La Chanca en la lumbre del cante. Juan José Ceba (revista Foco Sur)
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LA CHANCA EN LA LUMBRE DEL CANTE
Juan José Ceba
En este lugar escalonado, que sube la vertiginosa pendiente de la piedra –en
descubrimientos de alturas que dominan el mar-, en esta llenura de belleza,
puso la vida su mano apretada de agonías en la garganta. De la vida a la
muerte son muchos dramas los que se suceden, acrecentados por el desprecio
de los gobernantes, que hacen más pobres a quienes ya lo son. El Cante es
aquí respiración, para no ahogarse, forma del grito ennoblecido. Y su riqueza.
Un bosque transparente, con la naturaleza de los sentimientos, cubre todo este
espacio de ramajes altos. Es acaso también un bosque sumergido bajo el mar.
Y así, de lo hondo a lo alto, se suceden los días, como si el pecho reventara,
para curarse de tanto sufrimiento y defender la libertad de la alegría.
El flamenco es su forma de amor y rebeldía, siempre de lucha y de combate.
De rabia dicha con su miel y su herida. La poesía natural que es alimento para
todos. Su manera de hablar y desangrarse. Cuanto le es propio al alma
golpeada.
En los escenarios se privilegia el flamenco de las grandes individualidades. Sin
embargo, aquí, en el lugar del Cante es, sobre todo, coral, de familias y
grandes parentelas hermanadas en los sones, los ritmos, la gracia en la
irrupción del baile; un pueblo unido en la hoguera de su expresión, que
responde a coro a la voz sagrada y sola del chamán. Es en ese
entrelazamiento de venas –de tanta hermosura e intensidad tribal- donde he
sentido el ir y venir de sus almas quemantes por dentro de la mía. Estoy
convencido que es, en ese círculo de la lumbre –mantenida y avivada por
siglos- de donde surge el genio inexplicable del Cante, de la Danza, o la voz de
la Guitarra hablando por todos. Transformados en carne y en espíritu de una
humanidad creadora.
Este Arte, forma de hablar y de decir desde lo más profundo, llega antes que la
palabra a algunos pequeños. Hemos visto, por el barrio de pescadores, en El
Patio de la María, mover las manos (en brazos de su madre, a una niña de
meses) con una gracia y una armonía bellísimas, respondiendo a los cantes.
Como forma propia de expresión, el flamenco está en las calles, en las terrazas
y miradores de La Chanca. Es esta la escuela vital que propicia el aprendizaje
y el crecimiento. Sospecho que todos en el grupo son maestros y todos son
discípulos. Que en esa rueda colectiva de hermandad todo es emanación para
el decir más hondo y el embrujamiento pasmoso de los ritmos. Para un cultivo
tan estimulante, el respeto y el entusiasmo del círculo –en unidad con los
artistas en sazón- suponen el riego y el calor más eficaz para un crecimiento
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pujante. Y la imantación que ejercen, sobre los iniciados, los flamencos del
barrio con idas y venidas triunfales por el mundo. Y aquellos (que no pueden
nombrarse sin estremecimiento) que fueron poseedores del duende –como El
Negrillo-, quienes, a pesar de su ausencia, siguen mandando el ascua de lo
auténtico y la piedra oscura de lo secreto a una portentosa juventud de
cantaores, guitarristas o bailaoras.
Nadie que no lo haya vivido podrá imaginar hasta dónde llega la fuerza de la
chiquillería cantaora en la Escuela y su luminosa –y definitiva- forma de
contagio. Toda la lozanía de los nuevos cantaores chanqueños ha surgido de
ahí. Podemos dibujar la trayectoria de Cristo Heredia, Edu García y de su
hermano Antonio El Genial. O contar el anhelante aprendizaje en la guitarra
de Francis Hernández, cuando era aún El Niño de la Manola. Es un material
candente y magmático lo que llevan los críos al Colegio. Si en La Chanca
existiera, como está proyectado en su Plan Integral, la Escuela de Flamenco,
veríamos despertar la expresión única e irrepetible y la fuerza de un
deslumbramiento en su cráter abierto. Recuerdo el cataclismo que produjo
Coraíma, la niña cantaora de la saga flamenca del Potito, en el Colegio
Público de La Chanca. Revolucionó a todo el alumnado. Convirtió cada uno de
los recreos en un insólito ensayo teatral, que dirigía; en un espectáculo
concebido por ella, donde todos participaban de un ceremonial festivo que
tenía como base los cantes y los sones gitanos. ¿Imaginan ese flamenco coral,
conmovedor, de cientos de criaturas en la paz de la música profunda?
El Cante ha crecido vigoroso e imparable en el milenario lugar de Al-Hawd.
Hemos tenido el privilegio de verlo eclosionar a lo largo de más de treinta años;
de recibir el júbilo de su grandeza y de sus éxitos; y de vivir desde adentro la
intensidad de sus emociones y el arder de su hermosura arrasadora. Sería
interminable dar cada uno de sus nombres de oro. Para dejar constancia de su
historia –desde un respeto muy profundo y sin exclusiones-, Isabel Ramírez
Carrillo, “Isiya”, chanqueña y bailaora en el Ballet de Sara Baras, ha recogido
el sustrato, el germen, el espíritu y el nombre de tantas maestras y maestros
del Flamenco en La Chanca, algunos recuperados del olvido para siempre.
Contar la historia y la sustancia que la nutre, para asombro de todos.