1. DISCURSOS 2012
(INCLUIDOS LOS OFRECIDOS EN MEXICO)
ENTREVISTA CONCEDIDA POR EL SANTO PADRE
BENEDICTO XVIA LOS PERIODISTAS DURANTE
EL VUELO HACIA MÉXICO
Viernes 23 marzo 2012
Padre Lombardi: Santidad, gracias de estar con nosotros al
comenzar este viaje tan bello e importante. Como ve, nuestra
asamblea viajera es numerosa: hay más de 70 periodistas que lo
siguen con atención y el grupo más importante –aparte de los
italianos– es naturalmente el de los mejicanos, que son un buen
grupo, al menos 14, con los representantes de las televisiones
mejicanas que seguirán y cubrirán todo el viaje. También hay un
buen grupo de los Estados Unidos, de Francia, de otros Países. He
aquí, pues, que somos un poco reflejo de todo el mundo. Como de
costumbre, hemos ido recogiendo en los días pasados muchas
preguntas de los periodistas, y hemos elegido cinco, que expresan
en cierto modo la expectativa general. Y esta vez, dado que
tenemos más espacio y algo más de tiempo, no las expongo yo,
sino los periodistas mismos que las han formulado o que, en todo
caso, nos hemos repartido entre nosotros para presentarle.
Comenzamos, pues, con una pregunta formulada por la Señora
María Collins, por la televisión "Univision", una de las televisiones
que sigue este viaje; es una señora mejicana que nos hará la
pregunta en español y yo la repetiré luego en italiano para todos.
1ª Pregunta: Santo Padre, México y Cuba han sido tierras en las
cuales los viajes de su predecesor Juan Pablo II han hecho
historia. ¿Con cual ánimo y con cuales esperanzas hoy Ud., Santo
Padre, sigue sus huellas?
2. Santo Padre: Queridos amigos, en primer lugar quiero daros la
bienvenida y las gracias por acompañarme en este viaje, que
esperamos que sea bendecido por el Señor. Yo, en este viaje, me
siento totalmente en continuidad con el Papa Juan Pablo II.
Recuerdo muy bien su primer viaje a México, que fue realmente
histórico. En una situación jurídica todavía muy confusa, abrió las
puertas, inició una nueva fase de la colaboración entre Iglesia,
sociedad y Estado. Igualmente, recuerdo bien su histórico viaje a
Cuba. Por ello, intento seguir sus huellas y continuar cuanto
comenzó. Desde el principio, yo tenía el deseo de visitar México.
Siendo cardenal, estuve en México, con óptimos recuerdos, y cada
miércoles escucho los aplausos y constato la alegría de los
mexicanos. Estar ahora aquí como Papa es para mí una gran alegría
y responde a un deseo que albergaba desde hace mucho tiempo.
Para expresar los sentimientos que experimento, me vienen a la
mente las palabras del Vaticano II «gaudium et spes, luctus et
angor», gozo y esperanza, pero también tristeza y angustia.
Comparto las alegrías y las esperanzas, pero comparto también el
luto y las dificultades de este gran país. Voy para alentar y para
aprender, para confortar en la fe, en la esperanza y en la caridad,
para confortar en el compromiso por el bien y en el compromiso
por la lucha contra el mal. ¡Esperamos que el Señor nos ayude!
P. Lombardi: Gracias, Santidad. Y ahora damos la palabra al Dr.
Javier Alatorre Soria, que representa Tele Azteca, una de las
grandes televisiones mejicanas que nos seguirá en estos días.
2ª Pregunta: Santidad, México es un país con recursos y
posibilidades maravillosas, es un gran País, pero en estos años
sabemos que también es tierra de violencia por el problema del
narcotráfico. Se habla de 50.000 muertos en los últimos cinco
años. ¿Cómo afronta la Iglesia católica esta situación? ¿Tendría,
tendrá Ud. palabras para los responsables y para los traficantes
que a veces se profesan católicos o incluso benefactores de la
Iglesia?
3. Santo Padre: Nosotros conocemos bien todas las bellezas de
México, pero también este gran problema del narcotráfico y de la
violencia. Supone ciertamente una gran responsabilidad para la
Iglesia católica en un país con un 80 por ciento de católicos.
Debemos hacer lo posible contra este mal destructivo de la
humanidad y de nuestra juventud. Diría que el primer acto es
anunciar a Dios: Dios es el juez, Dios que nos ama, pero que nos
ama para atraernos hacia el bien, a la verdad contra el mal. En
segundo lugar, la Iglesia tiene la gran responsabilidad de educar las
conciencias, educar en la responsabilidad moral y desenmascarar el
mal, desenmascarar esta idolatría del dinero, que esclaviza a los
hombres sólo por él; desenmascarar también las falsas promesas, la
mentira, la estafa, que está detrás de la droga. Debemos ver que el
hombre necesita del infinito. Si no existe Dios, el infinito se crea
sus propios paraísos, una apariencia de «infinitudes» que sólo
puede ser una mentira. Por eso es tan importante que Dios esté
presente, accesible; es una gran responsabilidad ante el Dios juez
que nos guía, nos atrae a la verdad y al bien, y en este sentido la
Iglesia debe desenmascarar el mal, hacer presente la bondad de
Dios, hacer presente su verdad, el verdadero infinito del cual
tenemos sed. Es el gran deber de la Iglesia. Hagamos todos juntos
lo posible, cada vez más.
P. Lombardi: Santidad, la tercera pregunta se la plantea Valentina
Alazraki por Televisa, una de las veteranas de nuestros viajes, que
usted bien conoce, y que está tan encantada de que por fin también
usted vaya a su país.
3ª Pregunta: Santidad, ante todo le damos la bienvenida a
México. Estamos todos contentos de que vaya a México. La
pregunta es la siguiente: Santo Padre, Ud. ha dicho que desde
México quiere dirigirse a toda América Latina en el bicentenario
de la independencia de los países latinoamericanos. Sabemos que
América Latina, a pesar del desarrollo, también es una región de
contrastes, donde están juntos los más ricos y los más pobres. A
4. veces se tiene la impresión de que la Iglesia no sea suficientemente
animada a comprometerse en este campo. ¿Cree Ud. que se puede
hablar todavía en una forma positiva de «teología de la
liberación», después de los excesos, considerados excesos, que
han sido de alguna manera corregidos, como el marxismo y la
violencia?
Santo Padre: Naturalmente, la Iglesia debe preguntarse siempre si
se hace lo suficiente por la justicia social en este gran continente.
Esta es una cuestión de conciencia que debemos plantearnos
siempre. Preguntar: ¿qué puede y debe hacer la Iglesia?, ¿qué no
puede y no debe hacer? La Iglesia no es un poder político, no es un
partido, sino una realidad moral, un poder moral. Dado que la
política debe ser fundamentalmente una realidad moral, la Iglesia,
en este aspecto, tiene que ver fundamentalmente con la política.
Repito lo que acabo de decir: el primer pensamiento de la Iglesia
es educar las conciencias y así crear la responsabilidad necesaria;
educar las conciencias tanto en la ética individual como en la ética
pública. Y aquí quizás algo ha faltado. En América Latina, y
también en otros lugares, en no pocos católicos se percibe cierta
esquizofrenia entre moral individual y pública: personalmente, en
la esfera individual, son católicos, creyentes, pero en la vida
pública siguen otros caminos que no corresponden a los grandes
valores del Evangelio, que son necesarios para la fundación de una
sociedad justa. Por tanto, hay que educar para superar esta
esquizofrenia, educar no sólo en una moral individual, sino en una
moral pública, y esto intentamos hacerlo a través de la doctrina
social de la Iglesia, porque, naturalmente, esta moral pública debe
ser una moral razonable, compartida, que pueden compartir
también los no creyentes, una moral de la razón. Desde luego,
nosotros, gracias a la luz de la fe, podemos ver mejor muchas cosas
que también la razón puede ver, pero precisamente la fe sirve
asimismo para liberar a la razón de los falsos intereses y de los
oscurecimientos de los intereses, y así crear en la doctrina social
los modelos sustanciales para una colaboración política, sobre todo
5. para la superación de esta división social, antisocial, que por
desgracia existe. Queremos trabajar en este sentido. No sé si la
palabra «teología de la liberación», que también puede
interpretarse muy bien, nos ayudaría mucho. Es importante la
racionalidad común a la que la Iglesia ofrece una contribución
fundamental y siempre debe ayudar a la educación de las
conciencias, tanto para la vida pública como para la vida privada.
P. Lombardi: Gracias Santidad. Y ahora una cuarta pregunta. La
hace una de nuestras "decanas" de estos viajes, pero siempre joven,
Paloma Gómez Borrero, que representa también en este viaje a
España, que naturalmente tiene un gran interés igualmente para los
españoles.
4ª Pregunta: Santidad, miramos ahora a Cuba. Todos recordamos
las famosas palabras de Juan Pablo II: «Que Cuba se abra al
mundo y que el mundo se abra a Cuba». Han pasado 14 años,
pero parece que estas palabras fueran todavía actuales. Como
usted sabe, durante la espera de su viaje, muchas veces los
opositores y de defensores de los derechos humanos se han hecho
sentir. ¿Ud. piensa, Santidad, retomar el mensaje de Juan Pablo
II, pensando tanto en la situación interior de Cuba como en la
situación internacional?
Santo Padre: Como ya he dicho, me siento en absoluta
continuidad con las palabras del Santo Padre Juan Pablo II, que
siguen siendo muy actuales. Esa visita del Papa inauguró un
camino de colaboración y de diálogo constructivo; un camino que
es largo y que exige paciencia, pero que va adelante. Hoy es
evidente que la ideología marxista, como se la concebía, ya no
responde a la realidad: así ya no se puede responder y construir una
sociedad; deben encontrarse nuevos modelos, con paciencia y de
manera constructiva. En este proceso, que exige paciencia pero
también decisión, queremos ayudar con espíritu de diálogo, para
evitar traumas y para favorecer el camino hacia una sociedad
6. fraterna y justa como la deseamos para todo el mundo, y queremos
colaborar en este sentido. Es evidente que la Iglesia está siempre
de la parte de la libertad: libertad de conciencia, libertad de
religión. En este sentido contribuimos, contribuyen precisamente
también los fieles en este camino hacia adelante.
P. Lombardi: Gracias Santidad, como puede imaginar, habrá gran
atención por sus discursos en Cuba por parte de todos nosotros. Y
ahora damos la palabra a un francés para la quinta pregunta, pues
hay aquí también otros pueblos. Jean-Louis de la Vaissière es el
corresponsal de France Press en Roma, y nos ha propuesto diversas
preguntas interesantes sobre este viaje y, por tanto, era justo que él
interpretara también nuestras preguntas y nuestras expectativas.
5ª Pregunta: Santidad, después de la Conferencia de Aparecida se
habla de una «Misión continental» de la Iglesia en América
Latina; dentro de pocos meses tendrá lugar el Sínodo sobre la
nueva evangelización y comenzará el Año de la fe. También
América Latina afronta los retos de la secularización, de las
sectas. En Cuba se notan las consecuencias de una larga
propaganda del ateísmo, la religiosidad afro-cubana está muy
difundida. ¿Cree que este viaje es un estímulo para la «nueva
evangelización»? Y ¿cuáles son los puntos que más le interesan
desde esta perspectiva?
Santo Padre: El período de la nueva evangelización comenzó con
el Concilio; esta era fundamentalmente la intención del Papa Juan
XXIII; la subrayó mucho el Papa Juan Pablo II y, en un mundo que
atraviesa una fase de gran cambio, su necesidad se vuelve cada vez
más evidente. Necesidad en el sentido de que el Evangelio debe
expresarse de nuevos modos; necesidad también en el sentido de
que el mundo necesita una palabra en la confusión, en la dificultad
de orientarse hoy en día. Existe una situación común en el mundo:
está la secularización, la ausencia de Dios, la dificultad de
encontrar acceso, de verlo como una realidad que concierne a mi
8. CEREMONIA DE BIENVENIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Silao, Aeropuerto internacional de Guanajuato
Viernes 23 de marzo de 2012
[Vídeo]
Excelentísimo Señor Presidente de la República,Señores
Cardenales,Venerados hermanos en el Episcopado y el
Sacerdocio,Distinguidas autoridades,Amado pueblo de
Guanajuato y de México entero
Me siento muy feliz de estar aquí, y doy gracias a Dios por
haberme permitido realizar el deseo, guardado en mi corazón desde
hace mucho tiempo, de poder confirmar en la fe al Pueblo de Dios
de esta gran nación en su propia tierra. Es proverbial el fervor del
pueblo mexicano con el Sucesor de Pedro, que lo tiene siempre
muy presente en su oración. Lo digo en este lugar, considerado el
centro geográfico de su territorio, al cual ya quiso venir desde su
primer viaje mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II. Al no
poder hacerlo, dejó en aquella ocasión un mensaje de aliento y
bendición cuando sobrevolaba su espacio aéreo. Hoy me siento
dichoso de hacerme eco de sus palabras, en suelo firme y entre
ustedes: Agradezco ― decía en su mensaje ― el afecto al Papa y
la fidelidad al Señor de los fieles del Bajío y de Guanajuato. Que
Dios les acompañe siempre (cf. Telegrama, 30 enero 1979).
Con este recuerdo entrañable, le doy las gracias, Señor Presidente,
por su cálido recibimiento, y saludo con deferencia a su distinguida
esposa y demás autoridades que han querido honrarme con su
presencia. Un saludo muy especial a Monseñor José Guadalupe
Martín Rábago, Arzobispo de León, así como a Monseñor Carlos
Aguiar Retes, Arzobispo de Tlalnepantla, y Presidente de la
9. Conferencia del Episcopado Mexicano y del Consejo Episcopal
Latinoamericano. Con esta breve visita, deseo estrechar las manos
de todos los mexicanos y abarcar a las naciones y pueblos
latinoamericanos, bien representados aquí por tantos obispos,
precisamente en este lugar en el que el majestuoso monumento a
Cristo Rey, en el cerro del Cubilete, da muestra de la raigambre de
la fe católica entre los mexicanos, que se acogen a su constante
bendición en todas sus vicisitudes.
México, y la mayoría de los pueblos latinoamericanos, han
conmemorado el bicentenario de su independencia, o lo están
haciendo en estos años. Muchas han sido las celebraciones
religiosas para dar gracias a Dios por este momento tan importante
y significativo. Y en ellas, como se hizo en la Santa Misa en la
Basílica de San Pedro, en Roma, en la solemnidad de Nuestra
Señora de Guadalupe, se invocó con fervor a María Santísima, que
hizo ver con dulzura cómo el Señor ama a todos y se entregó por
ellos sin distinciones. Nuestra Madre del cielo ha seguido velando
por la fe de sus hijos también en la formación de estas naciones, y
lo sigue haciendo hoy ante los nuevos desafíos que se les
presentan.
Vengo como peregrino de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Deseo confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en
ella y animarlos a revitalizarla con la escucha de la Palabra de
Dios, los sacramentos y la coherencia de vida. Así podrán
compartirla con los demás, como misioneros entre sus hermanos, y
ser fermento en la sociedad, contribuyendo a una convivencia
respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda
persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene
derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera
eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su
genuino sentido y en su plena integridad.
Como peregrino de la esperanza, les digo con san Pablo: «No se
10. entristezcan como los que no tienen esperanza» (1 Ts 4,13). La
confianza en Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su
gracia, y en ello se basa la esperanza de quien cree. Y, sabiendo
esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y
acontecimientos presentes poco gratos, que parecen inconmovibles
e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni
porvenir. Sí, la esperanza cambia la existencia concreta de cada
hombre y cada mujer de manera real (cf. Spe salvi, 2). La
esperanza apunta a «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1),
tratando de ir haciendo palpable ya ahora algunos de sus reflejos.
Además, cuando arraiga en un pueblo, cuando se comparte, se
difunde como la luz que despeja las tinieblas que ofuscan y
atenazan. Este país, este Continente, está llamado a vivir la
esperanza en Dios como una convicción profunda, convirtiéndola
en una actitud del corazón y en un compromiso concreto de
caminar juntos hacia un mundo mejor. Como ya dije en Roma,
«continúen avanzando sin desfallecer en la construcción de una
sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y
la difusión de la justicia» (Homilía en la solemnidad de Nuestra
Señor de Guadalupe, Roma, 12 diciembre 2011).
Junto a la fe y la esperanza, el creyente en Cristo, y la Iglesia en su
conjunto, vive y practica la caridad como elemento esencial de su
misión. En su acepción primera, la caridad «es ante todo y
simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una
determinada situación» (Deus caritas est, 31,a), como es socorrer a
los que padecen hambre, carecen de cobijo, están enfermos o
necesitados en algún aspecto de su existencia. Nadie queda
excluido por su origen o creencias de esta misión de la Iglesia, que
no entra en competencia con otras iniciativas privadas o públicas,
es más, ella colabora gustosa con quienes persiguen estos mismos
fines. Tampoco pretende otra cosa que hacer de manera
desinteresada y respetuosa el bien al menesteroso, a quien tantas
veces lo que más le falta es precisamente una muestra de amor
auténtico.
12. SALUDO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Plaza de la Paz, Guanajuato
Sábado 24 de marzo de 2012
[Vídeo]
Queridos niños:
Estoy contento de poderlos encontrar y ver sus rostros alegres
llenando esta bella plaza. Ustedes ocupan un lugar muy importante
en el corazón del Papa. Y en estos momentos quisiera que esto lo
supieran todos los niños de México, particularmente los que
soportan el peso del sufrimiento, el abandono, la violencia o el
hambre, que en estos meses, a causa de la sequía, se ha dejado
sentir fuertemente en algunas regiones. Gracias por este encuentro
de fe, por la presencia festiva y el regocijo que han expresado con
los cantos. Hoy estamos llenos de júbilo, y eso es importante. Dios
quiere que seamos siempre felices. Él nos conoce y nos ama. Si
dejamos que el amor de Cristo cambie nuestro corazón, entonces
nosotros podremos cambiar el mundo. Ese es el secreto de la
auténtica felicidad.
Este lugar en el que nos hallamos tiene un nombre que expresa el
anhelo presente en el corazón de todos los pueblos: «la paz», un
don que proviene de lo alto. «La paz esté con ustedes» (Jn 20,21).
Son las palabras del Señor resucitado. Las oímos en cada Misa, y
hoy resuenan de nuevo aquí, con la esperanza de que cada uno se
transforme en sembrador y mensajero de esa paz por la que Cristo
entregó su vida.
El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal, sino que es
siempre instrumento del bien, heraldo del perdón, portador de la
alegría, servidor de la unidad. Él quiere escribir en cada una de sus
vidas una historia de amistad. Ténganlo, pues, como el mejor de
13. sus amigos. Él no se cansará de decirles que amen siempre a todos
y hagan el bien. Esto lo escucharán, si procuran en todo momento
un trato frecuente con él, que les ayudará aun en las situaciones
más difíciles.
He venido para que sientan mi afecto. Cada uno de ustedes es un
regalo de Dios para México y para el mundo. Su familia, la Iglesia,
la escuela y quienes tienen responsabilidad en la sociedad han de
trabajar unidos para que ustedes puedan recibir como herencia un
mundo mejor, sin envidias ni divisiones.
Por ello, deseo elevar mi voz invitando a todos a proteger y cuidar
a los niños, para que nunca se apague su sonrisa, puedan vivir en
paz y mirar al futuro con confianza.
Ustedes, mis pequeños amigos, no están solos. Cuentan con la
ayuda de Cristo y de su Iglesia para llevar un estilo de vida
cristiano. Participen en la Misa del domingo, en la catequesis, en
algún grupo de apostolado, buscando lugares de oración,
fraternidad y caridad. Eso mismo vivieron los beatos Cristóbal,
Antonio y Juan, los niños mártires de Tlaxcala, que conociendo a
Jesús, en tiempos de la primera evangelización de México,
descubrieron que no había tesoro más grande que él. Eran niños
como ustedes, y de ellos podemos aprender que no hay edad para
amar y servir.
Quisiera quedarme más tiempo con ustedes, pero ya debo irme. En
la oración seguiremos juntos. Los invito, pues, a rezar
continuamente, también en casa; así experimentarán la alegría de
hablar con Dios en familia. Recen por todos, también por mí. Yo
rezaré por ustedes, para que México sea un hogar en el que todos
sus hijos vivan con serenidad y armonía. Los bendigo de corazón y
les pido que lleven el cariño y la bendición del Papa a sus padres y
hermanos, así como a sus demás seres queridos. Que la Virgen les
acompañe.
16. Aeropuerto internacional de GuanajuatoLunes 26 de marzo de
2012
[Vídeo]
Señor Presidente, Distinguidas autoridades, Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el episcopado, Amigos mexicanos:
Mi breve pero intensa visita a México llega ahora a su fin. Pero no
es el fin de mi afecto y cercanía a un país que llevo muy dentro de
mí. Me voy colmado de experiencias inolvidables, como
inolvidables son tantas atenciones y muestras de afecto recibidas.
Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor
Presidente, así como lo mucho que las autoridades han hecho por
este entrañable viaje. Y doy las gracias de todo corazón a cuantos
han facilitado o colaborado para que, tanto en los aspectos
destacados como en los más pequeños detalles, los actos de estas
jornadas se hayan desarrollado felizmente. Pido al Señor que tantos
esfuerzos no hayan sido vanos, y que con su ayuda produzcan
frutos abundantes y duraderos en la vida de fe, esperanza y caridad
de León y Guanajuato, de México y de los países hermanos de
Latinoamérica y el Caribe.
Ante la fe en Jesucristo que he sentido vibrar en los corazones, y la
devoción entrañable a su Madre, invocada aquí con títulos tan
hermosos como el de Guadalupe y la Luz, que he visto reflejada en
los rostros, deseo reiterar con energía y claridad un llamado al
pueblo mexicano a ser fiel a sí mismo y a no dejarse amedrentar
por las fuerzas del mal, a ser valiente y trabajar para que la savia
de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su
futuro.
También he sido testigo de gestos de preocupación por diversos
aspectos de la vida en este amado país, unos de más reciente
relieve y otros que provienen de más atrás, y que tantos desgarros
18. POLICLÍNICO AGOSTINO GEMELLI
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Jueves 3 de mayo de 2012
[Vídeo]
Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el
sacerdocio, honorable señor presidente de la Cámara y señores
ministros, ilustre pro-rector, distinguidas autoridades, docentes,
médicos, distinguido personal sanitario y universitario, queridos
estudiantes y queridos pacientes:
Con particular alegría me encuentro hoy con vosotros para celebrar
los 50 años de fundación de la Facultad de medicina y cirugía del
Policlínico «Agostino Gemelli». Agradezco al presidente del
Instituto Toniolo, cardenal Angelo Scola, y al pro-rector, profesor
Franco Anelli, las amables palabras que me han dirigido. Saludo al
señor presidente de la Cámara, honorable Gianfranco Fini, a los
señores ministros, honorables Lorenzo Ornaghi y Renato Balduzzi,
a las numerosas autoridades, así como a los docentes, a los
médicos, al personal y a los estudiantes del Policlínico y de la
Universidad Católica. Un pensamiento especial a vosotros,
queridos pacientes.
En esta circunstancia quiero ofrecer algunas reflexiones. Vivimos
en un tiempo en que las ciencias experimentales han transformado
la visión del mundo e incluso la autocomprensión del hombre. Los
múltiples descubrimientos, las tecnologías innovadoras que se
suceden a un ritmo frenético, son razón de un orgullo motivado,
pero a menudo no carecen de aspectos inquietantes. De hecho, en
el trasfondo del optimismo generalizado del saber científico se
extiende la sombra de una crisis del pensamiento. El hombre de
nuestro tiempo, rico en medios, pero no igualmente en fines, a
19. menudo vive condicionado por un reduccionismo y un relativismo
que llevan a perder el significado de las cosas; casi deslumbrado
por la eficacia técnica, olvida el horizonte fundamental de la
demanda de sentido, relegando así a la irrelevancia la dimensión
trascendente. En este trasfondo, el pensamiento resulta débil y
gana terreno también un empobrecimiento ético, que oscurece las
referencias normativas de valor. La que ha sido la fecunda raíz
europea de cultura y de progreso parece olvidada. En ella, la
búsqueda del absoluto —el quaerere Deum— comprendía la
exigencia de profundizar las ciencias profanas, todo el mundo del
saber (cf. Discurso en el Collège des Bernardins de París, 12 de
septiembre de 2008). En efecto, la investigación científica y la
demanda de sentido, aun en la específica fisonomía epistemológica
y metodológica, brotan de un único manantial, el Logos que
preside la obra de la creación y guía la inteligencia de la historia.
Una mentalidad fundamentalmente tecno-práctica genera un
peligroso desequilibrio entre lo que es técnicamente posible y lo
que es moralmente bueno, con consecuencias imprevisibles.
Es importante, por tanto, que la cultura redescubra el vigor del
significado y el dinamismo de la trascendencia, en una palabra, que
abra con decisión el horizonte del quaerere Deum. Viene a la
mente la célebre frase agustiniana «Nos has creado para ti [Señor],
y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti»
(Confesiones, I, 1). Se puede decir que el mismo impulso a la
investigación científica brota de la nostalgia de Dios que habita en
el corazón humano: en el fondo, el hombre de ciencia tiende,
también de modo inconsciente, a alcanzar aquella verdad que
puede dar sentido a la vida. Pero por más apasionada y tenaz que
sea la búsqueda humana, no es capaz de alcanzar con seguridad ese
objetivo con sus propias fuerzas, porque «el hombre no es capaz de
esclarecer completamente la extraña penumbra que se cierne sobre
la cuestión de las realidades eternas... Dios debe tomar la iniciativa
de salir al encuentro y de dirigirse al hombre» (J. Ratzinger,
L’Europa di Benedetto nella crisi delle culture, Cantagalli, Roma
20. 2005, 124). Así pues, para restituir a la razón su dimensión nativa
integral, es preciso redescubrir el lugar originario que la
investigación científica comparte con la búsqueda de fe, fides
quaerens intellectum, según la intuición de san Anselmo. Ciencia y
fe tienen una reciprocidad fecunda, casi una exigencia
complementaria de la inteligencia de lo real. Pero, de modo
paradójico, precisamente la cultura positivista, excluyendo la
pregunta sobre Dios del debate científico, determina la declinación
del pensamiento y el debilitamiento de la capacidad de inteligencia
de lo real. Pero el quaerere Deum del hombre se perdería en una
madeja de caminos si no saliera a su encuentro una vía de
iluminación y de orientación segura, que es la de Dios mismo que
se hace cercano al hombre con inmenso amor: «En Jesucristo Dios
no sólo habla al hombre, sino que lo busca. .... Es una búsqueda
que nace de lo íntimo de Dios y tiene su punto culminante en la
encarnación del Verbo» (Juan Pablo II, Tertio millennio
adveniente, 7).
El cristianismo, religión del Logos, no relega la fe al ámbito de lo
irracional, sino que atribuye el origen y el sentido de la realidad a
la Razón creadora, que en el Dios crucificado se manifestó como
amor y que invita a recorrer el camino del quaerere Deum: «Yo
soy el camino, la verdad y la vida». Comenta aquí santo Tomás de
Aquino: «El punto de llegada de este camino es el fin del deseo
humano. Ahora bien, el hombre desea principalmente dos cosas: en
primer lugar el conocimiento de la verdad que es propio de su
naturaleza. En segundo lugar, la permanencia en el ser, propiedad
común a todas las cosas. En Cristo se encuentran ambos... Así
pues, si buscas por dónde pasar, acoge a Cristo porque él es el
camino» (Exposiciones sobre Juan, cap. 14, lectio 2). El Evangelio
de la vida ilumina, por tanto, el camino arduo del hombre, y ante la
tentación de la autonomía absoluta, recuerda que «la vida del
hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta,
participación de su soplo vital» (Juan Pablo II, Evangelium vitae,
39). Y es precisamente recorriendo la senda de la fe como el
21. hombre se hace capaz de descubrir incluso en las realidades de
sufrimiento y de muerte, que atraviesan su existencia, una
posibilidad auténtica de bien y de vida. En la cruz de Cristo
reconoce el Árbol de la vida, revelación del amor apasionado de
Dios por el hombre. La atención hacia quienes sufren es, por tanto,
un encuentro diario con el rostro de Cristo, y la dedicación de la
inteligencia y del corazón se convierte en signo de la misericordia
de Dios y de su victoria sobre la muerte.
Vivida en su integridad, la búsqueda se ve iluminada por la ciencia
y la fe, y de estas dos «alas» recibe impulso y estímulo, sin perder
la justa humildad, el sentido de su propia limitación. De este modo
la búsqueda de Dios resulta fecunda para la inteligencia, fermento
de cultura, promotora de auténtico humanismo, búsqueda que no se
queda en la superficie. Queridos amigos, dejaos guiar siempre por
la sabiduría que viene de lo alto, por un saber iluminado por la fe,
recordando que la sabiduría exige la pasión y el esfuerzo de la
búsqueda.
Se inserta aquí la tarea insustituible de la Universidad Católica,
lugar en donde la relación educativa se pone al servicio de la
persona en la construcción de una competencia científica
cualificada, arraigada en un patrimonio de saberes que el sucederse
de las generaciones ha destilado en sabiduría de vida; lugar en
donde la relación de curación no es oficio, sino una misión; donde
la caridad del Buen Samaritano es la primera cátedra; y el rostro
del hombre sufriente, el Rostro mismo de Cristo: «A mí me lo
hicisteis» (Mt 25, 40). La Universidad Católica del Sagrado
Corazón, en el trabajo diario de investigación, de enseñanza y de
estudio, vive en esta traditio que expresa su propio potencial de
innovación: ningún progreso, y mucho menos en el plano cultural,
se alimenta de mera repetición, sino que exige un inicio siempre
nuevo. Requiere además la disponibilidad a la confrontación y al
diálogo que abre la inteligencia y testimonia la rica fecundidad del
patrimonio de la fe. Así se da forma a una sólida estructura de
22. personalidad, donde la identidad cristiana penetra la vida diaria y
se expresa desde dentro de una profesionalidad excelente.
La Universidad Católica, que mantiene una relación especial con la
Sede de Pedro, hoy está llamada a ser una institución ejemplar que
no limita el aprendizaje a la funcionalidad de un éxito económico,
sino que amplía la dimensión de su proyección en la que el don de
la inteligencia investiga y desarrolla los dones del mundo creado,
superando una visión sólo productivista y utilitarista de la
existencia, porque «el ser humano está hecho para el don, el cual
manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente» (Caritas in
veritate, 34). Precisamente esta conjugación de investigación
científica y de servicio incondicional a la vida delinea la fisonomía
católica de la Facultad de medicina y cirugía «Agostino Gemelli»,
porque la perspectiva de la fe es interior —no superpuesta ni
yuxtapuesta— a la investigación aguda y tenaz del saber.
Una Facultad católica de medicina es lugar donde el humanismo
trascendente no es eslogan retórico, sino regla vivida de la
dedicación diaria. Soñando una Facultad de medicina y cirugía
auténticamente católica, el padre Gemelli —y con él muchos otros,
como el profesor Brasca—, ponía en el centro de la atención a la
persona humana en su fragilidad y en su grandeza, en los siempre
nuevos recursos de una investigación apasionada y en la no menor
consciencia del límite y del misterio de la vida. Por esto, habéis
querido instituir un nuevo Centro de Ateneo para la vida, que
sostenga otras realidades ya existentes, como por ejemplo, el
Instituto científico internacional Pablo VI. Así pues, estimulo la
atención a la vida en todas sus fases.
Quiero dirigirme ahora, en particular a todos los pacientes
presentes aquí en el «Gemelli», asegurarles mi oración y mi afecto,
y decirles que aquí se les seguirá siempre con amor, porque en su
rostro se refleja el del Cristo sufriente.
24. PARA AL PASTORAL DE LA SALUD
Aula Pablo VI1
7 de noviembre de 2012
[Vídeo]
Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el
sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:
Os doy mi calurosa bienvenida. Agradezco al presidente del
Consejo pontificio para la pastoral de la salud, monseñor Zygmunt
Zimowski, sus amables palabras; saludo a los ilustres relatores y a
todos los presentes. El tema de vuestra Conferencia —«El hospital,
lugar de evangelización: misión humana y espiritual»— me ofrece
la ocasión de extender mi saludo a todos los agentes sanitarios, en
particular a los miembros de la Asociación de Médicos católicos
italianos y de la Federación europea de las Asociaciones médicas
católicas, que, en la Universidad Católica del Sacro Cuore de
Roma, han reflexionado sobre el tema «Bioética y Europa
cristiana». Saludo igualmente a los enfermos presentes, a sus
familiares, a los capellanes y a los voluntarios, a los miembros de
asociaciones, en particular de UNITALSI, a los estudiantes de las
facultades de medicina y cirugía y de los cursos universitarios de
las profesiones sanitarias. La Iglesia se dirige siempre con el
mismo espíritu de fraterna participación a cuantos viven la
experiencia del dolor, animada por el Espíritu de Aquel que, con el
poder de su amor, ha devuelto sentido y dignidad al misterio del
sufrimiento. A estas personas el concilio Vaticano II dijo: no estáis
«abandonados» ni sois «inútiles», porque, unidos a la Cruz de
Cristo, contribuís a su obra salvífica (cf. Mensaje a los pobres, a
los enfermos y a todos los que sufren, 8 de diciembre de 1965). Y
con los mismos acentos de esperanza, la Iglesia interpela también a
los profesionales y a los voluntarios de la salud. La vuestra es una
25. singular vocación que necesita estudio, sensibilidad y experiencia.
Sin embargo, a quien elige trabajar en el mundo del sufrimiento
viviendo la propia actividad como una «misión humana y
espiritual» se le pide una competencia ulterior, que va más allá de
los títulos académicos. Se trata de la «ciencia cristiana del
sufrimiento», indicada explícitamente por el Concilio como «la
única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento» y de
dar a quien está enfermo «un alivio sin engaño»: «No está en
nuestro poder —dice el Concilio— el concederos la salud corporal,
ni tampoco la disminución de vuestros dolores físicos... Pero
tenemos una cosa más profunda y más preciosa que ofreceros...
Cristo no suprimió el sufrimiento y tampoco ha querido
desvelarnos enteramente su misterio: Él lo tomó sobre sí, y eso es
bastante para que nosotros comprendamos todo su valor» (Ib.). De
esta «ciencia cristiana del sufrimiento» sois expertos cualificados.
Vuestro ser católicos, sin temor, os da una responsabilidad mayor
en el ámbito de la sociedad y de la Iglesia: se trata de una
verdadera vocación, como recientemente han testimoniado figuras
ejemplares como san Giuseppe Moscati, san Riccardo Pampuri,
santa Gianna Beretta Molla, santa Anna Schäffer y el siervo de
Dios Jérôme Lejeune.
Es éste un empeño de nueva evangelización también en tiempos de
crisis económica que sustrae recursos a la tutela de la salud.
Precisamente en tal contexto hospitales y estructuras de asistencia
deben reflexionar en su papel para evitar que la salud, en lugar de
un bien universal que hay que garantizar y defender, se convierta
en una simple «mercadería» sometida a las leyes del mercado, por
lo tanto, en un bien reservado a pocos. Jamás puede olvidarse la
debida atención particular a la dignidad de la persona que sufre,
aplicando también en el ámbito de las políticas sanitarias el
principio de subsidiariedad y el de solidaridad (cf. Enc. Caritas in
veritate, 58). Hoy, aunque por un lado, con motivo de los
progresos en el campo técnico-científico, aumenta la capacidad de
curar físicamente al enfermo, por otro lado parece debilitarse la
26. capacidad de «atender» a la persona que sufre, considerada en su
totalidad y unicidad. Así que parecen ofuscarse los horizontes
éticos de la ciencia médica, que corre el riesgo de olvidar que su
vocación es servir a cada hombre y a todo el hombre, en las
diversas fases de su existencia. Es deseable que el lenguaje de la
«ciencia cristiana del sufrimiento» —al que pertenecen la
compasión, la solidaridad, la participación, la abnegación, la
gratuidad, el don de sí— se convierta en el léxico universal de
cuantos trabajan en el campo de la asistencia sanitaria. Es el
lenguaje del Buen Samaritano de la parábola evangélica, que puede
considerarse —según el beato Papa Juan Pablo II— «uno de los
elementos esenciales de la cultura moral y de la civilización
universalmente humanas» (Lett. ap. Salvifici doloris, 29). En esta
perspectiva los hospitales deben ser considerados como lugar
privilegiado de evangelización, pues donde la Iglesia se hace
«vehículo de la presencia de Dios», se convierte al mismo tiempo
en «instrumento de una verdadera humanización del hombre y del
mundo» (Congregación para la doctrina de la fe, Nota doctrinal
sobre algunos aspectos de la evangelización, 9: L’Osservatore
Romano, edición en lengua española, 21 de diciembre de 2007, p.
11). Sólo teniendo bien claro que en el centro de la actividad
médica y asistencial está el bienestar del hombre en su condición
más frágil e indefensa, del hombre en busca de sentido ante el
misterio insondable del dolor, se puede concebir el hospital como
«lugar en donde la relación de curación no es oficio, sino una
misión; donde la caridad del Buen Samaritano es la primera
cátedra; y el rostro del hombre sufriente, el Rostro mismo de
Cristo» (Discurso en la Universidad Católica del Sacro Cuore de
Roma, 3 de mayo de 2012: L’Osservatore Romano, edición en
lengua española, 6 de mayo de 2012, p. 3).
Queridos amigos: esta asistencia sanadora y evangelizadora es la
tarea que siempre os espera. Ahora más que nunca nuestra
sociedad necesita de «buenos samaritanos» de corazón generoso y
brazos abiertos a todos, sabiendo que «la grandeza de la
28. PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Roma, lunes 12 de noviembre de 2012
Queridos hermanos y queridas hermanas:
Estoy verdaderamente contento de encontrarme con vosotros en
esta casa-familia de la Comunidad de San Egidio dedicada a los
ancianos. Doy las gracias a vuestro presidente, el profesor Marco
Impagliazzo, por las calurosas palabras que me ha dirigido. Con él,
saludo al profesor Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad.
Agradezco por su presencia al obispo auxiliar del centro histórico,
monseñor Matteo Zuppi, al presidente del Consejo pontificio para
la familia, monseñor Vincenzo Paglia, y a todos los amigos de la
Comunidad de San Egidio.
Vengo entre vosotros como obispo de Roma, pero también como
anciano de visita a sus coetáneos. Sobra decir que conozco bien las
dificultades, los problemas y las limitaciones de esta edad, y sé que
estas dificultades, para muchos, se han agravado con la crisis
económica. A veces, a una cierta edad, sucede que se mira al
pasado, añorando cuando se era joven, se tenían energías lozanas,
se hacían planes de futuro. Así que la mirada, a veces, se vela de
tristeza, considerando esta fase de la vida como el tiempo del
ocaso. Esta mañana, dirigiéndome idealmente a todos los ancianos,
consciente de las dificultades que nuestra edad comporta, desearía
deciros con profunda convicción: ¡es bello ser anciano! En cada
edad es necesario saber descubrir la presencia y la bendición del
Señor y las riquezas que aquella contiene. ¡Jamás hay que dejarse
atrapar por la tristeza! Hemos recibido el don de una vida larga.
Vivir es bello también a nuestra edad, a pesar de algún «achaque»
y limitación. Que en nuestro rostro esté siempre la alegría de
sentirnos amados por Dios, y no la tristeza.
En la Biblia se considera la longevidad una bendición de Dios; hoy
29. esta bendición se ha difundido y debe verse como un don que hay
que apreciar y valorar. Sin embargo a menudo la sociedad,
dominada por la lógica de la eficiencia y del beneficio, no lo acoge
como tal; es más, frecuentemente lo rechaza, considerando a los
ancianos como no productivos, inútiles. Muchas veces se percibe
el sufrimiento de quien está marginado, vive lejos de su propia
casa o se halla en soledad. Pienso que se debería actuar con mayor
empeño, empezando por las familias y las instituciones públicas,
para que los ancianos puedan quedarse en sus propias casas. La
sabiduría de vida de la que somos portadores es una gran riqueza.
La calidad de una sociedad, quisiera decir de una civilización, se
juzga también por cómo se trata a los ancianos y por el lugar que
se les reserva en la vida en común. Quien da espacio a los ancianos
hace espacio a la vida. Quien acoge a los ancianos acoge la vida.
La Comunidad de San Egidio, desde sus comienzos, ha sostenido
el camino de muchos ancianos, ayudándoles a permanecer en sus
ambientes de vida, abriendo varias casas-familia en Roma y en el
mundo. Mediante la solidaridad entre jóvenes y ancianos, ha
ayudado a que se comprenda que la Iglesia es efectivamente
familia de todas las generaciones, donde cada uno debe sentirse
«en casa» y donde no reina la lógica del beneficio y el tener, sino
la de la gratuidad y el amor. Cuando la vida se vuelve frágil, en los
años de la vejez, jamás pierde su valor y dignidad: cada uno de
nosotros, en cualquier etapa de la existencia, es querido, amado por
Dios, cada uno es importante y necesario (cf. Homilía en el inicio
del Ministerio petrino, 24 de abril de 2005).
La visita de hoy se sitúa en el Año europeo del envejecimiento
activo y de la solidaridad entre las generaciones. Y precisamente
en este contexto deseo recalcar que los ancianos son un valor para
la sociedad, sobre todo para los jóvenes. No puede existir
verdadero crecimiento humano y educación sin un contacto
fecundo con los ancianos, porque su existencia misma es como un
libro abierto en el que las jóvenes generaciones pueden encontrar
30. preciosas indicaciones para el camino de la vida.
Queridos amigos, a nuestra edad experimentamos con frecuencia la
necesidad de ayuda de los demás; y esto también ocurre con el
Papa. En el Evangelio leemos que Jesús dijo al apóstol Pedro:
«Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías;
pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te
llevará adonde no quieras» (Jn 21, 18). El Señor se refería al modo
en que el Apóstol daría testimonio de su fe hasta el martirio; pero
con esta frase nos hace reflexionar sobre el hecho de que la
necesidad de ayuda es una condición del anciano. Desearía
invitaros a ver también en esto un don del Señor, pues es una
gracia ser sostenidos y acompañados, sentir el afecto de los demás.
Esto es importante en cada fase de la vida: nadie puede vivir solo y
sin ayuda; el ser humano es relacional. Y en esta casa veo, con
agrado, que cuantos ayudan y cuantos son ayudados forman una
única familia, que tiene como linfa vital el amor.
Queridos hermanos y hermanas ancianos, a veces los días parecen
largos y vacíos, con dificultades, pocos compromisos y encuentros;
no os desaniméis nunca: sois una riqueza para la sociedad, también
en el sufrimiento y la enfermedad. Y esta fase de la vida es un don
igualmente para profundizar en la relación con Dios. El ejemplo
del beato Papa Juan Pablo IIfue y sigue siendo iluminador para
todos. No olvidéis que entre los recursos preciosos que tenéis está
el recurso esencial de la oración: haceos intercesores ante Dios,
rogando con fe y constancia. Orad por la Iglesia, también por mí,
por las necesidades del mundo, por los pobres, para que en el
mundo no haya más violencia. La oración de los ancianos puede
proteger al mundo, ayudándole tal vez de manera más incisiva que
la solicitud de muchos. Quisiera encomendar hoy a vuestra oración
el bien de la Iglesia y la paz en el mundo. El Papa os quiere y
cuenta con todos vosotros. Sentíos amados por Dios y llevad a esta
sociedad nuestra, frecuentemente tan individualista y eficientista,
un rayo del amor de Dios. Y Dios estará siempre con vosotros y