1. ¡Qué fe tan grande!
20º domingo Tiempo Ordinario - A
2. La mujer se prosternó y
dijo: Señor, socórreme.
Jesús le respondió: No está
bien tomar el pan de los
hijos y echárselo a los
perros. Ella le contestó: Es
verdad, señor, pero
también los cachorrillos
comen de las migajas que
caen de la mesa de sus
amos. Entonces Jesús dijo:
Mujer, ¡qué grande es tu fe!
Que se cumpla lo que
deseas. Mt 15, 21-28.
3. En tierras extranjeras, fuera de Israel, una mujer acude
a Jesús y le suplica que cure a su hija, poseída de un
mal demonio. La actitud de Jesús, al principio, nos
parece severa y desconcertante. ¿Cómo puede desoír
a esta mujer? Al final, los mismos discípulos, hartos
de su insistencia, le piden que la atienda
4. Con sus palabras, Jesús parece afirmar que su labor se
limita al pueblo de Israel. O quizás ha querido probar si
la petición de la mujer es sincera y auténtica.
La mujer insiste. Lo llama Señor, reconoce su poder y
confía en él. Lo sigue porque tiene la certeza de que
puede sanar a su hija.
5. Hoy, Dios nos pide a los cristianos que confiemos y no
perdamos la esperanza.
Nos pide perseverancia, como a la mujer cananea.
Para ello es preciso ser humildes, reconocer nuestras
limitaciones y pecados, y que necesitamos su ayuda y
su compasión.
6. En el diálogo entre Jesús y la mujer cananea aparecen
tres aspectos clave. En primer lugar, no pide por ella,
sino por su hija. ¡Cuántas madres rezan por sus hijos
e imploran ayuda! No solo para enfermedades físicas,
sino por otros males que los aquejan. Cuando ya no
pueden hacer nada, les queda la oración.
7. La mujer explica que su
hija tiene un “demonio
muy malo” adentro. El
mal se manifiesta de
muchas maneras,
también hoy. A veces
toma la forma del orgullo
y la autosuficiencia. Otras
veces, se manifiesta en
alguna enfermedad que
incapacita para amar y
corroe por dentro…
8. La mujer se postra ante Jesús. Se sabe necesitada y
desvalida, pero no se rinde y pide auxilio.
Muchas veces nos rendimos y nos
desanimamos, dejamos de pedir y creemos que
nadie nos escuchará. Aprendamos de la
perseverancia de esta mujer cananea.
9. Jesús finalmente la
escucha; su corazón
también está abierto a los
extranjeros.
Nosotros, los cristianos de
Occidente, que recibimos a
muchos inmigrantes en
nuestras comunidades,
¿cómo los acogemos?
Jesús se da a todos, sin
importar su origen. Lo que
importa es la fe. La bondad
de Dios se extiende a todos
los continentes.
10. Las migajas de pan que caen de la mesa son un símbolo
del pan eucarístico. Tomar a Cristo es vivir alimentados
de su amor. Como la mujer, todos necesitamos al
menos un trocito de ese pan para fortalecer nuestra
vida y nuestra fe. Sentirnos amados por Dios, presente
en el pan eucarístico, podría curarnos de todos los
males espirituales que nos aquejan.
11. A menudo nos falta fe porque carecemos de humildad
para pedir. La gran enfermedad, el gran demonio, es el
orgullo, que nos aparta de los demás. En cambio, la
humildad nos acerca.
12. Como la mujer cananea, Jesús también puede decirnos
hoy: ¡Qué grande es vuestra fe! Pues, a pesar de la
apatía de la sociedad, la frialdad religiosa y las
corrientes adversas del mundo seguimos aquí,
creyendo y reuniéndonos a compartir el pan del cielo.
13. Jesús termina con unas palabras que son promesa
firme: “Se cumplirá aquello que deseas”. Así es.
La fe nos llevará a colmar nuestros deseos. No solo
nuestras necesidades físicas, materiales o de salud,
sino las aspiraciones más profundas de nuestro ser.
Cuando Dios entre en nuestra vida todos nuestros
anhelos se verán saciados. Pidámosle con fe, humildes,
que nos llene de su amor y su luz.