rostro, su mirada brillante y alegre, su retrato estaba impreso en mi memoria.
  • 10. ¡NO! No, son los “silvestristas”… es mi vida la que me tiene mal. Dije, caminando desnuda hacia mi habitación. Me gustaba sentir la piel húmeda, que las gotas se deslizaran y el frío me calmara las tristezas. Sin saber cómo una insistente canción de vallenato, sonaba una y otra vez, dentro de mi cabeza, para poder librarme de ella, me fui a dormir.
  • 11. RAFAEL A la mañana siguiente, me desperté con un terrible dolor de cabeza, los “silvestristas”, me habían estallado tan pronto toqué la cama. Me tomé dos pastillas con un vaso de agua y unas gotas de limón, y al encender mi celular pensé que el mundo se me venía encima. <<Rafael>> Tenía nueve mensajes de voz y varios de texto, no escuché ni leí ninguno, sabía perfectamente que Rafael estaba furioso, por no haberme controlado la noche anterior. Como por arte de magia, el teléfono dio un pitido y contesté. - ¿AL MENOS ESTAS VIVA? Más que una pregunta, fue un grito que retumbó en mi cerebro. - ¿Es necesario que grites? Murmuré. Increíblemente Rafael colgó la llamada, lamenté haberme portado grosera, pero el dolor de cabeza no me permitió contestar nada más. Dormí durante horas, era domingo y no trabajaría hasta el día siguiente. A eso de las tres de la tarde y luego de una sopa de cebollas, recuperé mi ser, y lo primero que se me vino a la mente fue la melodía de la noche anterior, no recordaba la letra, pero era agradable la alegría que emanaba de mis recuerdos, su sonido estaba impregnado en mi memoria. - No sé su nombre, no le pregunté su nombre.- susurré- busqué mi cartera y encontré la servilleta “Silvestrista”, nada más, ni un número telefónico, ni nada que me indicara quién era. En el folleto del bar, solo había los diferentes nombres de bebidas alcohólicas y sus precios, ninguna información más.
  • 12. Fue una semana insoportable, Rafael gritó, casi todos los días, me regañó como a una niña, y no sentí las menores ganas de disculparme, yo no había cometido ningún crimen, solo celebré dos horas mi cumpleaños, era mi derecho, pero tampoco quise agrandar el asunto y me mantuve al margen de la discusión. Siempre que Rafael gritaba, yo me sumía en un silencio sepulcral. - Ahora la señorita después de perderse toda una noche, no me habla, ¿Qué hubieras dicho, si quien se va de fiesta soy yo? El peor hombre del mundo… ¡Ana mírame cuando te hablo! Sabrá Dios con quién estabas, o qué hiciste, te has comportado como una cualquiera. - Estas gritando Rafael; y así, de verdad que no puedo. Durante días profesé las enormes ganas de regresar aquel sencillo Bar, anhelaba saber el nombre del muchacho de bonita sonrisa. Pero no me atrevía a ir sola de nuevo, sentía que cometería un grave pecado. Por más que les pedí a mis decentes amigas que me acompañaran, ninguna quiso ni por asomo ir a aquel barrio, supuestamente peligroso. Insistían en que no era un lugar para una mujer comprometida. Dos semanas después de mi cumpleaños, decidí arreglar las cosas con Rafael, así que fui a su casa. Para mí sorpresa había una fiesta esa noche, y al llegar noté incomodidad en todos sus amigos. Por lo visto no esperaban que asistiera. Los saludé como si supiera que allí había una reunión, busqué a mi prometido con la mirada y no lo vi, hasta que la cara que puso mi suegra me mostró, que algo pasaba. Instintivamente fui a la habitación de Rafael, no estaba solo, con él se encontraba una joven muy bonita y muy alta, yo no entendía que ocurría. Miré a Rafael y su rostro estaba blanco como la hoja de un papel, la joven me miró y Dijo: ¡Soy su prometida! ¡Vamos a casarnos! Creo que sentí en ese instante lo que en derecho se llama intenso dolor, una cinta negra se desprendió de mis ojos, era como si hubiera estado vendada hasta entonces, apreté mis puños y lo
  • 13. miré, fue sorprendente ver como el hombre que dominaba mi vida, era alguien que no dominaba la suya. Él bajo la mirada, lo cual me bastó para marcharme. Mi taxi esperaba afuera, alguien gritó algo, otra mano trató de detenerme, escuche a alguien decir que no quería un escándalo, creo que golpee a Rafael, a la muchacha o a ambos, no puedo saberlo a ciencia cierta, solo sé que iba a la casa de mi madre por un revolver. El intenso dolor produce un efecto mortal en la persona que ha sido engañada y si aun viven es por obra del destino. Pensé en matarlos, pensé incluso en matarme. Durante años había sido sumisa, buena chica, tranquila, una joven de buena familia, y todo era una sucia mentira. Ahora entendía por qué me trataba tan mal. Ahora entendía sus celos, y por qué me manipulaba para ser la niña más ejemplar. Sentía a cada segundo que mi corazón se quebraba y pronto explotaría. Pero una melodía en mis recuerdos me llevó a otro lugar, le pedí al taxista que cambiara el destino, que me llevara a “Mi Gente”, el taxista diligentemente me dejó allí; y en la gran pantalla estaba Silvestre, cantando y bailando. En la barra vi al otro barman, el chico moreno, le pedí un “silvestrista” y me lo negó con la cabeza. Observé el lugar, sin entender; y los labios del barman se movieron para decir “Se ha ido”, le pedí un tequila. Decidí no llorar, calmarme, si no me adueñaba de mis emociones cometería una locura, sabía las consecuencias de matar a alguien, tanto penales como espirituales, necesitaba controlarme y precisamente eso hizo la música de Silvestre. Por cosas de la vida, le di toda mi atención a Silvestre, y de pronto en el escenario del video, en lo que parecía un concierto, una niña especial lo saludaba, ella me enterneció el alma, y logré dominarme por fin. Silvestre la sentó en sus piernas, le cantó, bailaron juntos y el cantante dijo: “Dios te bendiga Melisa”, la niña que él llamó Melisa, gritó emocionada por el micrófono y yo allí delante de todo el mundo, me puse a llorar.
  • 14. Esperé a que cerraran el bar, necesitaba saber sobre el chico rubio o su hermano, y el barman de esa noche, me contó que los gemelos se habían ido a probar suerte en otra parte. Tomé un taxi a mi casa a las 4:00 de la mañana, ni siquiera pregunte el nombre del silvestrista, porque no tenía sentido saberlo. Una depresión absoluta se apoderó de mi alma, me declaré enferma y durante días perdí la noción del tiempo. Tomé pastillas para dormir y al despertar volví a tomarlas, duraba más de 24 horas, completamente dormida; y al despertar lloraba como si mi madre hubiera muerto. Dejé de comer, dejé de vivir durante mucho tiempo, pensé en suicidarme una y otra vez, lo único que lo evitó fue dormir, y dormir durante días. Poco a poco volví a comer, y por obra y gracia del destino, aprendí a respirar nuevamente y decidí levantarme de la cama y vivir. Me fui de la ciudad y comencé de cero en otra, me entregué a mi nuevo trabajo, y me recuperé poco a poco de mis complejos, lloré noches enteras, tomé antidepresivos y pastillas para poder dormir por las noches. Rafael había logrado hacerme un hoyo enorme en el corazón; lo único bonito que recuerdo, durante ese tiempo de vivir como un autómata, es la música del Silvestre, cuando más triste o sola me sentía, él con sus melodías llenaba mi vida. Colmó poco a poco mi corazón de su alegría y sin saber cómo o por qué, me convertí en fanática o como se le dice a sus seguidores, me bauticé “Silvestrista”.
  • 15. TERESA Una noche mientras trabajaba largas horas en el computador, sentí un vacío tan grande, que decidí en ese instante que necesitaba una ilusión, era el momento de aceptarlo, tomaría mis vacaciones para irme por primera vez a un concierto de Silvestre en Colombia. Tomar la decisión y hacer las maletas fue cuestión de horas, dejé la oficina en orden; y tras la puerta del despacho mi envestidura de abogada, dije adiós a mis seres queridos y tomé un vuelo a Valledupar, tenía suficiente dinero y dos meses completos para llenar mi vida de alegría. Sin embargo, en la vida las cosas no son color de rosa, y las enseñanzas cuando crees que han llegado, apenas comienzan, el camino que había emprendido en el taxi la noche de mi cumpleaños, apenas iniciaba. Me hospedé en un hotel hermoso cercano al lugar donde se realizaría el concierto, pero apenas bajé a comer algo, mi vida cambio para siempre, el barman del restaurante, era el joven por el cual, había conocido sobre Silvestre Dangond. - ¡Hola bonita! El silvestrista estaba ante mí. - ¡Eres tú! Dije sin poder creer lo que veían mis ojos. Él sonrío y llenó mi vida con su existencia, olvidé por un instante quién era yo misma y en donde estaba. Sus ojos pardos eran penetrantes, que brillaban con tal intensidad, que me sentí desarmada ante su existencia. - ¿Qué haces tan lejos de casa? Preguntó, pero no pude contestar, lo miré como si fuera irreal. - ¡Soy Ana! Fue lo único que pude decirle. - ¡Mathias!, no me dirás que has venido siguiéndome. Y su carcajada me lleno el alma.
  • 16. - ¡No! Dije. Vine a realizar un sueño, quiero que Silvestre me conozca. - ¿Ahora eres silvestrista? no esperaba menos.- Dijo. - Sí, ahora soy muy alegre y te agradezco por haberme presentado a mi Ídolo. - Te traeré tu bebida, y tomaré mi descanso. Me guiñó un ojo y regresó con una enorme copa roja. Hablamos durante horas, me desahogué con Mathias, me disculpé por salir tan groseramente del Bar aquella noche, pero le confesé que me había sentido mal por divertirme y durante años me arrepentí de haberlo hecho, le conté que fui a buscarlo al Bar días después, y algunas cosas de las que pasaron con Rafael. Él solo me pregunto si tenía novio actualmente, y nos reímos durante horas. Sentí que había encontrado la felicidad, pero que debía tener cuidado, no quería lastimar a nadie, y menos, que volvieran a romperme el corazón. Paseamos de día por Valledupar, y de noche, yo lo observaba trabajar hasta tarde, así pasaron algunos días. Para el concierto aún faltaba algún tiempo. - Hoy te llevaré a conocer a alguien muy especial. Dijo Mathias una tarde. - ¿A dónde vamos? Quise saber. - Hoy te presentaré a mi amiga Teresa, ella es una de las Silvestristas más bellas que conozco, es alguien muy especial y nadie en esta vida se parece a ella. Es innegable que sentí celos de esas palabras, y hasta pensé que Teresa sería su novia. Para mi sorpresa, era una chica de mi edad, muy hermosa, pero estaba en sillas de ruedas.
  • 17. - ¡Hola hermosa! - Dijo Mathias, y la chica se aferró a él como si estuvieran despidiéndose. ¡Ella es Ana! Dijo refiriéndose a mí. Y por primera vez conocí en la mirada de alguien, las verdaderas ganas de vivir. Me acurruqué a su lado y ella me dio un beso en la mejilla. Si el corazón de un ser humano se puede encoger, el mío se volvió diminuto. Verla con su pañoleta roja, cubriendo la calva donde alguna vez existió un hermoso cabello, me lastimó el alma. - ¡Hola Ana! Dijo abriendo sus ojos como platos. Mathias me ha dicho que has venido a ver a Silvestre desde muy lejos. Me parece increíble y muy divertido hacer algo así. Yo quiero ir al concierto, pero mis padres no me dejan ir, porque no pueden acompañarme, y aunque pudieran no me llevarían, me tratan como si fuera un bebé. - ¿Y si vamos los tres? Pregunté sin medir la responsabilidad del compromiso que asumía ante aquella familia. Pero ya no podía ir sin Teresa, era evidente que tenía una enfermedad grave, y mi sueño de que Silvestre me conociera, podía esperar. El rostro de Teresa se iluminó con la idea y Mathias me dedicó su mejor sonrisa. Fue un instante que jamás olvidaré, cada uno de nosotros se llenó de felicidad infinita, cada cual por sus propios motivos. Mathias me explico que Teresa sufría de Cáncer en el estomago, y que los médicos hacía mucho, la habían desahuciado, la quimioterapia había dado sus frutos pero el mal había ganado la batalla. Durante días su historia me hizo sentir culpable, yo me lamentaba por el engaño de un hombre, cuando existían personas con verdaderos dolores y con más ganas de vivir que yo. Me sentía avergonzada de haberme mantenido dormida durante tanto tiempo, en lugar de luchar, perdí mucho tiempo de mi vida en algo que simplemente no valía la pena. Una tarde paseando con Teresa por una plaza de Valledupar, la chica me agradeció que la apoyara a ir al concierto. Conduje su silla de ruedas hasta una banca de la plaza y me senté a contemplar a los niños correr detrás de las palomas.
  • 18. - ¡Ana! Dijo Teresa. Tal vez no ahora, tal vez no después, quizás dentro de unos años, estoy convencida que Silvestre va a conocerte, y por eso quiero pedirte que le digas lo feliz que me hizo; y que, sus ojos amarillos son como dos solecitos que me iluminarán siempre, vaya a donde vaya. Al decir esto dos enormes lágrimas brotaron de sus ojos. - No digas tonterías Teresa. Dije secando su rostro. Se lo dirás tu misma. Te prometo que haremos todo lo necesario para acercarnos a él y que te de un besito en la mejilla. - No creo Ana, acercarse es muy difícil, él es muy famoso, y entiendo que no nos puede conocer, a todos y cada uno de los silvestristas, pero tengo fe en ti Ana, tú le hablaras algún día de la loquita de Teresa, y del amor tan grande que le tuve. - Te prometo que Silvestre sabrá que Teresa la más bella silvestrista que ha existido… lo ama. Dije lanzándome a llorar entre sus brazos. La amaba y aceptar que moriría me causaba el dolor más grande del mundo. Lloramos juntas y la Plaza Alfonso López fue testigo de mi promesa. Aquella noche supliqué a Dios que curara a Teresa, que le diera salud. Ella era demasiado joven y hermosa para morir, no era justo que alguien tan puro sufriera así, habiendo tanta vida en sus ojos cafés. Lloré hasta quedarme sin lágrimas. Mi oración se quedó en el aire, pocos días antes del concierto, Teresa había muerto; se había ido a ser feliz con Dios a otro lugar. El día de su entierro me quedé al lado de su lápida, con una rosa roja entre las manos, hasta que volví a formular mi promesa, dejé la rosa arriba de todas las demás flores y nos dijimos adiós. El día del concierto de Silvestre, lloré y lloré, en la habitación del hotel en los brazos de Mathias. - ¡No puedo ir al concierto! Sollocé.
  • 19. - Tienes que ir, es lo que Teresa quería. - Por favor entiéndelo, ya no puedo ir, ella… ella. - Si lo sé, ella se ha ido, pero no podías hacer nada, era como mi hermanita y no pude hacer nada tampoco, pero ella te dejó un encargo y debes cumplirle, vamos vístete de rojo, Silvestrista… nos vamos. Aquel primer concierto, aunque me rodeaban miles y miles de personas, me sentí inmensamente sola, estaba tan triste, era como si la muerte de Teresa me golpeara contra una pared, pero a su vez, como si Rafael me volviera a engañar, como si toda la depresión del mundo se alojara en mi corazón. Logramos llegar hasta la baranda principal y me aferré allí durante horas, era permanecer allí de pie o echarme a llorar sin consuelo. La gente aclamaba, gritaba, el lugar estaba a no más poder, miles y miles de historias en cada silvestrista, y Teresa, allí debía estar Teresa, me aferré a esa idea, y las luces me cegaron por un instante, mi cantante salía al escenario. Grité, grité, grité durante todo el concierto, lloré y me abracé al pecho de Mathias. Me sentí cansada y aunque estuve muy cerca, Silvestre, él no pudo verme. - ¡No le cumplimos a Teresa! Susurre al oído de Mathias, cuando el concierto terminó. Él me abrazó y sin decirme nada y sin darme casi cuenta, me besó. Allí en ese instante, fui profundamente feliz.
  • 20. CLUB DE TRES Mi estadía en aquel hermoso lugar llegó a su fin, debía irme dejando los sueños atrás, dejé a Mathias, escondí todos mis sentimientos bajo llave, dejé rosas rojas en la lapida de Teresa, y me marché, lo único que llevaba conmigo a flor de piel para que la tristeza no me consumiera, era el recuerdo del concierto, las canciones más alegres de Silvestre. Mathias tenía su vida, y yo un lugar en el mundo, con realidades y luchas que debían continuar, ni por un instante consideré la idea de quedarme o rogarle al amor que me siguiera, porque aprendí, que el amor llega y se queda contigo cuando debe llegar; y cuando es todo para ti, sin obligar ni presionar, él simplemente llega. Pasó un año inmensamente largo antes de las vacaciones de agosto, durante todo ese tiempo no abandoné mi pasión por el silvestrismo, era lo que estaba conmigo y a mi lado en los momentos de debilidad, pero la soledad era absoluta, así que decidí inventar un Club de fan, digo inventar, ya que era la única fan de mi ciudad o por lo menos así lo creí, las redes sociales hicieron su labor y como quien recluta personal increíblemente encontré en mi vida a dos almas gemelas, la primera de ellas una hermosa niña de cabellos rubios llamada Amparo, la otra de ellas, una morena silvestrista llamada Raquel, ambas eran mucho más altas que yo. En ese tiempo se daría un concierto de Silvestre en la ciudad, lo cual me produjo ansiedad, no por su llegada, si no porque sabía que las personas no lo conocían tanto como en Valledupar, así que llenando vacíos, le entregue el corazón a un club de tres, y con la ayuda de algunas amigas cómplices, ya que no fue fácil que algunas aceptaran colocarse una camisa roja y me acompañaran a promocionar el concierto, sin siquiera saber de quién se trataba, otras personas a quienes les rogué su apoyo
  • 21. prácticamente me cerraron las puertas de su amistad, e incluso perdí falsas amistades de sociedad, que solo me consideraban su amiga por tener una profesión exitosa o por haber sido novia de un gran hombre, que en realidad sabemos que no era tal. Esa tarde en que siendo abogado, con todas las ocupaciones que ello me origina, me fui a la calle con volantes, pendones y fui simplemente Ana, me acompañaron las increíbles nuevas amigas Amparo y Raquel, conocerlas fue algo maravillo, ya que siendo tan distintas, no fue necesario tomar café o contar intimidades para llegar a ser las mejores amigas del mundo, y la locura en cada una se distribuía perfectamente. Luchamos durante días para vender entradas al concierto, cada cierto tiempo le escribía a Mathias contándole los pormenores del Club de Tres, durante ese año mantuvimos un trato algo distante para no herirnos, pero evidentemente cada vez que recordaba el único beso que nos dimos, el alma se me fragmentaba en pedazos, que remendaba con mis ocupaciones del silvestrismo. Llegado el día del concierto, ya no éramos un club ficticio, teníamos miembros fundadores, verdaderos portadores del color Rojo. Por decisión unánime, esperamos al querido Silvestre en el Aeropuerto, desde la mañana, pero por cosas del destino, el cielo se nos vino encima, el diluvio ocurrió y no dejó de llover, estábamos eufóricos, entre la histeria y la tristeza, el torrencial aguacero mantenía al artista preso en el aeropuerto de otra ciudad y la distancia no fueron las horas, sino la duda de su llegada. Cantamos, lloramos, a ratos pensaba en que si Mathias estuviera conmigo, la felicidad sería completa, tenía fe de que dejaría de llover y por primera vez vería a Silvestre frente a frente. Curiosamente me sentía cansada, como cuando tienes fiebre y pensé que era la emoción del instante. Eran las 10 de la noche cuando escuché gritos de las personas que me acompañaban, caí en una especie de estado depresivo incomprensible, no podía escuchar o entender, solo miré a
  • 22. Amparo, con esa sonrisa radiante en ella y la felicidad que emanaba de Raquel para entender… él había llegado. Comencé a llorar, lloré por Rafael, llore por Teresa, lloré por Mathias y nuestro amor inconcluso, cuando entre todos los que estaban presentes, lo vi, no pude moverme y solo lloré, pensando que él se iría inmediatamente al concierto. Nada más lejano de lo que viví en ese instante. Es muy alto. Pensé. - ¿Qué tal la espera? Preguntó Silvestre colocando su brazo derecho en mi hombro. No contesté, no pude, me aferre a él, lo abrace como nunca había abrazado a un ser humano. Las lágrimas aún las conservo en mi alma, al igual que la imagen de sus ojos amarillos, increíblemente dorados, los solecitos de Teresa, camino a la eternidad.
  • 23. ROMEO Y JULIETA Ante las emociones que vivimos ese día en el aeropuerto, le fallé nuevamente a Teresa, lo único que pude hacer fue entregarle un obsequio, en una versión de bolsillo, le regalé “Romeo y Julieta”, el libro más hermoso que podía darle, pero los sentimientos de mi amiga, su existencia y muerte, fueron imposibles de expresar. Nuevamente derrotada por el tiempo, esperé a que la vida me diera un instante más tranquilo, el cual no llegó, por lo menos, no en ese momento. Al día siguiente del concierto que no se realizó por el diluvio intenso de la noche, entraba en un lugar frío y distante de la alegría anterior, era hospitalizada, a tan solo calles de Silvestre. Las calenturas del día anterior en realidad eran fiebre. Ingresaba con Bronquitis a la clínica, derrotada, llorando en silencio, sin fuerzas y delirante en fiebre. En la noche pude ver entre pesadillas y altas fiebres, a una niña hermosa al lado de mi cama, estaba sentada en una especie de silla de ruedas de colores y susurraba palabras ininteligibles, los ojitos que me observaban eran los de Teresa, no me acusaban, ni perdonaban, simplemente me miraban. Al despertar me sentí agotada, más que enferma, me sentía incompleta.
  • 24. SIRENA DORADA Transcurrieron algunos meses, y en mi pecho se abrigaban los vacíos más terribles que el amor pudiera ocasionar. Cuando decides ser feliz para siempre y tu decisión ha llegado tarde, puede ocurrirte, lo que me sucedió. Regresé por fin a Valledupar, y para mi sorpresa, Mathias ya no trabajaba en el Hotel, no conseguí dirección alguna a la que se hubiera mudado, nadie supo darme razones del hombre que amaba. Cuando dejé de recibir sus correos y llamadas telefónicas, sabía que algo andaba muy mal, pero nunca creí que él desaparecería de mi vida. Esa tarde en la que me rendí y acepté que se había marchado para siempre, necesité el consuelo del único lugar que el valle podía entregarme por completo; y como quien llora la muerte de un ser amado, derramé mil lágrimas a orillas del Río Guatapuri, allí sentada entre las rocas, observada únicamente por la enorme escultura de una sirena dorada. Era irreal que Mathias ya no estuviera en Valledupar. Sentí tanta soledad que pensé que en cualquier momento me lanzaría a las aguas de aquel hermoso río, y dejaría que se llevara el amor que me quemaba en el alma. Miré mis pies y me dije: << Zapatos rojos>> me los quité y hundí las piernas en aquellas aguas cristalinas, solo hasta entonces pude calmar las tristezas de decisiones tardías. En el Guatapurí vi el atardecer más hermoso, que jamás haya visto, La Sirena brillaba como un sol, porque él se reflejaba en ella, era como una Diosa de oro, que aplacaba con su hermosura mi corazón fragmentado; en ese mismo instante hundí mis manos en las aguas diciendo: <<Te entrego mi amor y mi odio, que tus aguas se lleven lo que me consume, me perdono y me amo, te perdono y te olvido Rafael, nunca más volveré a sentir siquiera odio por tu nombre, yo declaro que te vas río abajo, en la corriente del Guatapurí>>
  • 25. Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, pude dormir en paz, sin tristezas, entendiendo que tanta desolación no se debía a Mathias, o a mis sueños inconclusos, ni siquiera tenía que ver con mis promesas a Teresa, todo el malestar que arrastraba dentro de mí, se debía a mi incapacidad de perdonar a Rafael. Estoy convencida, que la vida, el destino o como quiera que se llame esa Ley universal, Mathias debía alejarse de mí, para que yo pudiera cicatrizar mis heridas. Regresé a mi ciudad con toda la paz que un alma puede tener; y sobre todo, dispuesta a seguir el Silvestrismo como una forma de vida, conocer las historias de quienes persiguen una voz, no por su potencia o mensaje, si no por la armonía que ella produce, ese cantor de ojos amarillos y alma transparente. Desde entonces decidí escribir este diario para ti, paciente lector Silvestrista.
  • 26. EL ZAPATO ROJO En este episodio del diario rojo, quiero dejar constancia, de lo mucho que se puede llegar a sufrir, por ser fan, no por obra del artista al cual sigues, quién ni tiene idea de lo que podemos pasar por estar buscando tal vez, lo que no se nos ha perdido. Aquella noche Silvestre tendría una presentación, en una ciudad cercana a la mía, que sería, realmente concurrida, y a la cual no tenía planificado asistir por la inseguridad que ofrecen eventos enormes, pero como en el corazón de un fan no manda la razón, me presenté, aún a pesar del augurio en mis sueños, la noche anterior. Cometí el error de acercarme más y más al barandaje cercano a la tarima del evento, la multitud me sofocaba, pero la meta, estaba allí ante mí, en donde sólo se interponían unas cuantas miles de personas, en lugar de quedarme atrás, como cualquier mujer sola y sensata debería haber hecho, paso a paso fui conquistando terreno. El problema no fue avanzar, ni el calor, ni siquiera la sensación de claustrofobia que sentí en ese momento, sino la euforia de quienes al igual que yo, empujaban buscando un lugar cercano a la tarima. Faltaba muy poco para que se presentara Silvestre, y eso me empujó a agacharme entre la multitud. Hoy recuerdo lo que hice, y no se si reírme o llorar mis ideas sin sentido. Comencé a avanzar entre los silvestristas, gateando poco a poco y me gané algunos insultos, otros se reían y otros ni se dieron cuenta de lo que hacía, en tres oportunidades me pisaron las manos; no tengo idea qué me pasó en esa oportunidad, olvidé mi edad, mi profesión, olvidé que era una dama, y me comporté simplemente como una niña traviesa.
  • 27. Al levantarme, observé que aún me faltaba bastante para llegar a mi meta, pero en ese mismo instante, los músicos de la agrupación hicieron acto de presencia, y la locura se desbordó en todos los corazones allí presentes, en no se qué espacio, la multitud se desplazó, corrimos hacia delante; y caí, sentí como me detenía el áspero asfalto, y por unos instantes fui arrastrada entre la marea, raspándome las manos, las rodillas e increíblemente perdí uno de mis zapatos rojos favoritos. Alguien me ayudó a ponerme de pie, y el dolor fue terrible, Silvestre salió al escenario y todos brincamos de alegría. Sentí como un hilillo de sangre brotaba de mi rodilla derecha, pero la emoción contuvo el dolor, tampoco eché de menos mi zapato, y después de todo, seguí avanzando, poco a poco, la multitud fue cediendo y por fin llegue a la baranda en frente de la tarima, levante la vista y sus ojos amarillos, se clavaron en mi, él me estaba esperando.
  • 28. CAPITULO ESPECIAL Para mi gran sorpresa, me miró directamente a los ojos y sentí, que de alguna forma, entre la multitud, él me reconocía. No puedo decir, qué cantaba, o cuál era la melodía, solo podía verlo a él en la tarima y vivir ese instante de mirarnos, de sonreírnos como un par de cómplices. Cuando Silvestre terminó de cantar, las personas comenzaron a mostrar sus pancartas, alguien a mi lado le dio un regalo, era algo así, como un arreglo de frutas, e incluso vi una mano extendiendo una gruesa cadena de oro, que él no acepto. La magia de un concierto, ciertamente te hace ver a tu artista como un ídolo, recordé en ese instante que llevaba en mi bolso un pequeño obsequio para él; y sin saber, ni en qué momento lo saqué, lo tendí hacia arriba con ambas manos, tal cual, como ofreciendo mi sacrificio a ese ídolo, y él sin dejar de mirar a su fan, lo recibió. - ¿Cómo te llamas? Preguntó Silvestre. - ¡ANA! Grité ¡SOY ANA! Como si la vida se me fuera a gritos. - Ana, te doy las gracias, que bonito detalle de tu parte - Su voz era sincera, serena, simplemente como si estuviéramos solos. Se quedó mirándome. - ¡YO TE REGALÉ ROMEO Y JULIETA! Volví a gritar entre la gente que me asfixiaba. Silvestre sonrió y me lanzó, tal vez, el beso más hermoso que un ídolo haya lanzado a un fan, en toda la existencia de la humanidad. - ¡Lo recuerdo! Dijo Silvestre y volvió a sonreír. - ¡TE AMO! Grité fuera de mí. ¡TE AMO! ¡TE AMO! Me había convertido en toda una fan. El concierto continuó y solo recuerdo haberme puesto a llorar, nuevamente lloraba por él, por mí, por Teresa, por mis seres
  • 29. queridos, y me sentí agradecida de poder ser correspondida en un instante, Silvestre sabía que me llamaba Ana, yo era Ana. Tal vez, todo haya sido circunstancial, es posible que esa noche, hubiera podido saludar a cualquier otra de las chicas que gritaban su nombre, pero juro por lo más grande que tengo, que es mi alma, que él sabía que yo existía, que algo más que el destino, hizo que me mirara a los ojos. Sentí que había pagado con sangre ese instante en mi vida, la herida de la rodilla era insoportable, pero vivir es precisamente eso, aprender a sentir. Cuando se acabó el concierto, las luces se apagaron y la magia llegó a su fin, debí caminar mucho para poder alejarme de allí y conseguir como irme a casa, pero no hubo transporte, y estando completamente sola, caminé y caminé durante horas, comenzó a llover y lo que había sido maravilloso, se convirtió en una pesadilla, yo llevaba puesta mi chaqueta roja, me apreté a ella y el frío me caló en los huesos, al ver mis pies recordé que había perdido un zapato, y los guijarros de la carretera me lastimaban terriblemente la planta del pie. Cuando más sola y cansada me sentí, una camioneta se estacionó a la orilla de la carretera por donde iba, una puerta se abrió para mí. Dudé en acercarme, y una voz preciosa, me animó a subirme al carro. - ¡Ana apúrate!, te estás mojando. Al subir, sentí un frío increíble, estaba totalmente empapada, y el ardor de la rodilla me hizo gemir. - ¿Te pasa algo Ana? Dijo él. - ¿Usted me conoce? Pregunté sin ver al chofer, me comenzaba a sentir, realmente mal. Tenía mucha fiebre. Y sin poder más, me desmayé.
  • 30. Cuando desperté, estaba en una hermosa habitación, una mesita de noche alumbraba el lugar, no sabía dónde estaba, ni qué me había pasado, la fiebre había bajado y alguien me había puesto un pijama. Me toqué la pierna y tenía un vendaje. - ¿Hola? Murmuré. ¿Hay alguien aquí? ¿Hola? - Por fin despertaste, ya me tenías asustado Ana. Unos ojos amarillos me miraban fijamente, mientras el dueño de ellos sonreía, pensé en ese instante que estaba soñando, que había perdido la razón, Silvestre estaba conmigo dentro de aquella habitación. Las lágrimas brotaron sin sentido, sin control. Recuerdo haber temblado, me senté en la cama y seguí llorando. - Creo que estabas perdida, te encontramos caminando cerca del aeropuerto cuando íbamos hacia él, te reconocí, eres la silvestrista del regalo. Te pedí que subieras, tenías mucha fiebre y mandé a los músicos en el vuelo y me regresé a cuidarte, no sabía a dónde llevarte, así que te traje a mi habitación en el hotel y pedí a una mucama que te atendiera, mientras fui a buscarte un médico. El doctor atendió la herida que tienes en la rodilla y te vendó también el pie, te inyectó para la fiebre. ¿No lo recuerdas? - ¡No! Murmuré ¿Tú eres tú? Pregunté quedamente. Silvestre se sentó al borde de la cama, y volvió a sonreír. ¿Qué hace una muchachita, sola en un concierto tan grande? – Preguntó - ¿Cómo se te ocurre andar caminando por la carretera de madrugada? - Quería verte.- respondí sin dejar de llorar. - ¿Y tu zapato? Solo traías uno, te pareces a Cenicienta – Su sonrisa fue realmente hermosa. - Lo perdí en el concierto, me caí, me pegué en la rodilla y perdí mi zapato rojo. Contesté, calmándome un poco, sintiéndome avergonzada. Él me miraba intensamente, como queriendo entender mi estado de nervios, trataba de ayudarme, pero en realidad no sabía qué
  • 31. hacer. Hubo un silencio hasta que lo rompió con una simple pregunta. - Ana, ¿Quién es Teresa? - ¿Cómo sabes su nombre? Pregunté, mi corazón se aceleró. Su mano tocó mi rostro y secó mis lágrimas. Era él, no era un sueño. - Ya es de noche, pasaste todo el tiempo delirando y diciendo ese nombre y el mío. - Hace unos años cuando comencé a ser tu fan, y a llenar mi vida del silvestrismo, conocí en Valledupar a una dulce muchachita, que te amaba, mucho más que yo, ella estaba enferma y en sillas de rueda, el cáncer se llevaba sus sueños. Teresa, decía que tus ojos eran sus soles, mi amiga se aferró a tu música, a vivir por ti, yo le prometí que en ese concierto al que iríamos ella y yo… tú la conocerías. Teresa murió unos días antes, y le prometí en su tumba que tú sabrías su historia, y que te diría que tú eres su sol en la eternidad. Lo abracé como si estuviera a punto de perderlo para siempre, me aferré a su cuello y dejé que todo el dolor saliera de mi alma. Él me abrazó y susurró palabras que no recuerdo. Nunca pensé que mi ídolo fuera tan humano, cuando vi sus ojos nuevamente, en ellos había lágrimas por Teresa, yo no podía pedirle nada mas a la vida, había cumplido mi promesa. - Ana debo irme, estoy retrasado para un concierto, pagué los gastos del hotel, el médico dijo que descansaras, duerme un poco, recupérate y ten cuidado con la pierna, la herida tenía un vidrio muy grande, así que, debes limpiarla hasta que cicatrice, tu ropa está lavada, la coloqué en el armario ¿Quieres que llame a alguien? ¿Necesitas dinero? - No, estaré bien, vivo cerca de esta Ciudad, no te preocupes, gracias por haberme cuidado. - Prométeme que no volverás a ser tan imprudente.
  • 32. - Lo prometo, palabra de silvestrista. Mis palabras lo hicieron reír, se acercó a la cama, colocó su frente junto a la mía. - Cuídate mucho mi muchachita – Dijo dándome un beso en la frente. Me gusta mucho que me miren esos ojos negros que tienes, así que te me cuidas. Y se fue, dejando la habitación vacía, él llenó mi vida por completo, y esos instantes a su lado fueron como un sueño. Un lugar a donde mi alma ha aprendido a ser plenamente feliz, en los sueños, puedo verlo seguido, recordar sus palabras, sus miradas, su música. En mis sueños no hay tristezas, no hay depresiones, y de vez en cuando Teresa me visita para saber que estoy bien. A la mañana siguiente, busque mi ropa en el armario y junto a ella había una hermosa caja roja con una tarjeta, mi corazón comenzó a latir aceleradamente << Con amor para mi Cenicienta Silvestrista. Silvestre Dangond>> <<Zapatos rojos>> sonreí.-
  • 33. PALABRA DE SILVESTRISTA En ese instante miré a mi gran hermana silvestrista, como si por primera vez en la vida, entendiera que cuando te dicen no, la respuesta es sí. - ¡Ana te has vuelto loca! Dijo Amparo ¿Tu empleo? ¿Tu familia? - Lo siento Amparito, renuncio, me voy a Colombia. Respondí mientras empacaba mi maleta. Necesito buscar a Mathias, tengo que encontrarlo. - Tú te vas es detrás de Silvestre, a mi no me engañas ¿Conocerlo no fue suficiente? Tienes que parar ya Ana. Tomé su mano entre las mías, y sonreí lo mejor que pude. - ¡Ven conmigo! - ¿Qué? - Vamos Amparo, vámonos de aquí, vente conmigo a Cienaga. - ¿Qué vamos hacer allí? ¿mi programa de radio? ¿De qué vamos a vivir? - El programa es muy importante, tienes razón, sin ti y sin Raquel no hay silvestrismo en la ciudad, necesitamos seguir luchando día a día por Silvestre en Venezuela. Quiero que confíes en mí, he ahorrado algo y me cuidare mucho, hay silvestristas que quiero conocer, además es posible que alguno de ellos sepa dónde está Mathias. - Ana Cienaga, es un pantano y queda muy lejos. Dijo Amparo y sus ojos verdes me reprendieron.
  • 34. - Confía en mí, estaré bien. - ¿Y tu familia? - Creen que voy a hacer unos estudios de derecho a Colombia, por favor Amparo, nada de hablar con mi madre ¡Júralo! - ¡Palabra de Silvestrista! Te mataré con mis propias manos, si tengo que ir a buscarte, la herida de tu rodilla aún no cicatriza y ahí vas en busca de acción y emoción. - Tendré cuidado, no volverá a pasar, se lo prometí … - Sí, sí, ya no me saques en cara el beso en la frente o me olvido de nuestra amistad. Dijo Amparo, caminando de un lado al otro en la habitación. Tomé mi maleta y un bolso pequeño <<mis sueños caben en un bolsito>> pensé. Me coloqué mis zapatos rojos, y dejé guardado en un cofre, mi anillo de graduación. En mi habitación se quedaba Ana la abogada, y quien llevaba la maleta, era Ana la Silvestrista. Estaba feliz de irme por un buen tiempo, había renunciado al bufete y retirado todos mis ahorros, incluso vendí, ropa, carteras, tacones, y muchas cosas más, necesitaría todo el dinero que pudiera llevar, porque, en el fondo de mi corazón, no deseaba regresar. Tenía una carrera que me agobiaba, en la que debía ser fría, calculadora y donde jamás los sentimientos deben involucrarse, luego de 10 años de ejercer, necesitas “aire”. Me despedí de Amparito y sin más, me llevé mis sueños a otra parte. En esta oportunidad no viaje en avión, para poder economizar, me trasladé en autobús, no tenía idea de lo lejos que quedaba la frontera, pasé 24 horas de viaje, al bajarme en Maracaibo, casi grito, lo único bueno del viaje, fue lo mucho que pude pensar, organicé mi mente, mis acciones, anote algunos planes, tache
  • 35. otros cuantos, pero el primer destino en la lista sería Valledupar y la meta sería llegar hasta Cienaga, en Magdalena – Colombia.
  • 36. NO ME COMPARES CON NADIE Maracaibo, era el mejor lugar para empezar mis planes silvestristas, en esa ciudad encontraría a alguien que más que una aliada, sería mi amiga, y me ayudaría a estructurar lo que sería mi próximo año de vida. Una noche, de las tantas que viví en Valledupar, Mathias me había dicho, que para conocer el silvestrismo tenía que ir a Cienaga en el Magdalena – Colombia; que para poder entender cómo se sentían las canciones de Silvestre en Venezuela, debía encontrar a Lorayne López en Maracaibo, que no bailaría igual en mi vida si llegaba a conocer a Sergio Tarazona de Bucaramanga, y que, la punta de lanza de ser un verdadero fan estaba en la Cienaga; y así, como el que busca encuentra, me fui detrás de la pista, y estando en Maracaibo con la ayuda de las redes sociales, conseguí a Lorayne. En esos días se aproximaba el lanzamiento del nuevo CD de nuestro artista, “No me compares con Nadie,” así que estando en Maracaibo, me enteré que ya todos los silvestristas estaban en Valledupar, Lorayne me esperaría en el valle para conocernos. Cruce el puente de Maracaibo por primera vez en mi vida, y sentí nostalgia, su larga distancia y lo bello de sus aguas se quedaron grabadas en mi memoria, me imaginé a Silvestre cruzando ese mismo puente, 10 años antes, cuando viajaba para ganarse la vida en pequeños conciertos; al igual que yo, cruzaría ese puente en busca de mis sueños, solo que en sentido contrario. Una cosa es llegar a Valledupar en avión, y otra muy diferente es llegar por carretera, en viajes anteriores, me había perdido la belleza y sencillez de Maicao, así como del camino de La Guajira,
  • 37. subir a un taxi pirata, fue igual de emocionante que un concierto, el conductor no dejó de colocar vallenatos. A orillas de la carretera observé en varias oportunidades mujeres de piel tostada, con largos trajes de colores que ondeaban al viento. A las dos horas de camino, nos detuvimos por agua y café, era aún de mañana pero el calor ya era insoportable. En aquel lugar lejano, me llamó la atención una pequeña niña Guajira, llevaba puesta una sencilla manta roja, ella cubrió su cabello con una tela igual a la del vestido, pensé en una niña árabe del desierto. <<En la Guajira hay Beduinos>> susurré. Pocas horas después, me bajaba nuevamente del sofocante vehículo, pero el lugar más amado del planeta, nuevamente mis pies me habían llevado al valle del Cacique Upar, la ciudad era un bullicio de gente, vallas, pancartas, vehículos con sonido a todo volumen, era el día del lanzamiento y llegaban a la región silvestristas de todas partes. Luego de dejar mi equipaje en el hotelcito económico en el que ya había planeado quedarme. Pinté mi vida de rojo y me fui a la caminata que daría Silvestre esa tarde, en donde me esperaban dos grandes sorpresas. Cuando le escribí por correo a Lorayne, y le pregunté donde nos encontraríamos o cómo nos reconoceríamos, ella simplemente me respondió, “te encontraré” respuesta que me dejó algo escéptica, pero el silvestrismo te enseña que debes aprender a confiar, y eso hice. Al llegar a la calle de la caravana roja, creí estar en un concierto, la cantidad de gente desbordada por la calle y vestida de rojo, me resultó impresionante, estaba convencida que no lograría verme con Lorayne. - ¡ANA! ¡ANA! Alguien gritó muy fuerte mi nombre. Cuál sería mi sorpresa al voltearme, una muchacha de finos rasgos guajiros, muy atractiva, me sonreía, vestida de
  • 38. tricolor y rojo, se dirigió hacia mí con los brazos abiertos de par en par. La reconocí inmediatamente era Lorayne López. - ¡Te encontré Ana! Llevaba en las manos una enorme bandera de Venezuela. Conocerla fue emocionante, no estaba acostumbrada a sentir que conocía perfectamente a una persona, aún cuando jamás la había visto en mi vida. <<Esto es el silvestrismo>> pensé. Me tomó de la mano, cuando aún no salía de mi asombro de haberla encontrado, cuando gritó ¡ANA MIRA, ANA ES SERGIO! Un joven corría hacia nosotras, la tomó en sus brazos y la alzó como quien encuentra a una niña perdida, yo estaba conmocionada, era como encontrar a los amigos del alma, Sergio me vio, me abrazó fuertemente y me llamó por mi nombre, le correspondí el abrazo. Su olor me es inolvidable, llevaba una fragancia masculina y lo blanco de su piel me recordó a Silvestre. Las redes sociales en nuestras vidas como silvestristas, son la herramienta más poderosa que tenemos, incluso más que las cartas o misivas en las guerras mundiales pasadas, nos conocemos, vivimos pendientes los unos de los otros, reímos y lloramos con nuestras historias, y si tu estás leyendo este diario, estés donde estés, me conoces y se también, que algún día nos conoceremos. Esa tarde en la calle roja del silvestrismo, vi bailar a Sergio, pensé que se le caería la cabeza, y como bien me había contado Mathias, ya nada sería igual. La gente comenzó a gritar y aglomerarse alrededor de un vehículo blanco, era una camioneta, yo no entendía que pasaba, pero Sergio agarró a Lorayne y ella me tomó de la mano y nos arrastró al centro del bullicio. ¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Coreaban el mar de gentes, unos empujaban, otros lloraban, todos gritaban. Unos ojos amarillos me observaron, él me sonreía y saludaba, cómo si fuera la primera vez.
  • 39. LA GRINGA Intentamos acercarnos a Silvestre, pero la multitud nos fue alejando más y más, todos gritaban, y él nos saludaba lanzando besos y sonriendo, en varias oportunidades bailó en la camioneta al son de la música del nuevo CD, la gente estaba como hipnotizada por el ídolo. - ¡Hora de irnos! Dijo Lorayne. - ¡No! Vamos a seguir la caravana. Dijo bailando Sergio. Lorayne me sacó del bullicio, y dejamos a Sergio brincando como una cabra desenfrenada en la multitud. - ¿A dónde vamos? Quise saber. - Ana, tenemos que irnos ya, de lo contrario entraremos de últimas al concierto, en cambio si nos calmamos y nos vamos ahora mismo, entraremos de primeras y lograremos estar adelante en el concierto, confía en mí. Sus ojos brillaron con tal intensidad, que tomé su mano y salimos corriendo en sentido opuesto a la caravana roja. Al llegar a una avenida, Lorayne paró un taxi y lo abordamos. - Rápido señor, al Parque de la Leyenda Vallenata. Dijo Lorayne entregándole varios billetes. El taxista como un rayó nos llevó a nuestro destino. De todas partes llegaba gente, pero fuimos las primeras en llegar a las puertas del parque. La nostalgia me golpeó de pronto. Recordé a Mathias a mi lado unos años antes, después de la muerte de Teresa, y sentí que no podría entrar sin él. Lorayne notó que algo pasaba y me abrazó. - Tranquila Ana, estaremos bien, sonríe Silvestre nos vio en la caravana, estoy segura.
  • 40. - Yo creo que me miró, pero entre tanta gente, no estoy segura. Dije tratando de que Lorayne pensara que eso, era lo que me tenía triste, no deseaba hablar de Mathias. - Nos lanzó un beso, pero te quedaste petrificada, tienes que animarte, esto apenas comienza. Desde las tres de la tarde nos plantamos a las puertas del parque de la Leyenda Vallenata, donde se realizaría el lanzamiento de “NO ME COMPARES CON NADIE”, a cada segundo llegaban más y más silvestristas, y a diferencia del lanzamiento de “EL ORGINAL”, todos vestían de rojo, cantaban, gritaban, estaban por todas partes, portando sonrisas en sus rostros, todo a mi alrededor era un jolgorio. A las seis de la tarde, éramos una larga masa roja que estaba a punto de ingresar al parque, al abrirse las puertas, entramos y luego de ser revisadas por la seguridad, teníamos el camino libre para incorporarnos con calma hasta donde sería el concierto. - ¡ANA CORRE! Gritó Lorayne. Las muchachas que venían a mi espalda también corrían, y no tuve más remedio que hacer lo mismo, entendí en ese instante, que todos deseaban pegarse a la baranda como nosotras, esa era realmente la meta. Corrí, corrí como si se tratara de mi vida. Al llegar a las enormes puertas de entrada, nos detuvimos jadeando y riendo. De forma estremecedora sonaba “LA GRINGA”, y esa canción disipó mis tristezas, estaba donde quería estar, y viviría lo que anhelaba vivir. Al ingresar a las instalaciones del parque, me sorprendió su inmensidad, estaba completamente vacío y pude detallarlo, su belleza me deslumbró, ya que, la vez anterior lo había visto de noche y la tristeza de la muerte de Teresa me consumía. Por un instante imaginé a Alejandro Duran, en la tarima, tocando “Un pedazo de acordeón”, el primer Rey vallenato me recibía en
  • 41. mi imaginación, las lagrimas brotaron de la emoción y me lancé a correr nuevamente. Estaba en un lugar sagrado, donde año a año se realiza el festival de la Leyenda Vallenata, me abracé a una baranda de hierro al lado de Lorayne, las dos brincábamos de alegría, en instantes estábamos rodeadas de la marea roja. Durante horas el parque se fue llenando, las canciones de Silvestre nos emocionaban a cada instante, el sonido era increíble y la alegría de todos los silvestristas se unía en una sola voz, y todos cantábamos a coro. A las 10 de la noche, estaba totalmente exhausta, permanecimos de pie pegadas al tubo, mientras entraba hasta el último silvestrista, y las gradas parecían venirse encima con tantas aclamaciones del ídolo. Sentía a esa hora un dolor inenarrable en los pies, y me creía incapaz de continuar. Lorayne llena de una vitalidad asombrosa estaba como si nada, y se veía radiante, su forma de vestir con la bandera venezolana la hacía resaltar entre los que estábamos de rojo. Sonreí entendiendo porqué Mathias me había dicho que debía conocerla, su forma de vivir el silvestrismo era autentico, estaba al lado de una silvestrista que dejaba en claro, que Venezuela estaba con Silvestre, manifestando su sentido de pertenencia. - ¡ANA, ANA! Gritó Lorayne. Las luces se encendieron en la tarima y el clamor del pueblo fue un coro infinito, un enjambre de dulces voces. - ¡SILVESTRE! - ¡SILVESTRE! - ¡SILVESTRE!
  • 42. Explicar lo emocionada que estaba me es casi imposible, el dolor que me producían los pies me sacaron múltiples lágrimas, me perdí, ya no era Ana, sino una Silvestrista unida a una masa de gentes que saltaba, y casi sin darme cuenta, cuando Silvestre salió a escena cantando, bailé y bailé como lo hacía Sergio, mi cuerpo se convirtió en un trompo, me sentí feliz, eufórica, viva, absolutamente convencida de que estaba viva. Lloré a rabiar, grité hasta quedarme sin voz, bailé como jamás lo había hecho en mi vida. Pero entre 33 mil personas, fue imposible que él me viera. Así que simplemente bailé, bailé hasta más no poder. - ¡SI SE VA A CAER EL PARQUE, QUE SE CAIGA! Gritó Silvestre. Cuando Juancho su acordeonero de entonces, comenzó a interpretar “LA GRINGA”, sentí que el parque se caería. Al gritar y bailar, mi mayor felicidad fue, que estaba convencida que esa canción abriría las puertas de América al Silvestrismo. Juancho de la Espriella tocó con tanto sentimiento el acordeón, que cada sonido de aquella caja europea, manejaba nuestro cuerpo como si fuéramos marionetas entre sus dedos. Estaba tan emocionada que le di la espalda a Silvestre y por primera vez me maravillé de la masa roja, que me acompañaba, más de 33 mil almas felices, cada una con historias sorprendentes y tan distintas, allí habían silvestristas de todas partes, adinerados y humildes, hombres, mujeres y niños. Los amé a todos en ese instante por llenar mi vida con su alegría. - ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO! Gritó Silvestre al interpretar otra canción. Volví a mirarlo y mi ídolo repitió ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO! Y grité muy fuerte, era la frase más espectacular que le había escuchado. Pensé en Rafael y yo la grité ¡CUÁNTAS VECES APAREZCAS ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO!
  • 43. Casi finalizando el concierto, pasó algo realmente hermoso, Silvestre llamó al escenario al compositor de la canción “LA GRINGA”, el joven era Isacc Calvo, un hombre sencillo que ovacionamos los silvestristas. Según nos contó el propio Silvestre, el muchacho era un vendedor de Butifarra, una especie de chorizo que se come en Valledupar, y que se vende de forma muy sencilla por la calle, pues bien, este hombre humilde y trabajador, ahora tendría una oportunidad maravillosa de vivir mejor; ya que, con el dinero de las regalías de otras canciones, había estudiado y se había logrado graduar de abogado, pero que ahora obtendría mucho más por su nueva composición, algo que me emocionó mucho. Verlo cantar su canción y bailarla, me conmovió, porque su vida había cambiado, como la mía, de forma contraria, pero ser feliz, era lo más importante para ambos. Al terminar el concierto caí en cuenta del dolor de mis pies, el cansancio me embargó por completo, salimos satisfechos del concierto, sin saber que afuera había un motín, muchísimas personas se quedaron por fuera del concierto, la policía arrojó bombas lacrimógenas en la calle para dispersar el tumulto, todos corrimos y sin darme cuenta Lorayne y yo nos habíamos separado, entre los árboles del parque fui en dirección contraria al lugar del conflicto, cuando un caballo se me vino encima y caí a tierra, no entendía que pasaba, el susto fue peor, el rostro de Mathias estaba ante mí salido de la nada.
  • 44. MARTIN No era Mathias, quien casi me atropella con su caballo, al hablar lo reconocí, su voz era distinta, era Martín, el hermano gemelo de Mathias. - Lo siento señorita, no la vi ¿Que hace de este lado del parque? Preguntó apeándose del Caballo. - Me asusté, buscaba una salida Martín. - ¿Me conoce? - Soy Ana, amiga de tu hermano Mathias. - ¿Ana, eres tú? Me abrazó muy fuerte. - Sí ¿Me conoces? - ¡Sí! Eres el amor de mi hermano, claro que te conozco, ven sube al caballo, salgamos de aquí. Fue alentador sentarme, el caballo era enorme y me hacía sentir como una princesa rescatada, pero por el hermano gemelo del príncipe. - ¿Qué ha pasado? Quise saber. - Nada, todo bajo control, puedes estar tranquila, son solo medidas para que la gente que no pudo entrar al concierto y que se puso inquieta se dispersé, tú sabes, evitar mayores problemas. - ¿Pero caballos, por qué caballos? Me has dado un buen susto. - Dentro del parque nos es más fácil, la seguridad de los silvestristas en general es nuestro trabajo en cada lanzamiento. Hoy gracias al cielo, todo ha salido bien.
  • 45. - ¡Menos mal! Dije. - Buscaremos un taxi y podrás irte a casa. - Martín, dónde está Mathias. Por qué te has hecho policía, no entiendo nada. - No soy policía, es un empleo nada más. Mi hermano está en Sierra Nevada, o eso creo, hace ya unos meses que no se comunica. Saber noticias de Mathias me llenaba el alma, ver a su hermano como si fuera su retrato, me resultaba terrible, quise besarlo. Él sonreía de una forma tan encantadora que ir pegada a su pecho para no caerme del caballo, era la peor de las torturas. Al llegar a la calle, Martín desmontó del caballo y me ayudo a bajarme, el dolor en los pies fue insoportable, estaba realmente adolorida. - ¡Gracias Martín! Dile a Mathias que estoy en Colombia cuando hables con él. - ¿Dónde puede encontrarte? - No puede. Mañana me voy del Valle, voy a buscarlo a la Sierra Nevada. El gemelo sonrió y su rostro iluminó mi vida, como si fuera el propio Mathias, nos despedimos como los mejores amigos del mundo, abordé un sencillo taxi y di gracias a Dios cuando me lancé a mi pequeña cama de Hotel. <<El destino no es cruel, es mi cómplice>> Pensé.
  • 46. EL SUEÑO Antes de quedarme dormida, llamé a Lorayne dejándole en la contestadora un mensaje con lo ocurrido, para que no se preocupara, le pedía que nos viéramos por la mañana en la plaza Alfonzo López. Mi último pensamiento antes de dormir fue confuso, primero en mi mente vi a Mathias, pero luego se transformó en Silvestre, tomé su mano y la oscuridad nos envolvió. Soñé que caminábamos por un río, las aguas eran oscuras y el torrente era impetuoso, sentir su mano cálida junto a la mía parecía tan real, el sonido del agua era tan preciso. A nuestro alrededor volaban cientos de mariposas. - ¿Sabes que te amo? Dijo él. Y sus ojos me contemplaban tan intensamente, que me sentí desarmada… lo deseaba. - No, no lo sé, ¿Me amas? Contesté en mi sueño. Acariciando su nariz lentamente y mis dedos tocaron sus labios. - Amo tus ojos negros Ana. Dijo suavemente. De pronto todo se oscureció, estaba sola de pie ante un espejo, mi rostro había envejecido, mi cabello era canoso, me contemple tocándome las arrugadas mejillas; y dos gruesas lágrimas brotaron de mis ojos marchitos. Desperté de pronto y toqué mis mejillas, estaba llorando, pero mi piel era la misma. - ¡Fue una pesadilla! Dije en voz alta. Y al levantarme de la cama, todo el cuerpo me dolió, en especial el cuello. Mi nueva forma de bailar la música vallenata me pasó una fuerte factura, me sentía como si tuviera un latigazo cervical. El dolor me hizo gemir; no había envejecido en lo absoluto, como
  • 47. en el sueño, pero la columna ese día, fue el de una anciana de 100 años, como la mujer del espejo. Al bañarme el agua cristalina y fría de Valledupar me devolvió el alma al cuerpo, recordé que en el sueño, le tocaba los labios a mi ídolo y mis mejillas se enrojecieron. - M A T H I A S ¿Recuerdas Ana? Me dije. Cómo podía desear tanto besar a Silvestre, cuando buscaba desesperadamente al hombre que amaba, mis sueños estaban traicionando mi corazón. Cuando encontré a Lorayne en la plaza, nos abrazamos como hermanas, le expliqué cómo me había perdido y quién me había rescatado. - Necesito tu ayuda. Dije. - ¿Qué estas planeando? Preguntó Lorayne con los ojos como platos. - Voy en busca del hombre que amo. - Silvestre se ha ido esta mañana de Valledupar Ana. - Bueno, bueno, no me explique. Sonreí. Busco a alguien muy especial en mi vida. - ¡Por eso Silvestre! Y su respuesta nos hizo reír a las dos. - Se llama Mathias, su hermano gemelo fue quien me ayudó anoche y me dijo donde encontrarlo, pensaba irme a Cienaga hoy, pero queda pospuesto, voy a buscarlo. - ¿Dónde está? Preguntó Lorayne colocando las manos sobre sus mejillas, como si le estuviera contando un cuento de hadas. - En la Sierra Nevada de Santa Marta. - ¡Carajo! Exclamó, ¿Pero dónde? ¿Nabusimake?
  • 48. - No, a la Sierra Nevada - Por eso Ana, la Sierra Nevada es inmensa, y la población que se puede visitar normalmente es Nabusimake. - Entiendo, bueno si allí debo ir entonces. - Tengo lo que necesitas, conozco alguien que te puede llevar y estarás a salvo con él. Debemos ir a buscarlo, es un gran amigo mío y estoy convencida que nos dirá que sí. Pero debes pensar que vas hacer, si tu Mathias no está allí, así que te recomiendo que si no lo encuentras sigas tu camino a Cienaga, cualquier cosa, me llamas o me escribes al correo, pero no te detengas, tu viaje es silvestrista, no te apartes de tu camino, si has decidido ir a Cienaga allí es a donde debes ir ¿Entendido? - Palabra de silvestrista. Juré levantando mi mano derecha y la abracé como si fuera una verdadera hermana. << Te encuentro o me encuentro a mi misma>> pensé.
  • 49. NABUSIMAKE José Luís, el hombre más alto que había visto en mi vida, era el amigo de Lorayne, que aceptó llevarme a Nabusimake, sin cobrarme absolutamente nada, subimos a su jeep, me despedí de mi gran amiga, y confié en que lo que hacía era correcto, o eso me decidí a creer. Para mi sorpresa, José era venezolano, y llevaba mucho tiempo viviendo en Valledupar, era muy robusto, pero de mirada dulce; y que aunque era un completo y gigante desconocido, me sentía segura a su lado. - Llegaremos de noche chinita. Dijo él. - No importa. Murmuré. - Si importa bella, tendremos que quedarnos en un pueblito y saldremos de nuevo al amanecer, el Jeep llega hasta cierta parte, de allí subimos en mula o a caballo, depende de quién nos los alquile. - Ahora sí que no tengo idea a donde voy, no vamos es a una población. - Así es chinita, una población indígena. Y su carcajada ante mi ignorancia me dio tranquilidad. Viajamos en silencio, contemplé la carretera y dejé que mi mente jugara viendo cosas por la ventana. Me imaginaba corriendo agarrada de la mano con Silvestre. Entre los árboles veía como nos mirábamos a los ojos, yo tocando sus mejillas y él mis cabellos negros, yo sosteniendo fijamente mi mirada y él reflejándose en mis ojos. Estaba tan cambiada, antes solo importaban las decisiones proferidas por los más altos tribunales de Venezuela, el levantamiento del velo corporativo, la carga de la prueba y la
  • 50. perfección del calculo de la antigüedad de los trabajadores; en cambio ahora mi mente era un lugar de mariposas azules bailando al sonido de un acordeón, en búsqueda de un amor y anhelando los besos de un ídolo, siendo una mujer de veintiocho que se ilusiona y apasiona como una de dieciocho. Al anochecer descansamos en un pueblito a los pies de la Sierra Nevada, el cansancio me venció enseguida, todavía me dolía enormemente el cuello y mi columna seguía envejecida. Mil mariposas azules alzaban el vuelo, yo estaba vestida con una manta Wayuu, blanca como el algodón, descalza pisaba la tierra de un lugar donde antes no había estado jamás, y de pronto unos ojos amarillos me observaban, no se trataba de Silvestre, era alguien más, algo que me hizo temblar de miedo. Un hombre joven, de cabello dorado como el sol, me arrastró por los aires, me sentí caer al vacío, como si volara en el sueño, la brisa gélida, congelaba mis mejillas. Intenté gritar, pero no pude, lloraba de miedo, un demonio con fuego en los ojos, me había llevado con él. - ¡NO! Grité despertando del sueño, estaba congelada de miedo, algo o alguien estaba en la habitación, al encender la luz, no había nada. En la mañana salí de la habitación que había alquilado José Luis, lo encontré en la cocina de la casita, tomando una enorme taza humeante de café. Una hermosa anciana me sirvió un poco de café y sentí que el miedo desparecía. - Chinita te vez espantosa, no dormiste bien, se te nota. - ¡Pesadillas! – Fue todo lo que contesté. - Coma algo. Usted esta flacucha. - No tengo hambre. Murmuré frunciendo el seño.
  • 51. - Coma, porque si se desmaya, la dejo botada en la sierra, ni crea que la voy a estar cargando. Dijo dedicándome una hermosa sonrisa. Aunque ya acostumbraba a comer más, y había aumentado de peso, los estragos de años pasados por no engordar, me hacían ver algo hambrienta. Desayunamos, tomé dos tazas de café más, pagamos a los ancianos que nos habían atendido, y continuamos el viaje. Había un poco de neblina pero el sol ya comenzaba a despejarla. - ¡Ana mira! Ahí la tienes, la hermosa Sierra de Santa Marta. Ante mí observe un cuadro pintado por la mano de Dios, era imponente, nos acercábamos más y más a ella en el jeep, y parecía que más lejos estaba. José Luís consiguió en donde dejar el Jeep y alquiló un caballo para él y una mula para mí, debí verme graciosa arriba del pobre animal, porque José no paraba de reír, subimos la montaña en compañía de otros aldeanos que también iban a Nabusimake. - La columna se me va a romper José, no había otro animalito mejor ¿verdad? Las carcajadas de los hombres me enfurecieron y me concentré en montar lo mejor posible, José no hacía más que reírse cada vez que me quejaba, y la mula era tan fuerte que temía que me arrojara en cualquier momento. Después de que pasaran lo que fue para mí un siglo, nos apeamos para comer algo y dar de beber a los animales, el clima era encantador, pero en mucho tiempo me sería imposible volver a sentarme como un ser normal, los dolores de espalda eran insoportables. <<Juro que si Mathias no está allí arriba, el día que lo vea lo patearé>> Pensé.
  • 52. Cuando por fin llegamos a nuestro destino, pensé que estaba en otro mundo, el aire puro y el verdor de aquel lugar, era mágico, me enamoré perdidamente de Nabusimake. Era un lugar distinto a cualquier otro, habían muchas casitas de piedra, eran circulares y por todas partes estaban sus habitantes, los indígenas Arhuacos, con sus poporos y vestimentas blancas, una mujer tenía una manta blanca como el algodón, la misma manta de mi sueño, no era Wayuú, era Arhuaca, verla me hizo sentir miedo. - Conseguí donde quedarnos esta noche, aquí vive un compadre, un Arhuaco que toca el acordeón, se que te vas divertir mucho esta noche con nosotros, así no encuentres a tu media costilla aquí. - José ¿Cómo sabes que busco a un hombre? - Y por qué más una señorita tan refinada se subiría a una mula, no creo que hayamos venido por una mochila Arhuaca. Sonreí y fui a buscar a Mathias, caminé un buen rato, saludando e intentando entender que haría un muchacho como él en un asentamiento indígena. Está de más decir que no lo encontré, pregunté a varios Arhuacos que hablaban muy bien el español, pero nadie supo decirme, al parecer era normal que mucha gente los visitara. Al regresar con José Luís, él me esperaba con una mochila Arhuaca blanca con negro, era hermosa. - ¡Esto es para ti! - ¡No puedo! Respondí. - Sí puedes aceptarla, es un regalo, no seas malcriada, que la compré con cariño, las tejen durante días, así que no son económicas.
  • 53. - ¡Gracias José! Dije colocándome de puntillas para darle un beso en la mejilla, pero como no lo alcance, me alzó como a una niña, y pude darle un beso. Sus mejillas se enrojecieron como un tomate. - ¿Conseguiste al hombre? - Nada. - En la noche le preguntamos a mi compadre, ven comamos algo, muero de hambre, sería capaz de comerme una vaca entera. - Si, ya lo creo. Y los dos nos reímos a carcajadas.
  • 54. EL DUENDE Al atardecer, me alejé un poco de la población, deseaba estar sola, comenzaba a hacer frío, y mi corazón como todas las noches, intentaba llenarse de sentimientos de tristeza, el compadre de José Luís, no había regresado de Pueblo Bello, el pueblito donde nos atendieron, antes de subir la Sierra. Caminé alejándome del sendero y subí a una cima, desde allí vi como el sol se escondía lentamente, llenando el cielo de un dorado entristecido. El dolor me rondaba el alma, intenté no pensar en Mathias, y en su lugar busqué en mis recuerdos, alguien que lograba espantarme la tristeza; pensé en Silvestre, traté de alejar el dolor de no encontrar a Mathias, con la sonrisa de ese amor secreto, que llevaba escondido dentro del alma. - ¡TE AMO! Grité. ¡TE AMO! ¡TE AMO! Una ventolera me arropó los pensamientos, y mis largos cabellos flotaron como una bandera negra, las ramas de los árboles crujieron soltando hojitas al viento. Creí que en ese instante, la montaña conspiraba, llevando mi grito hasta Silvestre. Arrojé un beso al aire y con toda mi fe, rogué para que llegara a sus mejillas. De pronto, me sentí observada y entendí que estaba oscureciendo, que debía regresar con los demás. Mi piel se erizó con una especie de escalofrío que me heló la sangre. Estaba aterrada. Intenté correr, pero el camino era empedrado y resbaloso, por más que me apresuraba no encontraba el sendero de regreso. - ¡Cálmate! Murmuré. Frente a mí y salido de la nada, estaba el muchacho de mi pesadilla, vestido de forma extraña, con una camisa blanca
  • 55. manga larga y un pantalón mugriento de color amarillo. Al verlo a los ojos, sentí pánico, su mirada era maligna. - ¿QUIÉN ES USTED? Grité sin poder moverme lo más mínimo, tenía increíblemente, el miedo jamás sentido dentro del alma. ¡QUITESE O NO RESPONDO! Volví a gritar y la voz se me quebró. ¡QUITESE! ¡QUITESE! Cuando dio un paso hacia mí, salí corriendo en sentido contrario y resbalé, caí al suelo, y unas manos me agarraron. - ¡SUELTEME! Grité aterrada. - ¡CÁLMATE ANA! cálmate, no pasa nada, soy yo José Jorge. Con la poca claridad que quedaba, vi el rostro de otra persona, un muchacho Arhuaco. - Sácame de aquí, ayúdame, sácame de aquí ¡Ya! Dije tocándole el rostro con desesperación. El muchacho que me había ayudado, era el compadre de José Luís, al enterarse que estaba vagando por el bosque, salió a buscarme de inmediato. Para calmarme me dieron varias bebidas calientes y me acostaron en una hamaca dentro de una de las casitas, y José Jorge le pidió a todos los presentes que nos dejaran solos. Todos obedecieron al instante. - Te incluye José Luís, sal un momento, debo hablar con ella. - Chinita solo fue un susto, no paso nada reina. Dijo José Luís a modo de que recobrara la compostura. - ¡Salga compadre! Insistió el joven. - ¡Aja! Ya me voy. - ¡Ana! ¿Qué o a quién viste? Me preguntó el muchacho cuando nos quedamos a solas.
  • 56. - Era un muchacho muy bonito, pero me dio mucho miedo, soñé con él anoche, antes de venir a Nabusimake. - ¿Era humano? Preguntó mirándome fijamente. - ¡Claro que era humano! ¿Qué quieres decir? - Y entonces por qué estabas espantada cuando llegué. - Me causó un susto de muerte, tú lo viste estaba justo enfrente de mí, había fuego en su mirada. - No Ana, no lo vi…. Mañana mismo te vas de la Sierra, eso que viste es un duende. - ¿Un qué? Pregunté confundida. - Eres muy bonita Ana, ha sido una locura de mi compadre traerte a esta tierra, y menos dejarte sola en el bosque, eso ha sido lo peor, en la Sierra han desaparecido niñas y jóvenes, el duende se las llevan y jamás las regresa. - De qué carajo me estás hablando José Jorge ¡POR DIOS! - El hombre que buscas no está aquí. - ¿Cómo sabes? - Lo sé porque se fue hace 3 días, Mathias habitó un tiempo entre nosotros, luego siguió su camino, tú debes hacer lo mismo mañana mismo. Nuestra montaña está llena de misterios, Nabusimake, ese nombre por el que tú lo conoces, significa “Donde nace el sol”, pero al atardecer, la oscuridad se adueña de la montaña y no hay nada que se pueda hacer hasta que salga el sol nuevamente. Créeme Ana un duende se quiere llevar tu alma. Durante toda la noche me fue difícil dormir, los ojos de lo que fuera ese ser, se me habían clavado en la memoria. Desde la hamaca en la que intenté dormir, podía escuchar los murmullos de los Arhuacos hablando en su lengua alrededor del fuego que
  • 57. habían encendido, mientras el sonido del acordeón de José Jorge, se me antojaba tan triste y hermoso a la vez. Pienso que tocaba aquellas melodías para calmar mi alma, y el recuerdo de otros ojos amarillos, muy distintos a los del duende y llenos de vida, me calmaron. No entendía cómo en momentos así, con el miedo que tenía, recordar su mirada, o el olor de su piel cuando lo abracé, o su voz, podían traerme tanta paz. Fui quedándome dormida poco a poco. Desperté de un salto cuando alguien dijo mi nombre ¡ANA! Fue un espantoso susurro en mi mente, me levanté y sin saber lo que estaba haciendo, salí de la casita circular. El aire era gélido y pude sentir mis pies descalzos tocar el suelo, tenía puesta una manta Arhuaca, como en el sueño que tanto me había asustando. De pronto como si alguien me cargara, mi cuerpo se deslizó montaña arriba, corriendo entre los árboles a una velocidad increíble. ¡SUELTAME! Grité aterrada. ¡SUELTAME! Una voz dentro de mi cabeza me susurró ¡Te necesito Ana! No permití que la tristeza me consumiera, empecé a cantar, tarareaba torpemente algo, recordé como bailaba al son de la música del acordeón de Juancho, cómo con los silvestristas aplaudíamos y coreábamos ¡SILVESTRE! ¡SILVESTRE! Mi corazón se inundó de alegría hasta más no poder.Desperté en la hamaca, con lágrimas en los ojos, todo el cuerpo me hormigueaba, había tenido una espantosa pesadilla. Por las rendijas de la casita se filtraba la luz del sol. “Está naciendo el sol” pensé. Y levantándome deprisa salí y lo busqué. Cerré mis ojos y sus rayos penetraron mis parpados. Mi alma renacía con ese amanecer. Al abrir los ojos, sentí un escozor en los brazos y piernas, tenía como diminutos arañazos, y en el cabello ramitas y hojas. Ahogué un grito ¡No fue un sueño!
  • 58. ESPIRITU ERRANTE Volví a entrar en la casita Arhuaca, busqué mi mochila y me coloqué pantalones y camisa manga larga, no deseaba explicar los rasguños que tenía, porque aunque quisiera, no podía explicarlos. Desayuné ausente, no presté atención a la conversación de José Luís y José Jorge, aquel lugar tan encantador de día, era tan diferente de noche. La Sierra Nevada era un lugar hermoso, pero estaba tan asustada que lo único que deseaba era marcharme inmediatamente. - Bueno tú decides Ana. Dijo José Luís, moviendo sus manos sobre una hoja que tenían en la mesa. - Decido ¿Qué? - ¿Chinita es que no prestaste atención? - No, lo siento, estaba distraída. - Mi compadre va unos días hasta Bosconia, puedes ir con él hasta allí y seguir sola hasta Cienaga, o puedes quedarte conmigo en Pueblo Bello durante unos días, esperamos allí un encargo de mi trabajo y luego te llevó hasta Aracataca. - Quiero irme ya para Cienaga José, no deseo estar por estos lugares… sigo mi camino. - Si deseas puedes quedarte conmigo en Bosconia el tiempo que necesites. Dijo José Jorge. - Gracias pero prefiero continuar, si te parece bien. - Lo importante es que bajemos ya de la Sierra, lo del duende me preocupa. La última vez que alguien lo vio, despareció una niña. Si estas preparada, podemos irnos.
  • 59. - Cuentos de camino compadre, esa muchachita que se perdió, no estaba tan niña, seguro se enamoró y se fue con el novio. Afirmó José Luis. - No lo creo, y prefiero no averiguarlo. Concluyó José Jorge. Me fui de Nabusimake sin mirar atrás, sentía que si volteaba vería al duende, fue una experiencia aterradora e inexplicable, pero me aferré a mi entendimiento. << No puedo sentir más miedo, no voy a sentir miedo>> me repetí una y otra vez, mientras mi mula pasito a pasito me devolvía los dolores de la espalda. Durante todo el descenso no pronuncié palabra, ni presté atención a mis nuevos amigos. Incluso no había querido saber donde estaría Mathias, preferí encerrarme en mi mente, me sentía segura al lado de José Jorge, él era quien había espantado al duende, su presencia le trasmitía paz a mi alma. Al llegar a Pueblo Bello, me despedí de José Luís, y aunque me puse de puntillas fue imposible alcanzar su mejilla, el me lanzó una carcajada y como si fuera una bebé me cargó, me aferré a su cuello y le di un tierno beso en la mejilla. - Nos vemos en el Valle Chinita, y si no consigues al costillo, te aceptaré como noviecita sin que me ruegues mucho. Y su hermoso rostro rollizo iluminó mi vida. - Que considerado eres, es bueno saber que hay opciones. - Compadre cuídame la muchacha, que si le pasa algo Lorayne me mata. - Estará sana y salva, compadre. Dijo José Jorge despidiéndose. Subimos a un autobús que nos llevaría hasta Valencia de Jesús, y de allí conseguimos un carrito hasta Bosconia. Me era imposible
  • 60. dejar de pensar en la pesadilla de la noche anterior, me mantuve callada hasta que José Jorge me sacó de mi mutismo. - ¿Ana, qué pasó anoche? - Nada. Contesté fríamente. - No confías en mi ¿Acaso no te gusta como me visto? ¿Mi traje no te da confianza? o crees que porque llevo el pelo largo, ¿No soy de fiar? - No digas eso, vistes como visten los Arhuacos, yo confío en ti. - No lo creo. - Es que, creo que soñé algo extraño, es todo. - El duende intentó llevarte, es eso ¿Verdad? No me mires así Ana, Nabusimake es mi hogar, mi Sierra el centro de mi mundo, pero eso no me aleja de la gente, he leído mucho, y puedo hablarte de mi pueblo, cómo puedo hablarte del tuyo. - Si, anoche soné que algo me llevaba por la Sierra, pero pensé en alguien muy especial para mí, su recuerdo me llenó de fuerza, y el sueño se detuvo. - ¿En realidad crees que fue un sueño? - No se qué creer. Dije mostrando los arañazos diminutos en mis brazos. Él examinó mis leves heridas, y guardó silencio por un momento, bajando la voz, para que el chofer y los otros pasajeros no nos escucharan. - ¡Sí! como pensé, no fue un sueño, no se qué hayas podido pensar o en quién, la cuestión, es que te hizo dejar de sentir miedo. Verás Ana cuando te enfrentas a cosas como estas, llámalas como quieras llamarlas, para mí son
  • 61. simplemente espíritus errantes, que a lo largo de los siglos logran ser muy fuertes, y sobre todo, si les tienen miedo, es vital controlar las emociones, para qué, eso que se te acerca, se aleje y no sufras daño alguno. Ahora entiendes por qué tenías que salir de allí hoy mismo. - Si lo entiendo. Yo solo buscaba a alguien y me encontré con cosas en las que no creía pudieran existir. - ¡Mathias! Buen muchacho, me agrada su forma tranquila y pausa con la que toma las cosas. Me habló de una dulce mujer a la que amaba, de enormes ojos oscuros y cabello negro, cuando te vi, entendí que eras la chica de Mathias. - José, él te dijo a donde se iría. Dije con el rostro enrojecido. - No, solo conversamos de la Sierra, de los Arhuacos, de nuestras costumbres, pero a donde iría, lo desconozco, me imagino que regresó a Valledupar, allí tiene familia. - ¿Crees que deba regresarme al valle? - ¿Y perderte ir a Macondo? Sería una lastima. - ¿Macondo? No te entiendo ¿El de la novela? - Si luego de Bosconia y antes de llegar a Cienaga pasarás por Aracataca. - ¿QUE? grité de pronto. ¿ARACATACA? Dije emocionada, mientras el chofer me miraba por el retrovisor a manera de reproche. Baje la voz, no podía creer lo que me decía. ¿Aracataca tan cerca? - Si, José Luís te dijo que si lo esperabas te llevaría hasta allí. - No lo escuché. Dije bajando la mirada.
  • 62. Él me miró con sus hermosos ojos negros, como entendiendo lo emocionada que me sentía, al saberme tan cerca de la Aracataca de Gabriel García Márquez. Tengo cosas que hacer por mi pueblo en Bosconia, pero allí vive una prima muy querida, se llama Katherine Castaño, hablaremos con ella para que te acompañe y puedas pasear tranquilamente por Macondo, y aunque es muy joven y alegre, tiene un defecto… es una silvestrista extremista. Sonreí, el destino conspiraba en mi nombre.-
  • 63. EL PARAISO SILVESTRISTA Bosconia, el lugar más caliente del planeta, una hermosa población con una temperatura de 45° grados según me comentó José Jorge, y así lo sentí tan pronto me baje del vehículo. - Ya te acostumbrarás. - No lo creó, ahora entiendo cuando alguien dice que “es un hervidero”. - ¡Vamos Ana! deja el lloriqueo, creo que has pasado por cosas peores. Mis mejillas estaban enrojecidas, no sé decir, si fue porque me sonrojé o por el intenso sol con el que me recibía aquel lejano lugar. Llegamos a una pequeña casa donde nos aguardaban familiares de José Jorge. Me pareció un lugar encantador, sobre todo porque tenía la necesidad de ahorrar hasta último peso, así que estaba dichosa de poder llegar a un lugar donde descansar. Me prestaron un baño, y creo que duré una hora bajo la regadera, el agua me reconfortó el espíritu, aunque los rasguños eran pequeños me dolieron cuando pase el jabón por los brazos y piernas. Decidí acostarme un buen rato, así que la tía de José Jorge me condujo a la habitación donde dormiría aquella noche. - Espero que puedas descansar un poco muchacha, lo bueno de la habitación de Katherine es que el aire acondicionado es el que más enfría en la casa. Lo malo son sus obsesiones, pero es muy joven, cuando llegue, le diré que no te moleste. Al entrar en la habitación, agradecí su amabilidad. Al cerrar la puerta ésta crujió bajo el pomo. - ¡Dios santo! Exclamé. Deberían de echarle aceite, que sonido tan espantoso. Al ver la habitación ahogué un grito.
  • 64. Una enorme imagen de Silvestre me recibió, todas las paredes de la habitación estaban forradas de fotos, afiches, recortes de prensa, era el paraíso del silvestrismo. La cama tenía sabanas rojas, en el tocador más fotos, y múltiples accesorios rojos. “Esto es increíble” Pensé. Me fascinó la habitación, encendí el aire acondicionado y sin querer comencé a detallar todo cuanto me rodeaba. La puerta crujió y entró una joven de enormes ojos y cabello negro, llevaba al hombro una preciosa mochila roja. - Soy Katherine dijo estrechándome la mano enérgicamente. - Hola, soy Ana. Dije sonriendo. - José Jorge me dijo que eres silvestrista ¿Es eso cierto? - Si, lo soy. - ¿Canción favorita? - ¿Cómo? Pregunté sin entender. - ¿Cuál es tu canción favorita de Silvestre Dangond? Preguntó con gestos pausados como si le hablara a alguien que no entiende el español. - ¡Muchachita Bonita! Respondí inmediatamente. - ¡Aja! Has ido a un concierto de Silvestre, ¿Cuál? - El lanzamiento de “Cantinero” y “No me compares con nadie”, además fui a uno en Venezuela en el cual me enfermé muchísimo, si no hubiera… La muchacha no me dejó terminar de hablar, cuando se me arrojó encima y me dio un fuerte abrazo.
  • 65. - Si, si eres silvestrista, que emoción, y desde Venezuela, es increíble, tienes que conocer a los muchachos, te van a adorar, ya los llamo, esta noche hay que salir a silvestriar. La chica hablaba muy rápido, casi sin respirar. Comenzó a marcar números en su celular y a caminar de un lugar a otro. - ¿Muchis? Dijo Katherine. Amiga, noche roja… Sí, si, todo según lo planeado, los espero en la esquina a las 12, va otra Silvestrista, es de Venezuela, todos listos a las 12 en punto. Vamos vestidos de forma discreta. Besos Muchis. SI DE VENEZUELA. Me brindó una sonrisa inmensa. Su alegría me recordó a Lorayne, los silvestristas comenzaban a ser realmente especiales para mí. Cuando desperté, era ya entrada la noche, no había tenido pesadillas ni nada por el estilo, fue hermoso encender la lámpara de la mesita de noche y estar rodeada del rostro de Silvestre, en fotos que me llenaban de alegría, era una especie de santuario fascinante. Alguien tocó la puerta. Pensar en que escucharía el chirrido me incomodó. - ¡Pase! - Pensé que aún dormías. Dijo José Jorge. - No, ya puedo salir un rato, así me llevas a conocer. - Ana son las 10 de la noche, dormiste varias horas, acuéstate, mañana salimos temprano, vine para saber si querías comer algo. - No sabía que fuera tan tarde, gracias José pero no tengo hambre. - Descansa, mañana conversamos.
  • 66. Me quedé recostada viendo el techo, unos enormes ojos amarillos me observaban. Era increíble estar en el cuarto de una Silvestrista Extrema. Nuevamente la puerta crujió al abrirse. - Por Dios Katherine, échale aceite a esa puerta. Dije incorporándome de la cama. - Está todo listo Ana, tenemos una misión secreta, escucha, no me mires así, presta atención esta noche vamos a iniciarte en el verdadero Silvestrismo, ya teníamos planeado el delito, pero… - ¿Cuál delito, de qué carajo estás hablando? - Queremos robarnos un afiche de Silvestre, es una especie de anuncio antiguo, nos hemos cansado de pedirlo, y no nos lo dan, así que la Muchis, los muchachos tú y yo, nos lo vamos a robar. - Pero ¿Qué dices? Imprime uno, o no se, mándalo a hacer, no hay necesidad de hurtar nada. - Decir robo es más emocionante. - Es un hurto Kate, no hay violencia, además ni siquiera llega a hurto, es una travesura. - No me critiques el plan, vístete que después de eso te llevaremos a Silvestriar, quiero ese anuncio de Silvestre y vas a ayudarme a conseguirlo. Su mirada brillante, llena de picardía me pareció única, así que no pude negarme. Durante toda mi adolescencia, nunca hice nada igual, ni siquiera por “Menudo”, y eso es decir mucho. - A las doce está preparada. Dijo en un susurro. Vendrán por nosotros en moto.
  • 67. - ¿Qué? Dije al borde de un colapso nervioso. “Jamás me he subido en una moto” pensé, sintiendo por primera vez en mi vida lo que era la adrenalina en su mas alta proporción.
  • 68. EL DELITO DE UN FAN Salimos de puntillas de la casa de Katherine, José Jorge y su tía debían estar profundamente dormidos, porque por más que intentamos que no sonara la puerta del cuartel silvestrista, fue imposible evitar que su chirrido se expandiera en un eco por el pasillo. Ya en la calle, sentí el vapor nocturno, y me resultó insufrible. - No hay moros en la costa. Dijo casi en un susurro Katherine. Moviendo la mano como fiscal de tránsito. La seguí en silencio, como si aún José Jorge pudiera escucharnos. El corazón lo tenía en la boca, por la adrenalina que me producía la travesura silvestrista. Recordé el traje verde manzana, del primer día del ejercicio de mi profesión de abogado, llevaba tacones de aguja negros a juego con el maletín, estaba perfectamente maquillada, apenas tenía 21 años e intentaba parecer de 30, me presenté en los Tribunales, aparentando una seguridad en mi misma única, la envestidura de alguien que lucharía por la justicia, aunque no supiera defenderse del maltrato psicológico que no quería aceptar. En ese entonces Rafael me indicaba cómo debía vestir, caminar, hablar, saludar. Recordé la marioneta de mujer que era, escondiendo mi espontaneidad y sencillez, detrás de la estampa de profesional perfecta, en la que él me convirtió. Ahora, seguía por una calle oscura a una muchachita y estábamos a punto de cometer una leve infracción, a la cual ella llama “El delito de un fan”. No pude más que sonreír. Ahora vestía de forma sencilla y llevaba cruzada mi mochila arhuaca y mis zapatos rojos. Al llegar a la esquina, nos esperaban en moto, tres muchachos y una chica, vestidos de colores oscuros, con excepción del que se
  • 69. veía el más joven de todos, estaba completamente vestido de rojo. - ¿Tú eres bruto o qué? ¿Qué haces vestido de rojo? Preguntó muy molesta Katherine. - Pero bueno ¿Tú no le dijiste a La Muchis que era noche roja? Se defendió el muchacho. - Que bruto eres, es roja de silvestristas, pero habíamos quedado en ser discretos, por si alguien nos veía ¡FABIAN QUE ANIMAL ERES! Gritó Katherine perdiendo la compostura. - Eso despierten a todo el vecindario. Dijo la chica de la moto. - En fin, así no se puede. Chicos ella es Ana, es una silvestrista de Venezuela, y va para Cienaga, así que salúdenla como se merece. Y uno a uno fue abrazándome sin despegarse, hasta que hicieron una montonera que casi me asfixia, en mi vida me habían dado un abrazo semejante, y mientras me abrazaban cada uno decía una frase diferente, como un grito de guerra, lo cual me causo mucha risa. - Ana este galán que vez aquí es Gunter, viene de la Guajira. Dijo presentándome al más morenito de todos. Me estrechó la mano, y volvió a abrazarme, el calor que sentía me tenía incomoda, pero traté de presentarle mi mejor sonrisa. La Muchis y Oscar son Silvestristas extremos, y el de rojo, es Fabián, no es inteligente pero toca como nadie la guitarra. Todos nos reímos de semejante presentación. Hasta que de pronto se escuchó un ruido en la calle, al parecer venía alguien. - Vamos, vamos, apremió Gunter. ¡Ven Ana súbete!
  • 70. Y sin pensarlo dos veces me subí a la moto del muchacho Guajiro. Estaba eufórica, volvía a tener 21 años. Cuando arrancó la moto, casi me caigo. - Pequeña tendrás que abrazarme. Dijo acelerando de una forma tan brusca, que me abracé a él, como si fuera el hombre de mi vida. ¡Que Silvestre me cuide! Mantuve los ojos cerrados, apretada a su cuerpo, la brisa era agradable, pero el terror me dominaba. “Toda mi vida cuidándome y venir a morir contra el asfalto, me he vuelto loca”. Pensé - ¡POR FAVOR NO CORRAS! Grité para hacerme oír por encima del sonido de la moto. Por lo que Gunter desaceleró, cosa que le agradezco aún hoy en día. Pensé que moriría esa noche, del susto o en un accidente. “Le prometí cuidarme, le prometí cuidarme” me repetía una y otra vez, mientras me abrazaba al silvestrista. Llegamos en lo que me pareció una eternidad a una avenida, y al bajarme de la moto buscando oxigeno. Ante mí, el afiche mas hermoso que hayan visto mis ojos. Silvestre sonreía de oreja a oreja y se veía tan natural y alegre, que quise inmediatamente robarme el anuncio. - Oscar y Gunter apúrense, no hagan bulla, que nos pillan. Dijo Katherine. ¡Rápido! ¡Rápido! Susurró. - Muévanse, me matan los nervios. Dijo La Muchis. Una luz se encendió en el local, los chicos bajaron el afiche y salieron corriendo, me quedé absorta mirando la ventana y observé que alguien se asomaba. - ¡CORRE ANA! ¡CORRE! Dijeron al unísono.
  • 71. Estaban a punto de vernos, cuando salí corriendo en dirección a Gunter y me subí a la moto, arrancamos a toda velocidad y los muchachos gritaban frases, muertos de risas. Entendí entonces que se trataba de frases silvestristas. - ¡CUANTAS VECES APAREZCAS, ESAS MISMAS VECES TE OLVIDO! Grité emocionada. Nos alejamos del lugar y fuimos a parar a una plaza, en donde varios jóvenes escuchaban música y bailaban en plena calle. El afiche Katherine lo había enrollado, si alguien lo veía se daría cuenta y podría delatarnos, al parecer todos en Bosconia querían el anuncio silvestrista, pero nadie se había atrevido a llevárselo, el dueño despojado era un silvestrista a quien le tienen respeto en todo el Municipio. - Gunter sacó una pequeña botellita que reconocí como Aguardiente, y un vasito de plástico. Se sirvió un trago, levantó la mano como si se tratara de un ritual, y dijo: “Comprar el tiquete no es lo mismo que entra al avión”. Y los chicos respondieron ¡Salud! A la vez que se tomaba su trago de aguardiente. - Katherine hizo lo mismo y dijo “Que viva Colombia, que vivan Ustedes y que viva yo” ¡Salud! Dijimos todos. - Fabián brindó “Es que no es la plata, es el corazón” ¡Salud! Repetimos riendo. - La Muchis “Como todo en la vida no es fácil, se sufre, se trabaja y se gana con sudor” ¡Salud! - Oscar, brindó tomando de la propia botella “Es que unos beben para olvidar y yo vivo, pa recordarla” ¡Salud! - ¡Cuantas veces aparezcas, esas misma veces te olvido! Brindé. Todos gritaron ¡SALUD ANA!, ¡SALUD!
  • 72. LA MUCHIS Fabián sacó de un viejo forro una preciosa y gastada guitarra, nos sentamos en la plaza a su alrededor, y para mí, en ese instante no hubo una persona más maravillosa en todo el universo, vestido completamente de rojo, con una voz preciosa y cantando al compás de las cuerdas, “La Indiferencia” una de las primeras canciones que me aprendí de Silvestre. Su voz y las sonrisas de los muchachos después del delito, me hicieron sentir ganas de tomar, todo hubiera sido perfecto si Mathias y sus tragos rojos, estuvieran allí conmigo. Cantamos varias melodías, y la gente se acercó a cantar también, y de repente éramos cualquier cantidad de voces coreando “Esa mujer” “Que no se enteren” y “Cantinero”, si un extranjero ajeno al silvestrismo nos hubiera visto, pensaría que hacíamos una vigilia. Oscar muy animado, consiguió algo que no había probado, un roncito sumamente suave, hielo y limón. Un trago tras otro, unos por felicidad, otros de despecho, otros a la salud de Silvestre, otros a la salud de mis hermanos silvestristas. Comprendí que el silvestrismo no era solamente seguir al ídolo, o ir a sus conciertos, siquiera bailar en casa o en las fiestas, es un sentimiento que nos une, como los mejores amigos del mundo, sentir que no estás solo en tus penas o en tus alegrías, que vistes de rojo porque te gusta decir que eres silvestrista, que bailas como trompo, no para ti, sino para expresar tu felicidad por ser único entre los demás, porque eres alguien que entiende “Silvestriando ando.” La Muchis tenía una sonrisa increíble, y contemplaba a Fabián como yo lo hacía cada vez que miraba Mathias, pero también lo miraba, cómo yo miro a Silvestre. Como puedes ver solamente, a ese amor imposible, infinito, pero que jamás será tuyo, y que de