2. Te adoro mi bien, le decía lleno de
insensato ardor un hombre a su
amada un día y la mujer se reía del
amante y del amor. ¿Qué prueba te
daré bastante, le decía el tierno
amante, para hacerte creer en mí?
y agregaba suplicante:
3. ¿Qué quieres?,
por ti haré cuanto me cuadre; con el
nombre de mi padre mi existencia te
daré, ¿o quieres que abone mi fe,
con las joyas de mi madre? Con
desdeñosa sonrisa miraba el hombre la
hermosa y su afán le aguijoneaba.
Y con su voz espantosa, pero dulce y
cariñosa le dijo: Quiero probar tu pasión
4. ¿Qué quieres?, dijo el hombre.
¡De tu madre el corazón!
Como si escuchado hubiera
el rugido de una fiera
un grito dio el hijo herido
y a su vez lanzó un gemido
que horrorizó a la pantera.
La hermosa criminal
de la lucha se apercibió
y del poder se armó
de su belleza infernal.
5. Soltó sus sedosos cabellos,
tan diabólicos como bellos,
brillar hizo en su mirada
luminosos resplandores,
y en la boca perfumada
de besos embriagadores.
Mas cuando quiso llegar
a la hermosa, lleno de pasión,
ella con voz espantosa,
pero dulce y cariñosa,
le dijo otra vez:
¿Y el corazón?
6. en el alma del doncel lucharon el bien y el
mal, mas, vencido aquél Hízo se el hombre
un chacal, y con ese paso veloz que nos
lleva siempre al delito, fuese el hijo aquel
tras la voz
de su impuro amor maldito. Dormida la
madre estaba en pobre y triste aposento,
todavía brillaba una oración en su aliento,
quizás si esta soñaba la buena y santa
mujer con el hijo que venía; débil luz
derramaba una lamparilla, luz que
encendió la ternura de un cariñoso amor
maternal
7. de ese que buscar procura sombra
para su puñal. Acercóse al santo
lecho a tientas buscóle el pecho
que fuente fue de su vida. Se oyó
un gemido, un extraño ruido
como el que causa la garra del
león enfurecido que carne viva
desgarra; después se escuchaba
8. la respiración que
ahogaba
a aquel hijo criminal,
y la sangre que
goteaba
de la punta de un
puñal;
guardó el hijo el
corazón
de esa madre
asesinada
9. y enceguecido de pasión corrió a
llevarlo a su amada. Aguijoneado
corrió por la fiebre y el deseo,
pero al llegar tropezó y por el
suelo rodó con su espantoso
trofeo. Y al dar en el pavimento
ese ensangrentado lío murmuró
con tierno acento:
¿Te has hecho daño, hijo mío?