La reforma gregoriana marcó un período de conflictos entre papas y monarcas por el control de la Iglesia. El papa Gregorio VII inició la querella de las investiduras contra el emperador Enrique IV para afirmar la primacía papal sobre cualquier poder secular. Este conflicto terminó con el concordato de Worms en 1122, que reconoció el derecho de la Iglesia a elegir a sus propios papas.