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NÓMADAS76
GENERACIÓN @
LA JUVENTUD
EN LA ERA DIGITAL
Carles Feixa*
* Profesor de Antropología e Historia de la Juventud en la Universitat de Lleida, (Cata-
luña-España). E-mail: Feixa@geosoc.udl.es
El presente ensayo es un intento de formular un modelo
teórico sobre las transformaciones contemporáneas en la cul-
tura juvenil, que fija su mirada en los cambios en las concep-
ciones del tiempo y en las modalidades del consumo cultural
de los jóvenes. Puesto que no resulta fácil conceptualizar ten-
dencias de cambio en curso, preferimos reflexionar a partir de
una serie de metáforas, que pueden servirnos para repensar
los perfiles contradictorios de este proceso. Nos basaremos en
la metáfora del reloj, como símbolo e instrumento para medir
el paso del tiempo, pues ilustra distintas estrategias de cons-
trucción cultural de las biografías juveniles.
The present essay is an attempt to formulate a theoretical
model of the contemporary transformations of youth culture.
This model focuses on the transformations of the concept of
time and on the modalities of cultural consumption of young
people. Because it is not easy to conceptualize the tendencies
of change happening today, we chose to reflect using a series
of metaphors that can be useful for rethinking the
contradictory profiles of this process. We are going to use
the metaphor of the clock as a symbol and an instrument to
measure the passing of time, because it illustrates different
strategies of cultural construction of youth biographies.
77NÓMADAS
Distinguimos tres tipos de
relojes –el de arena, el analógico
y el digital- que corresponden a
otras tantas modalidades de con-
sumo cultural por parte de los jó-
venes. El reloj de arena representa
un modelo pre-moderno de tran-
sición a la vida adulta, basado en
una concepción cíclica del tiem-
po, prevaleciente en las socieda-
des tradicionales y en las
primeras fases de la in-
dustrialización; el consu-
mo cultural tiene lugar
en un espacio local, en el
que no existe una cultu-
ra juvenil autónoma
respecto a la cultura pa-
rental ni a la cultura
hegemónica. El reloj
analógico representa un
modelo moderno de
transición a la vida adul-
ta, basado en una con-
cepción progresiva del
tiempo, dominante du-
rante la era industrial; el
consumo cultural tiene
lugar en un espacio na-
cional, en el que el joven
se convierte en sujeto/
objeto de mercantili-
zación, una de cuyas
expresiones es la emer-
gencia de una subcultura
juvenil con grados signi-
ficativos de autonomía
respecto a las culturas
parentales y hegemó-
nicas. El reloj digital, fi-
nalmente, corresponde a
un modelo posmoderno
de transición a la vida adulta, ba-
sado en una concepción virtual del
tiempo, que empieza a configurar-
se en este cambio de milenio; el
consumo cultural tiene lugar cada
vez más en un espacio global, que
gracias a la emergencia de la so-
ciedad digital facilita la aparición
de nuevas microculturas juveniles
que transitan de la tribu a la red.
El término “generación @” puede
servir para expresar tres tendencias
de cambio que intervienen en este
proceso: en primer lugar, el acce-
so universal -aunque no necesaria-
mente general- a las nuevas
tecnologías de la información y de
la comunicación; en segundo lu-
gar, la erosión de las fronteras tra-
dicionales entre los sexos y los
géneros; y en tercer lugar, el pro-
ceso de globalización cultural que
conlleva necesariamente nuevas
formas de exclusión social.1
Introducción. La
construcción temporal
de lo juvenil
Todo sucede como si la ri-
tualización de las interac-
ciones [sociales] tuviera
como efecto paradójico
ofrecer toda su eficacia so-
cial al tiempo, nunca
tan activo como en
aquellos momentos en
que no pasa nada, solo
el tiempo: ‘El tiempo,
se dice, trabaja para él’
(Bourdieu,1980:181).
La historia social de
la construcción cultural
de la biografía, es decir,
de las formas mediante
las cuales cada sociedad
organiza el ciclo vital y
las relaciones entre las
generaciones, no se pue-
de abordar utilizando
el lenguaje académico
habitual, pues remite a
términos, concepciones y
valores connotados se-
mánticamente y profun-
damente cambiantes en el
espacio y en el tiempo.
Por ello quizá sea más
oportuno reflexionar so-
bre este proceso median-
te el uso de metáforas,
que nos invitan a mirar la
realidad a partir de com-
paraciones e imágenes en
movimiento (desde una
película en proceso de
montaje más que a partir de fotos
fijas). Propongo tomar en conside-
ración la metáfora del reloj, que nos
servirá para interpretar los mecanis-
mos utilizados en distintos lugares
y momentos para medir el acceso a
la vida adulta. Naturalmente, el
“Photo Metro” (E. U.), 1994
NÓMADAS78
reloj mide el tiempo cronológico,
pero también puede simbolizar el
tiempo biológico y, sobre todo, el
tiempo social. En la medida en que
las edades son estadios biográficos
culturalmente construidos, que pre-
suponen fronteras más o menos
laxas y formas más o menos
institucionalizadas de paso entre los
diversos estadios, podemos consi-
derar al reloj como un marcador
social de estas fronteras y de estos
pasos. Desde esta perspectiva, la
evolución histórica del reloj puede
servirnos para ilustrar la evolución
histórica del ciclo vital (y de ma-
nera más específica, la evolución
histórica de la relación entre juven-
tud y consumo cultural).2
La mayor parte de los sistemas
cronológicos conocidos han sido de
naturaleza religiosa o mitológica,
aunque desde hace siglos se cono-
cen diversos procedimientos para
medir el paso de los años, las esta-
ciones, los días y las horas. Cuando
miramos nuestro reloj de pulsera,
lo que observamos es una versión
condensada –metafórica- de la his-
toria de la civilización: la división
del día en 24 horas procede del
antiguo Egipto (donde se inventó
el reloj de sol); la división de la
hora en 60 minutos, del sistema
matemático sexagesimal de los an-
tiguos mesopotámicos; la esfera y
las manecillas movidas por un me-
canismo interno surgieron en la
Europa medieval, se perfeccionaron
en la época moderna y se difun-
dieron masivamente con la indus-
trialización gracias a relojeros
americanos y suizos; los circuitos
electrónicos en los que se basan los
relojes actuales (de cuarzo, atómi-
cos o digitales) se aplicaron en la
segunda mitad del siglo XX, popu-
larizándose gracias a las marcas ja-
ponesas. De igual manera, cuando
observamos el comportamiento de
los jóvenes de hoy, vemos entremez-
clados ritmos biológicos y sociales
presentes en toda la especie (la
pubertad, el matrimonio); ritos de
paso institucionalizados por las ci-
vilizaciones antiguas (la mayoría de
edad, la milicia); espacios festivos
surgidos en la sociedad rural euro-
pea (el carnaval); tiempos de for-
mación y de ocio producto de la
industrialización (la escuela, los
mass media), y espacios de ocio
surgidos con la posmodernidad (los
videojuegos, la música tecno).
Propongo tomar en considera-
ción a tres relojes -el de arena, el
analógico y el digital- como símbo-
los de otras tantas modalidades cul-
turales. El primero se basa en una
concepción natural o cíclica del
tiempo, dominante en las socieda-
des preindustriales. El segundo se
basa en una concepción lineal o
progresiva del tiempo, dominante
en las sociedades industriales. El
tercero se basa en una concepción
virtual o relativa del tiempo, emer-
gente con la sociedad postin-
dustrial. Estos tres tipos de reloj
pueden ponerse en relación con
tres formas distintas de construc-
ción social de la biografía. En un
ensayo clásico, Margaret Mead
(1977) propuso una tipología so-
bre las formas culturales a partir de
las modalidades de transmisión
generacional: las culturas post-
figurativas, correspondientes a las
sociedades primitivas y a pequeños
reductos religiosos o ideológicos,
serían aquellas en las que “los ni-
ños aprenden primordialmente de
sus mayores”, siendo el tiempo re-
petitivo y el cambio social lento;
las culturas cofigurativas, correspon-
dientes a las grandes civilizaciones
estatales, serían aquellas en las que
“tanto los niños como los adultos
aprenden de sus coetáneos”, sien-
do el tiempo más abierto y el cam-
bio social acelerado; y las culturas
prefigurativas, que según Mead es-
taban emergiendo en los años se-
senta de este siglo, serían aquellas
en las que “los adultos también
aprenden de los niños” y “los jóve-
nes asumen una nueva autoridad
mediante su captación prefigurativa
del futuro aún desconocido”
(Mead, 1977: 35).3
El esquema seudoevolucionista
de Mead, por supuesto, es simpli-
ficador en exceso, pero puede ser-
virnos para reflexionar sobre la
metáfora del reloj. Desde esta pers-
pectiva, en las culturas post-
figurativas, como en el reloj de
arena, prevaldría una visión circu-
lar del ciclo vital, según la cual cada
generación reproduciría los conte-
nidos culturales de la anterior; en
las culturas cofigurativas, como en
el reloj analógico, prevaldría una
visión lineal, según la cual cada ge-
neración instauraría un nuevo tipo
de contenidos culturales; las cultu-
ras prefigurativas, finalmente, como
el reloj digital, instaurarían una vi-
sión virtual de las relaciones
generacionales, según la cual se in-
vertirían las conexiones entre las
edades y se colapsarían los rígidos
esquemas de separación biográfica.
Si el reloj simboliza en cada caso la
medida del tiempo biográfico, po-
demos considerar a los grados de
edad como una metáfora del cam-
bio social. Es decir: las formas me-
diante las cuales cada sociedad
conceptualiza las fronteras y los
pasos entre las distintas edades son
un indicio para reflexionar sobre las
transformaciones de sus formas de
vida y valores básicos.
79NÓMADAS
Las “culturas de edad” pueden
analizarse desde dos perspectivas:
en el plano de las condiciones so-
ciales, entendidas como el conjun-
to de derechos y obligaciones que
definen la identidad de cada
individuo en el seno de una
estructura social de-
terminada, las cul-
turas de edad se
construyen con ma-
teriales provenientes
de las identidades ge-
neracionales, de gé-
nero, clase, etnia y
territorio. En el pla-
no de las imágenes cul-
turales, entendidas
como el conjunto de
atributos ideoló-
gicos y simbólicos
asignados y/o apro-
piados por cada in-
dividuo, las culturas
de edad se traducen
en estilos más o me-
nos visibles, que in-
tegran elementos
materiales e inma-
teriales heterogé-
neos, que pueden
traducirse en formas
de comunicación,
usos del cuerpo,
prácticas culturales
y actividades foca-
les. Las condiciones
sociales se configu-
ran a partir de una
interacción básica
entre cultura hege-
mónica y culturas
parentales. La cultu-
ra hegemónica refle-
ja la distribución
del poder cultural a escala de la so-
ciedad más amplia. Las culturas
parentales pueden considerarse
como las grandes redes culturales,
definidas fundamentalmente por
identidades étnicas y de clase, en
el seno de las cuales se desarrollan
las culturas de edad, que constitu-
yen subconjuntos. Refieren las nor-
mas de conducta y valores vigentes
en el medio social de origen de cada
individuo. Pero no se limitan a la
relación directa entre “padres” e “hi-
jos”, sino a un conjunto más am-
plio de interacciones cotidianas
entre miembros de generaciones
diferentes, en el seno de la familia,
el vecindario, la escuela local, las
redes de amistad, las entidades
asociativas, etc. Las imágenes cul-
turales se configuran a partir de
una interacción básica entre
macroculturas y
microculturas. Las
macroculturas re-
fieren las grandes
instancias sociales
que forman/infor-
man a los indi-
viduos en cada
sociedad. Las mi-
croculturas refieren
las pequeñas uni-
dades sociales que
filtran, seleccio-
nan y perciben las
formas y conteni-
dos de esta forma-
ción/información.
La medida del
tiempo, en cada
reloj, expresa la
conexiónentrecon-
diciones sociales e
imágenes cultu-
rales, y se traduce
en distintas moda-
lidades de tránsito
(las fronteras y los
pasos entre las dis-
tintas categorías de
edad). Ello remite
a tres tipos de
rituales, que mar-
can simbólicamen-
te estos tránsitos:
los ritos de paso,
fundamentales en
las sociedades pre-
modernas, basadas en un mecanis-
mo de reproducción social; los que
pueden denominarse ritos de cuer-
da, fundamentales en las socieda-
“Pabellón Cero”, Raúl Ortega
NÓMADAS80
des modernas, basadas en un me-
canismo de “transición social”; y los
que pueden denominarse ritos de
atemporalidad, fundamentales en las
sociedades posmodernas, basadas
en un mecanismo que puede deno-
minarse “nomadismo social”. Pues-
to que la sociedad industrial nos ha
acostumbrado a la concepción de
que el tiempo es oro, podemos su-
poner que estos ritos no solo filtran
horas, sino también mercancías (y
por tanto, acceso al consumo cul-
tural). Resumiré a continuación es-
tas tres metáforas, abordando, para
cada una de ellas, el
mecanismo de fun-
cionamiento del
reloj, su proceso de
difusión social, y sus
implicaciones en
las representacio-
nees sociales del
tiempo y en las imá-
genes culturales
sobre la edad. Aca-
baré resumiendo
estas nociones
mediante la ayuda
de tres figuras,
que pueden ayu-
darnos a visualizar
las continuidades
y los cambios en
las imágenes culturales de la
juventud.
El reloj de arena
Las clepsidras de arena apa-
recieron más bien tarde. Fue-
ron ampliamente usadas a
bordo de las naves para medir
la duración del servicio de
guardia de los marineros y la
velocidad de las naves
(Cipolla, 1999: 15).
Las culturas preindustriales
utilizaron diversos instrumentos
para medir el paso del tiempo:
relojes de agua, de sol, de arena.
En todos los casos se trata de he-
rramientas que utilizan formas de
energía naturales y cuyo grado de
precisión es escaso y depende tan-
to de las condiciones del medio
ambiente como de la óptica del
observador. No hay nada muy pre-
ciso con respecto a estas unida-
des, por lo que lo esencial no es
tanto calcular con exactitud los
años y las horas sino ser capaz de
prever la periódica repetición de
las estaciones y ciclos temporales.
El reloj de arena se basa en una
concepción natural del tiempo (la
ley de la gravedad que permite
que la arena vaya filtrándose y la
fuerza humana que da la vuelta al
reloj una vez la arena ha pasado
del todo). Como el reloj solar, su
mecanismo remite a la naturaleza
cíclica del tiempo, simbolizada en
la sucesión día-noche, sol-som-
bra, arriba-abajo. Pero mientras el
reloj solar era utilizado para me-
dir ciclos diarios y estacionales, el
reloj de arena servía para medir
lapsos cortos (las horas canónicas,
el tiempo de cocción).
El reloj de arena puede servir
pues para representar la visión cí-
clica del ciclo vital, basado en la
rueda de las generaciones, cada una
de las cuales repite ad infinitum el
comportamiento de la anterior. Se-
gún la terminología de Mead, los
hijos aprenden de sus padres y abue-
los, que constituyen el único refe-
rente de autoridad, y repiten de
manera posfigurativa, y con escasas
modificaciones, las
fases vitales, ritos
de paso y condicio-
nes biográficas por
las que pasaron sus
padres. Se trata del
tipo de construc-
ción cultural de las
edades vigente en
la mayor parte de
sociedades tribales,
estatales y campe-
sinas que han exis-
tido en la mayor
parte de la historia
de la humanidad.
En nuestra socie-
dad, esta modali-
dad de transmisión
generacional persiste en aquellas
instituciones, como la escuela, el
ejército, las iglesias o el mundo la-
boral, en las que las estructuras de
autoridad están muy asentadas, y
en las que la edad o veteranía si-
gue siendo uno de los pilares del
poder y del saber. El predominio del
pasado corresponde a un grado muy
precario de mercantilización de la
economía, por lo que la juventud
(en la medida en que este estadio
se reconozca socialmente) no sólo
tiene una nula presencia en el con-
sumo cultural (pues no hay feed-
“Con las imágenes a cuestas”, México. Roberto Córdoba Leyva
81NÓMADAS
back entre oferta y demanda), sino
que tiene una escasa contribución
a la innovación cultural (que es so-
cialmente reprimida).
Si nos fijamos en la figura 1, po-
demos considerar que cada indivi-
duo pone en movimiento su reloj
de arena a partir de una serie de
condiciones sociales de partida re-
lativamente rígidas, determinadas
por su origen: la edad, el sexo, el
rango, el linaje y el lugar de naci-
miento y residencia (aunque los
granos de arena sean de distinto
color, cuando se mezclan parecen
idénticos). Estas marcas se transmi-
ten a partir de tres grandes instan-
cias sociales (la familia, la
comunidad y las estructuras de po-
der), que median en las relaciones
más o menos conflictivas entre la
cultura parental (las formas de vida
y valores vigentes en el medio so-
cial de origen) y la cultura
hegemónica (las formas de vida y
valores propuestos como modelo
dominante en aquellas sociedades
en las que se establece un acceso
desigual al poder y a los recursos).
Todos estos elementos convergen
de manera natural en el momento
del rito de paso, que suele coinci-
dir con la pubertad física o social y
acostumbra a marcar el tránsi-
to hacia la condición
adulta (ésta suele es-
tar limitada a los
varones, e inclu-
so a los prove-
nientes
de determinados rangos sociales).
Tras el rito de paso, una especie de
segundo nacimiento en el que el in-
dividuo ha de pasar por una fase de
separación y otra de integración, se
incorpora en la sociedad con un
nuevo estatus laboral, matrimonial,
reproductivo, político y festivo. El
consumo cultural de los jóvenes se
limita a este último espacio, el
lúdico, pues es el único en que se
les permite un protagonismo no
mediatizado (la fiesta del carnaval
en la Europa rural, o las celebracio-
nes asociadas al sistema de cargos
en América Latina, serían ejemplos
de estas rupturas cíclicas del orden
generacional). Los sistemas de rol-
estatus correspondientes a cada
edad se legitiman y justifican me-
diante una serie de imágenes cul-
turales, expresadas en los sistemas
mítico-rituales, e interiorizadas me-
diante una serie de ámbitos
macroculturales (es decir, vigentes
a escala de toda la sociedad y ex-
presadas normalmente a
través de la reli-
gión) y micro-
culturales
(es decir,
vigentes en ámbitos sociales más re-
ducidos y expresados normalmen-
te a través de los grupos de pares).
Cuando el ciclo acaba, se da la
vuelta al reloj de arena, para que
las imágenes culturales puedan de
nuevo verterse sobre las condicio-
nes sociales y se complete la rueda
genealógica de las generaciones. En
cualquier caso, todo el proceso
acostumbra a efectuarse en el seno
de un espacio local (tribal, rural,
municipal), y conlleva una concep-
ción “orgánica” de la edad, que
equipara a cada colectivo genera-
cional con una parte del cuerpo
humano (y que proscribe, por tan-
to, una rígida separación de los
estatus sociales según la edad, el
sexo y el rango). Se trata, en defi-
nitiva, de una visión “orgánica” de
la juventud, que funciona como un
mecanismo cuasi biológico de “re-
producción social”.
Goya
NÓMADAS82
El reloj analógico
No fue el motor de vapor
sino el reloj la máquina de-
cisiva de la era industrial
moderna (Mumford, 1934;
citado en Barnett, 2000:
67).
Aunque el reloj mecánico ha-
bía sido inventado en el siglo XIII,
durante mucho tiempo se limitó a
presidir campanarios y torres de
edificios públicos. Se
trataba de la primera
máquina totalmente
automática, obra de re-
putados artesanos, cuyo
complicado engranaje
fue ejemplo para otras
máquinas. La base del
mecanismo es un péndu-
lo, que se debe alimen-
tar constantemente:
funciona mientras se le da
cuerda y se para cuando
la cuerda se acaba. Su ex-
pansión ha de ponerse en
relación con el nacimien-
to de la nueva civilización
urbana (del tiempo de las catedra-
les al tiempo de los mercaderes).4
Pero no fue sino hasta el siglo XIX,
una vez la revolución industrial ha-
bía triunfado, cuando su uso em-
pezó a extenderse: el reloj barato,
de pulsera, aparece en Suiza en
1865 y en América en 1880: su uso
se va extendiendo a todos los sec-
tores sociales, siendo un símbolo de
modernidad (todavía hoy algunos
ritos de paso -como la comunión o
la confirmación- se marcan con el
regalo de un reloj, que convierte
simbólicamente al individuo en un
ser adulto). Con el surgimiento del
capitalismo industrial, empezó a
difundirse una concepción lineal o
progresiva del tiempo, que reque-
ría técnicas para medirlo cada vez
más precisas y universales, instru-
mentos que permitan sincronizar
con precisión las actividades de la
gente, señales auditivas y visuales
que marquen el comienzo o el fin
de una actividad.
El reloj mecánico o analógico
(por fundarse en un sistema numé-
rico continuo, no binario), se basa
en una concepción lineal del
tiempo, carac-
terística de la civilización
industrial o moderna. Su funciona-
miento surge de un artilugio mecá-
nico: es preciso darle cuerda
periódicamente para que no se
pare. Si se alimenta continuamen-
te, el tiempo fluye siempre adelan-
te, de la misma forma que la
sociedad progresa. El futuro
remplaza al presente. Si trasladamos
esta concepción a la sucesión de las
generaciones, cada generación as-
pira a vivir mejor que la anterior y
a no reproducir sus contenidos cul-
turales. La sucesión de las genera-
ciones expresa el proceso de
cambio social más o menos acele-
rado, pero también conlleva la
emergencia de la brecha y del con-
flicto generacional: educadas según
concepciones distintas del tiempo,
los grupos de edad tienen expecta-
tivas diferentes respecto al pasado
y al futuro. Según la terminología
de Mead, los hijos aprenden sobre
todo de sus coetáneos, que cons-
tituyen un nuevo referente de
autoridad, e innovan de manera
cofigurativa, con cons-
tantes modificaciones,
las fases vitales, ritos de
paso y condiciones bio-
gráficas por las que pa-
saron sus padres. En
nuestra sociedad, esta
modalidad de transmi-
sión generacional
persiste en aquellas
instituciones, como el
tiempo libre, las aso-
ciaciones juveniles y el
mercado, en las que las
estructuras de autoridad
están repartidas, y en las
que la jerarquía de edad
se difumina, pero la edad
como un todo sigue siendo
un referente de clasificación
social. Así como el reloj mecá-
nico liberó al tiempo de su rela-
ción con los ritmos de la naturaleza,
e hizo de él algo abstracto y autó-
nomo, un ente en sí mismo, podría-
mos también suponer que la
invención de la juventud como
nueva categoría de edad, con ten-
dencia a la autonomía y a la crea-
ción de un mundo propio, supuso
la consolidación del carácter artifi-
cial de las divisiones etarias.
Si nos fijamos en la figura 2, el
funcionamiento del reloj analógico
se basa en darle cuerda, manual o
mecánicamente: ello simboliza el
proceso de inserción social, me-
“L’ Age d’or”, 1931. L. Buñuel & S. Dali
83NÓMADAS
diante el cual el individuo se so-
cializa ocupando una serie de nue-
vos roles y estatus sociales, por los
que va progresando por una serie
de estadios vitales (infancia, ju-
ventud, adultez, vejez), que nor-
malmente corresponden a otros
tantos roles sociales (juego, educa-
ción, trabajo-familia, retiro). Las
condiciones sociales constituyen el
mecanismo interno, normalmente
invisible. Las rígidas separaciones de
la sociedad preindustrial, basadas en
el nacimiento, se van
difuminando, pero no
desaparecen: la noción
más social de generación
sustituye a la más bioló-
gica de edad; el género
como construcción cul-
tural sustituye al sexo; la
clase basada en la posi-
ciónenelsistemaproduc-
tivo (que permite los
ascensos y descensos so-
ciales) sustituye al sistema
de rangos más rígido; la
noción política de
etnicidad remplaza al lina-
je basado en el sistema de
parentesco y el Estado-nación susti-
tuye al espacio local como lugar de
convivencia. Mientras la familia
(cada vez más nuclear) y el vecin-
dario (cada vez más urbanizado) si-
guen configurando las culturas
parentales (cada vez más hetero-
géneas, a partir de divisiones funda-
mentadas en la noción de clase), la
cultura hegemónica se expresa en la
escuela (la gran invención moder-
na asociada al sistema de edad) y en
el trabajo industrial (como mecanis-
mo de asignación de roles sociales),
aunque basa su prevalencia en la dis-
tribución del poder económico y po-
lítico que converge en el mercado y
en el estado (ya sea autoritario o de-
mocrático).
Las imágenes culturales expre-
san los cambios sociales que fluyen
con el paso de las horas que mar-
can las manecillas del reloj. Estas
ponen de manifiesto la ruptura del
monolitismo cultural prevalecien-
te en las culturas postfigurativas,
con la aparición de códigos segre-
gados según los grupos de edad:
las diferencias en el lenguaje (ver-
bal y no verbal), la estética (o la
moda), la ética (o los sistemas de
valores), las
producciones culturales
(progresivamente mercantilizadas)
y las actividades focales (progresi-
vamente centradas en la sociedad
del ocio), van creando las condi-
ciones no sólo para la “invención”
de nuevas categorías de edad (como
la adolescencia y la jubilación),
sino para la emergencia de “cultu-
ras” basadas en la edad (el ejemplo
más emblemático sería la emergen-
cia de la cultura juvenil tras la Se-
gunda Guerra Mundial). Estas
culturas de edad tienen dos ámbi-
tos de expresión: las llamadas
“macroculturas” (redes culturales
de ámbito general o universal,
como los medios de comunicación
y el mercado del ocio) y las “micro-
culturas” (redes culturales localiza-
das, como el grupo de pares, las
asociaciones juveniles y las tribus
urbanas). Se trata, en definitiva, de
una visión “mecánica” de la juven-
tud, que funciona a manera de
“metáfora” del cambio social (in-
cluyendo la aparición de brechas y
conflictos entre las generaciones).
El reloj digital
En un reloj digital
no hay ni una pie-
za móvil. No se ve
nada, sólo una pe-
queña batería, una
pequeña cápsula
con el cristal de
cuarzo, un peque-
ño circuito elec-
trónico (Barnett,
2000: 153).
El reloj digital (que se
basa en un sistema
binario de cálculo matemáti-
co, que funciona mediante
dígitos) se hizo posible gracias al
descubrimiento de que era facti-
ble transferir las vibraciones regu-
lares del cristal de cuarzo a las
manecillas del reloj (en 1928), aun-
que su difusión es fruto de los avan-
ces en la informática desde
mediados de este siglo. Se trata en
esencia de un microchip, cuya ener-
gía proviene de unas pilas o de la
corriente eléctrica. Los chips, que
se han ido miniaturizando, están
pensados para medir el tiempo con
gran precisión (mientras la frecuen-
cia de la corriente alterna era de
unos 50 ciclos por segundo, la del
microchip es de unos 300 millo-
nes). Mientras el reloj de arena cal-
“Fetuccine al pesto”,1994, Alberto Tovalín
NÓMADAS84
culaba aproximadamente los minu-
tos, y el reloj analógico los segun-
dos y décimas, el reloj digital
permite establecer con enorme pre-
cisión las centésimas, milésimas,
etc. Su uso se difunde en el último
cuarto del siglo, cuando los japo-
neses inventan el
reloj digital de pul-
sera, abaratando
sus costos y difun-
diéndolo por todo
el planeta. De ma-
nera progresiva, el
reloj digital se ex-
tiende a todo tipo
de aparatos elec-
trónicos, rigiendo
su funcionamiento
interno: televisores,
radios, electrodo-
mésticos, tempo-
rizadores, sistemas
de seguridad, etc.
Con la aparición de
los ordenadores
personales, la con-
cepción del tiempo
en que se basa se
generaliza. En los
últimos años, los re-
lojes digitales se
transformanyperso-
nalizan,difundiendo
una “filosofía de la
desaceleración”,
basada en una con-
cepción menos agi-
tada y más plural
del tiempo: sur-
gen relojes para el
disfrute, relojes
de diseño, relojes
ecológicos (que in-
corporan conden-
sadores en lugar de pilas), etc.5
De alguna manera, el reloj
digital “traduce” en la vida cotidia-
na las revolucionarias concepcio-
nes sobre el tiempo implícitas en la
teoría de la relatividad de Einstein.
Con la emergencia de la posmoder-
nidad, la medida del tiempo se hace
mucho más precisa y ubicua (los re-
lojes están omnipresentes en cual-
quier rincón de nuestra vida coti-
diana), pero al mismo tiempo mu-
cho más relativa, descentrada y
ambivalente (el tiempo depende
del contexto espacial desde el que
se calcula, no tiene un único orga-
nismo que lo regule y puede estar
en función de la perspectiva de di-
versos observadores). Una de las ca-
racterísticas del tiempo digital es que
permite reprogramar constantemen-
te el inicio, final,
duración y ritmo de
una determinada
actividad:secreaun
auténtico tiempo
“virtual”, cuya “rea-
lidad” depende del
ámbito en el que se
produce.Losvideo-
juegos, por ejem-
plo, generan una
espacialidad y tem-
poralidad propias,
que condiciona la
percepción social
de los actores.
El reloj digital
es el símbolo em-
blemático de la
civilización pos-
industrial o posmo-
derna, basada en
una concepción
del tiempo que po-
dría calificarse de
“virtual”. Según la
terminología de
Mead, son los pa-
dres los que empie-
zan a aprender de
sus hijos, que cons-
tituyen un nuevo
referente de auto-
ridad, y dislocan
de manera postfigu-
rativa, las fases y
condiciones bio-
gráficas que definen el ciclo vital,
suprimiendo la mayor parte de ri-
tos de paso que las dividen. En nues-
tra sociedad, esta modalidad de
David Bailey, 1983
85NÓMADAS
transmisión generacional se expresa
sobre todo en aquellas instituciones,
como los medios de comunicación
de masas, las nuevas tecnologías de
la información, los nuevos movi-
mientos sociales y las formas de di-
versión digitales, en las que las
estructuras de auto-
ridad se colapsan, y
en las que las edades
se convierten en re-
ferentes simbólicos
cambiantes y sujetos
aconstantesretroali-
mentaciones. Asi-
mismo, el tiempo se
desnacionaliza y
pasa a ser cada vez
más global: mientras
el transporte aéreo
remplaza al tren
como agencia de
unificación horaria,
lasredeselectrónicas
digitales de alcance
universal(televisivas
otelefónicas)contri-
buyen a la sensación
de que todos vivi-
mos el mismo tiem-
po y de que todo
sucedeentiemporeal
(como en las video-
conferencias o los
chats).Desde el pun-
to de vista simbóli-
co, la concepción
digital del tiempo
tiene su máxima ex-
presión en una serie
de artilugios lúdicos
-videojuegos, juegos
de realidad virtual,
simuladores, holo-
grafías, etc.- omni-
presentes en los ordenadores
domésticos y en sus múltiples suce-
dáneos. Todos estos aparatos crean
tiempos simultáneos, pero no conti-
nuos (es decir, crean una “simulta-
neidad” completamente artificial).
No existe ni el pasado ni el futuro,
sino únicamente el presente.6
Si nos fijamos en la figura 3,
podemos representar el reloj digital
mediante la imagen del ordenador
personal, uno de los instrumentos
que previsiblemente dominarán la
sociedad posmoderna y que se ba-
san en el funcionamiento del
microchip (también hubiéramos
podido escoger el teléfono móvil o
cualquier otro instumento elecró-
nico presente en nuestra vida coti-
diana). Las condiciones sociales
constituyen el “disco duro” del
ordenador: su mi-
niaturización e
invisibilización no
implican, ni mu-
cho menos, su
desaparición; las
diferencias entre
las personas y los
grupos se han
ampliado, aunque
sean más sutiles e
imperceptibles, al
desaparecer mu-
chos de los signos
externos que las
expresaban. Por
ejemplo, las dife-
rencias genera-
cionales ya no se
traducen en for-
mas de vestir o de
hablar diferentes:
hay adultos que
visten como jóve-
nes, y niños que
comparten los gus-
tos estéticos o inte-
lectuales de los
adolescentes. Al
desaparecer los
grandes aconteci-
mientos históricos
que marcaban la
identidad gene-
racional (de las
guerras mundiales
a mayo de 1968)
las generaciones se
“destemporalizan”, creándose “no
tiempos” equivalentes a los “no lu-
gares” (Augé, 1993): auténticos
“limbos sociales” que pueden ser
“Monterrey”, 1992, Aristeo Jiménez
NÓMADAS86
una estación hacia ninguna parte.
Las clases sociales se desclasan: ya
no dependen sólo de la riqueza o
del poder, sino sobre todo del ca-
pital cultural (Bourdieu, 1980) que
acostumbra a ser invisible. Con la
lenta pero irreversible emancipa-
ción femenina, con la emergencia
de los movimientos gays y lesbianos,
los géneros se hacen transexuales,
favoreciendo el proceso de
trasvestimiento físico y simbólico
(desde el punto de vista de las eda-
des, ello implica una revoluciona-
ria implosión de las fronteras entre
la masculinidad y la feminidad en
el tránsito hacia la adultez o a la
ancianidad). Con la crisis del Esta-
do-nación, las etnicidades se
creolizan, favoreciendo las mezclas
(pero también, por supuesto, las
xenofobias y los conflictos). Final-
mente, con la emergencia del es-
pacio “global”y del “ciberespacio”,
los territorios se “desespacializan”,
reduciéndose la influencia del me-
dio geográfico de origen en la con-
figuración de las identidades
sociales. En definitiva, las condicio-
nes sociales pasan de ser “estructu-
ras” a “redes” muy dúctiles, que se
interconectan en el disco duro con-
figurando el “habitus” cambiante
de los actores. Este se apoya en la
creciente complejidad de las cultu-
ras hegemónicas (los llamados
“hiper-poderes”) y las culturas
parentales (los “tele-hogares” en
los que las figuras paterna y ma-
terna delegan progresivamente sus
funciones).
Gracias a la memoria RAM (la
historia social inserta en cada his-
toria de vida), las condiciones so-
ciales se conectan con las imágenes
culturales, que constiyen el disco
blando (lo que se ve en la pantalla
del ordenador). Se trata de un au-
téntico ciberespacio, que se recrea
constantemente mediante una se-
rie de programas que cualquier or-
denador tiene: el tratamiento de
textos que permite elaborar discur-
sos en lenguajes babélicos, facilitan-
do la emergencia del “tiempo de las
tribus” (Maffesoli, 1990); las bases
de datos que sugieren la concentra-
ción de la información por parte de
auténticos imperios (multinaciona-
les de la economía y la política) que
superan los límites impuestos por
los Estados; hojas de cálculo que
permiten los flujos materiales y sim-
bólicos a escala planetaria; los
videojuegos que recrean realidades
virtuales a través de la combinación
de hologramas, músicas y nuevas
drogas (como en el caso de los
ravers); y los navegadores que ge-
neran comunidades virtuales que
sólo existen en la red. Estas imáge-
nes culturales progresivamente frag-
mentadas de los grupos de edad se
traducen en un sistema macro-
cultural que abarca todo el planeta
(cuya imagen más precisa sería
internet) y en múltiples sistemas
microculturales, ya no limitados a
un lugar específico, que vinculan a
actores unidos por gustos muy
diferentes.
Hay tres elementos de esta me-
táfora que conviene resaltar. En pri-
mer lugar, el pequeño reloj que está
en la base derecha de la pantalla es
lo que rige el funcionamiento de
todo el sistema: su funcionamiento
87NÓMADAS
o colapso condiciona la totalidad
de operaciones de todos los sujetos
sociales, en el marco del sistema.
En segundo lugar, esta temporali-
dad no es constante, sino que está
sujeta al “inicio” y “suspensión” de
cada programa, que constituye una
decisión del actor y de su entorno
social (ello permite, por ejemplo,
que la entrada o salida de la juven-
tud no sea un proceso unívoco). En
tercer lugar, para acceder a la red
es preciso tener una “clave de ac-
ceso” que marca la inclusión o ex-
clusión del sistema (ello genera una
sociedad progresivamente dual, en
la que un sector importante de la
población ni tan siquiera puede
acceder al sistema de ascenso por
los roles sociales y generacionales).
Se trata, en definitiva, de una vi-
sión “virtual” de la edad, que fo-
menta el “nomadismo” social
(Maffesoli, 1999), es decir, el cons-
tante tránsito e intercambio de los
roles y estatus generacionales.
Generación @. La
juventud en la era
digital
Después que se complete el
círculo temporal del péndu-
lo, el valor de ser joven no
tiene por qué ser necesaria-
mente antinómico con los
haberes y saberes del ser
viejo. Los pueblos no pue-
den construir el futuro sin
memoria, pero en los mo-
mentos en que arrecian los
cambios no es extraño que
sean los jóvenes quienes más
los sientan y los expresen
(Martín-Barbero, 1998: 30).
Tras diseccionar la metáfora del
reloj, y su relación con los estilos
juveniles, veamos como puede apli-
carse al estudio de la juventud con-
temporánea. En un lúcido ensayo,
Jesús Martín-Barbero (1998) utilizó
otra metáfora (la del palimpsesto)
para aproximarse a esas identida-
des confusas, a esos textos juveni-
les que de un pasado borrado
emergen borrosos en el presente.7
A falta de un mapa preciso, se me
permitirá esbozar una serie de re-
flexiones sobre la generación actual,
que vive a caballo de los tres relo-
jes señalados. Por supuesto, no se
trata de postular un catálogo cerra-
do de características, sino de
visualizar algunas paradojas que
acompañan la visión del tiempo de
los que hoy entran en la juventud.8
1. Generación X versus Gene-
ración @. La última generación del
siglo XX fue bautizada con el
término “generación X” por un es-
critor norteamericano (Douglas
Coupland), que con ello pretendía
sugerir la indefinición vital y la am-
bigüedad ideológica del post-68.
¿Cómo bautizar a los jóvenes que
penetran hoy en este territorio, a
la primera generación del siglo
XXI? Huelga decir que las genera-
ciones no son estructuras compac-
tas, sino solo referentes simbólicos
que identifican vagamente a los
agentes socializados en unas mismas
coordenadas temporales. Desde esta
perspectiva, el término “generación
@” pretende expresar tres tenden-
cias de cambio que intervienen en
Sin título, 1992. Sindy Sherman
NÓMADAS88
este proceso: en primer lugar, el
acceso universal -aunque no nece-
sariamente general- a las nuevas
tecnologías de la información y de
la comunicación; en segundo lugar,
la erosión de las fronteras tradicio-
nales entre los sexos y los géneros;
y en tercer lugar, el proceso de
globalización cultural que conlleva
necesariamente nuevas formas de
exclusión social a escala planetaria.
De hecho, el símbolo @ es utiliza-
do por muchos jóvenes en su escri-
tura cotidiana para significar el
género neutro, como identificador
de su correo electrónico personal,
y como referente espacio-temporal
de su vinculación a un espacio glo-
bal (via chats por internet, viajes por
Interrail, o audiciones por la
MTV). Ello se corresponde con la
transición de una cultura analógica,
basada en la escritura y en un ciclo
vital regular –continuo-, a una cul-
tura digital basada en la imagen y
en un ciclo vital discontinuo-
binario (cfr. Reguillo, 1999;
Valenzuela, 1998).
2. Espacio local versus espacio
global. La juventud fue uno de los
primeros grupos sociales en
“globalizarse”: desde los años sesen-
ta, los elementos estilísticos que
componen la cultura juvenil (de la
música a la moda) dejaron de res-
ponder a referencias locales o na-
cionales y pasaron a ser lenguajes
universales, que gracias a los me-
dios masivos de comunicación lle-
gaban a todos los rincones del
planeta, hasta el extremo de que un
autor gramsciano profetizó la emer-
gencia de la primera cultura real-
mente “internacional-popular”. Un
informante de Lleida me dijo: “Para
mis padres, siempre era antes de la
guerra (civil) y después de la gue-
rra... Para mí fue antes de los Beatles
y después de los Beatles”. El último
tercio de siglo no ha hecho más que
consolidar este proceso: la amplia-
ción de las redes planetarias (de los
canales digitales de televisión a
internet), y las posibilidades reales
de movilidad (del turismo juvenil
a los procesos migratorios), ha au-
mentado la sensación de que el
reloj digital se mueve al mismo rit-
mo para la mayor parte de los jó-
venes del planeta (al menos los
vinculados a Occidente, aunque
sea de manera subalterna). Sin
embargo, ello no significa que el
espacio local haya dejado de in-
fluir en el comportamiento de los
jóvenes: a menudo lo global
realimenta las tendencias centrí-
petas (como sucede, por ejemplo,
con el renacimiento de movimien-
tos independentistas entre los jó-
venes catalanes o vascos).
3. Tiempo real versus tiempo
virtual. Mientras el espacio se
globaliza y des-localiza de forma
paralela, el tiempo se eterniza y se
hace más efímero de forma sucesi-
va. Vivimos en el tiempo de los
microrrelatos, de las microculturas
y de los microsegundos. Pocas imá-
genes pueden representar mejor la
fugacidad del presente que la no-
ción de “tiempo real” con la que
los noticiarios televisivos o
cibernéticos nos comunican que
un suceso, una transacción econó-
mica, un chat o un record depor-
tivo están sucediendo. Pero al
mismo tiempo, esta extrema frag-
mentación de los tiempos de tra-
bajo y de los tiempos de ocio
prefiguran la posibilidad del tiem-
po virtual. Manuel Castells (1999)
ha hablado de “tiempo atemporal”
y de “cultura de la virtualidad real”
para referirse a la nueva concepción
del tiempo que surge con el posmo-
dernismo, asociada a un sistema
multimedia integrado electróni-
camente. Esta concepción se carac-
teriza, por una parte, por la
simultaneidad extrema, es decir,
por la inmediatez con que fluye la
información (que permite que las
mismas músicas, modas y estilos
sean interiorizados por jóvenes de
todo el planeta al mismo tiempo).
Pero por otra parte, implica tam-
bién una extrema atemporalidad,
en la medida en que los nuevos
medios se caracterizan por los
collages temporales, la hipertex-
tualidad, la creación de momentos
artificiales, míticos y místicos
(como los que permiten experimen-
tar los juegos de realidad virtual,
las fiestas ravers o las nuevas reli-
giones electrónicas). En efecto, las
culturas juveniles emergentes ex-
ploran el planeta y toda la historia
de la humanidad, componiendo
hipertextos con infratextos de orí-
genes muy diversos (mezclando la
cultura rap de los guetos estadouni-
denses con música electrónica crea-
da en el Extremo Oriente). El uso
recurrente de la telefonía móvil por
parte de los jóvenes sería otro ejem-
plo de esta temporalidad virtual,
pues añade flexibilidad a las co-
nexiones personales y crea víncu-
los sociales sin que sea preciso el
contacto físico inmediato. Pero
también correspondería al mismo
modelo otro factor que influye de
manera mucho más determinante
en la vida de los jóvenes: la
precarización del empleo y sus con-
secuencias económicas y culturales.
4. Sedentarismo versus noma-
dismo. La globalización del espacio
y la virtualización del tiempo con-
vergen en la noción de nomadismo,
propuesta por Maffesoli (1999)
como metáfora central de la posmo-
89NÓMADAS
dernidad. Un espacio sin fronteras
(o con fronteras tenues), un espa-
cio desterritorializado y móvil, se
corresponde con un tiempo sin ri-
tos de paso (o con ritos sin paso),
un tiempo ucrónico y dúctil. Vivir
la juventud ya no es -como en el
complejo Tarzán-, transitar de la
naturaleza a la cultura, ni tampo-
co -como el complejo Peter-Pan-,
resistirse a la adultez, sino experi-
mentar la errancia del destino in-
cierto -como en el complejo
Replicante-, tomado del huma-
noide de Blade Runner que se re-
bela porque no tiene memoria del
pasado. Para los jóvenes de hoy,
ello significa migrar por diversos
ecosistemas materiales y sociales;
mudar los roles sin cambiar nece-
sariamente el estatus, correr mun-
do regresando periódicamente a la
casa de los padres; hacerse adulto
y volver a la juventud cuando el
trabajo se acaba; disfrazarse de jo-
ven cuando ya se está casado y se
gana tanto como un adulto, via-
jar por interrail o por internet
sin por ello renunciar a la
identidad localizada que co-
rresponde a una nueva solida-
ridad de base.
5. Tribu versus red. La plurali-
zación de las biografías juveniles –
y la creación de comunidades
virtuales basadas en el tiempo ima-
ginado-, corresponde al vaivén
pendular entre la tribu y la red que
experimentan las culturas juveni-
les. En un ensayo clásico, Maffesoli
(1990) etiquetó a la sociedad
posmoderna como “el tiempo de las
tribus”, entendiendo como tal la
confluencia de comunidades her-
menéuticas donde fluyen los afec-
tos y se actualizaba lo “divino
social”. Se trata de una metáfora
perfectamente aplicable a las cul-
turas juveniles de la segunda mitad
del siglo XX, caracterizadas por re-
afirmar las fronteras estilísticas, las
jerarquías internas y las oposicio-
nes frente al exterior.9
Sin embar-
go, es mucho más difícil de aplicar
a los estilos juveniles emergentes en
este cambio de milenio, que
más que las fronteras enfatizan
los pasajes, más que las jerar-
quías remarcan las hibrida-
ciones, y más que las oposiciones
resaltan las conexiones. Los ideó-
logos de la sociedad informacional
(Sartori, 1998; Castells, 1999; en-
tre otros), han propuesto la metá-
fora de la red para expresar la
hegemonía de los flujos en la socie-
dad emergente, identificando a la
juventud como uno de los sectores
que con mayor peso se acerca a la
malla de relaciones seudorreales en
que se está convirtiendo la estruc-
tura social. A su vez, ello se corres-
ponde con una ruptura de la misma
estructura de ciclo vital, que de un
curso lineal (como en la tribu) se
transforma en un curso discontinuo,
individualizado y polimorfo.
Conclusión. La
construcción juvenil
del tiempo
Ver un mundo en un grano
de arena... Y la eternidad en
una hora. (William Blake)
El tiempo se divide siempre
en innumerables futuros...
(Jorge Luis Borges)
No sólo el tiempo construye
socialmente lo juvenil; también la
juventud construye socialmente el
tiempo, en la medida en que mo-
dela, readapta y proyecta nuevas
modalidades de vivencia temporal.
Como sugieren las citas de estos dos
AntoniAbad
NÓMADAS90
escritores visionarios, la arena y el
tiempo pueden ser metáforas ade-
cuadas para comprender mundos y
visualizar futuros (necesariamente
poliformes). En este ensayo hemos
utilizado libremente estas sugeren-
cias para reflexionar sobre la cul-
tura juvenil y sus transformaciones
en este fin de milenio. Debemos
precisar que el modelo propuesto
no debe interpretarse como un es-
quema evolutivo, sino como una
metáfora transversal para interpre-
tar la complejidad contemporánea
con relación a las concepciones del
tiempo. Desde esta perspectiva,
puede servir para analizar las
interconexiones e hibridaciones
entre diversas modalidades del ci-
clo vital que se solapan en distin-
tas instituciones de una misma
sociedad, o en distintos escenarios
de una misma biografía. En cada
lugar y momento coexisten diferen-
tes concepciones del tiempo: no se
trata sólo de que mientras los abue-
los viven todavía con el reloj de are-
na y los padres con el analógico, los
hijos experimenten con el digital;
sino de que los mismos jóvenes
viven a caballo de los tres re-
lojes: según la institución en
la que se encuentren, el mo-
mento de su vida o sus pro-
pios gustos personales, pueden
jugar con uno u otro (pues ya
se sabe que la vida es juego, y de
lo que se trata no es tanto de ga-
nar, como de participar).
Al bautizar a los jóvenes de hoy
como “generación @”, no preten-
do postular la hegemonía absoluta
del reloj digital (o de la concepción
virtual del tiempo). Si ello no está
todavía claro en Europa, mucho
menos lo está a escala universal,
donde las desigualdades sociales,
geográficas y generacionales no sólo
no desaparecen, sino que a menu-
do se refuerzan con el actual pro-
ceso de globalización (lo que
puede explicar el papel activo de
los jóvenes en los movimientos
anti-globalizadores, como se de-
mostró en Seattle). Lo que preten-
do resaltar, a la manera de Mead,
es el papel central que
en esta transfor-
mación t i e n e n
las con- cepcio-
nes d e l
tiempo de los jóvenes, como sig-
no y metáfora de nuevas modali-
dades de consumo cultural. Estamos
experimentando un momento de
tránsito fundamental en las concep-
ciones del tiempo, similar al que
vivieron los primeros trabajadores
fabriles cuya vida empezó a regirse
por el reloj. El consumo de bienes
audiovisuales –en particular el pro-
tagonizado por jóvenes- es segura-
mente el sector del mercado que
más claramente refleja estas tenden-
cias de cambio. Tendencias todavía
difusas, ambiguas y contradictorias,
pero en las que quizá podemos ver
expuestas, como en los relojes de-
formes que pintó Dalí, esbozos de
tiempos futuros.
Citas
1 La metáfora del reloj fue esbozada a
raíz de la II Reunión Nacional de Inves-
tigadores sobre Juventud (Ixtapan de
la Sal, México, diciembre de 1998)
y desarrollada en el PosgradoenEdu-
cación-Comunicación de la Fun-
dación Universidad Central (Bo-
gotá, marzo de 1999). Quiero
agradecer las ideas que me han su-
ministrado diversas personas: Lin-
da Suárez (matemática de la
UNAM, México), Angel Porras (in-
geniero técnico), Carmen Costa y
Neus Alberich (antropólogas) y otras
muchas personas que me han devuelto
feed-backs en las charlas en que he ex-
puestoestemodelo.Tambiénquieroagra-
decer a los responsables de Nómadas su
insistencia en poner por escrito estas re-
flexiones y su paciencia para esperar el
texto definitivo.
2 El término “reloj” proviene del catalán
medieval (relotge) que a su vez lo adaptó
del latin (horologium). El resumen que
he hecho de la historia de esta máquina
del tiempo es, naturalmente, muy esque-
mático. La bibliografía sobre el tema es
muy amplia, pero podemos remitir a dos
obras extraordinarias por su lucidez y ca-
rácter divulgativo: Cipolla, 1999 y
Barnett, 2000.
“Desnudo”, 1983 D. Bailey
91NÓMADAS
3 Tras redactar una primera versión de este
ensayo, he tenido ocasión de deleitarme
con la lectura del último trabajo de Ma-
nuel Castells (La Era de la Información,
1996), en cuyo primer volumen dedica
todo un apartado a las transformaciones
en la concepción del tiempo, del todo
convergentes con las metáforas sobre el
reloj utilizadas en este texto. En particu-
lar, utilizaré sus nociones de “tiempo
atemporal” y de “cultura de la virtuali-
dad real”, elaboradas para dar cuenta de
la progresiva relatividad del tiempo en la
sociedad informacional.
4 Jacques Le Goff (1960) dedicó un ensa-
yo clásico al tema, distinguiendo el tiem-
po de la iglesia (dominado por una con-
cepción cíclica y espiritual del tiempo) y
el tiempo de los mercaderes (que prefigu-
raba una concepción secular, regular,
predecible y abstraída de lo que sucedie-
se).
5 Quizá no sea casual el hecho de que la
actual IBM nació a principios de siglo
XX como una compañía especializada en
fabricar relojes de fichar. De hecho, la
sociedad moderna se mantiene en pie
gracias a una tecnología electrónica que
establece las comunicaciones mediante
señales sincronizadas con una precisión
de milmillonésimas de segundo. (Barnett,
2000: 164).
6 Los hologramas, por ejemplo, son una
pura construcción matemática: una ma-
nera de hacer estable no que es inesta-
ble, un momento de orden dentro del
caos. Debo estas observaciones a la ma-
temática mexicana Linda Suárez, quien
me sugirió que todo lo que se expone en
este apartado debería ponerse con rela-
ción a la teoría del caos. Un ejemplo per-
fecto de lo que quiero explicar es la lla-
mada Holosección de la nave Enterprise
(de la serie televisiva Star Trek), en la
que los tripulantes de esta nave espacial
pueden divertirse viajando virtualmente
a tiempos y espacios lejanos (gracias a
una realidad puramente “holográfica”
aunque en algún episodio amenaza con
convertirse en real).
7 Creo que la perspectiva de Martín-Bar-
bero es sustanciamente convergente con
la expuesta en este ensayo (no es casual
que Mead sea una de sus fuentes teóri-
cas). El autor señalaba cuatro caracterís-
ticas centrales de nuestra cultura, que los
jóvenes sienten y expresan de forma es-
pecialmente marcada: la devaluación de
la memoria, la hegemonía del cuerpo, la
empatía tecnológica y la contracultura
política (Martín-Barbero, 1998: 32 y ss.).
8 Rossana Reguillo (1998) ha recordado
también, a partir del caso de taggers,
punks y ravers, cómo la negación del fu-
turo se reviste en las culturas juveniles
contemporáneas de revitalismo seudo-
religioso, tecnológicamente orientado:
“La consigna ‘no hay futuro’ que ha ope-
rado como bandera interclasista entre los
jóvenes (por diferentes motivos, que se-
ñalaría por tanto que todo presente es
absurdo), parece estar cambiando por la
de ‘no habrá futuro’, a menos ‘que nos
pongamos las pilas’ como coinciden
taggers, punks y ravers. Ello significa pen-
sar y actuar en el presente a partir del
compromiso con uno mismo, con el gru-
po y con el mundo” (Reguillo, 1998: 80).
9 Es el tipo de estructura que encontré in-
vestigando las tribus urbanas en la Espa-
ña de los ochenta y los chavos banda en
el México de los noventa. (Feixa,
1998b).
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REGUILLO, R. “El año dos mil, ética, polí-
tica y estéticas: imaginarios , adscripciones
y prácticas juveniles. Caso mexicano”,
en Cubides, Laverde & Valderrama
(eds.): 57-82, 1998.
—— “Nómadas sedentarios, narrativas
itinerantes. Notas sobre políticas de iden-
tidad”, Nómadas, 10: 128-139, 1999.
SARTORI, G. Homo videns. La sociedad tele-
dirigida, Madrid, Taurus, 1998.
VALENZUELA, J.M. “Identidades juveni-
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Generacion@ juvenil - Carlos Feixa

  • 1. NÓMADAS76 GENERACIÓN @ LA JUVENTUD EN LA ERA DIGITAL Carles Feixa* * Profesor de Antropología e Historia de la Juventud en la Universitat de Lleida, (Cata- luña-España). E-mail: Feixa@geosoc.udl.es El presente ensayo es un intento de formular un modelo teórico sobre las transformaciones contemporáneas en la cul- tura juvenil, que fija su mirada en los cambios en las concep- ciones del tiempo y en las modalidades del consumo cultural de los jóvenes. Puesto que no resulta fácil conceptualizar ten- dencias de cambio en curso, preferimos reflexionar a partir de una serie de metáforas, que pueden servirnos para repensar los perfiles contradictorios de este proceso. Nos basaremos en la metáfora del reloj, como símbolo e instrumento para medir el paso del tiempo, pues ilustra distintas estrategias de cons- trucción cultural de las biografías juveniles. The present essay is an attempt to formulate a theoretical model of the contemporary transformations of youth culture. This model focuses on the transformations of the concept of time and on the modalities of cultural consumption of young people. Because it is not easy to conceptualize the tendencies of change happening today, we chose to reflect using a series of metaphors that can be useful for rethinking the contradictory profiles of this process. We are going to use the metaphor of the clock as a symbol and an instrument to measure the passing of time, because it illustrates different strategies of cultural construction of youth biographies.
  • 2. 77NÓMADAS Distinguimos tres tipos de relojes –el de arena, el analógico y el digital- que corresponden a otras tantas modalidades de con- sumo cultural por parte de los jó- venes. El reloj de arena representa un modelo pre-moderno de tran- sición a la vida adulta, basado en una concepción cíclica del tiem- po, prevaleciente en las socieda- des tradicionales y en las primeras fases de la in- dustrialización; el consu- mo cultural tiene lugar en un espacio local, en el que no existe una cultu- ra juvenil autónoma respecto a la cultura pa- rental ni a la cultura hegemónica. El reloj analógico representa un modelo moderno de transición a la vida adul- ta, basado en una con- cepción progresiva del tiempo, dominante du- rante la era industrial; el consumo cultural tiene lugar en un espacio na- cional, en el que el joven se convierte en sujeto/ objeto de mercantili- zación, una de cuyas expresiones es la emer- gencia de una subcultura juvenil con grados signi- ficativos de autonomía respecto a las culturas parentales y hegemó- nicas. El reloj digital, fi- nalmente, corresponde a un modelo posmoderno de transición a la vida adulta, ba- sado en una concepción virtual del tiempo, que empieza a configurar- se en este cambio de milenio; el consumo cultural tiene lugar cada vez más en un espacio global, que gracias a la emergencia de la so- ciedad digital facilita la aparición de nuevas microculturas juveniles que transitan de la tribu a la red. El término “generación @” puede servir para expresar tres tendencias de cambio que intervienen en este proceso: en primer lugar, el acce- so universal -aunque no necesaria- mente general- a las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación; en segundo lu- gar, la erosión de las fronteras tra- dicionales entre los sexos y los géneros; y en tercer lugar, el pro- ceso de globalización cultural que conlleva necesariamente nuevas formas de exclusión social.1 Introducción. La construcción temporal de lo juvenil Todo sucede como si la ri- tualización de las interac- ciones [sociales] tuviera como efecto paradójico ofrecer toda su eficacia so- cial al tiempo, nunca tan activo como en aquellos momentos en que no pasa nada, solo el tiempo: ‘El tiempo, se dice, trabaja para él’ (Bourdieu,1980:181). La historia social de la construcción cultural de la biografía, es decir, de las formas mediante las cuales cada sociedad organiza el ciclo vital y las relaciones entre las generaciones, no se pue- de abordar utilizando el lenguaje académico habitual, pues remite a términos, concepciones y valores connotados se- mánticamente y profun- damente cambiantes en el espacio y en el tiempo. Por ello quizá sea más oportuno reflexionar so- bre este proceso median- te el uso de metáforas, que nos invitan a mirar la realidad a partir de com- paraciones e imágenes en movimiento (desde una película en proceso de montaje más que a partir de fotos fijas). Propongo tomar en conside- ración la metáfora del reloj, que nos servirá para interpretar los mecanis- mos utilizados en distintos lugares y momentos para medir el acceso a la vida adulta. Naturalmente, el “Photo Metro” (E. U.), 1994
  • 3. NÓMADAS78 reloj mide el tiempo cronológico, pero también puede simbolizar el tiempo biológico y, sobre todo, el tiempo social. En la medida en que las edades son estadios biográficos culturalmente construidos, que pre- suponen fronteras más o menos laxas y formas más o menos institucionalizadas de paso entre los diversos estadios, podemos consi- derar al reloj como un marcador social de estas fronteras y de estos pasos. Desde esta perspectiva, la evolución histórica del reloj puede servirnos para ilustrar la evolución histórica del ciclo vital (y de ma- nera más específica, la evolución histórica de la relación entre juven- tud y consumo cultural).2 La mayor parte de los sistemas cronológicos conocidos han sido de naturaleza religiosa o mitológica, aunque desde hace siglos se cono- cen diversos procedimientos para medir el paso de los años, las esta- ciones, los días y las horas. Cuando miramos nuestro reloj de pulsera, lo que observamos es una versión condensada –metafórica- de la his- toria de la civilización: la división del día en 24 horas procede del antiguo Egipto (donde se inventó el reloj de sol); la división de la hora en 60 minutos, del sistema matemático sexagesimal de los an- tiguos mesopotámicos; la esfera y las manecillas movidas por un me- canismo interno surgieron en la Europa medieval, se perfeccionaron en la época moderna y se difun- dieron masivamente con la indus- trialización gracias a relojeros americanos y suizos; los circuitos electrónicos en los que se basan los relojes actuales (de cuarzo, atómi- cos o digitales) se aplicaron en la segunda mitad del siglo XX, popu- larizándose gracias a las marcas ja- ponesas. De igual manera, cuando observamos el comportamiento de los jóvenes de hoy, vemos entremez- clados ritmos biológicos y sociales presentes en toda la especie (la pubertad, el matrimonio); ritos de paso institucionalizados por las ci- vilizaciones antiguas (la mayoría de edad, la milicia); espacios festivos surgidos en la sociedad rural euro- pea (el carnaval); tiempos de for- mación y de ocio producto de la industrialización (la escuela, los mass media), y espacios de ocio surgidos con la posmodernidad (los videojuegos, la música tecno). Propongo tomar en considera- ción a tres relojes -el de arena, el analógico y el digital- como símbo- los de otras tantas modalidades cul- turales. El primero se basa en una concepción natural o cíclica del tiempo, dominante en las socieda- des preindustriales. El segundo se basa en una concepción lineal o progresiva del tiempo, dominante en las sociedades industriales. El tercero se basa en una concepción virtual o relativa del tiempo, emer- gente con la sociedad postin- dustrial. Estos tres tipos de reloj pueden ponerse en relación con tres formas distintas de construc- ción social de la biografía. En un ensayo clásico, Margaret Mead (1977) propuso una tipología so- bre las formas culturales a partir de las modalidades de transmisión generacional: las culturas post- figurativas, correspondientes a las sociedades primitivas y a pequeños reductos religiosos o ideológicos, serían aquellas en las que “los ni- ños aprenden primordialmente de sus mayores”, siendo el tiempo re- petitivo y el cambio social lento; las culturas cofigurativas, correspon- dientes a las grandes civilizaciones estatales, serían aquellas en las que “tanto los niños como los adultos aprenden de sus coetáneos”, sien- do el tiempo más abierto y el cam- bio social acelerado; y las culturas prefigurativas, que según Mead es- taban emergiendo en los años se- senta de este siglo, serían aquellas en las que “los adultos también aprenden de los niños” y “los jóve- nes asumen una nueva autoridad mediante su captación prefigurativa del futuro aún desconocido” (Mead, 1977: 35).3 El esquema seudoevolucionista de Mead, por supuesto, es simpli- ficador en exceso, pero puede ser- virnos para reflexionar sobre la metáfora del reloj. Desde esta pers- pectiva, en las culturas post- figurativas, como en el reloj de arena, prevaldría una visión circu- lar del ciclo vital, según la cual cada generación reproduciría los conte- nidos culturales de la anterior; en las culturas cofigurativas, como en el reloj analógico, prevaldría una visión lineal, según la cual cada ge- neración instauraría un nuevo tipo de contenidos culturales; las cultu- ras prefigurativas, finalmente, como el reloj digital, instaurarían una vi- sión virtual de las relaciones generacionales, según la cual se in- vertirían las conexiones entre las edades y se colapsarían los rígidos esquemas de separación biográfica. Si el reloj simboliza en cada caso la medida del tiempo biográfico, po- demos considerar a los grados de edad como una metáfora del cam- bio social. Es decir: las formas me- diante las cuales cada sociedad conceptualiza las fronteras y los pasos entre las distintas edades son un indicio para reflexionar sobre las transformaciones de sus formas de vida y valores básicos.
  • 4. 79NÓMADAS Las “culturas de edad” pueden analizarse desde dos perspectivas: en el plano de las condiciones so- ciales, entendidas como el conjun- to de derechos y obligaciones que definen la identidad de cada individuo en el seno de una estructura social de- terminada, las cul- turas de edad se construyen con ma- teriales provenientes de las identidades ge- neracionales, de gé- nero, clase, etnia y territorio. En el pla- no de las imágenes cul- turales, entendidas como el conjunto de atributos ideoló- gicos y simbólicos asignados y/o apro- piados por cada in- dividuo, las culturas de edad se traducen en estilos más o me- nos visibles, que in- tegran elementos materiales e inma- teriales heterogé- neos, que pueden traducirse en formas de comunicación, usos del cuerpo, prácticas culturales y actividades foca- les. Las condiciones sociales se configu- ran a partir de una interacción básica entre cultura hege- mónica y culturas parentales. La cultu- ra hegemónica refle- ja la distribución del poder cultural a escala de la so- ciedad más amplia. Las culturas parentales pueden considerarse como las grandes redes culturales, definidas fundamentalmente por identidades étnicas y de clase, en el seno de las cuales se desarrollan las culturas de edad, que constitu- yen subconjuntos. Refieren las nor- mas de conducta y valores vigentes en el medio social de origen de cada individuo. Pero no se limitan a la relación directa entre “padres” e “hi- jos”, sino a un conjunto más am- plio de interacciones cotidianas entre miembros de generaciones diferentes, en el seno de la familia, el vecindario, la escuela local, las redes de amistad, las entidades asociativas, etc. Las imágenes cul- turales se configuran a partir de una interacción básica entre macroculturas y microculturas. Las macroculturas re- fieren las grandes instancias sociales que forman/infor- man a los indi- viduos en cada sociedad. Las mi- croculturas refieren las pequeñas uni- dades sociales que filtran, seleccio- nan y perciben las formas y conteni- dos de esta forma- ción/información. La medida del tiempo, en cada reloj, expresa la conexiónentrecon- diciones sociales e imágenes cultu- rales, y se traduce en distintas moda- lidades de tránsito (las fronteras y los pasos entre las dis- tintas categorías de edad). Ello remite a tres tipos de rituales, que mar- can simbólicamen- te estos tránsitos: los ritos de paso, fundamentales en las sociedades pre- modernas, basadas en un mecanis- mo de reproducción social; los que pueden denominarse ritos de cuer- da, fundamentales en las socieda- “Pabellón Cero”, Raúl Ortega
  • 5. NÓMADAS80 des modernas, basadas en un me- canismo de “transición social”; y los que pueden denominarse ritos de atemporalidad, fundamentales en las sociedades posmodernas, basadas en un mecanismo que puede deno- minarse “nomadismo social”. Pues- to que la sociedad industrial nos ha acostumbrado a la concepción de que el tiempo es oro, podemos su- poner que estos ritos no solo filtran horas, sino también mercancías (y por tanto, acceso al consumo cul- tural). Resumiré a continuación es- tas tres metáforas, abordando, para cada una de ellas, el mecanismo de fun- cionamiento del reloj, su proceso de difusión social, y sus implicaciones en las representacio- nees sociales del tiempo y en las imá- genes culturales sobre la edad. Aca- baré resumiendo estas nociones mediante la ayuda de tres figuras, que pueden ayu- darnos a visualizar las continuidades y los cambios en las imágenes culturales de la juventud. El reloj de arena Las clepsidras de arena apa- recieron más bien tarde. Fue- ron ampliamente usadas a bordo de las naves para medir la duración del servicio de guardia de los marineros y la velocidad de las naves (Cipolla, 1999: 15). Las culturas preindustriales utilizaron diversos instrumentos para medir el paso del tiempo: relojes de agua, de sol, de arena. En todos los casos se trata de he- rramientas que utilizan formas de energía naturales y cuyo grado de precisión es escaso y depende tan- to de las condiciones del medio ambiente como de la óptica del observador. No hay nada muy pre- ciso con respecto a estas unida- des, por lo que lo esencial no es tanto calcular con exactitud los años y las horas sino ser capaz de prever la periódica repetición de las estaciones y ciclos temporales. El reloj de arena se basa en una concepción natural del tiempo (la ley de la gravedad que permite que la arena vaya filtrándose y la fuerza humana que da la vuelta al reloj una vez la arena ha pasado del todo). Como el reloj solar, su mecanismo remite a la naturaleza cíclica del tiempo, simbolizada en la sucesión día-noche, sol-som- bra, arriba-abajo. Pero mientras el reloj solar era utilizado para me- dir ciclos diarios y estacionales, el reloj de arena servía para medir lapsos cortos (las horas canónicas, el tiempo de cocción). El reloj de arena puede servir pues para representar la visión cí- clica del ciclo vital, basado en la rueda de las generaciones, cada una de las cuales repite ad infinitum el comportamiento de la anterior. Se- gún la terminología de Mead, los hijos aprenden de sus padres y abue- los, que constituyen el único refe- rente de autoridad, y repiten de manera posfigurativa, y con escasas modificaciones, las fases vitales, ritos de paso y condicio- nes biográficas por las que pasaron sus padres. Se trata del tipo de construc- ción cultural de las edades vigente en la mayor parte de sociedades tribales, estatales y campe- sinas que han exis- tido en la mayor parte de la historia de la humanidad. En nuestra socie- dad, esta modali- dad de transmisión generacional persiste en aquellas instituciones, como la escuela, el ejército, las iglesias o el mundo la- boral, en las que las estructuras de autoridad están muy asentadas, y en las que la edad o veteranía si- gue siendo uno de los pilares del poder y del saber. El predominio del pasado corresponde a un grado muy precario de mercantilización de la economía, por lo que la juventud (en la medida en que este estadio se reconozca socialmente) no sólo tiene una nula presencia en el con- sumo cultural (pues no hay feed- “Con las imágenes a cuestas”, México. Roberto Córdoba Leyva
  • 6. 81NÓMADAS back entre oferta y demanda), sino que tiene una escasa contribución a la innovación cultural (que es so- cialmente reprimida). Si nos fijamos en la figura 1, po- demos considerar que cada indivi- duo pone en movimiento su reloj de arena a partir de una serie de condiciones sociales de partida re- lativamente rígidas, determinadas por su origen: la edad, el sexo, el rango, el linaje y el lugar de naci- miento y residencia (aunque los granos de arena sean de distinto color, cuando se mezclan parecen idénticos). Estas marcas se transmi- ten a partir de tres grandes instan- cias sociales (la familia, la comunidad y las estructuras de po- der), que median en las relaciones más o menos conflictivas entre la cultura parental (las formas de vida y valores vigentes en el medio so- cial de origen) y la cultura hegemónica (las formas de vida y valores propuestos como modelo dominante en aquellas sociedades en las que se establece un acceso desigual al poder y a los recursos). Todos estos elementos convergen de manera natural en el momento del rito de paso, que suele coinci- dir con la pubertad física o social y acostumbra a marcar el tránsi- to hacia la condición adulta (ésta suele es- tar limitada a los varones, e inclu- so a los prove- nientes de determinados rangos sociales). Tras el rito de paso, una especie de segundo nacimiento en el que el in- dividuo ha de pasar por una fase de separación y otra de integración, se incorpora en la sociedad con un nuevo estatus laboral, matrimonial, reproductivo, político y festivo. El consumo cultural de los jóvenes se limita a este último espacio, el lúdico, pues es el único en que se les permite un protagonismo no mediatizado (la fiesta del carnaval en la Europa rural, o las celebracio- nes asociadas al sistema de cargos en América Latina, serían ejemplos de estas rupturas cíclicas del orden generacional). Los sistemas de rol- estatus correspondientes a cada edad se legitiman y justifican me- diante una serie de imágenes cul- turales, expresadas en los sistemas mítico-rituales, e interiorizadas me- diante una serie de ámbitos macroculturales (es decir, vigentes a escala de toda la sociedad y ex- presadas normalmente a través de la reli- gión) y micro- culturales (es decir, vigentes en ámbitos sociales más re- ducidos y expresados normalmen- te a través de los grupos de pares). Cuando el ciclo acaba, se da la vuelta al reloj de arena, para que las imágenes culturales puedan de nuevo verterse sobre las condicio- nes sociales y se complete la rueda genealógica de las generaciones. En cualquier caso, todo el proceso acostumbra a efectuarse en el seno de un espacio local (tribal, rural, municipal), y conlleva una concep- ción “orgánica” de la edad, que equipara a cada colectivo genera- cional con una parte del cuerpo humano (y que proscribe, por tan- to, una rígida separación de los estatus sociales según la edad, el sexo y el rango). Se trata, en defi- nitiva, de una visión “orgánica” de la juventud, que funciona como un mecanismo cuasi biológico de “re- producción social”. Goya
  • 7. NÓMADAS82 El reloj analógico No fue el motor de vapor sino el reloj la máquina de- cisiva de la era industrial moderna (Mumford, 1934; citado en Barnett, 2000: 67). Aunque el reloj mecánico ha- bía sido inventado en el siglo XIII, durante mucho tiempo se limitó a presidir campanarios y torres de edificios públicos. Se trataba de la primera máquina totalmente automática, obra de re- putados artesanos, cuyo complicado engranaje fue ejemplo para otras máquinas. La base del mecanismo es un péndu- lo, que se debe alimen- tar constantemente: funciona mientras se le da cuerda y se para cuando la cuerda se acaba. Su ex- pansión ha de ponerse en relación con el nacimien- to de la nueva civilización urbana (del tiempo de las catedra- les al tiempo de los mercaderes).4 Pero no fue sino hasta el siglo XIX, una vez la revolución industrial ha- bía triunfado, cuando su uso em- pezó a extenderse: el reloj barato, de pulsera, aparece en Suiza en 1865 y en América en 1880: su uso se va extendiendo a todos los sec- tores sociales, siendo un símbolo de modernidad (todavía hoy algunos ritos de paso -como la comunión o la confirmación- se marcan con el regalo de un reloj, que convierte simbólicamente al individuo en un ser adulto). Con el surgimiento del capitalismo industrial, empezó a difundirse una concepción lineal o progresiva del tiempo, que reque- ría técnicas para medirlo cada vez más precisas y universales, instru- mentos que permitan sincronizar con precisión las actividades de la gente, señales auditivas y visuales que marquen el comienzo o el fin de una actividad. El reloj mecánico o analógico (por fundarse en un sistema numé- rico continuo, no binario), se basa en una concepción lineal del tiempo, carac- terística de la civilización industrial o moderna. Su funciona- miento surge de un artilugio mecá- nico: es preciso darle cuerda periódicamente para que no se pare. Si se alimenta continuamen- te, el tiempo fluye siempre adelan- te, de la misma forma que la sociedad progresa. El futuro remplaza al presente. Si trasladamos esta concepción a la sucesión de las generaciones, cada generación as- pira a vivir mejor que la anterior y a no reproducir sus contenidos cul- turales. La sucesión de las genera- ciones expresa el proceso de cambio social más o menos acele- rado, pero también conlleva la emergencia de la brecha y del con- flicto generacional: educadas según concepciones distintas del tiempo, los grupos de edad tienen expecta- tivas diferentes respecto al pasado y al futuro. Según la terminología de Mead, los hijos aprenden sobre todo de sus coetáneos, que cons- tituyen un nuevo referente de autoridad, e innovan de manera cofigurativa, con cons- tantes modificaciones, las fases vitales, ritos de paso y condiciones bio- gráficas por las que pa- saron sus padres. En nuestra sociedad, esta modalidad de transmi- sión generacional persiste en aquellas instituciones, como el tiempo libre, las aso- ciaciones juveniles y el mercado, en las que las estructuras de autoridad están repartidas, y en las que la jerarquía de edad se difumina, pero la edad como un todo sigue siendo un referente de clasificación social. Así como el reloj mecá- nico liberó al tiempo de su rela- ción con los ritmos de la naturaleza, e hizo de él algo abstracto y autó- nomo, un ente en sí mismo, podría- mos también suponer que la invención de la juventud como nueva categoría de edad, con ten- dencia a la autonomía y a la crea- ción de un mundo propio, supuso la consolidación del carácter artifi- cial de las divisiones etarias. Si nos fijamos en la figura 2, el funcionamiento del reloj analógico se basa en darle cuerda, manual o mecánicamente: ello simboliza el proceso de inserción social, me- “L’ Age d’or”, 1931. L. Buñuel & S. Dali
  • 8. 83NÓMADAS diante el cual el individuo se so- cializa ocupando una serie de nue- vos roles y estatus sociales, por los que va progresando por una serie de estadios vitales (infancia, ju- ventud, adultez, vejez), que nor- malmente corresponden a otros tantos roles sociales (juego, educa- ción, trabajo-familia, retiro). Las condiciones sociales constituyen el mecanismo interno, normalmente invisible. Las rígidas separaciones de la sociedad preindustrial, basadas en el nacimiento, se van difuminando, pero no desaparecen: la noción más social de generación sustituye a la más bioló- gica de edad; el género como construcción cul- tural sustituye al sexo; la clase basada en la posi- ciónenelsistemaproduc- tivo (que permite los ascensos y descensos so- ciales) sustituye al sistema de rangos más rígido; la noción política de etnicidad remplaza al lina- je basado en el sistema de parentesco y el Estado-nación susti- tuye al espacio local como lugar de convivencia. Mientras la familia (cada vez más nuclear) y el vecin- dario (cada vez más urbanizado) si- guen configurando las culturas parentales (cada vez más hetero- géneas, a partir de divisiones funda- mentadas en la noción de clase), la cultura hegemónica se expresa en la escuela (la gran invención moder- na asociada al sistema de edad) y en el trabajo industrial (como mecanis- mo de asignación de roles sociales), aunque basa su prevalencia en la dis- tribución del poder económico y po- lítico que converge en el mercado y en el estado (ya sea autoritario o de- mocrático). Las imágenes culturales expre- san los cambios sociales que fluyen con el paso de las horas que mar- can las manecillas del reloj. Estas ponen de manifiesto la ruptura del monolitismo cultural prevalecien- te en las culturas postfigurativas, con la aparición de códigos segre- gados según los grupos de edad: las diferencias en el lenguaje (ver- bal y no verbal), la estética (o la moda), la ética (o los sistemas de valores), las producciones culturales (progresivamente mercantilizadas) y las actividades focales (progresi- vamente centradas en la sociedad del ocio), van creando las condi- ciones no sólo para la “invención” de nuevas categorías de edad (como la adolescencia y la jubilación), sino para la emergencia de “cultu- ras” basadas en la edad (el ejemplo más emblemático sería la emergen- cia de la cultura juvenil tras la Se- gunda Guerra Mundial). Estas culturas de edad tienen dos ámbi- tos de expresión: las llamadas “macroculturas” (redes culturales de ámbito general o universal, como los medios de comunicación y el mercado del ocio) y las “micro- culturas” (redes culturales localiza- das, como el grupo de pares, las asociaciones juveniles y las tribus urbanas). Se trata, en definitiva, de una visión “mecánica” de la juven- tud, que funciona a manera de “metáfora” del cambio social (in- cluyendo la aparición de brechas y conflictos entre las generaciones). El reloj digital En un reloj digital no hay ni una pie- za móvil. No se ve nada, sólo una pe- queña batería, una pequeña cápsula con el cristal de cuarzo, un peque- ño circuito elec- trónico (Barnett, 2000: 153). El reloj digital (que se basa en un sistema binario de cálculo matemáti- co, que funciona mediante dígitos) se hizo posible gracias al descubrimiento de que era facti- ble transferir las vibraciones regu- lares del cristal de cuarzo a las manecillas del reloj (en 1928), aun- que su difusión es fruto de los avan- ces en la informática desde mediados de este siglo. Se trata en esencia de un microchip, cuya ener- gía proviene de unas pilas o de la corriente eléctrica. Los chips, que se han ido miniaturizando, están pensados para medir el tiempo con gran precisión (mientras la frecuen- cia de la corriente alterna era de unos 50 ciclos por segundo, la del microchip es de unos 300 millo- nes). Mientras el reloj de arena cal- “Fetuccine al pesto”,1994, Alberto Tovalín
  • 9. NÓMADAS84 culaba aproximadamente los minu- tos, y el reloj analógico los segun- dos y décimas, el reloj digital permite establecer con enorme pre- cisión las centésimas, milésimas, etc. Su uso se difunde en el último cuarto del siglo, cuando los japo- neses inventan el reloj digital de pul- sera, abaratando sus costos y difun- diéndolo por todo el planeta. De ma- nera progresiva, el reloj digital se ex- tiende a todo tipo de aparatos elec- trónicos, rigiendo su funcionamiento interno: televisores, radios, electrodo- mésticos, tempo- rizadores, sistemas de seguridad, etc. Con la aparición de los ordenadores personales, la con- cepción del tiempo en que se basa se generaliza. En los últimos años, los re- lojes digitales se transformanyperso- nalizan,difundiendo una “filosofía de la desaceleración”, basada en una con- cepción menos agi- tada y más plural del tiempo: sur- gen relojes para el disfrute, relojes de diseño, relojes ecológicos (que in- corporan conden- sadores en lugar de pilas), etc.5 De alguna manera, el reloj digital “traduce” en la vida cotidia- na las revolucionarias concepcio- nes sobre el tiempo implícitas en la teoría de la relatividad de Einstein. Con la emergencia de la posmoder- nidad, la medida del tiempo se hace mucho más precisa y ubicua (los re- lojes están omnipresentes en cual- quier rincón de nuestra vida coti- diana), pero al mismo tiempo mu- cho más relativa, descentrada y ambivalente (el tiempo depende del contexto espacial desde el que se calcula, no tiene un único orga- nismo que lo regule y puede estar en función de la perspectiva de di- versos observadores). Una de las ca- racterísticas del tiempo digital es que permite reprogramar constantemen- te el inicio, final, duración y ritmo de una determinada actividad:secreaun auténtico tiempo “virtual”, cuya “rea- lidad” depende del ámbito en el que se produce.Losvideo- juegos, por ejem- plo, generan una espacialidad y tem- poralidad propias, que condiciona la percepción social de los actores. El reloj digital es el símbolo em- blemático de la civilización pos- industrial o posmo- derna, basada en una concepción del tiempo que po- dría calificarse de “virtual”. Según la terminología de Mead, son los pa- dres los que empie- zan a aprender de sus hijos, que cons- tituyen un nuevo referente de auto- ridad, y dislocan de manera postfigu- rativa, las fases y condiciones bio- gráficas que definen el ciclo vital, suprimiendo la mayor parte de ri- tos de paso que las dividen. En nues- tra sociedad, esta modalidad de David Bailey, 1983
  • 10. 85NÓMADAS transmisión generacional se expresa sobre todo en aquellas instituciones, como los medios de comunicación de masas, las nuevas tecnologías de la información, los nuevos movi- mientos sociales y las formas de di- versión digitales, en las que las estructuras de auto- ridad se colapsan, y en las que las edades se convierten en re- ferentes simbólicos cambiantes y sujetos aconstantesretroali- mentaciones. Asi- mismo, el tiempo se desnacionaliza y pasa a ser cada vez más global: mientras el transporte aéreo remplaza al tren como agencia de unificación horaria, lasredeselectrónicas digitales de alcance universal(televisivas otelefónicas)contri- buyen a la sensación de que todos vivi- mos el mismo tiem- po y de que todo sucedeentiemporeal (como en las video- conferencias o los chats).Desde el pun- to de vista simbóli- co, la concepción digital del tiempo tiene su máxima ex- presión en una serie de artilugios lúdicos -videojuegos, juegos de realidad virtual, simuladores, holo- grafías, etc.- omni- presentes en los ordenadores domésticos y en sus múltiples suce- dáneos. Todos estos aparatos crean tiempos simultáneos, pero no conti- nuos (es decir, crean una “simulta- neidad” completamente artificial). No existe ni el pasado ni el futuro, sino únicamente el presente.6 Si nos fijamos en la figura 3, podemos representar el reloj digital mediante la imagen del ordenador personal, uno de los instrumentos que previsiblemente dominarán la sociedad posmoderna y que se ba- san en el funcionamiento del microchip (también hubiéramos podido escoger el teléfono móvil o cualquier otro instumento elecró- nico presente en nuestra vida coti- diana). Las condiciones sociales constituyen el “disco duro” del ordenador: su mi- niaturización e invisibilización no implican, ni mu- cho menos, su desaparición; las diferencias entre las personas y los grupos se han ampliado, aunque sean más sutiles e imperceptibles, al desaparecer mu- chos de los signos externos que las expresaban. Por ejemplo, las dife- rencias genera- cionales ya no se traducen en for- mas de vestir o de hablar diferentes: hay adultos que visten como jóve- nes, y niños que comparten los gus- tos estéticos o inte- lectuales de los adolescentes. Al desaparecer los grandes aconteci- mientos históricos que marcaban la identidad gene- racional (de las guerras mundiales a mayo de 1968) las generaciones se “destemporalizan”, creándose “no tiempos” equivalentes a los “no lu- gares” (Augé, 1993): auténticos “limbos sociales” que pueden ser “Monterrey”, 1992, Aristeo Jiménez
  • 11. NÓMADAS86 una estación hacia ninguna parte. Las clases sociales se desclasan: ya no dependen sólo de la riqueza o del poder, sino sobre todo del ca- pital cultural (Bourdieu, 1980) que acostumbra a ser invisible. Con la lenta pero irreversible emancipa- ción femenina, con la emergencia de los movimientos gays y lesbianos, los géneros se hacen transexuales, favoreciendo el proceso de trasvestimiento físico y simbólico (desde el punto de vista de las eda- des, ello implica una revoluciona- ria implosión de las fronteras entre la masculinidad y la feminidad en el tránsito hacia la adultez o a la ancianidad). Con la crisis del Esta- do-nación, las etnicidades se creolizan, favoreciendo las mezclas (pero también, por supuesto, las xenofobias y los conflictos). Final- mente, con la emergencia del es- pacio “global”y del “ciberespacio”, los territorios se “desespacializan”, reduciéndose la influencia del me- dio geográfico de origen en la con- figuración de las identidades sociales. En definitiva, las condicio- nes sociales pasan de ser “estructu- ras” a “redes” muy dúctiles, que se interconectan en el disco duro con- figurando el “habitus” cambiante de los actores. Este se apoya en la creciente complejidad de las cultu- ras hegemónicas (los llamados “hiper-poderes”) y las culturas parentales (los “tele-hogares” en los que las figuras paterna y ma- terna delegan progresivamente sus funciones). Gracias a la memoria RAM (la historia social inserta en cada his- toria de vida), las condiciones so- ciales se conectan con las imágenes culturales, que constiyen el disco blando (lo que se ve en la pantalla del ordenador). Se trata de un au- téntico ciberespacio, que se recrea constantemente mediante una se- rie de programas que cualquier or- denador tiene: el tratamiento de textos que permite elaborar discur- sos en lenguajes babélicos, facilitan- do la emergencia del “tiempo de las tribus” (Maffesoli, 1990); las bases de datos que sugieren la concentra- ción de la información por parte de auténticos imperios (multinaciona- les de la economía y la política) que superan los límites impuestos por los Estados; hojas de cálculo que permiten los flujos materiales y sim- bólicos a escala planetaria; los videojuegos que recrean realidades virtuales a través de la combinación de hologramas, músicas y nuevas drogas (como en el caso de los ravers); y los navegadores que ge- neran comunidades virtuales que sólo existen en la red. Estas imáge- nes culturales progresivamente frag- mentadas de los grupos de edad se traducen en un sistema macro- cultural que abarca todo el planeta (cuya imagen más precisa sería internet) y en múltiples sistemas microculturales, ya no limitados a un lugar específico, que vinculan a actores unidos por gustos muy diferentes. Hay tres elementos de esta me- táfora que conviene resaltar. En pri- mer lugar, el pequeño reloj que está en la base derecha de la pantalla es lo que rige el funcionamiento de todo el sistema: su funcionamiento
  • 12. 87NÓMADAS o colapso condiciona la totalidad de operaciones de todos los sujetos sociales, en el marco del sistema. En segundo lugar, esta temporali- dad no es constante, sino que está sujeta al “inicio” y “suspensión” de cada programa, que constituye una decisión del actor y de su entorno social (ello permite, por ejemplo, que la entrada o salida de la juven- tud no sea un proceso unívoco). En tercer lugar, para acceder a la red es preciso tener una “clave de ac- ceso” que marca la inclusión o ex- clusión del sistema (ello genera una sociedad progresivamente dual, en la que un sector importante de la población ni tan siquiera puede acceder al sistema de ascenso por los roles sociales y generacionales). Se trata, en definitiva, de una vi- sión “virtual” de la edad, que fo- menta el “nomadismo” social (Maffesoli, 1999), es decir, el cons- tante tránsito e intercambio de los roles y estatus generacionales. Generación @. La juventud en la era digital Después que se complete el círculo temporal del péndu- lo, el valor de ser joven no tiene por qué ser necesaria- mente antinómico con los haberes y saberes del ser viejo. Los pueblos no pue- den construir el futuro sin memoria, pero en los mo- mentos en que arrecian los cambios no es extraño que sean los jóvenes quienes más los sientan y los expresen (Martín-Barbero, 1998: 30). Tras diseccionar la metáfora del reloj, y su relación con los estilos juveniles, veamos como puede apli- carse al estudio de la juventud con- temporánea. En un lúcido ensayo, Jesús Martín-Barbero (1998) utilizó otra metáfora (la del palimpsesto) para aproximarse a esas identida- des confusas, a esos textos juveni- les que de un pasado borrado emergen borrosos en el presente.7 A falta de un mapa preciso, se me permitirá esbozar una serie de re- flexiones sobre la generación actual, que vive a caballo de los tres relo- jes señalados. Por supuesto, no se trata de postular un catálogo cerra- do de características, sino de visualizar algunas paradojas que acompañan la visión del tiempo de los que hoy entran en la juventud.8 1. Generación X versus Gene- ración @. La última generación del siglo XX fue bautizada con el término “generación X” por un es- critor norteamericano (Douglas Coupland), que con ello pretendía sugerir la indefinición vital y la am- bigüedad ideológica del post-68. ¿Cómo bautizar a los jóvenes que penetran hoy en este territorio, a la primera generación del siglo XXI? Huelga decir que las genera- ciones no son estructuras compac- tas, sino solo referentes simbólicos que identifican vagamente a los agentes socializados en unas mismas coordenadas temporales. Desde esta perspectiva, el término “generación @” pretende expresar tres tenden- cias de cambio que intervienen en Sin título, 1992. Sindy Sherman
  • 13. NÓMADAS88 este proceso: en primer lugar, el acceso universal -aunque no nece- sariamente general- a las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación; en segundo lugar, la erosión de las fronteras tradicio- nales entre los sexos y los géneros; y en tercer lugar, el proceso de globalización cultural que conlleva necesariamente nuevas formas de exclusión social a escala planetaria. De hecho, el símbolo @ es utiliza- do por muchos jóvenes en su escri- tura cotidiana para significar el género neutro, como identificador de su correo electrónico personal, y como referente espacio-temporal de su vinculación a un espacio glo- bal (via chats por internet, viajes por Interrail, o audiciones por la MTV). Ello se corresponde con la transición de una cultura analógica, basada en la escritura y en un ciclo vital regular –continuo-, a una cul- tura digital basada en la imagen y en un ciclo vital discontinuo- binario (cfr. Reguillo, 1999; Valenzuela, 1998). 2. Espacio local versus espacio global. La juventud fue uno de los primeros grupos sociales en “globalizarse”: desde los años sesen- ta, los elementos estilísticos que componen la cultura juvenil (de la música a la moda) dejaron de res- ponder a referencias locales o na- cionales y pasaron a ser lenguajes universales, que gracias a los me- dios masivos de comunicación lle- gaban a todos los rincones del planeta, hasta el extremo de que un autor gramsciano profetizó la emer- gencia de la primera cultura real- mente “internacional-popular”. Un informante de Lleida me dijo: “Para mis padres, siempre era antes de la guerra (civil) y después de la gue- rra... Para mí fue antes de los Beatles y después de los Beatles”. El último tercio de siglo no ha hecho más que consolidar este proceso: la amplia- ción de las redes planetarias (de los canales digitales de televisión a internet), y las posibilidades reales de movilidad (del turismo juvenil a los procesos migratorios), ha au- mentado la sensación de que el reloj digital se mueve al mismo rit- mo para la mayor parte de los jó- venes del planeta (al menos los vinculados a Occidente, aunque sea de manera subalterna). Sin embargo, ello no significa que el espacio local haya dejado de in- fluir en el comportamiento de los jóvenes: a menudo lo global realimenta las tendencias centrí- petas (como sucede, por ejemplo, con el renacimiento de movimien- tos independentistas entre los jó- venes catalanes o vascos). 3. Tiempo real versus tiempo virtual. Mientras el espacio se globaliza y des-localiza de forma paralela, el tiempo se eterniza y se hace más efímero de forma sucesi- va. Vivimos en el tiempo de los microrrelatos, de las microculturas y de los microsegundos. Pocas imá- genes pueden representar mejor la fugacidad del presente que la no- ción de “tiempo real” con la que los noticiarios televisivos o cibernéticos nos comunican que un suceso, una transacción econó- mica, un chat o un record depor- tivo están sucediendo. Pero al mismo tiempo, esta extrema frag- mentación de los tiempos de tra- bajo y de los tiempos de ocio prefiguran la posibilidad del tiem- po virtual. Manuel Castells (1999) ha hablado de “tiempo atemporal” y de “cultura de la virtualidad real” para referirse a la nueva concepción del tiempo que surge con el posmo- dernismo, asociada a un sistema multimedia integrado electróni- camente. Esta concepción se carac- teriza, por una parte, por la simultaneidad extrema, es decir, por la inmediatez con que fluye la información (que permite que las mismas músicas, modas y estilos sean interiorizados por jóvenes de todo el planeta al mismo tiempo). Pero por otra parte, implica tam- bién una extrema atemporalidad, en la medida en que los nuevos medios se caracterizan por los collages temporales, la hipertex- tualidad, la creación de momentos artificiales, míticos y místicos (como los que permiten experimen- tar los juegos de realidad virtual, las fiestas ravers o las nuevas reli- giones electrónicas). En efecto, las culturas juveniles emergentes ex- ploran el planeta y toda la historia de la humanidad, componiendo hipertextos con infratextos de orí- genes muy diversos (mezclando la cultura rap de los guetos estadouni- denses con música electrónica crea- da en el Extremo Oriente). El uso recurrente de la telefonía móvil por parte de los jóvenes sería otro ejem- plo de esta temporalidad virtual, pues añade flexibilidad a las co- nexiones personales y crea víncu- los sociales sin que sea preciso el contacto físico inmediato. Pero también correspondería al mismo modelo otro factor que influye de manera mucho más determinante en la vida de los jóvenes: la precarización del empleo y sus con- secuencias económicas y culturales. 4. Sedentarismo versus noma- dismo. La globalización del espacio y la virtualización del tiempo con- vergen en la noción de nomadismo, propuesta por Maffesoli (1999) como metáfora central de la posmo-
  • 14. 89NÓMADAS dernidad. Un espacio sin fronteras (o con fronteras tenues), un espa- cio desterritorializado y móvil, se corresponde con un tiempo sin ri- tos de paso (o con ritos sin paso), un tiempo ucrónico y dúctil. Vivir la juventud ya no es -como en el complejo Tarzán-, transitar de la naturaleza a la cultura, ni tampo- co -como el complejo Peter-Pan-, resistirse a la adultez, sino experi- mentar la errancia del destino in- cierto -como en el complejo Replicante-, tomado del huma- noide de Blade Runner que se re- bela porque no tiene memoria del pasado. Para los jóvenes de hoy, ello significa migrar por diversos ecosistemas materiales y sociales; mudar los roles sin cambiar nece- sariamente el estatus, correr mun- do regresando periódicamente a la casa de los padres; hacerse adulto y volver a la juventud cuando el trabajo se acaba; disfrazarse de jo- ven cuando ya se está casado y se gana tanto como un adulto, via- jar por interrail o por internet sin por ello renunciar a la identidad localizada que co- rresponde a una nueva solida- ridad de base. 5. Tribu versus red. La plurali- zación de las biografías juveniles – y la creación de comunidades virtuales basadas en el tiempo ima- ginado-, corresponde al vaivén pendular entre la tribu y la red que experimentan las culturas juveni- les. En un ensayo clásico, Maffesoli (1990) etiquetó a la sociedad posmoderna como “el tiempo de las tribus”, entendiendo como tal la confluencia de comunidades her- menéuticas donde fluyen los afec- tos y se actualizaba lo “divino social”. Se trata de una metáfora perfectamente aplicable a las cul- turas juveniles de la segunda mitad del siglo XX, caracterizadas por re- afirmar las fronteras estilísticas, las jerarquías internas y las oposicio- nes frente al exterior.9 Sin embar- go, es mucho más difícil de aplicar a los estilos juveniles emergentes en este cambio de milenio, que más que las fronteras enfatizan los pasajes, más que las jerar- quías remarcan las hibrida- ciones, y más que las oposiciones resaltan las conexiones. Los ideó- logos de la sociedad informacional (Sartori, 1998; Castells, 1999; en- tre otros), han propuesto la metá- fora de la red para expresar la hegemonía de los flujos en la socie- dad emergente, identificando a la juventud como uno de los sectores que con mayor peso se acerca a la malla de relaciones seudorreales en que se está convirtiendo la estruc- tura social. A su vez, ello se corres- ponde con una ruptura de la misma estructura de ciclo vital, que de un curso lineal (como en la tribu) se transforma en un curso discontinuo, individualizado y polimorfo. Conclusión. La construcción juvenil del tiempo Ver un mundo en un grano de arena... Y la eternidad en una hora. (William Blake) El tiempo se divide siempre en innumerables futuros... (Jorge Luis Borges) No sólo el tiempo construye socialmente lo juvenil; también la juventud construye socialmente el tiempo, en la medida en que mo- dela, readapta y proyecta nuevas modalidades de vivencia temporal. Como sugieren las citas de estos dos AntoniAbad
  • 15. NÓMADAS90 escritores visionarios, la arena y el tiempo pueden ser metáforas ade- cuadas para comprender mundos y visualizar futuros (necesariamente poliformes). En este ensayo hemos utilizado libremente estas sugeren- cias para reflexionar sobre la cul- tura juvenil y sus transformaciones en este fin de milenio. Debemos precisar que el modelo propuesto no debe interpretarse como un es- quema evolutivo, sino como una metáfora transversal para interpre- tar la complejidad contemporánea con relación a las concepciones del tiempo. Desde esta perspectiva, puede servir para analizar las interconexiones e hibridaciones entre diversas modalidades del ci- clo vital que se solapan en distin- tas instituciones de una misma sociedad, o en distintos escenarios de una misma biografía. En cada lugar y momento coexisten diferen- tes concepciones del tiempo: no se trata sólo de que mientras los abue- los viven todavía con el reloj de are- na y los padres con el analógico, los hijos experimenten con el digital; sino de que los mismos jóvenes viven a caballo de los tres re- lojes: según la institución en la que se encuentren, el mo- mento de su vida o sus pro- pios gustos personales, pueden jugar con uno u otro (pues ya se sabe que la vida es juego, y de lo que se trata no es tanto de ga- nar, como de participar). Al bautizar a los jóvenes de hoy como “generación @”, no preten- do postular la hegemonía absoluta del reloj digital (o de la concepción virtual del tiempo). Si ello no está todavía claro en Europa, mucho menos lo está a escala universal, donde las desigualdades sociales, geográficas y generacionales no sólo no desaparecen, sino que a menu- do se refuerzan con el actual pro- ceso de globalización (lo que puede explicar el papel activo de los jóvenes en los movimientos anti-globalizadores, como se de- mostró en Seattle). Lo que preten- do resaltar, a la manera de Mead, es el papel central que en esta transfor- mación t i e n e n las con- cepcio- nes d e l tiempo de los jóvenes, como sig- no y metáfora de nuevas modali- dades de consumo cultural. Estamos experimentando un momento de tránsito fundamental en las concep- ciones del tiempo, similar al que vivieron los primeros trabajadores fabriles cuya vida empezó a regirse por el reloj. El consumo de bienes audiovisuales –en particular el pro- tagonizado por jóvenes- es segura- mente el sector del mercado que más claramente refleja estas tenden- cias de cambio. Tendencias todavía difusas, ambiguas y contradictorias, pero en las que quizá podemos ver expuestas, como en los relojes de- formes que pintó Dalí, esbozos de tiempos futuros. Citas 1 La metáfora del reloj fue esbozada a raíz de la II Reunión Nacional de Inves- tigadores sobre Juventud (Ixtapan de la Sal, México, diciembre de 1998) y desarrollada en el PosgradoenEdu- cación-Comunicación de la Fun- dación Universidad Central (Bo- gotá, marzo de 1999). Quiero agradecer las ideas que me han su- ministrado diversas personas: Lin- da Suárez (matemática de la UNAM, México), Angel Porras (in- geniero técnico), Carmen Costa y Neus Alberich (antropólogas) y otras muchas personas que me han devuelto feed-backs en las charlas en que he ex- puestoestemodelo.Tambiénquieroagra- decer a los responsables de Nómadas su insistencia en poner por escrito estas re- flexiones y su paciencia para esperar el texto definitivo. 2 El término “reloj” proviene del catalán medieval (relotge) que a su vez lo adaptó del latin (horologium). El resumen que he hecho de la historia de esta máquina del tiempo es, naturalmente, muy esque- mático. La bibliografía sobre el tema es muy amplia, pero podemos remitir a dos obras extraordinarias por su lucidez y ca- rácter divulgativo: Cipolla, 1999 y Barnett, 2000. “Desnudo”, 1983 D. Bailey
  • 16. 91NÓMADAS 3 Tras redactar una primera versión de este ensayo, he tenido ocasión de deleitarme con la lectura del último trabajo de Ma- nuel Castells (La Era de la Información, 1996), en cuyo primer volumen dedica todo un apartado a las transformaciones en la concepción del tiempo, del todo convergentes con las metáforas sobre el reloj utilizadas en este texto. En particu- lar, utilizaré sus nociones de “tiempo atemporal” y de “cultura de la virtuali- dad real”, elaboradas para dar cuenta de la progresiva relatividad del tiempo en la sociedad informacional. 4 Jacques Le Goff (1960) dedicó un ensa- yo clásico al tema, distinguiendo el tiem- po de la iglesia (dominado por una con- cepción cíclica y espiritual del tiempo) y el tiempo de los mercaderes (que prefigu- raba una concepción secular, regular, predecible y abstraída de lo que sucedie- se). 5 Quizá no sea casual el hecho de que la actual IBM nació a principios de siglo XX como una compañía especializada en fabricar relojes de fichar. De hecho, la sociedad moderna se mantiene en pie gracias a una tecnología electrónica que establece las comunicaciones mediante señales sincronizadas con una precisión de milmillonésimas de segundo. (Barnett, 2000: 164). 6 Los hologramas, por ejemplo, son una pura construcción matemática: una ma- nera de hacer estable no que es inesta- ble, un momento de orden dentro del caos. Debo estas observaciones a la ma- temática mexicana Linda Suárez, quien me sugirió que todo lo que se expone en este apartado debería ponerse con rela- ción a la teoría del caos. Un ejemplo per- fecto de lo que quiero explicar es la lla- mada Holosección de la nave Enterprise (de la serie televisiva Star Trek), en la que los tripulantes de esta nave espacial pueden divertirse viajando virtualmente a tiempos y espacios lejanos (gracias a una realidad puramente “holográfica” aunque en algún episodio amenaza con convertirse en real). 7 Creo que la perspectiva de Martín-Bar- bero es sustanciamente convergente con la expuesta en este ensayo (no es casual que Mead sea una de sus fuentes teóri- cas). El autor señalaba cuatro caracterís- ticas centrales de nuestra cultura, que los jóvenes sienten y expresan de forma es- pecialmente marcada: la devaluación de la memoria, la hegemonía del cuerpo, la empatía tecnológica y la contracultura política (Martín-Barbero, 1998: 32 y ss.). 8 Rossana Reguillo (1998) ha recordado también, a partir del caso de taggers, punks y ravers, cómo la negación del fu- turo se reviste en las culturas juveniles contemporáneas de revitalismo seudo- religioso, tecnológicamente orientado: “La consigna ‘no hay futuro’ que ha ope- rado como bandera interclasista entre los jóvenes (por diferentes motivos, que se- ñalaría por tanto que todo presente es absurdo), parece estar cambiando por la de ‘no habrá futuro’, a menos ‘que nos pongamos las pilas’ como coinciden taggers, punks y ravers. Ello significa pen- sar y actuar en el presente a partir del compromiso con uno mismo, con el gru- po y con el mundo” (Reguillo, 1998: 80). 9 Es el tipo de estructura que encontré in- vestigando las tribus urbanas en la Espa- ña de los ochenta y los chavos banda en el México de los noventa. (Feixa, 1998b). Bibliografía AUGÉ, M. Los no-lugares. Lugares del anoni- mato, Barcelona, Gedisa, 1993. BARNETT, J.E. El péndulo del tiempo. De los relojes de sol a los atómicos, Barcelona, Península, 2000. BOURDIEU, P. “L’action du temps”, Le sens pratique, Paris, Les Editions du Minuit, 1980. CASTELLS, M. (1996). La era de la infor- mación. La sociedad red, Madrid, Alian- za, vol. I, 1999. CIPOLLA, C.M. (1981). Las máquinas del tiempo y de la guerra, Barcelona, Crítica, 1999. CUBIDES, H.J; LAVERDE, M.C.; VALDERRAMA, C.E. (eds). ‘Viviendo a toda’. Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades, Santafé de Bogotá, Fundación Universidad Central-Siglo del Hombre Editores, 1998. FEIXA, C. 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