2. Hace muchos años, en pueblo muy lejano llamado Caños, vivía Bruno junto con
su gruñón abuelo y con su hermano.
Los dos pequeños eran muy alegres, Bruno tenía 6 y Alberto 8 años.
Vivían en una ladera, que parecía resbaladera, con flores de mil colores y
abundantes girasoles.
Hortensio se despertaba de madrugada para ver el sol en su primera parada.
El abuelo Hortensio, muy brabucón, los despertaba todos los días con su ruidoso
acordeón.
3. -A levantarse pequeños orangutanes, decía el buen Hortensio con sus botas de
titanes.
A Bruno le gustaba nadar, pues era experto en todo el río cruzar.
Alberto prefería pastorear, porque su abuelo Hortensio, por ello le iba a pagar.
¡Qué feliz era Bruno, y qué atento era Alberto! ¿Qué gran equipo hacían Bruno
y Alberto!
Liliana su consentida gata, era cojita, sólo tenía una pata. Pero para ella no era
inconveniente, la usaba mejor que el resto de la gente.
4. Caños era de verdad hermoso, todo lo que en él había era natural y maravilloso.
Juntos Bruno, Alberto y Liliana salían todos los días a pastorear su rebaño y luego
de su faena iban a darse un rico y refrescante baño.
Correr por la ladera, era su diversión subiéndose a los árboles y recolectando
madera.
Ya en la noche con su abuelo, prendían una fogata para cenar junto con su gata.
5. Alberto y Bruno no eran niños malos, pero el abuelo Hortensio, a talar árboles los había
acostumbrado.
Hortensio los envió a buscar leña para la hoguera, más les dijo –hoy traigan mucho, pues se
avecina una tormenta y por no tener suficiente leña en casa todo el mundo se lamenta-.
Los pequeñuelos, salieron al campo a pastorear su enorme rebaño, que para buena suerte
crecía año a año.
Llevaron a Liliana en una maleta liviana, con la orden de volver temprano, para guardar el
rebaño.
Era un día soleado muy acalorado, Alberto y Bruno estaban agitados de tanto haber
caminado.
6. De repente…. Bruno grita asustado -Alberto mira a tu lado- ambos ven un espacio
gigante, pero abandonado.
En ese valle todos los árboles habían sido talados. Miraron a su alrededor y no lo
podían creer, toda especie que veían estaban sin ponerse en pie.
Caminaron sin parar y Bruno sentía ganas de llorar, de ver tanta tragedia y su
campo sin respirar.
El sol era tan fuerte, que sus pequeños cuerpecitos se debilitaban a la suerte.
Perdieron el rumbo, Liliana maullaba por sentirse sedienta y también hambrienta.
Alberto trataba de no perder la calma, todo lo que veía le dañaba el alma.
7. -No sé en qué momento hemos perdido el camino- replicó Alberto, -fue en el momento que
vimos nuestro campo totalmente desierto, contestó Bruno.
Ambos se sentaron a pensar qué hacer, pues el camino de regreso, se les había puesto
travieso.
El abuelo Hortensio fumaba su tabaco, la preocupación por sus nietos lo tenía boca abajo.
Comenzó a ver en el cielo, que se avecinaba la tormenta, de golpe se cerró la puerta que
tenía entre-abierta.
Era brabucón pero con buen corazón, pensaba en Alberto Y Bruno porque los tres eran uno.
El buen Hortensio emprendió viaje incierto, para ir en busca de sus nietos aunque llegara
hasta el desierto.
Bruno, Alberto y su gatita buscaban una sombrita, pero en medio de aquel espeluznante
drama, no hallaban ni siquiera una rama.
8. Cayó la noche y Liliana maullaba y corría por todos lados, parecía que algo la
había espantado.
Empezó a llover y relámpagos y truenos, los hicieron caer.
Ni siquiera había un árbol para ahí escampar, toda la lluvia que caía los venía a
empapar.
-¡Oh nuestro bosque!- se lamentaba Alberto. -Está destruido-, dijo Bruno sin
hacer ruido.
-¿Cómo podremos arreglar este inmenso dolor? -Yo lo sé bien- dijo una voz con
gritos de furor.
-¿Quién habla?, dijo Bruno. -¿Quién grita?, dijo Alberto, y se miraron perplejos
sin ver los reflejos.
-Soy yo, susurró la voz melodiosa, soy yo la madre naturaleza, que os he escogido
a ustedes como guardianes de mi belleza.
9. Pero qué dices, exclamó Bruno, no tengo conocimiento alguno.
Estás equivocada dijo Alberto con tono molesto.
No lo estoy, reafirmó, yo os enseñaré cómo deben cuidarme para no morir y que
todos los seres felices, habitando en mí, puedan vivir.
-¿Qué debemos hacer?, habla por favor , habla sin chistar-
-Sólo deben en este desierto miles de árboles sembrar, para que de nuevo mi
corazón vuelva a palpitar.
-Rocíen mis semillas, corran por todos lados-
- ¿y la tormenta?, dijo Bruno. ¡La tormenta nos ahuyenta!
Ella los ayudará a todas las semillas dispersar.
10. Bruno, Alberto y Liliana hicieron lo que la madre naturaleza les había
pedido, de repente, todo el desierto en bosque nuevamente se había
convertido.
¡Qué maravilla!-, gritaban ambos hermanos, qué maravilla, se puede
lograr sembrando una semilla.
El buen Hortensio, quedó perplejo de observar aquel bosque que un
día vio muerto.
11. No pidió explicaciones, era muy obvio saber las razones.
-¡Estoy feliz!, dijo Bruno,; -¡estoy contento!. replicó Alberto; pues
ahora eran los guardianes de la madre naturaleza, quienes volvieron
a recuperar entre avatares su belleza.